Capítulo 28

Volví a asomarme, pero no hallé ninguna diferencia. Lila me imitó impaciente, pegando sus patitas al cristal. Suspiré al entender que no vendría, Pao nunca llegaba tarde. Eso lo supe desde los primeros cinco minutos, sin embargo, me aferré a la esperanza porque si había algo más extraño que su retraso era su ausencia. En verdad debía odiarme para que prefiriera no verme.

¿Por qué? Bien, había muchas respuestas, pero necesitaba descartar opciones. El cambio era reciente. Intenté repasar mis acciones en los últimos días, quizás el punto de quiebre fue que malinterpretó alguno de mis chistes. Lo dudaba, Pao tenía una alta resistencia a mis bromas. Para ser exacto, ella gozaba de todo lo que a mí me faltaba y quizás por eso me pesaba tanto que no estuviera. Suspiré cuando en mis pensamientos se coló la posibilidad de que no volviera. No es que no pudiera vivir sin ella, lo hice por años y lo seguiría haciendo, pero todo parecía mejor cuando ella aparecía. Supongo que en el fondo me había hecho adicto a la felicidad que me regalaba su sonrisa.

Fue una suerte que en medio de mi caos su nombre iluminara la pantalla de mi celular. No escondí la sorpresa por la coincidencia, preguntándome si estaría leyéndome la mente, pero al ser consciente que de haber llamado hace quince minutos igual me hubiera atrapado pensando en ella dejé de perder el tiempo para contestar, intrigado por el por qué y deseoso de oír su voz.

—¿Bueno? ¿Pao? —pregunté conociendo perfectamente se trataba de ella. Agité mi cabeza. «No te hagas el tonto», me recordé llevando mis manos al puente de mi nariz aspirando hondo, intentando ser prudente—. Te estaba esperando, tenemos que hablar —le pedí. Aclarar esto de una buena vez o enloquecería.

—Hola... —comenzó despacio. Desde ahí noté algo andaba mal. Esperando una respuesta tosca de su parte, me sorprendió escuchar su murmullo. Por si las dudas revisé el contacto—. Emiliano, te llamé para disculparme, no creo poder ir hoy... Quería avisarte antes, pero mi celular no tenía batería, hace un rato la chica de la recepción me prestó su cargador —contó. Varios detalles robaron mi atención, en especial, el timbre apagado de su voz—. Quizás no me creas —consideró—, pero lo último que quería era dejarte el trabajo tirado, tú sabes que no es mi...

—¿Estás bien? —la interrumpí, centrándome en lo importante. Tenía la impresión, aunque deseaba estar equivocado, que había llorado—. Te escucho rara.

Bien, rara no era la palabra que escogería, más bien triste. Mucha peor opción. Hubo un corto silencio, que adelantó el caos, al que le siguió su arrolladora sinceridad que me golpeó directo a la razón.

—No.

—¿Sucedió algo...?

—Mazapán se murió, Emiliano —soltó de golpe, su voz de quebró en mi nombre.

«Vaya, eso sí que no lo esperaba», pensé entorpeciéndome un instante a causa de la sorpresa. Es decir, sabía que los animales, ni las personas eran eternos, pero uno suele olvidarlo la mayoría del tiempo.

—Pao...

—Se puso malito en la madrugada. Lo traje a la veterinaria... Yo... —Volvió a callar, la escuché respirar hondo, controlándose—. Te prometo que voy a reponerte las horas apenas salga de aquí —aseguró—. Tienes todo el derecho de rebajarme el día... Igual si no quieres que vuelva voy a entenderlo.

—Eso no me importa ahora —mencioné preocupado por ella, a mí el trabajo me importaba un bledo—. ¿Tú cómo estás?

El silencio invadió la línea, creo que ella no encontró la palabra perfecta.

—Impotente... —soltó al final, cansada. Quiso hablar, pero se rindió—. Estoy aún en la veterinaria, no sé cuanto tiempo me quedaré aquí —confesó. Me sentí terrible por no poder hacer nada para ayudarla—. Honestamente estoy un poco perdida, ni siquiera sé que hacer, lo único que se me ocurrió fue llamarte por que no quería dejar pasar más tiempo. Discúlpame con tu madre, por favor.

—Ella lo entenderá... —comenté—. Quizás es una tontería —mencioné cuidadoso, adentrándose a un terreno peligro—, pero ¿puedo hacer algo por ti?

Pao guardó silencio. No supe cómo interpretarlo, creo que en el fondo estaba preguntándoselo a ella misma.

—Ya haces bastante, Emiliano —respondió con dulzura. Esa era la Pao que conocía—. Sé que para otros es una bobería, aceptó que tal vez lo es... No lo sé, que me entiendas es importante para mí. Te lo agradezco mucho. No tienes una idea de como lo valoro. Bueno, ahora debo irme porque tengo que arreglar unas cosas —me avisó, escuché el arrastre de una silla del otro lado de la línea seguido de un corto silencio—. Solo... Quería darte las gracias. Sí, gracias es la palabra —balbuceó enredándose con su propia lengua—. Te veo mañana.

—Tómate el tiempo que necesites. Cuídate. Cualquier cosa, estoy aquí —remarqué para que no se sintiera sola, aunque no pudiera hacer mucho—. Debes saber que se me da bien hablar, pero si te contara que escuchar es mi especialidad... —aseguré deseando disipar un poco el dolor.

—Te creo —respondió, la risa tembló en sus labios como si dudara arrojarse al fondo—. Ahora sí debo irme, Emiliano —repitió deprisa—. Adiós.

El sonido de la línea dio por terminada la llamada. Respiré, procesando ese nuevo sentimiento. Nunca me gustó ver a la gente triste porque sentía que me contagiaban de cierta manera. Siempre intentaba encontrar la manera de hacerlos reír, de cambiarlo, pero esta vez iba más allá de mi necesidad de huir de la pena. En verdad me dolía imaginarla mal. Ya no se limitaba a lo que estaba dentro de mí, sino a recrear lo que ella estaría sintiendo. No quería que se solucionara por mí, sino verdaderamente por ella. Ni siquiera sabía cómo explicarlo. El dolor me volvía doblemente tonto.

Y no intentaba disimularlo, cualquiera podía notarlo. Lo confirmé porque fue la primera pregunta que hizo Laura al entrar al local esa tarde mientras yo seguía vacilando sobre qué hacer.

—¿Estás bien?

—Sí, sí, yo estoy bien —respondí sin pensarlo, en piloto automático. En mi mente estaba envuelto en escenarios que parecían más interesantes que la realidad, por lo que me resistía a volver al mundo.

—¿Seguro? —insistió sin dejarse engañar—. Te ves... —Buscó una palabra adecuada, quizás para no ser tan directa. El asunto estaba fuerte—. Raro —soltó al final.

—Yo estoy bien —repetí convencido—. En realidad, es sobre Pao —me corregí.

Y no podía está bien si ella estaba mal. Bien, sí podía, no era como si un cable conectará nuestras emociones o algo así, pero no quería sonreír como un lunático a sabiendas ella lloraba. Preocupado, sí, eso me describía mejor.

—¿Sucedió algo con ella? —preguntó cuidadosa.

—Su conejo murió.

—Okey... —murmuró extrañada, quizás pensó que se trataba de un chiste. No me reí, eso la confundió aún más—. ¿Su conejo murió?—repitió despacio, por si había oído más, intentando buscar un significado oculto.

—Sí, tenía un conejo desde hace unos años. Lo rescató cuando era más pequeño—le conté. Asintió, el panorama comenzó a aclararse—. Le quería mucho.

—Que mal —lamentó despacio, reflexionando—. Dile de mi parte que lo lamento.

—Yo igual —confesé honesto. Es decir, ni lo conocía, pero sabía lo importante que era para ella. Adoraba a sus tres chicos, todos el tiempo hablaba de ellos—. Se escuchaba mal —recordé con malestar.

—Supongo que no es fácil. Nunca he tenido una mascota, pero seguro duele su partida —comentó intentando ser empática. Sí, el adiós de cualquier ser que amas pesa—. Hey, Emiliano, no te pongas triste. Tal vez si... —Pensó un instante antes de chasquear los dedos a la par se dibujó una sonrisa victoriosa en sus labios—. Podrías comprarle otro, así no se sentirá tan sola —planteó optimista.

Sonreír por su buena intención, pero descarté la idea por completo.

—Yo creo que no —respondí. Laura frunció sus labios ante mi negativa—. Pao está en contra de la compra de animales. Además, se ofendería, pensaría que le busqué un remplazo —añadí. En lugar de animarla la enfadaría por mi falta de tacto—. Quizás si la visito para saber cómo está...—medité ese camino. En el fondo era lo que en verdad deseaba, comprobar con mis propios ojos que estaría bien—. Aunque me arriesgo a que termine echándome porque no soy su persona favorita en estos momento... —recordé con una mueca—. Pero qué importa, al menos podré verla.

Sus intensos ojos verdes me observaron confundida, estudiando los míos con un aire indescifrable, supuse que no había entendido mi murmullo, pero lo dudé cuando acabó dibujando una sonrisa débil.

—En verdad le quieres mucho, ¿no?—notó extrañada—. Es decir, te ves triste porque su conejo se murió. No hablamos de su madre, ni su padre...

—Estoy triste porque ella lo está. Porque quiero hacer algo para arreglarlo —cambié su concepto, siendo más exacto. Supongo que el arrebato de honestidad era por las emociones del momento—. Además, Pao, siempre está dispuesta a ayudar a quien le pida una mano, incluso a quien no. Creo que no merece los otros no le correspondan. Pero tampoco puedo hacer mucho, no podemos evitar que a la gente buena le sucedan cosas malas —empecé con mi mal debate filosófico. Agité mi cabeza, estaba perdiéndome entre las ramas—, eso es cosa de la vida, ¿no?

Laura bajó la mirada, pensándolo. Admití que esa reflexión no fue la más adecuada estando ella presente. Después de todo, ella era un buen ejemplo de gente buena que la pasa mal.

—Entonces seguro que le resultará bueno verte —admitió aunque tuve la impresión que hablaba para sí misma. Ella tomó uno de los dulces de la barra y dejó distraída el dinero sobre el mostrador—. Eres un buen amigo, Emiliano —comentó en despedida.

Pensé que se marcharía porque se encaminó a la puerta, pero se detuvo con los dedos sobre la manija girando hacia mí. Había algo escondido en su mirada, una batalla que aún no tenía ganador.

—Emiliano... Yo... —comenzó insegura. Arqué una ceja, sin comprender su cambio, ni el motivo para su titubeo. Laura me miró directo a los ojos, abrió la boca tras una bocanada de aire, pero la dejó escapar arrepintiéndose de último minuto. Negó, cerrando los ojos—. Nada, olvídalo —me pidió—. Solo dile a Pao que en verdad lo siento —concluyó.

Prometí hacerlo, por que aunque no entendía la razón, no logré traer a mi cabeza un recuerdo donde Laura sonara más honesta.

Ni siquiera mis mejores argumentos me arrancaron la idea. Era consciente que no resolvería nada y posiblemente la pondría en una situación muy incómoda, pero eso no impidió que al terminar el trabajo tomara un taxi que aparcó fuera de su casa. Me repetí la posibilidad de que me echara, quizás para aceptar la idea, también me convencí que no insistiría si me encontrara con su reacción.  Con todo eso claro en mi cabeza toqué un par de veces, aguardé un instante y antes de hacerlo por una segunda vez la puerta se abrió dejando a la vista a su madre, que no escondió la sorpresa al dar con mi rostro.

—¿Emiliano? —dudó. 

—Hola —saludé un poco avergonzado por la hora. Era tarde para las visitas, pero mañana lo sería aún más—. No quería molestar, solo pasaba para saber cómo estaba Pao —le pregunté intentando comportarme lo más decente posible.

Ella dibujó una sonrisa a la par de una mirada extraña.

—No muy bien —aceptó haciéndose a un lado para invitarme al interior. Una pequeña parte me recordó no me era una buena idea, pero la más grande no se hizo del rogar—, pero ya mejor. ¿Quieres pasar a verla?

—No, no, no —mentí deprisa, repitiendo mi guión—. No quiero molestarla.

—Acabamos de llegar, dudo mucho que esté dormida —me informó. Lo pensé poco, para qué mentir, era egoísta y si existía la posibilidad de verla no la rechazaría—. ¿Ves esa puerta? —Apuntó señalando la del fondo, a espaldas de la sala.

—Solo me fallan las piernas —respondí bromeando, hasta que me acordé con quién hablaba. Carraspeé incómodo—. Sí, sí, la veo perfectamente —corregí irguiéndome en señal de respeto. De todos modos, ella no pareció tener deseos de matarme—. ¿Cree que podría hablar con ella un momento?

—Pienso que le hará bien —respondió compasiva colocando su mano en mi hombro.

Yo no estaba seguro, pero siempre defendí que la gente que amas debe estar contigo en los problemas. Es en los momentos donde todo pinta en contra que se demuestra el cariño. Toqué la puerta una vez en la que no recibí respuesta. Conociendo el manual de comportamiento, el cual siempre ignoraba, sabía que debí marcharme, pero caí en el mismo error. Mi curiosidad me impulsó a empujar la puerta despacio, visualizando de a poco una habitación a oscuras. Por las cortinas delgadas al fondo se filtraba un poco de luz que dibujó un escritorio repleto de libretas y un cuerpo hecho un ovillo entre las sábanas. Algo se agitó en mi pecho.

La profunda paz que se rompió cuando la mirada cristalizada de Pao se encontró con la mía por culpa de las escandalosas bisagras que anunciaron mi llegada. Esto sí es una entrada épica.

—¿Emiliano? —preguntó incrédula, quiso saltar fuera de la cama, pero se lo impedí.

—No, no —la detuve, tranquilizándola—. En realidad, no quiero quitarte el sueño, solo pasaba para saber qué tal sigues —mencioné, acercándome despacio, rodeando el colchón para poder verla de frente—. Bueno, esa pregunta es una tontería, estoy seguro que mal —hablé en voz alta. Supongo que mi sinceridad le hizo gracia porque pintó una débil sonrisa—. Tu madre me dijo que acabas de llegar, tal vez sería mejor que descansaras un poco.

—En realidad, no podría dormir ni aunque quisiera —confesó limpiándose la cara. Suspiró antes de darme una pequeña sonrisa—. ¿Te cuento algo? —preguntó reacomodándose en el colchón. Asentí, para eso aguanté más de media hora de tráfico—. Hoy descubrí que soy una farsa —soltó a la par de una risa amarga—. He pasado los últimos años intentando reconfortar a personas que les pasa lo mismo, diciéndoles que es algo que no podemos evitar... Pero jamás pensé que me pasaría, aunque fuera evidente —me contó burlándose de su propio error—. Ahora no sé cómo aplicar ese discurso a mí. Se siente tan diferente vivirlo. Siempre cometo la misma falla, soy buena dando consejos, pero mala enfriándolos. 

Contemplé la confusión de su rostro. Me hubiera gustado no entender eso último.

—Creo que bloqueé la palabra muerte de mi cabeza —añadió agobiada—, junto a todas las que me producen malestar, y ahora que al fin me encontraron me golpearon de lleno. No me dieron tiempo de digerirlas. 

—Pao, nadie está preparado para la muerte —le hice ver. Ella estudió mi rostro antes de asentir.

—Tienes razón, estoy siendo muy irracional...

—No. Estás siendo humana —defendí buscando su mirada. No tenía que ser perfecta frente a mí—. Y los humanos debemos enfrentarnos a la vida y muerte, aunque no nos guste —concluí sin muchos ánimos.

—¿Por qué tienen que irse? —me preguntó con voz quebrada, como si confiara yo conociera el significado. Me hubiera gustado tener una respuesta que la hiciera sentir mejor, pero si existía, la desconocía.

—No podemos esperar que la fiesta dure para siempre, ¿no? —lancé. Pao intentó sonreír, pero falló en su intento. La mueca bailó en sus labios temblorosos hasta que un sollozo se le escapó.

—Quizás en el fondo sí lo esperé —se sinceró antes de que las lágrimas que había intentado mantener dentro se escaparan sin control.

Toda esa fortaleza que se esforzó por mantener se derrumbó, Pao volvió a enterrar la cabeza en la almohada impidiendo pudiera ser testigo de su quiebre. No recordaba haberla visto llorar de ese modo, una experiencia que removía un sentimiento intenso y desconocido en mí.  Recordé las palabras de mamá, días después del accidente: Emiliano, cuánto daríamos por evitar sufran las personas que amamos, como duele darte cuenta que está fuera de nuestras manos. Tardé años, pero por primera vez  comprendí el significado bebiéndome ese triste llanto. No sé cuánto tiempo pasó antes de que Pao volviera a mostrarme su rostro pintado por la pena. Le dolía, igual que a mí, no encontrar lo que necesitaba.

—Emiliano, no quiero ofenderte, ni que lo tomes personal —comenzó avergonzada, sin mirarme—, te agradezco mucho estés aquí, no tienes una idea de lo mucho que significa, pero preferiría estar sola —me pidió culpable. Le regalé una media sonrisa, tranquilizándola. Mensaje recibido.

Empujé mi silla, sentí su mirada seguirme, quizás sorprendida por mi sencilla respuesta, antes de que me diera la espalda luchando por no llorar como deseaba hasta que me marchara. Pegó un salto cuando al llegar al lado opuesto hice algo que no estaba dentro de los planes, pero creí funcionaría. La confusión pintó su rostro al contemplar como dejé la silla para subir al colchón. No fue fácil, pero eché las almohadas al lado, recargándome en la cabecera. Sus ojos claros gritaron estaba loco. Tenía razón, había perdido mi cordura.

—Sé que no te apetece hablar, pero pienso que tal vez en un rato necesites un abrazo —resolví. Ella fue transformando poco a poco su rostro—. Me ofrezco como voluntario. No hay prisas, no molestaré hasta que tú estés lista —prometí quedarme callado. Todo un reto para mí—. Si es que lo estás, si nunca llega no te preocupes, estaré aquí solo un momento.

—¿Incluso cuando me esté comportando como tonta? —lanzó, sorprendiéndome. Percibí el dolor en su voz.

—Sobre todo cuando te sientas así —aseguré con una sonrisa—. Y no es fácil teniendo a este pequeño acosándome —añadí tomando un oso de puerco espín que estaba en su cabecera, quise agitarlo, pero lo dejé caer del asombro cuando Pao borró la distancia entre los dos para estrecharme en sus brazos.

—Emiliano... —lloró abrazándome con fuerza.

No necesitábamos más palabras. Pao supo que las cosas podrían fluir sin muchos protocolos, como sucedieron desde que nos conocíamos. Me invadió una emoción extraña, por una parte tuve que aceptar el sufrimiento, pero con culpa acepté que había echado de menos confiara en mí para liberarse. Guardé cualquier comentario, cerrando los ojos grabándome el cosquilleo que despertaba el roce de su cabello. En aquellas paredes solo resonó el eco de mi lenta respiración y su llanto suave que se perdía en mi pecho.

—Llorar es bueno, verás que después te sentirás mucho mejor —la animé.

—No creo que pueda sentirme mejor —mencionó apartándose un poco para mirarme. Sus ojos claros llenos de luz estaban opacos por el llanto. Resistí las ganas de acariciar su mejillas con mi pulgar—. No sé cómo arrancarme esa impotencia, Emiliano. Parece una cruel ironía que estudié esta carrera para ayudarlo y cuando más me necesitaba resulté una completa inútil —se reclamó molesta consigo misma. Sonreí por su dilema.

—Pao, tú ya lo habías salvado, hace mucho tiempo —aseguré. Ella no me creyó. Tomé su mentón para que no huyera. Ella dejó de respirar cuando mis ojos se clavaron en los suyos—. El día que lo rescataste y le diste una segunda oportunidad le cambiaste la vida.

—Sabes a lo que me refiero —protestó provocándome ternura. 

—Lo sé —dije con una sonrisa—, pero Pao, ambos sabemos que nadie es eterno aquí en el mundo —repetí. Ella suspiró aceptando tenía razón. Era ley de la vida, y ni el mejor abogado podía ir contra esa verdad universal.

—Tienes razón, Emiliano —suspiró agobiada, luchando entre su razonamiento—. Es solo que deseo tanto vuelva. Voy a echarlo tanto de menos.

—Estoy seguro que de ser posible él también desearía regresar a tu lado, pero eso no está en nuestras manos. Piensa en todos los buenos recuerdos que te dejó.

—Es que cada que intento recordar algo, aparece en mi mente que pude hacer más...

—Tú hiciste por él más de lo que cualquiera —sostuve para que no se culpara, entendiendo mejor que nadie lo que cuesta soltar los hubiera—, por eso te duele verlo marchar, pero Pao, tú no debes nada. Lo dijiste hace unos días, se ama con todo el corazón para cuando no estén sientas no pudiste hacer más —repetí sus propias palabras.

Ella estudió la frase en silencio, hasta que un intento de sonrisa se mostró. Quise hablar, pero preferí callar cuando Pao volvió a buscar refugio en mis brazos. Esta vez sin el dolor palpitante, en realidad, se sintió más como si ambos buscáramos la paz que nos daba el otro. Dibujó una débil sonrisa cerrando sus ojos mientras mis manos garabateaban su espalda, disfrutando de la calidez de su cuerpo. Deseé que durara para siempre.

—Estaba pensando en enterrar en una maceta las cenizas que me entregaron en la veterinaria —me contó rompiendo el silencio—, así puede nacer flores... Aunque no sé, soy un desastre con las plantas —se sinceró sin orgullo, arrugando la nariz. Sonreí, me gustaba cuando hacía eso sin darse cuenta. No me refería solamente a su gesto.

—Si son de esas que mueren porque las cambias de lugar estará muy difícil —comenté. Pao soltó una tierna risa—. Prueba con un cactus, quizás tienes buena mano para ellos... —consideré. Ella me calló con un golpe en el hombro. De todos modos, disfruté reconocernos en aquel jugueteo.

Supongo que no fui el único que lo pensó porque en aquel momento Pao se apartó despacio, dejando su espacio vacío, para mirarme directo a los ojos. Esperé que no se arruinara porque no quería renunciar a tenerla cerca.

—Muchas gracias, Emiliano... Que estés aquí me ayudó mucho. Sé que no va a cambiar lo que pasó, pero...

—Lo haría si pudiera —la interrumpí con honestidad. Si existiera la opción de arrancarle el dolor no dudaría en tomarla. Supongo que percibió hablaba de corazón porque me regaló una dulce sonrisa.

—Lo sé —aceptó ladeando su rostro, mirándome con ternura—, por eso es tan significativo.

No sé cuánto tiempo nos quedamos en silencio, solo mirándonos, pero sí que podría haberlo hecho eternamente de no ser porque la puerta se abrió sin aviso sobresaltándonos. Tuve la impresión que una asustada Pao casi quiso arrojarme fuera cuando alguien se asomó por una rendija.

—Lo siento, me equivoqué de habitación —se disculpó en voz baja el chico antes de volver a cerrarla. Un instante de silencio—. Espera... NOOOOO —regresó, sorprendido con los ojos bien abiertos y una sonrisa enorme—. Sí, eres Pao —añadió divertido tras la conmoción.

Lo estudié sin saber de quién podría tratarse. No se parecían mucho a primer vistazo, pero quitándole la altura y la expresión descarada acepté que sí compartían algunos rasgos. Di por hecho de quien se trataba, lo confirmé por su respuesta.

—¿Quién te dio permiso de pasar? —protestó Pao molesta lanzándole una almohada que el grandullón atrapó sin líos. Ella dejó la cama hecha un torbellino.

—Tranquila, no te enfades —le pidió luchando con una risa cuando ella deseosa de echarlo afuera le di un empujón en el pecho, encaminándolo a la salida.

—Vete, vete, vete de aquí —repitió, pero pese a sus esfuerzos no le hizo ni cosquillas.

—¿Tú eres el novio de Pao? —la ignoró fijándose su atención en mí. No parecía amenazante, ni celoso, más bien encontraba el hecho de lo más gracioso. Ignoré las señas de Pao a su costado.

—Estoy reuniendo puntos, échame porras para ver si lo logro —respondí de buen humor, siguiéndole el juego. Pao se cubrió el rostro avergonzada, soltó un lamento.

—¿Es el chico con el que te fuiste de viaje? —dudó, recordándolo. La respuesta sobró—. ¿Allá también durmieron abrazados? —curioseó a la par de una carcajada—. Quien te viera, Pao. Con razón no quisiste contarle los detalle a papá —la acusó travieso guiñándole el ojo.

—Tonto —escupió nerviosa—. Largo de aquí —le ordenó señalando la puerta—. Yo jamás entro a tu cuarto sin permiso —remarcó. Él alzó las manos, retrocediendo, fingiendo rendirse. 

—Tranquila, solo quería saber cómo estabas, pero ya me di cuenta que bien —comentó. Ella suspiró pidiendo paciencia al cielo—. Ustedes sigan en lo suyo, yo te cubro con papá cuando llegue —mencionó alzando los pulgares—. Y si necesitan otro tipo de ayuda...

—Fuera de aquí —acabó por cerrarle la puerta en la cara.

Dejó escapar un suspiro pesado, recargándose en la puerta. Cerró los ojos antes de estrujaron su rostro sonrojado entre sus manos. No quise admitirlo en voz alta para no hacerla enfadar más, pero me pareció adorable su infantil enfado.

—¿Crees que podrías olvidar él existe? —dudó regresando la vista a mí que escondí la sonrisa.

—¿Y perderme tu expresión en este momento? Lo siento, Pao, pero creo que no —respondí disfrutando de su bochorno. Ella afiló su mirada al acercarse—. Supongo que cuando tienes hermanos no hay tiempo para aburrirse —comenté, como hijo único jamás comprendería esas riñas, ni bromas.

—Ni para respirar tranquila —añadió cansada. Reí, aceptando que por todo hay que pagar el precio. Ella también sonrió, y cuando creí que volvería a recostarse a mi lado prefirió quedarse al borde del colchón, rompiendo la magia con una oración—: Emiliano, creo que sería mejor que te marcharas a casa —recomendó de pronto.

—Vaya, que directa —murmuré.

—No, no, no —aclaró deprisa, enredándose con su lengua. Buscó mi mirada—. No creas que no quiera que estés aquí, todo lo contrario, tu compañía me hace mucho bien, pero ya es tarde. Es peligroso andes solo a esta hora —explicó con tanta ternura que me fue imposible ofenderme.

—¿Te preocupas por mí?

—¿Alguna vez no lo he hecho? —contratacó.

—Bueno, ayer precisamente no parecías quererme mucho —comenté, sin guardármelo. Ella hizo una mueca incómoda, antes de evadir mi mirada. No se trataba de un buen recuerdo. Lamenté abrir mi bocota—. No fue un reclamo, lo usé de ejemplo... —aclaré deprisa.

—Emiliano, sé que me he portado muy mal contigo —me interrumpió. Pao respiró hondo—, y tienes todo el derecho de pedirme una explicación —continuó—. Te prometo que la tendrás, que no ocultaré nada, aunque duela, pero ¿crees que podría ser mañana? —me pidió mordiendo su labio—. Es que... Es un tema largo —admitió—, y papá no tarda en llegar, si te encuentra aquí va a pegar el grito en el cielo.

—Cuando estés lista —repetí porque aunque moría de ansías por dar con la razón no quería presionarla más esa noche. Ya tenía suficientes líos. Ella me agradeció con una cálida sonrisa—. Además, no quiero que tu padre me odie más porque crea que me colé en tu cuarto para jugar —hablé en voz alta—. Aunque no es el momento, claro —acepté al recordarlo—. Bueno, siempre es un buen momento para...

—Emiliano —cortó mi balbuceo, fingiendo reprenderme—. ¿Quieres que te ayude? —preguntó deprisa al verme bajar de la cama. Negué, prefería hacerlo por mi cuenta aunque demorara un poco más. Lo entendió, permaneció paciente de pie hasta que logré posicionarme en la silla. Sonreímos. Me gustaba eso de Pao, entendía mis tiempos.

—No te preocupes, puedo llegar solo a la puerta —comenté—. En todo caso, me pierdo y termino de vuelta aquí, no se te antoja dormir sola y aunque la cama es pequeña nos acomodamos...

—Mejor te acompaño y evitamos una tragedia —contestó robándome una media sonrisa, siempre sabía callarme.

Aunque no con la misma maestría del hombre que abrió la puerta a medio pasillo. Me rindo, grité a mis adentros cuando el padre de Pao llegó a casa justo cuando estaba por marcharme. Esto sí era mala suerte, me dije, pero pensándolo mejor fue un acierto que nos encontrara en la sala porque si estando a un metro de distancia pensé le explotarían los ojos, imaginé moriría de un infarto si nos hubiera hallado en su cama.

—No sabía que tenías visitas, Pao —nos saludó, o algo así. 

—Yo tampoco lo sabía hasta hace diez minutos —improvisó—. En realidad, solo vino de pasada. Lo acompañaba a la salida —le explicó sin perder los nervios. Yo asentí con un movimiento tan mecánico que comencé a pensar podía audicionar para ser un robot. Su padre asintió, fingiendo diplomacia saludándome con una mirada por mera educación.

—Bien —soltó sin saber qué más decir. Dejó las llaves en la mesita de la entrada, incómodo. El silencio empeoró el asunto. Creo que en el fondo esperó su hija me dejara marchar solo, pero como no sucedió, no le quedó de otra—: Voy a ver a tu madre y hermanos. No te quedes mucho afuera, hace frío —comentó tenso antes de acercarse para darle un beso protector en la frente. Pao le dio una cariñosa sonrisa que se convirtió en una risita al toparse con mi rostro pálido.

Necesitaba salir de ahí.

—Tu padre te adora —mencioné nervioso agradeciendo la brisa que nos golpeó al salir—. Siempre que lo tengo frente a mí temo por mi vida. Está claro que me odia —dije. Pao dudó, no encontró argumentos para contradecirlo. El viento agitó su cabello corto—. Será mejor que entres, sí hace frío —admití porque a mi pesar no se trataba solo de una excusa para tenerla lejos de mí—. No vayas a resfriarte...

Pero dejé mi pronóstico del clima a medias cuando Pao se impulsó para abrazarme. Olvidé de qué hablaba al sentir sus brazos rodearme, su mentón apoyado en mi hombro y su respiración rozándome el rostro. Me importó poco su padre nos viera, correspondí con la misma intensidad sin acallar mi necesidad de sentirla. Cada día que pasaba me estaba costando más mantenerla lejos.

—Muchísimas gracias por todo, Emiliano —repitió con dulzura—. Sé que quizás no merezco nada de esto, pero que estuvieras aquí me ayudó mucho. Nunca me cansaré de agradecértelo. Desde el fondo de mi corazón, muchas gracias —insistió al apartarse. También me sentí mejor al oírla. Definitivamente fue un acierto seguir mi corazonada.

—No me agradezcas, Pao. Al final valió la pena —confesé para mí. En su rostro leí la pregunta—. Creo que podré dormir más tranquilo después de verte sonreír.

Hola ♥️

¿Les gustó el capítulo de Pao?

¿Les gustó este último? ¿Por qué?

Se vienen capítulos que me gustan mucho ♥️😍.

Quería pedirles un pequeño favor. Nunca he hecho esto, y me da un poco de pena, pero les confieso que estoy teniendo un bloqueo con la novela. No la cancelaré, pero me emocioné publicando muchos capítulos en el último mes y se acabaron los de reserva 💔. Así que quería pedirles un pequeño favor, si es que tienen tiempo... Si tienen algún comentario de por qué les gusta la novela o que personaje les gusta, esas palabras me ayudarían mucho ♥️. No es ninguna obligación, ni estoy condicionando los próximos capítulos, pero cuando leo comentarios de apoyo o de qué piensan de la novela me ayuda mucho ♥️. De corazón gracias por sus palabras♥️♥️♥️. 

P.D. No lo planeé, pero justo hoy mi conejito cumpliría años. Lamentablemente murió hace poco, por lo que le dedico el capítulo con todo mi corazón♥️.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top