Capítulo 16

Cuando era joven bebía con frecuencia, en compañía de papá en las visitas al autódromo, escapadas de la preparatoria o cualquier fiesta. No le tenía miedo al alcohol, todo lo contrario. Sin embargo, después del accidente nunca me permití cruzar la línea de estar consciente o no. Los borrachos son una mierda, desperdician su vida y arruinar la tuya a su paso. Jamás consideré el alcohol como una solución para acabar con mis problemas. ¿Quién convierte en su salvador al causante de sus penas?

Supongo que esa fue una de las razones por la que se pegó duro. «Eso, junto al alto grado de alcohol», reconocí revisando la etiqueta. A eso si le ponían un poco más servía para desinfectar heridas. No sé qué resultaba tan gracioso, pero brindé dando por hecho que estaba contento. «Otro error a la lista, a este paso voy directo al Récord Guinness». Y supe que sumaría otros más cuando observé a una chica aproximarse a la mesa. Ese era mi noche de suerte, claro que faltó aclarar si buena o mala.

—Toda una maestra de baile. —Chiflé cuando terminó de despedirse del idiota de piropos básicos que la acompañaba—. ¡Eso, mi Paooooo! —celebré llamando la atención de varias personas a nuestro alrededor.

—¿Emiliano? —dudó, abriendo sus ojos. Aceleró sus pasos para ocupar un lugar a mi lado. «Quizás me cambié la cara», reconsideré pasando los dedos por mi rostro. Reí ante mi teoría. No me pondría la misma después de gastar tanto.

—Diez de diez. El baile. Tú también, pero me refería al baile —aclaré divertido—. Lástima que tu maestro no fuera tan bueno, parecía mi profesor de secundaria cuando nos enseñó el vals de la graduación —mencioné, carcajeándome. Daba la impresión que le importaba más lucirse él que hacerla brillar a ella, primer error.

—¿Tú te bebiste esto? —ignoró mi parloteo, arrebatándome mi copa. Olfateó el contenido arrugando su pequeña nariz. Me sentí culpable por tardarme tanto en darme cuenta de ese detalle—. ¿Te sientes mal? —se alarmó conociendo que nunca me pasaba de la raya. La respuesta la sepulté, lejos de donde ella pudiera alcanzarla.

—No, qué va. Me siento mejor que nunca. Mejor que nunca —repetí—. Eso merece otro brindis —celebré. Pao frenó mi intento de llevármela a los labios, tomándome del brazo. Clavé mis ojos en sus dedos—. ¿Sabes una cosa? Cuando me quedé en silla de ruedas me dije: olvídate de las mujeres, hermano, de ahora en adelante la única mujer que va a tocarte será la enfermera —bromeé con torpeza. Ella me soltó enseguida.

—Emiliano.

—Entonces apareciste tú. No es un consuelo —aclaré—. Tú nunca podrías serlo. Ni siquiera en mi mejor momento podía aspirar a una chica como tú. Ya sabes a lo que me refiero —añadí para mí, jugueteando con la copa. La mitad terminó en la mesa. Volví a reírme.

—¿Una chica como yo? —murmuró, sin comprender. Sonreí por su expresión antes de darle un trago que cada vez pesaba menos. Hice una mueca—. Emiliano... —me recordó que seguíamos ahí.

—¿Son cosas mías o hoy estás más guapa que nunca? —lancé atrevido, sin usar la cabeza. Ella evadió mi mirada.

—Estás borracho —me echó en cara.

—¿Por decir la verdad? —dudé. No sabía qué era peor, ser un mentiroso sin problemas o un honesto conflictivo—. Además, no lo estoy. Un par no se me suben tan rápido, con unos años menos podía beber como Tía Rosy, a ese nivel.

—¿Te felicito? —me reclamó molesta, frunciendo las cejas. Mi sonrisa la hizo rabiar, no me estaba burlando, solo que se veía adorable intentando ser la chica mala.

—No —admití divertido—. Cualquiera puede emborracharse, mejor felicítame por estar sentado a la mujer más bonita de todo el lugar —comenté. Pao negó desaprobándolo mi actitud. Clavó sus ojos en los míos, desafiándome—. Enfádate conmigo, te ves linda así también.

Pao endureció sus acciones, pero la risa que escapó de sus labios reveló que había perdido la batalla. Terminé imitándola, encantado por ese sonido.

—Estás loco —me acusó derrotada, cubriéndose la cara.

—Si sigues sonriendo de esa manera no faltará mucho —solté para mí robándole otra que intentó esconder. Intentó huir de mi mirada, pero esta vez no dejé que escapara. La busqué, disfrutando de sus nervios hasta que sus ojos se encontraron con los míos. Sonreímos—. Sí, definitivamente es fácil perder la cabeza.

—¿Estás coqueteando conmigo?

—Pao, yo soy un chico bueno por ti —aseguré levantando los brazos, declarando mi inocencia. Ella ladeó la cabeza frunciendo sus labios—. Escucha, no me parezco a esos tipos que lees, pero seguro puedo hacer algo mejor que ellos. Por ejemplo, el ridículo.

—Ya haces algo mejor... Tú sí existes.

—Vaya, al menos saber dónde está la puerta de salida cuando nací sirvió de algo —apunté divertido por el halago. Pao quiso corregirlo pensando me ofendió, todo lo contrario—. Deberíamos celebrar.

—Emiliano, a este paso vas a terminar festejando hasta que el sol sale —protestó. Alcé mi brazo cuando noté sus deseos de arrebatármela, en nuestra lucha quedé a unos centímetros su rostro. Su cuerpo se tensó ante mi abrupta cercanía—. Ya no bebas más, por favor —me pidió con la voz temblorosa.

—¿Te preocupas por mí? —Pao asintió despacio, dejé de lado la botella concentrándome en ella. Por la manera en que sus mejillas se sonrojaron entendí que no lo esperó, pero no había vuelta atrás—. ¿Sabes que nunca puedo decirte que no? No sé cómo lo logras, pero siempre me convences, con el refugio, Lila o la fiesta —enumeré—. Tienes una especie de hechizo del que me cuesta mucho resistirme.

Pao colocó sus manos en mi pecho cuando me acerqué más porque aunque disfrutaba de su dulce perfume, una mezcla de flores que encajaba a la perfección con su personalidad, mi corazón necesitaba más.

—¿Vas a decirme tu secreto? —curioseé. Sus ojos miel me estudiaron sin pestañear, le dediqué una sonrisa para que se relajara, Pao dudó un poco, pero al final sus manos disminuyeron su fuerza, dejando caer su barrera de seguridad.

—Emiliano... —nos advirtió en un susurro, pero cerró los ojos cuando rocé mi nariz con la suya. Yo hice lo mismo disfrutando del ritmo de su respiración, casi podía escuchar los latidos agitados de su corazón o quizás era el mío que inició una revolución.

Sabía que estaba mal, pero a quién le importan los conceptos o cómo habíamos llegado hasta ahí. Sin embargo, incluso así mi cabeza me recordó un detalle importante, el mismo por el cual nunca me había atrevido a dar ese paso. Me sentí un imbécil al separarme un poco, quizás fue el juicio quien me echó atrás cuando mis labios me halaron a su boca.

—No te besaré —la tranquilicé en un chispazo de cordura. Ella abrió los ojos sin comprender a qué jugaba—. Tu primer beso tiene que ser especial, como en esos libros que tanto te gustan. Y con alguien sobrio, que sienta que va a escupir el corazón al tenerte cerca —mencioné. Yo en ese momento solo tenía una característica. No era justo que aquel momento que había aguardado se arruinara por mi culpa. Pao pareció recordarlo también—. Pero no cometeré ningún crimen si te veo, ¿no? Vamos, déjame mirarte hasta que sea imposible sacarte de mi mente.

—Mañana te vas a arrepentir de todas las cosas que me estás diciendo ahora, Emiliano —comentó como la voz de la razón. Reí, aceptando que tenía un punto.

—Posiblemente. Soy un cobarde para decírtelas, mi Pao, siempre estoy demasiado...

—¿Mi Pao? —repitió incrédula, reparando en ese detalle.

—Se vale soñar, ¿no? No creas que lo digo como propiedad. Es solo que piensa que hay miles de Paulas en todo el mundo, pero solo una me importa a mí... Sonó algo estúpido —admití divertido al reflexionarlo—. Creo que me estoy inspirando demasiado —me reí de mi comportamiento, pero Pao me regaló una tierna sonrisa.

—No, no, sonó lindo. Me gusta —aceptó. Mis ojos se encontraron con los suyos que brillaban a causa de las luces que se mezclaban en el lugar. Esta vez fue yo el que decidí no seguir tentando a mi suerte reconociendo esa sonrisa.

—Ojalá las cosas fueran distintas, Pao —confesé para mí mismo. Pasé mis dedos por mi cabello oscuro. La frustración alquiló una habitación para burlarse en primera fila.  Si no fuera tan cobarde no tendría que reprimir todo lo que estaba en mi interior. Esa amarga sensación volvió como un viejo enemigo a recordarme un consejo, abrió la herida, esa que nunca terminó de cicatrizar—. Maldita sea, ella tenía razón, siempre habrá algo mal —escupí en voz baja.

—¿Ella?

Pegué un respingo al notar me había escuchado. La curiosidad invadió sus pupilas, pero nunca lograría sacármelo. Era esa clase de secretos que uno se lleva a la tumba por su propio bien. Uno entierra sus errores lejos de testigos.

—Pero tú eres mil veces. Tú eres mil veces mejor que cualquier persona —me sinceré. Me impulsé un poco para dejar un beso en su hombro. Pao no apartó su mirada cuando volví a alzarla, tenía esa expresión tierna que me embobaba—. Por eso me traes como un idiota —escupí robándole una risa. Le regalé a cambio una media sonrisa.

—¿Idiota? —repitió. Mis dedos acomodaron despacio un mechón de los que caía por su rostro angelical. Las respuestas sobraron—. Estás otra vez coqueteándome conmigo —me advirtió con una sonrisa. No negué la acusación.

—¿Te molesta? —pregunté directo, para saber si no me estaba excediendo. Si ella decía que sí me apartaría sin preguntar, aceptando que me había dejado llevar.

Sin embargo, Pao me sorprendió negando despacio, sin una pizca de duda. No. No le molestaba. ¡No se trataba de un simulacro! Quizás estaba mal, pero si ella deseaba  condenarse conmigo no seguiría resistiéndome.

—Tía Rosy parece que tuvo razón al final...

—Razón...

—Sabes volver loco a un hombre sin que se dé cuenta —revelé.

A estas alturas del partido ella podía hacer conmigo lo que quisiera, lo entendió sin palabras. Clavé mi mirada en su labio inferior que mordió insegura, dudando sobre si sería correcto. Me alegró que ignorara el no. Sonreí al ser testigo de esa ternura que se mezclaba con la valentía cuando acortó la distancia entre los dos. Resistí mis deseos de acariciar sus mejillas sonrojadas temiendo asustarla. Daba igual si mañana me arrepentía, aquella noche solo me importaba vivir.

Cerré los ojos imaginando el sabor de sus labios, respuesta que no llegó porque un grito la sobresaltó. Fue tan el respingo que pegó que casi se cayó del sofá. Agradecí mis reflejos cuando alcancé a darle la mano halándola con fuerza para que no terminara en el suelo. Me hubiera reído con ganas de no ser porque fui el protagonista del fiasco.

—¡Muchachones! —volvió a gritar Tía Rosy. La reconocí acercándose mientras ella recuperaba la respiración—. Con que aquí andaban... —Ninguno contestó, Pao se acomodó discretamente el cabello que se despeinó en el tirón—. ¿Por qué tan nerviositos? ¿Qué andaban haciendo que se ven sospechosos? —curioseó juguetona alzando sus cejas.

Su mirada nos acorraló, Pao retrocedió hasta que su espalda chocó con mi pecho. Otro respingo que contrastó con mi sonrisa.

—Nada, nada, no estábamos haciendo nada —aclaró deprisa con el rostro rojo de la vergüenza. Sonreí ante su reacción que levantó más dudas, aunque pronto mi cínica alegría se esfumó al percatarme que Tía Rosy no estaba sola.

Pao se horrorizó al notarlo, como si nos hubieran atrapado escondiendo un cuerpo. Buscó ayuda en mi mirada, pero al girarse se dio cuenta que estábamos tan cerca que podía rozar su rostro con el mío. Dejó el asiento de un salto.

—Oh, Laura, sí viniste —comenzó torpe. Cerré los ojos pensando que hace un rato debí golpearme más fuerte contra la mesa hasta quedar inconsciente. Laura nos estudió a los dos con su intensa mirada verde.

—Los andaban buscando, niños —nos explicó Tía Rosy ocupando un lugar frente a nosotros, una simple justificación hasta que encontró algo más interesante—. Mi mero mole —comentó al descubrir la botella—. Con razón andaban tan contentos.

—Sí, sí, al final me animé. Espero no haber interrumpido —lanzó Laura mientras Tía Rosy se servía. Eso debió ser sarcasmo, pero me mordí la lengua para no ser grosero—. ¿Crees que podríamos hablar un minuto, Emiliano? —preguntó regresando su atención a nosotros.

—Sí, será mejor. Yo voy a buscar a los otros —improvisó Pao, en una excusa para huir.

Ni siquiera me dio tiempo de detenerla, no me quedó de otra que seguirla con la mirada hasta que se perdió en la gente que bailaba eufórica. En verdad deseaba estar con ella, admití cuando su vacío se instaló. 

—¿Interrumpí una declaración de amor? —cuestionó Laura sin pelos en la lengua tomando asiento. Fruncí las cejas ante su tono que sonaba a reclamo. Tía Rosy pasó la mirada de un lado a otro, entretenida en el chisme, parecía retener el impulso de pedir botana.

—Últimamente estás muy curiosa con lo que hago con Pao, ¿no? —dudé. Laura calló, miró a otra dirección ante mi respuesta—. ¿Qué tengo aquí? ¿Una rival? —me burlé. El chiste fuera de lugar despertó sus alarmas.

—¿Estás borracho? —me preguntó extrañada, percibiendo que jamás sería tan directo sobrio.

—Eso dice Pao, aunque puede ser una de sus historia. Ella inventa cuentos, literalmente.

—Pensé que no te gustaba beber —murmuró.

—No al grado de ser un borracho —confesé para mí. Sentí su mirada, pero continué en mi mundo. Yo no cometería los mismos errores—. ¿Sabes que muchos borrachos matan a decenas de personas inocentes al año?

Laura me miró en silencio sin entender mi comentario.

—Me lo contó Fernando —le platiqué. Quise dar otro trago, pero recordé a Pao y decidí dejarlo—. Era mi compañero cuando fui a terapia. A él le atropelló uno el día de las madres, cuando regresaba de la universidad, tuvieron que amputarle una pierna.

Apreté mis labios, molesto con las injusticias de la vida. El idiota que lo hizo continuó la suya después de escapar como un maldito cobarde, dejando a un montón de gente destrozada a su paso.

—¿Fue un borracho el que te hizo esto? —me cuestionó cuidadosa, temiendo lastimarme.

—Fue mi padre. Ojalá fuera alguien más, así podría odiarlo —me sinceré en un arranque de honestidad, sin filtros—. Fernando lo hacía y creo que era mejor, sabía a dónde dirigir su rabia. Podía mirarse al espejo y culpar a otro de arruinar su vida. Cuando es alguien que amas, o tú mismo, debes vivir todo en silencio —admití con la mirada perdida.

Yo, en cambio, era tan estúpido que ni siquiera estaba molesto con él por el accidente, sino porque nunca regresó. A veces, en silencio, rezaba porque lo hiciera.

—Dios mío... No lo sabía —reveló apenada.

—No te preocupes, no lo ando contando —le resté importancia. Ni siquiera tenía planes de hacerlo esa noche, el alcohol y la nostalgia me traicionó.

—Vine a hablar contigo, pero creo que no estás en condiciones de charlar.

—Puedo escuchar. Pao dijo que los amigos oyen los líos del otro, tiene razón. Sigue en pie lo que te dije esa tarde, somos amigos —repetí agitando mi cabeza, centrándome en el presente—. ¿Qué quieres contarme? ¿Problemas con tu novio? Soy todo oídos.

—¿Por qué te contaría sobre él después de saber lo que sientes? —preguntó dolida.

—Lo sentí por años y te escuché —argumenté— Soy fuerte. Hace un momento vi a Pao...

—Pao, Pao, Pao. Ni siquiera me estás escuchando —me interrumpió molesta, sin contenerse. El silencio se armó entre los dos. Nos miramos un instante hasta que yo lo rompí con una sonora carcajada.

—Se escuchó como la canción. El Pao, Pao, Pao... Ah, no, es Tao —recordé chasqueando los dedos—. Estuvimos cerca.

—Emiliano, necesito que me escuches. Tiene que ver con nosotros —mencionó perdiendo la paciencia por mis tonterías.

—¿Ya existe el pronombre nosotros? —tiré directo—. No, creo que te confundes, Laura. Repite conmigo, tú, él, ustedes, yo —enumeré—. Tú lo dijiste, no hay nosotros, nunca lo habría —repetí sus palabras. Ella cubrió su cara desesperada.

—Sé lo que dije...

—Tú, él, ustedes...

—Y también sé por qué lo dije.

—Tú, él, ustedes...

—¿Me puedes escuchar?

—Claro, repíteme lo de la última vez, así será más rápido sacarte —la animé. Su mirada me recriminó mi falta de tacto—. Lo estoy haciendo bien. Al fin lo entendí, tú, él, ustedes...

—No quiero que lo sigas haciéndolo —frenó mi discurso.

—¿Repetir los pronombres?

—Sacarme de tu cabeza —escupió de golpe. Dejé de sonreír—. Desde esa vez que hablamos... Emiliano, no sé qué me pasa, pero últimamente pienso mucho en lo que me dijiste esa tarde. Estoy confundida —confesó atormentada—. No quiero engañarte, solo ser sincera contigo. Me gustaría entender por qué ahora me preocupa tanto lo que te sucede. Por qué apareces en mi cabeza en todo momento. Por qué tus palabras vienen a mí cada que siento nada vale la pena, porque tú sí lo haces. Lo que hay dentro de ti sí vale los riesgos. Nunca me había sentido así. Sé que te aseguré que no quería nada con nadie, pero... El concepto del amor que tenía no se parece al que aparece con tu nombre.  Eres muy bueno, nadie se había portado tan bien conmigo. Tú me escuchas, te preocupas por mí, me quieres. Emiliano, esto es nuevo para mí, no puedo ser indiferente. Solo sé que no quiero perderte.

—¿También estás borracha? —dudé incrédulo. Posiblemente se hubiera embriagado camino al bar.

—Todo lo contrario —admitió pensativa. Un profundo suspiro la delató—. Creo que es una especie de resaca después de mucho tiempo de estar fuera de mí misma. Emiliano, el alcohol no es la única droga que puede volverte adicto y matarte.

Sus ojos verdes se perdieron en la nada, se hundieron en el dolor un instante antes de clavarse en los míos. Esta vez fue más difícil sostenerle la mirada porque había algo diferente en ellos, no era el alcohol, un par de copas no puedes cambiar algo que viene tan hondo. Laura dibujó una débil sonrisa que no pude corresponder, procesando lo que decía.

Entonces su mano quiso rozar mi mejilla y por inercia llevé la espalda atrás, impidiéndoselo. Si se trataba de una broma no era divertido. Hice visible mi molestia por su juego. Fue claro que no compartíamos las mismas emociones. No entendía un demonio.  Laura pareció arrepentirse, intentó hablar, pero alguien le robó las palabras.

—¡Que vivan los novios! —gritó Tía Rosy, que cada vez estaba menos consciente, llamando la atención de la multitud. Justo lo que no me quería. Pasé la mirada por las caras familiares, el alivio me invadió cuando no reconocí a nadie que me importara.

—Pues falta el novio, el suyo —aclaré para que se detuviera. Tía Rosy casi escupió su bebida al escucharme. Las explicaciones sobraban. Laura desvió su mirada incómoda—, pero podemos brindar por él a la distancia —me recompuse, levantando la botella. El silencio se volvió pesado, tanto que busqué mi silla deseando irme de ahí—. Voy a ver a dónde andan los demás, no nos vayan a dejarnos con la cuenta sin pagar.

Sabía que no debía comportarme de ese modo, pero no pude evitarlo. Sentía que se estaban burlando de mí. La torpeza volvió complicado ubicarme, casi creí que terminaría mal, por suerte mis reflejos estaban en el nivel adecuado para no morir. Busqué a Pao con la mirada, en verdad quería hablar con ella.

—Quizás será mejor que me vaya —me despertó Laura poniéndose de pie. No supe cómo decirle que no. Me invadió la culpa al ver que estaba dolida por mi reacción ante su confesión. Quizás sí hablaba en serio, eso era peor. Mis pensamientos se enredaron dentro de mi cabeza.

—Cuídate —solté como despedida. No quería reflexionar demasiado en sus palabras, sino fingir que era un malentendido, que mañana todo regresaría a la normalidad.

La distancia ayuda a aclarar la mente, por eso avancé sin rumbo hasta toparme con Miriam y Arturo que regresaban contentos de la pista. Me sentí aliviado al encontrarlos.

—Hola. ¿Los otros dónde están? —los saludé atravesándome en su camino. Miriam giró la cabeza en ambas direcciones queriendo encontrar una respuesta en la gente que vivía como si mañana se acabara el mundo. Tal vez no estaban tan equivocados.

—De Alba y Álvaro no sé nada, deben estar por ahí —comentó dando una explicación lógica. Yo tampoco los había visto en un buen rato, pero si me ponía a buscar a Alba lo único que ganaría sería un puñetazo que me dejaría más atontado que un mezcal.

—Y Pao hace un momento se fue —me informó un tranquilo Arturo, ajeno a mi desastre. Aunque pronto reparó en mi cambio, mi expresión debió revelarle que algo andaba mal. No le contesté cuando me preguntó qué sucedía careciendo de las respuestas. En ese momento solo podía repetirme que Pao se había marchado sin saber el porqué.

Aviso importante: 

¿Qué les pareció el capítulo? Estuvo lleno de sorpresas. ❤ Esta semana fue difícil y saber sus reacciones me motivaría mucho. ¿Qué creen que suceda? ¿Por qué creen que Pao se fue? La próxima semana en el diario de Pao lo descubriremos. ¿Qué opinan de todo lo que dijo Emiliano o Laura? Estaré feliz de leer sus comentarios.

Por cierto, quería agradecerles a todas las personas que comentaron y leyeron el Especial de San Valentín que está disponible en el perfil de Wattpad Español @WattpadEspanol . Estoy muy agradecida, emocionada y conmovida por todo su apoyo, gracias por siempre darse un tiempo para apoyar a este par. Si todavía no lo leen pueden encontrarlo en la Antología Un toque extra de amor, donde participaron más de 50 talentosos autores. Mi apartado es el último, se llama Un cobarde San Valentín, está protagonizado por Pao y Emiliano. Gracias de corazón a todo aquel que se pase a darle un vistazo.

También quería mostrarles la nueva portada de la novela. ¿Les gusta? ❤ 

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