Capítulo 45

—Por favor, acompáñame —le pedí.

—Otra vez con eso —resopló cerrando con fuerza él refrigerador. Hice una mueca al imaginar fuera mi cabeza—, ya te dije que debo atender la tienda.

—Por un día no pasará nada —alegué—. Esto es más importante, hasta Lila irá —argumenté señalándola. Mamá alzó una ceja mirándola esperando paciente a mi costado, casi pude escucharla decir ¿y ella para qué?—. Para darle ánimos —respondí simple. Estaba seguro que a Pao le alegraría.

—Por Dios, ya pareces acarreador político —me acusó.

Sonreí divertido sin negar el cargo, después de todo me había asegurado que todos los integrantes del club prometieran acudir. No es por presumir, pero lo logré, con excepción de Miriam y Arturo, que con sus hijas recién nacidas no podían salir mucho de casa. Aunque Arturo prometió pasar rápido cuando fuera a comprar cosas para ellas. Una visita corta, ya que no le gustaba dejar mucho tiempo sola a su esposa con las bebés. No sabía por qué si, siendo honesto, estaban más seguras sin él.

—Escucha, no lo hagas por mí —comencé mi otro discurso, sin rendirme—. Piensa en Pao —remarqué conociendo a ella no podía decirle que no. Funcionó, lo noté en su expresión—, en lo dulce que es contigo, en lo mucho que valoraría tu apoyo —enumeré—. Creo que merece la acompañemos después de todo lo que hace por nosotros, ¿no?

Mamá reflexionó en silencio. Adelanté la respuesta.

—Bien, así cambia la cosa —admitió.

Escondí la sonrisa victoriosa antes de recordar algo muy  importante. Ella me miró intrigada al verme rebuscar algo en mis bolsillos. Su expresión pasó de la confusión al horror cuando se lo entregué.

—¿Estás chantajeándome? —se escandalizó.

—¿Qué? —Reí ante su hipótesis, negué aún con una carcajada en los labios. ¿Por que lo haría si podía conseguirlo gratis?—. Es para que compres algo en el evento, lo que sea —le resté importancia—, en realidad es solo para ayudar.

Necesitaban el dinero. Ojalá reunieran suficiente, aunque cuando se habla de dinero nunca lo es, supongo que podía ser considerado un triunfo simplemente cumplier las expectativas.

Mamá no dijo nada, pero no hizo falta, su rostro gritó estaba ahogándose con un sin fin de ideas. El lío fue que, al ser tantas, no entendí una sola. Contemplé la manera en que me estudió, descubrí que intentaba encontrar algo y comencé a ponerme nervioso al notar no daba con él. ¿Qué había dicho mal? Habías tantas opciones.

—O si quieres algo funcional pues mejor —propuse, cambiando de enfoque—. Lila está dispuesta recibir regalos —le recordé. Ella ladró apoyándome. Esa era mi chica, convenenciera igual que yo.

—Ver para creer —murmuró al fin, dejándome igual de confundido.

—¿Eso es un sí? —pregunté para confirmar cuando pasó a mi lado dándome una sutil palmada en el hombro.

—Esa niña te va a convertir en un santo o un loco —pronosticó robándome una descarada sonrisa. Yo apostaba más por la segunda—, y cualquiera de las dos no pienso perdérmela.

Tampoco podía culparme, en aquel sitio repleto de personas moviéndose de un lugar a otro, cualquiera hubiera perdido la cabeza. Mamá pintó una mueca agobiada apenas escuchó el ladrido eufórico de Lila a cada cosa viviente que respiraba. No era una respuesta agresiva, más bien curiosa. No dejaba de mover la cola, olfatear todo (y a todos) y brincar como si estuviera llena de pulgas. A mí me dio mucha risa, pero mi madre pareció a punto de tener una jaqueca.

—Por Dios, este es el lugar perfecto para un infarto —comentó dramatizando. Reí asintiendo cuando me avisó iría por algo de comer buscando despejarse. Así que el lío de hallar a la anfitriona recaía solamente en mí y la pequeña Lila.

Fue una suerte destacará del resto, porque con nuestra capacidad pudimos tardar un par de días, luciendo tan guapa con ese top rosa que enmarcaba su frágil figura y la falda blanca a la altura de su rodilla.

Sonreí admirándola en silencio, completamente idiotizado por su belleza, pero supongo que mi mirada no fue tan discreta y gritó sin palabras, porque justo giró encontrándose conmigo. Su rostro se iluminó apenas me vio y creí me besaría emocionada, por la prisa con la que se acercó, pero me llevé un chasco.

—¡Lila! —la llamó encantada, dejando claro a quién pertenecía su corazón, antes de ponerse de cuclillas para darle amor. ¿Y yo estoy pintado?—. ¿Qué haces aquí? —le preguntó cariñosa.

Carraspeé para llamar su atención. Pao alzó la mirada dándome una sonrisa. 

—Yo la traje, quería darte ánimos—me sinceré. Pao dejó un segundo a Lila, que la siguió sin despegarse de ella—. También vino mi madre —la puse al tanto, la busqué con la mirada, mas pronto me rendí, entre tanta gente me fue imposible hallarla—. Pero fue a comprar comida, la pobre con los animales que tiene en casa ya tiene suficiente —bromeé.

Pero ni siquiera pude reírme, a cambio me bebí su tierna risa cuando se inclinó para besarme. A duras penas logré sostener la correa de Lila perdiéndome en la forma en que su boca acarició la mía. Los labios de Pao eran demasiado cautivadores para prestarle atención al resto del mundo. 

—Gracias por venir, Emiliano —murmuró contenta cuando se separó apenas un poco, mirándome con esos preciosos ojos miel que tanto adoraba. Sonreí, tuve el impulso de volver a besarla, pero me contuve porque ella se me adelantó—. No sabes lo mucho que necesitaba estuvieras aquí —se sinceró nerviosa.

—¿Necesitan un comediante? —lancé de buen humor, haciéndome el tonto.

—Ese puesto está reservado para mí —respondió, torciendo sus labios.

Entendí a lo que se refería. Pao me contó que no solamente se encargaría de mantener el evento en pie, sino de dar un pequeño discurso frente a los asistentes. Y eso la tenía inquieta, la noche anterior, después de reclamarme levemente por ser un traidor, no le bastó una hora al teléfono para exponer la tensión que le provocaba enfrentar a la concurrencia. Claro que no me quejé, la voz de Pao era tan tierna y dulce, que podía escucharla por horas sin cansarme, así recitara las tablas de multiplicar.

—Hey, tranquila, guapa —la animé para que no se angustiara por la presentación—. Estás espectacular.

—También helada —mencionó en complicidad a la par de una risa, entregándome sus manos para que pudiera comprobarlo. Sus dedos estaban fríos—. Hablar en público no es lo mío. Creo que vomitaré el corazón a las personas de la primera fila apenas abra la boca —anticipó.

—Yo lo atrapo —propuse divertido. Ella ladeó el rostro, afilando su divina mirada, sin encontrar la gracia—. Si te sirve, puedes mirarme mientras hablas —planteé una opción. Quizás se sentiría más en confianza—, aunque posiblemente te distraigas con mi increíble atractivo —medité otro punto.

—Dios, necesito esa modestia —murmuró elevando la mirada al cielo.

Su risa quedó en un mal intento, sus nervios estaban haciendo estragos en su optimismo. Negué con una sonrisa antes de sorprenderla tomándola cuidadoso del mentón para que su mirada no huyera. 

—Respira, todo irá bien —le aseguré. Ella no lució convencida—. Piensa que incluso aunque no fueras capaz de decir una sola palabra, tu lengua se atorara o tu cerebro explotara —planteé catastróficas posibilidades. Pao me miró aterrada, sin comprender de qué servía recordárselo—. Esto es lo que vale —señalé con la cabeza lo que nos rodeaba, situándola en el presente, que es lo que vale—. Y eso está hecho, mi Pao. Lo hiciste tú —remarqué—. Nada va a cambiarlo.

—Definitivamente necesitaba estuvieras aquí —suspiró antes de sonreír con toda esa ternura que solo ella podía dar. Cerré los ojos sintiendo el roce de su pequeña nariz contra la mía, respiré su cálido aliento cuando estuvo a punto de besarme, de no ser porque alguien lo arruinó.

—Pao —la llamó.

Ella torció sus labios antes de darme una sonrisa incómoda. Yo en cambio hice un esfuerzo por darle una sonrisa al fastidioso de Alan esperando por su atención. Esta vez me comportaría.

—Ren está buscando adoptar y quiere que tú la ayudes con el proceso —le contó, señalando a la morena alta, de cabello rizado hasta los hombros que lo acompañaba.

Las palabras mágicas. Entonces el mal humor desapareció y a Pao se le iluminó el rostro. Pude percibir su genuina emoción al saber uno de los animales del refugio encontraría un hogar. Creo que ni los que venden por comisiones ponían tanta pasión en su vocación.

—Estaré encantada —declaró ilusionada, sin poder disimular su sonrisa—. Muchas gracias por darles una oportunidad. Te juro que no te vas a arrepentir —remarcó contenta—. ¿Tienes algo en mente?

—Todo menos peces —respondió sin dudas. Al menos parecía divertida.

—Entonces estamos de suerte, tenemos muchas opciones —se alegró—. ¿Animal favorito? El que sea, simple curiosidad —curioseó para tomar confianza.

—Tiburones —respondió de pronto, acomodándose los lentes que resbalaban por su nariz.

—Bien, las opciones acaban de disminuir —aceptó, sin perder el optimismo.

—Y le gustan los libros, como a ti Pao —le informó. Posiblemente Pao se desmayaría de la alegría—, así que pueden comparar chicos de novelas —propuso. Increíble. Apuesto que él sería el personaje ignorado desde la página uno, en verdad necesitaba leer eso. 

Esa idea pareció entusiasmarla más. Me dio un sutil vistazo para avisarme que estaría ocupada. Asentí, deseándole suerte.

—Espera, ¿esa es Lila? —nos cortó la inspiración Alan, sorprendido, al notar a la pequeña perrita que estaba jugando con la chica.

La respuesta sobró. Lila lo reconoció enseguida y enloqueció, intentó treparlo para que le diera cariños, como si no conociera las muestras de afecto cuando me pasé el camino sobándole la cabeza. Claro que había olvidado que Alan estuvo en su rescate, eso explicaba porque lucía tan emocionada. Eso y que era una traidora que me dio la espalda a la primera. Pero eso no era nuevo, ni siquiera podía contar las veces que estuvo a punto de abandonarme para huir con el señor de los elotes. 

—Vaya, está enorme —opinó acariciándola. Eso debió ser sarcasmo. Lila seguro era cruza de un chihuahua o perro salchicha porque era tan pequeña que cabía en una caja—, y se ve muy bien. Apenas la reconocí.

Y por primera vez sonó como un comentario amable hacia mi persona.

—¿Verdad que sí? —repitió Pao contenta agachándose para acariciar sus orejas—. Está muy feliz y se nota. Emiliano está haciendo un excelente trabajo —comentó orgullosa, sonriéndome.

Yo le correspondí, incluso cuando me incomodó un poco que Alan la tomara del brazo para ayudarla a ponerse de pie, no porque la tocase, sino porque Pao ni siquiera se lo había pedido, era como si él buscara cualquier oportunidad de poner sus manos encima de ella. Me pregunté si yo actuaría del mismo modo sin darme cuenta. De todos me despedí con un ademán y una sonrisa antes de suspirar aliviado. Al menos sobreviví al primer tiempo sin meter la pata.

—Oh, no, no —frené a Lila cuando dio indicios de querer seguirlos—. Pao está ocupada —le expliqué, aunque no pudiera entenderme—. Hay que dejarla trabajar. Sí, con el friendzonado de Alan. Lo conoces muy bien —murmuré alegre, hablando conmigo mismo—. Pero ya no debemos preocuparnos, porque ella nos quieres mucho más a nosotros dos —le dije contento.

Sonreí envuelto en mi mundo, pero la alegría fue sustituida por el horror cuando un inesperado ladrido directo a mi oído casi me provocó un maldito infarto. Con el corazón desbocado, busqué al culpable de ese intento de homicidio y lo que hallé fue tan extraño, como el hecho mismo, que imaginé posiblemente estuviera en coma en una realidad paralela.

—¿Ya viste mi perrito?

Esa fue la pregunta que lanzó Hectorín antes de que pudiera reclamarle, con tal inocencia que cualquiera hubiera creído no se había dado cuenta de lo que había hecho. Sí, como no, casi matas a alguien y ni te enteras.

—¿Qué haces aquí? —lo interrogué.

—Vine con mis tíos —resolvió simple. Pues sí, tenía lógica—. ¿Ya viste mi perrito, Emi? —repitió centrándose en lo que él creía más importante. ¿Emi?, pregunté extrañado. ¿Desde cuándo éramos tan amigos?

De todos modos no pude contestar que "solo un ciego no lo haría" porque casi me lo puso en la cara, para que lo examinara a detalle. Era un perro de blanco pelaje que dio la impresión no podía mantener la lengua adentro. Lo único peculiar que encontré fue en su mirada. Alrededor de su único ojo, saltón y vivaz, tenía una graciosa mancha café y negra.

—Mi tío convenció a mi mami para que me diera permiso de tener uno y Pao me ayudó a adoptarlo —me contó su aventura al no recibir respuesta de mi parte. 

Asentí sin escucharlo, pero el ladrido de Lila me obligó a despabilarme. Esa pequeña era una buscapleitos. Hectorín de todos modos pensó que estaba jugando y analizándola bien creo que no estaba tan equivocado.

—Creo que quieren ser amigos —celebró optimista.

Estuve a punto de decirle que la mejor manera de ganarse el corazón de Lila era darle de comer, pero lo olvidé cuando contemplé a Alba y Álvaro acercarse, junto a Nico que estaba devorando una manzana.

—Vinieron —los saludé, fingiendo sorprenderme. Alba me respondió ladeando el rostro, agitando algunos mechones de su cabello sin darse cuenta.

—Después de doscientos mensajes —protestó la pelirroja, recordándomelo, aunque no pareció enfadada. Sí, supongo que eso ayudó—, aunque te confieso que pensábamos hacerlo de igual manera, pero es divertido verte pidiéndonoslo —admitió maliciosa.

—No le hagas caso, está feliz —la justificó su esposo.

Entonces la sorpresa sí que fue genuina, no me lo esperaba. Alba feliz. ¿Qué seguía? 

—¿Mataste a alguien? —dudé incrédulo, parecía esa clases de cosas que harían su día.

Ella afiló su turquesa mirada, gritando sin palabras que ganas no le faltaban.

—No, pero tú pareces un buen candidato.

—En realidad, está feliz porque le agrada la idea de que el señor Casquitos consiguiera un compañero —nos salvó Álvaro, señalando con la cabeza a Hectorín. No entendí qué tendría de divertido, hasta que entendí hablaba del perro.

Alba escondió una sonrisa, que pude leer sin líos. Ahora ya tenía quien se vengara en su nombre.

—Al final sí está relacionado con la tortura —noté, robándole otro sonrisa culpable a la pelirroja. No lo negó, ¿para qué? 

—¿Dónde está Pao? —nos interrumpió Hectorín, encargando su paquete a Nico que acabada su manzana se dedicó a acariciarle la cabeza como si estuviera en medio de un tratamiento capilar—. Prometió que me ayudaría con un nombre —me contó.

—Está ocupada.

—Pero no puede estar sin nombre —alegó con urgencia, como si fuera de vida o muerte.

—Álvaro, tu sobrino tiene una obsesión con mi novia —expuse. Estaba claro que su comportamiento no era normal.

—¿En serio estás celoso de un niño? —se burló Alba, que parecía encontrar maravilloso reírse de mí.

—Claro que no —respondí sin pensarlo—. Ya pasé por esa etapa.

—Te recomienda sigas por ese camino —comentó con una mueca—. Los celos no tienen sentido la mayoría de las veces y dan muchos problemas —me recordó. Asentí, tenía razón—. Por eso no soy celosa —mintió.

Se hizo un silencio incómodo al no reconocer si era sarcasmo. Hasta Álvaro que la escuchaba atento, tosió intentando disimular una sonrisa, pero yo sí solté la carcajada sin contenerme.

—¿De qué te ríes? —me reclamó, endureciendo sus facciones.

Pude explicárselo, pero estaba más ocupado intentando respirar. Alba no era celosa, ¿qué seguía? ¿yo presidente de México? Debo reconocer que me encantaba su humor. Alba se cruzó de brazos y golpeó impaciente su pie contra el suelo, esperando terminara, pero me fue difícil.

Su buena voluntad acabó, tuve la impresión que quiso golpearme para callarme, pero nunca lo sabré con certeza, porque me salvó la campana. O mejor dicho, mi madre.

Confieso que escondí una sonrisa porque me pareció graciosa su expresión asombrada al encontrarme acompañado, pasó la mirada de uno a otro y casi pude escucharla preguntarme cómo logré conseguir amigos, o enemigos, tan rápido.

—Quieren adoptarme, pero ya les dije que no estoy disponible —declaré tajante, ganándome una mirada de reproche.

Por suerte, pronto dejé de importarle más asombrada por el gesto de Álvaro al ofrecerle su mano a la par le regaló una sonrisa amable.

—Álvaro Navarro y mi esposa, Alba Guerra —se presentó dando clases de educación—. Esto son Nico y Héctor. Somos amigos —le explicó señalándonos, para que no imaginara eran parte de la policía y venían a detenerme. Asintió despacio, pero aún quedaban rastros de confusión—. Quizás ha escuchado del Club de los cobardes —añadió para disipar las dudas.

—Oh, sí, lo tengo muy presente —admitió dándome un vistazo. A este paso poco le faltaría para hacerse su propia cuenta—. Emiliano habla tantas cosas de ustedes que llegué a creer se trataba de un grupo de locos sin remedio, que se la pasaban metidos en líos o en la comisaría. Me alegra saber me equivoqué —opinó aliviada.

Silencio incómodo.

—Sí. Por suerte, unos cumplen solo con algunas de las condiciones —especificó Alba, en un mal intento por tranquilizarla—.Y al resto nos acaba de describir —resumió sonriendo antes afilar la mirada a mi espalda. No entendí exactamente a qué se refería, pero no fueron necesarias explicaciones, bastó con oír la música que escapaba del celular guardado en el bolsillo de la mujer que apareció de la nada bailando.

Lila ladró brincando como loca alrededor de Tía Rosy que venía acompañada de una chica que jamás había visto en mi vida que, por la llama sacando la lengua impresa al centro de su vestido rosa, asumí debía gustarle la fiesta tanto como a la mayor, o quizás en un descuido Tía Rosy se convirtió en una extravagante diseñadora.

 —Esto parece piñata —nos saludó contenta sacudiendo sus hombros—. ¿Quién será esa nenita bonita que esta por ahí?  —canturreó señalando animada a Alba. Ella se cubrió avergonzada la cara al ver como despertaba la atención de la gente alrededor. Todo lo contrario a Nico que se movía de un lado a otro con el perrito de Hectorín entre sus brazos.

Sepa la bola —le hizo el coro su acompañante que meciendo su cabeza en la que se asomaba un recogido alto me dio la impresión parecía un pequeño unicornio.

¿Estará acompañada? ¿Solita ella vendrá? —continuó zapateando esta vez dirigiéndose a Lila que no dejaba de moverse. Mi madre me miró asustada, pero se preocupó más cuando me halló aplaudiendo porque eso solo significaba una cosa: era normal.

Sepa la bola —repitió la chica ahora acompañado de Hectorín. 

Tú crees que si saco al nene, ¿quiera bailar? —preguntó al aire apuntándome. Solté una auténtica carcajada, esa mujer estaba loca, por eso me caía tan bien—.Y lo saque a bailaaaar y me dijo así... —cantó a todo pulmón. Y con la adrenalina a tope quiso halar a Álvaro, pero este fue más rápido y dio un paso atrás antes de que lo empujara a su locura, matando la magia.

—No, gracias, señora —declaró sin dudarlo.

—Uy —se quejó, pero pronto recuperó el buen humor. —Está buena la fiesta a la que me invitaste, mi moreno —me agradeció. Esperé no lo repitiera demasiado en voz alta o me lincharían—. ¿Y este niño no tiene mamá o por qué siempre anda con ustedes? —preguntó reparando en Hectorín a la que la chica le apretaba los cachetes. Tuve que contener mis ganas de sacar mi cámara y tomarle una fotografía a su cara porque cuando sonreía, entre sus manos, sus mejillas parecían masa de tamal. Ellos se miraron entre sí, supongo que ninguno quiso aceptar que él se invitaba solo—. ¿O andan adoptando a cualquiera que le guste el baile como yo? —se burló—. Lo bueno de estos eventos es que uno siempre encuentra gente buena onda —destacó alzando ambos dedos a su acompañante y Hectorín, que la imitaron.

—Usted siempre halla gente que le haga la segunda —le recordó Alba.

—Tienes razón —aceptó de buen humor—. Y eso que apenas estamos calentando porque dicen que viene lo mejor —añadió haciéndose ideas equivocadas.

Hice un esfuerzo por no arruinarlo diciéndole la verdad. A mí me resultaba beneficioso que pensaran después saldría Pesado para que no se marcharan, al menos hasta que saliera la persona que a mí me interesaba. Ese fugaz pensamiento fue un recordatorio.

—Sí, será mejor que vaya buscando mi lugar —apunté. Necesitaba la mejor vista disponible. Tuve la impresión que mamá quiso acompañarme, pero Tía Rosy la acaparó. Su mirada gritó, pero no entendí, pudo decirme que la salvara o que me pusiera un suéter. Nunca entendía el lenguaje de las madres. Las indirectas no eran mi fuerte.

En realidad, muchas cosas escapaban de mis manos, por eso decidí evitar contratiempos y me aseguré de poder mirar a Pao cuando llegara el momento de su discurso. Le prometí estaría con ella, no pensaba fallarle aunque me costara un poco dar con un espacio libre a un costado, para no interferir en el paso de las personas. El pequeño patio estaba ocupado en su totalidad por las mesas exponiendo las cosas a la venta o las fichas de los animales, apenas había una esquina libre con una decena de sillas.

Para ser honesto la gente a mi alrededor encontró ese sitio perfecto para descansar un rato. El único conocido, además de Lila que me acompañaba, se sentó de golpe en la silla a mi lado. No fue necesario un segundo vistazo para reconocer de quién se trataba, el enorme hermano de Pao era inconfundible, al igual que esa sonrisa soncarrona que lo caracterizaba.

—¿Qué pasó, hermano? ¿Buscando la mejor vista? La verdad es que Pao ha dicho tantas veces que va a hacer el ridículo que espero no me falle porque no preparé la cámara para nada —expuso mostrándome su celular—. Veo que tú tampoco te lo quieres a perder —me acusó de buen humor.

—Sí, por si las dudas decidí cargar con todo y silla —lancé divertido. 

—Estás bien zafado, sabrá Dios cómo convenciste a Pao de andar contigo. —Yo muchas veces me hacía la misma pregunta—. Siempre creí que con mi hermana solo habría dos opciones: quedarse soltera hasta los setenta años y luego conseguirse uno de veinte que pudiera mantener gracias a las ganancias de sus libros, o escoger uno de esos que usan corbatín y llevan flores a la casa.

—Pues la idea de que me mantenga no me molesta —bromeé robándole una risa.

—Y no le tienes miedo a nada —reconoció—. Si mi papá te escuchaba, fácil te mata —se burló, borrando la alegría de golpe.

—¿También vino? —pregunté sin mucho ánimos. No lo había visto, pero pensándolo mejor tenía lógica. 

—Vinimos todos, solo porque no había más espacio, sino hasta la abuela hubiera entrado —apuntó sin perder la gracia—. Así que corriste con suerte.

—¿Me odiaría? —curioseé. Suficiente tenía con su padre para lidiar con todo el árbol genealógico. 

—¿Cuántas veces has estado en prisión? —me cuestionó.

—¿Hablas de una visita de una noche o unas vacaciones? —dudé.

—Vacaciones y de las largas —especificó.

—Ninguna.

—Te hubiera casado con Pao a los dos minutos —concluyó—. Le encantan esas cosas, andar matrimoniando gente, divorciándola, exigirnos hijos y, como conmigo ya se rindió ha puesto todas sus esperanzas en Pao. Pero yo que tú ni me preocupaba, siempre le digo que si tantas ganas tiene de casarse puede hacerlo ella —contó orgulloso. Vaya, ¿cómo es que seguía vivo?—. Aún está en condiciones —remarcó—. Nada más le falta un novio, ¿no conocerás a alguien?

Lila ladró cuando unas personas se acercaron para prepararse.  La respuesta llegó sola.

—¿Alan?

Aaron rompió a reír dándome un leve empujón.

—Eres un cabrón, por eso me caes bien.

En realidad a mí también me agradaba, así que agradecí su charla que ayudó, no solo a soportar la espera, sino la intervención de Alan. ¿Alguna vez han sentido cierto rechazo por personas que no tienen nada de malo?  Era víctima de ese mal. Es decir, su introducción fue concisa y, siendo honesto, parecía realmente entregado al refugio, pero no lograba verlo como alguien agradable. Supongo que se trataba de un sentimiento irracional que incluso con mi mejor voluntad no podía controlar.

Tan irracional como los nervios que consumían a mi Pao, tamborileando su tacón mientras sus ojos miel repasaba las líneas en una pequeña hoja que cada tanto escondía a su espalda, como si se probara haberlo memorizado, antes de volver a estudiarlo al borde del pánico. Sonreí ante su infantil preocupación. Contemplé su lucha por respirar y prestar atención a Aurora que en su discurso optó por algo más tradicional, exigirnos comprar algo si no queríamos perder puntos para ir al cielo.

Pao alzó una ceja confundida ante su estrategia, quizás deseó intervenir, pero no le dio tiempo cuando despertó Aurora dio un paso atrás y le dio un empujón al frente con tanta fuerza que por poco acabó en los primeros asientos. Su hermano soltó una carcajada al notar el discreto reclamo a su amiga que fue respondido con un par de pulgares arriba.

Pao volvió la vista al frente y lo que encontró la hizo palidecer. Abrió la boca, la cerró, respiró hondo y revisó su apunte, todo en el mismo segundo. Titubeante volvió a alzar su mirada buscando algo entre la multitud hasta que se encontró conmigo. Le di una sonrisa, deseando decirle sin palabras que todo iría bien, incluso cuando resultara un fracaso yo me quedaría a su lado. El tiempo pareció hacer una pausa entre los dos, pero la magia terminó por un estruendo chiflido que la hizo pegar un respingo, devolviéndola a la realidad. Supe enseguida de quién se trata.

—¡Tú puedes, chiquilla! —vociferó Tía Rosy al fondo.

Pao soltó una risita nerviosa, respiró hondo aceptando que había llegado el momento y elevó su voz para hacerse oír sobre los murmullos. 

—Bueno, en realidad anoche hice un discurso que me pareció digno de un premio —nos contó con una mueca divertida, enredando sus dedos—, pero hace un momento lo releí y descubrí que es un desastre, así que solo rescataré lo más importante. Muchas gracias —mencionó pasando su mirada de punta a punta—. Gracias a todas las personas que decidieron venir, invitaron a sus amigos, tuvieron el detalle de cooperar o aportar de alguna manera al refugio, no saben lo valioso que es su apoyo —remarcó, disimulando como se entrecortaba su voz—. Ojalá pudieran hacerse una idea de la diferencia que marca un pequeño paso en la vida de estos animalitos. He visto cosas muy crueles en estos años, abandono, muertes que pese a nuestros intentos no hemos podido evitar, sufrimiento para seres inocentes. Sin embargo, también he presenciado cosas hermosas que me hacen sentir afortunada. Nunca lograré describir la esperanza que regala saber  que uno de ellos, después de tanto dolor, podrá disfrutar de un nuevo comienzo. Eso es gracias a ustedes.

»Hace un tiempo hice una pequeña promesa y pienso cumplirla —confesó escondiendo una sonrisita nerviosa antes de mostrarnos el papel entre sus manos—. Quiero hacer una mención especial a un grupo de personas que han ayudado a que el refugio siga funcionando día a día y están aquí presentes. Será rápido, lo prometo —aseguró—.  Gracias a Leslie, Caro, Kassy, Lala, Mel, Perlita, Micaela, Janne, Lola, Male, Mine, Ann, Anyela, Cañón, Delia, Titi, Herena, Angela, Emanuel, Gru, Katty, Sharon, Scarlett, Pamela, Stacy, Sol, Fancy, Sadiel, Mora, Vanesa, Laly, Viri, Vianny, Lucero, Anahí, Ira, Emmy, Katomi y tenemos a Paula y a Pao, ninguna soy yo —aclaró risueña ante la coincidencia—. Gracias, gracias, gracias —repitió. Pude notar, en la agitación de la hoja, que la adrenalina estaba haciendo estragos en su interior—. Gracias porque sin ustedes no sé qué sería de este lugar.

»Pero sobre todo, gracias a las personas que adoptan, que le dan una segunda oportunidad a un ser que está dispuesto a entregarles todo el amor que tiene, sin condiciones. Para muchos eso podría significar nada, pero les aseguro que para cada uno de ellos es el paso definitivo entre su pasado y la vida que merecen. Todos los seres vivos deberían ser tratado con respeto, cariño y cuidado. Recuerden que si está en nuestras manos poder transformar la historia de alguien para bien, no debemos negarnos a la posibilidad —manifestó segura, contrastando con la vibración de su voz—. Gracias a todos los que dicen , que llenan su hogar de luz abriéndole la puerta a un nuevo integrante, uno que nunca olvidará lo que hicieron, que los recompensará día a día porque no hay amor más puro que el se mezcla con gratitud. Ellos no pueden decirlo con palabras, pero no hace falta, sus acciones se los recordarán. Sin embrago, por si alguien lo necesitara: gracias, de corazón muchas gracias —declaró sonriendo con esa pureza que encantaba, abrazando la hoja a su pecho.

Esa era mi Pao.

Casi dejé las manos ahí mismo cuando me uní a los aplausos. Me escocieron las palmas, pero no importó, porque ni siquiera así hice justicia al orgullo que sentía. Una vez leí que para enamorarnos la admiración es un factor importante y supongo que tenían cierta razón porque los latidos de mi corazón, junto a mi sonrisa idiota, gritaba era el fan número uno de esa chica.

Tampoco pueden culparme. Ni siquiera podía creer mi suerte. Hace unos años pensé que nadie podría verme como un hombre y ahora estaba saliendo con una chica que no solamente era preciosa por fuera, sino inteligente y de profunda convicción. ¿A quién debía agradecer el giro inesperado?

Acabado el discurso, poco a poco la gente se retiró para volver a lo suyo y Pao abandonó un instante a sus amigos para recibir el fuerte abrazo de sus padres, que no necesitaron palabras para dejar claro estaban orgullosos de ella. Admiré la auténtica sonrisa que compartieron, el brillo en sus miradas. Pao estaba tan contenta que ni siquiera reprimió un gritito cuando Aaron la sorprendió levantándolo del suelo en un abrazo.

—¡Esa es mi pulguita! —la felicitó zarandeándola en el aire.

Ella le dio un golpe juguetón en el hombro cuando sus pies volvieron a tocar tierra antes de buscarme, aún con la risa rozando sus labios. Sonreí como un auténtico imbécil. Quise decirle algo, aunque no recuerdo qué, seguro una tontería, pero ella se me adelantó, dejó las palabras para después, inclinándose para abrazarme. Era un abrazo diferente, cargado de sentimientos, percibí el ritmo de su corazón acelerado y casi oí estaba pidiéndome un poco de calma después de la tempestad.

—Estuviste increíble —dije a su oído acariciando su espalda—. Creo que te pediré un autógrafo —declaré divertido. Pao soltó una risa que se perdió en un traicionero sollozo. Pese a que intentó disimularlo, yo sabía lo difícil que era para ella enfrentarse al público, mostrarse tal cual al resto.

Se apartó un poco para mirarme con sus ojos vidriosos y una sonrisa temblando en sus labios. Contemplé el huracán de emociones en su mirada. Tuve el impulso de besarla, casi pude percibir su deseo porque lo hiciera, pero me contuve porque estaba claro sus padres tenían su atención fija en nosotros. De todos modos, acaricié su mejilla con mi pulgar. 

—Te dije que todo iría bien, pero me equivoqué, porque te superaste, guapa—confesé admirado. Ella me regaló una sonrisa tímida que me pareció preciosa—. Y Lila está de acuerdo conmigo, ella no miente —alegué cuando con un ladrido le pidió su atención.

Pao limpió su cara discretamente antes de darle amor, necesitando de su inocente calidez mientras yo las contemplaba con una sonrisa. Siempre supe que Pao era una chica valiente, ¿qué podría necesitar más entereza que mantenerse fiel a su esencia en un mundo que parece orillarnos a cumplir con un patrón? Sin embargo, no era el valor, sino la razón lo que despertaba mi admiración. Pao no dudaba en enfrentar sus miedos cuando sentía era lo correcto.

Esa tarde no solo me sorprendió por lo que otros vieron, sino por lo que el resto ignoró. Pao se entregó por completo a su proyecto, trabajó por horas sin perder la sonrisa, con el firme propósito de lograr su objetivo. Lo que me resultaba más admirable era que ni siquiera buscaba un beneficio propio. Yo hubiera abandonado todo después de dos horas, pero ella no se quejó una sola vez. Dio tanto de sí misma, le puso tanto amor y esfuerzo a cada una de sus acciones, desde llenar una solicitud hasta repartir boletos, que encontré natural su cansancio cuando pasada la avalancha se dio permiso de respirar.

—Estoy muerta —suspiró echándose a una silla.

Hace un rato se habían marchado la gente, así que solo estaban guardando las cosas antes de cerrar. Yo me había quedado para ayudarle con pequeñas cosas. También aproveché ella estaría ocupada, y el club presente, para pedirles un favor que debía mantener en secreto.

—Quería hacerte un monumento, genial, ahora ya no tengo que esperar —tiré mitad broma. Ella me dio una débil sonrisa—. Lo digo de verdad, mi Pao, estuviste grandiosa —destaqué para que entendiera hablaba en serio, haciéndola sonrojar—. Pensé que Lila era el ser con más energía, pero hasta ella ya se quedó se dormida. —La señalé hecha un ovillo a mi lado.

—No sabes como la envidio ahora —confesó con un mohín. Reí antes de extender mi mano para cobijar la suya halándola suavemente, invitándola a sentarse en mis piernas. Pao escondió una tierna sonrisa antes de levantarse. Su cabello me hizo cosquillas cuando escondió el rostro en mi pecho.

—¿Sabes que estaría bien ahora? —le pregunté acariciándole el cabello. Percibí su leve negación—. Deberíamos festejar tu hazaña. Qué te parece una noche con tu comida favorita, música...

—¿Me preparaste una fiesta? —celebró alzando ilusionada la mirada, confundiéndose. Pinté una mueca al darme cuenta lo había estropeado. Genial, así no sonaba tan bien. 

—No... —acepté, decepcionándola—, pero podría improvisar alguna —resolví robándole una sonrisa comprensiva—. Ordenar algo de comer, hacer lo que tú quieras, o andar por ahí. Podríamos invitar al club, pero ya se fueron y Tía Rosy secuestró a mi madre —le conté.

—¿En serio? —cuestionó extrañada, dejando escapar una risa al imaginar una dupla tan poco convencional.

—Sí, se la llevó junto a la chica de la llama, a quién sabe dónde. Me pidió ayuda con una mirada, seguro para que inventara que teníamos un compromiso de vida o muerte, pero fingí no entenderla —confesé divertido al recordarlo.

—Eres malvado, Emiliano —me acusó contenta, golpeando mi hombro.

—Pero me lo agradecerá, le hace falta salir un poco y con ella la diversión está asegurada —expuse. Pao tuvo que darme la razón—. Siempre está en casa, necesita tiempo para ella, no sé, a veces se lo digo, pero no parece tener mucho interés —murmuré. Después del accidente mi madre prácticamente se olvidó de sí misma, se concentró en ser lo que otros necesitaban.

Pao acunó mi rostro entre sus manos, sacándome de mis pensamientos, al percibir ese tema me preocupaba. Me dio una sonrisa que parecía recordarme no servía de nada tropezar con el ayer. No en un día como ese.

—Seguro se la pasa bien, Emiliano —me animó optimista para que pensara que era un avance. Asentí, en una de esas hasta terminaba en la cárcel, con eso de que Tía Rosy parecía ganar una comisión cada que llevaba a alguien a prisión.

—Y por otro lado, tenemos la casa sola para nosotros dos —noté divertido otro punto a favor, solo para hacerla sonrojar.

—Estás loco, Emiliano —me acusó dándome un empujón juguetón—. Tú nunca pierdes oportunidad para decir tonterías —añadió. Era cierto. Sonreí sin disimulo antes de inclinarme para enterrar el rostro en su cuello. Pao arrugó la nariz, dejando escapar una risa adorable por la cercanía.

—Bueno, ¿qué me dices, guapa? —le pregunté de buen humor.

Ella torció sus labios, fingiendo pensarlo solo para castigarme antes de alzar la mirada.

—Me gusta el plan de hacer lo que yo quiera, así que está bien —aceptó contenta.

Le di una sonrisa para cerrar el trato antes de buscar su boca, había deseado besarla durante todo el día y no soportaba más la distancia. Ella enredó sus brazos alrededor de mi cuello, dándome permiso de perderme en el sabor de sus cálidos labios. Disfruté de sus dulces besos y las sonrisas que se colaban entre ellos.

—Estoy muy orgulloso de ti —le repetí mirándola a los ojos al apartarme. Ella tímida quiso rehuir de mis ojos, pero la tomé del mentón—. Nunca olvides que aquí tienes a tu admirador número uno —lancé, arrebatándole una sonrisa—. Ya sabes que voy a apoyar cada una de tus planes, sin importar que tan locos sean.

—Quererte es el más loco de todos —admitió. Sonreí agradeciéndole por tomar esa descabellada decisión que hacía mis días mejores.

Pao se apartó apenas un instante, avisándome iría por sus cosas antes de marcharnos. Tras despedirnos de sus compañeros y subir a un taxi, pasé el camino entero junto a Lila que deseaba saltar por la ventana y mi dulce Pao cabeceando sobre mi hombro. Y aunque no se trató de nada extraordinario, me pareció una buena vida. Ya saben, esa clase de cosas sencillas que dejan de serlo cuando alguien especial entra en escena. Estaba tan enamorado de esa chica, me sentía tan afortunado porque me dejara ser testigo de sus triunfos, que estaba completamente seguro no existía nada en el mundo que podía arruinar ese momento.

Ni siquiera era capaz de imaginar qué podría ser tan poderoso para hacerle batalla a su compañía. Pao había iluminado mi vida al grado que casi me había hecho olvidar la existencia de las tempestades. Un error, nunca debí pasar por alto que incluso un cielo soleado puede llorar. En ese nuevo comienzo solo existía una persona capaz de echar todo abajo. No hablaba únicamente de esa noche, que pintaba para ser perfecta, sino de mi vida entera. Y veía tan alejado de mí esa posibilidad, que ni siquiera me pasó por la cabeza que hallaría una de mis pesadillas hecha realidad al volver a casa, esperándome para darle el golpe final a los pedazos que hace años dejó atrás.


El meme de Quico me representa.

La historia llegó al punto que quería llegar desde que empezamos la segunda parte ♥️. Se viene mucho drama, lágrimas y amor, así que no se pierdan el próximo capítulo, ni los que le siguen ♥️😱. Ahora sí, tres preguntas:
¿Les gustó el capítulo? ¿Qué creen que suceda? Si pudieran pasar una tarde con un integrante del club, ¿cuál sería y por qué? Saben que amo y leo todos sus comentarios ♥️. Gracias de corazón por todo su cariño. ¡Nos vemos el próximo sábado!

P.D. ¿Notaron la sorpresa? Todas las personas que escribieron su nombre en el capítulo 39 aparecieron aquí ♥️. También dos de las ganadoras del sorteo, solo falta una de ellas y será pronto. Espero les gustara ♥️. Saben que los quiero mucho y valoro de corazón todo su apoyo. Si tú no pudiste anotarte esa vez, pero sueles leer todos los capítulos y comentar (sé muy bien quienes son♥️) pueden colocar su nombre aquí, siempre hay sorpresas ♥️.

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