Capítulo 3
Una manera de transformar un día normal a una gran tarde era que Laura cruzara la puerta. Tenía la mágica capacidad de hacerme comportarme como un idiota, superando mis límites ya escandalosos, con una de sus sonrisas.
Aquella ocasión me dio la impresión que estaba bastante animada. Eso me hizo imitarla, por desgracia, no era común en Laura que siempre estaba agobiada con problemas. Valoraba cada una de sonrisas, porque nunca sabía cuando volvería a ver una. Sus ojos verdes buscaron los míos, juro que no había visto unos más bonitos en toda mi vida, se encontraron un instante que a mí me pareció una eternidad. Un sentimiento al que había renunciado se avivó con fuerza en mi interior. No podía controlarlo, el corazón es el único rebelde que no obedece a la cabeza.
La magia terminó cuando su mirada desvió a un costado. No lo entendí, hasta que me ubiqué de nuevo en la realidad.
—Oh, pensé que estabas solo —me saludó. Sus pasos frenaron de golpe al percatarse de la chica que me acompañaba. La estudió un instante en el que el silencio caló. Ambas compartieron una mirada hasta que Pao se atrevió a sonreír en respuesta por su atención.
—Ya nunca estaré solo —solté intentando aligerar la sorpresa. Laura no comprendió a que me refería así que decidí ser más específico. Era necesario—. Te presento a Pao, ella nos ayudará de ahora en adelante en la tienda —expuse de manera formal.
Pao se mostró un poco tímida por tantos ojos apuntándola. Quise hacer una broma para que se relajara, pero el movimiento de Laura me ganó la partida. Dibujó una amigable sonrisa antes de ofrecerle su mano sobre el mostrador. Pao clavó sus ojos miel en la palma, dudó un segundo, mas correspondió al gesto con efusividad. En una de esas podían ser buenas amigas.
—Un gusto por ti. Me alegro por ti, pasabas mucho tiempo sin compañía. Ya era hora que encontraras alguien que te controlara un poco —opinó acomodando su cabello negro.
—Y si alguien puede hacerlo es Pao. cuida de las mascotas en la veterinaria —conté poniéndola al tanto. Ella era demasiado modesta para hablar de sus triunfos. Laura se mostró interesada—. Decidió venir a practicar con un animal más complicado. Si puede conmigo le dan hasta la especialidad.
Laura negó con una brillante sonrisa. Me distraje más de lo debido observándola hasta que un sensato recordatorio resonó en mi cabeza: no había venido a verme a mí. Eso nunca cambiaría.
—Cualquier cosa puede ayudarte Pao. Ella tiene mejor juicio —añadí después de escuchar su pedido. Laura le dedicó una mirada particular, seguro pensó lo mismo que yo: todo mundo era más cuerdo que yo.
Yo le atendí, pero con una mirada le fui enseñando a Pao todo el proceso. Habría tiempo de sobra para repasarlo, pero ver el trabajo en práctica es más efectivo que la teoría. Confiaba aprendiera rápido, era una chica lista. Yo me convertía en un idiota cada que Laura entraba a juego, pero intenté disimularlo mientras le cobraba.
—Gracias, son muy amables. Debo volver a trabajo, están esperándome —se despidió deprisa con un ademán. Le había quitado muchos minutos con mis tonterías, siempre intentaba alargar cualquier interacción. No era lo más inteligente, para mi fortuna nunca engañé a nadie, jamás usaba esa característica para describirme.
Es gracioso como el tiempo corre tan rápido cuando necesitas decir tantas cosas. No fuera que esperara mi turno en el seguro porque habría terminado El señor de los anillos e iría a la mitad de la fila.
—Por cierto, he conseguido algo que me pediste hace unos días —solté de pronto para que no se marchara. No quería volver a acobardarme. La última vez los nervios encadenaron mi lengua, no repetiría el error. Laura alzó una ceja, le ayudé a refrescar su memoria—: Me contaste que no encontraste una funda que querías. La hallé en otra tienda —mencioné ahorrándome los detalles. En realidad pasé horas escarbando en catálogos de todo el país. Le había dado más importancia de la que debía. Ella ya ni se acordaba—. Tardaron un poco en enviarla porque la trajeron por paquetería.
Ni siquiera contemplé su rostro, no fuera a ser que se riera de mí. Empujé mi silla hasta mi escritorio al fondo, en el cajón encontré el último pedido. Era una funda que tenía su nombre grabado, un diseño peculiar. Titubeé un segundo, descarté la otra compra, se trataba de una santa estupidez. Ya suficiente tenía con mi otro descalabro.
—¿Lo dices en serio? —preguntó incrédula. Coloqué el artículo sobre el mostrador para que lo tomara entre sus manos. Yo no lo había olvidado, esa tarde charlamos y retuve gran parte de la información—. Por Dios, muchas gracias. Eres un verdadero sol, Emiliano —celebró contenta. Verla feliz me hizo sonreír. El esfuerzo había válido la pena—. Ya la daba por perdida. Muchas gracias. Dime cuánto te debo.
La idea inicial era que fuera un regalo, pero después consideré que con esa actitud me pondría en evidencia. Lo último que quería es que notara lo que sentía por ella, si lo hacía no volvería a verla y aquello me dolía. Porque cuando su imagen se perdió, y solo quedaron los recuerdos en su lugar, descubrí que de nada servía soñar con algo que jamás sucedería. Ni siquiera un milagro haría que Laura me viera de otro modo.
—Ella es Laura, la chica de la que les había hablado —solté cuando nos quedamos solos. Pao mantuvo su mirada por el camino que tomó. No dijo nada—. ¿Qué piensas? —curioseé intrigado. Mi voz la despertó, agitó su cabeza situándose en el presente.
—Pienso que... es muy bonita —comentó sonriendo—, realmente bonita. Nunca mencionaste lo guapa que era, he quedado impresionada —añadió de buen humor. Sí, lo era, no conocía una mujer más linda que Laura.
—Nunca se los dije para que no me la quisieran bajar —bromeé.
En realidad, el físico me era indiferente. Yo mejor que nadie sabía que el cuerpo no es eterno y que el amor que se basaba en aquello nunca duraba. Aún recordaba el horrible capítulo que tuve que sobrellevar tras el accidente. Había soportado muchos comentarios que lastimaban.
—¿Tú crees que algún día pueda llegar a gustarle? —hablé en voz alta, sin contenerme. Nunca me había atrevido a pedirle su opinión a nadie por miedo a la respuesta, pero sabía que Pao poseía más tacto para decirme ese cruel jamás. Los escritores son hábiles para disfrazar la verdad.
Pao dudó un segundo porque hay una gran diferencia entre decir mentiras y soltar imposibles. Hasta los que se dedican a la ficción tienen sus límites. Además, ella todavía era devota de la honestidad.
—Pienso que a todo mundo podrías gustarle —respondió con una tierna sonrisa. Eso quizás fue demasiado dulcificación. Sin querer se me escapó una carcajada—. No sé de qué te ríes —me reclamó. Quise disculparme, no fue educado, pero me había hecho gracia y no pude esconderla.
—En una de esas le hago competencia a Fernando Colunga —comenté divertido. Mamá me asesinaría si escuchaba me mofaba entorno a su nombre. Ella ladeó su rostro escondiendo una risita.
—Aunque tú no lo creas digo la verdad. De hecho, te pareces un poco al protagonista de mi último libro —soltó colocando su mano en su barbilla. Se burló de mi expresión de sorpresa. Ella se había anotado un punto. Esa sí no la esperaba. Sabía que Pao escribía, pero tenía entendido que tiraba más a lo romántico.
—¿Te animaste por la comedia?
—No sé por qué no podrías ser un protagonista de un libro romántico —argumentó. Si me daba tiempo podía escribir un libro con las razones— Eres dulce, divertido... —enumeró queriéndome hacer mejor.
—Falta alto, bronceado y guapo —la interrumpí divertido. No me gustaban esa clase de charlas que giraban en torno a mí. Era como cuando tu madre te dice que eres el mejor ser del mundo—. ¿Algún día me mostrarás algo de lo que escribes? —cambié de tema.
Cada vez despertaba más mi interés por ese secreto que tenía tan bien guardado. Nadie del club había leído una sola línea de sus historias. Pao fingió pensarlo, reflexionó un segundo antes de llevar sus manos a la espalda y rodear la silla con expresión traviesa. Una sonrisa nació ante su juego. Conocía la respuesta.
—Yo creo que eso no podrá ser —contestó al final recargándose en el mueble.
—¿Y eso por qué? Si fue por la broma del veterinario no fue con mala intención, eh —le aseguré para que no me guardara rencor—. Yo quiero ser bueno, medio bueno al menos.
—Lo sé. Eres muy bueno conmigo... Es solo que, cuando uno escribe deja cosas importantes en las palabras que prefiero mantener para mí. Los extraños nunca sabrán qué es mentira o verdad, pero ustedes son diferentes. Una va regalando pedazos de su corazón en cada oración.
—Podría leer unas páginas, saciar mi curiosidad, abrir un club de fans para ti y llevarme un trozo pequeño. Vamos, Pao, tienes uno enorme, no te hará falta —intentó convencerla. Ella soltó una risa, negó antes de impulsarse un poco para que solo yo pudiera escucharla.
—No sé por qué tengo la impresión que eres de los que si una se descuida puede perder más de uno —me acusó perspicaz clavando su dedo en mi pecho. Pude contradecirla, intentar probar mi inocencia, pero me distraje por el sonido de su voz. Ella sonrió antes de apartarse—. Creo que será mejor que me vaya... —recordó. El tiempo pasó rápido, quise ayudarla con su bolsa, pero ella la alcanzó primero. Intenté no darle importancia a todas esas cotidianas que deseaba y demoraban más que el resto—. No puedo llegar tarde a las prácticas. Si lo hago mi historia empezará en mi funeral.
—Ten cuidado —le pedí. Pao era demasiado buena y el mundo complicado. Ella asintió. Parecía lo suficiente capaz para enfréntalo—. Y arrójale un cuyo a tu jefa si te hace uno de sus desplantes —opté ganándome una de sus sonrisas.
—Ellos no tienen la culpa.
—Tal vez uno quiere ser acróbata, Pao.
—Estás loco, Emiliano. Nos vemos mañana —se despidió colgándose el maletín antes de correr a la salida atenta de su celular. Dio un paso en el exterior antes de regresar rápido sobre sus pasos. Pensé había dejado una de sus pertenencias—. Olvidé decirte algo, no es importante, pero que de todos modos necesito contarte —se enredó manteniendo su mano en la puerta.
—¿Es sobre el cuyo...? Aclaro era una broma, no quiero que ningún roedor sufra de manera física o emocional. Por favor, no me denuncies.
—El domingo es mi cumpleaños —escupió ante mi tontería con una sonrisa. No supe si felicitarla por adelantado. Además de disculparme por olvidarlo—. Ese día voy a festejar con mi familia en casa —me contó—. El sábado pensaba ir a una pizzería que está en el centro de la ciudad y pasar un rato. Se lo diré al club esta semana, pero ya que estoy aquí quería saber si tú quieres acompañarme. Solo si tienes tiempo...
—Claro que sí, cancelaré mi junta ejecutiva por ti, Pao —le prometí—. Ahí me tendrás, nunca falto a ninguna fiesta, te recuerdo que soy el primero en llegar y el último en irme —le advertí.
—Bien. Entonces te veo allá —mencionó animada.
Cuando al fin me quedé solo saqué mi celular. Tenía que ordenar los temas por urgencia, dentro de mí agradecí me avisara esa tarde, contaba con el tiempo justo para conseguir algo decente. Pensé en todo lo que podría gustarle, sabía que podía conseguir algo en cualquier esquina, pero quería que fuera un regalo especial. Necesitaba asegurarme la sorprendería. Era Pao, una de las pocas personas que siempre se preocupó por mí. Ella se lo merecía.
Las fiestas siempre son trascendentales para mis historias. Y veremos qué sorpresa habrá. Para que vean que los quiero mucho hoy subiré dos capítulos, el siguiente debe estar ya publicado. Gracias por todo el amor que le dan esta historia ♥️.
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