Capítulo 21 ❤️✈️ + Sorpresa
Declararé esa noche como una de las mejores de mi vida, no únicamente por ser testigo de su felicidad, sino que Pao se mostró tan natural y no hizo comentario sobre el incidente del cine que me demostró que para ella no era ningún sacrificio salir conmigo, me trataba como al resto, su sonrisa me hacía sentir como todos. No tenía que fingir seguridad porque a su lado nacía de forma natural.
Incluso nos atrevimos a andar por el zócalo por la noche, arriesgándonos a que un ladrón nos diera una cálida bienvenida al regresar al hotel que estaba a un par de calles. Por suerte, los delincuentes parecieron notar que perdían más de lo que podrían ganar y nos ignoraron como efeméride en domingo. De todos modos, disfruté sentirme como una pequeña hormiga en aquella imponente plazoleta. Pao y yo nos hicimos un montón de fotografías del recuerdo. En todas salí con una sonrisa de lunático, pero no importó, estaba demasiado contento para preocuparme por esas tonterías.
Cuando al hotel cerca de medianoche. Le regalamos al guardia de seguridad un dulce que compramos en el cine, esperando no creyera buscábamos drogarlo antes de regresar a la habitación. A partir de ahí me preparé para dormir porque el viaje y las emociones del evento me habían dejaron hecho polvo. De no ser porque estaba en un lugar extraño me hubiera quedado dormido en el baño, pero al ser un sitio nuevo me llevó más tiempo hacer el auto sondaje. En mi maleta pesaba más el equipo que la ropa. Intenté no presionarme porque mientras más lo piensas menos avanza y realicé todo el proceso con sumo cuidado. Todo salió según lo planeado, me sentí orgulloso de no estropearlo siendo nuevo y me llevé otro buen rato guardándolo en mi mochila mientras Pao terminaba de prepararse para dormir.
Dormir era el elefante en la habitación. Ese tema que sabemos tenemos que enfrentar pero nos hacemos tontos. Nadie hablaba de él, aunque todos sabíamos era primordial hacerlo. Ese falso engaño de aquí no pasa nada cuando pasa de todo.
Y no fue hasta que Pao abandonó el baño, usando su pijama, un pantalón de perritos y una blusa gris, con el cabello atado en una coleta y la cara lavada que no supimos no habría escapatoria. En ese estado pareció ser mucho más joven, con un aire inocente que brilló junto a su nerviosismo. Conocía a Pao lo suficiente para adelantar que le estaba costando respirar. Y de pronto todo ese silencio me puso a mí también ansioso.
—Bueno, creo que llegó el momento —inició recargada en la puerta, pero su cuerpo no obedeció a su boca porque bastó con dar un paso para retroceder—. Estoy nerviosa.
—¿Crees que la cama tenga arañas? —me hice el tonto para romper la tensión.
Ella mordió su labio, negando despacio.
—No, no, no es eso —respondió enseguida—. Es que... —Respiró hondo antes de soltar una risita—. Nunca he dormido con un chico —confesó tímida. Sonreí enternecido.
—Otra cosa en común, Pao —admití, sorprendiéndole—. Yo tampoco he dormido con un chico —bromeé de buen humor.
Pao me lanzó una almohada directo a la cara para callarme. Solté una carcajada ante su defensa, aunque al tenerla en mi mano se encendió ni bombilla.
—Creo que tengo una idea —revelé.
Ella alzó una ceja, dudando si hablaba en serio o estaría jugando. Cría fama y échate a dormir. Con cuidado apoyé mis manos en el colchón para abandonar la silla de ruedas y lograr subir a la cama. Fue más tardado que de costumbre, por la diferencia de la altura. Tuve la impresión que en un impulso acercarse a ayudar, agradecí no lo hiciera porque me gustaba descubrir cosas por mi cuenta. Sentí su mirada clara siguiendo cada uno de mis movimientos, intrigada con mi plan cuando improvisé una barrera entre ambos costados con las almohadas disponible.
—De este modo no podremos cruzar la línea del otro —le expliqué. Pao ladeó su adorable rostro estudiando mi estrategia. Dudó un poco antes de acercarse—. Te estoy vigilando, Pao —comenté divertido—, no te quiero en mi lado.
Ella apretó sus labios reprimiendo una sonrisa mientras se atrevía a sentarse en el borde. Leí sus miedos en su mirada que analizó el espacio hasta que se encontró con los míos. El mundo enmudeció al mirarnos directo a los ojos. Viajaron sin prisas por sus mejillas rosadas a causa del cambio de temperatura hasta hallar sus finos labios. Había algo en su rostro que tenía el efecto de hacerme olvidar lo que nos rodeaba. Le regalé una sonrisa para que confiara en mí. Sí tenía algo claro en mi vida era que nunca la lastimaría.
—Te prometo que seré un buen chico por ti, Pao —mencioné honesto. Supongo que ella percibió mi sinceridad porque al fin asintió dibujando una dulce sonrisa.
Titubeó un instante antes de deslizarse despacio para recostarse. Sonreí admirando como se metió con cuidado entre las sábanas y aunque deseaba seguir contemplándola consideré que sería mejor no hacerla sentir incómoda, así que hice lo mismo desde mi lado. Me llevé mi tiempo acomodando mis casos hasta que mi espalda descansó sin presiones. Silencio, demasiado silencio. Clavé mis ojos en el techo, mas pronto me aburrí y sentí una necesidad ridícula de hablar.
—Deberías contarme un cuento —bromeé, seguro de que estaba despierta. Aunque al no recibir respuesta pensé que podría estar equivocado. Cerré los ojos, recordándome que al día siguiente madrugaríamos. Mi mente se encaprichó dificultándome mi objetivo, pero después de un rato estuve a punto de caer en su trampa hasta que una voz suave resonando en las paredes me regresó de vuelta en la realidad. Casi había olvidado que Pao me acompañaba, estaba preparándome para rezar.
—Supongo que lo de hace un momento fue una broma —rompió el silencio. No pude descifrar su tono por lo que me fue imposible entender a qué se refería.
—¿Lo del cuento? —probé divertido—. Porque te adelanto que me gusta el de los tres cerditos, aunque con algunas modificaciones porque eso de la construcción no es mi fuerte...
—Lo de dormir con alguien —cortó mi broma con una pregunta que me robó la risa. No contesté, recordando cómo se hablaba—. Es decir, seguro que tú sí has dormido con alguna mujer antes —añadió con naturalidad.
—Bueno, compartí espacio con mi madre cuando tenía unos meses porque mi padre olvidó comprar una cuna. No lo olvidó, le pareció mejor ahorrárselo porque bebé tendría para rato, pero boletos para esa carrera no —conté con una risa tonta, a causa de la incomodidad—. Entenderás que no tenga presente los detalles.
Giró la cabeza, afiló su mirada torciendo sus labios, escondiendo una risa.
—Sabes a lo que me refiero —me acusó. Volví a hacerme el tonto—. Fue simple curiosidad, no creas que te estoy juzgando o algo así. Es solo que... Me da la impresión que siendo tan coqueto se te daba bien enamorar chicas.
—Oye, Pao, ¿qué clase de chico crees que era? —me reí de su descripción. Ella se giró, apoyándose en su hombro para verme mejor—. ¿Dónde me lo notaste? —añadí—. Vamos, no me culpes —admití, porque de no ser por el tema del accidente mi historial sería distinto.
—Sí, claro, ellas te seducían —dramatizó con un suspiro—. Tú solo fuiste su víctima.
—Aunque lo digas en ese tono —reconocí solemne—.
Tampoco me dieron mucho tiempo. Un par de años en la jugada y una década retirado. Estoy a punto de volver a ser puro —mencioné robándole una sonrisa.
—Emiliano.
—Cuando eres adolescente conseguir novia es tarea fácil, hay un montón de chicas que se ven obligados a convivir contigo. Además, todos sabemos que ser guapo es bueno, pero hacerlas reír es la clave.
Y yo soy especialista en hacer estupideces, nací con la vocación de payaso.
—Consejo de un galán —opinó graciosa.
—Escucha, los feos tenemos que ser simpáticos. Es para mantener cierto equilibrio —argumenté sabio.
—Tú no eres feo. No soy la única que lo piensa. Además, tu sonrisa tiene hoyuelos, que son la cosa más linda que existe, Emiliano —defendió su punto, robándome una carcajada.
—Sentí como cuando tu madre te dice que eres la persona más guapa del mundo a los cinco años —mencioné divertido.
—Las madres siempre tienen razón. Ellas ven con los ojos del corazón, esos nunca se equivocan. Yo también creo gozar de un buen ojo para esas cosas.
—Entonces, gracias por el halago, señorita —dije, sin darle mucha importancia porque me incomodaba el tema—. Pero a los trece, que fue la primera vez que me ennovie con una chica, todos estamos pasando de ser sapos a príncipes o sapos más grandes, así que digamos estaba sufriendo una metamorfosis un tanto extraña —murmuré en complicidad.
—¿Estabas muy enamorado de ella? —preguntó ilusionada. Tuve que contenerme para no sonreír porque era una pregunta con una respuesta alejada a la que deseaba escuchar.
—Pao, sé que pensarás que soy un patán porque lo que voy a decirte no suena nada romántico, pero a esa edad pocas veces te puedes enamorar —le dije sin mucho orgullo—. Es más como un juego donde ambas partes se divierten. Charlas de cosas tontas, se lo presumes al resto y repites lo que otros hacen.
—Vaya —murmuró decepcionada—. En los libros el primer amor es muy tierno.
—Sí, seguro, pero ni siquiera leía bien a esa edad, ¿qué iba a saber yo? —mencioné burlándome de mí mismo. Pao me dio la razón—. En resumen, fue un fiasco, más para ella que para mí. Estoy seguro que arruiné su expectativas amorosas, quizás se recluyó en un convento tras tan traumática experiencia.
—Emiliano, estás completamente loco —me acusó riéndose. Seguro nuestros vecinos de habitación nos odiarían por estar carcajeándome en plena madrugada—. Sí, debiste dejarle secuelas.
—Echando a perder se aprende —me justifiqué encogiéndome de hombros, aunque pronto una sonrisa me delató—. Sabes que solo bromeo, en realidad, fui haciéndome insoportable con los años. Al principio me parecía tan sencilla la vida que no la tomaba en serio.
—Hoy definitivamente lo haces —soltó sarcástica. Sonreí ante sus palabras, sin querer desmentirla—. ¿También enamorarse era sencillo?
Pensé la respuesta.
—Solo me he enamorado una vez en toda mi vida —argumenté. Una que nadie conoció, ni jamás mencioné, me había marcado demasiado hondo para volver a repetirlo, para querer siquiera hacer recuento de los daños. Pao, se sorprendió por la melancolía que me inundó.
—Era... ¿Era la chica que estaba contigo cuando sucedió el accidente? —dudó, cuidadosa por no lastimarme.
—¿Sabrina? No —negué enseguida con una sonrisa—. Aunque sí, a ella le quise mucho, pero como un chico tonto que pensaba que querer bastaba para retener a las personas a tu lado.
—Tú no retienes a las personas, Emiliano.
—A ella sí —repetí su respuesta, pero ahora no me afectaba. Esa herida había cicatrizado hace mucho—. Una vez me dijeron que es difícil que una persona que te conoció de una forma te acepte de otra.
Coincidíamos cuando mis únicas preocupaciones eran no faltar los miércoles al autódromo, rescatar el semestre y escondernos de sus padres al acostarnos. No había obstáculos, todo se resumía en felicidad.
—Tampoco la culpo. Teníamos diecisiete años, no puedes enfrentarme a eso con madurez. Ni siquiera yo era capaz de entender qué sucedería conmigo mismo —admití—. Estaba atravesando una etapa inestable, con muchos altibajos. Odiaba al mundo. No me orgullece decirlo —aclaré—. Y lo intentó, de verdad lo hizo, estuvo ahí muchas tardes, pero al final fue mejor para los dos se rindiera —acepté recordando esos días.
Su madre tuvo razón, yo me convertiría en la cadena que la anclaría a una vida que comenzaba a vivir. Nadie merece sacrificar su futuro.
—Emiliano...
—Creo que me enfadé más con ella porque en el fondo la envidiaba —reconocí, meditándolo. Porque yo también deseaba renunciar y no podía, no importara cual cansado estuviera, cuando me quisiera lejos—. Viéndolo en perspectiva, fui egoísta deseando se quedara conmigo cuando no estábamos destinados a estar juntos —concluí sin mucho orgullo.
Tal vez me dolió perderla más por lo que significaba que por ella misma, porque su adiós representaba la perdida de quienes me querían, de que todo volviera a ser igual, porque sentía que todos me estaban abandonando y dentro de mí, aunque nunca lo aceptara, tenía mucho miedo de quedarme solo.
—Quizás no era el momento. ¿Sabes una cosa? Una vez leí que vas a topar con miles de personas en el mundo y encontrarás una especial que te haga creer no hace falta seguir buscando —comentó con dulzura. Sonreí, escuchándola—. Entonces te darás cuenta que todo el dolor que padeciste solo era el camino para convertirte en la mejor versión de ti mismo.
—Vaya... —Estudié sus palabras, aceptando era una buena forma de verlo—. Deberías felicitar al autor. Aunque no sé por qué tengo la impresión que se trata de una chica. Una chica dulce y talentosa...
—Bien, lo inventé yo —soltó traviesa. Sonreí, ante su sonrojo—. ¿Debería escribirlo?
—Por favor —respondí—. Ya escuchaste a ese hombre, no solo naciste para escribir sino para terminar en papel —argumenté convencido de su capacidad. Ella ladeó su cabeza, dudando—. Creo que seremos afortunados los que escuchemos lo que tengas que decir.
Pao entrecerró sus ojos, desconfiando si se trataría de un chiste que no captaría, pero no había nada oculto.
—El mundo necesita oír más sobre las cosas buenas que tenemos a nuestro alcance, a veces se nos olvida y teniéndote al lado, con varios intermediarios —remarqué divertido señalando la muralla—, es fácil recordarlo.
—Siempre vendrá algo mejor —defendió optimista—. Eso es lo más lindo de despertar cada mañana, si el futuro puede superar el presente, ¿no te parece emocionante luchar por él?
Me gustaba escucharla defender su visión, supongo que si todos nos resistiéramos a ver el lado oscuro el mundo sería un lugar distinto.
—¿Sabes que es complicado ganarte? —tiré. Tampoco es que me interesara hacerlo—. Mi veredicto es que el caso se cierra a tu favor —declaré golpeando con mi puño la almohada. Ella no contuvo una sonora risa que me pareció de lo más tierna—. ¿Me permites dar un último alegato?
—Concedido —cedió contenta.
—No quiero dormir cuando estás conmigo —escupí sin pensarlo, robándole cualquier pizca de gracia. Una sonrisa brotó ante su enmudecimiento, no porque disfrutara ponerla así, sino porque me gustaba pensar que percibía mi honestidad—. Puedo quedarme la noche entera escuchándote —confesé.
Nunca me había pasado desear tanto tener alguien a mi lado solo para mirarla.
—¿Aunque sea solo para charlar? —dudó.
—Tampoco es que pueda hacer mucho —bromeé en un mal intento por hacerla reír, aunque por la manera en que me miró descubrí no era el mejor tema—. Ya sabes a lo que me refiero —titubeé. Ella alzó una ceja—. Bueno, quizás no sabes... —consideré.
Pao quiso hablar, pero me adelanté haciendo una aclaración innecesario.
—Digamos que después del accidente hay cosas que no puedo hacer exactamente igual como antes —intenté explicarle. Ella asintió despacio—. Además de caminar —añadí.
—Oh...
—Pero sí puedo hacerlo —aclaré deprisa—, pero no exactamente igual —corregí enredándome—. Es algo complejo... —. Pasé mis dedos por mi cabello negro, nervioso. No era mi tema favorito de conversación.
—No tienes que explicármelo, Emiliano —me tranquilizó con una sonrisa porque estaba vez el que se había puesto nervioso había sido yo.
—Sí, será mejor, me siento como cuando tu padre se sienta a darte la clase de cómo nacen los bebés. Ya sabes, cuando dos abejitas se aman mucho... —tiré en broma ganándome un almohadazo— Auch. Esa plática nunca termina tan violenta.
—Ya no tengo cinco años —se ofendió provocándome ternura.
—Lo sé, Pao —reconocí para no confundirla—. En realidad, no es por ti sino por mí. Nunca he estado con nadie después del accidente porque lo más importante de esto es hablarlo. Y me cuesta... —admití riéndome de mi propia inseguridad. Es solo que estaba convencido de que jamás lograría una conexión tan profunda con alguien para tocarla sin sentir le quedaba a deber, para encontrar eso de lo que hablaban de los médicos y que está tan fuera de lo convencional—. ¿Alguna vez has sentido que algo es tu talón de Aquiles? Bueno, ese es el mío.
Pao clavó sus ojos miel en los míos, provocando una sensación extraña. Empecé a arrepentirme de hablar de eso con ella porque la última persona a la que quería contárselo, pero es que había algo en ella que siempre me invitaba a hablar sin parar.
—Pero el amor hace milagros, ¿no? —lanzó con una sonrisa, comprensiva.
—¿Con milagro te refieres a ganar la lotería o sacarte el billete de veinte pesos en la promoción de los Cheetos?
—A confiar en una persona y que su amor los motive a buscar una solución —me cortó con sabiduría. En sus labios sonaba casi como una utopía.
—Definitivamente debes escribir también esa frase —le recomendé. Ella rio dejándose caer en la sábana—. Te confieso que me sorprenda seas tan buena con los temas de corazón cuando nunca te has enamorado, uno pensaría que los que saben más son a los que se lo han pisoteado, pero quizás se puede aprender por teoría y sea más sencillo. Ya sabes que uno aprende a puro garrotazo.
—Oye, oye, ¿yo cuándo dije que nunca me he enamorado? —frenó mi discurso con una sonrisita. Hice una mueca admitiendo mi sorpresa—. Que nada me ha funcionado es otro tema —mencionó de buen humor, riéndose de su mala suerte—. De todos modos, quizás ahí está lo sencillo, hablar es fácil cuando lo ves desde afuera.
—Tienes un punto.
—Pero he descubierto que leer, por más bueno que sea, nunca superará el vivir. Lo que otros cuenta no se asemeja a padecerlo en carne propia —reveló.
—¿Para bien o mal? —pregunté. Ella pensó en la respuesta antes de sonreír. Una sonrisa que escondía un secreto para el mundo.
—Un poco de ambos —aceptó. Se reacomodó en el colchón para poderme mirarme con toda esa luz que era capaz de iluminar cualquier noche de tormenta—. ¿Alguna vez has sentido que el corazón brinca en tu pecho como si estuviera a punto de escaparse o te ha dolido tanto que piensas que se romperá en pedazos? —me preguntó. Asentí, dándole la razón, viendo el mechón que había escapado de su colchón—. Sé que la vida puede dolor, lo acepto, pero tengo claro que no hay nada más hermoso que levantarme cada mañana con la oportunidad de escribir lo que quiera en las siguientes hojas.
—¿Qué te gustaría escribir en las siguientes? —pregunté interesado en la respuesta. Ella hizo un mohín con sus labios, sin tenerlo claro.
—Me gustan las sorpresas —contestó risueña—. Tres de las mejores cosas que me han pasado en la vida fueron sin planearlas —dictó.
—¿Después de conocerme a mí cuál sigue? —bromeé. Frunció las cejas.
—Te daré de nuevo con la almohada —me advirtió. Alcé los brazos, rindiéndome, cediéndole de vuelta la palabra—. Lo primero que viene a mi mente es encontrar a Panchito, Mazapán y Bruno alegró todos mis días, ahora no veo la vida sin ellos. Los queremos mucho en casa —me contó—. Descargar el club de los cobardes fue la segunda mejor locura que he hecho en mi vida.
—Con todas las locuras que tienes en la lista, Pao, yo me cuidaría... —solté, pero callé de golpe al verla enderezarse para querer colocar su palma sobre mis labios.
Reí ante su infantil solución cuando sentí su piel contra mis labios, no resistí la carcajada que se mezcló con la suya en esa habitación. Sin aviso, me impulsé un poco para que mis dedos la rozaran haciéndole cosquillas. Se alejó con esa tierna risa en sus labios que me gustaba tanto escuchar. Cubrió su boca intentando silenciar su alegría por miedo a despertar a los otros.
—Pao, ese fue mi método de defensa porque cruzaste mi línea, Pao —lancé mientras regulaba su respiración. Ella pareció recordarlo, sin leer se trataba de una broma sin importancia.
—Perdón. Lamento si te molestó...
—Pao, tú puedes brincar todas las líneas —la tranquilicé—. Hace mucho que he tirado las barreras para ti. Eres la única que tiene las llaves de todo lo que cerré alguna vez —confesé, hablando para mí mismo, pero ganándome su atención. Su mirada se inundó de una emoción desconocida—. ¿Vas a contarme cuál fue la tercera cosa de tu lista? —cambié de tema, volviendo a recostarme para dormir.
—Estar aquí —respondió sin pensarlo, sorprendiéndome—. Pasé toda mi adolescencia encerrada en mi habitación, soñando con vivir una gran aventura —me contó nostálgica—. Antes de conocerlos lo más emocionante que había hecho se resumía en tomar al autobús sola para ir a la cafetería y visitar el refugio con mamá. Pero hoy estoy aquí, en la capital, he pisado uno de los puntos más emblemáticos de este país, recibiendo uno de los halagos más bonitos de toda mi vida... Y lo más importante de todo, ayer ni siquiera podía dormir por los nervios y ahora no tengo ni un poco de miedo. Me emociona creer que un día pueda llegar a ser tan valiente como esas chicas que leo. Ella pelean en las guerras o salvan reinos...
—Tú eres valiente, Pao —sostuve convencido, decidido a quién se lo creyera—. ¿Qué más valor se necesita para ver lo bueno donde todos ven lo malo? Piénsalo, el fuego no solo quema, también alumbra —le recordé—. Escucha, te lo dice un cobarde con todas sus letras, en todos estos años, algunas personas intentaron convencerme de que el mundo tiene algo mejor esperando, que quizás lo peor sirve como camino para el mañana, pero pensé que era una especie de estafa publicitaria, como esa que suben a Facebook que tu tía le da like —añadí haciéndola reír—. Es arriesgado querer ayudar a los que se niegan a recibirlo, pero nunca te rindes. Está bien que ellas salven naciones o a centenares de inocentes, si tú lo haces con uno solo te aseguro que ya habrás hecho bastante.
Pao estudió mis palabras analizando mi rostro. El silencio caló en mis oídos cuando sus ojos miel se encontraron con los míos. Olvidé el tiempo, fue como si hubieran trasladado esa habitación a un sitio donde hubieran desterrado al reloj. No existía el miedo que trae el pasado, ni las dudas que despierta el futuro. En ese momento solo existía el latir de mi corazón que luchaba por vivir ese minuto, mismos latidos que se paralizaron al notar como ella echaba las almohadas a un costado. Retomó su acelerada marcha cuando en silencio volvió a acostarse a mi lado, repostando su cabeza en mi pecho.
No sé si me sorprendí más de su acción o de lo bien que se sentía su cuerpo junto al mío, su respiración acariciando la tela de mi camisa o el cosquilleo de su cabello claro en mi cuello. Aunque hace muchos años atrás había dormido con otras chicas, no recordaba haberme sentido igual que esa noche. Temiendo lastimarla, pero con la necesidad de aferrarme a su compañía. Percibí sus dudas, esos miedos que nos llevan a preguntarnos cientos de veces si hacemos lo correcto. Poco importó la respuesta, cerré los ojos grabándome las sensaciones que despertaba su calidez y sin pensarlo demasiado la abracé con fuerza, pidiéndole sin palabras que no se marchara. No lo hizo, fue relajándose de a poco acostumbrándose a nuestra unión.
Los minutos corrieron escondiéndose de la noche. No hablamos, por miedo a que todo se arruinara. La paz tomó el lugar del caos, inúndame de una dulce tranquilidad que creí jamás probaría.
—He vuelto a cruzar tu línea —murmuró adormilada, Pao, con una sonrisa que me causó ternura—. ¿No te molestarás por eso? —tiró, conociendo la respuesta.
—¿Por no haberlo hecho antes? —respondí. Su suave risa agitó mi pecho—. Creo que al final he encontrado una cosa que supera el sonido de tu voz —lancé, sin contenerme—. Me gusta cómo se perciben los latidos de tu corazón, quizás es una tontería, pero creo que encajan un poco con los míos. Bueno, yo siempre voy un poco más despacio, pero en términos generales no se llevan mucha diferencia —tiré haciéndola reír.
Ella escondió su rostro en la tela cuando me atreví a darle un beso en el cabello, deseando dentro de mi corazón que esa noche nunca terminara porque fue en ese momento que me convencí de algo que había intentado callar durante meses, ningún cuerpo me haría sentir tan vivo con solo rozarlo, ni habría otra voz con la que me volvería adicto a escucharla. Estaba perdidamente enamorado de Pao.
Hola a todos ♥️.
¿Les gustó el capítulo? Espero que sí. Hay varios datos importantes en el capítulo ♥️.
Por cierto, tengo una sorpresa, ¿les gustaría un maratón? Estaba pensando que podría publicar tres capítulos la próxima semana para celebrar los 30k, además de agradecimiento por todo su apoyo. Si la respuesta es sí, aún no sé si publicaría tres el sábado o uno por día, pero estén al pendiente ♥️.
Gracias por sus comentarios.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top