Capítulo 27 (Parte 1)
Como mi madre suele decir: uno se acostumbra rápido a lo bueno.
Aunque llevábamos apenas unos meses viéndonos a diario se había hecho costumbre salir junto a Pao a las celebraciones del club, así que cuando esa noche quedamos de encontrarnos allá me sentí extraño. No en un buen sentido. Fue como si todo lo que habíamos construido en las últimas semanas desapareciera. Tal vez su padre tenía razón, era un mago. Uno que no entendía ni sus propios trucos. A eso le llamo talento natural.
Además, tenía la seguridad, por algunos mensajes, de que no iría sola. Yo sé que siempre decía que Pao merecía estar con alguien más antes de darme cuenta que la quería, pero no hablaba en serio. Ahora la solo idea de que se enamorara de él me revolvía el estómago. El pensamiento se cruzó a la par tecleé con fuerza la respuesta a Tía Rosy que envió la ubicación de la fonda donde celebraría. Era suya, o más o menos. Había una larga historia detrás.
—Tienes que pensar con la cabeza, hombre —me propuse para no dejarme dominar por las emociones. Llevé mis manos a la cabeza, cerrando los ojos. Por desgracia cada que mi mente tomaba el control su sonrisa aparecía. No sabía qué demonios me había hecho esa chica.
Agité mi cabeza, alejando mi dilema cuando escuché el sonido de la puerta. Volví la vista al frente, topándome con la entrada discreta de Laura. Definitivamente se había esmerado para esa noche. Cualquiera que nos viera pensaría que íbamos a lugares distintos. Yo al zoológico, ella a una boda. Quizás debí explicarle que sería una celebración sencilla, pero era tarde.
—Hola, Emiliano —me saludó con una sonrisa. Lucía feliz—. Espero no haber llegado tarde.
—No, vamos a tiempo —le tranquilicé. Asintió—. Pao no viene con nosotros —expliqué por si tenía dudas—, dijo que nos encontraríamos allá. Aunque no me aclaró si adentro o fuera... —me perdí en una tontería. Laura rio por mi absurdo enredo.
—Te ves muy bien hoy —me interrumpió contenta. El halago me tomó por sorpresa. No había ningún cambio, la única diferencia es que usé una camisa de botones—. ¿Qué dices de mí? — pidió alegre una opinión. En verdad parecía emocionada por esa noche.
Comencé a preguntarme si debí explicarle qué significaba el club.
—No te preocupes, mis amigos no suelen criticar el atuendo de nadie. Te lo digo yo que siempre ando como vagabundo y nunca me han ofrecido una sola moneda —comenté en un mal intento de hacerla reír, pero no funcionó. Creo que no entendió mi respuesta—. Además, te ves guapa, Laura—acepté con honestidad porque hay una diferencia enorme entre querer a una mujer y reconocer que es hermosa. Y Laura lo era, ¿para qué negarlo?—. Bueno, yo no sé mucho del tema, pero dudo que alguien pueda alegar lo contrario.
—¿En verdad? —preguntó con un deje de ilusión que me hizo sentir culpable—. Te lo agradezco. Esto es muy importante para mí. Has hecho tanto en poco tiempo, Emiliano —comentó con una enorme sonrisa. Parecía honesta—. Llevo tanto tiempo sin vivir nada parecido, creo que casi lo olvidé. Estoy nerviosa, pero cuando recuerdo estás contigo todo mejora.
Sonreí agradeciéndole, pero un poco incómodo porque pusiera tanta fe en mí. Quizás era mi falta de experiencia o mi torpeza natural, pero cuidaba cada palabra por miedo a enviarle un mensaje incorrecto. Y quizás fue ese recelo lo que me empujó a, en un intento de arreglarlo, meter la pata.
—Laura, sé que lo que voy a decir suena mal y puede arruinar esta noche, pero no quiero herirte después —comencé despacio, cuidadoso. Ella alzó un ceja, sin comprender a dónde me dirigía—. Esto es una salida como amigos —especifiqué para no caer en mal entendidos.
Su rostro se descompuso ante la aclaración. Eso, Emiliano, empieza la fiesta temprano.
—¿Crees que este es un buen momento para decirlo? —lanzó dolida—. Solo estaba confesándote que es importante para mí, agradeciéndote por ayudarme a formar parte. Quería que supieras que esta salida me hace mucha ilusión —remarcó—. No sabes cuánto tiempo he pasado sin reunirme con amigos... Y tú solo me respondes que no vaya a malinterpretarte.
—Tienes razón, no debí...
—Dejaste bien claro que no te intereso, Emiliano. Me arreglé porque me emociona ir a otro sitio, conocer a nuevas personas. Despreocúpate, no lo hice para intentar enamorarte. Esto va más allá —añadió reprochándome mis tonterías—. Pero ahora veo que la idea de que piensen sales conmigo te horroriza.
—No. No. Discúlpame —reconocí mi error, aceptando que no escogí las mejores palabras. Para ser honesto ya ni me acordaba qué había dicho—. Estaba de más el comentario. Perdón si te hice sentir mal —repetí. Supongo que percibió mi arrepentimiento era sincero porque Laura soltó un suspiro, cubriéndose el rostro.
—No, perdóname a mí —comentó con pesar—. Estoy un poco alterada. No debí gritar. Eres tan lindo conmigo y yo pierdo el control tan rápido. No es tu culpa, estoy acostumbrada a estar a la defensiva. Entiendo porque lo dices —murmuró—, he insistido mucho. Yo sé, mejor que nadie, que no me quieres.
—No. Yo sí que te quiero —aseguré—, pero... No de ese modo —añadí—. Podemos ser amigos, Laura. Buenos amigos si tú quieres —mencioné. Evadió un segundo mi mirada, pensándolo, antes de regalarme una débil sonrisa. Tomé eso como un sí.
Sonrisa que mantuvo durante todo el camino, sin líos soportó el tráfico con una conversación amable, y pronto recuperó su emoción, hasta que al entrar al negocio una ráfaga casi nos llevó de encuentro. Solté una risa al percibir a la pareja que en su eufórico baile atravesó la pista de punta a punta sin dar aviso. Alguien terminaría en el hospital.
—¿Qué fue eso? —se alarmó, llevándose las manos al pecho por el susto.
—La cumpleañera —respondí contento al percibir cómo mecía a Arturo, ante la mirada de su esposa, como trapo de cocina. Le rompería la espalda y posiblemente también las piernas.
—¿Está bien? —dudó horrorizada, preguntándose lo que todos hacían al conocerla.
—Mejor que nunca —reconocí antes de chiflarle para felicitar su excelente desempeño. Ella que estaba en su mejor momento no dejó de moverse, pero sí me dedicó una de sus carcajadas que resonaron en todo el local.
—¡Ya llegó mi morenazo de fuego! —celebró alzando su mano para darme un saludo antes de halar a su víctima que estaba a punto de escapar.
—Ese soy yo —le aclaré a Laura con una sonrisa que a ella le costó replicar. Sí, definitivamente debí explicarle que el club era peculiar.
La bienvenida llamó la atención de Miriam que dejó que la mujer hiciera trizas a su marido para acercarse a nosotros. Ella ya gritaba mamá por todos lados, sino era el vestido que disimulaba su notable embarazo, lo hacía su sonrisa que había adquirido un toque peculiar.
—Emiliano, llegaste —dijo amable para mí hasta que percibió a mi acompañante. Pasó la mirada confundida de ella a a mí antes de recomponerse enseguida, volviendo a su correcta actitud—. Que tonta, no sabía que vendrías acompañado. Un gusto. Miriam Núñez. Tú debes ser Laura —añadió amigable al ofrecerle su mano—. Encantada de conocerte.
—El gusto es mío —respondió dándome una sonrisa nerviosa—. Espero no causar molestias.
—No, claro que no —aseguró, restándole importancia—. La fiesta no es mía, pero conozco a la anfitriona y estoy segura que no habrá ningún problema. Tú diviértete y pásala bien —le animó, haciendo gala de su amabilidad.
Laura asintió más tranquila hasta que el arribo inesperado de Arturo, que había logrado huir con vida, la hizo dar un paso atrás. Debió creer que todos estábamos locos. Cierto.
—Por poco y no la libro —le contó a su esposa que escondió una risa antes de concentrarse en nosotros—. Emiliano, no sabía que vendrías con tu novia. Para empezar, ni siquiera sabía que tenías una —bromeó.
—No es mi novia. Es Laura —aclaré, en una torpe presentación. Laura le ofreció tímida su mano.
—¿Laura? Todos teníamos muchas ganas de conocerte. Emiliano habla de ti con frecuencia —la puso al tanto, intentando echarme una mano, pero provocando el efecto contrario. Me arrepentí por ser tan intenso por años, estaba cobrándome la factura. Miriam le apoyó discretamente, a diferencia de su marido que me sonrió en complicidad antes de levantar su pulgar.
—¿Saben si ya llegó Pao? —pregunté sin contener los deseos de verla. Arturo sí que se asombró por el cambio de tema, pero Miriam no mostró ni pizca de sorpresa. Al final ella siempre tuvo razón.
—Sí, hace un momento —me avisó mirando a ambos lados intentando hallarla—. Debe estar por la barra. Tía Rosy los manda a todos para allá.
—Seguro quiere emborracharnos para no darnos de comer —señaló divertido Arturo ganándose un sutil codazo de Miriam que no borró su sonrisa—. ¿Les doy una mano para encontrarla?
—No. Yo la busco... La buscamos —me corregí al percibir que Laura debía sentirse extraña entre los desconocidos, las únicas caras familiares éramos Pao y yo.
Le entregué una sonrisa, preguntándole si deseaba acompañarme. La respuesta sobró cuando me siguió al empujar la silla entre los amigos de Tía Rosy que parecían compartir su energética personalidad y nulo miedo al peligro. Solté una risa esquivándolos, ellos ponían a prueba mis habilidades de supervivencia.
Para mi mala suerte la alegría murió a la par que encontré lo que fui a buscar. Una amarga sensación me llenó al ser testigo de una animada Pao que lucía atenta en la conversación con su amigo. A esto le llama un buen inicio. Emoción que se esfumó cuando sus ojos chocaron con los míos. Prefirió darle un trago a lo que estaba en su vaso.
—Hola, sí vinieron —nos saludó. Titubeó antes de alzar su mirada. Me dio una débil sonrisa, para luego centrarse en mi compañera—. Laura, tu vestido es muy bonito.
—Tú también estás linda —añadió. Asentí aunque no me estuvieran preguntando a mí. Sencilla, con su cabello suelto en ondas, sus labios rosa que hacían contraste con los botines y el vestido negro que le llegaba hasta la rodilla—. Aunque supongo que tu amigo ya te lo debió haber dicho —mencionó dándole un vistazo.
A quién le importa lo que él opine, pensé a mis adentros. Pao miró hacia otro lado, más ocupada en sus zapatos, ante la mirada del chico que le sonrió sin pena.
—En realidad estábamos hablando de cosas más interesantes —admitió incómoda—. Por cierto, no los he presentado —lanzó recuperando el buen humor—. Alan, ellos son Laura y Emiliano —mencionó señalándonos. Alcé la mano. Yo sí lo conocía, aún recordaba la visita al refugio.
—Yo soy Emiliano —aclaré para romper la tensión, aceptando que el tipo no tenía la culpa.
—Pao ya me había comentado que las bromas se te dan bastante bien —mencionó contento.
—¿En serio? —dudé. No disimulé el interés ante su comentario. Busqué respuesta en Pao, pero volvió a beber como excusa. Eso no decía mucho—. ¿Y qué otras cosas te ha dicho?
—No mucho. Pao es muy discreta con lo que cuenta de otras personas —me informó, mirándola con una sonrisa que ella correspondió cohibida—. Siempre dice que...
—Las palabras pueden lastimar —terminó para sí misma.
Literalmente no sabía por qué esa frase me sonó a indirecta, pero como si faltaran razones para sospechas sus ojos claros se hallaron un instante con los míos. Quise leer lo que había en ellos, pero un estruendo nos hizo pegar un salto a todos. Abrí los ojos asustado cuando al girar la cabeza encontré una mesa partida en dos y a Tía Rosy tirada en el suelo.
—Se murió...
Pao frunció las cejas ante mi comentario antes de correr hacia ella, yo también me apunté al borlote pese a cuando llegué ya estaba acompañada de Álvaro y Arturo que la ayudaron a levantarse del suelo. Ella colgó sus brazos alrededor de su cuello, aunque por la expresión del segundo me di cuenta que lo estaba ahorcando.
—¿Está bien, señora? —preguntó Álvaro cuando Nico arrimó una silla para poder sentarla. Hice un esfuerzo por no reírme cuando el hijo de Alba se ocupó de echarle aire con un menú, deseoso de ayudar.
—Me duele —dijo en voz baja, como si estuviera a punto de ir a la luz—. Me dueleeeeee —se lamentó asustando al pobre niño. Saqué la lengua, asegurándole no debía preocuparse. Siempre exagerando.
—¿Qué le duele? —le preguntó preocupada Pao poniéndose de cuclillas mientras la tomaba de la mano.
—Todo mi cuerpo.
—La cosa está grave —murmuró Arturo en una brillante conclusión.
—Con semejante madrazo fue un milagro que solo se quebrara la mesa —deduje al ver como echaba la cabeza atrás y cerraba los ojos.
—¿Quieres que la llevemos al hospital? —propuso Álvaro, más cuerdo—. Tengo mi automóvil afuera, o tal vez sería mejor llamar una ambulancia, en caso de alguna lesión...
—En ese carrazo mejor me das una vuelta por San Pedro. A ver si me encuentro a un ricachón que no sepa a quién dejarle su herencia —lanzó sin perder su buen humor. Al menos su personalidad seguía intacta.
—Señora, ¿se siente mal o no? —insistió al verla bromear como de costumbre.
—Pues claro que me siento mal —aseguró, aunque tomando una mejor postura—. ¿No viste que me di un buen golpazo, mijo? ¿Qué crees que me ando arrojando de las mesas así como así? Ni que fuera Martha Villalobo —protestó, sobándose la rodilla—. Pero sobre todo la rodilla, ahí cayó todo mi peso.
—Debe estar destrozada —susurró alarmado Arturo.
Pao sin aviso le dobló el pantalón para poder revisar si había sangre o inflamación, pero ella la escondió en un reflejo.
—Tranquila, niña. No ves que hay puro caballero, ¿dónde está la decencia? —la regañó ante una sonrojada Pao que le susurró un lo siento que ignoró—. Mínimo pónganme música —tarareó una famosa canción.
Arturo sin pensarlo se dio la vuelta y yo cerré los ojos con fuerza.
—Por Dios, señora. Esto es en serio —cortó Álvaro el espectáculo. Suspiré aliviado—. Parece que no es nada más que el dolor —dedujo sin dictamen médico—. Intente ser más cuidadosa a la próxima —le pidió.
—Yo iré a la cocina por un poco de hielo —propuso Pao en sus deseos de ayudar, levantándose. Ofreció su mano a Nico—. Vamos, acompáñame. No te angusties, con eso quedará como nueva —le explicó cariñosa cuando pasó a mi lado.
—Ella sí hace algo por mí —escupió resentida con los tres. Alcé mis manos—. No como ustedes. Buenos para dar consejos, pero a la hora del catorrazo nadie intentó atraparme.
—Eso es literalmente imposible —argumentó Álvaro—. Y con todo respeto, ¿quién en su sano juicio se sube a una mesa en estas condiciones? —alegó. Él no se dejaba tan fácil.
—Era mesa, mesa, mesa que más aplaudo —argumentó ofendida.
—Admitamos que tiene un punto —la apoyé.
—Y mañana serán las golondrinas —le echó más leña al fuego Arturo con una sonrisa que borró cuando alguien le empujó. Era el pequeño Nico que venía haciendo ruido de patrulla alarmando a todo mundo.
—La ayuda llegó —rio Pao trayendo en sus manos una tela con algo en el interior, se hincó antes de colocarlo cuidadosa sobre su rodilla. Tía Rosy se mordió la lengua para no maldecir frente a Nico que parecía su ayudante—. Con esto se sentirá mejor —aseguró dulce—. Lamento haber tomado sus cosas del refrigerador —sacó otra conversación para despejar su mente.
—Estarían mejor en un refresco, pero ya qué, mija.
—Es una verdadera suerte que Pao sea veterinaria, ¿no? —lancé robándole una sonrisa que intentó esconder.
—También que mi mujer estuviera lejos de aquí porque a este ritmo mis nenas no la libran —pensó en voz alta Arturo, robándonos la atención.
—¿Qué?
No sé quién de todos habló, pero sí que al sentir tantos ojos sobre él supo perfectamente que la había regado.
—Ay, no...
—¿Dijiste nena? —preguntó Tía Rosy tomándolo del cuello de la camisa para mirarlo directo a los ojos. Arturo dudó, pero terminó asistiendo, luchando por sobrevivir—. ¡Les dije que sería niña! Me deben una cena —nos exigió contenta soltándolo para celebrar aplaudiendo.
—Pues, lamento decirle que no se va a poder. Primero, porque tengo que ahorrar —murmuró acomodándose el cuello. Una buena razón—. Además, no sería justo. No acertó, usted apostó que sería una niña.
—Tú acabas de decir que...
—Y serán dos —lanzó con una sonrisa orgulloso. Tía Rosy hasta se olvidó del dolor, se puso de pie para sacudirlo por los hombros sin creerlo.
—Quién te viera, Bambi —le felicitó dándole un empujón que casi rompe otra mesa. A ese paso se quedaría sin negocio.
—Muchas felicidades, Arturo —mencioné honesto—. Si yo me casara me gustaría también tener una. Y tú tendrás dos, que suerte. Mala, pero suerte al final —bromeé. Él negó con una sonrisa dándome una palmada en el hombro. Su expresión gritaba que estaba loco de felicidad. En verdad lo envidiaba.
—Apoyo a Emiliano —mencionó Álvaro ofreciéndole su mano antes de abrazarlo—. En lo de los hijos —aclaró—. Eres un hombre afortunado con ese regalo que te dio la vida. Cuídalas mucho.
—Que emoción. Muchísimas felicidades, Arturo —festejó Pao dando un saltito, con toda esa ilusión e inocencia que cargaba, dándole un abrazo fugaz—. Miriam y tú serán los padres más tiernos del mundo —pronosticó con una enorme sonrisa.
—Y no se diga que no tendrán los tíos más guapos, originales, divertidos y geniales del mundo —comentó Tía Rosy señalándonos orgulloso. Arturo pintó una mueca de confusión.
—¿Es sarcasmo? —dudé ganándome un golpe discreto de Pao para que me callara.
—Por cierto, se supone que es un secreto —recordó tarde. Muy tarde—. Miriam está preparando una sorpresa para contárselos, va a matarme si se entera se me escapó —confesó preocupado, mirando a ambos lados para asegurarse no había testigo. La gente dejó de prestarnos atención desde que comprobaron Tía Rosy respiraba—. ¿Puedo confiar en que me lo guardarán hasta que mi vida no corra peligro?
Era un poco drástico, de todos modos alzamos nuestra mano en señal de promesa, incluso Nico que no entendía nada. Este es de los míos. Se hizo un silencio incómodo mientras cada uno analizaba la verdad en su mente.
—Estamos todos de acuerdo que Alba ya debe saberlo, ¿no? —habló por nosotros su novio. Todos asentimos. Nos estábamos haciendo tontos. Con lo cercanas que eran posiblemente lo supiera antes que el mismo Arturo—. Bien, solo quería confirmarlo.
—Oh, no —escupió asustada Tía Rosy, alarmándonos de golpe—. ¡Esa es mi canción! —gritó a todo pulmón. Podríamos armar una gira mundial con el sin fin de canciones que atribuía a esa frase—. ¡Es hora de brillar! —anunció abriéndose camino, olvidándose del dolor o problemas cada que la pista la reclamaba.
—No se supone que... —Sin embargo, no lo escuchó. Álvaro negó desaprobando su extraña actitud—. No tiene remedio... Hablando de Alba será mejor que vayamos a buscarla o se preocupara porque no te ve cerca —le dijo a Nico, conociendo lo cuidadosa que era como mamá.
—Oki. Solo ayudo a Pao...
—No te preocupes, yo iré a dejarlo —lo tranquilizó agachándose para quedar a su altura—. Me ayudaste mucho. Eres un gran enfermo —repitió. Sonreí al oírla—. Tú ve con mamá.
—Yo te acompaño —propuse a cambio.
Entonces toda esa alegría despareció, Pao volvió a dudar al mirarme. Sí, estaba claro que tenía un problema conmigo. Casi pude percibir su lucha interna por cuál decisión tomar.
—Te lo agradezco, pero no tienes que preocuparte, Emiliano, puedo hacerlo sola —sostuvo al levantarse—. Además, no es de buena educación que dejes por mucho tiempo a tu acompañante —me recomendó mirando a mi espalda donde estaba Laura.
—¿Alan es parte de la escenografía? —fingí dudar ganándole un punto. Ella abrió la boca, antes de cerrarla sin saber qué responderme.
—Son dos cosas distintas —defendió recuperando la voz. Mi mirada le pidió la versión extendida de esa respuesta—. Para empezar... —Calló, pensándolo un momento, pero al no hallar nada se rindió—. No tengo porque explicártelo —inventó para salir del paso, queriendo librarse de mí.
Logró el efecto contrario, porque yo no me conformé con esa respuesta y la seguí hasta la cocina, importándome poco que nadie me invitara. Por suerte, todo estaba preparado y los encargados parecían más ocupados en divertirse que en su camino al fregadera.
—Esa es tu manera de decir que no le quieres ni un poquito —comenté, no sé con qué intención. Mi cabeza estaba soltando todo sin filtro. Pao se dio la vuelta molesta por la mención.
—¿A qué viene tu preocupación por él? —me reclamó cruzándose de brazos.
—A nada, solo estaba pensando: ojalá no se confunda —respondí—. Es horrible ilusionarte con alguien, quererla, y que después te diga simplemente adiós sin una explicación —solté directo, sin morderme la lengua. Pao abrió la boca indignada.
—Él sabe que somos amigos —defendió. Ambos nos miramos molestos, ninguno quiso darle la victoria al otro—. Claro, no tan cercanos como tú y Laura —escupió sin contenerse. Eso me sacó del partido. Esperaba que no se refiriera a lo que pensaba—. Nosotros nos limitamos a hablar —añadió para sí misma. Sí, definitivamente tenía que serlo. Mi rostro atestiguó confusión. Pareció arrepentirse de hablar porque se retractó dando un paso atrás—. Dios, siempre hablo de más. No sé por qué dije eso —escupió con la voz temblorosa rodeándome para marcharse.
Me quedé en blanco. Genial, lo único que me faltaba. Necesitaba aclararlo, al menos saber qué fue exactamente lo que pasó, pero el oportuno de Alan arruinó mi plan cuando nos interceptó en el pasillo junto a Laura. Pao pegó un respingo al tenerlo frente a ella.
—¿Estás bien? —le preguntó extrañado, como el típico chico perfecto preocupado por su novia—. ¿Sucedió algo malo? —curioseó. Bueno para el chisme.
—No, no, no —le restó importancia. Laura clavó la mirada en nosotros. Pao entrecerró los ojos—. En realidad, se me irritaron por el vapor de la estufa —improvisó. Él se lo creyó sin hacer preguntas, o tal vez no le interesaba, recuperó su sonrisa tomando su mano de sorpresa.
—Tranquila, vamos a bailar para que te sientas mejor —le propuso divertido. Ella lo pensó un instante, pero torpemente aceptó. Tuve la impresión que como excusa perfecta para huir.
Mi mirada la siguió hasta la pista donde se perdió entre la muchedumbre, e incluso cuando su figura apenas se asomaba entre canciones mis ojos permanecieron en aquel punto, quizás en un mal intento de encontrar la verdad en sus pasos. Para mi desgracia, en ellos no encontré ninguna pista.
Este capítulo lo dividí en dos, porque es muy largo. La segunda parte ya está disponible. Por favor, si les gusta, no olviden votar y comentar. Muchísimas gracias por su apoyo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top