Capítulo 49 (Parte 2)

—Alba, ¿sabes que Miriam y yo queríamos que tú fueras la madrina de Aliz?  —le pregunté alegre Arturo mientras la contemplaba meciéndola en sus brazos. Esa paz que la envolvía se esfumó al escucharlo.

No sé por que se sorprendió, después de todo, ambos la querían como si fuera parte de su familia. Alba vivió un tiempo en el departamento de Miriam y sentía una adoración callada por Venado, pese a sus descalabros. A él era el único que se los toleraba.

—Ni siquiera me lo han pedido —alegó extrañada.

—Ya sabía que había olvidado algo —reconoció de buen humor. Alba negó escondiendo una sonrisa. Él nunca cambiaría—. Ahora lo sabes, pero según sé no se puede porque ustedes no están casados por la Iglesia. 

—Tienes razón, pero creo que es mejor así —respondió sincera—. Es decir, no sé si yo sea la persona ideal para guiar a otra por el "buen camino" cuando ni siquiera sé dónde queda eso —aceptó riéndose un poco de lo lejos que estaba de encajar en el molde.

—Eso sí que sería innovador —comenté—. Apuesto a que eras el diablito en todas las pastorelas —lancé, acertando. Su sonrisa culpable me lo confirmó.

—El cabello rojo —se justificó, encogiéndose de hombros.

—Y la actitud era un complemento —deduje.

—¿Qué te digo? Me apasiono con mis personajes —destacó.

Reí porque sí la imaginaba como una niña traviesa, de las que mandaban a unos cuantos compañeros al hospital. Solo Dios sabría cuantos dientes habría tumbado, en una de esas era ayudante del hada de los dientes.

Arturo nos confesó que odiaba las representaciones de teatro porque lo usaban como el recurso cómico cuando él siempre quiso interpretar un personaje más dramático. Por suerte, la vida lo recompensó y le dio tanto drama que no necesitó tablas para protagonizar su propia tragedia.

Pude quedarme toda la noche escuchando la vida de Arturo, que parecía material para una comedia romántica, pero me distrajo un sutil movimiento en mi pecho. Contemplé a mi tierna Pao reacomodarse entre mis brazos, luchando en vano por mantener los ojos abiertos. Hace un rato que su voz había cesado y ahora se limitaba a escucharnos adormilada.

—Hey, guapa —la llamé bajando la voz suavemente para no asustarla. Ella se removió dejando claro me escuchó, pero no respondió—. Si quieres puedes acostarte en mi cuarto —propuse. Imaginé que estaría más cómoda que en el sofá. Sin embargo, obtuve el efecto contrario, eso bastó para que el sueño desapareciera de golpe, negó sin pensarlo, abandonando mis brazos. Escondí una sonrisa ante su tajante negativa—. Claro que yo no entraría —aclaré riendo por su preocupación. Despabilada sus mejillas se inundaron de un sutil sonrojo.

—No, no, gracias, ya es muy tarde —mencionó al recomponerse, acomodó un mechón antes de revisar la hora en su celular—. Será mejor que me marche a casa.

—¿Quieres que te acompañe?

—Claro que no, es tu fiesta —me recordó dándome una divertida sonrisa—. Además, ya pedí un taxi, va a tardar un poco por la hora, pero ya viene para acá —me dijo concentrada en la pantalla.

—Te hago compañía mientras esperas.

Ella me dio una sonrisa cansada antes de ponerse de pie planchando con sus manos su falda de tul, aceptando mi plan. Ahogó un bostezo traicionero antes de despedirse de los integrantes del club con un ademán tímido sin querer interrumpir sus charlas. Estudiándolos, todos parecíamos demasiado animados aún y ella era la única que arrastraba los tacones por el suelo. 

—No saben como envidio su energía —me confesó divertida al cerrar a su espalda. La tímida luz que alumbraba ese pasillo que conectaba la casa a la calle apenas iluminaba sus pasos.

—Es normal, has trabajado mucho, la tienda, el refugio, las prácticas... —enumeré—. Por cierto, lamento haberte interrumpido hoy con mi drama de telenovela —admití un poco incómodo al pensar en la posibilidad de meterla en problemas. Pao ya había demasiado por mí para que le pagara dándole más líos.

Pao frenó su recorrido al escucharme, volviendo la cara para mirarme directo a los ojos.

—Emiliano, nunca vuelvas a decir eso —me regañó—. Yo dejaría todo si tú me necesitara —sostuvo con toda esa ternura que la caracterizaba, siempre dispuesta a entregar todo por los que amaba.

—Lo sé, Pao —reconocí sonriéndole—. No tienes una idea de lo que necesitaba escucharte en ese momento, la fuerza que me diste —le confesé porque me sentía con la obligación de hacerle saber lo crucial que fue su cariño para decidirme.

Si bien yo había conducido el automóvil, el empuje me lo dio su confianza. ¿Cómo no adorarla si me impulsaba a ser más valiente? ¿Cómo no quererla con cada latido de mi corazón si se había encargado de cuidarlo incluso cuando yo no deseaba saber de él? Y tal como esperé, Pao le restó importancia. Era tan incondicional que no se daba ningún merito, mereciéndolo todo.

—Estoy muy orgullosa de ti —me repitió poniéndose de cuclillas frente a mí y tomando mis manos cariñosa. Casi a oscuras lo único que relucía era el intenso brillo de sus ojos claros en los que gritaba sus palabras eran fieles a sus sentimientos—. No solo hablo de lo que hiciste el día de hoy, sino de lo que haces a diario. De solo imaginar lo que fue para ti siento un cosquilleo —se sincero con una risita ilusionada que me hizo sonreír ante su dulce honestidad—. Ojalá hubiera estado ahí para verlo —lamentó.

—Lo hiciste de alguna manera. Si no hubiera sido por ti, Pao, yo jamás hubiera reunido el valor para intentarlo —le di voz a mi corazón.

Ella me dio una sonrisa al percibir mis deseos de recompensar su cariño que cada día me dejaba más en deuda con ella. Me pregunté si amarla como lo hacía bastaría o si existiría ocasión de demostrar lo que era capaz de hacer por su felicidad. 

—Temí ser demasiado insistente —admitió culpable, ladeando su rostro.

—No, en verdad lo necesitaba —sostuve convencido—. Gracias por empujarme, no literalmente —aclaré. Mis ojos recorrieron la autentica sonrisa que me regaló ante mis boberías—. Gracias por sacar el carácter cuando las cosas se tornan oscuras —mencioné. Pao era la chica más dulce del mundo, pero eso no impedía tuviera una determinación que admiraba, que me contagiara con su fortaleza—. Y gracias por la fiesta, porque sé la razón.

Nada era causalidad, todas las acciones de Pao escondían algo detrás. Ella siempre daba lo mejor de sí misma para hacer feliz a otros. Y eran pequeñas cosas que para otros podían ser nada, pero que llegando en el momento adecuado podían ser todo. Viéndose atrapada, me dio una sonrisa traviesa sin negarlo. El club había llegado con el único propósito de mejorar un día complicado.

—Además, hoy estás preciosa —reconocí sin poder callármelo—. Me ha costado mucho dejarte de verte en toda la noche —me sinceré. Echó la mirada a un lado, sonrojándose—. Eres malvada, poniéndote tan guapa a sabiendas no tendríamos un minuto a solas para nosotros —la acusé divertido.

—Bueno, ahora lo estamos —mencionó al aire, con falsa inocencia, encogiéndose de hombros.

—¿Esa es una insinuación? —cuestioné extrañado. Quizás era mi imaginación, pero se me escapó una media sonrisa al solo considerarlo.

Pao soltó una tierna risita antes de levantarse del suelo para sentarse en mis piernas. Confieso que me tomó un poco por sorpresa que fuera ella quien tomara la iniciativa, halándome de la camisa a su boca. Claro que pronto dejé al lado la novedad para perderme en sus labios que esa noche tenían un sabor tan dulce que lograron en un chispazo nublar mi lógica. Pao no había bebido una sola gota de alcohol, pero sus besos me resultarán más embriagadores que cualquier licor. Tiernos, suaves como el tacto de sus dedos. Sus manos abandonaron la tela y avanzaron hasta enredarse alrededor de mi cuello mientras las mías delineaban sin prisa su espalda. Algunos mechones se enredaron al perderme en las ondas de su cabello.

Ahí, en la oscuridad de aquel estrecho pasillo, lo único que percibía era la suavidad de su piel entre mis cálidas manos, su respiración que se descompensó ante mi cercanía y el aroma de su perfume que me encantaba. En un descuido terminé sosteniéndola de su delicada cintura para atraerla a mí, sonreí sobre sus labios cuando su pecho se encontró con el mío en el que percibí su acelerado corazón. Estaba tan enamorado de Pao que ni siquiera entendía lo fácil que era perderme por ella. Cuando la cercanía resultó insuficiente, y necesité más de ella la charla con Miriam me asaltó. Así fue como la duda mató la adrenalina.

Tuve que alejarme para poder controlarme. Pao se sobresaltó sin entender por qué me había detenido de forma tan abrupta. Me estudió extrañada y a mí me tocó hacer mi mayor esfuerzo para no capturar de vuelta su boca.

—Eh... Pues... Hace calor, ¿no? —solté lo primero que me pasó por la cabeza. Pao contrajo el rostro ante mi comentario—. Deberíamos abrir la puerta para que entre un poco más de aire —propuse en una excusa de lo más rebuscada para poner distancia entre los dos. Teniéndola tan cerca resultaba una tentación para mí.

A Pao la indirecta la desconcertó. Asintió despacio, escondiendo tímida un mechón tras su oreja antes de abandonarme, limpiando sus manos en su falda. Cohibida se dirigió a la puerta y la abrió, dejándonos ver la calle solitaria. Entre los dos se formó un horrible silencio que ninguno pareció capaz de romper. Como arruinar un buen momento, parte uno.

—Emiliano... —comenzó dudando, recargada en la pared. La miré interesado en lo que deseaba decir, pero pareció arrepentirse de último momento. Negó suavemente antes de recomponer su dulce sonrisa—. ¿Laura te trajo un regalo? —cambió de tema a uno más casual.

—Oh, sí —recordé sacándolo de mi bolsillo para mostrárselo, se lo había contando cuando volví a la fiesta, pero esta vez lo examinó a detalle—. Es para el coche que no tengo y posiblemente nunca tendré —añadí divertido.

—No seas negativo, seguro que lo consigues —me animó con esa fe ciega que tenía en mí.

—Sí. Supongo que podría usar mis ahorros para enganchar alguno en unos meses, pero yo tenía la esperanza de alquilar pronto cerca de aquí —conté.

A Pao mi comentario la tomó por sorpresa.

—¿Piensas mudarte? —dudó.

—Digamos que ese era el plan —admití—, pero primero debo terminar de pagar la deuda de papá —expuse. Llevaba años haciéndolo—. Lo bueno es que ya no me falta mucho, así que luego me daré permiso de comprar un automóvil y entonces sí que buscaré mi propio lugar —dicté ordenando mis prioridades.

—Suena a un gran plan, Emiliano —comentó entusiasmada, apoyándome como siempre lo hacía. Le di una sonrisa, cuando ella reconocía mis ideas me sentía mucho más seguro. Y si a eso le sumábamos lo adorable que lucía al sonreír de esa forma, no podía pedir nada más.

—Y quién sabe, quizás cuando eso ocurra... Podrías venir conmigo —planteé cuidadoso una idea que se negó a permanecer solo para mí.

—¿Qué?

—Estoy hablando a largo plazo —aclaré deprisa ante su desconcierto—. Años, pero es bueno soñar con tiempo.

Pao tardó un instante en captarlo, entonces una sonrisa se le escapó sin controlarse. 

—¿Hablas de casarnos? —preguntó con un discreto deje de ilusión.

La sonrisa desapareció. Tuve que estudiarlo por primera vez porque en realidad me refería a vivir juntos. Había olvidado que para Pao una boda era importante. De todos modos, no me incomodó, no tenía problema con el tema.

—Sí, eso, casarnos suena bien —acepté. Pao mordió su labio, intentando contener una sonrisa que terminó liberándose de todos modos. Le correspondí—. Pero hablo de en unos años. Si me tienes un poco de paciencia —remarqué—, primero debo hacer muchas cosas. Principalmente terminar de pagar esta casa. Asegurarme que mi madre vivirá tranquila y después me enfocaré en mí —expuse. Esa era mi principal meta. No estaría satisfecho hasta que me asegurara hice todo lo que estaba en mis manos para darle un poco de paz.

—Quieres mucho a tu mamá —reconoció con una sonrisa comprensiva.

¿Cómo no lo haría cuando esa mujer lo había dado todo por mí? Era la razón por la que seguía con vida, la única que se quedó conmigo en el peor momento, no solo haciéndome compañía sino que se ensució las manos sacándome del fango. 

—Es natural, ¿no? —dije, no estaba haciendo nada extraordinario. Pao también adoraba a su familia, resulta sencillo cuando has presenciado todo lo que hacen por ti.

Ella ladeó su cabeza, reflexionando, antes de asentir despacio.

—¿Sabes una cosa? Ella estaba preocupada por ti —me reveló algo que adelanté. Aunque se esforzara por disimularlo, no podía engañarme. Saber que volvería a enfrentarme con ese hecho la tenía tensa, ¿cómo no lo haría si ella había vivido en carne propia las consecuencias? —. Y, pese a que no te lo diga, también muy orgullosa de ti —confesó, sonriéndome.

—Me gustaría no darle tantas preocupaciones —reconocí sintiéndome un poco culpable.

—Dudo que eso sea posible, le sucede a todos —me recordó evitando la melancolía—. Es casi un deber angustiarnos por quiénes amamos —dictó sabia.

—Definitivamente eres buena con las palabras —le reconocí—. No por nada eres escritora. Por cierto, ¿cómo vas con tu relato? ¿Buenos avances? —curioseé.

Su emoción se consumió por arte de magia.

—Digamos que estoy en ello —reconoció con una mueca—. Aún tengo tiempo —le restó importancia.

—No es presión —aclaré porque quizás estaba metiéndome en asuntos que no me correspondían—, solo que me gustaría impulsar tus sueños como tú siempre lo haces conmigo —le conté. El objetivo era bueno, quizás solo estaba equivocándome de método.

Pao me regaló una tierna sonrisa.

—Emiliano, todo el tiempo me motivas e inspiras. No por nada tú eres...

Calló, apretó los labios sin encontrar el final de su oración. Esperé un instante, pero no pareció dar con él. Le di una pequeña ayuda, dejando claro que no la forzaría a hablar de algo que no quería.

—¿Increíblemente atractivo, carismático y encantador? —enuncié con una media sonrisa.

—Un egocéntrico de lo peor —me corrigió.

—Pao, me lastimas. No sé que saldrá más herido después de conocerte, mi brazo o mi autoestima —alegué dramatizando un gran pesar por su desprecio.

—Tonto —soltó divertida.

Quiso alejarse, pero la tomé de la mano atrayéndola de vuelta a mis piernas. Ella quiso escapar, pero yo la rodeé con mis brazos haciéndole cosquillas. Su dulce risa inundó el pasillo con sus malos intentos de que la dejara ir. Sonreí disfrutando de su tierna reacción antes de soltarla. De todos modos, Pao no se apartó, permaneció ahí, con su espalda contra mi pecho intentando recuperar la respiración mientras yo apoyé mi mentón en su hombro, encantado por su compañía. Disfrutando la calidez de su cuerpo, el aroma de su piel, la alegría de su corazón que me contagiaba sin explicación.

—No sé por qué te quiero tanto si eres un bobo —me acusó divertida girando la cabeza para encontrase con mi mirada sobre mi hombro.

—Tengo mi encanto —reconocí.

Ella escondió una sonrisa.

—Definitivamente lo tienes —aceptó.

Quise besarla, pero el sonido de una notificación nos interrumpió.

—Como el taxista y su capacidad de arruinar un buen momento —me quejé. Ella rio por mi malestar antes de ponerse de pie para acomodarse la falda y el bolso—. Cuídate mucho, guapa —me despedí.

Ella asintió antes de inclinarse para verme directo a a cara con ese par de ojos miel que iluminaban mis días. Pao tenía una mirada tan vivaz que era imposible no caer por ella.

—No olvides que te quiero —me pidió sonriendo cariñosa.

—Puedes estar tranquila, mi Pao, nunca lo haría.

¿Cómo lo dudaría si sus acciones me lo recordaban a cada momento? ¿Si mi corazón buscaba el suyo porque era el único sitio en el que se sentía libre de mi mismo, con todo lo bueno y malo? Mi adoración por ella era tal que al fin estaba convencido no existía algo en el mundo que pudiera ponerla a prueba.

Confieso que pese a que terminé dedicándome a algo completamente distinto a lo que soñé, me gustaba mucho lo que hacía. Era todo lo que un trabajo debía ser: me daba para comer, ocupaba mis horas y me hacía sentir que aportada algo al mundo, aunque se limitara a salvar por millonésima vez el celular de Don Octavio, que solía olvidar se trataba de un material frágil.

—Pobre hombre —comentó mi madre cuando cruzó la puerta tras despedirse—. Terminará haciéndote rico —me acusó. Ojalá tuviera razón.

—Pues será mejor que nos olvidemos del yate —le informé guardando el dinero—, porque al fin lo convencí de comprar una buena funda —le conté.

—¿En serio? —preguntó incrédula.

—Al rato le falla otra cosa —resolví optimista para que dejara de verme como si hubiera hecho algo grandioso solo porque le di un consejo a un pobre anciano. Cualquiera lo hubiera hecho, tal vez solo no tenía quien se lo aconsejara en su casa—. De todos se lo debía, siempre me trae pan —destaqué honesto.

Entonces, al dejar a la luz mi egoísmo, todo volvió a la normalidad y mi madre negó resignada.

—¿Llegará el día en que puedas decir que hiciste algo por tu buen corazón? —cuestionó a un cielo que nunca le contestaría.

—Llevo preguntándome eso toda la vida —confesé divertido.

—Bueno, pues vas a tener que sacar tu lado humano porque necesito me cubras mientras voy a arreglar unas cosas allá adentro —me avisó.

—Vete tranquila, sabes que los clientes me aman —respondí con fanfarronería. 

—Ese es el problema —remarcó sin encontrar el beneficio—. Te distraes demasiado —me regañó.

—Admite que es mil veces mejor un Emiliano feliz que uno triste —alegué a mi favor. No mentía, me perdía en las charlas, pero siendo optimista me costó tomar confianza para interactuar de nuevo con la gente y después de muchos intentos, para su desgracia, le hallé el gusto.

Mamá respiró hondo, pidiendo paciencia al creador.

—¿Algún día alguien podrá ganarte?

En realidad no era tan difícil, bastaba un elemento inesperado para desbalancearme.

Esa tarde, por ejemplo, la imagen que atravesó la puerta me sacó de la monotonía. Descubrí que un acción tan simple, de la que era testigo centenares de veces al día, se convertía en un hecho digno de un libro si el que lo protagonizaba había marcado de alguna manera tu historia.

—Con que ahora a esto se dedican.

Ese fue el primer comentario que lanzó al aire mientras sus ojos oscuros revisaban sin disimulo la tienda. Llevaba las manos escondidas en los bolsos de un grueso abrigo y comprobé que las ojeras, de la anterior visita, no habían desaparecido. Confieso que su llegada fue tan inesperada que me costó encontrar mi voz, casi dejé caer el paquete entre mis manos.

Pasé saliva, lastimándome la garganta, mientras me repetí no debía mostrarme afectado. Agité mi cabeza, obligándome a recomponerme.

—Sí, de algo hay que comer ¿no? —contesté en el mismo tono para que entendiera no me agradaba su confianza de entrar como si fuera su casa—. Mi madre probó la dieta del aire, pero al final no iba con nosotros —añadí encogiéndome de hombros para golpearlo de vuelta.

Entendió la indirecta y su seguridad fue menguando, aunque no despareció del todo. Hizo un esfuerzo por mantenerse sereno, sin caer en mis provocaciones.

—Emiliano, ¿algún día vas a escucharte? —cuestionó sin darle vueltas, cruzándose de brazos sobre el mostrador, notando el desprecio en cada uno de mis comentarios.

—No —respondí sin pensarlo. Y no hallar una sola duda lo desconcertó. Creo que no esperaba oírme con tal convicción. Tampoco podía creérmelo, pero mi corazón había hablado sin pedirme opinión. Cuando tienes algo tan seguro las dudas no pueden hacer espacio—. Escucha, prefiero ser sincero desde el inicio, no lo haré. Lo siento, pero no puedo —me sinceré.

Era mejor que lo supiera para que no perdiera el tiempo. No estaba intentando hacerme el difícil o provocar su sufrimiento, tampoco se trataba de una clase de venganza, simplemente era incapaz de fingir algo que no sentía. Para su desgracia mi sinceridad era tan demoledora que no dejaba un cimiento de hipocresía intacto, nunca pude someterme a lo correcto si mi corazón protestaba. 

Mi padre me analizó sin prisas, primero intrigado, sentimiento que encontré natural hasta que poco a poco se fue mezclando con la familiar pena. Casi podía escucharlo lamentarse mi nueva actitud, y parecía culpar de lo cambios a algo físico, más que a la resistencia emocional que el dolor me obligó a desarrollar.

—Y deja de mirarme así —le exigí molesto e incómodo.

No permitiría me asaltaran mis inseguridades sobre mí mismo por lo que otros pensaran. 

—No te miro de ninguna manera —mintió, desviando rápido la mirada, viéndose atrapado.

—Sabes que sí —aseguré. No podía engañarme. Conocía esa mirada mejor que nadie, aunque no insistí, tampoco me interesaba lo aceptara.

—Emiliano, solo me duelen como pasaron las cosas —admitió con un profundo suspiro.

—¿En serio? Puedes llorar en tu cuarto, a oscuras, solo —le aconsejé. Honestamente no quería oírlo, tampoco ser su paño de lágrimas. Que no viniera buscando de vuelta lo que nunca se dio—. Te lo digo por experiencia, funciona —remarqué.

A mí tampoco me gustó el curso que tomó el camino y la vida me obligó a reconstruirme, que él hiciera lo mismo por su cuenta. 

—Nunca imaginé me odiarías tanto —murmuró dolido.

—Ahora lo sabes —resolví práctico, sin morderme la lengua—. Apuesto que tú me quieres mucho.

—Aunque lo digas en ese tono —se ofendió de mi humor.

Negué sin creérmelo. Era un buen actor, su discurso no era convincente, pero no desistía. Conociéndolo no me asombraría decidiera quedarse la tarde entera repitiéndolo. Era un tipo testarudo. Descarté su plan al recordar un motivo importante, gané el valor de decírselo sin rodeos.

—Por ese amor que dices tener, te pido por favor no te vuelvas a aparecerte por aquí. Olvídate de mí —expuse dejando la soberbia atrás. No me importaba ser racional a cambio de su bienestar—, si tienes un poco de corazón piensa en mi madre. Ya sufrió bastante en su momento para que tú vengas a arruinarle de nuevo la vida.

Papá parpadeó aletargado ante mi petición, que casi sonó a una súplica. Dio la impresión que hasta mi mención no había realmente pensado en ella, y no supe si eso era bueno o malo.

—¿Cómo está? —se atrevió a preguntar, inseguro.

—No finjas que te preocupa —escupí fastidiado. Eso era lo único que le faltaba, que tomara el papel del esposo arrepentido cuando no fue capaz ni de contestarle una llamada—. Pero solo para que lo sepas está mejor que nunca —reconocí honesto, dándole justo en el ego.

Ninguno lo necesitaba. Terminamos arreglándonosla sin él y como a veces sucede, no es hasta que reparas algo que venía dándote problemas, que habías intentado ignorar, que descubres era momento de cambiar. Mi madre tenía problemas como todos en la vida y lidiar con las cuentas sumaba un poco de estrés, pero era visible en su cara que se sentía realizada y que luchar día a día la hacía consciente de su valentía.

Él asintió sin sorprenderse. Creo que al final ambos sabíamos la clase de persona que era. Fuerte, valiente e incondicional, de las que no buscan reconocimiento, pero lo ganan con sus acciones. Ella no necesitó apoyarse en nadie para crecer, porque como los mismos árboles su misma raíz le sirvió para sostenerse. 

—¿En verdad no quieres que vuelva? —cuestionó extrañado. Y pese habérselo repetido un centenar de veces, las suficientes para que no le quedara una duda, el dolor que se intensificó en su oscura mirada me reveló que por primera vez descubrió no habría vuelta de hoja.

Pensé en la respuesta porque quizás en el fondo, aunque jamás lo aceptara en voz alta, saber que nunca volvería a verlo era revivir un duro capítulo que me costó años asimilar. Decir adiós duele, pero ¿se puede confiar en quien se marchó? ¿cómo sabes que no volverá a pasar? ¿quién te asegura serás capaz de resistirlo?

—No —respondí al fin, pensando en lo que era mejor para todos.

Papá apretó los labios, no era lo que esperaba oír. Para ser honesto no sé qué era lo que imaginó sucedería el día que regresara a un hogar que ya no era el suyo.

—Mientes —dio por hecho, obstinado tras un suspiro, negado a su realidad—, pero entiendo por qué. Me equivoqué, no volveré a hacerlo —declaró—. Voy a tener paciencia, sin importar cuanto tardes, hasta que un día quieras escucharme.

—¿Para qué? El tiempo no regresa —le recordé harto de su lucha—. Lo que hicimos, para bien o mal, ya está hecho —concluí—. Una palabra no cambiaría nada.

—Si me marcho tampoco —murmuró, acertando pese a mi disgusto.

—¿Qué pretendes? —lo interrogué sin tener claro que deseaba conseguir—. ¿Perdón? ¿Regresar?

—Solo que me escuches —dictó con simpleza—, para que comprendes, incluso cuando no puedas perdonarme, que jamás quise hacerte daño con mis malas decisiones —mencionó, mirándome directo a los ojos en su intento desesperado de hacerme ver era sincero.

—Es extraño como muchas veces es lo único que conseguimos.

No fue equivocarse lo que me alejó de mi padre, quién era yo para juzgar una falla cuando caía con tanta frecuencia, sino todas las oportunidades que rechazó para arreglarlo. La buena voluntad no se resume en lo que quisimos, sino en lo que al final hicimos. Por eso exige tanto de nosotros. Darse cuenta estamos mal no es lo más difícil, de hecho la mayoría de las veces somos conscientes (aunque lo neguemos), el reto está en tener la convicción de mejorar. 

El silencio, que se formó entre nosotros, amenazó con hundirnos vivos al fondo de un mar de crudas verdades. Por suerte el sutil sonido de la puerta abrirse sirvió para sacarnos a flote. Agité mi cabeza, despabilándome, y al igual que mi padre que echó la mirada atrás, hallé a una tímida Laura que pareció percatarse había interrumpido una charla importante. Por primera vez se lo agradecí.

Percibiendo la tensión tuvo el impulso de retirarse para darnos espacio, pero mi padre se le adelantó apenas notó su intención. Se marcharía para no hacer el lío más grande, sin embargo, tampoco me dio tiempo de festejar las buenas noticias porque enseguida se giró a mí para añadir:

—Volveré otro día —se despidió en una promesa, avisándome no se rendiría.

Apreté los labios, esforzándome por no protestar en voz alta. De todos modos, mis argumentos no servirían y tampoco tenía deseos de ventilar el asunto. Me mordí la lengua contemplándolo abandonar la tienda. Laura tras un leve asentamiento se hizo a un lado para darle el paso, pero noté su mirada lo estudió confundida, como si intentara dar con un dato en aquellas facciones.

Cuando al fin se fue sentí una opresión en el pecho, una lucha de sentimientos destructivos trepó a mis pies adentrándose a mi acelerado corazón. Fue como si al fin fuera libre de respirar, pero me resistía porque el aire a mi alrededor me quemaba. El golpe me desconcertó al grado que ni siquiera fui capaz de disimularlo. Cada que aparecía escocía una herida supuestamente cerrada. Ojalá los años me hubieran regalado la capacidad de ser indiferente a su presencia. Sin embargo, no existía fórmula para evitar el dolor. Está incluido en la esencia de la vida.

—¿Todo bien? ¿Ese hombre te hizo algo? —preguntó cuidadosa cuando dejó de prestarle atención, preocupada por mi silencio. Desde que nos conocimos, hace casi seis años, nunca había permitido la gente me vieran aletargado por el dolor.

—No, no —la tranquilicé obligándome a no mostrarme vulnerable—. Es mi papá —le aclaré con una débil sonrisa, para que no pensara me habían extorsionado o algo por el estilo. El cometía otra clase de crímenes, de los que aún no hay sentencia.

Laura suspiró aliviada y volvió a sonreír animada al creer esa era una buena señal. No juzgué su reacción, era natural pensara la presencia de mi padre era positiva, desconocía que ahí estaba el problema.

—Claro. Ya decía yo que su cara se me hacía familiar —concluyó contenta—. Eso explica porque lo vi charlando con Pao hace apena unos días —me contó relajada, ignorando el impacto de sus palabras—. Con que afianzando los lazos con la familia —bromeó de buen humor.

Pero yo fui incapaz de reír, de hecho, me costó hasta pensar. La sola imagen paralizó mi corazón.

—¿Qué? —murmuré confundido.

La rapidez con la que se me desencajó el rostro fue suficiente para gritar algo andaba mal. Abrió los ojos alarmada y enseguida lo negó arrepentida, maldiciéndose a sus adentros. ¿Pao habló con papá?

—No, no, quizás me confundí —se corrigió deprisa, deseosa de repararlo. Yo ni siquiera la escuchaba, ahogándome en mis dudas—. Fue un vistazo y últimamente trabajo mucho así que mi atención no está en su mejor momento, Emiliano —añadió convincente—. Pensándolo mejor, es muy probable que me confundiera. Sí, estoy segura me equivoqué —repitió con la clara intención de que me fiara de sus palabras.

Sin embargo, pese a sus esfuerzos, sabía eran solo intentos por arreglarlo. La naturalidad que lo pronunció, desconociendo su significado, dictó había dicho la verdad. Me gustase o no, Pao se había visto con papá. Una punzada de incertidumbre atravesó mi herido corazón y mi cabeza no dejaba de preguntarse por qué. ¿Por qué cuando había creído ciegamente cumpliría su promesa?

Yo preparándome para el drama que se viene:

No olviden que los quiero mucho. Tres preguntas: ¿Les gustó el capítulo? ¿Qué creen que suceda en el próximo capítulo? ¿Actor o actriz favorito? Saben que amo leer sus comentarios y ahora que estoy llena de obligaciones y presiones leerlos es una motivación para no dejar de actualizar ❤❤❤. Leo todo sus comentarios, si en los últimos días notan que solo los respondo con un corazón es que estoy realizando un curso y mi tiempo es muy escaso, el poco que tengo lo uso para editar y no fallar en las actualizaciones, pero no olviden que los quiero. No se pierdan el próximo capítulo y no olviden votar y comentar qué les pareció. 

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