Capítulo 12

Fue un domingo el que decidimos visitar el refugio. Mamá se mostró un poco indecisa con la idea al inicio, pero sus temores se fueron disipando cada tarde que Pao hablaba sobre lo maravillosos que eran los integrantes. Debo aceptar que tenía un gran poder de convencimiento. Para esa mañana, logró que estuviera más intrigada que preocupada. A esas alturas no me sorprendería aceptara lo que pudiera sin peros.

Pao tenía una manera suave de irte ganando sin generar sospechas. Era como si cada mañana te diera apenas una gota, cantidad apenas percibible, de la que terminabas siendo adicto al poco tiempo.

Supongo que la gente buena también tiene sus trucos. El de ella era sonreír, una acción tan simple y natural que te invitaba a imitarla. Brotaba de manera mágica al verla aparecer en casa, con la ilusión que escapaba por sus poros y una alegría contagiosa. Te hacía creer que no había tiempo para estar triste, no porque faltaran razones, sino que invertirlo viviendo se trataba de una mejor decisión.

—Empiezo a temer vayamos a cazar osos —la saludé al hacerla pasar, notando que era la primera vez que la veía usar jeans y no sus vestidos. Claro que no perdió su estilo, usando una sudadera de color pastel con perritos impresos en la tela. Pao dejó escapar una risa ante mi ocurrencia.

—Tal vez... —mencionó divertida, encogiéndose de hombros—. No hagas más preguntas y déjate sorprender, Emiliano —dictó en un intento de ser mandona, pero resultando adorable. Alcé mis manos pidiendo una tregua.

—Está bien, está bien, voy a creer en ti —obedecí su indicación, poniéndome en sus manos. No podía estar en un mejor lugar.

Ella me dedicó una bonita sonrisa, pero pronto mi madre me robó su atención. Pao cambió de víctima inundándola de comentarios y anécdotas para el camino.

Debo confesar que sabía que Pao era una buena persona, no tenía dudas, pero no fue hasta esa tarde que me di cuenta de las dimensiones. Cuando el taxi se detuvo frente a esa construcción, lo primero que pensé fue que jamás hubiera ido a parar ahí de no ser por ella. Un letrero hecho a mano, con algunas huellas de pinturas coloridas, adornaba la parte alta. Detrás de un barandal de alambre comenzaba un pequeño jardín que terminaba justo en la entrada donde colgaban unos tabloides que destacaban lo importante de la adopción.

Descendí del vehículo despacio, por la manera en que miró supuse que mamá deseó ayudarme, le agradecí no lo hiciera. Aunque demorara me gustaba intentar hacer todo por mi cuenta. Empujé la silla dándole una mirada a la edificación, le hacía falta una mano de pintura, pero en término generales se hallaba en buenas condiciones. Pao abrió la puerta de cristal, invitándonos a entrar con una sonrisa. Me callé el chiste de que el lugar era demasiado bonito para un secuestro porque un peculiar detalle llamó mi atención. Ella lo notó enseguida, la sonrisa la delató.

—En esta pared están pintado todos los nombre de los pequeños que fueron adoptados junto al de su nueva familia —nos platicó ante la infinidad de firmas que estaban tatuadas con tinta.

—¿Tiene alguna utilidad? —preguntó mamá, mucho más práctica, recorriendo con sus ojos negros las letras. Clavé los míos en Pao que acarició los nombres, nostálgica. Un sutil suspiro acarició sus labios. Me pregunté las historia qué habría detrás de cada uno.

—Trae esperanza —contestó optimista.

Esperanza. El sentimiento imprescindible para seguir adelante después de un gran golpe. Entendía perfectamente a lo que se refería. Cuando te sientes destruido, sin importar si existe solución o no, sino tienes fe ni siquiera te esforzarás por buscarla. Pao y yo compartimos una mirada que habló sin voz.

—¡Hey, Pao! No te esperaba hoy que es tu día de descanso. ¿Cómo estás? Veo que trajiste amigos —saludó amable un chico detrás de la recepción. Debía ser un par de años más joven que yo, pero la altura lo ayudaba a olvidarlo. Sonreí sin saber si sería adecuado presentarme. Decidí que era mejor ahorrarme mi nombre por si causaba problemas.

—Sí. Te presento a Emiliano y a la señora Tania —dictó robándome la oportunidad de escapar ileso. Mi madre asintió—. Quieren conocer a los integrante, ¿tú crees que podrías hacerme ese favor? —dudó, mordiéndose el labio—. Por favor.

Él solo sonrió sin hacerme mucho del rogar.

—Por ti lo que sea, Pao —respondió con aire de telenovela buscando en su escritorio un llavero que le entregó. «Todo un poeta», pensé cuando le regaló otra sonrisa—. Cualquier cosa sabes que estoy aquí.

Ella le agradeció con una sonrisa. No supe si fue mejor que Pao no le diera importancia, porque podía significar que de trataba de mi imaginación o estaba acostumbrada. Agité la cabeza al recordar que no era asunto mío antes de seguirla cuando nos indicó con un ademán la siguiéramos al interior, dejándolo atrás.

—¿Cuántos animales tienen aquí? —preguntó mamá dándole un vistazo a unas fotografías.

—Aproximadamente treinta gatos y quince perros, es pequeño, nos gustaría que creciera mucho más, pero el financiamiento es limitado —contó ladeando su cabeza, con una mueca en los labios. Acomodó una postal—. Sobrevivimos por donaciones y eventos que organizamos.

—Es todo un trabajo —reconocí admirado. La primera vez solo le ayudé a preparar las galletas, pero no me dediqué a curiosear demasiado. Me sentí un poco culpable.

Pao no lo negó. Entendí la razón cuando abrió la puerta que daba al patio. Me quedé sin palabras al toparme con un patio que estaba dividido en tres secciones. Al fondo había unas jaulas que, según Pao, eran para los de nuevo ingreso, es decir, los animales que recién ingresaban y necesitaban revisión veterinaria y adaptarse. El resto estaba dividido en zona para perros y gatos. Pao se decantó por el primero, siguiendo la petición de mamá.

—Están divididos en grupos de tres, todos están esterilizados y son muy buenos, aunque algunos más tímidos que otros —comenté, quizás en una adelantada advertencia antes envolvernos en un torbellino de ladridos que asustó a mi madre.

Apenas pusimos un pie dentro empezó el torbellino, similar al desfile de medianoche donde iniciaba uno y es imposible callar el resto. Pao rio ante nuestras confusas expresiones.

—Les gustan las visitas —comentó alegre.

—Que sería sino les gustaran —murmuró mamá asustada por una criatura que parecía sacada de un cuento. No lucía amigable, pero Pao pareció no darse cuenta, se acercó confiada hasta su jaula donde había otros dos que la recibieron besando su mano a través de las rejas.

—Él es Kenai porque parece un oso, ¿no? Lo encontramos en un terreno baldío, su dueño lo abandonó porque era viejo y no quería hacerse cargo —nos contó—. Sus vecinos dijeron que no lo trataba nada bien. Así como lo ven es de lo mejores portados. Él cuida a Tiko y Jamaica.

—Tú los nombraste —asumí con una sonrisa al escucharla. Tenían su toque. Pao aceptó el cargo.

—¿No tienes miedo que te coman la mano? —preguntó mamá.

—No. Ya me conocen —rio ante su asombro. No solo la respetaban, sino que la adoraban.

—Es como una encantadora de animales, ahora entiendo porque siempre hago lo que me pide —cuchicheé que mi madre que contuvo los deseos de golpearme. Pao se levantó entrecerrando sus ojos.

—La linda Katy es una guerrera —prosiguió con una pequeña de manchas cafés que la miraba con sus enormes ojos saltones—. Un grupo de adolescentes la atacaron, perdió a todos sus bebés, pensamos también la perderíamos a ella... logró reponerse. Es un poco desconfianza —advirtió. Asentí oyéndola atento, le dedicó una mirada llena de ternura—, pero cuando te ganas su afecto no hay nadie más fiel.

—Pobre... —opinó mamá, compadeciéndose.

—A Norman antes de llegar aquí nunca le habían acariciado —añadió mirándole a otro que ladró contento al verlo—, pero ahora es un consentido.

—Todos aquí tienen una historia digna de la Rosa de Guadalupe —opiné.

—Sí, han atravesado momentos complicados —aceptó—. Por cierto, quiero mostrarles a alguien —mencionó girándose para vernos a los ojos. Supuse por su tono que era algo importante, posiblemente para lo que nos trajo hasta ese sitio.

—Adelántense —comentó mamá fingiendo encontrar interesante los giro de Norman, aunque yo sabía que era su plan. No protesté, conociéndola, no tardaría mucho en seguirnos.

—Debo confesarte que al principio consideré pedirte visitáramos el área de gatos —se sinceró avanzando por el pasillo. Saludaba a cada uno por sus nombres al pasar—, porque aunque no lo creas, a pesar de ser unas monadas, es complicado los adopten. Pocos les dan oportunidad, creen que no son afectivos, pero cada uno quiere a su manera —comentó. «Sí, el de Alba planeando asesinarla, por ejemplo»—. Sin embargo, desde que llegó alguien al refugio sentí que necesitabas conocerla. No sé por qué, pero cuando la vi a los ojos y me contaron su historia lo primero que pensé fue: Emiliano. Sí, es para él. No te sientas obligado a decir que sí —me pidió deprisa al hacer evidente su deseo—, solo déjame contarte de ella y después tú toma la decisión.

Asentí con una sonrisa dispuesto a ver de qué se trataba. Entonces, Pao se puso de cuclillas frente a una jaula donde se hallaba un perro pequeño de pelaje grueso oscuro y ojos brillantes. Al igual que el resto saltó emocionado cuando vio a la chica.

—Su nombre es Lila. Nació en la calle, sobrevivió un par de semanas en ella hasta que un buen chico la rescató y le dio un hogar que tanto merecía. Pronto se convirtió en la reina de la casa. No los conocía, pero sé que la adoraba —comentó pensativa.

—¿Por qué terminó aquí? —pregunté sin entender qué pudo cambiar. Si la amaban tanto no resultaba lógico la abandonara. Pao guardo silencio. Pensé que había tocado una fibra sensible, estaba dispuesto a disculparme, pero ella se me adelantó.

—Murió en un accidente de tráfico —comentó cuidadosa con miedo a herirme, dándome un sutil vistazo. Intenté fingir indiferencia, pero me tomó por sorpresa—. Emiliano, sé que yo jamás podré, por más que me esfuerce, sentir lo que sentiste —soltó preocupada. Aquello me pegó fuerte porque toda la gente decía: "te entiendo. Una vez me quebré una pierna... Es difícil, pero... La actitud es..." —. A veces intento imaginarlo, por ti, por ella... Y mi imaginación no da para más. He leído que pasa por tu mente tu vida y la de quienes amas. Pienso que quizás en ese instante lo primero que se preguntó ese chico fue que quién le daría de cenar a Lila si él no llegaba... No lo hizo. Lo esperó muchos días sin saber que pese a lo mucho que la quería no volvería.

El silencio se instaló entre nosotros. Mis ojos negros terminaron en los de ella, algo se estrujó en mi pecho. Ni siquiera sabía la razón. Quizás entendía, mejor que nadie, lo difícil que es perder la vida que tanto querías.

—Es una gran chica. Es muy cariñosa, le van bien las personas —describió—, aunque no mucho los niños. Le gustan los mimos, no requiere de largos paseos, pero sí de atención. Está desparasitada, esterilizada y lista para ir a darle todo su amor a quien decida darle otra oportunidad —enumeró.

—¿Por qué no le buscas otra familia? No sé si yo sea la persona indicada para llenar esas expectativas... —reconocí temiendo estropearlo. Yo no me trataba precisamente del tipo del año.

—Emiliano, creo que a él le hubiera encantado que alguien la quisiera como lo hacía —reconoció a la par de un suspiro—. Te juro que no puedo pensar en nadie más que en ti, sé que la entenderás. A veces no solo basta el cariño, sino ponerse en la piel del otro para ayudarlo.

Tomé un profundo respiro antes sus atinadas palabras.

—Tú la quieres —noté por la manera en que hablaba. Pao sonrió volviendo a acariciar sus orejas.

—Yo quiero a todos los que están aquí. No hay uno solo que merezca terminar su vida sin saber cuánto amor pueden ofrecer —comentó perdida en esos ojos. Una débil sonrisa se pintó en mis labios—. Intento recordárselos todo el tiempo para que no olviden que una persona se preocupa por ellos. Sé que no puedo llevarlos a casa, por más que quiera, pero mi cariño por es sincero.

—Puedo notarlo —dije enternecido por esa imagen, por el amor tan puro que Pao les tenía. Les miraba con infinita paciencia y sabía que ganarse su afecto no fue sencillo.

—¿Te gusta alguno?

—¿Tú... Tú cuál me recomiendas? —solté distraído—. Es decir, todos parecen graciosos, cualquiera podría protagonizar un vídeo viral, pero eres aquí la experta —solté echando atrás la tristeza.

—Emiliano, tampoco te sientas obligado —comentó—. Sé que te he lanzado un discurso, pero no quiero que hagas esto porque...

—Lo considero porque me dejaste pensando y creo que tienes razón —la interrumpí para tranquilizarla.

—Es una gran responsabilidad —me recordó ante mi sonrisa, volviendo a su papel de chica pensante—. Tienes que estar al pendiente de su estado de salud, alimentación...

—Asumo los compromisos —corté su preocupación.

—Me siento culpable —reconoció tímida.

—Es lo primero bueno que haré en mi vida, así que siéntete todo lo culpable que puedas —solté. Ella me dio otra sonrisa—. Posiblemente me odie —opiné sin saber qué hacer cuando clavé mi mirada en el par de canicas que me estudiaban.

Ella negó confiada, antes de sin aviso tomar mi mano. Sus dedos se entrelazaron con los míos, sabía que no debía darle importancia a ese hecho, pero fue imposible pasarlo por alto. Mis ojos buscaron lo suyo y ella no evadió mi mirada, la sostuvo a la par de una sonrisa. Pese a que no lo admitiría, se sintió bien estuvieran unidas. Despacio la condujo hasta la reja para que pudiera conocerme. Lila me olfateó con su nariz parecida a la goma.

—Es un amigo. Se llama Emiliano. Es un gran chico —le platicó dulce en voz baja. No sé si le entendió o no, quizás quedarme inmóvil ayudó a decidirse a acercarse—. No te vas a arrepentir de confiar en él —aseguró provocando una lucha en mi interior. En verdad no quería fallarle a ninguna. Lo que más me dolía era decepcionar a otros. Pao parecía fiarse de mí—. ¿Qué dices?

Observé las cuencas negras que me miraban sin parpadear. En ellas me vi. También mi existencia había cambiado después de ese choque, tampoco volvió a casa el mismo Emiliano, ese se quedó esperando que su padre le mirara de nuevo con amor, intentando recuperar sus sueños. Un hecho que nunca sucedería. Él también se sintió abandonado e imaginó que su futuro jamás sería la mitad de buena de la que estaba acostumbrado. Sin embargo, la vida me dio una segunda oportunidad. Le devolvería el favor.

—Me sentiré como una celebridad al firmar esa pared. Es la primera vez que daré un autógrafo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top