Capítulo 42

—Yo podría escribir un libro de todas las cosas extrañas que me han sucedido en este trabajo —comenté al aire, despertando el interés de mi madre tras la caja. Ella alzó una ceja esperando detalles, pero mi atención estaba dividida entre la pantalla y el número anotado en mi agenda.

—¿Qué pasó esta vez? ¿Otro chip al revés? —preguntó sobrepasada por la curiosidad.

Sonreí, casi había olvidado seguía conmigo y lo mucho que le gustaban los chismes aunque lo disimulara.

—Esto es mil veces mejor —admití con una enorme sonrisa admirando el desastre. Confieso que disfrutaba de ver el mundo arder, sobre todo si la llama no me alcanzaba—. ¿Ves esto? —comencé mostrándole el celular en perfecto estado. Ella frunció el entrecejo sin entender a dónde me dirigía. Un buen chiste tiene varios actos—. Sí, parece una pantalla normal, pero estaba hecha pedazos, el milagro es obra mía —reconocí orgulloso—. Y que no adivinas qué sucedió —aseguré. Mamá no protestó, inventarse historias no era lo suyo—. Su dueño lo arrojó al piso para que su novia no viera lo que escondía —le conté.

El rostro de mamá se transformó en un chispazo.

—¿Está loco?

—Es posible —reconocí divertido—. La verdad es que no sé reírme por el pavor que le tiene a su chica o sentir lástima por su poca inteligencia —opiné—. Y no soy experto en lo último, pero un par de neuronas hacen maravillas si las haces funcionar de vez en cuando.

—Patanes hay en todas partes —concluyó mamá, encogiéndose de hombros.

—Sí, pero además es idiota. Es decir, a quién se le ocurre dejar el celular sin contraseña, a su alcance, con todas las fotografías en galería —expuse incrédulo, riéndome de su tropezón—. Vamos, que si fuera yo las hubiera encriptado o en una última las subiría a la nube con clave. Ahora existen un montón de aplicaciones para...

—Espero que no pongas en práctica todos esos conocimientos —me cortó con un ademán, mirándome severa sin ganas de escuchar las opciones—, y que no los ganaras en base a tu experiencia.

Alcé las manos declarándome inocente con una sonrisa. Reí ante su advertencia. Podía estarse tranquila, nunca engañaría a Pao. Primero, porque no era mi estilo. Segundo, no creía fuera capaz de ver a otra chica como ella. Después de todo Pao era preciosa, dulce, paciente e inteligente, tenía todo lo que buscaba.

Aproveché la llegada de un cliente para contactar al mío y acordar la hora de entrega. Ese era el momento que más disfrutaba de mi trabajo, y eso que los chips mal colocados o los novios atrapados me robaba buenas carcajadas.

A este lo van a dejar —canturreé al colgar. Mamá se giró deprisa apenas despidió a la mujer fingiendo reprenderme, cuando en realidad quería saber qué pasó—. La chica escuchó y lo va a acompañar —la puse al tanto—. Dios, ojalá lo revisara aquí mismo —deseé.

—¿Y eso te hace feliz?

—Qué va. Dinero, dinero, mi dulce dinero —respondí siendo más específico.

Yo era como los abogados, me importaban poco las lágrimas de los clientes, más allá del espectáculo, mientras depositarán en mi cuenta. Y cada que lo hacían era el chico más feliz del mundo, casi creía nadie podía superar mi alegría, pero el último mensaje del club me demostró mi error.

Arturo

¡Adivinen quién es papá!

Excepto él, estaba claro que solo le hacía falta escribir estaba al borde de un infarto y no necesité ninguna palabra para saberlo. Sonreí incrédulo, contagiado por la noticia.

Emiliano

El mío, pero ya ni se acuerda 🤔.

Pero conociéndote estoy seguro tú no olvidarás este día.

Arturo

Dalo por hecho. Posiblemente sea la única fecha que recuerde en mi vida. Tal vez pueda empezar a usarlo de contraseña.

Emiliano

Buena idea 🤩.

¿Por cierto, me pasas tu nombre de usuario de tus cuentas? Sobre todo las del banco.

Álvaro

¿Ya nacieron?

Arturo

Sí, hace apenas un rato.

Por cierto, si quieren pueden pasar a verlas, aunque no les prometo puedan llevarlas en brazos porque ni mi madre ni yo pensamos soltarlas.

Mi Pao

¿Cómo están ellas? ❤😍

Arturo

Preciosas. La doctora lo dijo y ella ha visto a millones de niños en el mundo, así que su opinión es la de una profesional. Son regordetas, rosadas y tienen unos ojos enormes. Le pido a Dios les sirvan para tener buenos reflejos. Y lloran como si les pagaran, de verdad que sí, pero no importa porque mencionó era normal. En realidad, no tengo idea qué es normal o no en este momento.

Emiliano

¿Podemos empezar conociendo sus nombres? Sería una buena pista. Es decir, no debemos generalizar, pero la vida de un Rambo por ley debe ser una lucha constante.

Arturo

Escogidos casi desde que supimos llegarían, Miriam aprobó la elección. Se llamarán Aliz y Ashley. Espero a ellas les gusten porque no hay cambio, ya están pintando en la pared de su cuarto. El club creció. ¡Ahora somos nueve!

Nunca fui fanático de los hospitales, para ser honesto si estuviera en mis manos la decisión de alejarme lo más posible de ellos la tomaría, pero irónicamente debía pasar con frecuencia. No sé, pero me daba la impresión en sus paredes se escondían malos recuerdos, voces que intentaba bloquear. Cada que recorría sus pasillos sentía que de alguna manera volvía en el tiempo. Conociendo lo débil que era ante el pasado me esforcé por no despertarlo, respiré hondo repitiéndome esto era una buena oportunidad de crear nuevas memorias positivas. Después de todo, en ese sitio habían acabado tantas vidas como las que habían brotado.

Siguiendo las instrucciones de la recepcionista llegué al número indicado en el área de maternidad. Toqué suavemente anunciado mi llegada antes de asomarme por una rendija. Era la correcta, lo comprobé cuando divisé un ramo de claveles blancos, aposté habían sido un regalo de Arturo.

También hallé recostada en la cama a Miriam, que apenas percibió el movimiento de la puerta giró la cara para dedicarme una enorme sonrisa. Era la primera vez que la veía sin una gota de maquillaje, el cabello atado en una coleta, pero en su mirada había un brillo peculiar que gritaba estaba al borde de la locura. En verdad me alegraba por ella.

—Vaya, fui el primero —comenté empujando la silla hasta el borde de la cama donde también estaba Arturo, ambos tenían algo entre sus brazos—. Lo siento, fue culpa del taxista, creo que pensó era yo quien estaba por dar a luz —me burlé disculpándome por romperles la magia—. ¿Cómo estás? —le pregunté.

—Cansada —admitió, lo noté en su voz. Podía hacerme una idea, no debió ser fácil—, pero muy feliz. Tan feliz que pienso voy a despertar —se sinceró conmovida. Sonreí—. ¿Puedes creerlo? Tengo la familia que soñé por tantos años... —mencionó arrullando a su bebé, antes de mirar con ternura a Arturo a su costado que se inclinó a darle un beso en la frente.

—Y lo mejor es que no tienen la misma cara —celebró aliviado él, rodeando la cama para enseñármela—. Así que podré diferenciarlas sin líos. ¿Verdad que es bonita? —cuestionó orgulloso, esperando una sola respuesta. Bastó ver la forma en que las miraba para saber que Arturo las amaría como si fuera su misión de vida.

Sonreí un poco incómodo, sin saber cómo decirle que a mí todos los bebés me parecían iguales. Supuse que con el paso del tiempo tomarían rasgos particulares, pero estudiando sin prisa a la bebé frente a mí, envuelta en una manta aterciopelada amarilla, con esa pelusita sobre la cabeza, las mejillas sonrojadas y sus ojos cerrados, no logré identificar a quién de los dos se parecería. No tenía mucha experiencia en el tema.

—Lo es —acepté con una sonrisa.

—¿Quieres cargarla? —propuso Arturo contento.

—No, no, no —respondí deprisa, sin contenerme—. Es que los bebés y yo no nos llevamos muy bien —aclaré para no arriesgarme a que se pusieran a llorar como sirena de bomberos. Además, en el fondo prefería mantener mi distancia con los niños. Sin embargo, Arturo sonrió, alejado de mi dilema relacionándolo con el suyo.

—No tengas miedo, parece que se van a romper, pero son más fuerte de lo que parecen —me animó—. Creo que ellas venían preparadas para conocerme —se burló de sí mismo.

Yo tenía mis dudas, se lo hubiera dicho sino fuera porque me borró cualquier indicio de sonrisa al entregármela creyendo solo estaba haciéndome el interesante. Ni siquiera me dio tiempo de rechazarla, cuando me di cuenta ya las había puesto en mis brazos, y tuve que enfrentarme a ese pequeño humano sin darle más vueltas, porque arrojarla al suelo no era opción. Lo primero que pensé cuando me encontré con ella fue que lloraría por la forma en que se removió. Quise regresársela alarmado, pero no tomé el valor cuando pareció quedarse a gusto al encontrar su lugar. Tenía los puños cerrados, pegados al cuerpo y seguía un poco hinchada. Analizándola de cerca tuve que reconocer parecía una muñequita, o una salchicha, un poco de ambas. Evité moverme para no lastimarla porque parecía demasiado frágil, aunque sí pegué un leve respingo cuando me asustó al soltar un gracioso estornudo arrugando su diminuta nariz. Busqué a Miriam, pero ella me sonrió con ternura dictándome que todo iría bien, no era alérgica a mí.

—Tiene un truco de magia —me contó emocionado Arturo, despertándome. Agité mi cabeza—. Toca su palma —me pidió como si se tratara de un juego, intrigándome. No sé por qué, pero lo hice. Apenas la rocé su manita en un acto reflejo envolvió mi dedo—. Y se sabe otros... —añadió jovial, encantado como un niño con su juguete nueve.

—Arturo —lo reprendió su esposa con una sonrisa.

Aunque la mueca desapareció cuando la puerta se abrió de golpe. Suspiré aliviado al comprobar no se había despertado por el ruido, volví a sonreír cuando Tía Rosy entró vistiendo una camisa que decía "La tía pobre buena onda que todos quieren".

—¿Qué tenemos aquí? Ya llegó su Tía Rosy para conocer a las venaditas —anunció haciéndose notar apenas puso un pie en el cuarto. Negué con una sonrisa concentrándome de vuelta en la bebé. Tendrás una vida difícil, pensé antes de sentir un leve golpe en el hombro—. ¿Qué pasó, mi moreno? ¿Practicando? —Intenté mostrar una sonrisa, porque pese a ser una pésima broma ella no lo sabía.

—Tenga en cuenta que vienen con etiqueta de material frágil —advirtió Arturo cuando la vio acercarse a lo que más quería. Tía Rosy le restó importancia, pensando era un exagerado antes de pedírselo a la mamá que se la tendió dudosa.

—Venga para acá —murmuró. Y casi pareció un milagro, pero estaba claro sabía lo que hacía porque no hubo una pizca de duda en sus movimientos, fue lo suficiente cuidadosa para ni siquiera despertarla.

Arturo dejó caer su mandíbula.

—Se ve que serán bien traviesas como el Bambi —opinó tras un fugaz análisis. Yo volví a revisarla para ver dónde se notaba—. No se alarmen si después las ven bailando El venado en las piñatas.

—Con que tengan el juicio de su mamá me daré por bien servido —expuso sonriendo. Todos los esperábamos. Continuó estudiando a Tía Rosy sin entender cómo lograba ser tan explosiva y luego dormir a un recién nacido—. Usted tiene que...

Estoy convencido se había decidido a pedirle un consejo, pero la llegada de la pareja del año le robó la inspiración. Miriam le dedicó una gran sonrisa a Alba y Álvaro cuando cruzaron el umbral con regalo en mano. Estaba claro los esperaba.

—De haber sabido que llegaríamos todos a la misma hora hubiéramos compartido el taxi —los saludé mientras ellos dejaban los globos en la cómoda.

—¿Por qué no viniste con Pao? —curioseó Alba, dejando el trabajo a su esposo, encontrándolo extraño. Con lo mal pensada que era seguro imaginó ya habíamos terminado.

—Es que tiene prácticas en la veterinaria, pude esperarla, pero quedó de alcanzarme apenas saliera —les conté. Ella asintió encontrándolo lógica. Aprovechando su atención extendí mis brazos para pedirle un favor—. Creo que ya está exigiendo alguien que sepa de fórmulas lácteas —argumenté. Mucho bebé por el día de hoy.

Alba afiló su mirada, ladeó su rostro cruzándose de brazos, torturándome un poco antes de compadecerse de mí. Volví a respirar al saber el paquete había sido devuelto con vida. Alba repasó con sus profundos ojos azules a la niña y casi creí que en su sonrisa se escapó un poco de ternura. Solo un poco. Supongo que debajo de ese caparazón la pelirroja tenía su corazón.

—¿Cuál es su nombre? —le preguntó a Arturo, dándole un fugaz vistazo.

—Ashley y Aliz —recitó orgulloso. Alba alzó una ceja. Tardó un rato en comprender el sentido de la cuestión. Dudó, pasó la mirada de una a otro—. Pues... Esta será Aliz y ella Ashley —improvisó poniéndole una solución.

Solté una carcajada, la verdad admiraba la forma en que se libraba de sus problemas.

—¿Por qué no me sorprende? —habló para sí misma antes de buscar la pulsera que tenía en su muñeca para revisarlo por su cuenta—. Aliz —releyó despacio, sonriéndole aunque ella no pudiera verla—. Seguro fue idea de Miriam pedirle a la enfermera anotara su nombre también — acertó—. Eres un caso, Arturo —lo acusó divertida.

—No lo culpes, debes seguir recuperándote de la noticia —lo justificó su fiel amigo Álvaro antes de conocer a la niña que mecía Alba en sus brazos. Creo que hasta un ciego hubiera notado las ansías de probar esa sensación, así que no alargó más su agonía.

Está claro que no todos estamos diseñados para ser padres, aunque muchas veces intenten convencernos de lo contrario. Honestamente no sabía en dónde se hallaba la diferencia, ni los factores que la impulsaban, pero lo que sí deduje con facilidad, por la devoción y cuidado con la que la admiró, fue que Álvaro tenía un profundo deseo por convertirse en uno. Sus ojos oscuros se llenaron de ternura al experimentar por primera vez esa sensación. Alba le sonrió discretamente percibiendo su emoción.

—Uy, conozco esa mirada... —comenzó Tía Rosy.

—Usted ni empiece —frenó en seco sus tonterías, adelantando a dónde se dirigía. Tía Rosy hizo una mueca, prefirió no tentar al diablo al notar hablaba en serio. No tenía ganas de ocupar otra camilla de hospital.

Por el bien de la ciudad decidieron cambiar de tema a uno más amigable que pudiera entender la mayoría.

La mayoría, no todos.

Es decir, ni Álvaro ni yo teníamos idea de lo que hablaban, pero asentimos tantas veces fuera posible. Aunque para él fue más fácil, logró envolverse con facilidad en la conversación, guiado por la curiosidad de conocer cosas que podrían servirle. Yo, en cambio, me mantuve al margen comiéndome los chocolates del arreglo que le trajeron a Miriam con todas esas anécdotas, consejos y dudas de fondo.

Recuerdo que hubo un tiempo en que el tema me ponía mal, así que casi me felicité por ir superándolo, hasta que me acabé la caja y regresé a la realidad. Uno ni siquiera puede deprimirse a gusto, me dije revisando la marca porque tenía que reponérselos. Y para acabarla la habían traído Álvaro, seguro valían una fortuna.

—¿Piensas pedirle ayuda a tu madre los primeros días? —la interrogó Alba.

—Alba, qué es esa clase de preguntas, ¿no ves que apenas estoy procesando el parto? —expuso Arturo en una broma, mitad verdad, acomodándose el cuello de la camisa. Estaba convencido que a él le gustaba más la idea de que fuera su madre quien les diera una mano antes de recurrir a su dulce suegra. Daba la impresión que la de Miriam las bañaría en vinagre—. ¿Acaso buscas que no solo Miriam esté en una camilla?

Alba negó con una sonrisa, burlándose de su drama.

—Sí, te ves un poco pálido —comentó solo para molestarlo—. Creo lo que te falta es tomar un poco de aire —mencionó señalando con la mirada la puerta, en una indirecta sutil que todos entendimos menos él. Arturo pintó una mueca confundida sin entender qué pretendía.

—Qué va, lo que me hace falta es comer un poco —confesó de buen humor, aprovechando la mención—. No he probado bocado desde que Miriam se despertó esta mañana. Y está claro lo que dan aquí es con la clara intención te marches pronto —nos platicó. Tenía razón.

—Y el hambre es canija. Tengo la solución para tu problema, Bambi —intervino Tía Rosy dándole un golpe en la espalda, regresando a ser la demoledora de huesos apenas estuvo lejos de las bebés—. Aquí afuera venden un tacos que reviven muertos —contó pasando sus brazos por los hombros de Arturo y Alba. La última frunció las cejas molesta por la confianza.

Arturo se resistió un poco, no porque la idea no le gustara, sino que parecía no desear alejarse  de su esposa, ni hijas.

—Yo me quedo a cuidarla —le avisé para que se marchara tranquilo. Además, también estaría Álvaro que nos salvaría a los cuatro si algo malo sucedía. Miriam apoyó la idea con una sonrisa, dándole un descanso a su marido que seguro estuvo la noche entero al borde del colapso.

Aquel gesto permaneció en sus labios mientras admiraba a su pequeña réplica.

—Emiliano, ¿puedo hacerte una pregunta? —me preguntó de pronto Miriam, clavando su mirada en mí.

—No podría decirte a nada que no hoy, Miriam —respondí con una sonrisa. Ella me lo agradeció, pero después creí necesario hacer una aclaración—. Si es sobre los chocolates... —comencé mi disculpa, pero por la forma en que se desencajó el rostro supuse me había puesto en evidencia solo.

—¿Chocolates? —repitió extrañada.

Por suerte, me salvó la campana o mejor dicho la chica que se asomó. Sonreí como un auténtico imbécil al reencontrarme con Pao, cualquiera hubiera pensado llevaba días sin verla cuando hace apenas unas horas nos habíamos despedido en la tienda. Aún llevaba puesto su falda blanca, la blusa rosa pastel de tirantes y el maletín colgado de su hombro. Apenas puso un pie dentro soltó un suspiro aliviada recargándose en la puerta. Por sus mejillas sonrojadas supuse protagonizó una carrera.

—Perdón por llegar tarde —murmuró recuperando el aliento.

Se acercó cuidadosa, saludó a Álvaro con un ademán y se inclinó para darme un beso en la mejilla al pasar a mi lado. Sonreí cuando limpió cariñosa con su pulgar mi mejilla antes de sentarse al borde de la cama para curiosear lo que Miriam llevaba en brazos. Se asomó tímida, el rostro se lo iluminó cuando su madre la destapó un poco para que pudiera mirarla mejor.

—Por Dios, es tan bonita —suspiró enamorada. Miriam le hizo espacio, Pao no lo pensó, emocionada recargó su cara en su hombro—. Es como algodón de azúcar, Miriam. Se parece a ti —añadió.

Miriam sonrió por el cumplido, pero un deje de diversión se asomó en sus pupilas provocando ambas rieran.

—Sabes que no —mencionó—. Aunque Arturo se haga el desentendido todos sabemos serán idénticas a él —comentó. Pao no la contradijo. ¿Ven? No sabía dónde notaban esos detalles. El único parecido que le hallaba hasta ese momento es que tenían dos ojos, una nariz y respiraba oxígeno, aunque con esa descripción bien podrían ser un hámster—. Pero no me quejo —aclaró feliz—, creo que tendrán sus ojos —le platicó emocionada.

—Serán una niñas preciosas, Miriam —remarcó Pao, sonriéndole.

—¿Quieres cargarla? —propuso.

—¿Me dejarías? —preguntó ilusionada como si hubiera deseado escuchar eso desde el inicio. Sus ojos brillantes adelantaron la respuesta. Pao ni siquiera lo pensó, con una enorme sonrisa aceptó entre sus brazos cálidos a la bebé envuelta en su manta. Creí que le explotaría el corazón de ternura cuando se encontró con su mirada—. Aww... —suspiró encantada por sus pucheros—. Eres tan, pero tan bonita. Hola, soy Pao, y tú eres la cosita más tierna del mundo. No puedo creer lo afortunada que eres, Miriam —le dijo emocionada dándole le dio un leve toque a su nariz.

Había un brillo especial en la mirada de Pao esa noche. Estaba convencido no existía una imagen más adorable. Pao, que por sí misma era el ser más tierno del mundo, centró su atención en ese bebé con tanta sinceridad que algo se removió en mi interior. Y eso último no fue tan bueno, no sabía por qué, pero de pronto sentí un vacío en el estómago al presenciar su felicidad. Supongo que en el fondo no había dejado de ser egoísta.

Hice un esfuerzo por sonreír cuando abandonó la cama de un salto para acercarse a mí a enseñarme cómo dormía contra su pecho.

—Emiliano, ¿ya la viste? Es tan pequeñita que parece una conejita —me comentó sosteniendo cuidadosa su cabeza—. Dime si alguna vez has visto algo más bonito.

—Si te escucha Bruno no te dejará entrar a casa —bromeé.

Pao pareció recordarlo. Torció sus labios pensándolo un instante. Alguien dormiría en el sofá.

—Pero no lo hizo —resolvió traviesa, encogiéndose de hombros—, y tú no se lo contarás. Será nuestro secreto —murmuró en complicidad.

Negué con una sonrisa, aunque no pudiera verme porque estaba más ocupada derrochando toda su dulzura en aquella habitación. De pronto la noche se inundó de sus preguntas, los comentarios con todo ese aire paternal y protector de Álvaro y las sonrisas de Miriam que tenía igual o menos experiencia que ellos. Supongo que eso de ser padre se aprende sobre la marcha.

Y habrá que otros que nunca lo harán, sobre todo cuando está seguro no lo necesitarás. Confieso que esa noche fue extraña, por una parte estaba realmente contento por la alegría de todos, pero también me sentí un poco fuera de lugar. Posiblemente me llamarían el grinch de los bebés. Ojalá hubiera sido porque despertaban algún rechazo en mí y no porque en el fondo solo quería que el resto no le diera tanta importancia para tampoco yo hacerlo.

—Será mejor que busque un taxi, sé está haciendo tarde y ya saben lo complicado que es conseguir a alguien que quiera llevarte —expuse sin deseos de romper la magia, después de un largo rato—. No quiero arriesgarme a toparme con un chófer malhumorado que me arroje en plena avenida —añadí divertido cuando todas las miradas se centraron en mí.

—Si quieres te llevamos —mencionó Álvaro, siempre a la orden.

—No, no se molesten —lo detuve porque no quería darles problemas. Apostaba que Tía Rosy sí aceptaría y tampoco deseaba convertirlos en taxistas, aunque tuvieran la actitud—. Pao, ¿te acompaño a casa o nos vemos mañana? —dudé. Quizás quería quedarse un rato más.

Ella alzó la mirada distraída, como si apenas recordara dónde estaba.

—Me voy contigo —concluyó contenta tras pensarlo apenas un instante—. Creo que ya se la he robado demasiado a su mamá —dijo entregándosela—. Seguro te extraña.

—Hey, muchas felicidades, Miriam —me despedí sincero, sonriéndole antes de adelantarme—. Estoy seguro serás una mamá estupenda —pronostiqué. No podía ser de otra forma. No cuando lo había deseado tanto, no cuando la mirada se le iluminaba cada que veía su sueño hecho realidad.

También me despedí del ingeniero deseándole suerte con Alba y el señor Casquitos porque dormir con ese par era cosa de valientes.

Yo no podría. Definitivamente yo no podría un montón de cosas, acepté al respirar aire con aroma a cloro. Era más débil que la gente que se proponía ir al gimnasio el primero de enero y termina dejándolo el dos. Parecía una broma que un humano de menos de tres kilos me hubiera noqueado.

Agité mi cabeza, obligándome a no pensar más en ello. Esperanzado en encontrar en el camino a Alba, Tía Rosy o Arturo, que con sus ocurrencias siempre lograban borrar cualquier lío, pero nada. Me conformé con observar a la gente pasar de un lado a otro en la sala de espera, cada uno envuelto en sus propias preocupaciones. Odiaba los hospitales, pero siempre despertaba mi curiosidad por las historias en ellos, así que me perdí en mis pensamientos hasta que pegué un respingo al sentir unas manos en mis hombros.

—Perdón por tardar —mencionó, riéndose de mi sobresalto. Me encontré con la sonrisa traviesa de Pao—. Pasé rápido a la cafetería a comprar algo de comer, me muero de hambre —me contó.

Asentí viéndola abrir impaciente su postre. Sin intención de distraerla me mantuve en silencio, dándole fugaces vistazos camino a la salida hasta que me atrapó estudiándola. Quise hacerme el desentendido, pero fue inútil. El sonido de su tierna risa me confirmó no tenía escapatoria, antes de que me sorprendiera partiendo su galleta para ofrecerme la mitad.

—Este es para ti —soltó inocente con una enorme sonrisa, confundiéndose.

—Provecho, mi Pao. Ya comí —le aclaré para que no angustiara por mí.

—Bien, tú te lo pierdes —me advirtió feliz.

Afuera nos recibió un soplo de aire frío que revolvió su cabello. Me dio la impresión temperatura habría descendido algunos grados en las últimas horas. Nada raro en Monterrey, posiblemente mañana estaríamos a más de cuarenta. Nos sentamos en una de las bancas de concreto que rodeaban la plazoleta del hospital mientras ella terminaba de cenar antes de buscar un taxi.

Sin darme cuenta mi mirada permaneció en Pao que, luchando contra el rebelde viento, no quedó satisfecha hasta que terminó su dulce entre pequeños mordiscos. Sonreí, Pao era tan adorable que incluso algo simple se convertía en un espectáculo.

—Te pasa algo —me acusó de pronto al notar como la miraba.

—No —contesté enseguida, pero no era una pregunta—. Es solo que... Debiste ver a Arturo. Parecía que estaba a punto de enloquecer —solté divertido. Pao rio, limpiando sus manos con una servilleta—. Eso de los hijos parece una locura, ¿no?

—Seguro lo es —aceptó, apoyándose en el borde de la banca jugando con sus pies—. Pero ambos estaba tan contento que seguro lo superarán —pronosticó optimista.

—Sí, claro —admití dándole la razón.

Volví la vista al frente pensando en tonterías, mi especialidad.

—¿He dicho algo que te molestó? —se preocupó tras un breve silencio.

—¿Qué? No, Pao —aclaré deprisa. Era mi problema, no tenía que ver con ella—. Solo estaba pensando, sí puedo hacerlo aunque tú no lo creas —bromeé—. Pensando en lo bien que se te dan los niños, parece que te gustan —comenté.

—No puedo mentirte, me entiendo con ellos —soltó orgullosa.

Eso lo sabía, no por nada Nico y Hectorín la habían convertido en su mejor amiga. Callé, obedeciendo a mi juicio que me recomendó guardar silencio, pero ese chispazo de cordura quedó sepultado por un impulso.

—Y... Bueno... No sé, en un futuro, en muchos años quizás, ¿has pensado en tener uno? —solté sin lograr contener la tormenta solo para mí. Me miró confundida sin entender mi pregunta—. Lo que quiero decir es que si entre tus metas está en convertirte en mamá —intenté explicarme.

—Es un poca atrevida esa pregunta —me acusó graciosa, clavando su dedo en mi pecho, quise reír pero no me salió. Ella notó era un tema serio—. No lo sé, soy joven para pensar en tener hijos —aceptó divertida—. Primero debo terminar la carrera, ejercer, cumplir muchos de mis sueños en solitario. Ni siquiera voy a preocuparme ahora —le restó importancia antes de apoyar su cabeza en mi hombro. Asentí,  el silencio volvió a calar entre los dos. Pao dibujó un corazón en mi mano antes de alzar la mirada—. He sido una tonta, olvidé preguntarte a ti —notó—. Después de todo, tú eres mayor...

—¿Disculpa? —dramaticé fingiendo ofenderme por su comentario. Mordió su labio traviesa—. ¿Estás llamándome viejo? —Pao fingió pensarlo antes de mostrarme un pequeño espacio entre sus dos dedos echándose a reír—. Pues mira lo que puede hacer este anciano...

Su tierna risa resonó en la plazoleta cuando la abracé haciéndole cosquillas. Se retorció entre mis brazos luchando por retener las carcajadas, pero falló. Me encantaba ese sonido, aunque las personas nos miraron como si estuviéramos locos. Terminé compadecí de ella, pero no la solté, la abracé por la espalda apoyando mi mentón en su cabeza mientras luchaba por recuperar aliento aún con rastro de risa en sus labios. Su respiración fue nivelándose al compás de mis latidos.

—Hey, mi Pao... —murmuré cerrando los ojos un instante. Quizás en el fondo no quise me oyera, pero lo hizo, percibí como alzó la cabeza, esperando el resto. Tuve que armarme de valor para soltarlo—. Dato random, quizás nunca pueda tener hijos —lancé queriendo sonar divertido, fingiendo que no se había formado un vacío en mi estómago.

—Sí, creo que me lo dijiste una vez —retomó tranquila volviendo a reacomodarse en mi pecho, sorprendiéndome por su calma—. Pero tal vez es un abanico de oportunidades, ¿no? —mencionó esperanzada.

Me hubiera gustado decirle que sí.

—Eso creo... —dudé sin estar convencido. Un corto silencio anunció la paz que volví a romper sin querer guardármelo solo para mí—. Solo quiero que sepas que si algún día no puedo ayudarte a cumplir uno de tus sueños y quieres buscar a alguien que sí lo haga yo lo voy a entender —planteé la posibilidad en una necesidad ridícula de aclarar no quería que estuviera conmigo por encima de sus metas.

—¿Qué? —repitió confundida, frunciendo las cejas—. Espera... ¿Piensas que voy a dejarte? ¿Yo a ti? —remarcó rompiendo a reír. Sí, prácticamente toda la novela—. ¿Por qué lo haría, Emiliano? —preguntó como si fuera lo más gracioso que había oído.

¿Quería la lista larga o la versión resumida?

—No sé... A veces el amor se termina —concluí sin tener clara la respuesta.

—El amor de verdad nunca lo hace —declaró segura—. Sí, quizás se va transformando con el tiempo, pero no desaparece —comentó sonriéndome—. ¿Te confieso algo? Yo creo que tú y yo nacimos para estar juntos —susurró inclinándose para que solo yo pudiera escucharla—, aunque suene cliché —se burló de sí misma.

Repasé su rostro donde reinaba la seguridad. Sonreí, o al menos lo intenté. A veces la miraba, convencida de quedarse conmigo, que me preguntaba si sería lo mejor para ella. Pao suavizó sus facciones.

—Escucha, no te angusties por el futuro. Piensa que si no se da, estarán Lila, Bruno y Panchito para hacernos compañía —me recordó—. Y lo más importante, siempre nos tendremos el uno al otro —destacó mirándome a los ojos con ese amor incondicional que solo encontraba en ella.

—Pao, ojalá te hicieras una idea de lo que te quiero —solté para mí mismo.

—Lo sé —respondió fingiendo arrogancia solo para hacerme reír—. Ahora llama a un taxi que me muero de frío —cortó mi romanticismo devolviéndonos de golpe a la realidad. Reí aceptando no era el mejor lugar para debates de vida antes de sacar mi celular. Por suerte estaría ahí en menos de diez minutos, aunque supuse que a Pao le parecería una eternidad.

Como no podía acelerar el tiempo me despojé de mi chaqueta para entregársela. A ella le hacía más falta. Pao me miró con sus ojos bien abiertos pasando su mirada de ella a mí.

—Póntela, quizás te caliente un poco —recomendé. No solucionaría el problema, pero podría ayudar. El rostro se le iluminó como si le hubiera dicho compré una casa en Acapulco.

—Oh, por Dios —se emocionó arrebatándomela para abrazarla contra su pecho. Sonreí al verla cerrar los ojos como si luchara por grabarse la sensación—. Olvídala, no pienso regresártela —me advirtió.

—No lo hagas, si quieres tómala un regalo —concluí al verla tan feliz por una cosa tan sencilla.

Pao no me escuchó más ocupada en ponérsela a toda prisa. Le quedaba enorme, pero no importó, fascinada la cerró hasta el cuello antes de abrazarse. Reí por su tierna reacción.

—Ahora soy tú —dictó traviesa guiñándome el ojo—. Hola, guapa —me imitó.

—¡Oye, yo no soy así! —protesté.

—Cierto... Me faltó esto —recordó ahuecando con su índice sus mejillas al sonreír.

—Sí, es una mejor interpretación —acepté. Pao se echó a reír risueña antes de volver a descansar en mi hombro. Estaba feliz, su rostro lo gritaba, pero el pulso y sus risas lo confirmaban. 

—Mala idea comer azúcar tan tarde, guapa —opiné divertido.

—Tonto —me reprendió con un golpe—. Solo estoy muy contenta —reveló sonriéndome.

—¿Puedo saber por qué?

—Por estar contigo. Siempre sonrió cuando estoy a tu lado, Emiliano —aseguró dulce—. Por eso nunca te librarás de mí —advirtió juguetona arrugando su nariz. Intenté sonreírle—. Solo no me alejes, por favor —me pidió acunando mi rostro—. Sé que tienes miedo por lo que pasó con tu padre —comenzó cuidadosa—, pero yo jamás voy a abandonarte...

—Hey, guapa, no hablemos de eso, ¿sí? —le pedí con una débil sonrisa. No en ese lugar, a esa hora, con tantas cosas encima. Ella asintió entendiéndolo antes de envolverme en sus brazos para abrazarme con fuerza. Cerré los ojos disfrutando de su calidez—. Eso es pasado.

Pero no se puede vivir el presente sin un pasado. No, si la base no es firme terminará viniéndose abajo, sepultándote en el fondo.  Y pese a mi escudo me tocaría aprender que de él no se puede huir, sin importar tus intentos por dejarlo atrás siempre termina alcanzándote. 

Este capítulo fue muy largo, espero no se les hiciera pesado. Me disculpo por los errores de dedo, no tuve mucho tiempo para revisarlo a fondo, pero de todos modos espero les gustara ❤. Ahora son nueve integrantes oficialmente e incontables gracias a su apoyo. Gracias por formar parte de esta familia. Se les quiere muchísimo a todos. 

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