Capítulo 46

Hay momentos claves en tu vida, impactos de los que sabes no saldrás ileso.

Siempre fui consciente que el día que volviera a ver a mi padre todos esos fantasmas que había intentado mantener encadenados escaparían, que los esfuerzos por reconstruirme se perderían en el dolor. Mi padre formaba parte del grupo de personas que cambian el sentido del camino, e igual como lo hizo hace años, encontrarlo fue el golpe definitivo para empezar a desquebrajarme. 

Ahí estaba, el mismo hombre que conducía ese vehículo, el que llamé mejor amigo por años, el héroe y villano de mi historia. Era él, aunque me costó reconocerlo porque que el tiempo había comenzado a cobrarle factura. En sus ojos no deslumbré ese brillo con el que vivía en mi memoria y en su cabello asomaban algunas canas. Sin embargo, no se trataba de lo físico lo que lo hizo ver como otro hombre, sino la oscuridad que inundaba sus facciones, cualquiera que lo encontrara pensaría que ni siquiera recordaba como sonreír. Algo dentro de mí se estrujó al chocar con él. La imagen de mi padre tan lleno de vida, carisma y energía se mantenía tan viva en mi cabeza que descubrí que jamás pensé en esa posibilidad. Siendo honesto, desde que se marchó, me había prohibido imaginar cómo estaría, por miedo a lo que fuera encontrar.

Aunque nunca me dio orgullo reconocerlo, era una pieza frágil en un mundo donde los tropiezos estaban a la orden del día. Así que reencontrarnos fue un impacto directo al nicho de recuerdos oscuros que asustados se alborotaron en mi interior, volviendo mi presente confuso. De pronto, deseé estar atrapado en una pesadilla. Por desgracia, confirmé se trataba de la realidad, apenas hallé en su mirada un familiar sentimiento cuando me contempló empujando la silla hacia él.

Era la misma mirada que me dedicó durante decenas de noches en el hospital, mientras la mía se perdía en el techo maldiciendo al cielo por mi suerte y la suya vagaba sin rumbo por esas paredes blancas. Daba la impresión que la muerte se hubiera tragado su alma y lo único que hubiera sobrevivido al accidente se tratara de un cuerpo vacío.  Y cuando reunía el valor para mirarme, cuando al fin parecía armarse de valor,  siempre tenía esa expresión que gritaba en silencio hubiera deseado no hacerlo.

Creo que al final, cada uno a su manera, recibió su castigo por no medir las consecuencias de sus acciones. La diferencia es que yo supuse las enfrentaríamos juntos y él me demostró lo duro que es equivocarse cuando lo que pierdes en la apuesta es la fe que tenías en alguien que tanto amabas.

—Emiliano.

Dios. El control de mi vida fue escapando de mis manos, a la par un tortuoso nudo se formó en mi estómago al escuchar mi nombre en esa voz. El coraje quedó sepultado por la tristeza, sentí mi mundo venirse abajo en un abrir y cerrar de ojos, y tuve que deambular entre los escombros. Las intensas emociones volvieron complicado respirar, el nudo cerró mi garganta impidiéndome sacar lo que por dentro amenazaba con envenenarme. E incluso cuando sentí estaba muriendo por dentro, di todo de mí para que no lo notara. No quería darle más poder sobre mi vida.

—Vaya, te acuerdas de mi nombre. Pensé que no me reconocerías, ya sabes, por el cambio de silla —comenté al hallar mi voz en el fondo de mi garganta, haciendo mi mayor esfuerzo por sonar divertido cuando la voz tembló en mis labios—,  cambié de modelo en los últimos años.

Eso fue lo único que se me ocurrió. Me quedé en blanco, todas esas palabras que acumulé por años simplemente desaparecieron. Él no respondió, permaneció de pie, procesando mi humor, al que no estaba acostumbrado. No entendió si se trataba de una broma o un reclamo, supongo que era una mezcla de ambas. Esperé que dijera algo, intrigado y desesperado por la razón de su inexplicable retorno, pero no, se limitó a mirarme con ese deje de lástima que tanto odiaba. No sé por qué imaginé cambiaría. Un malestar se aferró al silencio que yo mismo me encargué de romper, deseoso de huir.

—Si te hicieras a un costado y me dejaras pasar te lo agradecería. No es por ser grosero, pero entenderás necesito mi espacio —expliqué con un ademán señalándonos, porque interfería en mi vía de escape, en todos los sentidos—. Literalmente.

Por decirlo de otro modo, no quería hablar con él. No podía hacerlo. No estaba listo para escuchar lo que viniera a decir. Primero necesitaba enfrentarme a la realidad de que estaba de nuevo en mi vida cuando había pasado años convenciéndome de su adiós y cuando estaba tan cerca de lograrlo apareció mirándome de esa forma que tanto dolía. Leer en sus ojos que algo andaba mal conmigo solo me puso peor.

—Emiliano —repitió con ese tono lastimero que me desesperaba.

—Parece que es lo único que sabes decir —escupí sin contenerme—. Sólo hazte a un lado, quiero entrar a mi casa —dije remarcando lo último, con menos paciencia, percibiendo el acelere de mi respiración que comenzaba a mostrar los estragos del terremoto en mi interior. Necesitaba estar lejos de él, engañarme con que la distancia me protegía de alguna manera del dolor.

—Yo quería saber de ti... —soltó, como si con eso pudiera retenerme.

Una punzada me atravesó el pecho como una lanza que busca asegurarse de acabar con lo que aún agoniza. Hubiera dado tanto por haberle creído, supongo en el fondo seguía siendo el chico ingenuo que se moría por un poco de su atención, pero ni siquiera mi inocencia logró tragarse sus palabras. No cuando los hechos lo contradecían con tal fuerza. Uno no abandona a quienes ama. No, alguien que se interesa por ti no se larga por años y un día aparece fingiendo estaba preocupado. 

—Pues ya me viste, estoy exactamente igual que como me dejaste —mencioné extendiendo los brazos para que lo contemplara por sí mismo. Él bajó la mirada avergonzado—. Es lo único que necesitas saber, el resto no te interesa.

—Sí lo hace —defendió su mentira.

Negué con una sonrisa incrédula, admirado por su cinismo. ¿Cómo tenía cara de decirme que le importaba cuando fue incapaz de llamarme una sola vez por años? Nunca se interesó por saber si seguía vivo o no. Ya ni siquiera hablaba de cumpleaños o Navidad. No esperaba un detalle de su parte, pero al menos que contestara el maldito teléfono cuando mi madre lo inundó de llamadas, desesperada porque no sabía cómo enfrentar sola el hecho de que su hijo intentara terminar con todo de una vez. Estuve tan cerca de la muerte y él ni siquiera se enteró de las veces que casi toqué fondo.

—Sigues siendo un pésimo mentiroso —hablé para mí—. En serio, si estuviste practicando para esas líneas, demanda a tu maestro de teatro porque es lo peor que he oído en años —mencioné molesto.

—Emiliano... —intervino Pao en voz baja.

Pegué un respingo al recordar estaba conmigo. La miré un instante con un deje de pena. No quería que estuviera ahí, siendo testigo de como me comportaba como un patán, pero tampoco podía evitarlo. Las emociones eran más fuerte que mi razón. Sin embargo, encontrarme con su mirada clara fue un recordatorio de que algo estaba mal y juro que la hubiera escuchado si mi padre no hubiera hablado. Como le gustaba hablar a ese hombre.

—No, muchacha, déjalo que me diga todo lo que quiera si eso lo hace sentir mejor —comentó sin perder el temple, haciéndose la víctima. Por Dios, lo que me faltaba. 

—¿Sabes qué me haría sentir mejor? Que te fueras —escupí sin filtros. Su presencia me ponía mal y parecía importarle un bledo—. Si lo haces, quién sabe —medité—, en un descuido hasta me pongo a saltar de la felicidad.

Pao pasó apenada la mirada de mí a él.

—¿Desde cuando tienes un humor tan peculiar? —me interrogó extrañado.

—¿Por qué mejor no me dices qué veniste hacer aquí? —lo encaré para terminar de una vez con todo ese teatro del padre arrepentido y el hijo malagradecido. Darles vueltas no servía de nada, lo único que hacía era hurgar en una herida que estaba a carne vida—. ¿Qué pasó? ¿Te removió la consciencia de repente? ¿Tuviste una pesadilla? ¿Me saqué la lotería y nadie me avisó? —lo cuestioné directo. Debía existía una razón, la necesitaba para darle sentido al caos o terminaría consumido por los porqué que se acumulaban en mi cabeza.

—¿No puedes darme al menos la oportunidad de acercarme a ti? —expuso la posibilidad.

—No —respondí tajante sin pensarlo. En el rostro de mi padre se coló la sorpresa ante mi seguridad—. Tardé más de ocho años en olvidarte, en aceptar tu adiós —murmuré con el corazón amenazándome con salir disparado de mi pecho. Lo único que hacía eco sobre mi temblorosa voz era el viaje furioso de mi sangre hasta mi cabeza—. No vengas a arruinarlo ahora.

A echar abajo todos mis esfuerzos por superarlo, de aprender a seguir adelante pese al rechazo de la persona que más amaba. No podía aparecer de la nada e intentar arreglar algo que estaba roto, que él se había encargado de hacer pedazos. Percibí desconsuelo en su mirada, y aunque sonara cruel en el fondo deseé que sí le doliera. Ojalá pudiera sentir un poco de lo que soporté.

—Emiliano... —me pidió Pao colocando su mano sobre mi hombro.

—¿Qué? Él sabía a lo venía —expuse harto de ser el malo por decir la verdad. No me callaría, no me interesaba engañar a nadie—. ¿O esperabas te recibiera con una fiesta? —lo cuestioné, retándolo con la mirada. Pao mordió su labio, pero mi padre no se mostró asombrado. Me conocía lo suficiente para adelantar que yo daba todo por las personas que quería, pero amaba con la misma intensidad que no olvidaba. 

—No —reconoció tras un pesado suspiro—, pero al menos esperaba pudiéramos hablar.

—Pues te equivocaste —concluí sin dar mi brazo a a torcer—. Te equivocaste como yo lo hice esperando volvieras. Ya es tarde —declaré—. Así que vete y olvídate del camino de regreso como lo hiciste antes. No te costará mucho, eres bueno en eso —le reconocí dedicándole una última mirada, pidiéndole que me dejara el camino libre. Ya no soportaba verlo.

Mi padre me analizó despacio, con una emoción difícil de leer en sus facciones. No protestó, sabía que era inútil. Yo no quería escucharlo y él no tenía nada importante qué decir, solo un mal intento de limpiar su conciencia. Terminó quitándose de mi camino dando un paso a un costado. No me atreví a mirarlo al pasar cerca, mantuve la mirada clavada en la cerradura mientras las llaves temblaban en mis dedos. Podía percibir una molesta presión en mi pecho que me estaba impidiendo respirar, pero me obligué a aspirar hondo, tal como el psicólogo me había indicado en una de las casi olvidadas terapia que tomé para lidiar con la ansiedad.

Solo no dejes de respirar, me repetí maldiciendo por lo bajo cuando logré dejarlo atrás, conduciéndome al interior de casa perseguido por esa sensación vertiginosa que pareció no me abandonaría por un largo rato. ¿Cómo lo haría si mi cerebro se había bloqueado y no dejaba de repetir lo que sabía mejor que nadie? Papá había vuelto. 

No, no. Él dijo que no podía con esto cuando se marchó.

Y nadie lo obligó a regresar, él tampoco podía forzarme a aceptarlo de vuelta. Al final ambos coincidimos en un punto. Hace ocho años mi padre cruzó esa puerta diciendo que tenerme en su vida era demasiado para él. Ahora yo no podía mantenerlo en la mía por la misma razón. Las vueltas de la vida son tan crueles e inesperada, que nunca podemos adelantar el giro que nos sacará del juego.

Escuché la puerta cerrarse tras de mí, pero no me detuve a comprobar la expresión de Pao. Simplemente empujé la silla, como quien no sabe qué rumbo tomar, hasta que descubrí había llegado al final. Contemplé la pared frente a mí, siendo consciente que no podía huir más. Llevé mis manos a mi rostro estrujándolo, deseoso de sacar el veneno que estaba matándome, pero sin encontrar la manera. ¿Por qué tenía que volver? ¿Por qué? ¿Por qué?¿Por qué  justo ahora?

—No debiste hablarle así a tu padre.

La voz de Pao en el umbral me despertó, noté que Lila ya andaba libre por la casa. Alcé la mirada incrédulo, frunciendo las cejas. Esperaba fuera una broma.

—¿Disculpa? —cuestioné sin creer que se pusiera de su parte. Pao no contestó, pese al reclamo se mantuvo tranquila—. ¿Y qué se supone que debía decirle? —le pregunté molesto—. ¿Gracias por abandonarme? ¿Por olvidar a mamá? ¿Agradecerle por no hacerse responsable de lo que él provocó? Si se te olvidó ese hombre arruinó mi vida —le recordé.

—Emiliano, eso fue un accidente —argumentó compasiva.

—No —escupí superado por mi enfado, transformándome en esa versión de mí mismo que detestaba—. No fue un accidente. Esa noche le dije que estaba ebrio, le pedí tomáramos un taxi, pero él no me escuchó. Nunca escucha —remarqué teniendo grabado el sonido de su risa, la imagen de su sonrisa segura que contrataba con el leve tambaleo de sus pies que avecinaban una tragedia.

Y aceptaba parte de la culpa, fui tan ingenuo. Siendo mi héroe fue tan sencillo confiarle mi vida sin dudarlo un instante. Él me repitió que todo iría bien, y creí ciegamente en ese hombre. Sin embargo, esa noche mintió, mintió como lo hacía en el presente. Quiso retar a la suerte y pronto aprenderíamos a las malas que no puedes desafiar a quién escribe la historia. Ambos perdimos.

Pao me estudió sin parpadear, intrigada por saber más de esa noche de la que nunca hablaba con nadie, pero no obtendría más. Ni siquiera mi adoración por ella me motivaría a desenterrar el cuerpo de ese Emiliano, porque sabía que al liberarlo reclamaría el mío. 

—Se negó creyéndose todopoderoso, igual que ahora —murmuré con la mirada perdida—, que piensa puede ir y venir, olvidar y regresar como si nada, como si no tuviéramos sentimientos—concluí apretando los puños, odiándolo—. Y si se siente tan mal, que recuerde que él perdió un hijo porque quiso marcharse —murmuré para mí—, pero yo lo perdí todo sin derecho a decidir.

Pao permaneció en silencio un instante, reflexionando sobre mis palabras, antes de acercarse, sentándose frente a mí en el sofá. Percibí su mirada sobre mí, pero la mía permaneció en la nada, sin deseos de descubrir qué pensaría de mí. Sin embargo, cuando al fin me armé de valor para alzarla, me sorprendió hallar en sus labios una débil sonrisa. Ni siquiera tuve fuerzas para replicarla, pero no pareció importarle.

—Yo... No sé qué decirte, Emiliano —admitió suspirando—. Me gustaría saber qué te haría sentir mejor, pero ahora, cuando más lo necesito, no se me ocurre nada —confesó agobiada—. Aunque no lo creas, entiendo lo duro que esto para ti —murmuró tomando mis manos entre las suyas—. Quizás no sirve de mucho, pero yo estoy aquí contigo —me recordó.

Sonreí estudiando el amor que brillaba en su mirada clara.

—Lo es todo, Pao —acepté. Me sentía tan perdido que saber que no estaba solo era lo único que me mantenía cuerdo, medio cuerdo.

—Me duele mucho verte tan mal —mencionó preocupada—. Emiliano, si hay algo que pueda hacer yo para que te sientas mejor... —propuso con tanta sinceridad que me conmovió.

—Solo lo olvidaré, necesito olvidarlo —concluí. Pao asintió despacio, sin lucir convencida—. Sé que ahora debes pensar que en el fondo soy un maldito imbécil por comportarme de este modo —asumí, y tenía razón—, pero aún así te pido que intentes comprenderme.

Mi padre era mi talón de Aquiles. Lo único capaz de superar mi lógica y convicción. Yo mejor que nadie conocía mis errores, por esa razón no solo el rencor nublaba mis sentidos con su regreso, sino también el miedo. Ese fiel y poderoso enemigo que nunca me había dejado descansar. No quería convertirme en esa vieja versión de mí mismo, de la que me había esforzado durante años por superar. 

—Lo hago, en verdad que sí —aseguró con una sonrisa comprensiva, sin juicios. Pao jamás podría hacerse una idea de lo valioso que resultaba su paciencia, ese cariño cuando dentro de mí sentía como si de un momento a otro las luces se hubieran apagado y caminara a oscuras por los restos del desastre—. Sé que vas a necesitar tiempo... —comenzó, equivocándose. 

—No necesito tiempo —la interrumpí sin morderme la lengua. Entendía su intención, pero en el fondo me molestaba un poco esa actitud que parecía dar por hecho una reconciliación que no sucedería—. Escucha, sabes que te adoro, que no me negaría a nada que tú me pidieras... —admití sincero. Callé, dudando sobre qué palabras usar, al final decidí ser directo—. Pero Pao, esto es mi problema. Por favor, no interfieras —le pedí, casi en un ruego. Valoraba su ayuda, sin embargo, era un tema complicado. Cuando uno entra a la guerra es imposible salir ileso y no quería más heridos—. No vale la pena que nosotros tengamos líos por un capítulo pasado.

Pao torció sus labios, pensando en mi petición, pero fue suavizando sus facciones a medida la resignación la inundó. Sus dedos acomodaron cariñosa algún mechón que caía por mi frente. En verdad no puedo explicar lo significativo que fue para mí hallar tanto amor en un momento en el que me sentía como una basura. Y cuando imaginé no podía darme un acto de cariño más puro, Pao asintió, aceptándolo.

—Lamento arruinar tu noche —me sinceré.

No la merecía, había echado a perder su día especial con mis dramas y en su mirada no había enfado, sino ternura, incluso después de verme comportarme como un imbécil. Pao ladeó el rostro sin perder su dulce sonrisa.

—No está estropeada —aseguró—. Estás tú aquí, Emiliano —remarcó—. Yo no necesito más que eso.

Intenté sonreírle, pero no funcionó. Pao no me lo reclamó, por el contrario se acercó despacio para darme un corto beso. La dulzura de sus labios contrastó con la amargura en mi interior.

—Yo siempre voy a estar aquí, Emiliano —repitió acunando mi rostro entre sus manos, mirándome con esos ojos que alumbraban mi profunda oscuridad.

Busqué sus labios, necesitándolos. Pao me correspondió con ternura. Dentro de mí quería callar el ruido de mi cabeza con su voz. Bloquear los malos recuerdos. Sus besos intentaron gritarme sin palabras que me amaba. Aún con mis labios sobre los suyos, tomé su mano para halarla. Pao abandonó torpemente el sillón. Confirmé la carrera de su corazón cuando su pecho chocó con el mío al atraerla a mí. De pronto noté traía demasiadas cosas encima e intenté desconectarme del mundo, entregándome al momento.

Me concentré en su respiración cálida, en su aliento mezclándose con el mío, en su cuerpo al abrazarla para que no quedara espacio entre los dos. Esta vez no hubo advertencias, el ritmo de nuestros besos pareció hablar por nosotros. Quería olvidar, perderme en su belleza y ternura, quería sentirme vivo en el presente, pero mi corazón estaba atrapado en el pasado, incluso cuando era lo que más deseaba me fue imposible arrancarme la tristeza del corazón. No podía estar así con ella, no se lo merecía.

—No puedo hacerte esto —murmuré para mí, apartándome de golpe.

Cuando me detuve no hubo asombro, todo lo contrario. En el rostro de Pao apareció una cálida sonrisa, me acarició cariñosa el rostro con sus dedos y me miró con tal ternura que mis intentos por mostrarme indiferente fueron en vano. Me sentí tan imbécil por arruinarlo, sin importar lo mucho que me esforzaba siempre echaba todo a perder. Pao negó despacio, como si pudiera leer mis pensamientos antes de sorprenderme abrazándome con todas sus fuerzas. Apenas sus brazos me cobijaron, cerré los ojos, pensando que casi resultaba una ironía una persona tan dulce y frágil fuera la única que impedía hacerme pedazos.

—Eres muy bueno, Emiliano. Te quiero mucho. Mucho. Mucho —repitió a mi oído. Y en contra de mis propios deseos, débil y al borde del abismo, al escuchar tanta sinceridad en sus palabras me rompí como quien azota un cristal en la pared. No pude controlarme, el dolor me dominó. Me sentí patético al oír mi propio llanto, ese que siempre mantenía bajo llave, lejos de los demás, pero Pao negó suavemente sobre mi hombro—. No pasa nada, yo estoy aquí.

Lo hice, lloré queriendo vaciarme del dolor que amenazaba con matarme. Igual que ese chico que al escuchar ese portazo supo lo que significaba, no volvería. Él se había ido para siempre. Y en su equipaje se llevó todo el amor que juró tenerme, mis sueños, mi esperanza en el momento en el que más solo me sentía, cuando más lo necesitaba. Había perdido casi la cordura aceptando su adiós, pero ahora estaba ahí de vuelta, reviviendo esas viejas heridas que nunca sanaron, los capítulos inconclusos a su espalda. Estaba asustado, asustado de no ser fuerte para superarlo, de volver a fallar.

—Soy un imbécil, un verdadero imbécil —maldije, apartándome un poco, reprochándome por dejarme afectar por el pasado, por tener una reacción tan arrebatada. Se supone que ya lo había superado, era lo que debía hacer, pero me engañé, bastó un minuto para volver a ser de nuevo ese chico.

—No, no —mencionó enseguida Pao—. Eres un hombre extraordinario, Emiliano. No puedes hacerte una idea de lo mucho que te admiro —dijo con tanta ternura que algo se removió en mi interior. Dios mío, ¿por qué soy tan patético?— Porque sé, o puedo hacerme una idea —se corrigió despacio—, de lo mucho que te duele. Tu padre es importante para ti...

—Lo era, antes, cuando era un niño —mentí porque no quería aceptarlo en voz alta. Me resistía a admitir que aún tenía tanto poder sobre mí, que era tan tonto que seguía llorándole como el día que se fue sin mirar atrás. De todos modos, ella me conocía lo suficiente para no creerme, no me exigió respuestas—. En realidad, son muchas cosas, los recuerdos del accidente, los días que le siguieron. Es complicado... —admití agobiado estrujando mi rostro, atormentado. Asintió, noté cómo me estudió con una débil sonrisa—. Debes pensar que soy todo un llorón —me burlé de mí mismo, limpiándome la cara, intentando sonar divertido para que no notara mi vergüenza. Ni siquiera me creí capaz de mirarla a la cara.

Definitivamente mi plan para una noche perfecta no se resumía a mostrar mi lado irracional.

—¿Por mostrar sentimientos, Emiliano? ¿Por dejar a la luz que quisiste tanto a una persona que te dolió su partida? ¿Por llorar como cualquier ser humano? —cuestionó. Negó con una sonrisa comprensiva—. Emiliano, nunca, nunca te sientas apenado por hacerlo, menos frente a mí, todo lo contrario, yo te lo agradezco...

—Eso debe decirle el productor a Victoria Ruffo cada que entra en escena —bromeé.

—Me refiero a que confiaras en mí para permitirme acompañarte —me explicó, dándole valor a algo que yo debía agradecerle—. Ojalá algún día puedas confiar para decirme cómo te sientes, quizás te sentirías mejor —propuso cuidadosa, sin querer presionarme.

Apreté los labios, pensándolo. No solía hablar de mi pasado con nadie, ni siquiera con mamá. Aprendí a lidiar con esos fantasmas que me atormentaban por mi cuenta. Mis inseguridades, miedos y fallas permanecían dentro de mí, donde no pudieran dañar a nadie, ni herirme de vuelta. Amar es un acto peligroso, te hace cuestionar tus propias defensas, te motiva a entregar demasiado a otra persona, concederle el poder de destruirte el día que se marche.

Sin embargo, aunque  me había prometido jamás entregarme incondicionalmente, Pao era la excepción a mi regla. Había tanto amor en su mirada que encontraba la libertad de hablar de todo, incluso de las cosas que dolían. Error o no, mi corazón apostó todas las fichas a su nombre.

—Mal —le confesé al fin, con un nudo en la garganta que cada vez me hacía más complicado sobrellevarlo—. A mí me afectó mucho el abandono de mi padre —me sinceré—. Era muy joven y... En ese entonces éramos mejores amigos, algo así como tu madre y tú —le expliqué con una débil sonrisa, para que me entendiera, víctima de los recuerdos. Ella asintió, comprendiéndolo—. Estábamos juntos todo el tiempo, era su compañero de aventuras y le confiaba  mis secretos, errores, mis sueños... —añadí nostálgico. Tal vez por eso me costaba tanto abrirme ante el resto, porque con la única persona que alguna vez me mostré sin máscaras terminó desapareciendo. Supongo que en el fondo, aunque me dolía aceptarlo, no tuve lo necesario para retenerlo—.  Sabes, de joven era muy estúpido —admití para mí.

Es decir, seguía siéndolo, pero en ese entonces mi grado era preocupante. 

—No eras estúpido, Emiliano —debatió molesta por el adjetivo.

Pero no mentí. Era tan ingenuo que imaginaba que todo, para bien o mal, duraría para siempre. Amaba a las personas al grado de dar la vida por ellas, y aprendí de mala manera que no puedes exigir te quieran del mismo modo.  

—Fue difícil para mí aceptar que de repente un día ya no estaba —reconocí, callé de pronto, analizando mi propia historia. Chasqueé la lengua, no servía de nada engañarme a mí mismo—. No, miento, él se había ido hace mucho tiempo... Es decir, su cuerpo seguía ahí, pero aunque nunca quise admitirlo, él ya no estaba con nosotros. Creo que el padre que yo conocía murió en el accidente, quizás murió junto a ese Emiliano —comenté en un murmullo. Tal vez lo amaba tanto que deseó irse con él—. Al regresar la única que estaba ahí era mamá —recordé—, llorando de la felicidad porque había despertado —murmuré. La misma razón por la que yo le reclamaría a Dios muchas noches.

Recordaba a detalle las noches conectado a ese aparato, las palabras del doctor revelándome mi nueva realidad, aún tenía presente el murmullo de los pasillos, el olor a hospital que me revolvía el estómago. Nadie podía hacerse una idea de  todas las veces que quise morirme tras el accidente, de lo mucho que deseé no haber despertado. Sin embargo, siempre hubo alguien que me impidió rendirme, mi madre. Ella no se lo merecía. ¿Cómo podría juzgar a papá si hubiera hecho lo mismo que el hombre que la abandonó en su peor momento? Me necesitaba tanto como yo a ella. A mi madre no solamente le debía la vida, sino el rescate de mi muerte. 

—¿Sabes una cosa? —hablé para mí distraído—. Muchas veces pienso cómo sería su vida si yo no estuviera. Quién sabe, tal vez se hubiera vuelto a casar y ahora tendría otra familia, más libertad, no tendría que preocuparse por mí. Me pregunto si intentando protegerla no la condené... —dije perdido, rememorando todos sus esfuerzos por ayudarme, por sacarme adelante cuando yo me había rendido, cargando con su dolor y con el mío. No me gustaba pensar demasiado en las posibilidad porque tenía la corazonada que ante cualquier comparativa saldría perdiendo.

—¿Emiliano, te cuento un secreto? —La dulce voz de Pao volvió a situarme en la realidad. Quise lanzar algo, pero honestamente no se me ocurría nada. De todos modos, no esperó respuesta porque sabía mejor que nadie que no acertaría, ni siquiera me acercaría—. Yo nunca me voy a la cama sin antes darle gracias a Dios porque sobreviviste a ese accidente —me confesó.

—¿Qué? —susurré aletargado.

—Tú mismo lo has dicho, pudiste morir, pero estás aquí, Emiliano —remarcó sonriéndome con ternura antes de impulsarme para esconder su cabeza en mi pecho. Mantuve las manos al aire, procesándolo—. Con tu madre, conmigo. Y sí, quizás ella hizo muchas cosas por ti, pero te ama y apuesto que volvería a hacerlas sin dudarlo, porque incluso el peor escenario era muchísimo mejor que el de perderte. Yo la entiendo, no sé que haría si algo malo te pasara —murmuró, cerrando los ojos.

—Me quieres mucho, Pao —murmuré para mí. 

—Con todo mi corazón —respondió sin dudarlo, con tal seguridad que lo único que atiné a hacer para mantenerme entero fue envolverla entre mis brazos. Cerré los ojos, apoyando mi mentón en su cabeza, agradeciéndole porque en ese momento escuchar esa honestidad en su voz fue lo único capaz de contrastar ese molesto eco que repetía sin descanso que no era suficiente.

El acelerado ritmo de mi corazón, desorientado por las voces del pasado, se arrulló ante la canción de cuna que resultaba la tranquila respiración de Pao. Encontré refugio en su alma que tras la tormenta me ofreció un lugar junto a ella. Y acostumbrado al frío, pero aún temeroso de morir helado, me aferré al calor de su amor que parecía nunca apagarse.

—A mí nadie me había querido así, ni siquiera los que se supone debían hacerlo —me sinceré cuando reuní el valor de hablar. No deseaba quedara solo para mí—. Sé que tuve la culpa porque me alejé del mundo, pero... Se siente bien que alguien te quiera como si...

—Temiera perderte —terminó por mí alzando la mirada, sonrió—. Eso hago. ¿Qué hay de ti? —me cuestionó tomándome por sorpresa. No entendí el sentido de su pregunta—. ¿Vas a prometer que no me dejarás? Es decir, todo el tiempo hablas de la posibilidad de que yo me marche —expuso—, pero tú no puedes cambiar mi vida, hacer que te quiera como lo hago y un día simplemente rendirte. Nada de pensar en eso nunca más, Emiliano —ordenó con cierto tono de mando que me pareció adorable.

Sonreí enternecido por todo lo que hacía por mí.

—Ya no lo hago —mencioné para que se mantuviera tranquila. Solo me atormentaban cuando algún recuerdo del pasado tocaba a mi puerta. Esa era la razón por la que me alejaba de esos días, no quería volver a caer—. También estoy feliz. Quizás debería empezar a agradecerle a Dios por haberme permitido estar vivo para conocerte —planteé, acomodando un mechón solo para rozar su mejilla—. Ojalá hubiera pensado que algún día te encontraría —mencioné mirándola  a los ojos—, así me hubiera aferrado a que vendría algo mejor, que solo debía seguir luchando. Es verdad eso de que el sol siempre está ahí, aunque no podamos verlo, esperando al día que deje de llover —aseguré, apoyando mi frente contra la suya—. Tú eres mi sol después de la tormenta y llegaste cuando casi había olvidado como era la luz. Gracias, gracias, gracias —repetí sincero, cerrando los ojos. No podía hacerse una idea de lo importante que era para mí.

—No me digas esas cosas si no quieres verme llorar —me pidió conmovida.

Abrí los ojos para encontrarme con su mirada cristalizada y una sonrisa temblando en sus labios.

—¿Y perder la oportunidad de no ser el único dramático en esta relación? No, gracias —bromeé sacándole una risa—. Hasta podríamos formar un club —propuse de buen humor.

Ella afiló su mirada haciéndose la enfadada, pero una sonrisa indiscreta la delató.

—Gracias por confiar en mí, Emiliano.

Tal vez sí podía notarlo.

—No podría contárselo a nadie que no fueras tú —admití—. A mí siempre me ha costado hablar de mis sentimientos, pero contigo, no sé... Eres diferente... —dije. Cuando estaba con ella sentía que ninguna tempestad podía ser lo suficientemente fuerte para acabar conmigo—. Se supone que esta noche sería para recordarte lo orgulloso que estoy de ti, pero terminamos hablando de mis tragedias. Perdóname —le pedí.

—¿Por qué? Convertimos la noche de "estar orgulloso de Pao" a que estemos orgullosos uno del otro —me corrigió compresiva, pasando sus dedos por mi piel para limpiar los rastro de tristeza—. Además, para mí ya es la mejor noche si estás en ella, sobre todo si me miras de esa forma —me acusó contenta, pero adelantando mi humor no me dejó hablar—. Y antes de que salgas con algunas de tus tonterías me refiero a...

—¿Como si estuviera perdido de amor por ti? —la interrumpí honesto. Ella se asombró que por primera vez desechara la oportunidad de jugarle una broma—. Porque lo estoy, mi Pao. Te juro que sí —aseguré. Ni siquiera sabía cómo demostrarle lo mucho que la amaba. Jamás me pasó por la cabeza podría sentir algo tan fuerte por una persona.

—Te creo, pero sabes qué, este día fue muy pesado para los dos, no pensemos más —mencionó cansada. Asentí, yo también necesitaba un descanso—. Tengo un buen plan. Acuéstate —pidió de pronto, logrando soltara una carcajada.

—¿Así de buenas a primera? ¿No vamos ni a calentar? —me burlé haciéndola sonrojar.

Ella me dio un empujón juguetón, castigándome, antes de ponerse de pie para permitirme acomodarme en el amplio sofá. Confieso que no tenía idea de qué planeaba, sin embargo, se me aceleró el corazón al verla quitarse los tacones. Sabía que no tenía intenciones de seducirme, pero no me culpen por emocionarme. Sonreí como un idiota cuando divertida trepó al sillón, pidiéndome perdón por aplastarme en su recorrido que terminó al conseguir hacerse un espacio entre el respaldo y mi cuerpo. Acomodó su falda para cubrirse bien las piernas y reposó aliviada la cabeza en mi pecho, en un abrazo de lo más inocente. Bueno, no era lo que tenía en mente, pero no me quejaba.

—En verdad necesitaba esto —murmuró acurrucándose conmigo. Sonreí, la entendí, no había parado de trabajar desde que amaneció y el esfuerzo estaba haciendo estragos. Mis brazos rodearon su delicada figura, abrazándola. 

—Conozco una manera eficaz de quitar el estrés —murmuré con un toque de picardía. Su risa agitó la tela de mi camisa, rodó los ojos mandándome al diablo, tras amenazarme con tirarme fuera del sofá.

—Eres un tonto, Emiliano.

Reí sin saber cómo defenderme, sobre todo porque Lila ladró apoyándola, luchando por subir al sillón para unirse a nosotros. Tuve que callarme porque mi lugar estaba en riesgo. Lo siento, solo hay espacio para dos, pensé,  y si lo ponía a debate Pao me echaría a mí.

Cerré los ojos disfrutando de la calidez de su cuerpo, de su respiración tranquila y el roce de mis dedos por su brazo al abrazarla. Después de un día caótico, nada venía mejor que su compañía. Todo se reducía a nosotros.

—Emiliano...

Escuché la dulce voz de Pao cuando estaba quedándome dormido, el arrastre de las palabras me dictó ella también estaba a punto de caer rendida. Asentí con torpeza, informándole sí la escuchaba, pero no recibí respuesta. Tras una corta pausa me dispuse a volver a cerrar los ojos, imaginando el sueño le había ganado la partida, pero pronto descubrí mi error.

—Sé que no me crees, pero tienes el corazón más noble y dulce del mundo —me describió, equivocándose—. Estoy segura que con un poco de tiempo todas esas heridas van a sanar —pronosticó optimista.

El silencio se adueñó de esa habitación. No respondí, sintiéndome incapaz de mentirle.

Clavé la mirada en el techo preguntándome si algún día lograría dejar el pasado atrás. Hubiera dado lo que fuera por tener esa certeza, por ser la clase de hombre que perdona sin dudar, pero el dolor acumulado era más fuerte que mis buenas intenciones. El rencor se había convertido en mi principal enemigo, el grillete que me mantenía prisionero. Sabía que no sería libre hasta que rompiera esa cadena, sin embargo, me resistía a lanzarme a una batalla que posiblemente perdería. En el fondo solo quería olvidar esos capítulos, y mi padre era parte de ellos.

¡Hola a todos! Espero les gustara el capítulo, me esforcé mucho para que quedara lo mejor posible. Se vienen capítulos complejos y llenos de sorpresas de ahora en adelante. Drama, drama, drama. Ahora sí, me encantaría leerlos. Tres preguntas: ¿Qué opinan del capítulo? ¿Qué opinan de Emiliano y su padre? ¿Cuál es la última canción que escucharon? Yo como estoy escribiendo el club he escuchado puras canciones tristes, pero me encantaría conocerlos mejor. Los quiero mucho.

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