Capítulo 44 (Parte 2)
Una vez mi madre me dijo que lo más complicado de equivocarse, además de asumir las consecuencias, era pedir perdón. Esa noche tuve que enfrentarme a las dos.
Siendo completamente honesto lo que más me pesó era haberle arruinado la noche de Pao. En otras palabras, estaba bastante cómodo con la idea de ser un idiota, lo había aceptado hace años, excepto cuando eso implicaba hacerle daño a ella. Bueno, supongo que a todo el mundo, pero podía poner el resto a debate.
Así que siendo consciente de mi error, sin querer dejar pasar más tiempo cuando tenía claro los pasos, me propuse arreglarlo. No fue fácil, pedir perdón nunca fue mi fuerte, odiaba esa cara de decepción con el que viene acompañado, pero respiré hondo, me armé de valor y pasado un rato, con el eco de una porra motivacional de Aurora que se quedó bailando en la sala, me decidí a buscarla.
Ya no me importaban Alan, ni las bombas de chocolate, ni el refugio, solo quería que Pao dejara de estar molesta conmigo.
Toqué despacio, pero nadie contestó. Sabía que Pao estaba ahí y también que ella conocía quién estaba del otro lado. No quería verme, pero yo tampoco quería rendirme. Ambos éramos testarudos. Así que empujé despacio la puerta asomándome por una rendija para revisar no estuviera ocupada en otra cosa o dormida. La encontré llenando los talonarios, casi a oscuras, solo iluminada con la tenue luz que escapaba de su lámpara en el taburete.
El sonido despertó su atención, alzó la mirada para encontrarse un segundo con la mía, pero al notarme volvió a lo suyo alzando el mentón, fingiendo le daba lo mismo. Sí, seguía enojada.
Pasé saliva nervioso, en mi casa solían decir que no había nada peor que una mujer molesta. Sobre todo una como Pao, que era la chica más dulce del mundo cuando la tratabas con afecto, pero enojada parecía tener deseos de matarte.
—¿Qué pasa? ¿Vienes a revisar no esté con nadie más en la habitación? —escupió, por si hacía falta confirmar. Muy enojada—. Lamento decepcionarte, pero no —añadió sin verme a la cara—. De todos modos, si quieres puedes revisar.
—En realidad, venía a decirte dos cosas... —murmuré acercándome cuidadoso. No me miró, siguió atenta a sus letras—. La primera es que vuelvas a la sala —le pedí, me estaba matando la culpa por verla triste—. Esta es tu casa Pao, no es justo tú estés aquí encerrada. En todo caso, puedo irme yo para que estés más cómoda —propuse.
Pao siguió en lo suyo sin oponerse. Casi la pude escuchar decir "bien por ti, te me cuidas". Lo acepté, tampoco esperaba otra respuesta, ni que me pidiera no lo hiciera. Respiré hondo, aún faltaba lo más difícil.
—Y... También quería pedirte un disculpa —agregué sincero. Detuvo la pluma sobre el papel un segundo, pero se recompuso enseguida, dejando claro no le afectaba—. No debí decir algo así...
Pero esa aclaración era muy ambigua para su gusto.
—No puedo creer que pienses podría engañarte —escupió dolida, mirándome con reproche.
—¿Qué? No, claro que no, sé que eres incapaz de...
—Los celos no son otra cosa que desconfianza —argumentó señalándome con la pluma. Eso en sus manos podía ser una arma mortal—. Lo cual es súper tonto porque no te he dado un solo motivo para que creas que puedo irme con alguien más —remarcó molesta.
—Lo sé, lo sé, solo estaba...
—Y fui tan ingenua que pensé que me habías besado porque no podías contenerte al verme. Sí, "hermosa" —repitió con amargura burlándose de sí misma. Sus dedos se enredaron con algunos mechones al pasar sus manos por su cabello—. Pero en realidad solo buscabas "marcar tu territorio". Para empezar, por si no te has dado cuenta, no soy un perro.
—Nos estamos desviando de la...
—No, me besaste solo para que nos vieran, ¿sí o no? —me reclamó, esperando una respuesta.
Era una pregunta capciosa.
—Te besé porque quería hacerlo —respondí. Resopló sin creerme nada—. Pero es cierto que también lo hice porque estaba incómodo por la atención de tu amigo —confesé porque me propuse ser honesto, sin importar el costo—, quise demostrarle que tú me querías a mí. Nunca lo hice para mostrarle que me perteneces, porque sé perfectamente que no lo eres y no quiero que lo seas. En verdad, Pao, siento si te hice sentir de ese modo —aseguré buscando su mirada para que entendiera hablaba en serio.
Pao la elevó poco a poco, aún recelosa, pero con menos dureza.
—¿Crees que podríamos hablar? —pregunté cuidadoso, porque tampoco quería forzarla.
Pao lo pensó, torció sus labios, pero terminó asintiendo despacio, sin lucir muy convencida. Se lo agradecí con una débil sonrisa. Como no era la primera vez que la visitaba, no fue tan complejo impulsarme de los brazos de la silla para subir a la cama. Pude percibir su mirada sobre mí mientras me acomodaba lejos para no incomodarla. Respiré cuando lo conseguí. Quise tomar su mano, mas ella me rechazó. Auch. Sí, supongo que no sería tan fácil.
El silencio se adueñó de esa habitación y era consciente que me correspondía romperlo.
—Sé que los celos son estúpidos. Yo lo soy. ¿Qué te digo? Intento que no me domine —hablé para mí, sincerándome—, pero por momentos me dejo llevar. Lamento comportarme como un imbécil irracional, arruinarte la noche. Yo... No quiero que pienses que hay algo malo en ti —le remarqué—, el problema es mío...
—¿Por qué no confías en mí? —dudó—. ¿Cómo puedes pensar que...?
—Sí confió en ti. Pao pondría mi vida en tus manos. Es solo que... —Callé, porque no me sentía orgulloso de mis fallas—. No confío en mí —acepté, suspirando. Apreté los labios, molesto conmigo mismo—. Tengo muchas inseguridades, muchas telarañas en mi cabeza. No intento justificarme, solo intento ordenar lo que siento. Pao, es que los veo y pienso que no están tan mal juntos —admití riéndome de mi propios miedos—. Es decir, los dos tienen muchas cosas en común. A ambos les gustan los animales, él conoce mejor que nadie el refugio —admití—, el lugar que tú más amas, seguro que te entendería mejor, te ayudaría a cumplir tus sueños.
Sus ojos miel me estudiaron despacio.
—Y yo... —Pasé las manos por mi cabello, sintiéndome impotente—. Estoy lleno de defectos —reconocí—. No soy bueno por naturaleza, soy tan humano como el resto, no hago donaciones, ni visito enfermos, ni hago caridad. Pao, si hubiera un pájaro en la calle no me detendría a darle agua como ustedes, porque posiblemente ni lo vería —admití sin orgullo, siendo consciente que exponer mi parte inhumana me restaría más puntos—. E intento estar a tu altura, en verdad que me esfuerzo por ser mejor, pero tropiezo todo el tiempo —concluí con pesar—, lo cual es una ironía porque estoy sentado —añadí divertido.
Pao afiló su mirada, analizando si la broma era mi último recurso para salvarme, pero no mentía. Creo que ella pudo percibirlo porque algo cambió en su expresión.
—En verdad siento haberte hecho sentir mal. Eso es lo que más me pesa. Yo... —repetí, guardé silencio, reflexionándolo en mi interior, sin hallar las palabra—. No sé cómo arreglarlo —confesé. Es decir, quería hacer mucho, quería tener la solución, pero no daba con ella.
—Tú no eres así, Emiliano —me recordó bajando la guardia. Ojalá tuviera razón—. Hemos sido amigos por años y salido desde hace tiempo, jamás hiciste nada parecido. Ese no es el chico que conozco —me dijo. Reconocí que resultaba válida la decepción, yo tampoco quería volver a ser el chico que había dejado atrás.
—Quizás me paralizó pensar que te des cuenta que hay tipos mejores que yo o simplemente me puso mal saber que le gustas tanto —intenté dar con la respuesta, pero solo desvariaba. Ladeó su rostro, escuchando mi enredo—. No lo sé. Tú no tienes la culpa —repetí, pese a que eso estaba bastante claro—. Soy consciente que me equivoqué y me siento mal por haber hecho algo que te...
—Emiliano —me calló colocando su índice en mis labios. A mí se me olvidó hasta mi nombre cuando me encontré con su dulce mirada—, en verdad que te adoro. Deja de tener miedo, a mí no me interesan los demás, yo te escogería sobre todos. Solo quiero estar contigo —murmuró.
—Aunque sea un imbécil.
—Aunque seas inseguro —respondió con una débil sonrisa—. Aunque no te des cuenta de lo que vales.
—¿Lo ves? Eres demasiado buena —opiné con un deje de culpa—. Yo acabo de estropearlo todo, te hice sentir mal y simplemente me perdonas. ¡No es una queja, claro! —aclaré deprisa—. Sé que mereces alguien mejor, Pao, que no tenga tantos problemas encima, pero... Soy demasiado egoísta y no quiero perderte.
—Nunca vas a perderme —aseguró cariñosa, intentando ahuyentar ese terror de abandono aferrado de mi interior—. Ojalá pudieras darte cuenta lo mucho que te quiero, Emiliano.
—También te quiero, mi Pao. Mucho —sostuve con firmeza, apartándome un poco para mirarla directo a los ojos—. Más de lo que he querido a alguien en toda mi vida...
Pao me miró con infinita ternura antes de acunar mi rostro entre sus manos. Cerré los ojos disfrutando de su cálido aliento, entregándome a ese beso en el que quise dejarle claro, sin palabras, que la adoraba. Perdí la cuenta del tiempo. Pao se reacomodó en el colchón para besarnos con mayor comodidad, y yo aproveché el impulso para halarla de la cintura a la cama. Soltó una tierna risa por la sorpresa y aún con la sonrisa en los labios volvimos a buscarnos, necesitándonos.
Sus besos a la par de sentir su cuerpo junto al mío debía encabezar la lista de placeres del mundo, quizás por eso mis manos acabaron rodeándola de la cintura atrayéndola a mí para que no quedara espacio entre los dos. Percibí sus latidos en el choque de su pecho contra el mío mientras sus dedos delineaban mis brazos. Algunas sonrisas se asomaron entre nuestros besos. El mundo afuera estaba en sus líos, pero ahí lo único que se escuchaba era el sonido de nuestra respiración que dictaba lo mucho que deseábamos estar con el otro.
Pao se acurrucó conmigo hasta que terminé en el filo de su blusa que se había levantado un poco. La sentí tensarse al percibir mis dedos rondar despacio por esa zona, pidiéndole permiso de mi siguiente paso. El tiempo se detuvo, Pao no contestó, pero volvió a capturar mi boca dejando claro el mensaje. Mis manos se colaron por debajo de la tela para sentir la piel suave de su espalda. Intenté no andar más allá del terreno seguro para no asustarla, pero notar como se estremecía a mi paso sirvió para idiotizarme. Sus dedos arrugaron la tela de mi camisa, estrujándolas en mi pecho al sentir por primera vez las manos de un hombre recorriéndola. Poco a poco se fue relajando con mis caricias a medida nuestros besos se volvían más intenso. Mis manos frenaron a media espalda, de ahí se enredaron con algunos mechones de su cabello. En mi ajetreo me llevé una de las flores que llevaba puesta. Pao rio sobre mi boca cuando me vio sin saber qué hacer con ella, la tomó entre sus manos antes de arrojarla lejos para que no estorbara.
Mi juicio me decía que era hora poner una pausa, pero mi instinto no lo escuchó. Además, de haber visto un titubeo de su parte hubiera parado, así fuera solo un atisbo de duda, pero parecía tan entregada como yo. Deseé quedarme la noche entera perdido en ella, pero para mi desgracia en medio del frenesís su pie tiró el talonario al suelo y el sonido la regresó a la realidad.
Frenó, colocando sus manos en mi pecho para detenerme. Sus ojos brillantes me miraron con una pizca de duda antes de apartarse poco a poco con la respiración acelerada.
—Deberíamos volver —mencionó recuperándose. No, no debíamos, pensé. Tuve que morderme la lengua para no soltarlo porque me había hecho la promesa de que, incluso en contra de mis propios impulsos, nunca intentaría convencerla de lo contrario. Quería que el día que sucediera ella estuviera segura.
Así que no me quedó de otro que grabarme sus mejillas sonrojadas y la forma de sus labios antes de que se echara a un lado. Extrañé el calor de su cuerpo apenas se marchó, aunque escondí una media sonrisa al ser consciente de la realidad. Después del accidente pensé que nunca encontraría una chica que me viera como un hombre, en todos los sentidos. Es decir, que algún día deseara estar conmigo, a pesar de que sería un poco diferente. Y cuando estaba con Pao, cuando me miraba como lo hacía, casi lo olvidaba. No era el chico en silla de ruedas, solo me sentía Emiliano.
—Seguro que nos echan de menos... —mencionó peinando su cabello con sus dedos después de ajustar su blusa.
—A mí no, pero tú eres la anfitriona —mencionó sentándome en el colchón, pasé mis dedos por mi cabello admirándola embelesado. No podía creer que Pao fuera tan hermosa, que estuviera conmigo—. Hey, mi Pao, no quiero olvidarlo, ¿eso significa que me perdonas? —dudé. Eso era lo más importante.
Pao que se había agachado para recoger el talonario del piso, alzó la mirada regalándome una de esas dulces sonrisas que volvían el mundo un lugar menos oscuro.
—Sí, te perdono, Emiliano —aseguró comprensiva. Volví a respirar—. Siempre y cuando prometas no volverás a hacerlo —me pidió como si tuviera tres años, aun así no dejé de sonreír.
—Tienes mi palabra que no volverá a pasar —le prometí—. Y yo siempre cumplo mis promesas, mi Pao —repetí solemne. Eso pareció dejarla tranquila. Sobre todo si el precio a pagar era lastimarla. No, no perdería lo que teníamos en el presente por fantasmas del pasado—. O al menos la mayoría... —murmuré para mí, recordando la conversación con su madre.
Aunque eso tampoco fue con malicia, solo quería ayudar.
Les aseguro que pensaba contarle la verdad en ese mismo momento, pero lo olvidé cuando ella me sorprendió gateando hasta quedar frente a mí. Admiré el brillo en su mirada antes de que me diera un leve empujón para que volviera a recostarme y a mí se me aceleró el corazón al imaginar lo que planearía. Para mi desgracia, mis ideas no tenían nada que ver con las de ella, que se deslizó en la cama para envolverme en un abrazo totalmente inocente.
Claro que no era una queja, también me gustaba cuando hacía eso, el calor que emanaba su cuerpo, envolver mis brazos en su figura delicada y pequeña. Cuando nos acostábamos juntos, así fuera solo para abrazarnos, sentía que me decía en silencio confiaba en mí, aunque muchas veces no lo mereciera.
—Nunca pienses que puedo querer a alguien más que a ti —me pidió con dulzura reposando su cabeza en mi pecho. Sonreí ante su aclaración. Es decir, no tenía sentido, ni era necesario, pero me gustaba escucharla. Pasé mi brazo por sus hombros—. Junto a mi familia, tú eres lo que más quiero en todo el mundo —repitió tan sincera que algo se estrujó en mi corazón.
Creo que, a parte de mi madre, jamás había sentido que a alguien le importaba tanto y se sentía tan bien saber que te quisieran de ese modo, como si les preocupara perderte. Sonreí para mí, antes de darle un beso en la frente. En verdad adoraba a esa chica.
—Y a Aurora —le recordé, arrebatándole una risa.
—Sí, y a Aurora —admitió divertida sin dejarla fuera—. Alan es mi amigo y te aseguro que no siempre es así —explicó, intentando justificarlo. Yo tenía una idea, pero preferí no decir nada—. A él le tengo un gran afecto, pero tú eres...
—Insuperable —terminé divertido. Pao alzó la mirada entrecerrando sus ojos—. Sí, lo sé —añadí fingiendo fanfarronería. Ella quiso darme un golpe, pero atrapé su mano halándola más cerca—. Es difícil sacarme de la cabeza.
—Insoportable era la palabra que buscaba —corrigió divertida, arrugando su nariz. Me encanta lo adorable que lucía cuando hacía eso.
—Y tú eres hermosa —murmuré sin poder quitarle la mirada de encima—. Tienes el rostro más bonito que he visto en toda mi vida —confesé. Mordió su labio a la par mis ojos recorrían sus facciones—. Sabes una cosa, creo que en el fondo entiendo un poco a Alan, pero solo un poco, eh —especifiqué divertido—. Y tenemos algo en común.
Pao alzó una ceja sin comprenderme.
—Déjame adivinar... —Fingió pensarlo, haciendo una mueca—. Ambos son hombres... Tienen los ojos cafés...
—Oye, no me compares, yo soy mil veces más guapo que él —defendí de buen humor.
—...Modestos —continuó. Chasqueó los dedos, dando con algo importante—. Y ambos gustan de pelear como hombres de las cavernas —enumeró. Reí ante la indirecta, sí debí suponer no lo olvidaría tan rápido.
—Cerca, pero me refería a que yo también haría mi lucha por ti si no fueras mi novia —dije. Ella ladeó el rostro y sonrió antes de acurrucarse en mi pecho—, pero sí lo eres —destaqué orgulloso—. ¿Cómo lo hice? Solo Dios lo sabe —acepté, haciéndole cosquillas al abrazarla—. Y si tuviera la respuesta tampoco la revelaría. Un triunfador no cuenta sus trucos.
Pao negó resignada por mis tonterías.
—No tendrías que esforzarte mucho —dijo, aunque pareció estar hablando para sí misma—, yo no veo con nadie que no sea contigo, Emiliano. Yo... Pensé que nunca encontraría a una persona que me haría sentir así, como si todo fuera a ir bien si estamos juntos.
Le sonreí escuchándola hablar con tanta ternura antes de inclinarme para darle un corto beso, Pao me correspondió con dulzura, pero cuando quise atraerla soltó una risita y conociéndome me detuvo divertida, empujándome contenta. El colchón se hundió cuando se sentó a mi lado, dedicándome una peculiar sonrisa. Entre los dos se formó un pequeño silencio, no de los incómodos, sino de los que delatan complicidad.
—Gracias por todo lo que hiciste por mí hoy, Emiliano —soltó cariñosa.
Fruncí las cejas, no había hecho nada.
—Te refieres a... —inicié sin saber la continuación, impulsándome para imitarla, tardé un poco en acomodarme a su lado mientras Pao me miraba con toda esa ternura que solo en ella podía encontrar.
—Por creer en mí, por apoyarme con el refugio —relató sin perder su sonrisa—. Por motivarme y hacerme sentir que mis sueños valen la pena, incluso cuando solo éramos amigos —rememoró—. Nunca olvidaré la primera vez que me ayudaste, reuniste a todo el club en tu casa, trabajaste por horas sin quejarte y te quedaste conmigo hasta que no quedara nada —describió—, después de medianoche. Nadie lo hizo, solo tú. Y no tenías que hacerlo, pero lo hiciste, igual que cuando me visitaste tras la muerte de Mazapán o me acompañaste a la capital. Nunca estuviste obligado a estar aquí, mas nunca fallaste.
Acomodé un mechón, admirándola. En realidad Pao le daba mucho mérito a cosas simples, que volvería a hacer sin pensarlo. Quizás en el fondo siempre hubo una razón, aunque no supiera darle un nombre.
—Y sobre todas esas cosas... Gracias por tenerme paciencia y entenderme —soltó. Tardé un instante a qué se refería por la emoción peculiar que hizo temblar sus labios—. Por quererme como lo haces, por ser tan dulce y hacerme sentir segura cuando estoy contigo...
—Y por no comerme los chocolates —destaqué divertido, alejando la melancolía—, lo cual fue muy complicado para mí. Con decirte que aún le debo una caja a Miriam —le confesé teniendo presente la visita al hospital. Lo bueno es que Alba no se enteró—. Pienso pagarlos, claro. Algún día...
—¿Qué voy a hacer contigo, Emiliano? —Suspiró resignada, escondiendo una bonita sonrisa.
—Podrías hacer tantas cosas conmigo —murmuré con un toque de picardía, cautivado por su mirada que era lo único que era lo único que destacaba en esa habitación casi a oscuras. Apenas logré percibir su sonrojo—. Pero apuesto que elegirás golpearme —solté rápido justo cuando estuvo por darme un empujón—. ¿Lo ves? —probé mi teoría. Siempre hacía eso, gozaba con maltratarme—. Tú también tienes tu lado salvaje, mi Pao.
Ella negó divertida, chasqueó la lengua antes de sorprenderme tomándome de la camisa para callarme con un beso en los labios. Evidentemente no protesté. Fue un beso lento, sin prisas, el tiempo se detuvo en esa habitación a oscuras mientras me perdía en su boca. En el silencio mis sentidos se entregaron al sabor de sus labios, su cálido aliento, a su callada respiración y en el toque suave de sus manos.
Cerramos los ojos, apoyé mi frente en la suya bebiéndome su respiración cuando se apartó.
—Hey, mi Pao, nunca olvides que te quiero —le pedí sintiendo mi corazón cobijado por el suyo—. ¿Te puedo contar un secreto? —susurré sin pensarlo. No sabía por qué, pero cuando estaba con ella me sentía tan libre para hablar de lo que jamás le diría a otros. Percibí su leve asentamiento—. Antes... Mis días eran complicados, sobrevivía, pero desde que estás conmigo me emociona vivir —le confesé sin tapujos—. Ya no le tengo miedo al futuro, suena patético... Pero ahora no despierto con ganas de que el día acabe pronto, todo lo contrario, me pregunto si me alcanzará el tiempo para hacer todo lo que deseo —le conté, apartándome un poco para mirarla directo a los ojos—. Eres lo más importante en mi vida. Sin importar lo que pase, nunca vayas a olvidarlo.
Y ante su dulce sonrisa me prometí no volvería a lastimarla, no solo por ella, sino también por mí. No quería ser el Emiliano de hace años, desconfiado e inseguro que alejaba a las personas por su terror a perderlas. Mejor frenarlo ahora, al primer aviso, porque sino terminaría enterrado bajo la montaña. Le agradecí a Pao con una sonrisa por inspirarme a ser mejor, por su paciencia, porque incluso cuando me ayudaba a ver esas fallas no había rencor en su mirada, todo lo contrario, me hacía creer podía alcanzarlo. Después de todo, si ella me miraba de ese modo tal vez en el fondo había algo bueno que salvar. Y lo haría, por mí, porque me gustaba más ese Emiliano, el que podía ser feliz y creía merecerlo solo por estar vivo.
Tal parecía que ser un héroe en la vida real no incluía energía inagotable. Tras algunas horas trabajando todos comenzaron a mostrar síntomas de agotamiento. No los culpo, si tras una hora coloreando carteles yo ya no sentía la mano, el resto estaba que se caía de sueño. Literalmente. El hermano de Pao sí hablaba en serio cuando mencionó lo de la siesta. Por otro lado, cuando el reloj marcó las nueve Alan se despidió para regresar a casa.
Dígamos que después de la conversación con Pao nuestra relación fue más cordial, al menos me esforcé por serlo. Pao se marchó a despedirlo y yo me quedé con Aurora, que roncaba desde el otro pequeño sofá, al pendiente de las hojas que sostenía en la mano, que estaban a nada de acabar en el piso.
Pao regresó después de un rato, y aunque lo disimuló con una sonrisa, percibí estaba un poco tensa. Quise preguntarle si todo estaba bien, pero ella prefirió ponerse a trabajar, colocando la laptop en su regazo y tecleando a toda velocidad los correos faltantes. Quedó claro, si pasó algo no quería hablar del tema en ese momento.
Esa desbordante energía duró un buen rato, pero siendo humana el cansancio terminó cobrándole factura. Pao bostezó, intentó mantener los ojos abiertos frente al computador que desde hace un rato era lo único que iluminaba la sala a oscuras.
—¿Estás cansada? —le pregunté cuando la atrapé ahogando otro bostezo.
—Un poco, hemos trabajado mucho —admitió.
—Si quieres descansa un rato, yo puedo terminarlo —le propuse. Solo quedaba enviar las invitaciones a una lista de correos que había agendado en su libreta. Era un trabajo sencillo.
—No, no, has hecho bastante...
—Sé como se hace, no es complicado —argumenté. Como prueba, alcancé el teclado para mostrárselo. Recé por no equivocarme en plena exposición. Disimulé la sorpresa al comprobar no fallé—. Aurora ya se te adelantó. —Señalé con la cabeza a su amiga que dormía a pierna tendida. Pao la observó con una sonrisa, pensándolo.
—Bueno, solo un ratito —cedió al final, colocando su celular a un costado.
—Intentaré no hacer ruido —propuse cogiendo el cojín para que descansara su cabeza en mis piernas. Mi Pao se hizo ovillo, colocó ambas palmas debajo de su cabeza.
—He puesto el celular en silencio para no despertar a Aurora, avísame si habla o me escribe mamá, por favor —pidió.
—Tranquila, yo me quedo al pendiente —le aseguré para que no se preocupara.
—Eres un amor, Emiliano.
—Y tú eres la dormilona más adorable del mundo —murmuré inclinándome para enterrar mi cabeza en su cuello haciéndola reír. Me encantaba ese sonido—. Dan ganas de comerte, en el buen sentido —aclaré.
—Estás loco —murmuró adormilada con una sonrisita sin prestarme atención.
Quise contestar, pero lo descarté para no espantarle el sueño.
Tenía una debilidad por Pao en muchos sentidos, hasta me gustaba verla dormir. No en plan acosador, sino ser testigo de ese gesto tranquilo que inundaba su rostro. Me parecía tan tierna que de no haber sido porque prometí ayudarle me hubiera quedado estudiándola hasta que volviera su madre a casa.
Con cuidado apoyé la laptop en el amplio brazo del sofá para acabar con la tarea. De vez en cuando, volvía la vista solo para comprobar ningún movimiento la hubiera despertado. No, el trabajo de varios días, la tienda, la universidad y el refugio la habían golpeado duro. Pasé una media hora concentrado hasta que al fin pude cerrar la cuenta del refugio. En verdad esperaba que todo saliera como quería, esto era muy importante para ella.
Sin mucho más que hacer sonreí repasando su rostro. Pao era tan bonita, tenía una pestañas enormes, con razón su mirada resultaba tan cautivante... Resistí los deseos de acariciarlas con mi pulgar porque si la despertaba podía considerarme hombre muerto. Seguía pensando en eso cuando su celular vibró, casi lo tiré al suelo al tomarlo rápido para que no fuera a despertarla, al notar se removió, arrugando su nariz.
Esperaba que no fuera su madre, pensé. Primero, porque tendría que despertarla. Segunda, no necesitaba una segunda razón, evidentemente no hablaría con ella. La buena noticia, no lo era. La mala, no lo era. Al menos no fue su nombre el que apareció. Así que me dispuse a devolverlo a su sitio, pero algo me lo impidió. El mensaje que apareció en las notificaciones.
Lo sé, lo sé, no debí leerlo, pero en mi defensa ni siquiera lo abrí. Los mensajes fueron apareciendo de uno en uno en la barra de notificaciones, antes si quiera pudiera reaccionar. Y juro que nunca busqué descifrar su contenido, ni uno solo, sin embargo, el primero me preocupó.
Esta novela es la más estúpida que he leído en toda mi vida. Apuesto que la escribió una virgen.
¿Quién se emociona así por un beso? La autora está medio tonta. Apuesto que el día que te bese algún valiente te pondrás a llorar de la emoción 😂.
Hey, niña, mejor ponte a hacer algo de provecho en lugar de perder el tiempo 🤢. Da pena ajena que te hagas llamar "escritora" subiendo estas estupideces a internet.
Apagué la pantalla deprisa para no seguir leyendo, no fuera a ser que en alguno apareciera su usuario. Alarmado contemplé a Pao que seguía dormida tranquila, mientras yo sentía mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. En el silencio escuché mi respiración. Wow..., pensé en blanco, estrujé mi rostro con las manos, procesándolo. Cuando Pao mencionó la molestaban en internet imaginaba que se tratarían de tonterías, pero estos eran crueles ataques personales. Que malditos hijos de... Con razón no quería que los viera. No entendía quién podía ser tan miserable para escribir esas cosas a alguien que ni siquiera conocía. Es decir, pensé que criticaban su novela, la novela, no a ella.
La sangre comenzó a hervir en mis venas imaginando lo que sentiría al leerlos, en un impulso quise hacer algo, pero entonces recordé que Pao me pidió no interviniera. ¿Entonces qué, me quedaba callado, como si no me importara, mientras veía la lastimaban con lo que más amaba? Solté una maldición por lo bajo. Emiliano, piensa con la cabeza, me recordé respirando hondo. Que mal se me daba usar el juicio cuando el dolor entraba a la ecuación. Maldita sea, ojalá los arrolle un tráiler, pensé mientras su celular seguía sonando, pero no volví a tomarlo.
En aquella habitación a oscuras mi cabeza tropezó con sus propias ideas. Esa noche debieron darme el certificado al peor novio del año, al menos me sentí de ese modo. Cometía error tras error y cuando llegaba el momento de dar soluciones, mi cerebro parecía tomarse un descanso.
—Mi Pao... —murmuré contemplándola, inocente y sin malicia. Apreté mis labios sintiéndome impotente. ¿De qué servía quererla tanto si no podía hacer nada para frenar su dolor? Ni siquiera era capaz de defenderla de idiotas como esos. ¿Cuántas cosas horribles se guardaba fingiendo que no le afectaba? Tal vez me necesitaba, necesitaba alguien que la escuchara y yo no hice nada. Me conformé con mi consuelo de que no pasaba nada grave—. Perdóname... —susurré, aunque no pudiera escucharme, inclinándome despacio para dejar un beso suave en su cabello, sintiéndome culpable por dejarlo pasar, por no darle importancia creyendo era algo pequeño—. Yo...
¿Qué se supone que debía hacer? Si Pao no quería que interviniera tenía que respetar su decisión, pero tampoco podía ser indiferente a sabiendas alguien la estaba lastimando. Al final llegué a la conclusión que pese a mis deseos de tener en mis manos la fórmula para que nada malo la alcanzara, yo no podía frenar el actuar del resto. Solo había dos cosas que estaba en mis manos. La primera, ser sincero. Y la segunda, se trataba de un trabajo más complejo, pero ya que no rompía ninguna de sus reglas me arriesgaría a cumplirlo.
—Confía en mí, yo voy a cuidarte... —le prometí sonriéndole enternecido. Pao era la chica más buena del mundo, y nadie tenía derecho a hacerla dudar. Yo me encargaría de recordárselo, haría mi mayor esfuerzo para que el dolor en la balanza jamás superara su felicidad.
Nuevo capítulo ♥️♥️. Saben que adoro leer sus opiniones, así que tres preguntas: ¿Les gustó el capítulo? ¿Qué creen que sucederá? ¿Estación favorita?♥️ El capítulo siguiente es un especial ♥️. No se lo pierdan. Los quiero.
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