Capítulo 49 (Parte 1)

La carga de adrenalina que me había inyectado conducir, así fueran apenas unas vueltas, no desapareció, todo lo contrario, contagió cada acción y me impidió borrar mi sonrisa de lunático durante todo el día. Era tal mi entusiasmo que ni siquiera me creí capaz de dormir. Por suerte, alguien compartió mi idea, lo descubrí con lo que encontré al llegar a casa.

Confieso que por un momento pensé tanta alegría me había vuelto loco y ahora era víctima de alucinaciones, pero cuando al empujar la puerta encontré bailando a Tía Rosy, en medio de la sala, supe que se trataba de la realidad. Mi imaginación aún no estaba tan desarrollada. A causa del espectáculo nadie se percató de mi llegada, a excepción de mi madre que estaba al costado de la entrada analizando curiosa, por no usar la palabra horrorizada, al club.

—¿Qué pasó? ¿Armaron fiesta porque creyeron moriría? —bromeé sorprendido apenas me dio un vistazo. Nunca me cruzó por la cabeza que los encontraría al regresar. A mamá no le dio risa mi chiste, de hecho hasta se le quitaron las ganas de saludarme. Me reprendió con la mirada—. Sí, tardé un poco, pero fue porque pasé a comprar...

—Idea de Pao —me informó, lavándose las manos. Reconsideré lo de la alucinación.

Y casi pude escucharla advertirme que yo sería el responsable que cada cosa que se dañara gracias a su locura. En realidad, apuesto quiso comprometerme, pero lo descartó adelantando no la escucharía apenas Pao se alejó del grupo y pude deslumbrarla por primera vez.

Entonces mi sonrisa idiota le dictó me había perdido, ni siquiera intentó sacarme de mi nube. Negó con la cabeza, seguro reprochándome lo débil que era a la belleza de una chica antes de dedicarle una sonrisa amable a Pao al marcharse.

—¿Ya pasamos al nivel de confianza en que armas fiestas en mi casa y ni siquiera me invitan? —le pregunté divertido, alzando un poco la voz para hacerme oír sobre la música, pese a no estar alta. Pao soltó una adorable risa encogiéndose de hombros.

—Pensé que después de un día pesado vendría bien un poco de diversión —alegó apoyándose en los brazos de la silla, inclinándose para verme directo a los ojos.

—Eso no suena a algo que harías —argumenté, conociéndola.

—Bien, en realidad, pensé que te animaría ver a todas las personas que te aman y están orgullosos de ti en este día —aceptó. Sonreí, escuchándola, eso sí tenía su nombre. Pao en verdad se esforzaba por alegrarme los días, convertir los momentos complejos en un buen recuerdo.

—¿Y verte preciosa era parte del plan o eso fue una casualidad? —le pregunté con una media sonrisa. Pao disimuló su sonrojo, fingiendo no le había afectado. Esa noche estaba hermosa con el cabello en ondas rozando sus hombros apenas cubiertos por dos delgados tirantes de su vestido blanco, la manera en que marcaba su cintura, pese a que el tul le daba un toque angelical, resultaron una mezcla de coquetería y dulzura.

—Ni siquiera lo noté —aseguró con una mueca indiferente.

—Es una suerte que yo sí, ¿no? —respondí robándole una sonrisa.

Mis dedos se perdieron en la piel de su cuello atrayéndola a mi boca. Pao no opuso ninguna resistencia, de hecho pareció contener los mismos deseos de encontrarse conmigo. Fue un beso suave, sin prisas, queriendo tatuarme la sensación mágica que despertaban sus labios. No supe si culpar al sabor de cereza de su labial o a todo el amor que profesaba por esa chica lo que me hizo preguntarme si algún día tendría suficiente de ella. Pao se sentó en mis piernas para que la altura no fuera un problema. No se trataban de besos apasionados, pero no quería apartarme de ella. Quería decirle tantas cosas, darle las gracias porque si lo había logrado se debía a que me empujó a investigar, me motivó a tomar los riesgos, porque confiaba en mí como nadie, porque se preocupaba no solo que fuera feliz para los dos, sino por mí mismo. ¿Existía una muestra de amor más grande?

—No sabes cuanto te quiero, mi Pao —me sinceré sin poder callármelo, cuando enterré mi cara en su cuello, aspirando el aroma a vainilla de su perfume. Percibí como se agitó su pecho ante la risa que escapó ante mi cercanía. Sonreí sintiéndome a salvo, apostaba no existía un lugar más cálido que sus brazos. Cuando estaba con ella su fe en mí me llevaba a cuestionarme todos mis imposibles.

Y juro que de ser por mí hubiera preferido quedarme abrazado a su cuerpo durante la noche entera, así fuera solo para poder sentirla a mi lado, pero por desgracia, el resto no compartía los planes.

—¡Así los quería encontrar!

El grito de Tía Rosy nos tomó por sorpresa, fue una suerte mis manos lograran sujetarla de la cintura para que Pao no terminara en el suelto cuando perdió el equilibrio. Hice un esfuerzo por no reírme en su cara al escucharla resoplar mientras se acomodaba el cabello que le cubría la cara.

—¿Qué pasó, mi moreno? Que no se note que te traen loco —bromeó dándome una palmada en la espalda mientras Pao se levantó, fingiendo estar más ocupada planchando con las manos su falda. Escondí una sonrisa, yo no tenía problemas en gritar estaba perdido por Pao—. ¿Qué me dices? ¿Audicionando para Rápido y Furioso? —me felicitó con ese peculiar modo de decir las cosas.

—Bueno, creo que para eso aún me falta —admití de buen humor—. Aunque el papel de extra me vendría muy bien. De todos modos, si no lo consigo al menos voy a poder ir al supermercado sin que el viaje me cueste más caro que la misma despensa —destaqué optimista.

—Y espérate a que tengas tu coche, mijo. Las que vas a armar. Lo bueno que tú sí eres buena onda y sí das ride, no como otros —lanzó casual, casi gritándolo, con el claro objetivo de atacar a Álvaro que se acercaba. Entrecerró los ojos entendiendo la indirecta.

—Tal vez no me costaría tanto si alguien la última vez no hubiera provocado casi nos multaran por poner música de Juan Gabriel a niveles no permitido —defendió.

Tía Rosy abrió la boca indignada, pensé que alegaría, aunque dudaba tuviera un argumento válido, aunque podía inventárselo. Sin embargo, previendo la guerra estaba perdida, de su boca salió algo mucho más útil.

Si nosotros nos hubiéramos casado —canturreó, recordándolo, dedicándosela al ingeniero solo para hacerlo enojar. Escondí una sonrisa cuando Pao se hizo a un lado, corriendo, para no bloquearla cuando se aproximó bailoteando a él y a su esposa—, hace tiempo cuando yo te lo propuse, no estarías hoy sufriendo y llorando por aquel humilde amor que yo te tuve... 

—Señora, con todo el respeto que usted merece —la detuvo antes de que lo tomara de la mano y lo envolviera en su locura. Era el único capaz de frenarla, se trataba de su súper poder—, si ustedes y yo nos hubiéramos casado posiblemente yo ya estaría muerto.

Confieso que compartía ese presentimiento.

—¿Y adivina quién sería la viuda ganona? —concluyó alzando ambas cejas, victoriosa.

—Pues, si algún día alguno necesitan un aventón mi coche está a su disposición —intervino Arturo solo para que lo tuviéramos presentes. Noté entonces que en sus brazos llevaba una manta con alguien dentro. Recordé entonces era un ser humano en miniatura.

No, gracias —respondieron todos sin pensarlo.

Miriam escondió una sonrisita, encogiéndose de hombros, cuando su esposo no comprendió el motivo de su rechazo. La defensa de su vehículo serviría como argumento, pero ella lo pasó por alto más entretenida en hablar con Nico, que a su lado estudiaba con sus ojos enormes a la bebé que Miriam arrullaba. Sonreí al ver la lucha de la pequeña Lila por unirse y descubrir qué era lo que despertaba su atención.

—Hey, Lila —la llamé para que no molestara. Ella apenas me escuchó, miró a ambos lados buscándome, y cuando esas vivaces cuencas dieron conmigo corrió con todas su fuerzas hasta mí, queriendo treparse a mis piernas, dándome la bienvenida. Sonreí, ella me quería—. Esa es la hija de Arturo y Miriam —le expliqué—, no una salchicha, así que no intentes morderla.

Pao negó riéndose por mi tonta aclaración antes de ponerse en cuclillas para jugar con ella. Sonreí estudiando la tierna imagen, no sabía quién quería más a la otra.

—Felicidades, Emiliano —dictó Arturo, despertándome. Alcé la mirada, saludándolo con una sonrisa—. Me gustaría darte algunos consejos, pero sabrás que no soy el mejor en el tema —admitió honesto, salvándome la vida.

—Creo que me ayudarías mucho si conduces a unos diez metros de mí —bromeé divertido—. Lo de encontrar el amor chocando solo funciona una vez, Arturo, y yo ya estoy ocupado —comenté solemne señalando a la chica a mi costado.

Pao fingió desaprobar mi chiste, pero se le escapó una sonrisa. Arturo sí le encontró lo gracioso y rio sin contenerse. Era lo que más admiraba de él, se reía de sus descalabros con genuina alegría, tenía una manera sencilla de ver la vida, de tomar nada persona. Tal vez debería imitarlo. Y aunque se trató solo de un acto reflejo su hija dibujó una diminuta sonrisa que bastó para que Pao se derritiera apenas los dos la notaron.

—Dios, es tan bonita, Arturo. Parece que heredará tu carácter —destacó alegre, ladeando su rostro asomándolo al interior de la manta.

—Vaya, no sé si eso es bueno o malo —reconoció de buen humor.

Tal vez era un buen momento para comenzar a rezar por ella.

Supuse que esa pregunta solo podría resolver su esposa. En un acto involuntario la busqué y la hallé en el sillón, pero ahora sin Nico, que se encontraba jugando con Lila y Alba, lo cual fue tan sorprendente como el hecho que Miriam me llamara con la mirada para hablar conmigo. Dejé a Pao, encantada con la hija de Arturo, y empujé la silla intrigado por lo que tuviera por decirme. Di por hecho se trataría de un regaño, mi madre me había traumado, pero me recibió con una sonrisa que me contradijo.

—Emiliano, en verdad te felicito —inició con esa alegría que la caracterizaba—, ¿aún te falta la prueba para sacar la licencia? —curioseó para estar al tanto. Honestamente le tenía un afecto especial a Miriam, quizás porque sentía le importaba. No se trataba de lástima, sino que me resultaba sencillo hablar con ella.

—Sí, esta fue la primera prueba práctica, así que es pronto para festejar —aclaré sincero—, pero qué te digo, aunque sea precipitado me siento como si hubiera alcanzado el campeonato de la Fórmula Uno —le dije, sonriendo para mí—. Soy pretensioso —acepté burlándome de lo fácil que resultaba ilusionarme. 

—Y muy valiente —añadió con una sonrisa melancólica—. Emiliano, siempre te he admirado, aunque tú no lo creas —se adelantó, conociéndome—. Estoy en deuda contigo, nunca olvidaré que fuiste tú quien me inspiró a independizarme —recordó, pero para ser honesto yo no había hecho nada esa noche, más allá de exponer un monólogo cómico—. Mi vida cambió a partir de esa decisión, así que siempre te estaré agradecida por darme ese pequeño empujón.

—Me alegro que por primera vez en mi vida uno de mis consejos tuviera buenos resultados —mencioné—, porque mis empujones son parecidos a los que da un padre que te enseña ir en bicicleta, olvida que hay una pendiente y termina soltándote al borde. En otras palabras, catastróficos —reconocí de buen humor. 

—Eres un gran chico, Emiliano —remarcó sonando igual a mi madre.

—Lo de gran chico depende lo de la percepción —advertí—. Para ti puedo ser bueno y para el de Coopel un mentiroso. Lo único cierto es que soy el más cobarde de todos, el único que sí le hace honor al nombre al grupo —destaqué con honor—, pero... Creo que cada vez un poco menos —me vi en la obligación de aceptar.

—¿Sí?

—Estoy haciendo un montón de cosas que pensé jamás haría —respondí con una sonrisa—. Dije que jamás saldría de casa, lo hice. Dije que nunca caería ante otra aplicación, lo hice —enumeré—. Me dije que no me enamoraría, lo hice. Dije que no me enamoraría de Pao —especifiqué—, lo hice. Dije que jamás conduciría, lo hice. Y cada que rompo un nunca me pregunto cuántos otros miedos echaré a la basura —hablé para mí mismo.

Era tan liberador empezar a recoger viejos sueños y pintarlos de nuevos colores. Quién sabe, tal vez, con un poco de suerte y esfuerzo extrañaría menos lo que pudo ser y me concentraría en lo que estaba en mis manos. Mi vida había cambiado en tan poco tiempo, que a veces me costaba reconocer el pasado perdiéndose en todas los nuevas metas que comenzaban a desfilar ante mí.

—Me alegra oírte tan entusiasmado —me felicitó.

Miriam era sincera, no daba grandes discursos, pero su sonrisa dictaba que lo salía de su boca estaba en su corazón. Además, hablar con ella era sencillo, abrirte o contarle tus problemas no se convertía en una tortura. Por eso me hacía tan feliz saber que ella estuviera consiguiendo lo que tanto aspiró. Estudiándola arrullando a su bebé con una mirada que parecía gritar que sin importar el cansancio volvería a tomar la decisión mil veces, sonreí. Una de las cosas más peculiares de las amistades verdaderas es que, aunque todos tengan objetivos o momentos tan distintos, embonan tan bien.

—¿Quieres cargarla? —me tomó por sorpresa, confundiendo el motivo mi atención.

—No, no, no —respondí enseguida. Un automóvil que pierde la defensa puede conseguir otra, pero los bebés no tienen piezas de repuesto, ni forma de remplazarlos, sus padres siempre quieren el mismo—. Los niños y yo no somos buenos amigos —le dije para que no lo tomara como un desplante. Su hija no era el problema, solo no quería hacerle daño.

—Por la manera en que lo dices parece quedar claro que los hijos están fuera de tu lista —bromeó dando por sentado que a ese paso no habría bebés nuevos en el club, porque más allá de ellos dos nadie tenía deseos de ampliar la familia.

—No lo sé, la vida es muy incierta —reconocí—. Pensando en todas las cosas que han cambiado últimamente, creo que es peligroso usar la palabra nunca —comenté para mí—. En una de esas el destino decide hacer una tregua conmigo. 

—Aunque parezca que no, siempre lo hace —me animó.

—Sí lo creo —contesté asintiendo, siendo optimista—. Creo que desde este momento no me condicionaré más a mí mismo, ni me rendiré sin antes intentarlo —me prometí a mí mismo, porque había encontrado a felicidad rompiendo mis propias limitaciones.

—Eso es lo que deseaba escuchar —celebró mi determinación con una sonrisa.

—Así que no te sorprenda que en un descuido les gano a ustedes dos y tengo mi propio equipo de fútbol —bromeé para romper la melancolía. El humor era mi método para enfrentar los momentos complicados, para librar a la otra persona de la tensión—. Después de todo, ganas de hacerlos no me faltan —añadí divertido.

—Emiliano —me regañó riéndose de mis tonterías, pero con la obligación de madre de dedicarme una mirada desaprobatoria.

—Claro que a largo plazo —aclaré riéndome de su reprimenda. Ese punto era correr, una ironía, cuando Pao y yo no pasábamos de besarnos en el sofá—. Capaz que para ese entonces ni siquiera estoy vivo —me burlé.

—No digas esas cosas —me advirtió. Alcé las manos rindiéndome, ella sonrió—. No tengas prisa. Todos tienen su momento —mencionó con sabiduría, tomando mis chistes sobre paternidad como deseos de hacerlo realidad.

Nada más lejos de la verdad. No pensaría en tomar una responsabilidad de ese tamaño cuando al fin estaba viviendo. Además, pensándolo bien era mejor ir con años de retraso, así podía analizar en qué fallaron otros y equivocarme de formas más originales.

—Te daré un pequeño consejo, aunque creo que sobra porque eres un buen chico, pero sé que tú y Pao se llevan algunos años, posiblemente llegue un punto en que ambos busquen cosas distintas, pero solo no la presiones —me recordó protectora. 

—No lo hago —respondí enseguida, riéndome de la sola idea. Aunque pensándolo a fondo, recapitulando a tanta gente advirtiéndome cuidarla, me pregunté si lo haría de alguna manera—. Creo —titubeé. Después de todas las veces que habíamos terminado en la cama había sido yo quién la empujó hacia ese punto y ella la que me frenó. Quizás la estaba presionando sin darme cuenta, aunque repasando cada noche Pao no parecía incómoda con mi cercanía. ¿Estaría llevando las cosas demasiado rápido? No lo sé, tal vez. Antes de conocer a Pao mis relaciones eran diferentes, más físicas y menos emocionales. No me preocupaba por los momentos correctos. ¿En verdad existen?

—Y me fío de eso —me tranquilizó al verme dudar, sonriendo para ahuyentar mis temores—. Lo que quiero decir, no es bueno correr cuando apenas andan —resumió.

—Eso no aplica para mí, Miriam —destaqué divertido.

Miriam soltó un lamento, sin captar se trataba de un chiste. 

—Perdón, yo no...

—¿De qué hablan?

Por suerte Alba, haciendo un espacio en el estrecho sofá, me evitó tener que explicarle no me había ofendido. Aunque no me libró de la incomodidad que manifestó Miriam sin saber qué responder, temiendo ventilar un tema personal. Le agradecí con una sonrisa su silencio.

—La migración de los pingüinos —improvisé de pronto—. Le decía a Miriam que no puedo creer soporten un viaje de kilómetros —remarqué—. A mí que ya me parecía alarmante el trayecto que hacían de la tienda a mi casa —comenté divertido. Alba contrajo extrañada el rostro, frunció las cejas y le dio un vistazo a Miriam, preguntándole sin palabra, si estaba bien de la cabeza. Ella misma asumió la respuesta.

—La mentira por sí sola es rara, pero la explicación que agregaste es aún peor —me acusó.

—No te enfades —le pedí, aunque eso era pedirle dejara de ser ella misma—. ¿Por qué mejor no nos cuentas cómo te va en tu vida de casada con un millonario? —bromeé deslizando mis manos en al aire como si dibujara un panorámico, fingiendo anunciar una novela mexicana.

—Trabajando, trabajando, trabajando pagando impuestos y maldiciendo a los políticos cada que el camión cae en un bache —enumeró, sin querer ventilarnos su vida privada, pero dejando claro no había cambiado mucho—. No hay demasiadas diferencias —concluyó, encogiéndose de hombros. Todo mundo sabía que el dinero de Álvaro no fue un motivante para que ella firmara su acta de matrimonio, pero a mí todavía me dolía saber que perdí un padrastro rico.

—¿Y el señor Casquitos ya ejecutó el plan de Tía Rosy? —curioseé sin encontrarlo descabellado—. Parece tener la mente maquiavélica para hacerlo realidad —le advertí para que no la tomara por sorpresa.

—Ese gato ha intentado asesinarme desde que la ropa que llevaba puesta valía menos que su cena —reconoció. Sí, nunca perdía la oportunidad de hacerle saber la odiaba.

—Pues yo me cuidaría porque si cuando lo único que podías heredarle era una lata de atún, ahora que está la alacena llena no tendrá límites.

—Que lo intenté y verá cómo le va —escupió mostrando su puño.

Reí ante su manía de andar amenazando a medio país. La mayoría de las veces quedaba en eso, una divertida advertencia, el resto que no corrió con tanta suerte ahora podía audicionar para formar parte del elenco de "101 dálmatas" con su mancha en el ojo.

—¿Cómo le hacen para sobrevivir ustedes dos bajo el mismo techo? —cuestioné imaginándolos en un campo de batalla—. La próxima vez que vaya a su casa, si es que me invitan —dramaticé—, iré con casco. No vaya a ser que en un descuido al que terminen abollándole la cabeza con un sartenazo sea a mí.

—Qué gracioso. Tus chistes matarían a cualquiera.

—A Pao le gustan —resolví contento, encogiéndome de hombros. Con eso me bastaba. Alba no me creyó, así que no desaproveché la oportunidad cuando mi novia se acercó corriendo siendo perseguida por Lila y Nico para reafirmarlo en su cara—. Hey, Pao, ¿verdad que te gustan? —le pregunté tomándola por sorpresa cuando se escondió detrás de mí.

Alzó una ceja sin entender. Fingió pensarlo un segundo, solo uno.

—No —respondió.

Alba sonrió victoriosa por haberse anotado un punto y Pao al presenciar mi agonía se echó a reír traviesa.

—Me dueles —dramaticé, pero ella le restó importancia. 

Lila se perdió con Nico corriendo por la casa, recé en silencio porque no rompieran nada en su carrera porque adivinen quién lo pagaría.  Miriam y Alba se perdieron en las travesuras de Nico, supongo que era cosa de madres, mientras Pao se sentó en la pequeña mesita a mi lado y apoyó su cabeza en mi hombro, cansada después de lidiar con las travesuras de ese par. Con su energía no resultó raro le hubieran quitado hasta el aliento. Pao cerró los ojos y yo acaricié su rostro con la mirada. Estaba demasiado hermosa para ponerle atención al mundo.

Supongo que mi mirada se lo gritó porque ella abrió los ojos, atrapándome estudiándola. Soltó una risita sonrojándose, quise beberla de sus labios, pero ella me dio un empujón juguetón para recordarme no estábamos solos. Sonreí, cautivado por su alegría, e ignorando que alguien nos viera la tomé de la mano y halé cerca de mí. Pao apretó los labios, conteniendo una risa, pero la sonrisa escapó sin pedir permiso.

—Emiliano... —me regañó alegre.

—¿Qué? —cuestioné haciéndome el tonto.

—Estamos en tu casa —repitió. Asentí con una sonrisa idiota, sin escucharla.

—Ajá.

—Con todo el club —añadió. Seguí diciéndole que sí perdido en su belleza, sin apartar la mirada de sus ojos.

—Claro —contesté sin saber de qué hablaba. Ella lo notó, negó con una sonrisa.

Confieso que pese a no ganar uno de sus besos disfruté de ese juego, de tire y afloje, mirándonos a los ojos como si solo existiéramos nosotros dos. Por desgracia, pronto recordé el mundo está lleno de personas y siempre alguna tiene sus ojos puestos en ti.

—Uy, quién te viera, mi moreno, parece que no puedes estar lejos de esta niña —comentó riéndose de los nervios de Pao que se alejó un poco, marcando distancia entre los dos cuando apareció de la nada—. ¿Para cuándo se nos casan, chiquillos? —nos interrogó Tía Rosy.

Esa era la manera perfecta de acabar con la magia. No disimulé me costó un poco recuperarme de la pregunta y no fui el único, mi madre que la acompañaba casi escupió lo que estaba bebiendo.

—Siempre hay alguien así en la familia —reconoció Arturo de buen humor—. A mí también me lo decían con frecuencia, ahora hasta lo extraño. Creo que me dieron ganas de casarme —bromeó, aunque pronto se dio cuenta de su error—. Contigo otra vez, Miriam —especificó para que no se enfadara. 

—Vamos, lo diga porque ya hace falta otro fiestón —nos tranquilizó al ver habíamos dejado de respirar. Pao acomodó un mechón tras su oreja y fijó su mirada en sus tacones. No era necesario provocar un funeral por un par de cervezas.

Mi madre rodó los ojos, negó desaprobando el chiste antes de que un sonido llamara su atención. Intrigada nos pidió un minuto para revisar si había sido su imaginación o alguien sí había llamado a la puerta. Por la hora, aposté por la primera. Tal vez el susto había dejado consecuencias.

—¿A todos las que ha ido no le fueron suficientes? —la interrogó Alba.

—Rojita, para las cosas buenas de la vida nunca es suficiente —recitó con sabiduría.

Alba quiso replicar, pero pareció no encontrar argumentos.

—Por primera vez estoy de acuerdo con usted —reconoció Álvaro, sorprendiéndonos a todos. Definitivamente la pregunta de la boda me había matado. Esa era la única causa que encontraba para que le diera la razón. ¡Álvaro a Tía Rosy!

Tía Rosy dejó caer la mandíbula. Creo que estuvo a punto de pedir a alguien la pellizcara. 

—Pensé que me moriría antes de escuchar eso —celebró anonada. Álvaro escondió una sonrisa, riéndose de su drama—. ¡Esto merece un brindis! —anunció tomando una de las cervezas que había sobre la mesa para repartirlas.

Pao negó con la cabeza suavemente, rechazándola, pero yo no lo pensé mucho antes de aceptarla. Mientras no me excediera no pasaría nada. Le di un beso en la frente a mi Pao, que me correspondió con una sonrisa antes de alzar la copa con el resto. Pensándolo mejor, si era la Tía Rosy quien llevaba la batuta terminaríamos en una farmacia compitiendo con el alcohol etílico. Y quizás el encargado del juego lo supo porque no fui capaz de darle ni siquiera un trago antes de que mi madre reapareció para exigirme su atención.

—Tienes visitas —me avisó. Me reí pensando era una broma, pero su mirada me dictó hablaba en serio. Fruncí las cejas sin tener la menor idea de quién podría tratarse. Quise preguntarle, pero ella se me adelantó—. Le dije que pasara, pero prefirió esperar afuera.

No entendí su secreto, pero entendiendo no me diría, decidí averiguarlo por mi cuenta.

—¿Por qué no me dijeron que habían invitado a los municipales? —los cuestioné divertido.

—¿Y perdernos el espectáculo? —lanzó en una broma ácida Alba—. No, gracias.

—El alcohol la volvió malvada. Seguro que aprendiste esos chistes en la comisaría y ahora quieres enseñármelos —bromeé, pero a ella no le gustó el chiste. Alba entrecerró su intensa mirada que gritó sus deseos de matarme.

—Alcohol es lo que vas a necesitar cuando conozcas esto —me amenazó mostrándome su puño.

Sonreí, alzando las manos. Alba ya parecía política, prometiendo cosas a diario sin dar ninguna, gracias al cielo. Claro que, por si las dudas, preferí no arriesgarme a que hoy decidiera cumplir y me retiré preguntándome quién podría buscarme a esa hora.

Es decir, toda la gente a la que le interesaba estaba adentro. Así que quitando el amor como el motor principal, consideré podía tratarse de algún cobrador que quiso hacer una visita nocturna para que no tuviera oportunidad de escapar. Aunque repasando rápido mis finanzas estaba al corriente con todo. Sin querer problemas tuve el impulso de regresar, pero no lo hice. Tal vez porque cuando lo intenté mi mano ya había empujado la puerta y la sorpresa fue suficiente para retenerme.

—¿Laura? —pregunté extrañado. Ella me dio una tímida sonrisa. Llevaba una blusa de botones con un estampado a su costado y un pantalón oscuro, así que supuse iría o vendría del trabajo—. No te esperaba —confesé. Era la última persona que pensé me visitaría a esa hora.

—Lo imagino. En realidad, solo pasaba rápido para felicitarte porque me enteré que hoy fue tu primera clase en la autoescuela —destacó sonriendo.

—¿Cómo te enteraste? —pregunté asombrado.

—Me lo contó tu madre y Pao cuando pasé por la tarde —aclaró—. ¿Cómo te fue? —curioseó acomodándose el bolso. Sonreí porque parecía realmente interesa por la respuesta.

—No atropellé a nadie, así que lo tomaré como un éxito —resolví. Aunque prácticamente en esa zona solitaria era imposible llevarse a alguien de encuentro, le resté importancia para mantenerme optimista.

—Estoy segura lo conseguirás —me animó siendo benévola con su juicio. Le agradecí con una sonrisa que se tornó confusa cuando chasqueó los dedos—. Por cierto, antes de que lo olvide, traje algo para ti.

No escondí la mezcla de curiosidad y asombro que me invadió. No esperaba nada, así que sonreí de forma autentica cuando liberó de su bolsillo un llavero con mi nombre y me lo entregó junto a una enorme sonrisa.

—Sé que es sencillo y no de la mejor calidad, pero espero te sirva pronto —deseó mientras yo lo examinaba contento.

—Está increíble —mencioné sincero. El precio era lo de menos, lo que contaba era la intención—. Aunque tal vez es un poco precipitado, no sé si algún día pueda comprarme uno —acepté para mí. Debía empezar a ahorrar y no parecía una suma sencilla de alcanzar.

—Estoy segura que sí —mencionó para que no perdiera la esperanza. 

Le agradecí el gesto con una sonrisa. En realidad, nunca me pasó por la cabeza que Laura estaría ahí esa noche, sin embargo, más que cualquier regalo material me alegró reencontrarme con esa chica. Se notaba más alegre y relajada. Creo que poco a poco iba recuperando su verdadera esencia.

—Que tonto, ¿no quieres pasar? —le cuestioné al caer en cuenta era lo primero que debí preguntarle. Ni siquiera me dio oportunidad de insistir, negó sin dudarlo.

—No, no, no. De hecho debo irme ahora o llegaré tarde al trabajo y eso es imperdonable.

—¿Cómo vas con eso? —curioseé antes de que se marchara.

Habíamos hablado muy poco en los últimos días, así que más allá de su convicción para darle un giro a su vida, no tenía idea cómo estaba resultando el camino. La parte más complicada de cualquier decisión, es actuar y enfrentarte a las consecuencias a diario.

Laura sonrió, ladeando el rostro, pensando en una respuesta que le hiciera justicia a la verdad.

—Bien, con sus altas y bajas como todo en la vida —reconoció realista—, pero estoy muy feliz de intentarlo. Hace poco descubrí algo que me habría evitado muchos líos de haberlo sabido antes —reflexionó. La manera en que lo pronunció, más para ella misma que para cualquier espectador, despertó mi curiosidad.

—¿Quieres compartirme de qué se trata? —pregunté cuidadoso. Quizás era algo personal. Lo que aprendemos en el camino muchas veces es demasiado íntimo para revelarlo, pero también poderoso—. Podría resultar útil —añadí con una sonrisa.

Laura dudó segundo, uno antes de liberarlo de su pecho.

—Siempre esperé encontrar la página de la que partiendo de ahí lograría ser feliz, como en los cuentos —aceptó riéndose—. Pero creo que no existe, la vida consiste en no rendirse y seguir luchando a diario. La felicidad es efímera, lo cual no es del todo malo, porque eso significa que podemos hallarla en muchas cosas —mencionó—. La magia para soportar los días malos está en encontrar algo que le de sentido a nuestra vida —concluyó. Analizándolo creo que tenía razón, la diferencia entre una existencia vacía y una plena era encontrar un porqué. Dibujó una sonrisa peculiar de a poco en el que se coló una pizca de orgullo—. Todo mejoró cuando encontré el mío —concluyó—. Y cuando está dentro de ti eres el principal encargado de tu historia —destacó—. La mejor forma de cuidar tu corazón es no entregarle el mando de tu vida a nadie más. 

Sonreí meditando sus palabras. Ahora me arrepiento de no haberla escuchado, porque aunque en ese momento lo ignoraba, estaba a punto de vivir en carne propia las crueles consecuencias de olvidarlo. Supongo que al final, aunque me esforzaba por no repetirlos, siempre terminaba cometiendo los mismo errores.

Es un buen momento para decirles que no deben perderse el capítulo de la próxima semana porque es muy importante. Habrá de todo: romance, humor y drama. Sin hacer spoilers, se viene algo fuerte. Ahora sí, tres preguntas: ¿Les gustó el capítulo? ¿Qué creen que suceda? ¿A cuál personaje del club se parecen más? (no su favorito, sino el que tiene más similitudes con ustedes). Estaré encantada de leer sus respuestas. Los quiero.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top