Capítulo 38 (Parte 2)
El camino fue largo, pero se consumió en un suspiro porque Pao hizo gala de su capacidad mágica de convertir un momento simple en uno extraordinario. Confieso que casi me sentí desilusionado cuando llegamos. El único punto en contra fue que Pao siendo tan tímida no se encontraba cómoda con las demostraciones intensas de afecto en público, más allá de abrazos, así que no me permitió robarle un solo beso. Nos comportamos tan prudentes que cualquier matrimonio de cuarenta años de casados nos hubiera envidiado. De todos modos me divertí, para nadie era un secreto que tenía una debilidad por su risa y hacerla reír era mi especialidad. Creo que tras una hora de escuchar mis bromas, el conductor agradeció al cielo poder echarnos.
—¿Puedes creer que exista un lugar tan bonito en el mundo? —me preguntó ilusionada con un suspiro cuando el guardia nos dejó entrar tras revisar las invitaciones no fueran falsas. Ni en el banco checaban tanto los billetes.
Contemplé como se iluminó su mirada al toparse con todos esos faroles que colgaban de los árboles. Eso debió ser idea de Álvaro, él siempre fue el más romántico de la relación. A Alba le iban más pegar advertencias de muerte o algo por el estilo.
De todos modos, tenía que aceptar que era un buen panorama, y seguro mejoraría cuando terminara de meterse el sol. El terreno era pedregoso, gozaba de amplias zonas verdes, árboles enormes y senderos de tierra por los que al principio me costó un poco empujar la silla. Había tantas flores que seguro las abejas se darían un festín. Además, no parecía tener final. De no ser por las luces que indicaban el camino, seguro me hubiera perdido en algún punto.
Pobre de Arturo, esperaba estuviera bien. En una de esas ya hasta había formado su propia civilización en el interior del bosque, llamada los venados. Esa broma en mi interior provocó dos reacciones: reír por mi estupidez y recordar algo importante que no podía dejar para después.
—Hey, mi Pao —la llamé distraído, estudiando a toda la gente que se dirigía al salón donde se llevaría la ceremonia civil. No reconocí a nadie, pero supuse que no tardarían en aparecer. Dejó las luces que la tenían encantada para dedicarme su atención, escuchándome. No esperé que me mirara tan atenta o simplemente no tenía mi discurso hecho, así que con el tiempo encima decidí soltarlo así tal cual—. Estaba pensando que quizás sea buena hora que el club se entere de lo nuestro —comenté.
Sí, sabía que había sido yo quien le pedí esperáramos un poco para probar si funcionábamos, no porque pensara no lo haríamos, desde el principio brotó entre una química que anunció el final. Sin embargo, en el fondo temía se diera cuenta era un reto complicado. Supongo que dentro de mí, aunque lo negara, jamás pude arrancarme el temor al abandono. Deseaba tuviera libertad de retractarse sin la presión del juicio de los demás, como sucedió con Sabrina. Había aprendido a amar dejando la puerta abierta, por si un día necesitaban marcharse. Pero había pasado un buen tiempo de aquello y tampoco tenía sentido. Era inútil fingir no había algo más, cuando hasta un ciego se habría dado cuenta que estaba perdido por ella y no quería contenerme durante una noche más.
Pao se detuvo de golpe. Me estudió despacio regresando la mirada. No supe cómo interpretarlo, si le gustaba o no la idea, porque en su rostro reinó la confusión. Estuve a punto de decirle que podríamos dejarlo para luego, cuando ella se sintiera cómoda, pero la sonrisa que iluminó su rostro me arrebató cualquier duda.
—¿Lo dices en serio, Emiliano? ¿En verdad quieres contárselos? —repitió ilusionada.
Caí en cuenta por primera vez, gracias a su tono, que le agradaba más de lo que imaginé. Hasta ese momento no me había puesto a pensar que tan importante era para ella que habláramos de nosotros en público. Es decir, quizás Pao sí quería ver nuestras fotografías en redes, escuchar las palabras que creí con miradas se entendían, esas cosas que no le prestaba demasiada atención, pero tal vez para ella sí eran valiosas. Definitivamente yo me llevaría el premio al novio más despistado del año.
—Claro, además... Si te soy sincero no será una sorpresa para todos —admití divertido recordando ese pequeño detalle. Pao no entendió—. Todo fue culpa del sobrino de Álvaro —aclaré deprisa, limpiándome las manos—. Él se los contó a todos —escupí—. Se dio cuenta porque halló tu fotografía en mi pantalla... Quién diría que sería un niño tan comunicativo —acepté en un murmullo—. Bueno para el chisme, deberían darle un programa de espectáculo...
—¿Tienes una fotografía mía de fondo? —detuvo mi explicación, ignorando todo lo demás, encontrando peculiar ese hecho. Habiendo tanto de qué hablar.
La verdad era consciente de que se trataba de una tontería, pero en mi defensa esa fotografía me gustaba y verla me ayudaba en mi día a día. Pao era, de alguna manera, mi recordatorio de la existencia del sol tras la tormenta. Así que cada que un pensamiento negativo me asaltaba solo tenía que recordar que la vida puede sorprenderte con algo mejor que lo que soñabas.
—Para que después no digas que no te quiero —comenté riéndome de mí mismo, disimulando lo patético que resultaba. Pao me regaló una dulce sonrisa, esa clase de sonrisas que brotaban cuando daba con una parte vulnerable.
—Eso es muy dulce, Emiliano —comentó mirándome con ternura—. Yo conservo el mismo desde hace años. Quizás es hora de cambiarlo —propuso de buen humor.
—Me duele, Pao. Por algo dicen que siempre hay alguien que ama en una relación. Está claro que soy yo —dramaticé fingiendo un profundo dolor en el pecho, arrebatándole una tierna risa.
—Tenemos que solucionarlo —resolvió ignorando mi dramatismo—, debemos tomarnos muchas fotografías juntos hoy para no olvidar un solo instante, ¿sí? —propuso alegre—. Ahora que todos sabrán que soy tu novia, ¿no? —repitió con una sonrisa emocionada.
Sonreí enternecido. Durante mucho tiempo las palabras de Clara sobre sacrificar la vida de otros en base de mi felicidad y lo que opinaría la gente que amaba, hicieron eco en mí, destrozaron los pocos cimientos que había intentado mantener en pie. En el fondo, temía que se volvieran una realidad, ser el freno en la vida de otros, pero Pao parecía tan orgullosa por la posibilidad de hablar de nosotros que se convirtió en una caricia a mi corazón.
—Y que te quiero más que a nadie en el mundo —le revelé sincero. Mucho más que mis miedos, el pasado o un futuro hecho pedazos. Pao no solo me ayudaba a vivir el presente, sino me dio el empujón final para volver a soñar con una mejor historia.
Pao ensanchó su encantadora sonrisa antes de apoyarse contenta en los brazos de mi silla, permitiéndome admirara sus preciosos ojos en cercanía. El recuerdo de la primera vez que hizo algo parecido me golpeó. Fue en el cumpleaños de Álvaro. Quién diría que lo repetiría en su boda, que unos meses después estaría perdido por ella. Mi vida había cambiado mucho.
—Seguro se van a preguntar cómo terminaste fijándote en mí después de tanto tiempo —planteó esa posibilidad. Admiré despacio su rostro al percibir ese deje de inseguridad, me atreví a acomodar un mechón como excusa para tocar su mejilla. Pao ladeó el rostro con una sonrisa.
—Cualquier extraño que te vea esta noche lo entendería —admití, alejando sus dudas—, y quien te conozca ni siquiera lo preguntará, Pao.
Supongo que lo nuestro estaba escrito desde el principio, solo era cuestión de tiempo. Hay cosas que son inevitables. A veces cuando la veía leyendo en la tienda o la escuchaba hablar durante horas, pensaba que si fuera verdad eso de que nuestro camino está entrelazado con el de otra persona en esta tierra, mi brújula apuntaría hacia ella.
—¿Te han dicho que eres un coqueto? —me acusó divertida dando un golpecito con su índice en el centro de mi pecho, despertándome. Se me escapó una media sonrisa—. Siempre sabes que decir.
—¿Te han dicho que eres demasiado bonita para darte un solo no? —contraataqué con una sonrisa. Ella disimuló otra, pero no me dio la victoria. Fingió pensarlo con un tierno mohín en sus labios.
—La verdad es que sí, muchísimas veces —bromeó encogiéndose de hombros, con falsa modestia. Sonreí sin contenerme, me gustaba cuando respondía con algo que no esperaba.
—Pero esta noche en especial no hay no para ti. En serio, a partir de este momento y hasta que salga el sol, soy todo tuyo, Pao, para todo lo que quieras —declaré con solemnidad haciéndola sonrojar.
Ella mordió su labio conteniendo una sonrisa, me dio un empujón juguetón antes de echarse a correr risueña. Yo sonreí admirándola hasta que se detuvo unos pasos adelante, dando un par de saltos impacientes, invitándome con un ademán a apurarme. Reí ante su alegría, no podía explicarlo, pero adoraba verla se ese modo. Tan llena de vida e ilusión, logrando contagiarme. De pronto ese mismo mundo gris, que no había cambiado para el resto, parecía distinto.
La gente a nuestro alrededor debía preguntarse qué clase de locos se habían colado a la fiesta porque éramos los únicos que no habíamos dejado de sonreír como lunáticos desde nuestra llegada. Es decir, ellos estaban felices, dentro de los parámetros que no despiertan alertas, pero nosotros nos encontrábamos al borde de la locura. Por suerte, tal como nos contaron, no había demasiados invitados para juzgarnos, aunque no me importó.
La infantil carrera de Pao terminó a pie de la entrada del imponente salón. Se trataba de una pequeña construcción, con sus enormes puertas abiertas de par en par, desde donde se podía apreciar el interior estaba repleto de sillas y hortensias blancas. Me pregunté si tendrían algún significado. Una vez escuché que cada cosa en las bodas tiene un por qué, por algo pasan tantos meses planeándolas, pero observando la pequeña piedra que se atravesó en mi camino acepté todos tienen sus despistes.
Pao suspiró hondo, encantada por el escenario. Definitivamente la fiesta había sacado su lado romántico a la luz. Sus ojos brillaron admirando las flores antes de invitarme a acompañarla. Entonces notó el pequeño escalón al borde del salón que dividía ambas áreas. No era grande, ni tampoco un verdadero obstáculo, para ser honesto si cualquiera hubiera empujado la silla un poco lo hubiera atravesado sin que nadie lo notara. Pero confieso que me gustaba moverme por mi cuenta, decidir qué hacer y cómo. Tenía una gran relación con mi silla, éramos uno y no me gustaba intervinieran en esa ecuación.
Tuve la impresión que Pao deseo ayudarme, por suerte entendió mi sonrisa que la tranquilizó y le recordó podía hacerlo por mi cuenta. Me gustaba que nos entendíamos sin hablar. Aguardó paciente a un costado, siguiendo con su mirada clara mis movimientos. Me impulsé para levantar la parte delantera de las ruedas y cuando logré apoyar la mayor parte sobre el escalón solo me quedó empujarla con cuidado para no perder el equilibrio.
En realidad, fue sencillo, pero admito que me pesaron más algunas miradas curiosas de algunos invitados al pasar a mi costado. Ni siquiera era malicia, quizás era involuntario. No tanto por mí, que estaba acostumbrado a esa clase de reacciones, sino por Pao. Seguro entre sus planes no estaba llamar la atención.
—Estuvo cerca —admití sonriendo intentando disimular mi incomodidad. Era bueno en eso, fingiendo que no pasaba nada.
Ella asintió sin apartar la mirada de mí, quise hacer otra broma, sin embargo, Pao no me dejó terminar antes de impulsarse para robarme un beso fugaz. Me tomó por sorpresa, ni siquiera logré corresponderle, pero dejó pintando en mis labios una tonta sonrisa cuando se apartó.
—¿Tiene un por qué eso último? —curioseé.
—Solo quería besarte —resolvió simple sin perder su alegría, encogiéndose de hombros. Ambos sabíamos había algo más—. ¿Te molesta? —dudó, equivocándose.
—¿Bromeas? De eso pido mi limosna, Pao. Hazlo siempre que quieras —le pedí encendiendo sus mejillas con un tierno sonrojo.
Entre la infinidad de cosas que adoraba de Pao, debo confesar que no se limitaban solo a lo que ella era en individual, sino también a lo que provocaba en mí. Me daba seguridad, me impulsaba a confiar en mí mismo, no solo porque parecía entenderme sin hablar, sino que también, pese a su paciencia y compresión, respetaba mi independencia. Además su mirada era capaz de combatir la de cualquier desconocido indiscreto.
De pronto entendí a Álvaro, que esperaba paciente la llegada de su novia. Supongo que resulta imposible callar esa voz que te repite que has encontrado a la persona correcta, esa misma que te invita a hacer locuras por ella. Él apenas notó nuestra llegada se acercó a nosotros con Arturo a un costado. Eran buenos amigos, el primero había estado cerca en su boda y ahora le devolvía el favor. Ambos llevaban trajes, pero el del novio era más oscuro, dando pista de quién moriría. Viéndonos a todos perfectamente vestidos me costó reconocer a esas personas pérdidas que llegaron a un boliche un viernes por la noche intentando borrar su pasado con desconocidos con peor suerte. ¿Cómo llegamos a este punto? Mirando atrás estaba convencido que a ninguno le pasó por la cabeza el cambio que darían nuestras vidas tras ese encuentro.
—Es bueno verlos —nos saludó amable, muy a su estilo. Estaba claro que era un día importante para él. Me alegraba de verdad, Álvaro siempre fue una buena persona con nosotros, merecía la vida le diera un poco que él entregó.
—¡Felicidades, Álvaro! —mencionó Pao entusiasmada, sin disimularlo—. Tú te ves muy bien, el lugar es precioso y cuando veas a Alba estoy convencida vas a caerte de espalda de lo bella que lucirá —pronosticó.
—Ya sabía que hablar con ustedes me animaría —admitió con una sonrisa.
—¿El resto del club ya llegó? —curioseé mirando alrededor.
Reconocí a su amigo el abogado, una chica que estoy segura había visto en otro sitio, aunque no recordé dónde, a sus sobrinos y al gato de Alba. Sí, tampoco podía creerlo hasta que enfoqué mi vista para no cometer un error, el gato estaba dormido sobre una silla. Sonreí admitiendo que se trataba de una grandiosa idea. Tener al señor Casquitos en la fiesta era lo que necesitábamos sin saberlo.
—Miriam está ayudando a Alba con los últimos detalles —nos puso al tanto Álvaro, pero no pude quitarle la mirada a la bola de pelos. Arturo asintió, apoyándolo—. Y Tía Rosy llegó, pero hace un buen rato que no la veo... —añadió aliviado.
—Debe ser un buen augurio —mencionó Arturo sin perder el buen humor.
—¿Álvaro, estás nervioso? —curioseó con inocencia Pao sin esconder la sonrisa. Debo confesar que la forma en que lo pronunció me hizo sonreír. Él, que sabía mucho más de la vida, la miró con ternura.
—Bueno, esta no es la primera vez que paso por este camino —reconoció sin querer abrir del todo el baúl de los recuerdos en un día especial—, pero para ser honesto es totalmente distinto. Hace años estaba ansioso, no sabía lo que me esperaría, pero la vida me ha dado serenidad o al menos eso me gusta pensar. Esta vez me siento muy tranquilo y feliz —admitió con una sonrisa —, creo que jamás me había sentido tan seguro de una decisión. Te puedo decir que no tengo miedo de lo que venga porque estoy convencido que casarme con Alba es lo que deseo.
Vaya, lo envidié. Si fuera yo el que estuviera a punto de casarme no sería capaz ni de hilar mi nombre con mi apellido. De hecho llevaría el acepto escrito en la palma de la mano por si necesito enseñárselo al juez.
—Que bello es escuchar tanta convicción en alguien que quiere unir su vida con otra —admitió con una tierna sonrisa.
—Hasta acá sentí la indirecta, eh... —mencionó incómodo Arturo, reacomodándose la corbata.
Pao recordó que a él sí le había costado un mucho dar el sí. Abrió la boca dispuesta a disculparse por su comentario, pero me le adelanté.
—Pero tú eres inseguro por naturaleza —intenté apoyarlo, aunque no supe si funcionó—. Apuesto que dudaste un par de veces sobre sí ese traje era el correcto —lancé, adivinando.
—Sí. La cara apurándome de Miriam fue lo que me ayudó a decidir —confesó divertido. Una de las cosas que más me agradaban de Arturo era que resultaba imposible enfadarte con él, porque sus errores y aciertos nunca nacían con mala intención.
—Bueno, todos necesitamos un empujoncito de vez en cuando —opinó Pao comprensiva, esforzándome por darle un poco de ánimos. Tuve que darle la razón.
—Te lo diré yo —murmuré sonriéndole a Pao en complicidad.
Ella me correspondió, pero cuando regresé la mirada encontré los ojos curiosos de Arturo estudiándonos.
—No se ven tan raros juntos —aceptó sin callárselo. Pao mordió su labio, escondiendo una risa ante su arrebato de sinceridad—. Pao, sabes que cuentas con nosotros para cualquier cosa, ¿verdad? —preguntó de pronto.
A ella le costó un poco entenderlo.
—¿Estás preocupado por mí? —susurró extrañada. Él no quiso reconocerlo, pero la respuesta era clara. Creo que quiso negarlo, pero Pao no lo dejó ni hablar, lo tomó por sorpresa dándole un abrazo fugaz. Él no supo ni como corresponder a la repentina muestra de afecto—. Que lindo. Muchísimas gracias, Arturo... —mencionó conmovida, apartándose—. Es tan tierno que te importe. De verdad te lo agradezco —repitió sincera.
—Pero no te pongas tan contenta que me recuerdas lo malos amigos que hemos sido contigo, pero tú lo entiendes, ¿no? Eres pequeña —dijo poniendo su mano a un metro del suelo. Sonreí, era joven, no un Hobbit—, no queremos pegarte la mala suerte. Aunque a estas alturas está medio complicado —admitió.
—Ambos son muy dulces, muchísimas gracias... ¿Ese es el señor Casquitos? —cuestionó de pronto, sorprendida al percatarse a su espalda que el gato estaba dormido en una silla.
—Nico no quería se quedara fuera —comentó Álvaro con una sonrisa. Él pocas veces le decía que no al hijo de Alba, excepto cuando su madre tomaba una decisión.
—Creo que iré a charlar un rato con él —mencionó despidiéndose con un ademán amigable, encontrándose más cómoda con los niños y animales. Con razón se llevaba tan bien conmigo. El hijo de Alba apenas la vio corrió para que lo envolviera entre sus brazos. Sonreí ante la imagen. Pao solía ganarse a la gente con su dulzura, sobre todos a los que compartían la inocencia de su corazón.
—Sobra decir que también tú cuentas con nosotros para todo, ¿verdad? —retomó la conversación Arturo, despertándome. Demoré en comprender a qué se refería—. Es solo que es pequeña aún, cuídala —opinó al verla de cuclillas hablando con el más pequeño y el gato—. ¿Cuántos tiene? ¿Dieciocho?
—Veintiuno. —Reí sin contenerme—. Arturo, fuiste a su fiesta de cumpleaños hace unos meses —le recordé con una sonrisa. Él intentó hacer memoria.
—Pero no le pregunté su edad —se justificó—. A las mujeres no se les pregunta su edad, me lo enseñó Miriam —argumentó con sabiduría—. De no ser porque llevo su papelería tal vez ni lo sabría y eso que no tiene ni treinta.
—Ya pareces su papá, Arturo —comenté divertido. Supuse que estar a punto de convertirse en uno había sacado su lado protector a la luz.
—No lo soy, pero estoy practicando para cuando tenga las mías. ¿Lo hago bien, no? —aceptó orgulloso—. Ellas no tendrán novio hasta los cuarenta... Cuarenta y dos, más o menos —dictó.
—Creo que el padre de Pao tendría la misma aspiración —confesé recordando nuestra charla, antes de darle un vistazo a su hija que le dio un toque juguetón a la nariz del señor Casquitos. La verdad es que debió darse cuenta desde hace años que su deseo no se cumpliría. Pao era demasiado hermosa y dulce para pretender nadie se cautivara por ella.
—¿Conoces a su padre? —cuestionó Arturo alarmado, como si le hubiera dicho habíamos asaltado el banco de camino.
—Sí, de hecho, antes de venir me invitó a desayunar el domingo —les conté mi desgracia.
—Felicidades —respondió Álvaro optimista.
¿Era sarcasmo?
—Bueno, no sonó precisamente como una invitación a recoger el premio de la lotería —acepté entrando en confianza—, más bien a un duelo de muerte.
—Lo lamento por ti. Lo peor es que ya no tienes salida... —declaró Arturo con tono lúgubre. Alcé una ceja sin captar el mensaje—. Cuando ya hablas con su padre estás comprometido, las cosas van en serio —me informó. Bien, eso no lo sabía. Es decir, sí que teníamos una relación formal, pero la expresión ir en serio tiene muchos significado.
—Pero no te preocupes —dijo Álvaro al presenciar mi desconcertó, intentando mantener la calma—. Desde que hablé con la madre de Alba en el funeral de su padre hemos llevado una excelente relación. Estoy seguro que contigo sucederá igual, ya diste un paso importante —me animó antes de que me arrojara del techo.
—Miente —mencionó Arturo, dándome duro con la realidad—. No siempre. Yo cada que vamos a visitar a los padres de Miriam voy rezando porque no estén —confesó con malestar. No podía culparlo, si tuviera unos suegros como ellos le haría el honor a mi esposa de convertirla en viuda desde el primer día—. ¿Puedes creer que la última vez que coincidimos me dijeron que era una pena Miriam se hubiera conformado con tan poco para ser feliz? —contó—. Claro que no se lo dije a Miriam porque la última vez que escuchó algo parecido se armó un gran problema. No me gusta que pelean por mi culpa. Quiera o no, evidentemente no quiero, son sus padres y los abuelos de mis hijas.
Me dio un poco de lástima su situación porque si bien no era perfecto, ¿quién lo era?, dudaba que hubiera alguien quisiera más a Miriam que Arturo.
—¿De qué hablan?
Escuché a alguien acercase de pronto. Giré chocando con el hermano de Álvaro que también tenía su vena chismosa. Bien dicen que tú sales del barrio, pero el barrio nunca sale de ti, aunque intentara disimularlo.
—De la novia de Emiliano —improvisó Arturo aventándome a mí la pelota para no hablar de sus fracasos con otros. Entrecerré la mirada.
—¿En serio? ¿Y quién es? —curioseó interesado mirando a ambos lados—. Espera, no me digas, voy a intentar adivinar. Vamos a ver, alguien que vi en las reuniones de Álvaro —dudó dando un vistazo a los invitados hasta que sus ojos frenaron en un punto—. ¿Ella? —señaló con un ademán a una mujer que estaba riéndose a carcajadas junto a otra que la miraba con cara de horror. Tía Rosy alegraría hasta un funeral.
—Cerca, pero no —admití con una sonrisa.
Él quiso volver a intentarlo, pero Arturo se le adelantó.
—Es la chica que juega con Nico, la de ojos miel y cabello claro.
Los ojos de Guillermo siguieron la mirada de Arturo, clavándose en Pao que escuchaba a Nico hablar sin parar, como si fueran los mejores amigos del mundo. Ni siquiera noté cuando se había unido Hectorín que también charlaba hasta por los codos. Estaba claro por qué la adoraban, solo ella podía escucharlos con esa atención sin perder la sonrisa.
—Vaya, pues sí, está bastante guapa —opinó. Ya lo sabía, tenía ojos—. Con razón le contestas tan rápido —aprovechó para burlarse de aquel recuerdo.
—Le contesto rápido porque si me llama es por algo importante —defendí, mintiendo.
—Tranquilo, es una broma —aclaró alzando ambas manos.
Álvaro pasó la mirada de uno a otro, tuve la impresión que daría uno de sus típicos comentarios casuales para calmar las aguas, pero alguien le robó las palabras apareciendo de la nada entre nosotros.
—Álvaro, ¿voy a buscar a mamá? —preguntó Nico, con su traje oscuro y un pequeño corbatín. Casi le arrojé agua bendita. Fue tan silencioso que imaginé se trataba de un fantasma.
—Sí, creo que es un buen momento —consideró Álvaro.
—Y será mejor que nosotros busquemos asiento —mencioné porque estaba a punto de iniciar el espectáculo—. Bueno, yo vine con él no fuera a ser que no alcanzará —bromeé golpeando la silla—. Suerte, Álvaro —deseé sincero con una sonrisa porque era lo más importante—. No solo hoy, sino todos los días.
Porque en realidad apenas iniciaba la aventura. Él asintió en agradecimiento percibiendo mi honestidad. Pao se despidió con una sonrisa, pero solo había dado unos pasos cuando frenó. Dudó un instante antes de regresar la mirada a él. Ni siquiera sospeché qué podría decirle, su rostro no me dio una pista.
—Álvaro, solo quería decirte que... Eres la persona en quien más confía Alba en todo el mundo, ella me lo dijo —le confesó.
Una peculiar sonrisa nació al escucharla.
—Gracias, Pao. Intentaré hacer valer esa confianza.
—Estoy segura que sí —pronosticó con una sonrisa.
Yo no sabía mucho del tema, pero apoyé la apuesta.
Pao y yo decidimos ocupar un par de asientos al final de la fila, al costado del pasillo para no bloquear la entrada de la novia, ni el paso de los invitados. Contemplé a los demás vagando por el salón, esperando impaciente por la llegada de Alba. Me pregunté por qué tardaría tanto, pero dejé de prestar atención cuando sin esperarlo sentí que algo se apoyó en mi hombro.
Abrí los ojos asombrado, antes de comprobar se trataba de Pao. No me culpen, ella siempre fue dulce, pero esa tarde estaba más cariñosa que de costumbre. No sabía por qué, pero tampoco le buscaría respuestas. Si me pedía cariño yo no se lo negaría. Alcé mi brazo para que ella recostara su cabeza en mi pecho, se acurrucó con una sonrisita.
—Ya decía yo que la corbata debía tener cierta magia —comenté con una media sonrisa.
—Eres un tonto —me acusó con ternura. Pareció disfrutar la caricia de mis manos por su cabello—. Es solo que te quiero muchísimo —reveló de pronto con una brutal sinceridad que me atontó un instante—. ¿Sabes otra cosa? —lanzó en voz baja.
La respuesta siempre era no.
—Dime lo que quieras.
—A veces da miedo querer tanto a una persona —me confesó. Me hubiera gustado no entender de lo que hablaba, no tenerle temor al abandono, al adiós. Pao se apartó para mirarme directo a los ojos—. Sé que si no quieres terminar herida debes tener reservas, pero no me importa... —se sinceró traviesa ladeando su bonito rostro—. Yo quiero quererte con todo el corazón, como si no hubiera mañana —concluyó acunando mi rostro entre sus manos.
Una débil sonrisa nació ante sus palabras. A veces no podía creer despertara esa clase de sentimientos en una persona, pero ahí estaba ella, con su amor incondicional, enseñándome de alguna forma a ser valiente. Era un poco ilógico, pero había aprendido con ella mucho más de lo que creí saber durante años.
—Tengo la impresión que quieres que esto acabe en otra boda —solté divertido, robándole una genuina carcajada—, pero necesitarás mucho más que aparecer hecha una preciosidad y decir esas cosas para convencerme —añadí haciéndome el interesante.
—Bueno, al menos hice el intento —bromeó, encogiéndose de hombros, volviendo a buscar refugio en mis brazos. Pao era una explosión de dulzura a la que no podía ser indiferente.
—Vaya, ahora estás seduciéndome —la acusé divertido.
Su tierna risa hizo vibrar su cuerpo. Quiso darme un empujón juguetón para callarme, pero la sorprendí atrapando su mano para halarla a mí. Enterré mi rostro en la curvatura de su cuello, aspirando el aroma de su dulce perfume. Pao se echó a reír por las cosquillas que despertó mi cercanía, escuché su tierna risa al apartarme pensando buscaba hacerla reír. Contemplé enternecido los rastros de su inocente sonrisa.
—Vaya, vaya, ¡los pillé, traviesos! —gritó Tía Rosy que apareció a nuestra espalda. Pao me empujó de un golpe, al borde del infarto, Tía Rosy se carcajeó de que casi terminamos en el piso. Carraspeé reacomodándome en el asiento—. Quién te viera, mi moreno —me acusó dándome otro empujón. A este paso terminaría la boda sin brazo—, no pierdes el tiempo con esta niña.
Pao evadió su mirada, fingió estudiar las flores para esconder el sonrojo por su comentario.
—Quién podría culparme, ¿no? —le seguí el juego con una media sonrisa. Para qué fingir que no bastaba una sonrisa de Pao para que pudiera hacer conmigo lo que quisiera—. ¿Quién piensa con la cabeza con una chica tan bella cerca? —le pregunté. Pao buscó mi mirada alarmada por mi falta de verguenza.
—¡UY! —gritó a todo pulmón emocionada llamando la atención de algunas personas a nuestro alrededor. Pao la miró un poco tímida—. Pásame el tip para traerlo así —comentó dándole otro empujón que casi la hizo chocar con la silla frente a ella. Cuando volvió a ubicarse, escondió un mechón sin saber qué decir, pero siendo consciente no se lo dejaría tan fácil.
La escuché agradecer al cielo cuando anunciaron el inicio de la ceremonia. Consideró su campana de salvación la llegada de la novia. Tía Rosy pareció decepcionada por no seguir echando leña a la hoguera. A su pesar volvió a su lugar a la par de todo el mundo.
Había llegado el momento. Eché la mirada a la entrada chocando con Alba como jamás creí que la vería. A Pao se le iluminó la mirada al dar con ella, pero cuando regresé al frente comprobé no podía competir con Álvaro que admiraba a su chica, ataviada en un sencillo vestido color crema, como si se tratara de lo mejor que le había pasado en la vida. Para ser honesto, le favorecía, no me refería a la ropa, sino a la sonrisa que gritaba sin voz era feliz. Confié en que a partir de ese momento, junto con Álvaro, la luciría con mayor frecuencia.
Sencilla como era su sello no escogió un enorme ramo o un peinado escandalo para llamar la atención. Bastó con la sonrisa que le dedicó a su hijo tomándolo de la mano antes de desfilar con él. Álvaro le dedicó una sonrisa a Nico, y aunque no pude escucharlo, estaba seguro le prometió la cuidaría. A los dos.
No hicieron falta promesas, cualquiera que lo conociera, sabía que su veneración por Alba le impediría lastimarla. También ella lo sabía, nunca se hubiera arriesgado de no tener esa certeza. Y no necesitaban firmar un compromiso en papel para creerlo, los juramentos sobran cuando se ama a alguien con todo el corazón.
Lo prometido es deuda ♥️. Aquí está la segunda parte del capítulo 38. Espero que les gustara. ¿Sí? Estaré encantada de leer sus comentarios. Mil gracias por tanto apoyo a la novela ♥️😭. Este capítulo me hizo recordar cuando empecé a publicar el club y como creció gracias a ustedes ♥️😭.
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