Capítulo 43 + Aviso importante ❤

Volví a recordar mi época de universidad cuando Pao me contó que esa semana empezaría a prepararse para los exámenes del semestre. Pude limitarme a desearle suerte, pero pensé que sería un buen plan que se pasara por mi casa el domingo. Yo adelantaría al trabajo, ella podría estudiar en paz y pasaríamos la tarde juntos. A Pao la idea le gustó. Además, se me ocurrió darle una sorpresa.

Siendo honesto se trataba de una verdadera tontería. Un par de años antes me hubiera reído del idiota que perdiera media mañana preparando cualquier cosa para una chica, pero... No sé, supongo que como dicen por aquí primero cae un hablador que un cojo, porque aunque sonara patético me emocionaba imaginar su reacción. En verdad necesitaba saber cómo hizo esa chica para hacerme perder la cabeza.

Supongo que nunca tendría respuesta, pero dejó de importarme apenas escuché el timbre que anunciaba su llegada. Estaba ahí. Por suerte estaba casi listo, así que apagué todo para recibirla. Sonreí idiotizado esperando que le gustara tanto como a mí me entusiasmaba la idea de tenerla conmigo toda la tarde.

Cuando abrí la puerta me dio una dulce sonrisa. La encontré con su maletín colgando de su brazo, llevando puestos unos pantalones café, botines, y una chaqueta corta verde olivo que reconocí. Estaba claro había dejado sus vestidos porque venía a trabajar.

—Hola Pao, ¿cómo van las cosas? —la saludé.

—Pues... —Pao pintó un mohín desanimado, ladeó la cabeza, pensándolo. Esa no fue la respuesta que esperaba—. Tengo algunos problemas, pero nada grave... —reveló. Alcé una ceja intrigado por su comentario—. ¿Me dejas pasar? —preguntó divertida, despertándome.

—Sí, sí. Claro, guapa —respondí—. ¿Quieres contarme qué pasó? —cuestioné.

No pareció demasiado entusiasmada, pero terminó accediendo.

—Mamá y yo estamos enfadadas —me confesó con un suspiro dejándose caer en el sofá. Vaya, eso sí fue una sorpresa. Según Pao ellas no solían discutir. No me pasó por la cabeza por qué se molestarían.

—Que mal... —admití—. ¿Qué pasó? ¿Robaste galletas de la alacena? —intenté adivinar. Pao entrecerró sus ojos miel antes de dibujar una sonrisa.

—Algo peor... La madre de Aurora le contó lo de la comisaría —me confesó cubriéndose la cara. Mal inicio—. No la vi llegar —admitió. Yo tampoco—. Estaba con mi hermano y cuando bajé las escaleras escuché como le decía a mamá que nos arrestaron por mal comportamiento —me platicó atormentada—. Ella no lo tomó bien, pero empeoró cuando le aconsejó debía tener más cuidado con mis amistades porque eran personas conflictivas que me llevarían por el mal camino.

Asentí, escuchándola. No supe ni cómo defendernos con nuestros antecedentes.

—Ay, Emiliano, yo quise intervenir y explicárselo, pero mi hermano me recomendó esperara hasta se marchara para que habláramos con calma. A él sí le conté la verdad... —mencionó con la mirada perdida—. Yo sé que suelo decir que es un tonto, pero se portó muy lindo conmigo —murmuró con una débil sonrisa que fue borrándose de a poco—. Imaginé que mamá lo tomaría igual, pero...

Por su silencio imaginé el resto. Pao torció sus labios, reflexionando. Yo abandoné la silla para ocupar un lugar a su lado. Tomé su mano buscando su mirada dándole una sonrisa intentando dar con la forma de animarla, no me gustaba verla mal.

—Hey, tranquila, mi Pao —me esforcé por consolarla, sin experiencia en el tema.

—Estaba muy enfadada porque le mentí —remarcó con un deje de culpa. Resopló echando la espalda atrás, recargándose en el respaldo y clavando su mirada en el techo—. Además, sabe que no dormí con Aurora así que da por sentado pasé la noche contigo —me informó dándome un vistazo.

Genial, cuando apenas estaba ganando puntos y lo peor es que esta vez ni siquiera hice nada.

—¿Quieres que hable con ella? —planteé. Yo podría aclararle la verdad.

—No —descartó—, esto lo debemos resolver nosotras. Entiendo que esté enfadada porque es la primera vez que le oculto algo por tanto tiempo, pero... Creo que si me hubiera escuchado todo sería diferente. Ella siempre lo hace —destacó extrañada—. Aunque en parte sé que fue mi culpa, no debí ponerme a la defensiva, pero me sentí tan mal cuando dudó de mí que... Lo peor es que quizás hable con papá antes de que pueda aclararlo —mencionó. Cerré los ojos. Padre nuestro...—. Si él se entera va a molestarse mucho —concluyó.

—Tranquila, quizás ya se le pasó —intenté ser optimista—. Estás aquí...

—Bueno, solo tomé mis cosas y me marché —reveló. Bien, quizás sí se enfade un poco—. La madre de Aurora le aseguró que el club es una mal influencia para mí, que terminaré siendo otra persona. Aurora me llamó para disculparse, dijo que no sabía que nos visitaría. Pero su madre, que me conoce desde que era una niña, sentía el deber moral de salvarme antes de que termine convirtiéndome en una criminal —repitió sus palabras escondiendo mal su molestia. Sonreí ante su protesta.

—¿Qué puedo decirte, Pao? Eres mala —admití sorprendiéndola. Frunció las cejas confundida, en desacuerdo con el adjetivo.

—Emiliano...

—No, lo digo en serio —sostuve sin dudas—. Desde que te vi supe que serías una mala influencia para mí —añadí—. Escucha, es bien sabido que los que llevan un bolso de un pandita nunca son de fiar. Sabrá Dios qué cosas horrorosas se le ocurrirán a alguien con una mente tan retorcida.

Pao afiló su mirada esforzándose por mostrarse seria, pero se le escapó una sonrisa derrotada comprendiendo solo buscaba hacerla reír. Extendí mi brazo invitándola a acercarse, la cobijé con él cuando recostó su cabeza en mi pecho.

—Pao, quizás son un poco exageradas, pero solo están preocupadas por ti.

Pao pintó un mohín sin estar convencida del todo.

—Sí, pero ya no soy una niña —argumentó—. Además, mamá me conoce mejor que nadie, sabe que nunca haría algo malo porque sí —defendió—. Sé que mi mentira le dio derecho a dudar —aceptó—, pero pensé que buscaría dar con la razón detrás, no que asumiría mi error.

—Escucha, seguro cuando vuelvas estará más tranquila y podrán arreglarlo —expuse para que no se angustiara—. A veces cuando uno está enojado hace cosas sin sentido.

—Ojalá, Emiliano —murmuró.

—Solo una cosa... —comenté casual, pero sin contener mi curiosidad—. ¿Dijeron... no sé, algo de mí? —dudé temiendo que para este punto desaprobando lo nuestro.

Pao sonrió entendiendo mi preocupación.

—Nada grave —me tranquilizó—. Bueno, la madre de Aurora dijo que permitirme viajar contigo, regresar hasta tarde y pasar tanto tiempo en tu casa no está bien visto, pero mamá no le prestó atención, lo que le dolió fue que le ocultara algo importante. No lo hice porque no confiara en ella —se justificó—, sino porque me daba vergüenza hablarlo.

Pero ella desconocía esa parte de la historia.

—Y seguro cuando se lo expliques lo va a entender —expuse. Su madre era una buena persona, tenían una fuerte amistad, eso no cambia tan fácil. La saqué de sus pensamientos tomando con cuidado del mentón para verla directo a los ojos—. Guapa, no te preocupes, ya verás que todo irá bien... —repetí—. Digamos que eres la chica mala más tierna del mundo, mi Pao —la describí arrebatándole una sonrisa que se transformó en una carcajada cuando mis manos la atrajeron a mí.

Pao rio por el repentino movimiento en mis brazos antes de que la callara con un beso. Besé su sonrisa cuando me correspondió enredando sus brazos tras mi cuello. Adoraba sus besos, cualquiera de ellos, pero sobre todos esos juguetones, que parecían no querer terminar. Yo podía perderme la tarde entera en su boca, sin embargo, ella tenía bien claro sus planes.

—Tengo que estudiar, Emiliano —me frenó divertida, echándome atrás.

—Sí, claro... —respondí distraído hasta que un recuerdo me regresó de golpe a la realidad—. Por cierto, te preparé una sorpresa —solté sin querer dejarlo para después.

Eso la llenó de curiosidad, abrió sus ojos intrigada. Me gustó provocar esa reacción. Asintió para que se lo contara, pero la hice sufrir un poco. Un poco solamente porque me rendí más rápido yo. Estuve a punto de decírselo, pero un ladrido me dejó con la palabra en la boca.

Ahora no, Lila, no es tu momento, pensé cuando mi novia reparó en ella que luchaba por alcanzarla al darse cuenta había llegado. Si alguien competía por el amor de esa chica era mi mascota.

—Lila, perdóname, no te saludé cuando llegué —se disculpó Pao poniéndose de cuclillas para acariciar su cara.

—Como te decía —carraspeé, retomando el punto—, se trata de...

—¿Quieres ver que hay en la maleta? —le preguntó al verla olfatear la mochila que estaba en el suelo, sin escucharme. Lila ladró sacándole fácil una sonrisa—. Entonces, veremos qué hay en la maleta —le concedió con ternura.

—Sí, se lo puedes mostrar después... —murmuré, pero no me prestó atención luchando con Lila que quería meter su nariz en el interior para curiosear.

—Este es mi tomo de alimentos y alimentación animal, es de hace dos semestres, pero siempre lo llevo porque me es útil —le platicó enseñándole la pasta como si pudiera entenderla. Lila lo olfateó pensando era comida—. Economía pecuaria, en esta no soy tan brillante —susurró en complicidad, llevando su índice a los labios para pedirle le guardara el secreto—. Fisioterapia veterinaria, me defiendo —mencionó, escondiendo el orgullo—. Clínica y zootecnia de animales exóticos. Reproducción animal... —continuó dándole al vuelta al siguiente para ver el título.

—Vaya, este sí me interesa a mí —reconocí arrebatándoselo desde lo alto.

Pao protestó alzando la mirada, antes de darme un golpe en las piernas para borrarme la sonrisa.

—Ni me dolió —me burlé de su olvido. Pao abrió la boca indignada, volvió a cerrarla sin encontrar un contraataque—. Jaque mate —celebré victorioso.

Sin embargo, ni siquiera me dio tiempo de vanagloriarme porque arrojó un ligero folleto informativo que tenía en su mochila dándome directo en la cara.

Auch —me quejé cubriéndome la nariz.

Jaque mate —me imitó con falsa inocencia.

—Dios mío, creo que me sacaste sangre —murmuré al revisar.

El rostro de Pao en un chispazo perdió todo el color.

—No, no, no —se horrorizó poniéndose de pie de un salto—. Perdóname, Emiliano. Nunca debí... —Calló sin hallar las palabras—. Lo siento mucho, mucho, de verdad... Eso estuvo tan mal. Déjame verte —pidió queriendo apartar mis manos, pero me resistí.

—Te vas a asustar.

—Emiliano, por favor —insistió desesperada.

Jaque mate —solté divertido enseñándole que solo bromeaba. Estaba intacto. Pao afiló su mirada al comprobar lo único que resaltaba en mi rostro era mi enorme sonrisa.

—¡Tonto, me asustaste! —me dio un golpe en el hombro—. Casi lloro por tu culpa —me reclamó enfadada. No debí reírme pero no aguanté, hasta se me escapó una carcajada que me hizo doblarme de risa en el sofá.

—Perdón, perdón —mencioné cuando logré respirar, intentando calmarme. Se cruzó de brazos —. No quise reírme, pero... —Fallé, hasta me costó hablar—. Es que... Hubieras visto tu cara, Pao.

Pero ella no le halló ni pizca de gracia, de hecho cansada de esperarme se marchó furiosa a la cocina. Quise llamarla, pero cuando abrí la boca solo salió una risa. Lila pasó sus ojos brillantes de mí a ella sin entender qué sucedía.

—Creo que se enojó —le comenté a Lila que salió corriendo tras ella, abandonándome. Bien, ya sabía a quien pertenecía su lealtad—. Vas a tener que arreglarlo —me dije.

Así que consciente que era mejor no retrasarlo, bajé del sofá para repetir su ejemplo. Pude planear una disculpa, pero decidí improvisar. Mis nudillos se prepararon para tocar la puerta abierta anunciándome, pero me detuve al encontrarla concentrada frente a la estufa, levantando la tapa de la cacerola. Contemplé con una sonrisa su expresión confundida cuando regresó la vista al escucharme.

—¿Qué es todo esto? —cuestionó extrañada, sin entender—. ¿Tu mamá lo preparó? —dudó.

—No, he sido yo —revelé. Pao alzó ambas cejas, sorprendida—. Pero no se lo digas que la próxima que me vea preparándome un sándwich me lo echará en cara —añadí divertido. Ella asintió aún distraída—. Lo hice para ti —resolví sus dudas despertando muchas más.

—¿Para mí? —repitió incrédula.

—Para presumirte lo bueno que se me da —mentí divertido para no aceptar en voz alta que no había una razón. Solo se me ocurrió—. Dijiste que te gustaba la pasta —retomé el punto ante su profunda mirada—. Pensé que después de estudiar necesitarías un poco de energía. Le puse brócoli —comenté de buen humor, pero no pareció escucharme—, porque te gusta el brócoli... Dime que sí te gusta el brócoli...

—Muchísimas gracias, Emiliano —me calló enternecida antes de desaparecer la distancia entre los dos para darme un corto beso entre sonrisas. La abracé por la cintura cuando se paró frente a mí antes de inclinarse para acunar mi rostro entre sus manos llenándome de besos la cara—. Eres el chico más tierno de todo el mundo —aseguró abrazándome emocionada de un lado a otro. Reí por su efusividad. Y pensar que me lo gané solo por una simple pasta—. ¿Comemos? —preguntó de pronto entusiasmada.

—¿Tienes hambre? ¿Ahora? —dudé divertido, aún era temprano.

—No —aceptó traviesa—, pero me muero por probarla. No creo aguantar tanto tiempo —me confesó sincera con una sonrisa a la que era imposible decirle no. 

—Tú ganas, guapa —comencé, pero un ladrido volvió a interrumpirme. En verdad Lila disfrutaba hacer eso.

—¿También tienes hambre, Lila? —le preguntó cariñosa abandonándome. Pequeña embustera, comió hace menos de una hora—. Claro que sí —dio por hecho, encantada por su energía—. No sé cómo puedes resistirte a estos ojitos, Emiliano.

—Para ser honesto soy más débil a otro par —admití con una media sonrisa. Disfruté del tierno sonrojo que nació ante el halago. De todos modos intentó esconderlo, fingiendo no le había afectado.

—Ya se puso romántico —le cuchicheó a Lila con una sonrisita—. ¿Qué haremos con él?

—Pao, podrías hacer tantas cosas conmigo que no sé porque pierdes el tiempo preguntándotelo —dije aprovechando el momento—. En una de esas uno de tus libros nos puede inspirar, ¿no?

Pao se llevó una mano al mentón, pensándolo. 

—¿El de cuidados de animales exóticos? —me tiró de golpe de vuelta, burlándose.

Me tocó reconocer que era una chica astuta.

—Golpe bajo, eh.

Jaque mate —respondió victoriosa.

Negué con una sonrisa extendiendo mi mano, tomándola del mentón. Pao me dio una tierna sonrisa cuando me incliné para rozar sus labios. Correspondiéndome colocó su mano en mi mejilla, para no perder el equilibrio, mientras mi boca disfrutó del sabor de la suya sin prisas. Disfruté del color de su mirada al separarnos. En verdad estaba muy enamorado de ella.

Jaque mate, mi Pao.

Mi madre solía decir que quien sirve a dos amos siempre termina quedando mal con uno. Tenía razón. Porque estuve a punto de borrar todas las fotos del ex de mi clienta por estar viendo a Pao que estudiaba en el otro extremo del sofá. Tampoco podían culparme, es que aunque ella lo desconociera hacía unas muecas adorable cada que chocaba con algo que despertaba su atención. Cerrando sus ojos con fuerza para probar había quedado en su memoria, muchas veces sonreía al abrirlos, otras golpeaba su cabeza contra su libro. Era todo un espectáculo.

—¿Dijiste algo? —me preguntó al atraparme con la mirada fija en ella.

—No... Bueno, sí —mentí dejando el celular sobre la mesita, no fuera a resbalarse de mis manos y me saldría más caro—. Te preguntaba si es complicado —improvisé, señalando con la cabeza el libro que reposaba en sus piernas.

—Cada semestre es un poco más complicado —admitió con una mueca—, pero estoy bien —me aseguró—, he ido repasando desde hace días. Sé que este semestre he estado en muchas cosas y no he dedicado tantas horas a estudiar como antes, así que quiero demostrar no afectó a los resultados —me contó motivada.

—Seguro lo logras —le animé. Pao era la chica más lista que había conocido, estaba convencido que destacaba en su clase. Nunca pensé saldría con una alguien tan brillante.

Pao me regaló una sonrisa tímida que quedó interrumpida por una notificación que llegó a su celular. Alcanzó el aparato que había dejado en la mesa para no distraerse, rindiéndose ante su propio propósito para curiosear de quién se trataba. Entonces su sonrisa se esfumó de a poco y la alegría desapareció a medida sus ojos miel recorrían la pantalla. 

—¿Malas noticias? —curioseé cuidadoso. Pao pegó un respingo regresando al presente.

—No... —respondió enseguida, pero luego lo reconsideró—. Son varias. La primera es buena. Es Aurora que me avisa más tarde se pasará a mi casa para estudiar —me platicó.

—No sabía que habían quedado.

—Ni yo, acabo de enterarme —respondió divertida—. De todos modos, no me quejo, me viene bien su compañía.

Auch. Hasta acá llegó la indirecta —dramaticé—. Yo que creí que te gustaba la mía, pero ya veo que todo fue parte de una fantasía —mencioné dolido—. Acabas de romperme el corazón en mil pedazos.

Pao apretó sus bonitos labios reteniendo una risa. Tomó uno de los libros esparcidos en el sofá para hojearlo interesada.

—Veré si por aquí hay algo para un ataque de drama... —lanzó divertida. Punto a su favor.

—Pao, nunca le digas eso a un animal agonizando —le recomendé.

—Estás loco, Emiliano. —Rompió a reír arrojándome traviesa un cojín. Sonreí atrapándolo, Pao a veces parecía una chiquilla que me daba mucha ternura.

—Bueno, y además de recibir desprecio y rechazo de tu parte cuando solo te pedía amor y comprensión... ¿Cuáles son las malas noticias? —cambié de conversación con una sonrisa que ella no logró replicar. Tenía la corazonada era importante, su reacción, ladeando su cabeza a la par de un suspiro me lo confirmó.

—Es sobre mi novela —soltó. Alcé una ceja porque no esperaba esa respuesta—. Bien, no, más bien comentarios sobre ella. Lo que te conté hace tiempo —mencionó. Me costó un poco, pero logré recordar la conversación del parque.

—¿Siguen con eso? —dudé, pensé que sería una etapa. Pao pintó una mueca desagradable.

—No creo que se cansen, son bastante persistentes —admitió hablando para sí misma—. He bloqueado más de una decena de cuentas —me puso al tanto. Dios, que intensos—. Cada vez son más pesados...

—¿Qué te dicen? —curioseé de pronto. Pao me dio un leve vistazo antes de volver a tomar su libro, actuando se hallaba demasiado ocupada para prestarme atención—. Pao... —insistí. Eso no funcionaba conmigo.

—No te lo diré, me da vergüenza —confesó sin mirarme a la cara.

—Entonces podría leerlos —planteé, pero Pao me contempló horrorizada, como si le hubiera dicho que saliéramos a la calle a secuestrar perritos.

—No —declaró tajante. Quise preguntarle el porqué, pero se me adelanté—. Tres razones —enumeró mostrándome sus dedos—. La primera, no tiene sentido, son solo tonterías. Segundo, no quiero que veas cuál es mi cuenta, en muchos me etiquetan —dictó, negando deprisa—.  Tres, eres de mecha corta.

—¿Mecha corta? —repetí. Yo no era de mecha corta. En más de cinco años no le había levantado la voz a nadie, estaba a dos pasos de ser un hippie amante de la paz.

—Sí, te enfadas rápido. Es decir, te enfadas cuando me dicen cosas —intentó ser más especifica. Bien, eso era distinto—. Sé que te pondrás a pelear —adelantó. Abrí la boca para protestar, pero no hallé argumentos—. Es súper lindo quieras defenderme, en verdad que sí, Emiliano, pero ya habíamos hablado de esto: no debemos hacer el lío más grande —expuso con sabiduría.

—Podría buscarte por mi cuenta —propuse.

—¿Qué? —murmuró aterrada.

—Sí, no debe ser tan difícil. Escribes romance en Wattpad. Ya tengo dos datos —mencioné orgulloso. El mundo es libre, internet es parte de él, si Pao no quería que me metiera como su novio podía hacerlo como un usuario más.

—Suerte con eso. Hay millones con esas características.

—Pero te conozco, debe haber algo que me hayas contado que sirva... —rememoré. Pao abrió los ojos alarmada ante esa lejana posibilidad—. Lo reconoceré cuando lo vea.

—Emiliano, no —dictó severa. Reí porque sonó como si hablara con un perro.

—¿Por qué no? —cuestioné divertido por su reacción. Siempre se ponía a la defensiva cuando hablábamos de sus novelas.

—Solo no quiero que me leas —resumió con simpleza.

Tal parecía que a Pao no le enseñaron que mientras más le dices a alguien no lo hagas más avivas su curiosidad. Si Pao me hubiera dicho, o enseñado un simple párrafo, el tema hubiera muerto ahí, pero mientras más lo escondía más dudaba de la razón.

—¿Qué cosas escribes? ¿Por qué nunca quieres que te lea? —curioseé. No entendía, podíamos dormir juntos, pero no quería prestarme sus apuntes—. ¿Por qué ellos que son unos extraños sí pueden y yo no? —insistí ante su silencio.

—Por eso mismo, ellos nunca sabrán qué es verdad o no, solo lo asumen y la mayoría de las veces ni siquiera se acercan —comentó, pero pareció estar debatiendo consigo misma—. Son cosas personales —concluyó para que dejáramos la charla, pero no me rendí.

—¿Es tu diario? —consideré, quizás por eso era tan recelosa.

—No, tengo mi diario aparte... —habló sin pensar. Pao soltó un lamento estrellando su cabeza contra la pasta de su libro—. No sé por qué dije eso. Tenía un diario, cuando era más pequeña, cosas de niña —se corrigió, pero no le creí—. Sobre mis novelas —retomó el punto—, nadie que me conoce me lee, tampoco quiero que tú lo hagas —zanjó el tema, sin darme derecho a protestar.

Para una conversación se necesitan dos, pensé, pero de todos modos no dije nada. La idea quedó clara, no la haría cambiar de opinión. Pao era una dulzura, pero cuando tomaba una decisión no había marcha atrás. De todos modos ni quería leerlas, me mentí poniéndome a trabajar para no volver con las mismas preguntas.

Tomé el celular de donde lo había dejado. Sentí la mirada de Pao a lo lejos, pero no me giré a comprobarlo. Ninguno dijo nada, como por tres minutos porque cuando ya estaba tomando el hilo percibí que Pao dejó su lado en el sofá para sentarse a mi costado.

—Solo no te enfades conmigo por eso, Emiliano —me pidió preocupada buscando mi mirada.

—¿Qué? —pregunté sorprendido, antes de reírme. Estaba bien que era inmaduro, pero tampoco a ese grado—. Pao, no me enojaré por esa tontería. No hablo de tu novela —aclaré deprisa para que no me malinterpretara—. No tienes que contarme cada cosa que haces. Todos mundo tiene sus secretos. Yo también —aseguré fingiendo fanfarronería, irguiéndome. En ese momento no recordaba ninguno, pero estaba seguro que sí. Tampoco era como si le contara todooo. Ella me dio una tímida sonrisa en respuesta—. Empiezo a creer que soy un novio terrible... —mencioné divertido, pero por su risa, que quedó en un mal intento, descubrí que no era muy gracioso—. ¿Parezco uno de esos tipos raros que todo mundo odia por intensos y no me he dado cuenta?

—¿Qué? —Frunció las cejas extrañada por mi hipótesis antes de negar con una sonrisa—. No, no, tú eres muy bueno, muchísimo —aseguró antes de abrazarme con fuerza, enterrando su cara en mi cuello—. Yo... Soy un poco insegura —admitió con una mueca al apartarse—. Nunca he salido con nadie, ni tampoco soy de hablar con mucha gente, así que se me complica desenvolverme. Para mí es mucho más sencillo escribir lo que está en mi cabeza. Además... No sé, los chicos son complicados.

—Dios, estás decidida a lastimarte hoy, mi Pao.

—Tú no...

—¿Disculpa? —Fingí ofenderme antes de sorprenderla abrazándola por la cintura para hacerla reír, disfrutando del sonido de su risa. Así estaba mucho mejor. Divertido le robé un fugaz beso al verla con la guardia baja, pero cuando quise apartarme Pao acunó mi rostro entre sus manos para que no lo hiciera. Sonreí y sin hacerme mucho del rogar continué deleitándome en su caricia que pareció querer decirme algo que no podía con palabras.

—¿Te cuento algo? —me preguntó en voz baja. Asentí, podía narrar el cuento de Caperucita y yo siempre la escucharía como si fuera lo más interesante del mundo—. Una vez casi salí con un chico. Bueno, no salimos, ni nos besamos —aclaró deprisa ante mi asombro. Es decir, no tenía que darme explicaciones, solo me causaba sorpresa—. Lo veía en casa de una amiga, porque era su hermano. Ella quiso darme una mano con él así que hablamos algunas veces, pero no salió bien. Dígamos que no fue una buena experiencia para mí —resumió.

—¿Sucedió algo malo? —curioseé.

—No —respondió pensativa, pero no sonó convencida—. No, por suerte no pasó nada —repitió sonriéndome. Tuve la impresión había otra cosa, pero entendí no quisiera contármelo. Cuando volvió a encontrarse con mi mirada pareció pedirme disculpas en silencio por guardárselo para ella. Le di una sonrisa para tranquilizarla—. Los comentarios dicen que no tengo talento —escupió de pronto dándome un sutil vistazo—, que apuestan mi protagonista es tan tonta como yo y que seguro publico las fantasías de una chiquilla porque ni siquiera he besado a nadie...

Me quedé en blanco. ¿Qué clase de imbécil enviaba esas cosas? Es que ni siquiera eran comentario hacia la novela, sino ataques personales. 

—Hey, Pao —la detuve. Intenté mostrarme tranquilo aunque por dentro estaba a un paso de buscar esos usuarios y contestarles como se merecían—, sabes que nada de eso es cierto. Eres una chica talentosa, no solo lo digo yo, recuerda lo que habló el hombre del concurso, dijo que merecías terminar en papel, tenías un buen estilo —destaqué. Dibujó una débil sonrisa—. Él sabe mucho más que el idiota que está molestándote, seguro es un envidioso sin oficio.

—Lo sé, no me afecta —aseguró encogiéndose de hombros, pero aunque lo disimuló supe mentía. Supongo que para nadie es fácil recibir esa clase de mensajes.

—No escribes fantasías, seguro que lo acaban de dejar y por eso está tan amargado —opiné—. Además, sí has besado a alguien. Y no a cualquiera, sino a este galán —mencioné divertido acomodándome el cuello de la chaqueta. Pao ladeó la cabeza antes de darme un golpe en el hombro con la risa acariciando sus labios—. De hecho, lo haces tan bien que por eso no puedo alejarme de ti —susurré antes de juguetón atrapar su boca.

Pao sonrió correspondiendo a mi beso apenas mis labios rozaron lo suyos. Cerré los ojos disfrutando de su dulce sabor, de su aliento que se mezcló con el mío. Esa chica tenía una manera de besarme que me volvía loco, así lo hiciera sin pizca de malicia, ni dobles intenciones. Comenzaba a desarrollar una adicción a su dulzura, al aroma de su perfume que me inundaba cuando la abrazaba, a la calidez de su cuerpo o a la manera en que encajaban mis manos en su cintura. 

—¿Sabes una cosa? —le pregunté entre besos. Ella negó con una sonrisa, aún con sus brazos enredados en mi cuello. Había un deje de felicidad en su mirada que me atontó un instante—. Deberías regresarme esa chaqueta —comenté robándole una carcajada.

—Te dije que la dieras por perdida. Lo siento, ahora es mía —repitió victoriosa—. No te la regresaré ni aunque llores —declaró cruel. Sonreí cautivado por sus ojos.

—Pensé que responderías que puedo tenerla de vuelta si logro quitártela —murmuré sin apartarle la mirada con un deje de diversión y reto. Pao disimuló una sonrisa, solo me miró en silencio antes de volver a buscar mis labios, pero fue una alegría fugaz porque apenas intenté hacerlo colocó sus manos en mi pecho para apartarme, con una sonrisa risueña.

—Será otro día —me dijo—. Hoy tengo que...

—Estudiar —completé divertido, conociendo esa frase de memoria. Ella sonrió, encogiéndose de hombros—. Sí, lo siento, continúa... —acepté, liberándola para que volviera a lo suyo—. Es que me emociono contigo —le quise explicar sonriendo como un idiota—. Pero tú me entiendes ¿no? Bueno, quizás no lo haces, pero eres escritora, seguro que...

—Emiliano... —me calló divertida adelantando empezaría a soltar tonterías.

Alcé las manos divertido prometiendo mantenerme callado, o eso intenté porque recordé algo muy importante y no quise dejarlo para después.

—Pao, por cierto, hace unos días vino a verme Laura —conté casual, o al menos intentando sonar de ese modo, aunque supongo que no funcionó porque de la sorpresa dejó caer su lápiz. Me encontré con su mirada confundida cuando levantó el rostro—. Quería pedirme disculpas por lo que sucedió y decirme que le gustaría fuéramos amigos.

—Oh...

Eso no decía nada, ni siquiera se asomó una emoción, prefirió agacharse a recogerlo. Estaba tensa, lo noté en sus hombros.

—¿Tú qué opinas? —dudé, retomando el punto.

—Pienso que es bueno dejar el pasado atrás, los rencores y vivir en paz. Me parece bien limaran asperezas —comentó—. Perdonar es avanzar, Emiliano.

—¿Tú crees que podríamos ser amigos? —repetí siendo más específico.

Pao me dedicó una sonrisa divertida.

—¿Me estás pidiendo permiso?

—No —respondí, aunque quizás en el fondo sí buscaba su aprobación para no tener problemas—, solo quería saber tu opinión.

Pao se reacomodó para verme mejor, pensándolo.

—No lo sé, Emiliano —reconoció al fin—. Es decir, olvidé contártelo porque fue el mismo día de la despedida de Alba y estaba agobiada por otras cosas, pero esa tarde nos encontramos en la calle, también hicimos las pases y te confieso que pensé podríamos ser amigas en un futuro, parece realmente motivaba a recuperar su vida. De corazón me alegro por ella, admiro su coraje —aceptó—, pero son casos distintos. Nosotras tuvimos nuestras diferencias, podemos arreglarlo y empezar de cero, pero tú le gustas. Tal vez, en casos así, sería prudente mantener cierta distancia.

—Yo no le gusto.

Pao alzó ambas cejas antes de regresar su atención a las hojas.

—Si tú lo dices —canturreó.

—Ella piensa que le gusté —argumenté—, pero no es así. Solo estaba confundida porque estaba muy sola —expliqué—. Ella misma lo reconoció. Creo que le hace falta alguien en quien confiar. La soledad es peligrosa, nos hace tomar malas decisiones.

Pao me estudió durante un rato, terminó negando con una sonrisa.

—Emiliano, si tú quieres que sean amigos no tienes que esperar lo apruebe. No te preocupes, eres libre de reunirte con quien tú desees —aseguró—. No soy la clase de novia posesiva que prohíbe a su novio salir con alguien. Así que si tú quieres ayudarla por mí está bien —respondió comprensiva. Le agradecí con una sonrisa que ella imitó. Honestamente creo que más que ser amigos, en el fondo, quería ayudarla. Pao regresó al texto, vaciló un instante antes de mirarme directo a los ojos—. Solo... Solo ten cuidado —me pidió desconfiada.

—¿Con Laura?

—Con tus sentimientos —respondió de pronto, sorprendiéndome—. No vayas a confundirte.

—Hey, mi Pao, yo te quiero a ti —le aseguré para que no dudara. A mí eso no me preocupaba ni un poco. Quise acariciar su mejilla, pero Pao tomó mi mano, deteniéndome.

—Solo quiero que me prometas que si te das cuenta en verdad la quieres a ella vas a decírmelo —me pidió.

—Pao, cómo voy a...

—Prométemelo —insistió—. Emiliano, puedo soportar la verdad, pero no quiero que estés conmigo solo porque no reúnes el valor de aclarar tus sentimientos. Es decir, te conozco, harás hasta lo imposible por no herirme, pero... No importa cuanto duela, dame tu palabra que serás sincero conmigo, que si sientes hay algo más entre ustedes vas a terminar las cosas como las empezamos, siendo honestos. Yo lo voy a entender.

¿Alguna vez has tenido frente a ti la respuesta a una pregunta que aún no ha llegado? Creo que todo el mundo, pero lo peculiar de ese juego es que no te das cuenta de que todo estaba ahí hasta que no exista ni la mínima posibilidad de ignorarlo.

—Te lo prometo —le aseguré solo para tranquilizarla. Yo no tenía dudas de mis sentimientos—. No te preocupes, Pao, tú eres lo que más quiero —repetí convencido—. No seas celosa, mi Pao. ¿No te das cuenta cómo me tienes? —Completamente perdido por ella. Me dio una sonrisa, pero la borró cuando hablé—. Aunque te entiendo, soy todo un rompecorazones, es parte de mi encanto —bromeé arrogante, escogiéndome de hombros.

—Yo no estoy celosa, Emiliano —aseguró frunciendo el ceño—. Ni un poquito —me repitió alzando el mentón. Sí, sonaba bastante convincente—. ¿Y esa sonrisita por qué es? —me retó porque en lugar de mostrarme prudente por su arrebato no dejaba de mirarla con una sonrisa.

—Eres adorable, Pao —me sinceré halándola conmigo. Pao se mostró levemente sorprendida por mi cumplido, pero pese a sus esfuerzos por mantenerse seria dejó escapar una sonrisa. Me pregunté cómo podía dudar cuando estaba claro mi adoración por ella. No solo era la chica que quería, sino mi mejor amiga y apoyo. Eso nadie podría cambiarlo. Busqué su boca deseoso de perderme en sus besos, pero Pao colocó su índice en mis labios a la par brotó una divertida mueca.

—¿Qué te digo? Es parte de mi encanto —repitió contenta mis propias palabras, dándome un juguetón empujón para regresar a sus ocupaciones dejándome con las ganas de besarle.

Dibujé una media sonrisa disfrutando de su juego. Creo que en el fondo, aunque estaba mal  y nunca se lo diría, se sentía bien que alguien temiera perderme, así fuera un poco. Para mi mala suerte, no demoraría ni una semana en darme cuenta que eso de los celos no siempre resulta tan divertido.

Drama coming... ❤🤩😎 Es broma, ¿o no?

Quería comentarles que en un principio El club de los rechazados estuvo pensando como dos libros, pero al final decidí no dividirlos porque así tenía un mejor orden de la novela y, aunque suena un poco superficial, me gusta mucho esta portada. Por decirlo de alguna manera son dos etapas. La primera del capítulo 1 al 30. La segunda del 31 en adelante. Después de 13 capítulos introductorios de esta segunda etapa, ya se plantearon todas las bases y comenzamos de nuevo la cuesta arriba ❤.

Quiero agradecer de corazón todo el apoyo a esta novela. Saben que los adoro, que leo siempre todos sus comentarios que me me motivan a seguir escribiendo. Tres preguntas. ¿Les gustó el capítulo? ¿Qué creen que suceda? ¿A qué les gustaría dedicarse o se dedican? Esta última es solo para irlos conociendo un poco ❤.

No se pierdan los próximos capítulos, sé lo que les digo ❤.

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