Capítulo 19
¡Hola a todos! Antes de pasar al capítulo quiero comentarles que el capítulo es largo, casi el doble de lo normal, pensaba dividirlo en dos partes, pero sentí que perdía la idea. Espero les guste. Estamos de fiesta porque superamos las 30k lecturas. Estoy muy agradecida por su apoyo. Lo único que quería pedirles es que si les gusta dejar un pequeño comentario ❤. Recuerden que los capítulos están dedicados a los lectores que siempre comentan los párrafos, los respondo todos. Mil gracias de corazón por tanto cariño a esta historia ❤.
Desde la visita a la cafetería las cosas habían cambiado, para bien. Ahora me resultaba imposible borrar una sonrisa idiota cada que Pao cruzaba la puerta tras una larga espera con la mirada clavada en el reloj. No había ninguna razón en especial, pero me aferré con una ridícula fuerza al posible significado que podría tener su último comentario.
Tal vez estaba equivocado, mi ego o ingenuidad me había jugado una mala pasada, pero no podía dejar de pensar que Pao me dedicaba una pizca extra de su ternura porque le gustaba. Quizás solo un poco, pero algo es algo. No recordaba haberle gustado a nadie después del accidente. Resultaba extraño, en un buen sentido.
Pao era una chica grandiosa, seguro tendría mucha gente interesada en sus cualidades, e incluso con todos mis defectos le agradaba. Quizás para ella estar conmigo no sonaba tan descabellado. Sí, sabía que era una mala idea, posiblemente después se hartaría de mí y me dolería más su partida, pero estaba demasiado contento con la sola idea para amargarme.
Es decir, ni siquiera cuando tenía diecisiete años y destilaba confianza para juguetear con las chicas en la preparatoria me hubiera atrevido a acercarme a una como Pao. No me refería a que llegando a una habitación robaría la atención de los presentes, tímida buscaría alejarse del centro de atención, pero te bastaría con verla una vez a detalle para no quitártela de la cabeza. Honestamente me avergonzaba ser tan transparente con ella, pero últimamente ni siquiera era capaz de controlarlo.
Esa tarde bastó con que lanzara un saludo para que me olvidara de lo que estaba haciendo. Carraspeé, recordándome que no debía ser tan intenso ante la simple pregunta de cómo va tu día.
—Bien, bastante bien. Bueno, lo normal. En términos generales me fue bien —concluí al notar que estaba desvariando. Ella rio pensando que bromeaba. Mejor así—. ¿A ti? ¿Ya te enseñaron cómo exorcizar al gato de Alba?
—Eso es un tema para una especialidad, Emiliano —mencionó divertida—, pero las clases estuvieron mejor de lo que esperé —admitió distraída en acariciar a Lila que saltaba como si acabaran de darle un premio.
Asentí alegrándome por ese detalle. Quise hablar, pero la llegada de un cliente me robó la iniciativa. De todos modos, no sabía qué decir. Solía charlar sobre cosas estúpidas, sin embargo, esa tarde Pao no lucía tan entusiasmada como costumbre. Tal vez estaba cruzando la línea. Me resultaba fácil pasar de agradable a asfixiante.
Pronto descubrí que era su celular quien le estaba robando su atención. Un minuto lejos de la pantalla que debía parecer eterno antes de volver a buscar respuestas. Raro teniendo en cuenta que Pao nunca fue dependiente de ese aparato. Muchas veces, mientras estudiaba los modelos que reparaba, decía que no les hallaba mucha gracia.
Lo que le interesaba estaba dentro de él. Siendo de naturaleza curiosa no pude quedarme con las dudas, así que aproveché para resolverlas cuando la concurrencia bajó.
—¿No quieres comer algo? —pregunté provocando pegara un pequeño respingo por la sorpresa. Pareció darse cuenta por primera vez de la hora.
Ella asintió un centenar de veces, alarmada por el retraso, antes de buscar en su mochila el táper. Con la cabeza en las nubes buscó una silla al fondo para arrastrarla al escritorio que limpié para usarlo de mesa. Sonreí siguiendo su recorrido distraída. Lila la acompañó, quizás esperando le compartiera de su almuerzo aunque acabara de comer por décima vez.
—Algo te preocupa —mencioné tomándola de la mano cuando pasó a mi lado. Eso la hizo despertar de golpe, clavó sus ojos miel en nuestra unión antes de ascender despacio hasta encontrarse con los míos. Quizás buscaba respuestas, como si me preguntara si se había perdido de algo—. ¿Quieres contármelo?
—Estoy bien, no pasa nada —respondí restándole importancia cuando la solté. Sonrió para que no me angustiara, pero no me rendí tan fácil. Mantuve la mirada en ella mientras se acomodaba frente a mí—. Lo digo en serio —repitió divertida.
—Hagamos un trato —propuse sorprendiéndola. Alzó una ceja, pero sus ojos revelaron que había logrado capturar la atención—. Si este lápiz me apunta a mí me dirás qué te sucede, si queda hacia cualquier otro lado lo olvidaré —expuse tomando uno de mi cajón.
Ella pintó un mohín en sus labios rosas, pensándolo. Lila ladró contenta.
—Ella me apoya.
—Trato —respondió siguiéndome el juego.
Giré con mis dedos el instrumento que dio vueltas sobre la madera. Ambos permanecimos atentos al resultado, mi confianza desapareció cuando noté que al disminuir la velocidad no se acercaba al punto exacto, así que antes de que se quedara quieto hacia la otra esquina coloqué mi dedo frenándolo.
—Gané.
—Eso fue trampa —me acusó divertida.
—Lo sé. ¿Entonces me lo dirás? —cambié de tema haciéndola reír.
—Se trata de una tontería —comenzó.
—También lo que acabo de hacer. Estaremos a mano —resolví con una sonrisa.
—No es nada malo —adelantó, rindiéndose—, todo lo contrario.
—Genial.
—Pero tampoco bueno —se corrigió al reflexionarlo.
—Qué mal —respondí con pesar. Ella soltó una risa al verme cambiar de opinión en un abrir y cerrar de ojos.
—Estoy segura que no lo recuerdes... —comenzó tímida—, pero hace unos días te hablé sobre un libro que escribió una autora que seguía desde que inició hace unos años. A veces me contesta los mensajes. Está entre mis favoritos.
—¿En el que el chico se le declara en un globo aerostático? —dudé, haciendo memoria. Pao hablaba de muchos libros y a mí me costaba un poco ordenarlos en mi cabeza. Ella alzó la mirada sorprendida, me miró con sus ojos claros, y tuve la impresión que algo estaba mal.
—Sí, es justo ese —respondió agitando su cabeza, pasó uno de sus mechones tras su oreja sin mirarme—. Bueno, hace meses anunciaron una adaptación al cine.
—Esa es una buena noticia, ¿no? —me aseguré para no equivocarme. Ella escondió una sonrisa.
—Bueno, aún no la veo para dar una opinión, pero en general es una buena noticia —respondió optimista—. Estoy muy emocionada porque he seguido todo el proceso, la elección del casting, los detrás de cámaras, entrevistas. Además, va a participar una de mis actrices favoritas —contó ilusionada. Sonreí escuchándola.
—No puedes perdértela —declaré.
—La estrenan esta semana —añadió a la par de un suspiro—. De hecho, van a realizar un evento aquí en México, con parte del elenco —reveló mordiendo su labio.
—Eso es...
—El problema es que será para la prensa en la Ciudad de México —cortó mis palabras, aclarándolo.
—¿Qué tienen en contra de la carne asada? —protesté haciéndola sonreír. Ella se encogió de hombros.
Me sentí un poco mal porque no pudiera sumarse, sobre todo cuando se notaba lo emocionada que estaba. De pronto se me ocurrió la idea de invitarla a verla juntos. Es decir, no me gustaba ir al cine, porque de accesibilidad tenían lo que yo de modelo, tampoco era fanático de las películas románticas y dudaba mi compañía se comparara con ese evento, pero al menos se distraería un rato. Podría escuchar su análisis posterior sin una sola queja. Quise decírselo, pero ella habló ocupada en sus pensamientos.
—Y estaba resignada a no formar parte, pero hoy en la mañana una página que sigo lanzó un concurso a sus seguidores, regalarán cinco boletos dobles para el evento, incluso con la posibilidad de hacer una pregunta —me contó reprimiendo su euforia.
—¿A cuántos tenemos que matar? —pregunté interesado.
—A ninguno, al menos reales. Ganarán los cinco mejores relatos que envíen a su correo, todos con temática del libro...
—¡Entonces ya lo tienes! —celebré porque era su día de suerte. Ella no pareció tan convencida—. Pao, es tu especialidad, seguro te escogen.
—No lo creo, participará mucha gente talentosa —mencionó. Quise debatir, pero ella se me adelantó exponiendo un detalle importante—. Ahora, digamos que por cosas del destino me cuelo entre los cinco, no serviría de nada. Mis padres jamás me dejarían ir a la capital solo para ver una película.
—Dijiste que es de tus libros favoritos —argumenté.
—Sí...
—Eso lo vuelve especial —concluí.
—Lo sé —aceptó—, pero no es de vida y muerte. No me malinterpretes, son los mejores padres del mundo, pero no son fanáticos de las aventuras. Para ellos tomar una avión para una noche es una locura.
—Eso es lo mejor, ¿no? —dije con una sonrisa—. Si no haces locuras ahora, ¿cuándo?
—Suena bien, pero tampoco tengo dinero para comprar un boleto de avión. Necesitaría ahorrar, eso lleva tiempo. Es decir, hay tres puntos en contra: ni el boleto, ni la entrada, ni la aprobación de mis padres. Nada. En realidad, no pretendo que cambie —aclaró—, es solo un sueño que está robándome más tiempo del necesario. Discúlpame por preocuparte —admitió recuperando el buen humor. Abrió su recipiente para ofrecerme uno de eso rollos de queso que preparó—. ¿Quieres uno? —me ofreció.
Reflexioné en silencio.
—Yo lo pagaré —resolví con simpleza. Su cara fue un poema.
—¿Qué?
—El boleto de avión, yo lo pagaré —repetí.
—Emiliano, no...
—Tengo un poco dinero ahorrado que pensaba gastar en un nuevo celular, pero aún funciona bien, con que prenda es suficiente. Esto es mucho más importante —declaré. Tuve la impresión que protestaría, pero una nueva idea le ganó la batalla—: Con eso podríamos pagar los boletos de ida y vuelta, y si sobra usarlo para pasear por ahí, seguro que existen un montón de lugares que visitar en la capital...
—Espera un momento. ¿Boletos? —titubeó.
—¿No te molestará? Estaba pensando que no me haría mal salir de la ciudad, nunca lo he hecho —confesé entusiasmado, poniendo a trabajar mi imaginación. Invitándome yo solo a la fiesta. Los colados somos lo máximo—. Podríamos pasarla bien juntos, como un fin de semana de vacaciones.
—¿Fin de semana? —se alarmó, palideciendo—. ¿Y que el lunes sea mi funeral? —cuestionó horrorizada por mi calma.
—Bien, podríamos irnos por la tarde y volver a la mañana, como si fuéramos grandes ejecutivos —lancé contento otra posibilidad. Nos separaban menos de dos horas. Ella apretó sus labios, sin estar convencida—. También podría hablar con ellos si quieres... —propuse.
—¡No! —gritó tan fuerte que pensé explotaría. Todo quedó en silencio. Reí sin poder evitarlo cuando se sonrojó. Quedó bien claro—. Es decir, no creo que sea una buena idea. Mis padres jamás aprobarían viajara a la capital sola, mucho menos contigo —mencionó honesta. Auch.
—¿No les agrado? —dudé, sin saber cuál de todos los crímenes me conocían.
—No me malinterpretes, no tienen nada contra ti, pero... —Mordió el interior de su mejilla, pasó su mano por su brazo—. Es complicado —escupió antes de buscar un trozo de su comida para entretenerse. Sonreí ante su dilema. Sí, me hice algunas suposiciones. Primero, soy un chico. Segundo, tal vez creían que le daría problemas, pero se sorprenderían lo bien que podía hacer las cosas cuando me proponía alcanzarlas.
—Entonces deberías hablar con ellos, seguro te entienden, Pao —la animé porque hablando se entiende la gente, y siempre está la alternativa del bate. Si yo tuviera una hija como Pao, gracias a Dios no compartíamos una gota de sangre, confiaría en ella. Era una chica racional.
—No lo harán, son muy sobreprotectores —aseguró sin una pizca de duda. Yo no conocía esa palabra—. Bueno, de todas maneras no sé por qué estamos hablando de algo que no pasará, para empezar ni si quiera tengo los boletos —recordó usando su cabeza.
—Tienes el talento para ganarlos —pronostiqué, conociéndola. Ella frunció su boca, dudando. Ambos pensamos en una conclusión—. Escucha, hagamos esto... —comencé—. Tú manda el escrito, si no ganas no sucederá nada, solo nos echaremos unas canciones de José Alfredo Jiménez ahogándonos en agua de horchata —mencioné un panorama—. Pero si logras hacerte de un lugar por tus méritos, yo me encargaré del resto —prometí—. Tú no te preocupes.
—Emiliano... Esto es una locura —me acusó escondiendo una sonrisa, con esas cosquillas que las dudas despiertan. Lo sabía, mejor que nadie sabía reconocer una.
—Lo sé, pero las grandes historias están hechas de pequeñas locuras —argumenté. Ella alzó una ceja, sí hasta salió poético—. Todos necesitamos un poco de adrenalina, tomar un avión, vivir un sueño loco. Viste una oportunidad, si quieres tomarla, yo puedo ayudarte.
—Puedo perder.
—Estoy seguro que ganarás —declaré convencido. Pao estudió mi determinación.
—Voy a terminar creyéndote.
—Créelo, Pao —repetí a la par de una sonrisa. Necesitaba darse cuenta de lo mucho que podía lograr—. Hagamos una apuesta. Haré lo que quieras si pierdes, pero si ganas conocerás a tu actriz favorita —dicté las condiciones. Ella mordió su labio pensándolo, en un mohín que me hizo sonreír.
—Está bien. Es un trato —mencionó al final con una sonrisa traviesa—. De todos modos, estoy segura que no ganaré —dijo, encogiéndose de hombros.
Sonreí ante sus dudas que contrastaban con mi seguridad. Apostaba por Pao con los ojos cerrados. Sabía que hacerlo era un error, porque mientras más fe ciega deposites en alguien peor será la desilusión, pero mientras contemplaba sus gestos frente a su celular, borrando y corrigiendo las líneas, decidí correr los riesgos. Hay personas por las que vale la pena apostar todo, aunque después te regresen solo las piezas. Y esa tarde comprobé que acerté en mi decisión, cuando unos minutos antes de marcharse su sonrisa nerviosa me invitó a leer su borrador.
Alcé la mirada ante la pantalla de su celular antes de tomarlo entre mis dedos. Nunca me gustó leer, para ser honesto terminaba durmiéndome en el tercer párrafo, pero Pao era la excepción. No sabía si era a causa de su talento o al cariño que le tenía que todo lo que hacía me parecía lo mejor del mundo. Supongo que una mezcla de ambos. Mis ojos devoraron las líneas, y aunque hubo algunos detalles que no entendí, su narrativa me envolvió, impidiéndome dejarlo a medio terminar. Me sumergí en sus palabras, en las emociones que desprendían sus personajes, en lo que escondía entre párrafos.
—¿Qué opinas? —dudó, mordiendo de forma adorable su meñique cuando lo dejé sobre la mesa, sin hacer ningún comentario. Pensé en una respuesta acertada.
—Que debemos sacarnos una fotografía cuando visitemos el Bosque de Chapultepec.
—Emiliano... —murmuró, creyendo bromeaba.
—Lo digo muy en serio. Pao, no hay manera en que no ganes con este relato —insistí convencido—. En verdad, tienes mucho talento. Si yo tan siquiera una décima parte no dejaría de alardear. Escucha, gozas de algo especial, Pao —defendí. Ella se ruborizó—. La gente puede verlo, yo que soy más ciego que nada lo hago. Solo debes intentarlo —la animé—, si confiaras un poco más en ti quién sabe dónde estarías. Quizás hasta serías millonaria y sacarías a tu fiel admirador de la pobreza —bromeé para no perder la costumbre.
—Eres muy dulce, Emiliano —opinó.
—Cuando publiques tu primer libro tienes que prometer que te acordarás de mí —le pedí—, aunque sea para vender botellas de agua en la presentación, Pao. No te he contado, pero soy buenazo barriendo, sobre todos los papelitos que riegan en los eventos —remarqué. Ella ladeó su rostro.
—No me veo publicando un libro si tú no estás en primera fila —confesó, sorprendiéndome por su comentario.
—¿Necesitas un intermedio cómico? —lancé divertido. Ella afiló su mirada, yo preferí centrarme en la mesa—. ¿Sabes una cosa? —me atreví a soltarlo, sin darle tantas vueltas—. Me pasa algo similar.
—¿Me quieres en la presentación de tu libro? —respondió juguetona.
—No estaría mal, pero ahí tú eres la estrella —admití. Ella me agradeció con una sonrisa—. A menos que sea sobre cómo hacerte rico en base a tus clientes que olvidan su contraseña —dije recordando lo mucho que ayudaban los distraídos—. Me refería a que últimamente apareces en muchos de mis pensamientos a futuro y no me veo haciéndolos si no estás. Es raro —mencioné riéndome de mi propia confesión.
Aunque por la manera en que me miró supuse no le daba gracia. Fue apenas un instante en que nuestros ojos coincidieron, antes de que el escándalo en el exterior nos despertara. La confusión nos inundó a los dos. Sin comprender quién podría estar gritando a esa hora Pao se levantó para curiosear, pero yo me adelanté antes de que se asomara al cristal.
—Deben ser mis vecinos, suelen discutir cuando tienen un bautizo.
—¿Bautizo un miércoles a las dos?
—Están festejándolo desde hace más de cincuenta años —respondí, encogiéndome de hombros. El sonido de un claxon la hizo pegar un respingo—. Tranquila, esto es de todoooos los días —le resté importancia—. Se pegan unas buenas borracheras que terminan como pavo navideño —me burlé de las graciosas anécdotas que nos habían regalado al barrio.
Pao asintió creyendo en mis palabras.
—De todos modos iré a dar un vistazo para no perderme de lo mejor —inventé—. Tú solo quédate aquí —pedí con una sonrisa porque aunque solían ser inofensivos, con unas copas de más algunos pierden el juicio y no quería que nada malo le sucediera—. Te la encargo, Lila —le dije aunque por la manera en que la persiguió supuse le daría más líos que tranquilidad.
Empujé mi silla hasta la puerta, al salir me topé con un sol brillante, contrastante con el sentimiento que me inundó cuando vi lo que sucedió. Todas mis teorías se fueron al caño al notar el taxi estacionado, a unos pasos de casa, con la puerta abierta ante la lucha de un hombre por retener a una mujer. Para mi desgracia, no solo era una escena incómoda por sí sola, sino que un vistazo reconocí de quién se trataba.
Laura intentó entrar al vehículo, pero su novio la sostuvo con fuerza, impidiéndole marcharse.
—Tenemos que hablar —le pidió él ante su rechazo, aunque sonó más como una orden.
—¡Te dije que no! —repitió en voz alta—. Por favor, déjame en paz —le rogó cansada, como si hubiera repetido esa frase cientos de veces. No parecía ser suficiente, cuando alguien no quiere escuchar ni un millón de veces.
—No lo haré hasta que hablemos. Vamos, Laura, dame una oportunidad. Una sola para explicarte que pasó —insistió sin dar su brazo a torcer, literalmente.
—Suéltame —le exigió cuando él la tomó con fuerza para que no se alejara—. Por favor, ya no quiero seguir con todo esto. ¿En qué idioma debo decírtelo? —dictó con la voz entrecortada, presa de la impotencia.
—Laura, escúchame —le exigió obligándole a mirarla a los ojos. La sacudida esta vez fue más violenta, entonces me fue imposible quedarme callado.
—Debería escucharla usted primero —hablé en voz alta, despertándolos.
No quería hacerme el héroe, pero alguien tenía que decirle que estaba mal para que dejara de hacerlo. Él lo sabía, no se trataba de ningún tonto, se hacía que era diferente, porque enseguida la soltó dando un paso atrás. Carraspeó incómodo ante mi juicio. Laura bajó la mirada avergonzada. Dudó un instante antes de contestarle al conductor que sí subiría. Su novio la miró en silencio, en una callada advertencia que gritaba tenían temas pendientes. Por suerte, después de un titubeo decidió no escucharlo. Me dio una última mirada, percibí en ella una emoción que me fue imposible leer, antes de subir para desaparecer deseosa de plantear distancia.
El hombre tensó la mandíbula cuando el portazo le reveló el final. Se fue, perdió. Respiró hondo al ver el automóvil ponerse en marcha. Tuve la impresión que deseó traerla de vuelta con la mirada, pero no funcionó. Que su plan se arruinara lo puso de mal humor, fue fácil percibirlo cuando me dio la cara.
—Con todo respeto, amigo, no deberías intervenir en líos ajenos —mencionó intentado sonar diplomático. Parecía esa clase de personas que se esforzaba por agradar al resto hasta que su verdadera personalidad no soportaba la presión y salía a flote.
—¿Usted lo conoce? —fingí sorpresa provocándole una falsa sonrisa—. Genial. Entonces, con todo respeto, cuando le digan que no, entienda que es no.
El chiste no fue de su agrado, no esperaba lo fuera.
—Estos líos son entre Laura y yo —remarcó—. No sabes de qué van, así que guarda tus consejos.
—Y pasan a ser míos cuando le grita en frente de mi acera —argumenté para que dejara de justificar que podía tratarla como lo hacía solo porque era su pareja. Supongo que él percibió mi genuino enfado porque cambió de estrategia junto a su expresión.
—¿Eso es lo único que te molesta? —tiró directo—. Porque es la segunda vez que quieres hacerte el héroe con mi novia —añadió, escondiendo el reclamo—. Empiezo a temer por algo más.
—Su novia no necesitaría un héroe si no existiera un villano en su historia.
—¿Asumes que soy yo? —se burló de mi atrevido comentario—. ¿Conclusión propia o ella viene a contártelo cada que puede? —No contesté. El silencio le molestó, hirió su orgullo—. Lamento decírtelo, pero fingir ser su salvador no te servirá de mucho con ella.
—Bueno, a usted no le preocupa ventilarlo —contesté, encogiéndome de hombros—. Y sigue igual no le sorprenda la próxima vez tenga que hacerle la misma advertencia a un oficial —comenté chasqueando los dedos.
Eso sí llamó su atención. Sus alarmas se encendieron, pero agradecí mantuviera la distancia.
—¿Me estás amenazando?
—¿Lo ve? Cuando quiere es bueno escuchando —lo felicité con una sonrisa.
Mi respuesta lo irritó. Se acomodó el traje, tuve la impresión de que soltaría otra tontería, pero el sonido de su celular lo desconcentró. Su expresión cambió al leer lo que apareció en la pantalla, de pronto pareció tener prisa.
—Debo irme —habló para sí mismo aunque a nadie le importaba. Buscó las llaves en su traje, cuando al fin la encontró me dedicó su atención—. Un consejo, amigo —soltó con una sonrisa de autosuficiencia. No podía marcharse sin decir lo que estaba ahogándolo—. Aunque te esfuerces por impresionarla no te hará caso, no eres su tipo —opinó con cierto desdén. Entrecerré los ojos—. Puedes ser su paño de lágrimas, escucharla como su mejor amigo, pero cuando necesite un hombre es ahí donde Laura va a olvidarte. Por tu propio bien, héroe, no te ilusiones.
Chasqueé la lengua. Intenté no mostrarme afectado porque si hacía daño se anotaría una victoria. No me amedrentarían sus maliciosos comentarios que solo escondían su frustración. El imbécil se guardó el celular antes de darse la vuelta para ingresar al estacionamiento del centro de captura. Decidí regresar a la tienda para volver a ocuparme en mis cosas, no valía la pena perder el tiempo.
Sin embargo, nunca pude quedarme callado, mi lengua sufría de ese mal llamado exceso de sinceridad combinado con impulsividad. Un par que me impulsaron a soltarlo cuando pasó a mi lado, con la ventanilla abajo, seguro que me escucharía y sin importar si le gustaría. La verdad muchas veces no lo hace.
—¡Es una lástima que usted mismo reconozca que su novia necesite un hombre porque no está con uno! —le grité. Y por la manera en que me miró antes de acelerar noté que tenía razón. Era bueno escuchando cuando no le daban otra opción.
El dolor de piernas a causa de los espasmos me arruinó la noche, que por sí misma no prometía. Le mentí a mamá para no preocuparla al irme temprano a la cama. Después de terminar el autosondaje, me metí entre las sábanas junto a Lila que últimamente había adquirido la manía de dormir donde yo estuviera. Una mueca de dolor me acompañó cuando la luz de la pantalla me golpeó directo a la cara. Demoré en dar con lo que buscaba en mi celular. Lo hallé, Pao tenía una fotografía donde sonreí mientras abrazaba a Bruno. Sonreí sin saber la razón. Encontré su nombre junto a un punto verde, que indicaba estaba en línea, pero no supe si sería prudente molestarla. No había una excusa para charlar. Negué, aceptando la había molestado bastante.
—Últimamente le estoy cargando la mano —le dije a Lila que me ignoró más ocupada en frotar sus orejas contra mi camisa.
Bloqueé la pantalla y la coloqué en la cómoda para alejar las tentaciones. Acaricié su cabeza, proponiéndome dormir, pero quedó en segundo término ante el anuncio de una llamada. No lo esperaba, me estiré para alcanzarlo, preguntándome si tendríamos la misma idea. Sonreí por la coincidencia, mas no fue su imagen lo que apareció en la pantalla.
Laura. Eso me desconcertó. Ella era la última persona que pensé me llamaría, desde que le di mi número hace meses solo me había enviado un mensaje y ahora estaba ahí, sonando mientras yo me preguntaba el porqué mirando atontado la pantalla. Tardé un instante antes de contestar.
—¿Emiliano? —Fue su voz lo que comprobó era real, por un momento pensé que podría tratarse de una broma—. ¿Estás ocupado? ¿Te desperté? —insistió ante mi silencio.
—No... Es decir, creo que no —dudé, aletargado—. ¿Puedo ayudarte en algo? —pregunté extrañado porque no se me ocurría otra razón para que me llamara, a menos que se tratara de un error de dedo. A mí me pasaba.
—Todo lo contrario. En realidad, te llamaba para agradecerte por lo que hiciste por mí esta tarde... —comenzó despacio. Eso le dio sentido.
—No hice nada que no hubiera hecho otro —le resté importancia, un poco incómodo por la mención. Un suspiro atravesó la línea.
—Es raro que lo digas, porque durante todos estos años no conocí a nadie que lo hiciera —opinó para sí misma. Guardó silencio un momento—. Se que quizás no vas a creerme, pero de corazón te lo agradezco. Significó mucho para mí me ayudaras cuando peor me sentía.
—Tranquila, Laura —mencioné, enfocándome en lo importante—. Quizás deberías poner una orden de restricción o hablar con la policía si sigue molestándote —recomendé.
—Nunca he hecho algo así. No creo que me escuchen, ya sabes como son las cosas aquí —dijo a la par de un suspiro. Por desgracia, en este país la palabra justicia es una utopía—. Saber que no estoy totalmente sola me ha hecho sentir más valiente —añadió en voz baja—. Escucha, sé que últimamente me he comportado muy mal contigo —me sorprendió—, he sido egoísta, solo pensando en mí sin preocuparme por lo que realmente tú sientes, Sé que no es justificación, pero sin darme cuenta estaba proyectando todo lo que me sucedían en otras personas que no lo merecen. Sin darme cuenta me convertí de lo que huía.
—Laura, no eres como él...
—No quiero serlo, pero a veces lo olvido —se reprochó agobiada—. Quiero pedirte una disculpa si te he lastimado, eres el último que merece le hagan daño. Emiliano, has sido la única persona que me ha dado una mano desde... desde siempre —mencionó con una risa triste que estrujó mi corazón—. Gracias de verdad por intentar ayudarme sin importar que parezco no tengo remedio.
—Laura...
—Y seguro preguntarás qué le sucede a esta loca. Es solo que no quería irme a dormir sin darte las gracias. Cuando apareciste esta tarde fue lo más bonito que me ha pasado en mucho días —comentó—. De pronto pensé que quizás... Quizás sí todo mejorará. Ahora debo irme a prepararle la cena a mi hermanito —se despidió deprisa—. Lamento si te desperté.
—No pasa nada, Laura. Cuídate, a ti y a tu hermano.
—Gracias —repitió honesta, un titubeo antes de volver a hablar—. Te quiero, Emiliano.
Laura no esperó contestación. Un amargo sentimiento se coló en mi corazón. Aunque por años había soñado con oír esas palabras de su boca y despertar un poco de su cariño se convirtió en mi mayor anhelo, aquella noche descubrí que para esas palabras ya no había respuesta.
Dos días después de la noticia se llegó la fecha de los resultados. Para esa tarde tenía preparado el dinero en mi tarjeta, la página para las reservas de boletos, guía de precios, mis cosas en una mochila y el reproche de mamá que al contárselo me dijo que estaba completamente loco. Nada nuevo, a excepción de su advertencia de que cuidara a Pao. Para mi madre, la dulce chica que le ayudaba seguía siendo una niña, y aunque estaba convencido de que era perfectamente capaz de sobrevivir por su cuenta, sin necesidad de un guardaespaldas, le di mi palabra de que no permitiría nada malo le sucediera.
Aunque con la expresión horrorizada que apareció esa tarde supuse que no sería tarea sencillo.
—Siento como si estuviera a punto de cometer un crimen—. Eso fue la respuesta que lanzó cuando le pregunté si estaba lista. Un buen inicio, como me gusta.
—Vaya. Tendremos que darte varios años de condena —mencioné divertido.
—Sé que no estoy haciendo nada malo, pero es la primera que pasaré una noche fuera de casa —expuso rodeando al escritorio, la seguí con una sonrisa, admirando lo concentrada que estaba en su dilema. Lila se mareó para la segunda vuelta.
—Una rebelde sin causa —añadí fingiendo desaprobación.
—Y es una tontería —reconocí para sí misma—, pero temo equivocarme...
—Escucha, Pao —comenté notando sus dudas—. No tienes que hacerlo si no estás segura, si no te sientes cómoda no tienes que hacerme caso. Yo estoy loco, quizás te estoy presionando demasiado. No quiero que...
—Es que quiero hacerlo —declaró, frenando su recorrido—. Por mí. Siento que una de las primeras decisiones que tomaré como adulta. Y me emociona conocer un nuevo lugar, ver otra gente, cumplir algo que me hace tanta ilusión —se sinceró con un suspiro—. Estoy muy emocionada, me siento ridículamente feliz y culpable —reconoció.
—La culpa es por...
—Porque papá no lo sabe —reveló de golpe—. Mi madre me recomendó no decírselo.
—¿Se lo contaste? —pregunté—. Creo que estuvo muy bien, Pao —aseguré con una sonrisa, conociendo lo importante que era para ella el apoyo de su madre.
—Yo igual. Es decir, no podría mentirle, nunca lo ha hecho, no se lo merece. Se molestó un poco al principio —admitió—, pero después me ha dicho que confía en que todo saldrá bien. Tras el enfado parecía más contenta que yo —aceptó en complicidad—. Prometió ayudarme a calmar a papá, pero cuando no esté cerca o nunca me dejaría ir.
—Parece que te cuida mucho —comenté. Ella ladeó la cabeza, se encogió de hombros sin dar una respuesta.
—De todos modos estoy hablando a futuro, ni siquiera tengo los boletos.
—Y eso lo sabremos...
—Dieron los ganadores hace un rato, pero no encontré el valor para revisarlos —susurró, riéndose de ella misma.
—No entiendo cómo puedes aguantar, yo no podría soportar más de un minuto sin revisarlo —admití divertido.
—¿Podrías hacerlo por mí? —lanzó, insegura. Alcé una ceja, dudando—. Por favor, solo dime si mi nombre aparece en la lista —pidió un inocente favor. Sonreí ante su conflicto.
—Está bien —acepté sin problemas, no tenía muchas dificultades.
—Aunque sea un no, dímelo. Directo, sin intentar endulzarlo —declaró con firmeza.
Asentí aceptando sus condiciones. Ella me cedió su celular, pero preferí revisarlo en el mío, para no hurgar entre sus cosas. Ansiosa se apartó para no ver. Reí ante su infantil lucha, mientras buscaba la cuenta. Sentí su intensa mirada sobre mí a la par que revisaba la última publicación, subida hace unos minutos, donde se etiquetaban a los cinco ganadores. Pasé la vista de uno en uno.
—Vaya... —murmuré. Alcé la mirada encontrando sus ojos expectantes—. Tú me pediste que fuera brutalmente honesto.
—Emiliano...
—No es algo que me guste hacer, pero...
—Emiliano, ya, solo dime lo que dice —cortó impaciente con el alma en un hilo.
Una brillante sonrisa se me escapó.
—Creo que tu padre te echará de menos porque esta noche estarás en la capital —celebré emprendiendo nuestra nueva aventura.
Nos vamos a la capital con unos capítulos que me encantan ❤.
¿Qué creen que suceda en los próximos? ¿Les gustó este capítulo?
Por último, quiero invitarlos a seguirme en este perfil @JanePrince394 para más noticias de las actualizaciones, en el grupo donde los miembros maravillosos comparten memes o en instagram para más ediciones de los personajes ❤.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top