Capítulo 31
No era fanático del concepto destino o hilo rojo. Nunca fui un romántico, ni alguien que se rompiera la cabeza preguntándose sobre la persona correcta. Para ser honesto, ¿quién se preocupa por encontrar algo que jamás buscó? Supongo que en el fondo la vida entendió que era un despistado de lo peor, que me mantendría perdido en la oscuridad durante toda la eternidad, y decidió darme una mano. Pao me encontró, con toda esa luz que irradiaba su alma y resultaba imposible ignorar. Había bastado un beso para convencerme de que si existía la persona correcta, de la que los otros hablaban, no podía ser nadie más que ella. Lo confirmé cuando me quedé prendido de su mirada al separarnos, tenía un gesto tan adorable que sonreí admirando sus mejillas sonrojadas.
—Esto debe ser un sueño... —suspiró.
—¿Cómo terminaría si fuera perfecto? —pregunté buscando su mirada—. En una de esas puedo intentarlo. Claro, dentro de mis posibilidades —aclaré deprisa—. Nada de volar, volverme millonario o bailar con John Travolta —enumeré haciéndola reír. De todos modos, se trataba de Pao, ella no me pediría imposibles. Ella me aceptaba tal cual.
Se apartó un poco, fingiendo pensarlo. En respuesta me regaló una sonrisa que me hizo cuestionarme qué magia había escondida en ella.
—Ya lo has dicho todo, y más —contestó risueña—. Mucho más de lo que pensé, Emiliano. Cualquier cosa me sorprendería —aceptó divertida, encogiéndome de hombros.
Entonces volví a buscar su boca para robarle otro beso, encantado por su ternura. No se trataba de una muestra ansiosa, ni intensa de afecto, más bien suave, corto, intentando no asustarla, pero sin contener mis deseos de besar su sonrisa.
—Creo que podría besarte toda la vida —le confesé en voz baja, para que solo ella pudiera escucharme.
—¿Aunque no sea la mejor? —preguntó escondiendo la vergüenza. Sonreí enternecido porque se preocupara por esa tontería. La tomé con cuidado del mentón para que no pudiera huir de mi mirada, sus ojos claros se clavaron en lo míos. Quise detener el tiempo para los dos.
—Nada que un poco de práctica no arregle —bromeé, rompiendo la tensión, Entrecerró sus ojos—. Para eso me tienes a mí. Yo me ofrezco como tu maestro de tiempo completo —declaré con honor alzando mi mano en señal de solemnidad. Ella afiló su mirada. Me frenó divertida, colocando sus manos en mi pecho, cuando quise volver a acortar la distancia.
—No recuerdo haber solicitado sus servicios —soltó, castigándome.
—Lo sé, son gratis —admití de buen humor—, vienen incluidos en el paquete de novio.
—¿Novio? —repitió extrañada, alzando una ceja. Su cara fue un poema. Cerré los ojos, reprochándome mi metida de pata.
—¿Recuerdas que siempre olvido los pasos? —mencioné, burlándome de mí. Ella ladeó su rostro, era la señal para que dejara las bromas—. Pao, me gustaría improvisarte un poema —admití—, pero tú eres la experta en la materia y no quiero hacer el ridículo, en eso sí que soy bueno... En otras cosas también, pero ahora no se me ocurre nada. Sé que soy un atrevido al decirte esto, porque conociéndote seguro habrás robado muchos corazones, mas no creo que ninguno te piense tanto como yo. Ya no quiero solo imaginarlo, sino vivirlo... Hace un tiempo te dije que merecías un chico que te quisiera sin límites, que te repitiera lo afortunado que era al tenerte a su lado. Si me das una oportunidad yo puedo ser ese chico, te aseguro que cada vez que te veo me pregunto qué hice bien en la vida para hallarte. Así que... —Respiré antes de soltarlo, se me escapó una sonrisa nerviosa—. ¿Pao, quieres ser mi novia?
No fue la propuesta que planeé, pero al menos se entendía la idea. Pude intentar mejorarla, agregarle más frases dignas de novelas, pero la risa eufórica que se escapó de sus labios me interrumpió. Quedé sorprendido cuando se abalanzó sobre mí, abrazándome con fuerza. Sonreí entre sus brazos en el encuentro de su corazón agitado con el mío.
—¡Sí! Sí, quiero ser tu novia, Emiliano —soltó emocionada. Vaya, Pao era mi novia. Se supone que ahí despertaba. Sonreí ante su contagiosa alegría hasta que en medio de su adrenalina no medimos la fuerza y me empujó golpeando el hombro con el respaldo. Asustada, cubrió su boca al percatarse del trancazo que me dio—. Perdón, perdón... —soltó avergonzada.
—Genial, no saldré solo con novia sino también con un esguince —me burlé, sobándome. Ella quiso ayudarme, pero la detuve. No era nada.
—Lo siento, nunca quise... Dios, no llevamos ni un minuto juntos y ya te estoy haciendo pedazos —murmuró en una tímida disculpa que me hizo reír.
—No te disculpes —le pedí con una sonrisa—. Tú zarandéame todo lo que quieras, mi Pao —la animé mostrándole mi brazo—. Soy más fuerte de lo que parezco —aseguré. Ella me miró con infinita ternura, no era precisamente lo que pensaba provocar con ese comentario.
—Me gusta cómo suena —admitió.
—En realidad, debería verse... —murmuré extrañado.
—Mi Pao —repitió, reparando en ese detalle—. Es lindo.
—Bueno, eso eres, mi Pao, ¿no? —pregunté—. Es decir, no porque seas mías, ni que fueras unos zapatos, sino porque eres especial. Entre toda la gente que conozco, solo a unos cuantos siento parte de mí... Espera. ¿Acabo de tener un déjà vú? —murmuré confundido. Tuve la impresión de haber utilizado esas palabras antes, pero no recordaba dónde. Supuse que sí había algo detrás, porque Pao me miró de un modo peculiar—. ¿Estás bien? —dudé. Esperaba no haber cometido otra imprudencia.
—Nada —le restó importancia con una dulce sonrisa antes de acercarse para esconder su cabeza en mi pecho. Alcé mis manos, sin saber qué hacer, antes de atreverme a rodearla con mis brazos. Me gustaba la forma en que se sentía—. Estoy muy feliz, Emiliano —reveló con ternura. Sonreí al escucharla. Cerré los ojos olvidándome del mundo, reconociendo sin palabras que yo también lo era.
Aquella dulce chica que llegó a la tienda para cambiar mi vida con sus sonrisas y palabras ahora era mi novia. En silencio, mientras aspiraba el suave olor de su perfume y disfrutaba de su cálido abrazo, prometí no le fallaría.
—Imaginé llegarías más tarde.
Ese fue el saludo que recibí de parte de mamá cuando interrumpí su novela de noche. También lo pensé, pero preferí acompañar temprano a Pao a casa para que no tuviera problemas con sus padres. Estaba intentando ser una persona más sensata, nada fácil teniendo en cuenta mi personalidad y los deseos de pasar más tiempo con ella. Supongo que cuando estás enamorado los minutos nunca son suficiente.
—¿Y esa sonrisa? —me atrapó en medio de mis pensamientos.
—Eso justo quería saber, después de todo, tú me la heredaste —respondí astuto.
—Emiliano...
—Ese también lo elegiste tú —noté divertido. A mi madre no le dio risa—. Estoy empezando a preguntarme si habrá algo que irá por mi cuenta... —añadí, haciéndome el tonto.
—¿Emiliano, vas a contarme cómo te fue? —lanzó directa, sin querer tragarse mis bromas. Mi madre, aunque era una maestra disimulándolo, también tenía su lado cotilla. Con razón adoraba las telenovelas.
—Genial, ya encontré una —respondí. En otras palabras, prefería guardarme los detalles. Mamá me dedicó una mirada severa, como si fuera un traidor. Reí—. Solo estoy feliz —resolví contento, encogiéndome de hombros—, pero no lograrás sacarme nada más.
—¿Por qué?
—Porque nada de lo que te cuente superará esa escena —comenté señalando la pantalla, para desviar su atención—. Eso le dolerá mañana —añadí al ver como el maniquí con peluca rodaba por las escaleras con música instrumental. Vaya, esa es una expresión artística peculiar. Luego se preguntan de dónde saqué lo dramático si crecí viendo eso a diario.
Ella no quedó satisfecha, pero no protestó, mejor así.
No es que buscara esconder mi relación con Pao, estaba que me tatuaba la fecha en la frente, pero si había alguien más intenso que mi yo enamorado, era mi yo pensante. Quería evitarnos momentos incómodos, al menos hasta que las cosas avanzaran un poco más. Es decir, mi madre adoraba a Pao, no la culpaba, y conociéndola seguro haría todo para convertirla en la causante de que me marchara de casa antes de decidirse a echarme. Además, en el fondo, la verdadera razón era que primero deseaba asegurarme que Pao se sintiera cómoda conmigo, si en un punto descubría que no, podía ser sincera sin sentir sofocada por la presión de otros. Las relaciones de por sí son un tema complicado, y no quería que mi felicidad me cegara al grado de lastimarla.
Agité mi cabeza en medio de mi dilema, alejando esos destructivos pensamientos. Me repetí que nadie conocía el final, no me adelantaría, esa noche no quería pensar en otra cosa que no fuera el presente. Si al día siguiente el corazón se rompía al menos recordaría lo que se sentía querer a alguien con tanto amor que ni siquiera mi aferrado miedo pudo vencerlo.
Cuando acabé mi rutina y me eché a la cama lo primero que pensé fue en Pao. Sonreí como un chiquillo al recordar sus besos. Esa chica había logrado perdiera la cabeza, admití divertido. Impulsado por la curiosidad alcancé el celular sobre la mesilla, entrecerré los ojos ante el cambio de luz, mientras buscaba en mi lista de contactos su nombre. Aprecié el punto verde, junto a su imagen. Estaba conectada. Una parte de mí me advirtió que ser tan intenso solo ocasionaría terminara cansando de mí, la otra abrió la conversación tecleando un mensaje que terminé borrando.
No, no, me regañé dejándolo sobre la sábana. Cuando era joven mi padre solía decirme que nunca debía mostrar demasiado interés en una chica. Según él, si notaba lo tonto que te traía, haría lo que quisiera conmigo. Pero pensándolo mejor, papá era precisamente el peor consejero para hablar de amor, así que ignoré su tonta advertencia.
Pensé en escribirle, pero me arrepentí probando otra opción. No sabía si funcionaría, porque era tarde y era la primera vez que la llamaba de noche, pero eso no evitó esperara impaciente. Uno. Dos. Tres toques. Estuve a punto de rendirme hasta que una tierna voz invadió el otro lado de la línea. Una sonrisa, que nadie vería, se me escapó.
—¿Emiliano? —preguntó sorprendida.
—Así decía mi acta de nacimiento —respondí divertido. Disfruté escuchando su tierna risa—. ¿Te desperté? —recordé de pronto mirando la hora, faltaba poco para medianoche.
—No, tranquilo. Estaba leyendo antes de dormir —me contó sin un bostezo de por medio. Asentí menos culpable, recostándome mirando el techo—. ¿Sucedió algo? —curioseó sin entender el motivo de mi llamada, por su volumen supuse estaría en su cuarto luchando por no despertar al resto.
—No, en realidad... No recuerdo mucho esto de ser un novio —mentí, tomándolo como excusa, aunque no del todo—. ¿Cuándo puedo llamarte? —curioseé para conocer los límites donde no resultaría pesado.
—Tú puedes llamarme siempre que quieras, Emiliano —respondió haciendo gala de su bondad.
—¿En serio? —repetí contento. Ella volvió a repetirlo—. Vaya, no me digas eso o me tendrás todo el día al teléfono, Pao. Dudo mucho que a tus padres les guste estés practicando para trabajar en un call center —comenté sin perder la gracia—. Aunque pensándolo bien, no es tan mala idea, tienes una bonita voz. Yo sí te compro todo lo que ofrezcas. El único que estará mi favor será el dueño de la línea telefónica que se hará millonario.
—Emiliano... —me regañó con dulzura. Casi la pude imaginar escondiendo un sonrojo, el mismo que siempre nacía cuando decía algo por el estilo. Una media sonrisa se me escapó.
—Apuesto que te has sonrojado—me atreví a soltar.
—¿Estás espiándome? —preguntó alarmada provocándome una carcajada.
—No, pero siempre lo haces. Te ves tierna —confesé más para mí—. Me gusta cuando lo haces —aclaré—. También al sonreír y más cosas, pero ahora escuchándolas por el teléfono suenan un poco perturbadoras —agregué divertido, burlándome de mis malos intentos de ser romántico.
—Estás loco —me acusó contenta.
—¿Eso es bueno? —dudé. Pao jugó con mi mente, pensándolo.
—Para mí está bien, Emiliano.
—Con eso basta. Acabo de descubrir también me gusta como suena mi nombre cuando lo dices tú —admití sin pensarlo. Pao guardó silencio, la imaginé sonriendo—. Bueno, será mejor que te deje descansar —mencioné notando la hora—, o tu padre me matará. No tengo planes de acudir a mi propio funeral pronto.
—En verdad le temes, Emiliano —se burló de mi cobardía.
—Respeto es la palabra que usaría. Respeto —repetí intentando salvar un poco mi honor. Cerré los ojos—. Ahora sí será mejor que cuelgue o me quedaré toda la noche hablando sin parar. No quiero llegues tarde por mi culpa. Solo quería desearte buenas noches.
—Gracias por el detalle. Descansa bien —se despidió cariñosa—. Te quiero.
Esa última frase me pegó con más fuerza de la que me hubiera gustado.
—Escucha, una última petición —la frené para que no colgara, echándome para atrás de último momento. Un minuto no mataría a nadie—. ¿Crees que podrías repetir eso último? —planteé, sin importar lo ridículo que sonara mi petición.
Era nuevo para mí oírlo, demasiado importante para dejarlo pasar. No quería olvidar el sonido. Fue como si después de una larga sequía comenzara a llover. Sonó tan autentico. La chica que quería también lo hacía, ¿se podía ser más afortunado?
—Te quiero mucho, Emiliano —repitió sin dudas.
Una sonrisa permaneció en mi rostro, grabándome esas palabras, antes de dejar a mi corazón ser arrastrado por la sinceridad.
—Yo igual te quiero, mi Pao.
Hay otro capítulo y un aviso importante al final ♥️.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top