Capítulo 29

A pesar de que trabajaba con mayor eficiencia en su ausencia, y le aseguré que podía tomarse el tiempo que necesitara para recuperarse, admito que me sentí mucho más motivado cuando recibí un mensaje de Pao avisándome llegaría apenas solucionara un pequeño problema en la universidad.

Siempre fui una persona que le costaba, para bien o mal, disimular lo que le producía entusiasmo. No diría que transparente, porque escondía con mayor facilidad lo que dolía, pero sí un fanático de la felicidad. Así que no fue difícil que mi madre notara mi sonrisa durante la jornada y bastó ver la mirada que me dedicó cuando la puerta se abrió para comprender que había dado con la razón.

—Mira que tenemos aquí —saludó a la chica que atravesó la entrada deprisa, soltándose el cabello—. ¿Qué te damos? —preguntó fingiendo que se trataba de una clienta más. Pao se acercó nerviosa al mostrador, mordiendo su labio, desconcertada por la formalidad.

—¿Tendrá un trabajo? —cuestionó tímida, en una duda que me pareció adorable. Mamá lo pensó, disfrutando que no había notado la broma. 

—No lo sé, tú que dices, Emiliano —me cuestionó a sabiendas seguía pendiente de la conversación. Ni me esforcé por negarlo.

—Que la pongamos de gerente —propuse con total solemnidad.

—Sí, el trabajo es tuyo, niña —respondió agobiada—. Yo necesito un descanso de este muchacho —agregó negando con la cabeza, dándole paso al interior antes de marcharse para no perderse su drama de la tarde.

Pao me regaló una angelical sonrisa por el comentario, antes de que un ladrido juguetón la distrajera. Una contenta Lila exigió su atención, dando saltos, como siempre que competía conmigo. Pao se la entregó sin condiciones, poniéndose de cuclillas para acariciar cariñosa sus orejas.

—Hola, bonita —la saludó con dulzura—. ¿Te has portado bien?

Estábamos hablando de Lila, la respuesta era siempre no, pero a nadie parecía importarnos. Sabía lograr lo olvidáramos. Era una perrita astuta.

—Te extrañó —le informé. Ella alzó su mirada encontrándose con la mía. No me refería solo a su ausencia física—, pero no más que yo —confesé sincero. Pao miró a otro lado escondiendo el sonrojo, echaba de menos esa reacción—. ¿Para mí no hay amor? —dramaticé.

Ella entrecerró sus ojos, lo pensó un instante antes de que se le escapara una sonrisa al dejar el suelo. Entonces, sin aviso, sus cálidas manos estrujaron mis mejillas como si fuera un perro. Reí ante su respuesta.

—¿Te gusta? —preguntó riéndose de mi mueca.

—Pues, podría estar mejor —admití de buen humor. Sin que lo esperara, esta vez yo atrapé sus manos para sentirlas entre las mías. Ella pegó un ligero respingo, mas no apartó sus ojos de los míos—, pero si tú me tocas no me quejo.

—Tonto —escupió divertida, soltándose de a poco para acomodar nerviosa un mechón que estaba en perfecto estado.

—¿Cómo te sientes? —cambié de tema, preocupándome por lo más importante. Regresando a la cruel realidad. No quería que pensara lo había olvidado. Por su gesto supuse que a ella también le resultaba imposible borrarlo.

Pao vagó por la tienda analizando en su interior una respuesta, creo que se rindió.

—Un poco más tranquila —respondió, dibujó una débil sonrisa—. Triste, pero es normal, se supera con el tiempo, o eso dicen. Quiero creerles... —murmuró para sí misma. Suspiró hondo—. De todos modos, gracias por lo que hiciste ayer, Emiliano. Nunca podré pagártelo —insistió. Negué, restándole importancia. No había hecho nada que mereciera un aplauso.

—Me alegro que estés mejor —confesé honesto, ese era mi mayor interés, pero no pude callar lo que me daba vueltas la cabeza—. ¿Crees que hoy podríamos hablar de nosotros? —planteé.

Ser tan directo la tomó por sorpresa. Su mirada perdió brillo, por un momento temí se hubiera arrepentido de último minuto, pero en contra de los pronósticos asintió despacio.

—Sí. Solo déjame atender a la gente y hablaremos todo lo que quieras. Te lo prometo —aseguró alzando su mano, aunque no luciera emocionada por la idea.

Para ser honesto, la tarde transcurrió con normalidad, pero a mí me pareció eterna. De no ser por mi nulo talento hasta le hubiera dedicado una serenata a mi madre cuando regresó al terminar su novela, permitiéndome tomarlo como excusa para ausentarnos un rato. Pao no pareció compartir la prisa, pero luego de atender a un buen número de clientes entendió que no podíamos retrasar lo inevitable. Había llegado el momento de hablar.

Me acompañó callada hasta casa, donde estaba seguro nadie nos molestaría, a excepción de la traviesa de Lila que nos persiguió como si fuera nuestra sombra y no tuve corazón de dejarla al margen. Le pedí en una mirada estuviera tranquila, me respondió con un ladrido que tenía hambre. Bien, no era lo que esperaba.

Contemplé a Pao limpiar sus manos en su falda azul sin hallarse en medio de la familiar sala. Estaba intranquila. Un hecho extraño, pues conocía de sobra el lugar. Además, había pasado un buen tiempo desde que nos reunimos por primera vez y no recordaba que estar solos la pusiera tensa. Pronto descubrí que su ansiedad no se debía a quienes estábamos presentes, sino a los faltantes.

—¿Quieres sentarte? —pregunté para romper el silencio—. Yo no tengo opción —añadí divertido dándole un golpe a la silla. Ella ni siquiera pareció oírme más ocupada en sus manos. 

—No, gracias, estoy bien de pie —respondió amable, pero sin poder apaciguar el resonar de sus zapatos cambió de idea—. Mejor sí —lo reconsideró enseguida, haciéndome reír. 

Acomodó la tela de su falda al ocupar un sitio en el sofá. Empujé la silla hasta quedar frente a ella para poder hablar cara a cara. Notarlo la puso más nerviosa, lo percibí por la forma en que sus manos jugaron con el listón negro anudado a su muñeca.

—¿Pao, vas a decirme al fin quién te dijo todas esas cosas? —cuestioné directo, pero sin elevar la voz para no presionarla. Yo sabía perfectamente que había algo atrás, Pao nunca fue una persona de arrebatos. 

Sus ojos claros me estudiaron. La diferencia era clara. Ella víctima de las dudas, yo de la dicha. Quizás en el fondo Pao sentía estaba frente a un extraño, pero yo me había reencontrado con la única persona que me hacía sentir en casa. Había extrañado contemplarla de ese modo, sin que apartara la mirada. De pronto, me importó poco la verdad superado por mis ganas de besarla. Tuve que hacer un esfuerzo por concentrarme en su voz porque más allá de lo que deseaba mi corazón, necesitaba la verdad.

—Emiliano, sé que tienes derecho a enfadarte conmigo —inició temerosa, intrigándome—, pero aunque es una injusticia, prométeme que, sin importar qué, vas a dejarme terminar —me pidió. No entendía por qué tanto misterio, pero asentí—. Después... Si tú quieres, puedes odiarme.

Vaya, sonaba más grave que un simple "no me gustas, Emiliano". De todos modos, no perdí el norte, estaba convencido que pasara lo que pasara jamás podría odiar a Pao. No solamente porque pocas personas despertaban ese oscuro sentimiento en mi interior, y ella no cumplía con esa característica, a pesar de sus recelos estaba ahí conmigo, significaba que lo podíamos arreglar. 

—Tampoco es que pueda salir corriendo —respondí rompiendo la creciente tensión.

—Emiliano...

—Está bien. Lo prometo —di mi palabra levantando mi mano.

Ella asintió, dudó un instante antes de soltar un suspiro. Abrió la boca, volvió a cerrarla, como si buscara sin éxito la palabra correcta que destapara la cueva. Sonreí ante su dilema, ¿qué era lo que la ponía tan mal? Decidí ayudarle buscando su inquieta mirada, sin palabras le aseguré que todo iría bien. Pao pareció entenderlo, suavizó el agarre de sus manos en la tela de su falda.

—La persona que me lo contó... Ella... Yo... Fue Laura —escupió de golpe, dejándome pasmado.

—¿Qué?

Pao se reacomodó incómoda en el asiento ante mi confusión. ¿Laura qué? Quise hacer muchas pregunta, pero ella no me dio tiempo, adelantó a mi avalancha de dudas.

—Quizás tú no lo recuerdes, pero hace un tiempo Laura vino al negocio para hablar contigo. Ella estaba muy mal, yo le preparé un té, nos quedamos solas un rato justo aquí... —rememoró. A mí me costó un poco recordar la fecha, pero con esfuerzo logré hallar un par de imágenes en mi cabeza. Al menos el chiste del agua—. Esa tarde le di mi número por si algún día necesitaba algo. Pensé que ni siquiera lo había guardado, después de todo nunca me escribió —añadió. Asentí, comprendiendo hasta ese punto—, pero al regresar de la capital me llegó un mensaje en el que me pedía reunirnos —continuó.

Esa notificación sí la recordaba, también su sorpresa. Respiró de nuevo para aplacar sus nervios.

—¿Por qué quería que se vieran? —dudé extrañado por su repentino interés.

—Dijo que necesitaba hablar conmigo. Yo... Acepté porque no vi nada de malo —comentó—, pensé que tal vez estaría interesada que fuéramos amigas o deseaba algún favor en el que yo podría entenderla mejor que tú... Sé que ustedes son amigos desde hace mucho tiempo, pero creí que quizás le vendría bien una amiga... La verdad ahora suena estúpido —se reclamó.

—No es estúpido, Pao.

Querer dar una mano nunca lo es, dejando de lado si resulta. Ella no pareció muy convencida de mi defensa. Pao dejó su relato a medio terminar, alzando su mirada para encontrarse con la mía. Por el sentimiento que inundó sus pupilas adelanté diría algo muy importante.

—Me dijo que está enamorada de ti.

Se formó el silencio entre los dos, aunque por distintas razones. Ella porque acaba de soltar, a su parecer, la noticia del milenio. Yo, esperando agregara lo sorprendente. Pao disimuló mal la decepción ante mi fría reacción.

—Entonces sí lo sabías... Laura no mintió. Esto es un mal inicio —murmuró para sí misma. Agitó la cabeza, concentrándose, volviendo a encaminarse—. Bien, ella me pidió la ayudara contigo.

—¿Ayudaras?

—Sí, que te hiciera ver que te encontrabas confundido respecto a tus sentimientos hacia ella... —me explicó más despacio, pero seguí en blanco.

—¿Confundido?

—Ella está segura que en el fondo, aunque lo niegues, la sigues queriendo...

—¿Queriendo? —repetí entorpecido, me había quedado en Laura. Pao no se enfadó, todo lo contrario, colocó su índice en mi boca soltando una tierna risa por mi enredo. Olvidé de qué hablábamos.

—Emiliano, Laura está convencida que tú la quieres, que no has podido olvidarla. Después de todo, pasaste muchos años amándola en secreto —argumentó con una débil sonrisa. Pensé que había sido claro con ella respecto a ese tema—. Para ella no resulta lógico que dejaras de estarlo de un momento a otro. 

—Quizás nunca estuve enamorado de ella —me sinceré más para mí mismo—. Confundí amor con agradecimiento. Me aferré a ella porque representaba esperanza, quería sentirme parte del mundo, que aún podía tener una vida como el resto —añadí. Ella me escuchó atenta, sin hacer ningún comentario—. No puedes amar a alguien que ni siquiera conoces. Sí, quizás sí me gustó, como también me siento atraído por Jennifer Lawrence, Emma Stone o...

—Ya quedó claro el punto, Emiliano —cortó mi listado porque estaba perdiéndome en las ramas.

—Lo que quiero decir es que no fue más que un flechazo al que le di más importancia en mi mente. No es amor —dicté sin dudas—. No tiene parecido. Tal vez me conformé con creer que lo era porque imaginé jamás lograría sentirlo, que nunca llegaría a mi vida. Laura me ayudó en un momento en el que me sentí solo, pensé que de alguna manera tenía que agradecer lo que hizo por mí. La convertí en la heroína de mi vida porque me sentía incapaz de ganar por mi cuenta —revelé. Pao ladeó el rostro, analizando mis palabras—. No la estoy culpando a ella, nada de eso. Acepto mi responsabilidad. Tomé malas decisiones, idealicé a personas, condené a otras...

No quería abrir esa puerta, no ahora que era feliz. Solo quería mirar al pasado para perdonar, pero aún no estaba listo.

—Ahora sé que no es amor, si lo fuera no me hubiera bastado un hola de vez en cuando —argumenté—. Pao, la primera vez que pisaste la tienda pensé que el tiempo había pasado muy deprisa para los dos, que esas horas no fueron suficientes. Al día siguiente se repitió, y al que le siguió... Nunca se acababan los temas de conversación, ni las ganas de escucharte. Comencé a preocuparme por cosas que de otros no me interesaban, a tenerte en mi cabeza todo el tiempo. Pao, nunca antes significó tanto pasar una noche con una chica —confesé—, incluso cuando solo pudiera verla. Yo no soy bueno expresando mis sentimientos como tú... —admití ante su mirada agobiada—. Y tampoco puedo dar clases sobre el amor porque me demandarían por hablar de algo de lo que no tengo la menor idea, pero sé lo que siento...

Quise tomarla del mentón para mirarla directo a los ojos, decirle que ella se había adueñado de mi corazón sin que pudiera oponer resistencia, pero ella suavemente echó la cabeza atrás.

—Laura dijo que solo intentas llenar un vacío conmigo... —escupió de pronto.

—¿Qué?

¿Laura había dicho qué? Pao se puso de pie, aumentando la distancia entre los dos. Percibí el dolor brillando en su mirada mientras caminaba en círculos por la sala. No sé quién de los dos se mostró más perdido.

—No suena tan descabellado, Emiliano —añadió ante mi silencio. Yo estaba digiriendo la imagen de Laura rompiéndole el corazón después de que le compartí lo que sentía por Pao—. Antes solo existía Laura en tu mundo, y un día, sin más, notaste que yo existía.

—Pao, yo siempre supe que existías —defendí.

—Claro que sí. Pao es una gran persona, no tengo nada contra ella, pero aunque me esfuerzo no puedo verla como algo más. No sé, sería raro —repitió mis propias palabras. Me sentí terrible al escucharlas en su boca. Me arrepentí de mi falta de tacto, de lastimarla sin darme cuenta—. Tu amiga, hermanita, pero jamás alguien con quien salir. No intentes negarlo, escuché cuando se lo dijiste a Alba en la reunión.

No creí para ella significara algo. Era mi amiga, creí no había sentimientos de por medio. Nunca me pasó por la cabeza que a Pao yo pudiera gustarle. Encontraba normal que dijera lo mismo de mí. Me equivoqué, pero no por maldad, sino porque no medí las consecuencias.

—Pao, en verdad siento...

—Entendí que se lo contaras a Alba, porque son amigos y se tiene confianza —me justificó regresando como un huracán a su sitio. Su mirada se clavó en la mía y su dulce voz amenazó con quebrarse—, pero... ¿Emiliano, por qué tenías que decírselo a Laura?

—¿Qué?

Otro golpe directo a la sien. Estaba perdiéndome de la pieza central del rompecabezas.

—¿Por qué no pensaste un minuto en lo que me dolería se lo contaras precisamente a ella? —me exigió con sus ojos cristalizados—. ¿No bastaba con estar siempre escuchando lo que sentías? También tenías que decirle a la dueña de tu corazón como jamás podrías sentir nada por mí, lo lejos que estaba yo de él.

—¿Hablamos de la misma Laura? —murmuré aletargado.

—Emiliano... —se molestó creyendo se trataba de una broma. No le daba gracia.

—No, en verdad no entiendo nada de lo que me estás diciendo —asentí.

—Sé que fue lo que le respondiste cuando te dijo lo que yo sentía por ti —mencionó. Fruncí las cejas extrañado. ¿Qué demonios?, pensé considerando podría estar en una realidad adversa—. Dijiste que jamás estarías conmigo porque no podías verme como algo más que tu hermana, lo repetiste el día del bar —me acusó. Bien, cierto era que lo negué, pero no a Laura, tampoco usé esas palabras—. ¿Por qué entonces casi me besaste esa noche? —me reclamó llorando—. ¿Por qué si estabas tan seguro de tu rechazo a mí, te portabas tan lindo conmigo a sabiendas podía ilusionarme? ¿Por qué tenías que hablarle de mí a ella? —explotó, quebrándose.

Pao que había luchado por mantenerlo todo dentro, lo dejó ir de manera silenciosa. Me quedé mudo, procesando dos cosas que no esperé, para lo que no estaba preparado: descubrir otra cara de Laura, en quien confié, y ver llorar a Pao por mi culpa. Tanto tiempo repitiéndome que no intentaría nada con ella porque nunca me perdonaría ser el causante de su dolor y ahí estaba contemplando que la lágrima que se deslizaba por su mejilla llevaba mi nombre. 

Ella quiso limpiarla con su palma, para no dejar rastro, pero la tomé de la mano impidiéndoselo. Pao me miró sin comprender qué planeaba, tampoco yo lo sabía, por lo que sin pensarlo mucho la halé hacia mí para abrazarla. Se tensó por mi abrupta cercanía, pero pronto bajó de a poco su escudo al notar que no había otra intención detrás que demostrarle sin palabras lo que sentía. Fue un fugaz abrazo que apenas me permitió cerrar los ojos, recordando no estaba tan cómoda por la posición, la liberé despacio. Ella mantuvo su mirada en la mía.

—Escucha, Pao, es cierto que le dije a Laura que no estaría contigo —acepté sin acobardarme. No puedo describir el dolor que ensombreció su rostro—, pero fue porque no quería herirte. La tarde que me rechazó propuso que debía intentar algo contigo, pero me negué porque no podía tomarte de consuelo —repetí—. Siempre pensé que merecías algo mejor. Nunca hubiera hecho algo que te confundiera a propósito. Dios... Pao, he hecho un montón de cosas mal en mi vida, ni siquiera puedo contarlas, pero tú eres lo único en lo que me preocupé por no equivocarme.

—Ella... —balbuceó.

—Fui un imbécil al hablar de esa manera con Alba —reconocí culpable, recordando lo ciego que fui en el pasado. Estrujé mi rostro entre mis manos—. En ese entonces mis sentimientos eran otros, claro eso no me excusa. Pao, acepto mi falta de cuidado con las palabras, mis bromas, admito que cuando te conocí solo te veía como mi amiga —añadí. Pao bajó la mirada, jugando con sus dedos—. Pero era porque no te conocía. Te había visto apenas en unas reuniones de un par de horas, lo poco que hablamos en el club. No quiero engañarte, ¿para qué? No se trató de amor a primera vista, mas ese no es un crimen. Todo lo que sucedió después, fue porque soy despistado, no mido las consecuencias... Pao, nunca me pasó por la cabeza que podría gustarte, me enteré el día de la fiesta, porque tú misma me lo dijiste —aclaré.

Ella abrió los ojos asustada al escuchar lo último. Dejó escapar un lamento mientras se cubría avergonzada el rostro con ambas manos. Tuve la impresión que quiso cavar un agujero en la tierra.

—Sí, repetí que éramos amigos el día del bar... —retomé el hilo. Ella se asomó discretamente por entre sus dedos—. Pero en ese momento ya te quería, Miriam me lo repitió, si estaba negado a la idea fue por... —Callé ante la verdad que me hacía sentir vulnerable. Pao se descubrió el rostro por completo, intrigada—. No quería arruinarte la vida. Pao, esa noche mientras te veía bailar no dejé de pensar en cómo sería las cosas si yo fuera distinto... En lo terrible que me sentía por quererte cuando eso te haría mal. Tenía que repetirme que no debía arriesgarme, porque no podía hacerte daño a ti como lo hacía con mi madre. Pero mi corazón es estúpido —reconocí—, se le fue la lengua cuando estuviste frente a mí.

—¿Todo lo que dijiste esa noche fue verdad? —susurró desconcertada.

—Honestamente no recuerdo ni la mitad, pero si estaba borracho la respuesta es sí. Nunca le hablé de ti a Laura. Ni siquiera el día que enfermé. La única vez que te pronuncié fue cuando volvimos —mencioné. Pao parpadeó un sin fin de veces, meditándolo—. Le confesé que te quería, que pensaba decírtelo...

—Si tú no se lo dijiste cómo se enteró —me interrumpió.

Sí, esa era la respuesta que faltaba. No tenía idea de dónde pudo sacarlo. Las únicas personas con las que alguna vez hablé de Pao fueron Alba y Miriam, pero estaba seguro no tenían nada que ver. Necesitaba pensarlo con calma.

—No lo sé, quizás... —No se me ocurrió nada. Las ideas no eran mi fuerte—. Tienes que creerme, Pao —pedí, incluso cuando no hubiera pruebas a mi favor y un montón de hechos en mi contra.

El Emiliano del pasado me condenaba, pero necesitaba una oportunidad. Pao guardó silencio sin quitarme la mirada de encima, pensé que terminaría apostando por lo que antes escuchó, lo que podía probar, después de todo, lo que podía salvarme no estaba a los ojos de nadie, sino escondido dentro de mí. Sin embargo, ella dibujó una débil sonrisa.

—Te creo, Emiliano —respondió mirándome con ternura. Volví a respirar—. Cuando Laura me lo dijo me cegó el dolor, el coraje, pero cuando apareciste anoche para consolarme recordé quién eres. Has estado para mí siempre que lo necesité. Independientemente de lo que sientas, eres un chico muy bueno. No hay nada de malo en que no te gustara y siempre supe que tus palabras nunca buscaron lastimarme, tú te expresabas así de todo el mundo —añadió. Suspiró—. Es solo que la idea de que se lo contaras, que supieras lo que sentía sin que te importara, me nubló la cabeza —reveló su parte humana—. Ahora sé lo mal que estuvo, nunca debí dejarme llevar por el coraje. No tenía ningún derecho a tratarte con tanta frialdad cuando tú has sido tan bueno. Debí escucharte... Pero solo podía pensar que si ella lo sabía era porque tú se lo dijiste. No encontré otra razón... Fui injusta e irracional —admitió agobiada—. Ojalá puedas perdonarme —mencionó arrepentida—. En verdad, lo siento...

—Hey, no me pidas perdón —la frené con una sonrisa. Yo no buscaba repartir culpas, sino arreglar las cosas. Ambos nos equivocamos, pero había razones detrás. Acaricié con mis nudillos su mejilla—. Siento lo de antes...

—No quiero que te disculpes por lo que dijiste con honestidad —me interrumpió. Apreté los labios, admitiendo no podía cambiarlo. Pao apartó mi mano, pero sin enfado, cobijándola entre las suyas—. En serio, no lo hagas. Prefiero que seas sincero. Yo siempre fui consciente que no despertaba lo mismo en ti. Es solo que creer que sí sabías lo que sentía me hizo vulnerable. 

—Pao, sé que te costará creerme —admití acariciando mi cabello incómodo, me incliné un poco para dar con su mirada—, pero necesito que me veas a lo ojos y compruebes quien es la persona que se adueñó de ellos —le pedí sin rendirme. Pao dejó ir una discreta sonrisa—. Siento haber dicho cosas de las que ahora me arrepiento —repetí con una mueca.

En verdad me pesaba haberla herido. Supongo que ella lo sabía porque me dio una dulce sonrisa y apartó cuidadosa unos mechones de mi frente. Había extrañado sentirla cerca. 

—No, Emiliano —mencionó compasiva—. Perdóname a mí por no tener el valor de enfrentarme a la verdad.

—Nos conocimos en El club de los cobardes. Yo sabía que uno de los dos tendría que serlo —bromeé. Ella me dio un golpe en el hombro, atrapé su mano en el acto, la halé juguetón a mí. Aprecié el brillo de sus ojos en cercanía—. ¿Puedo pedirte algo a cambio? —pregunté de pronto con una media sonrisa que la tomó por sorpresa. Ella entrecerró su mirada ante mi estrategia—. ¿Esta vez sí me acompañarías al Santa Lucía? —propuse disfrutando de la confusión.

—¿Hay otro evento? —murmuró, a sabiendas podía oírla sin problemas.

—No, solo quiero estar contigo —revelé sin guardármelo. Pao apartó la mirada, tímida por mi abrupta sinceridad. No me rendí hasta que volví a encontrarme con ella. Fingió pensarlo—. ¿Eso es un sí?

—¿Debo vestirme para algo especial? —dudó siguiéndome el juego.

Mi corazón latió con fuerza al reconocernos. Nos sonreímos de modo peculiar. Ahí estaban de nuevo la dulce Pao que me hizo perder la cabeza y el Emiliano que enfrentaba los problemas, ese que quería llegar a ser.

—Definitivamente sí.

¿Les gustó el capítulo? ♥️ Me encantaría leerlos. Fue un capítulo largo que me costó, pero estoy feliz por lo que viene.

Gracias de corazón por sus comentarios o mensajes en el capítulo pasado. Todos fueron muy lindos conmigo ♥️. Gracias por tanto apoyo. También gracias porque superamos los 60k, todavía no me lo creo ♥️😭.

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