Capítulo 20 ❤✈
Pao respiró hondo, cerró los ojos y se reacomodó en el asiento por millonésima vez. Sus manos inquietas juguetearon con el borde de su suéter negro que terminaría hecho una enorme bola de estambre si no se apiadaba de él.
—¿Estás nerviosa? —pregunté lo evidente. En otro momento hubiera pensado estaba bromeando, en aquel no tenía cabeza para mis tonterías.
—Es la primera vez que subo a un avión —me confesó.
—Me pasa igual —admití con una sonrisa. Nuestras emociones eran contrastantes—, pero qué es lo peor que puede pasar. Que el avión explote en los pedazos, nos mate a todos y terminemos en el vacío. Piénsalo, saldríamos en las noticias —mencioné divertido.
—Era justo lo que necesitaba escuchar —ironizó antes de curiosear por la ventanilla. Ansiosa mordió su labio, con esa imaginación peligrosa trabajando a toda velocidad en su cabeza.
La contemplé durante un rato, parecía que los nervios estaban provocando un terremoto en su cuerpo. Era una experiencia nueva para ella y aunque yo estaba en la misma condición lo que se hallaba fuera de mí no me causaba inseguridad, todo lo contrario. La llamada hace un rato con su madre, antes de subir al avión, pareció haberla ayudado un poco, pero dentro los miedos la seguían atando a tierra.
En cambio, yo no podía estar más entusiasmado. No recordaba que algo me causara tal emoción en los últimos meses. Una felicidad auténtica ante las probabilidades que se abrían ante mí. Una nueva ciudad, aventuras, Pao. Fue como si de pronto entendiera que la vida no es un sueño único, sino una lista de ellos que nacen a diario.
Sonreí admirándola hasta que pegó un respingo cuando la sorprendí tomándola de su pequeña mano. Abrió sus grandes ojos buscando una explicación, quizás pensó que estábamos a punto de morir o jugar vencidas. Las dos se trataban de buenas opciones, pero había algo más fuerte escondido.
—Tranquila, Pao, todo saldrá bien —le aseguré con una sonrisa, intentando alejar su temor.
Ella estudió si hablaba en serio, terminó asintiendo despacio cuando notó lo hacía. Respiró una vez, pero el respiro quedó a la mitad cuando anunciaron que estábamos a punto de despegar. Volvió a ponerse en alerta, su cuerpo se tensó al escuchar las instrucciones de la amable azafata, revisó por centésima vez que llevara bien puesto el cinturón. Casi podía escuchar los latidos de su corazón. La estaba pasando mal. Las primeras veces no resultaban sencillas, y para gloria o desgracia, a ella le quedaban muchas por enfrentar.
—Quiero gritar... —murmuró aterrada ante el primer movimiento. Contuve una sonrisa para que no pensara me estaba burlando. Su mano helada se aferró con fuerza a la mía cuando las ruedas avanzaron por la pista, acaricié con mi pulgar el dorso.
Me centré por primera vez en disfrutar del aumento de velocidad que agitó mi corazón, remontándome a viejos tiempos. Una bocanada de aire fresco que me recargó de energía. Una adrenalina distinta, pero igual de adictiva. Fue como volver a tener ese corazón, siendo alguien completamente distinto. Vivo, al ser consciente que estábamos abandonando el suelo cuando mi espalda dio con el respaldo en el último trecho. Cerré los ojos, envolviéndome en esa sensación casi irreal de dejar atrás la tierra. Tan libres, en donde nadie podía atarte.
Al estabilizarnos Pao abrió de a poco los ojos para asomarse por la ventanilla, su rostro se iluminó al contemplar el cielo azul. Un paisaje digno de una de sus páginas.
—Puedes abrazarme si tienes miedo —propuse divertido cuando la calma volvió, ganándome un fuerte golpe en el hombro ante mi buena intención—. Auch, Pao. De nada. Yo te amo y me pagas con tu desprecio —dramaticé ante su poco afecto.
Pao se encogió de hombros antes de concentrarme de nuevo en las nubes, maravillada por esa imagen. Sonreí sacando mi celular para buscar algo en que entretenerme durante el vuelo. Había pensado charlar con ella, pero Pao estaba enamorada de la vista y no pensaba arruinarle su primer viaje. Estuve a punto de colocarme los audífonos cuando su voz me detuvo.
—Gracias, Emiliano —soltó de pronto. No lo entendí, supongo que mi rostro se lo gritó. Me había perdido de un dato importante—, por estar aquí —aclaró con una sonrisa.
—Bueno, si hablas del asiento fue culpa de la numeración... —tiré de buen humor. Ella afiló la mirada, alcé las manos rindiéndome.
—Hablaba de... Por estar conmigo, acompañarme en lo que amo, sin importar si es tonto, impulsándome para no rendirme... Yo jamás hubiera participado de no ser por ti, parecías creer tanto en mí...
—Creo en ti —la corregí con certeza, interrumpiéndola. Ella reflexionó mis palabras antes de dedicarme una dulce sonrisa.
—Gracias por eso también.
—No me agradezcas nada, después de todo, es gracias a tu talento que entraré de colado al cine —lancé, robándole una risa que me hizo sonreír—. En realidad, también emocionante para mí —confesé. Era como si me recordara lo bien que es dejarse sorprender por la vida—. Te agradezco ese empujón, Pao.
—Emiliano...
—Hablo del empujón moral, no el de hace un rato que casi me dislocas el brazo —mentí, fingiendo dolor sobándome. Ella ladeó su cabeza, entrecerrando sus ojos claros.
—Voy a darte uno más duro si sigues exagerando —me advirtió escondiendo una sonrisa.
—¿No me darás un poco de cariño? —cuestioné dolido— Que malvada, Pao. ¿Qué es lo que hice para merecer este castigo? —añadí continuando con mi actuación—. Si es porque Lila prefirió despedirse de mí antes que de ti, déjame decirte que no tengo la culpa de que me ame...
—Ya —me calló contenta cubriendo mi boca para no llamar más la atención porque éramos el único par de locos que estaban riéndose. Echó un vistazo a los lados—. Dime qué quieres, pero después vas a estar tranquilito —me condicionó como mi maestra de preescolar.
—¿Puedo pedirte lo que quiera? —pregunté travieso, aprovechando la ocasión.
—Dependiendo de cuanto te preocupe tu brazo —respondió chasqueando los dedos, anotando un punto. Reí ante su astucia. Esa chica era lista.
—Primero tendría que calcular el daño —inventé pensativo. Alzó una ceja—. Necesitaré de tu ayuda —dije intrigándola—. Apoya tu cabeza aquí —improvisé golpeando mi hombro—. Es para medir la resistencia —expuse. La explicación le robó una dulce sonrisa.
Dudó, pero tras reacomodarse en el asiento terminó accediendo a mi juego. Cuidadosa recostó su cabeza en mi hombro. Su cabello me hizo cosquillas, o al menos lo culpé de la sonrisa que brotó al sentirla cerca, me gustó más de lo que imaginé.
—Se nota que estás herido —me echó en cara risueña.
—Para que veas todos los sacrificios que hago por ti, Pao —respondí contento. Su cálida risa agitó mi pecho donde el corazón latió sin parar, repitiendo su nombre. El mismo que ahora estaba en todos mis pensamientos.
Por suerte tuvimos un viaje bastante tranquilo, o al menos eso supuse. Me quedé dormido a la mitad. Pao tuvo que levantarme antes de que me dejaran en otro país. Debo confesar que fue bueno ser lo primero que vi al despertar, casi se lo confesé adormilado, pero mi única neurona funcional no renunció, motivada a encontrar un taxi que nos llevara al hotel.
El conductor fue un excelente guía de turistas, supongo que se nace con ese don. No se molestó cuando le dije que yo podía subir por mi cuenta, ni al pedirle como favor me ayudara con la silla. En realidad, tenía tan buen humor que admiré lo mantuviera después de que le preguntara un millón de veces sobre las calles, para comprobar que el Google Maps no estuviera mintiéndome. Al menos quería saber el camino por si me perdía.
Y en esa ciudad no parecía imposible entre tantos edificios y gente que iba de un lugar a otro sin detenerse. Resultaba un poco agobiante al primer vistazo, pero después, sin darte cuenta, te hallabas estudiando cada novedad que se cruzaba ante sus ojos. Acepto que mis expectativas se elevaron cuando deslumbramos el Palacio de Bellas Artes o el Zócalo, dos puntos emblemáticos de la zona. Era una pena que solo pudiéramos quedarnos unas horas porque parecía que no había espacio para aburrirse. Claro que mi idea cambió al dar con la habitación.
Es decir, el hotel era un buen lugar. En las reseña tenían una alta calificación, estaba cerca del cine por lo que no gastaríamos mucho en transporte y sumado a eso, cuando revisé el precio por noche se trataba de una ganga. Una oferta que no podíamos despreciar. Claro que debí analizar la razón, no esperar a descubrirla hasta que empujé la puerta.
—Debimos revisar las fotografías —comenté en voz alta, medio broma, medio arrepentimiento.
Pao titubeó antes de dar un paso al interior. Agradecí no hubiera alfombras para que la silla no se atorara, aunque dándole un vistazo admití que no había más allá de una cama grande con una cabecera de madera a la espalda que podía servir de cómoda y la puerta de un pequeño baño. Nada más.
—A mí me gusta —habló Pao a la par de una comprensiva sonrisa—. Tiene seguridad, estamos a cinco minutos del centro, cuenta con un elevador y rampas. Además, la recepcionista es muy amable.
—Eso último me animó. Vas a convencerme de pagar otra noche, Pao —bromeé.
Ella afiló su mirada, quiso protestar, pero el sonido de su celular nos interrumpió. No se trataba de una llamada, sino de su alarma que le indicaba se estaba haciendo tarde. Tenía que llegar media hora antes para la entrega de los boletos y el tiempo seguía corriendo sin detenerse. Decidí dejarme de bromas, mi especialidad, para que se arreglara para la noche. Yo no tardé nada, típico de mí que estaba acostumbrado a hacer todo de manera más práctica, por lo que salí de la habitación para que estuviera tranquila y aproveché para dar una vuelta por el hotel. Sencillo y limpio, pero pequeño, demasiado para no demorar más de media hora.
Detuve mi recorrido al lado de la misma puerta y me entretuve en mi celular mientras ella terminaba. El club de los cobardes estaba en una confrontación amistosa sobre el embarazado de Miriam y la insistencia de Tía Rosy por pagar las apuestas. Me tentó la idea de contarles que estábamos en México, pero conocía a la última y seguro nos pediría un montón de cosas raras. Lo siento, era su alegría o mi desayuno, tenía clara la decisión.
Reí leyendo los mensajes, aceptando que estábamos todos locos. Muy locos. Obtuve la prueba cuando el sonido de la puerta cerrándose me hizo alzar la mirada. La sonrisa se esfumó, al igual que mi poca inteligencia cuando Pao me sonrió enseñándome la pantalla de su celular.
—¿También piensas que Tía Rosy debería ser referí de lucha libre? —bromeó ajena a mi desastre.
—Honestamente no la veo en otro sitio que no sea rompiéndole una pierna a alguien. Conociendo su historial, probablemente ese alguien sería Álvaro —hablé para mí. Una concentración que se esfumó en un minuto porque cometí el error de volver a mirarla—. No le digas eso a Alba o me romperá la cara. La primera se recupera, en la segunda nadie queda igual.
—Sí, prometo guardarte el secreto —aseguró risueña. Asentí, aunque no estuviera preguntando nada. Asentí muchas veces, con una cara de idiota que la hizo alzar una ceja—. ¿Qué? —preguntó extrañada pasando su mano por su rostro—. ¿Te dije algo malo?
No recordaba ni de qué hablábamos, ¿cómo me ofendería? Mis ojos seguían clavados en ella que esa noche se veía más bonita que nunca. Nada extravagante, la belleza de Pao estaba en su naturalidad. Sin esforzarse, destacaban sus facciones dulces, sus ojos claros, vivaces y brillantes. El cabello claro, que le caía hasta los hombros, enmarcaba su tierno rostro.
—No, no, no es eso —aclaré—. Es solo que... Creo que ya entiendo tu plan —solté divertido, intentando recuperarme.
—Mi plan... —repitió confundida. Reí de su expresión confundida.
—Te has puesto tan guapa para enamorar el director y que hagan una adaptación de tu novela. Te pillé, Pao —lancé robándole una sonrisa—. Es una buena estrategia.
—Tonto. Pensé que hablabas en serio —me riñó juguetona encaminándose a la salida.
—Pao, eso no se le dice a un admirador —dramaticé, siguiéndola.
—¿Y según tú cómo que se le debe responder? —preguntó contenta, girándose para mirarme a la cara mientras caminaba de espalda.
—Depende. Si es un fanático normal con un simple autógrafo será más que suficiente —comencé, haciéndola reír—, pero si es uno como yo, que es feliz con solo mirarte, te bastará darle un vistazo para...
—Ya no digas esas cosas, Emiliano —mencionó frenando, sonriendo colocó su palma sobre mis labios. Su cercanía no ayudó a pensar con claridad—. Calma esa boca. Quiero acabar con vida esta noche.
—Bien, como tú mandes. No hablaré, pero puedo mirarte, ¿no? —comenté, cuando me soltó de a poco—. Piénsalo no le hago daño a nadie, es gratis, y hoy que estás preciosa, Pao, sería una...
—Me refería justo a ese tipo de cosas —argumentó sonrojada. Alcé mis manos, sonreí discretamente luego de colocar un candado imaginario en mi boca.
Mi ocurrencia le robó una de sus auténticas sonrisas que me hizo imitarla porque, sin tener explicación, verla tan feliz logró contagiarme. Yo no entendía un comino de aquella película, de su libro o elenco, pero al ser testigo de la emoción que le provocaba intenté no demostrarlo.
Admiré su rostro iluminarse cuando le entregaron sus boletos en aquel local abarrotado de gente. No fue hasta que los tuvo en sus manos que se volvió una realidad. Me equivoqué al pensar que nada lo superaría, pero se puso eufórica en la aparición de una de las actrices, pensé que se desmayaría.
Mi risa la acompañó durante la primera etapa mientras la veía emocionarse por cada pequeño anuncio. Hasta aplaudí cuando entro el chico de la dulcería. Ni siquiera me dio tiempo de sentirme fuera de lugar entre los fanáticos, solo gritaba cuando otros lo hacían, aplaudía al son de todos y fingí ser uno de ellos con tanta maestría que casi me lo creí.
Hasta que tocó el momento de entrar a la sala.
La principal razón por la que no me gustaba ir al cine era que las salas te venden una accesibilidad inexistente, porque lo único que está disponible son los asientos de la primera fila, con lo que sales con la mitad de la película y un dolor en el cuello que te quita las ganas de volver. Claro que había intentado no pensar en ese problema, confiado en que tratándose de la capital y de un evento importante quizás no existirían esos problemas. Error.
Muchas veces las cosas no cambian porque olvidamos que están mal, son invisibles incluso cuando están frente a nosotros.
No fue hasta que asignaron los lugares que pensaron, por primera vez, en que una persona en silla de ruedas también querría formar parte en esas cosas que parecen estar diseñadas solo para los que no lo están.
No había asientos disponibles en la primera fila, ocupados por el equipo, mejor para mí, no quería estar apartado del mundo gritando sin palabras: ¡mírame soy diferente!, ni obligar a Pao a soportarlo.
Para no ponerla en aprietos, a ella, ni al chico organizador, les comenté que yo podía hacerlo por mi cuenta si me daban un momento. Sonreí para tranquilizarlos en medio de la tensión.
Gracias a mi madre y a mis constantes descalabros iniciales aprendí a hacer muchas cosas por mi cuenta, subir escaleras era una de ellas, aunque eso no significaba que fuera cómodo que un montón de curiosos estudiaron cada uno de mis movimiento, sentí sus ojos sobre mí mientras me impulsaba con los brazos en los incómodos escalones hasta llegar unas filas más arriba.
Me puse un poco nervioso al verme expuesto ante tanta gente, empeoró al necesitar una mano de Pao y de un chico de la fila que me ayudaron a ocupar un lugar. Quizás pude hacerlo por mi cuenta, pero me entorpecí, imaginando lo que otros pensarían.
Le agradecí con una sonrisa cuando volvió a su lugar, Pao hizo lo mismo antes de sentarse en el lugar disponible a mi lado. Todo se volvió tan incómodo, fui capaz de romper el pesado silencio, permanecí con la mirada en la pantalla apagada, aferrándome a los brazos del asiento, sin caer en la tentación de buscar la mirada de Pao. Podía sentirla con intensidad sobre mi hombro. Mi corazón latió con fuerza en mi pecho, odiaba quedar expuesto, ser vulnerable para el resto, que descubrieran que existían cosas que sí me dolían aunque fingiera no me afectaban.
Comencé a sumergirme en ese sitio oscuro donde todo se volvía caótico, hasta que una voz me sacó a flote.
—Puedes hacerlo.
—¿Qué? —murmuré sin comprender de qué hablaba. Sentía me había perdido de algo encerrado en mi mundo. Sí, de lo más importante.
—Abrazarme si tienes miedo —repitió mis propias palabras con una sonrisa. No puedo explicar la manera en que me miró.
—Pensé que veríamos una comedia romántica, no una cinta de terror —me burlé de mí mismo. Ella inundó con ternura su rostro.
—El amor da un poco de miedo, ¿no? —argumentó.
Tenía razón, el amor es complicado. Te inunda de temores y alegrías en igual medida.
Era inexplicable la manera en que podía envolverme en sus sonrisas, porque de un momento a otro dejé de preocuparme por los otros y me perdí en el desfile de gestos que pintó su rostro desde que la cinta inició. Para la mitad, en cada frase que soltaban buscaba su reacción. Un par de veces me atrapó sonriéndole sin razón, pero debió creer que me reía de la película a la que le había perdido el hilo hace un buen rato. El par de horas se consumieron en un suspiro cuando me percaté las luces ya se habían vuelto a encender dejando todo al descubierto.
Encontré a Pao con los ojos cristalizados clavados en los créditos que todos ignoraban.
—Vaya, sí que te gustó —deduje sorprendido de que la conmoviera hasta las lágrimas. Ella parpadeó alejándolas.
—Es del coraje, es una pésima adaptación —confesó, robándome una genuina carcajada. Pao no entendió de qué me reía, pero terminó haciéndolo igual—. Lo sé, lo sé, he sacado mi drama interior.
—No, está bien, tú sabes de estas cosas.
—Yo no sé nada del séptimo arte. Solo soy una lectora que deseaba una réplica de uno de sus libros favoritos —explicó—. Aunque ahora que lo pienso, no está mal que sean distintas, cada uno tiene su magia —concluyó con madurez.
Asentí aceptando tenía un punto.
—Pero hay que admitir que sus personalidades no se parecían a las que yo conocía —soltó sin contenerse, riendo por no guardárselo.
—Creí que era el único que lo pensó —revelé sincero—. ¿Así que no valió la pena el debate de las quesadillas que me aventé con el chofer para llegar hasta aquí?
—Ganar el concurso, subir por primera vez a un avión, conocer la ciudad, estar cerca de personas que admiro, ver esto antes que muchos, sentarme aquí... —enumeró ilusionada. Calló, me miró con una sonrisa distinta—. Sí, claro que valió la pena.
—También creo que lo hizo —me sinceré dándole voz a mi corazón—. ¿Te cuento un secreto? —susurré complicidad. Pao se encogió en su asiento, acercándose para que pudiera susurrar a su oído—. Tengo la corazonada de que una historia escrita por ti me gustaría muchísimo más —confesé. Ella alzó su mirada, encontrándose a unos centímetros de la mía, sonreí para que notara no se trataba de ninguna broma.
—Yo jamás llegaré al cine, Emiliano —sostuvo usando la lógica. Sí, era complicado en México.
—¿Y quién lo necesita? Solo necesito cerrar los ojos e imaginarlo —resolví con sencillez. Otra dulce sonrisa brotó en sus labios—. Siempre habrá alguien dispuesto a escucharte si tienes algo digno que contar. Yo puedo ser ese alguien cuando lo necesites.
Me regaló un cariñoso gesto que quedó opacado por la curiosidad cuando alguien se acercó a nosotros. Me hubiera desconcertado de no ser porque el rostro me resultó familiar, aunque olvidé de dónde.
—¿Paula Medina? —le preguntó, dudando. Ella asintió despacio, poniéndose de pie, compartía las dudas.
—Hola, soy Javier Sarmiento —se presentó amable ofreciéndole su mano, yo sobraba pero sin posibilidad de moverme a otro sitio, observé como las entrelazaron—. Formé parte del comité que eligió a los ganadores del concurso —le refrescó la memoria. Ahora lo entendía, era el que entregó los boletos. Ya decía yo que no podía ser secuaz del chofer buscando venganza por defender el queso—. Lamento por molestarlos, no quería marcharme sin decirte que me sorprendió mucho tu forma de narrar, sobre todo viniendo de una chica tan joven. Me pareció fresca, adictiva, resultó sencillo de empatizar con lo que cuentas. Honestamente creo que tienes talento —la felicitó. Pao buscó mi mirada, pensé que deseaba la pellizcara. Le estaba costando aguantarse sin ponerse a brincar. Me encogí de hombros diciéndole sin palabras: te lo dije—. Te recomendaría que no te rindiera y siguieras intentando con las editoriales —la animó, ignorando jamás había enviado nada por miedo—. Esto es un círculo difícil, pero estoy convencido que tienes lo necesario para llamar la atención con tu potencial.
—Gracias... —titubeó, sin hallar su voz. Agitó su cabeza y se planteó al suelo—. Muchísimas gracias —repitió, emocionada.
Javier volvió a ofrecerle su mano que tembló entre la suya. Creo que estaba aguantando la respiración, yo le devolví la sonrisa cuando se despidió de mí. Ella contó los segundos antes de dejarse caer en su asiento, con el corazón a punto de escapar de su pecho. Sonreí disfrutando de su dicha, estudiando su hermosa sonrisa que gritaba lo feliz que la hicieron aquellas palabras.
—Definitivamente valió la pena —aceptó.
Se viene uno de mis capítulos favoritos ♥️. No se lo pierdan ♥️. De corazón gracias por todo el apoyo.
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