Capítulo 4
Es gracioso la manera en que muchas veces la soluciones se encuentran frente a nosotros y las dejamos escapar por distraídos. No pude retener una carcajada al descubrir la facilidad con la que los misterios podrían resolverse si nos atreviéramos a intentar lo evidente, esa opción que rechazamos por descarte.
—¿Qué te causa tanta risa? —escupió mamá, molesta al escucharme reírme mientras ella acomodaba las cajitas con ensalada de pollo en el refrigerador. No le gustaba que perdiera el tiempo, era una pena que lo hiciera por el simple hecho de respirar.
—Mandaron arreglar este celular por un problema en la señal —platiqué divertido colocándole con cuidado la carcasa. Mamá alzó su ceja sin comprender dónde estaba el chiste, aún estaba en el primer acto—, pero solo tenía el chip al revés. Esto es lo que llamo yo un plot twist costoso.
—¿Se lo vas a cobrar? —preguntó asombrada porque no me había demorado ni dos minutos deducirlo. No me costó responder, tenía muy claro lo que haría.
—Sí, yo fui quien lo descubrí —alegué de buen humor. No era de la idea de regalar mi trabajo. A mí nadie me donaba las barritas—. Que conste que yo no se lo volteé —aclaré. Hay una abismal diferencia entre ser un aprovechado y un tramposo—. Él vino a pedirme lo dejara como nuevo. Eso hice —argumenté sin sentirme culpable. Todo lo contrario. En el trabajo no se puede ser compasivo. Yo vivía de esa clase de errores—. Y para que veas que no soy una mala persona no me reiré cuando se lo cuente —prometí.
Mamá negó desaprobando mi desfachatez, pero acostumbrada a mis defectos ni siquiera intentó encaminarme al sendero del bien. Era una lucha perdida, para qué gastar energía. Aprovechando mi victoria saqué mi celular y revisé cuándo llegaría mi último pedido. Había salido de la bodega esta mañana por lo que lo tendría en casa el viernes por la tarde. Estaría justo a tiempo. Ya quería que Pao lo viera.
Como si la hubiera llamado con la mente su figura atravesó la puerta. Caminó distraída hacia el mostrador acomodando su suéter. La sonrisa permaneció en mi rostro, pero la de ella se borró en un segundo cuando notó quién estaba al mando esa tarde. Su rostro se puso blanco, hice un esfuerzo por no reírme de su expresión de espanto. Parecía tener deseos de salir corriendo.
Pao abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Avanzó un paso, prefirió retroceder. Fue un inusual baile nacido por los nervios. Parecía luchar una batalla interna, su cuerpo y cerebro no se ponía de acuerdo.
—¿Vas a querer algo, niña? —escupió mamá que no se caracterizaba por ser amante de los espectáculos. Ella tenía un tono tosco de hablar, pero ni siquiera lo notaba, no era con mala intención. Debí advertírselo a Pao.
—Creo que no puede hablar —inventé rompiendo la tensión. Pao entrecerró sus ojos. Mi madre llevó las manos a su cadera dedicándome una mirada de advertencia.
—Emiliano, no seas impertinente con los clientes —murmuró entre dientes. Se me escapó una sonrisa porque era una broma. A estas alturas me sorprendió siguiera creyéndome.
—Es Pao, mamá —confesé divertido. Entonces lo entendió. Se avergonzó por la confusión. Pao le dedicó una dulce sonrisa, con un poco más de ánimo, a la par que le ofrecía su mano.
—Pao Medina —se presentó educada. Fue interesante conocer su apellido. Noté que casi no conocía nada de Pao, más que algunas pinceleadas. De pronto me invadió la curiosidad—, para servirle a usted...
—A Dios, al Estado mexicano, a la nación soberana... —murmuré en voz alta, sin pensarlo.
—Me compadezco un poco de ti —habló mi madre, ignorándome—. Emiliano es un buen chico, pero tiene un humor difícil —comentó mamá poniéndola al tanto de un dato que ya conocía.
—No se preocupe, tengo un hermano mayor. He desarrollado altos niveles de resistencia —respondió Pao. Era bueno saberlo.
—Su hermano es abogado. Ya tenemos quien nos saque de la cárcel —celebré optimista. Podía ser de gran utilidad, sobre todo conociendo mi tendencia a meterme en problemas. Tener amigos con influencias es una manera infalible de librarla.
—Espero que además de paciente, seas trabajadora —comentó mamá sin nada de formalismo, haciendo gala de su peculiar forma de hablar. Le gustaba que la gente la obedeciera y entendía que antes de ganarse el cariño de otros necesitaba esforzarse por su respeto. El primero es una cuestión opcional.
Al padecer una vida complicada había desarrollado un carácter fuerte. Ambos optamos por métodos distintos para reponernos. Funcionaban al final, era lo que importaba.
De todos modos, tal como lo pronostiqué, mamá desistió pronto de su severo entrenamiento a a uno más considerado y amable. Le bastaron unas palabras para notar que era auténticamente tierna. Ese tipo de personalidad despertaba su instinto de protección. En pocas palabras, mamá era la gallina y Pao su nuevo huevo. Y no era una queja, todo lo contrario, me alegró mucho que fuera amable con ella. No fue una sorpresa, Pao era el tipo de persona que adoraba. Y cuando te ganabas su cariño, nada fácil siendo tan selectiva, prácticamente te adoptaba.
Sentí pena por Pao porque no la dejó descansar ni un minuto. Casi la escuché suspirar de alivio cuando le avisó debía salir un rato a comprar unas cosas. Me encargó estar al pendiente de todo. En pocas palabras, que me cuidara de no terminar en prisión. Una importante responsabilidad. No sé de qué se preocupaba, si ya teníamos al buen hermano de Pao para darnos una mano.
—A eso le llamo desquitar el sueldo —opiné en voz alta cuando nos quedamos solos.
—Qué dices. Tu mamá es encantadora —opinó—, pero no era broma cuando dijo que le gustaba trabajar —confesó en voz alta a la par de una risa cansada. Sí. Era una mujer que exigía lo que daba. No se ponía límites en ese tema.
—¿Quieres que comamos juntos antes de que te vayas? Ya es tarde —recordé. No quería se marchara sin comer. En especial porque decidí esperarla y ya tenía hambre. Sentía que mis órganos estaban a punto de devorarse entre ellos.
—Es una buena idea —comentó feliz.
En realidad, más que ver a Pao como alguien que pudiera ayudar en las tareas de la tienda, su compañía era una gran medicina. No de esa que te obliga el doctor, sino de la que tú mismo buscas para mejorar tu vida. Eso no lo lograba cualquiera.
No sé cómo explicarlo. La gente solía verme un rato, hacerse una idea de mí completamente distinta a la realidad. Es sencillo que te quieran cuando solo muestras el lado bueno, sin embargo, convivir tantas horas deja al descubierto los altibajos. Disimulaba mis inseguridades, pero estaban ahí y tenía miedo que alguien más las descubriera.
Pensé que las cosas empezarían a ser diferentes cuando trabajáramos juntos. Pao entendía que había cosas que me costaban un poco más que al resto, pero incluso siendo testigo de mis complicaciones diarias nunca hizo un comentario que me hiciera sentir distinto. Todo lo contrario.
Supongo que eso fue lo que logró me encariñara tan rápido. Eso, sumándole que pesar de ser tan tímida siempre encontraba de qué hablar. Teníamos unas personalidades opuestas, pero nunca me aburría con ella. Esa tarde, por ejemplo, que la pantalla de su celular se encendiera dejando a la luz su fondo inició la conversación. Pao soltó una risa ante mi interés. Era una imagen peculiar.
—Te mostraré quiénes son —me contó ilusionada, sin molestarse, como si hubiera esperado por ese momento. Una sonrisa se pintó en su rostro—. Este trío es el amor de mi vida —declaró cambiándose de lugar a mi costado. Sus manos me cedieron el aparato para que pudiera observar la postal.
En ella aparecía Pao sentada en el suelo, sonriendo a la cámara. En su regazo descansaba un conejo canela, a su lado un perro negro que estaba casi a su altura y en el fondo, desapercibida, una tortuga, o un plato verde, pero opté por la primera opción.
—Él es Bruno —me contó señalando al canino que daba la apariencia de ser rudo—. Panchito es el del caparazón y el pequeñín es Mazapán.
—Dios, eres una maestra para los nombres —la halagué con una sonrisa divertida. Ella le restó importancia perdida en esos tres. En verdad les quería mucho, el brillo en su mirada la delataba—. Yo los hubiera llamado Donatelo, Cerbero y... —intenté hallarle uno que le hiciera justicia, pero se me acabó la creatividad—. Dientón —solté al fin ganándome un empujón amigable de su parte—. A ver cuando se me hace conocerlos —comenté.
Pao buscó mis ojos para saber si hablaba en serio o era una de mis bromas. Nunca jugaba con temas importantes y me bastó una mirada para notar que para ella lo eran.
—¿Lo dices de verdad? —preguntó emocionada. La respuesta sobró—. Cuando tú quieras. Estoy segura van a adorarte, son chicos muy buenos y educados—adelantó emocionada. Ella era muy generosa en su juicio—. Podría ser en mi cumpleaños.
—¿Nos vamos los cinco a comer pizza? Si le pones una gorra a Pancho puedes engañar al mesero.
—Hablaba de... Si quieres, puedes ir este sábado a mi casa —propuso tímida.
—Vamos rápido, Pao. Esta es una excusa mucho más original que la de Netflix —bromeé haciéndola sonrojar por mi estupidez.
—Me refería a que pasarás a verlos y ahí irnos juntos al restaurante —me explicó.
Sonreí, había entendido, solo jugaba porque me gustaba ponerla en aprietos.
—¿Tú pagarías la mitad del taxi? —bromeé. Me dio otro suave golpe en el hombro, se le estaba haciendo costumbre agredirme—. Me gusta la idea —acepté ganándome una tregua—. Sabes que voy a todas partes que me inviten. ¿Tu familia no se molestará si me ven? Eso de ser colado todo el tiempo me tiene a la defensiva —inventé.
En realidad, sí me preocupaba. Con el resto del club no había problema. A duras penas teníamos verguenza, todos a nuestro alrededor lo sabía y las advertencia sobraban. Sin embargo, Pao era la consentida de su casa. Según había escuchado sus padres la cuidaban mucho.
—Nada de eso. Mamá tiene mucha curiosidad por ti. Le va encantar conocerte... —soltó en voz alta, aunque pronto se retractó para no confundirnos—. Quiere saber quién es el tipo con el que trabajo.
—Será mejor que no vaya —solté. Ella no escondió el asombro ante mi respuesta—. Descubriría que no estoy my cuerdo. Puedes decirle que soy un hombre serio, reservado, bronceado y...
—No suelo mentirle a mi madre —interrumpió divertida.
—Vaya, vaya, vaya, Pao. Aprendes rápido —apunté. Ella se encogió de hombros dándome la razón—. No puedo arriesgarme a que te pida renuncies. Sería lo peor que podría pasarme en este momento —escupí sin usar la cabeza. Tenía el defecto no pensarme lo que decía, soltarlo sin más. Me arrepentí al meditarlo—. Eso y que aumenten de precio las barritas integrales, se incendie la casa, tiemble en la ciudad. Es una larga lista, eh —quise arreglarlo, estropeándolo más. Fue de gran ayuda que ella sonriera para que me tranquilizara.
—¿Te espero el sábado? —cambió de tema regresando a su lugar.
—Sabes que sí —respondí correspondiendo a su sonrisa—. Con tanta invitación tengo la corazonada que esa noche será memorable.
Cuando Pao se marchó volví a sumirme en la soledad. Era ridículo que incluso en una ocasión levantara el rostro buscándola hasta que recordé no estaba. No sé qué demonios me pasaba. Me parecía a esos niños de preescolar que al conseguir su primer amigo no quieren soltarlo. Agité la cabeza obligándome a concentrarme. El karma me cobró rápido mi última factura, la reparación estaba resultando más complicada de lo que imaginé al inicio.
Estaba tan ocupado en mi labor que ni siquiera me di cuenta que alguien entró al local. Pensé que nadie nos visitaría. Hace rato había comenzado a llover, ni siquiera me pasó por la cabeza que alguien se arriesgaría a andar en la calle con esas condiciones. Hubiera permanecido la tarde entera de pie en el umbral de no ser porque su sollozo me impulsó a alzar la mirada.
Primero, solo a escucharlo, pensé que se trataba de un fantasma. Posiblemente el tipo del chip al revés que murió camino al local y venía a cobrarme el chiste. Por desgracia, se trató de algo mucho peor.
—¿Laura? ¿Estás bien? —pregunté angustiado dejando de lado lo que estaba haciendo. Empujé poco a poco la silla para acercarme al mostrador donde sus manos se apoyaban. Contemplé su rostro, luchaba por resistir los deseos de llorar.
—Sí, sí, estoy bien —le restó importancia al verme preocupado. Era patético que me mostrara afectado por alguien al que ni siquiera le importaba, pero no pude evitarlo, me sentí muy mal—. ¿Puedo pedirte un favor? —dudó. No tenía ni que mencionarlo—. ¿Crees que podría esperar aquí mi taxi? No tarda en llegar por mí.
—Claro que sí. ¿Puedo hacer algo por ti? —Fui directo. En verdad deseaba ayudarla, no importaba cómo—. Si quieres...
—No, estoy muy bien —repitió deprisa. Noté que mi insistencia la estaba incomodando. No debí ser tan impertinente, hacía esas cosas sin querer. Dudé si sería adecuado ofrecerle asiento. Sus dedos se enredaron entre ellos. Mis ojos se clavaron en su semblante nervioso hasta que ella me pescó con las manos en la masa—. Perdona. Muchísimas gracias —soltó como si lo hubiera recordado de pronto.
No tenía nada que agradecerme. Yo no había hecho nada, incluso cuando lo hubiera querido. Laura permaneció dentro de su mundo, ni siquiera me prestó atención, parecía estar metida en un problema fuerte. Y lo único que se me ocurrió ante ese catastrófico panorama fue buscar en los recipientes y colocar una barra de chocolate sobre el mostrador.
Laura alzó una ceja sin comprender a qué jugaba. Yo estaba haciendo puntos para la medalla del tipo más estúpido del mundo.
—Para que no te desmayes —bromeé, aunque la risa no me salió natural. Laura asintió sin darle importancia. Seguro pensó que la estaba obligando a comprar porque sacó su cartera—. No tienes que pagarme nada, es un regalo —aclaré. De pronto me gustaba más la opción donde nos hacíamos los tontos.
Sus ojos verdes escanearon despacio mi rostro, como si intentara encontrar alguna respuesta plasmado en él. No, aún no me tatuada el te amo en la frente. Fue un momento extraño para los dos, en el que ninguno habló, aunque por la forma en que nos miramos dijimos bastante. Me dio la impresión que rompería el silencio cuando el sonido de la puerta abrirse nos salvó. Al menos eso imaginé hasta que reconocí al tipo. No había venido a comprar pan.
Eché la cara a un lado, incómodo. Lo único que faltaba era que él terminara en el local.
—Laura, ¿dónde estabas? Te busqué en la empresa, pero no te encontré —le dijo preocupado—. Tenemos que hablar —pidió en un susurro acercándose hasta ella. Siempre me pregunté qué tipo de relación tenían, cómo se había conocido. Supuse que en el trabajo, por la manera de vestir y su reloj caro di por hecho él tendría un cargo importante.
—No quiero hablar contigo —escupió Laura dando un paso atrás—. Necesito un poco de espacio, de tiempo —soltó. Yo pasé los ojos de uno a otro, se les había olvidado donde estaban.
—Por favor, al menos escúchame —insistió tomándola de brazos para que no huyera. Laura se removió incómoda, él no se rindió, buscó sus ojos desesperado—. Una sola oportunidad. Te juro que cuando...
—No —declaró ella intentando soltarse, pero él no pareció ni siquiera notarlo, más preocupado por encontrar su rostro. Comenzaron a forcejear en una pelea que parecía de todos los días—. Hoy no —volvió a hacerle saber con menos paciencia. Sus deseos de echarse a llorar revivieron, como si de verdad le doliera lo que estuviera sucediendo. No entendía cómo él no lo apreciaba, pero sin importar la respuesta yo sí.
—¿No escuchaste que te dijo que no? —pronuncié en voz alta, harto de su actitud. La pregunta lo despertó. El hombre pareció recordar que estaba en público, se acomodó el traje y se mostró levemente avergonzado. Laura bajó la mirada abochornada, tuve la impresión que deseaba cavar un pozo y desaparecer.
—Me disculpo por el espectáculo —soltó diplomático, dándole valor a algo que no me importaba. El espectáculo era lo de menos, de eso pedía mi limosna. El silencio caló entre los tres. Yo me encargué de ponerle fin.
—¿Va a comprar algo?
Esa era la manera de pedirle se fuera. Él entendió que no me alegraba verlo ahí y después de lo de hace un momento ni siquiera hizo preguntas. Respiró hondo antes de erguirse para volver a disculparse. No me interesaba lo que tuviera que decir.
—Laura... —pronunció por última vez, llamándolo para que ella lo acompañara. Sin embargo, ni su tono lastimero funcionó. Ella le dio la espalda dictándole no quería estar con él. Y me alegré, no por celos, sino porque me preocupaba que si la trataba así en público, lo que le haría en privado.
Él aceptó la derrota, aunque tuve la impresión que solo para evitarse problemas.
—¿Estás...?
—Muchas gracias por defenderme —me interrumpió con la voz temblorosa—. Yo... En verdad no quería hablar con él. Hoy no... Muchas gracias —dijo dándole más importancia de la que debía.
—¿Él suele tratarte así? —curioseé sin tacto. Pronto me arrepentí. Laura negó deprisa, pero no le creí. Ni siquiera parecían impactados, daba la impresión que estaban acostumbrados a tomarse con fuerza cada que se alteraban. Ella debió comprender que la versión carecía de credibilidad porque no pudo sostenerme la mirada—. No te preocupes, todo estará bien —susurré. No tenía que avergonzarse. Le dediqué una sonrisa sincera. Yo no la juzgaría—. Si pudiera hacer algo...
—Haces bastante ya —me cortó. No quería que me involucrara—. No sé cómo pagártelo.
—Tengo una idea... —solté. Laura frunció las cejas sin lograr comprender a qué me refería. Callé, escribí en un trozo de papel un número antes de colocarlo junto al dulce que ni siquiera se había atrevido a tocar—. Si algún día necesitas ayuda... o simplemente quieres charlar con alguien puedes llamarme —propuse conociendo que muchas veces una pantalla facilita el proceso.
Laura clavó sus ojos en la hoja. No supe si había actuado bien, pero sí que hice lo que deseaba. No quería quedarme con la espina del hubiera. Tal vez en un futuro le serviría. Quise decirle que no se sintiera comprometida, pero ella se me adelantó tomándola entre sus manos. Dibujó una débil sonrisa que calentó algo dentro de mi corazón.
—Muchas gracias... —La palabra murió a causa de la notificación de su celular que le avisaba afuera su transporte le esperaba. Si yo hubiera podido le hubiera ofrecido llevarla, intenté no pensar en el hubiera—. Debo irme —me avisó. Laura dio un paso hacia la salida, pero regresó para cargar la barra de chocolate que dejó abandonada—. Esto también te lo pagaré —añadió un poco más tranquila, despidiéndose con una sonrisa.
Viéndola desaparecer a lo lejos, jamás imaginé lo rápido que llegaría esa oportunidad.
Muchísimas gracias por leer este capítulo ♥️. Les quiero mucho. No se pierdan el próximo capítulo ♥️😱
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