Capítulo 39 (Parte 1)
Aviso: Como prometí hoy habrá dos capítulos, el siguiente ya está publicado. Les agradezco de corazón el apoyo. Ojalá les gusten ambos. Un consejo, no se pierdan el segundo 😉❤.
Alba y Álvaro se casaron. Sí, en contra de todos los pronósticos ese par se juró amor y firmó su compromiso. Confieso que estaba tan sorprendido que Pao tuvo que darme un discreto codazo para borrarme la mueca de asombro. Aunque siendo honesto, tras analizar la sonrisa de Alba, que pensé jamás vería, reconocí no era un hecho descabellado. Había una verdad absoluta: ambos se querían. Tanto como para creer en un para siempre, para confiar incluso cuando el pasado se había encargado de remarcar no valía la pena. Sí, ya no eran dos jóvenes llenos de sueños, inocentes ante la vida, pero ahí estaban, con todas esas heridas y recuerdos apostando uno por el otro.
¿Se necesita algo más que amor para una vida juntos? Demasiadas cosas, ese es solo el inicio, pero supuse que si Álvaro seguía mirándolo como lo hacía, como si ella se tratara de su mayor sueño, y ella continuaba compartiéndoles sus sonrisas más auténticas, el camino sería más fácil de sobrellevar.
La celebración se llevó a cabo al aire libre, bajo una inmensa carpa cercada con luces. No había demasiada gente, pero no hizo falta para armar un escándalo que debía escucharse hasta la capital. Quise encontrar a Miriam y Arturo, con quien compartiríamos mesa, sin embargo, ni siquiera había empezado del todo la fiesta cuando se detuvo para dar un aviso importante.
Estoy seguro que Alba lo hubiera descartado, pero Álvaro siempre encontraba fascinante gritar a los cuatro vientos que amaba a esa pelirroja que sonrió cohibida a su lado cuando todas las miradas se fijaron en ellos. Estaban los dos al centro, junto a Nico, y a su lado también hallé a Miriam y Arturo. Por un segundo dio la impresión que nadie sabía cómo empezar, intentando encontrar la palabra perfecta, así que chiflé rompiendo la tensión. Funcionó, pero por la mirada que me dedicó Alba imaginé acababa de firmar mi muerte. Le di largo trago a mi bebida, la vida fue buena mientras duró.
—Quiero hacer un brindis —anunció alzando su copa mirando con veneración a su ahora esposa—, por la fortuna que fue encontrar a esta maravillosa mujer en mi vida. Alba, te adueñaste de mi corazón desde que te vi la primera vez y tal como prometí cuidaré del tuyo durante todo el tiempo que la vida nos permita estar juntos.
—¡Que esperamos sea mucho porque la media de vida ha aumentado! —pronosticó optimista Arturo a su costado. Álvaro le agradeció el ánimo. Alba, en cambio, negó aunque escondió mal una sonrisa. Con él se había rendido.
—Contigo al lado disminuye a la mitad —lo acusó.
—Por eso hay que vivir cada día como el último —argumentó sin perder el buen humor tras no encontrar puntos a su favor. Miriam sonrió contenta, orgullosa de su rápido ingenio.
—Yo siento que vivo los mejores de mi vida desde que encontré a estos dos —comentó Álvaro abrazando a Alba por la cintura y sonriéndole a Nico—. Y prometo que voy a esforzarme por darles los mejores de lo suyos.
El hijo de Alba le correspondió con una enorme sonrisa antes de tomar la palabra, declarando un discurso de lo más solemne.
—¡Ro. Mi mami. Ro. Mi mami. Ra. Ra. Ra! —gritó Nico saltando de un lado a otro, alzando sus manos en una porra. Alba no se enredó con su juego de palabras, prefirió dedicarle una tierna sonrisa como si fuera lo mejor que había escuchado en toda su vida. Siendo objetivo no ganaría ningún concurso de oratoria, ninguno, pero lo importante es que estaba contento. Tampoco era una sorpresa, desde que ambos se conocieron congeniaron. Y cómo culparlo hasta yo quería a Álvaro de padrastro, de no ser porque Alba lo ganó, y no me dio tiempo, se lo hubiera presentado a mi mamá.
Y Nico no era el único con toda la actitud para empezar la fiesta.
—¡Ahora sí, que empiece el baile! Que fue a lo que vinimos —gritó a todo pulmón Tía Rosy dejando su silla para cortar el sentimentalismo. No esperó ninguna invitación, ¿cuándo lo hacía? Sacudiendo los hombros caminó hasta el centro para abrir la pista. No sé si tenía alguna relación con el encargado de la música o a él simplemente le pareció una buena idea, pero le obedeció.
La música retomó su curso con tanta fuerza que en lugar de enfadarse Álvaro decidió rendirse, tomando de la mano a una distraída a Alba, sin darle tiempo de huir. Se le escapó una sonrisa antes de ceder, girando divertida. Creo que estaba tan feliz que ni siquiera es esforzaría por disimularlo. Sonreí admirándolos. Ver para creer.
—Alba bailando, permitiendo escapar a Tía Rosy con vida —describí asombrado—. ¿Qué sigue? ¿Yo caminando? —bromeé—. Tal vez debería probar suerte, en una de esas pega —consideré de buen humor.
—Emiliano... —me reprendió Pao entrecerrando su mirada—. Estás loco —opinó con una risa. Esa no era ninguna novedad. Pao volvió su atención a la pista con aire enamorada. Esperaba no sacara malas ideas—. ¿Existirá algo más bonito que ese par? —me preguntó compartiendo su ilusión. Una de las cosas más extrañas, en el buen sentido, de ser el mejor amigo de tu novia es que espera en verdad responda esa clase de preguntas.
—Bueno, conozco a alguien que sí —comenté con una media sonrisa. Tardó un instante en comprender a quién me refería.
—Eres un tonto —soltó escondiendo su sonrojo—. Ahora dime, ¿las bodas no te ponen algo sensible? —continuó melancólica—. A mí sí —reconoció dejando escapar un suspiro—. Tengo la sensación que de alguna manera nos despedimos de algo, como si estuviéramos acercándonos al final. Sé que no sucederá, que solo se abre un nuevo capítulo... Pero no puedo evitarlo. Creo que leer tantos cuentos de hadas me está cobrando factura —se burló de sí misma.
—Bueno, si fuera el novio posiblemente llevaría tres días llorando —acepté antes de beber. Pao me dio un golpe en el hombro que casi provocó derramara la cerveza sobre el mantel. Auch, ¿dónde está la libertad de expresión?, fingí dolor acariciándolo.
Esa pequeña dictadora solo sonrió antes de concentrarse en la gente, apoyando su mentón en sus manos entrelazadas. Yo la contemplé mientras se encontraba distraída, sonreí sin razón. Siempre podía perderme en esa imagen.
—Hey, mi Pao —la llamé. Ella asintió, aún entretenida en el resto—, ¿recuerdas que un hace tiempo te hice una promesa?
Mi pregunta la tomó por sorpresa, giró para prestarme atención. Torció sus labios, pensándolo, pero se rindió rápido.
—Bueno, has dicho tantas cosas que nunca sé qué va en serio y qué no —me acusó divertida. Por eso dicen que cría fama y échate a dormir.
—Aceptaste ser mi pareja de baile —le refresqué la memoria. Pao mordió su labio provocando me distrajera en ellos—. Literalmente te dije que bailaríamos hasta que renunciaran los músicos y que al día siguiente no podrías ni levantarte de la cama. Tú aceptaste —remarqué, robándome una sonrisa.
—Pensé que lo habías olvidado —confesó risueña—. ¿Cómo es posible sí te acuerdes de eso y no recuerdes que no debes darle tantas galletitas a Lila? —me acusó contenta clavando su dedo en mi pecho.
—Memoria selectiva le dice mi madre —reconocí encogiéndome de hombros con una cínica sonrisa—. Yo prefiero llamarle: tener presente lo que me conviene. Además, estás tú, mi Pao, nunca olvido nada que tenga que ver contigo —admití. Pao me miró un instante con dulzura hasta que volví a hablar—. Que buena idea, debería empezar a relacionarte con los recibidos del agua y del gas para que no se me pasen las fechas de pago.
Pao abrió la boca fingiendo haberse ofendido por romper la magia, quiso darme otro leve golpe para castigarme, pero fui más rápido. Me bebí su tierna risa cuando la halé a mí. Tampoco es que ella se resistiera mucho. Ambos nos sonreímos al percibir nuestra cercanía. No había nada que me gustara más en el mundo que tenerla conmigo.
—Yo siempre cumplo mis promesas —argumenté solemne. Ella me sonrió traviesa, sin creerme una palabra, alzó una ceja haciéndose la interesante. Me acerqué despacio y cuando estuve a punto de encontrarme con su boca algo nos interrumpió. Algo, no. Alguien.
—Pao.
Reconocí esa voz enseguida. Cerré los ojos frustrado. Maldita sea. Ella se alejó, girándose para encontrar a Hectorín esperándola con una enorme sonrisa al filo de la mesa. Genial, lo que me faltaba. ¿De qué servía que no compartiéramos mesa si aun así vendría a buscarla hasta aquí?
—Pao, vamos a jugar —dijo saltando emocionado.
Mi novia le dedicó una tierna sonrisa ante su invitación. Recordé que Pao cuidó a los chicos en algunas celebraciones, como el cumpleaños de Álvaro o la boda de Miriam, ellos la buscaban y ella nunca se negaba. Confiaban pasaría de nuevo, pero las cosas habían cambiado.
—Oh, no, no. Chu. Chu —los interrumpí ahuyentándolo como si se tratara de una paloma. Él se echó a reír pensaba era un chiste. Sí, mira cómo me rio cuando te vas—. Pao está ocupada ahora —le expliqué siendo más claro.
—Emiliano —me regañó por romperle el corazón.
—¿Quieres jugar también? —preguntó inocente.
—¿Qué? —murmuré confundido. Agité mi cabeza—. Quizás no te acuerdes —consideré—, pero Pao es mi novia —le recordé despacio, intentando ser paciente. Él asintió sin entender—. Ahora tenemos que hacer cosas que hacen los novios. Tú no estás incluido —aclaré—. Lo siento, es que es para dos —expliqué, señalándonos. Parpadeó sin inmutarse. Nada—. Deberías jugar con Nico o con el gato —propuse. Él pareció encontrar emocionante el plan—. Sí, sí, el Señor Casquitos es una gran opción, si se aburre seguro comete una locura, pero contigo como mejor amigo quién podría hacerlo, ¿no? —mencioné con una sonrisa, confiando funcionaría.
—¿Entonces jugamos todos juntos?
—No —escupí sin pensarlo.
—Emiliano...
Hectorín pintó un mohín triste ante mi respuesta. Pao me reprendió como si lo hubiera golpeado cuando ni siquiera lo había tocado.
—Tu novio no me cae bien —me regresó el golpe Hectorín sin morderse la lengua.
Abrí la boca ofendido.
—No le hagas caso —dijo restándole importancia dejando su asiento para colocarse de cuclillas frente a él. ¿Disculpa? Sonrió quedando a su altura—. Yo estoy un poco ocupada, pero conozco un juego que no necesita muchos integrantes, tú y Nico seguro que pueden divertirse juntos. ¿Ya viste este lugar? Apuesto que será imposible aburrirse aquí —pronosticó inclinándose un poco en complicidad. A él se le iluminó el rostro ante su promesa. De verdad sabía cómo echárselos a la bolsa—. Vamos a buscarlo para contárselo —le animó arrugando su nariz.
Hectorín asintió entusiasmado, no soltó su mano ni siquiera cuando Pao se puso de pie y regresó para plantearme un beso en la mejilla.
—Prometo que no tardaré —me aseguró contenta.
—¡Esta es una traición, Pao! —mencioné elevando la voz para que pudiera oírme mientras el sobrino de Álvaro la guiaba entre tropezones. Ella se encogió de hombros soltando una risa antes de desaparecer entre la gente.
Confabular con el enemigo no podía llamarse de otra manera, pero fue imposible enfadarme porque esa chica siempre lograba hacerme sonreír, incluso cuando no fuera su intención. Estaba claro que su explicación no estaba dirigida a nadie más que al grupo de niños, sabrá Dios de dónde salieron tantos, pero incluso a la distancia, viéndola hablar sin parar, mover sus brazos de un lado a otro, fui víctima de esa luz que le era imposible mantener dentro de sí misma y que derrochaba en esas adorables sonrisas.
Estaba tan perdido que pegué un respingo cuando sentí unas manos apoyándose en mis hombros.
—¿Qué tenemos aquí? —Aunque no pude verla, reconocí esa voz. Sonreí cuando Miriam se asomó con una gran sonrisa y ese vestido celeste holgado que gritaba lo cerca que estaba de convertirse en mamá—. Lo disimulas tan mal —me acusó traviesa tomando asiento frente a mí.
—No entiendo de que me hablas.
—Que te gusta Pao —escupió sin morderse le lengua.
—No es como si intentara esconderlo —acepté con una sonrisa. Es decir, incluso cuando solo éramos amigos me la pasaba diciéndole a todo mundo que estaba haciendo mi intento con ella. Miriam entrecerró su mirada, analizando mi honestidad.
—Resuélveme una duda que ha estado haciéndome ruido desde hace un tiempo... —expuso con falsa inocencia tomando un dulce del centro. Me dio un vistazo para que no lo juzgara, nunca lo haría. Adoraba a Miriam, incluso en su papel de celestina. Y tal como imaginé no pudo ocultarlo durante mucho tiempo—. ¿Ustedes dos tienen algo? —lanzó directa—. Oficialmente hablando —aclaró deprisa para que no saliera con una estupidez—. ¿Ya te declaraste o sigues haciéndote el tonto?
Sonreí ante su curiosidad. Pude responderle enseguida, pero confieso disfruté un poco de la tensión que asomó en sus pupilas mientras esperaba impaciente por una respuesta. Apenas un poco, tampoco jugaría con fuego. Aunque supuse que mi sonrisa hablaba por sí sola.
—Sí, desde hace tiempo... Oficialmente hablando —repetí sus propias palabras divertido—. Aunque para ser honesto creo que ya lo teníamos desde antes de darle un nombre...
—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! —celebró interrumpiéndome, tan emocionada que temí que por el sobresalto se le adelantara el trabajo de parto. La miré asustado. Miriam carraspeó al notar se había excedido, las personas alrededor la miraban curiosa—. Yo lo sabía. Siempre lo supe —aseguró recuperando la compostura.
—Pensé que me felicitarías, pero vanagloriarte también es una buena opción —bromeé—. De todos modos, es lo justo, no te costará sacármelo. Tuviste razón todo este tiempo... Otra vez —remarqué sonriendo.
—Creo que ahora puedo morir en paz —suspiró con una mueca victoriosa.
—¿Qué puedo decirte? Intenté resistirme, pero Pao es... Diferente —confesé con una media sonrisa. Sentí su mirada, pero no quise comprobar qué sentimiento predominaba—. Creo que jamás había sentido nada parecido por nadie. Te lo digo en serio... —aseguré riéndome de mí mismo. Me estaba volviendo un tonto de lo más ridículo, mi antiguo yo estaría tan avergonzado—, ni siquiera yo mismo logro explicarme qué me pasa.
—Se llama amor, Emiliano. Pao no te gusta, tú la amas —remarcó comprensiva, con ese tono maternal que casi te hacía creer no podía equivocarse. Amar, sonaba tan imponente aquella palabra—. Disfrútalo, no a muchas personas les sucede.
—¿Termina? —pregunté sin tener experiencia en el tema—. Es decir, ¿un día simplemente desaparece? —cuestioné porque no quería un día mirarla como al resto.
Miriam pensó en esa posibilidad. Me hubiera gustado respondiera enseguida con un no para apartar cualquier mal escenario, pero no quería mentirme.
—No lo sé. Cada caso es particular. Mis padres dejaron de quererse incluso antes de hacerlo —admitió pensativa, sumergiéndose en ese recuerdo que siempre le arrebataba la alegría. Sabía que los problemas con su familia tuvieron mucho que ver con su resistencia a creer en sí misma. Coloqué mi mano sobre la suya, sonriéndole. Ya no tenía sentido pensar en lo que sucedió, sino en quién era en el presente. Miriam alzó la mirada agradeciéndome con una sonrisa—. En cambio los de Arturo parecen vivirlo cada día a su manera —destacó recuperando el optimista.
En otras palabras, una moneda al aire. ¿Qué nos tocaría a nosotros?
—¿Qué hay de ti y Arturo? —curioseé.
—Bueno, hay momentos en los que adoro a Arturo y otros donde me hace enojar —aceptó divertida—, pero eso lo hizo desde el día que nos conocimos. No se te olvide que empezamos con el pie izquierdo —añadió, aunque por la sonrisa nostálgica que se le escapó noté solo quería traerlo de vuelta a su cabeza—. Si te soy honesta volvería a escogerlo hoy, aunque no se parezca al chico que me arruinó el automóvil. Ese era divertido, un tipo un poco torpe, pero... Arturo, el que nunca me abandona cuando lo necesito, es un gran hombre —añadió—. El tipo de hombre por el que vale la pena entregar el corazón. Quizás no es como lo soñé, resultó mucho mejor. Cada día eleva mis expectativas.
—Espero que Pao no tenga altas expectativas sobre mí —pensé en voz alta. Sonaba a un camino largo para recorrer sin equivocarse.
—Solo déjate ir, Emiliano —me recomendó cariñosa.
—Estoy haciéndolo, pero no te olvides que vengo con ruedas, sino pongo el freno puedo terminar en el suelo —intenté bromear, pero escondiendo cierta verdad. Una parte de mí quería entregarse por completo, pero la otra no quería que hubiera heridos en el camino.
Miriam dibujó de a poco una sonrisa, sin juicios, entendiendo de alguna una manera ese miedo irracional que nos impide ser felices del todo. Me dio la impresión que estuvo a punto de darme un consejo, pero alguien le ganó la partida. Sonreí cuando percibí unos brazos entrelazarse en mi pecho antes de sentir su mentón apoyándose sobre mi cabeza.
—¡Hola, Miriam! —Escuché la tierna voz de Pao en lo alto—. Desde que te vi en el salón quería decírtelo, pero te ves tan bonita cuando sonríes. ¿Cuánto falta para que nazcan tus bebés?
—Dos semanas —respondió contenta—, pero si quieres la cuenta exacta, con minutos incluidos, Arturo es el experto. Te juro me está costando dormir, no solo porque es casi imposible con este par sino por la emoción que me da saber que no falta para nada de conocerlas —le contó ilusionada.
—Seguro que ese día nunca lo olvidarás. Me alegro mucho que tú y Arturo estén cumpliendo sus sueños, también Álvaro y Alba...
—Solo falta Tía Rosy —recordé.
—¿Tú crees que no es feliz? —preguntó antes de señalarme con la cabeza el centro de la pista donde bailaba haciendo gala de su talento ante la mirada de todos. Sí, tenía razón. El concepto de la felicidad es extenso.
—Deberíamos imitarla —propuse sin contenerme con una sonrisa, aprovechando el tema. Desde que llegamos quería bailar con ella, estar solos. Pao le dio un vistazo fugaz a Miriam.
—No creo que...
—Por mí no se preocupen. Yo me quedaré aquí, tengo la corazonada de que si doy más de tres paso empezaré el trabajo de parto y no me arriesgaré —declaré tajante—. Tampoco crean que me sentiré mal, por algo mandé a Arturo a bailar con la madre de Alba —resolvió alegre—. Por cierto, ya me contó Emiliano su secretito —la acusó con una sonrisa traviesa. Pao me reclamó con un gesto adelantarme—. No puedo creer que no me lo dijeras, nosotras dos tenemos que hablar después —fingió un reproche.
Pao abrió la boca para disculparse, sin entender se trataba de una broma, pero la sorprendí tomándola de la mano antes de que comenzaran, porque conociendo a Miriam su búsqueda de detalles podía durar horas. Ella titubeó un segundo, mas una sonrisa terminó asomándose en sus labios antes de darme el gusto de acompañarme. La gente se movía de un lado a otro, las voces no cesaban. Una felicidad efímera que terminó cuando paró en seco.
—¿Pasa algo? —dudé regresando el rostro al notar se había quedado atrás.
—No... Bueno, sí... —aceptó acercándose. Sin aviso se impulsó un poco para que solo yo pudiera escucharla, aunque causó el efecto contrario, me costó concentrarme por su cercanía—. ¿Prometes no reírte? —Ni siquiera me dio tiempo de responder, seguro adelantó que si era gracioso terminaría haciendo sin mala intención—. En realidad, es una advertencia... Es que soy mala bailando—confesó abochornada—. No hablo de mal promedio, sino terrible al grado de preguntarse ¿qué demonios le pasa a esta chica? Ya te había contado que en la secundaria mi pareja pidió cambiar de compañera para que no le arruinara la fotografía...
—Tranquila, seguro que la que se tomó en la cárcel ahora la sustituye en la sala —bromeé. Ella ladeó su rostro intentando mostrarse enfadada—. Hey, a mí no me importa, solo deseo estar contigo así nos vuelvan famosos. Tampoco es como si no hablaran de mí —consideré, encogiéndome de hombros—. ¿Puedes imaginarte todo lo que dijeron la primera vez que decidí unirme? Mucha gente pensó estaba loco, me aconsejaron dejar de hacer el ridículo y aceptar mi vida había cambiado. Nadie podía apartar la mirada de mí —recordé con una sonrisa, de esas que hablan esas heridas ya han cerrado—. Pero no los culpo, soy un galanazo, ¿no? —lancé divertido intentando disipar la melancolía.
—Lo eres. Muchísimo —murmuró con dulzura antes de acunar mi rostro y estampar sus labios en los míos en un corto beso. Me pesó cuando se apartó, yo podía perderme la noche entera en ella—. Me alegro que nunca escucharas a nadie que intentara impedir hicieras lo que deseabas. No solo porque lo haces muy bien, sino que además tienes algo que contagia a las personas. No sé cómo explicarlo... Cuando sonríes el mundo parece un mejor lugar. Y eso no se aprende, es algo especial. Ojalá pudieras cederme un poco —añadió, torciendo sus labios—, sumado al ritmo, gracia y encanto que tanto me falta...
—Vaya, debes hacerlo terrible. Ensuciarás mi historial.
—Emiliano, no te burles... Es que puedo intentar bailar con el resto, con Alan, el chico del bar, Tía Rosy... Porque no me importa si ellos creen que soy un fracaso —confesó riéndose de sí misma—. Mañana quizás ni recuerden mi nombre, si se burlan no me dolería, al menos no demasiado, pero contigo... —Calló un instante, agobiada—. Quiero que pienses que te di la mejor noche de tu vida, que soy una chica increíble, quiero impresionarte tal como tú lo haces conmigo, pero...
—Podrías darme la mejor noche de mi vida sin bailar —aseguré con una media sonrisa. Pao entrecerró sus ojos antes de darme un golpe—. Hablaba simplemente de estar a mi lado... Para ser tan dulce e inocente tienes una mente un poco perversa, eh —la acusé.
—Emiliano... —me reprendió sonrojándose.
—Pao, a quién le importa lo que piense el resto o yo —retomé la conversación, señalándome—. Nunca lo hará más de lo que tú sientas —aseguré—. Además, si quieres yo puedo enseñarte... —propuse con una sonrisa, intrigándola—. No a bailar, sino a olvidar las miradas.
Pao lo pensó un instante, me estudió pensativa antes de pintar poco a poco una sonrisa.
—Bien, es un buen trato. Solo no te vayas a reír... —me advirtió.
—No te prometo nada.
—Emiliano... —declaró un ultimátum. Alcé las manos en señal de paz. Prometí mantener la boca cerrada, o al menos intentarlo—. ¿Sabes que fue lo que sentí la primera vez que me invitaste a bailar? —me compartió entrando en confianza, a la par de una sonrisa que delató había deseado llegar a ese punto desde hace un rato. Sus ojos me recorrieron ilusionada por una respuesta.
Negué con la mente en blanco, la pregunta me tomó por sorpresa. Para ser honesto solo fue una canción, en ese momento no le di mucha importancia.
—Sorpréndeme.
—Ganas de vomitar —escupió contenta.
—Okey... Olvídalo, mejor volvamos a lo convencional...
—De los nervios —aclaró deprisa al notar mi confusión. Otra sonrisa nerviosa—. Es que... Era la primera vez que te fijabas en mí, medianamente porque en realidad habías invitado a Alba y ella te dijo que no, pero al final te quedaste conmigo —describió optimista—. ¿Puedes creerlo? Había esperado tanto por ese momento y para mi mala suerte coincidimos en lo que peor se me daba. Estaba hecha un lío —aceptó—. Por un lado si te decía que no creerías que no me interesabas, pero si aceptaba y existía una pequeñísima esperanza de que pudiera gustarte terminarías desilusionándote por completo.
—Pero sigo aquí —le recordé—. Y he evolucionado del idiota que no te veía al que no puede dejar de hacerlo —remarqué orgulloso.
Pao me regaló una de las sonrisas que parecía tener reservadas solo para mí y me hacían sentir tan especial. Me contempló con un brillo peculiar antes de apoyarse en los brazos de la silla de ruedas para mirarme de cerca con esos preciosos ojos que me volvían loco. Sonrió burlándose por mi embobamiento. Su traviesa risa acarició mi rostro cuando se inclinó un poco para besar mi hoyuelo, tuve la impresión que disfrutaba desbalancearme. También supuse planeaba regresarme al mundo besándome, pero fue imposible saberlo porque un agudo chillido la hizo pegar un salto asustada. Retrocedió justo a tiempo para que entre nosotros atravesara un enorme gato a toda velocidad. ¿Qué demonios?
—¿Señor Casquitos? —murmuró, asombrada siguiéndolo con la mirada. La respuesta llegó cuando Hectorín y Nico también se entrometieran entre los dos, persiguiéndolo. Sí, era él.
Y por si hiciera falta el grito a mi derecha, que casi me reventó el tímpano, confirmó todas las sospechas.
—¡Te voy a...!
—Alba, fue un accidente —repitió Álvaro una y otra vez mientras la sostenía de la cintura.
—¿Un accidente? ¿Le llamas accidente a romper solo el lado de la fotografía donde yo aparezco? —argumentó ofendida.
—Alba, es un gato —le explicó paciente encontrando divertida su teoría—. Ellos nunca hacen las cosas por maldad.
Alba ladeó el rostro afilando su mirada, sin tragarse ese cuento, pero Álvaro no dejó de sonreír tranquilo.
—Sí, puede ser —aceptó de mala gana—. Un gato no, sabrá Dios qué cosa fue a parar a mi casa.
—Quizás un Gremlins o una creatura mitológica destructiva que se alojó en el cuerpo más cómodo a su alcance —expuse una posibilidad aunque no me estuvieran preguntando.
Alba torció sus labios, pensándolo.
—Por primera vez estoy de acuerdo con su tontería —me apoyó.
Sonreí incrédulo, pensé que moriría antes de compartir una idea.
—Gracias... Espera, ¿qué?
—O tal vez solo está un poco estresado porque no está acostumbrado a convivir con tanta gente. Además, el ruido, los extraños, las cámaras. Es demasiado para él —intervino Pao compasiva. A Álvaro esa hipótesis le pareció más convincente.
—Y saca su estrés afilando sus garras en mi cara —resopló. Álvaro sonrió ante su enfado como si le pareciera tierno—. Qué conveniente. Bien, quizás, yo debería hacer lo mismo...
—Por Dios yo quiero ver eso —solté emocionado sin contenerme. El señor Casquitos contra Alba, era un digno rival, la batalla del siglo.
—O cambiar de víctima —completó clavando su mirada en mí.
Mi sonrisa despareció, pasé saliva tenso.
—Yo creo que eso no se va a poder porque Emiliano tiene que cumplir una promesa —improvisó Pao salvándome, a sabiendas no le llevaría la contra. Se echó a correr a la pista, me invitó con un ademán a alcanzarla. Alba no dijo nada. ¡Nada! Sonreí victorioso sintiéndome inmune al pasar a su lado. Afiló su mirada turquesa, entendiéndolo, ya tenía quien me defendiera—. ¡Después es todo tuyo! —añadió matando de golpe todas mis esperanzas. Con esa novia, ¿para qué quieres enemigos?
Entonces la que sonrío fue Alba, burlándose de mi ingenuidad, antes de tomar a su esposo de la mano para perderse entre la multitud, no sin antes dedicarme una mirada que parecía gritar divertida que la suerte, mala o buena, no dura para siempre.
—Estoy lista, maestro. Dime qué debo hacer —me pidió Pao emocionada, cuando la alcancé. Su alegría logró se me olvidara cualquier reclamo. Se paró erguida frente a mí, llevando sus manos a la espalda, lista para escuchar lo que tuviera por decir. Pésima idea.
No tenía idea de nada, me lo había sacado de la manga.
—Bueno... Primero debes respirar hondo. Cierra tus ojos —le pedí intentando recordar algo útil. Obedeció con una sonrisita, como si en verdad creyera le revelaría las claves del éxito—. Ahora... Brinca en un pie —inventé divertido. Frunció las cejas, entreabrió su ojo derecho para atraparme riendo. Sí, debí suponer que no me creería todo—. Ese último es opcional —aclaré.
—No sé porque te quiero tanto si eres un bobo —protestó, arrugando su nariz.
—Dejando de lado mi increíble atractivo, personalidad y carisma, no lo sé —mentí fingiendo fanfarronería. Resopló tras pintar una mueca de sigue soñando—. Ahora dame tu mano, guapa —pedí, retomando el curso. Ella la extendió despacio para que la abrigara entre la mía. Percibí en sus dedos temblorosos su nerviosismo. Sonreí—. ¿Escuchas la música?
—Sí... Me gusta esa canción —confesó.
—Bueno, está bien para una principiante como tú —bromeé solo para fastidiarla.
Pao quiso darme un golpe en el hombro para callarme, como era su costumbre, pero al estar a ciegas no acertó. Golpeó al aire, apenas logró sostenerse para no caerse. Se apoyó en uno de mis brazos perdiendo el equilibrio. Algunos mechones me hicieron cosquillas en la mejilla, sonreí reconociendo el aroma de su cabello, coloqué mi mano en su espalda, escuchándola soltar una queja cerca de mi oído.
—Distraer al profesor es trampa —solté, guiñándole el ojo cuando me echó un vistazo molesta—. Pao, en verdad te entiendo, pero si no podías resistirte a mí podrías haber esperado a que estuviéramos solos —lancé divertido.
—Eres un pésimo maestro —mencionó sin hallarle la gracia. Apoyó las manos en mi pecho para apartarse de mí en un impulso. Confieso que incluso sus arrebatos me gustaban, vi su intento por marcharse, pero sonreí al atrapar su pequeña mano halando de vuelta a mí. Hasta le salió con gracia.
—Justo así debes hacerlo —noté asombrado encontrando graciosa la coincidencia. Ella alzó una ceja—. Repítelo a la par de la música —le pedí. Pao dudó, pero al no percibir pizca de burla se animó. Un pie delante y atrás—. Perfecto —la felicité cuando fue tomando ritmo—. Vaya, tienes talento, guapa.
Pero Pao era más que eso. Su encanto estaba en la forma en que se iluminaba su rostro cuando sonreía de forma tan auténtica, en la ilusión que le ponía a todo. Tras un rato de práctica la solté despacio para que lo hiciera por su cuenta. Su mirada se inundó de dudas un instante temiendo no resultara en el momento que alguien no la guiara, pero no tenía de qué preocuparse. Ella no necesitaba a nadie para conquistar el mundo porque, como ella misma dijo, hay cosas que no se aprenden. Sonrió entendiéndolo, liberándose de complejos, sacando a la luz la mezcla perfecta de ternura y coquetería por la que había perdido la cabeza. Agitando su cabello, interpretando para mí la canción en un juego que logró el mundo desapareciera. Nos convertimos en un par de locos, llenos de risas, sonrisas y latidos desenfrenados. Viéndola ahí, tan viva y feliz, me alegró no haber renunciando a lo que amaba por las voces de otros.
A la corriente eléctrica que brotaba cuando tomaba mi mano, al aliento que se colaba hasta mi alma cada que su risa escapaba de sus labios, a la manera en que su mirada borraba al resto. En medio del baile, con el corazón haciendo estragos en mi pecho, la cogí de la mano y la halé para que se sentara en mis piernas. Sus brillantes ojos miel se clavaron en mí tras la sorpresa, soltó una risa sin comprender qué pretendía con mi juego. No había una razón, simplemente quería sentirla cerca de mí.
—Hace mucho que quería tenerte así, Pao —confesé.
—¿Siendo tu aprendiz de baile?
—Como si solo existiéramos tú y yo.
—Bueno, el mundo está repleto de personas, eso no podemos cambiarlo —admitió mirando a todos lados demostrándomelo—, pero es bonito pensar que entre todas ellas decidieras estar aquí conmigo —mencionó en un susurro sin apartar su mirada. Sonreí cuando la vi cerrar sus ojos al acercarme, pensando la besaría.
—Tampoco es que me dieras muchas opciones, compartimos taxi...
Pao abrió los ojos de golpe. Fingió enfadarse apenas un instante, pero una sonrisa se coló sin permiso arruinando su actuación. No retomó el papel, prefirió tomarme del traje, arrugándolo entre sus manos, halándome a su boca para callarme con un beso. Me bebí su risa al perderme en sus labios que eran los protagonistas de todos mis sueños. Reconocí en su calidez que si la vida me presentara la oportunidad de estar en cualquier lugar en el mundo escogería quedarme a su lado.
Ya está el siguiente 😉❤.
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