Capítulo 11 + Aviso importante
Aviso importante: Este capítulo lo publiqué ayer, pero por fallas de Wattpad (borraba los comentarios) decidí anularlo. Ojalá que las personas que lo leyeron hoy puedan dejar algunos comentarios, porque los extrañé mucho :( Después de tantas horas editando un comentario suyo alegra mi noche y le da sentido a todo. Gracias por su apoyo ♥️.
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¿Pueden imaginarlo? La chica que había querido por años me besó, a mí. Yo no a ella, lo cual no hubiera estado mal, pero definitivamente cambiaba el asunto. No podía creerlo. De no ser porque no era el momento adecuado hasta me hubiera pellizcado.
Tardé un instante en reaccionar cuando sus labios buscaron los míos. Abrí los ojos producto de la sorpresa, intentado hallar una explicación, pero al percibir la suave caricia de su boca me olvidé de todas las advertencias. Había pasado una eternidad desde la última vez que besé a una chica por lo que casi olvidé lo bien que sentía, lo fácil que es perderte. Mi corazón latió con fuerza, golpeteó mi pecho al punto que pensé lo echaría a fuera.
Ella se separó despacio, sus ojos verdes brillaron, me creí especial por poder apreciarlos de cerca. Nos miramos un instante, en el que nadie dijo nada, tampoco sabía qué hacer. Estaba atontado, fuera de base, pero con la energía recorriendo mis venas. Sonreí como un imbécil. De poder hasta me ponía a brincar de la felicidad. Mi sueño se había hecho realidad, no sabía ni cómo expresar mi alegría.
Aunque mi felicidad se esfumó al ver no compartíamos el mismo gesto.
—Esto no estuvo bien —escupió arrepentida levantándose, poniendo una barrera entre ambos. Fue un cambio radical que me pegó duro cuando percibí el rechazo en sus ojos.
—¿No? —dudé, inseguro. Posiblemente después de perder la práctica lo hubiera hecho mal.
—No por ti —aclaró disipando mis temores, avivando otros—. Tengo novio, Emiliano. No puedo creer lo que le acabo de hacer a él, a Pao —habló desesperada para sí misma caminando en círculos—. Ella me ofreció su ayuda, fue tan linda conmigo, y mira como le pagué.
—Pao no es mi novia —declaré. De serlo las cosas serían distintas. Evidentemente. Laura suspiró aliviada ante la aclaración.
—Bien. Tú estás soltero, pero yo no. Tengo novio —remarcó.
—Hace cinco minutos dijiste que...
—Pero no para estar con otro chico —cortó mi ilusión de golpe—. Escucha, Emiliano, no quiero más romances en mi vida, lo que menos busco ahora es una relación. Necesito tiempo para mí, para pensar. Esto estuvo muy mal —repitió.
Supongo que no debí molestarme porque era su decisión, y lo entendía, pero me dolió que teniendo tan claro me besara. ¿Para qué?
—Tienes que olvidarme, por tu propio bien —me aconsejó. Evadí su mirada ante su dura sinceridad. Ya lo sabía y con esa actitud posiblemente fuera más rápido. Laura guardó silencio—. Deberías probar con otras personas. Inténtalo con Pao —propuso como si hubiera encontrado una solución—, es la chica perfecta para ti. Pueden funcionar.
—No voy a usar a Pao de consuelo —escupí de golpe, ofendido ante la sola idea. Tal vez no lo dijo con mala intención, pero me fastidió que no considerara sus sentimientos. Pao merecía lo mejor, no ser un intento.
—Perdón, perdón, yo no quise decir que... —Escondió su rostro entre sus manos—. Todo lo estoy haciendo mal. Nunca debí venir, nunca debí besarte sabiendo nada va a cambiar. Es solo que... —Guardó silencio. Suspiró resignada tras luchar con ella misma—. Estoy confundida, quería saber qué se sentía te quisieran. Ponte en mí lugar un instante —me pidió—. Las cosas en mi vida van terrible. El hombre que amo es un imbécil que no puedo dejar, que me envuelve en muchos problemas. Y de repente, en medio de todo el caos, llegas tú, con todas esas palabras linda y... Es fácil caer, pero no es justo que te engañe cuando no siento lo mismo por ti.
Asentí entendiéndola, sin insistir. Apreciaba su sinceridad. Mejor ahora que seguir imaginando algo que no llegaría. Laura esperó que hablara, pero no se me ocurrió nada. Mi mente estaba en blanco, de pronto sin controlarlo me sentí muy triste. Fue mucho peor que cuando imaginé no pasaría, un subidón de adrenalina que terminó en un desastre.
—Será mejor que me vaya —soltó ante la notable incomodidad. Se colgó la bolsa al hombro rodeando la silla dispuesta a marcharse.
Levanté la vista aprovechando que no podía verme, no quería que fuera testigo de mi quiebre. Cerré los ojos reprendiéndome por ser tan idiota. ¿Qué pensé sucedería? ¿Dejaría a su novio? ¿De pronto se enamoraría mágicamente de mí? ¿Pasaría de ser el chico de la tienda al hombre de su vida solo porque le quería? No, siempre supe que esa puerta estaba cerrada por ambos lados. Pero cuando me besó fue inevitable que una flama de esperanza incendiara un montón de dudas que ahora se calcinaban, quemándome.
—Lamento mucho herirte —la escuché hablar desde la puerta. Lo sabía y no quería que sintiera pena por mí. No era su culpa, uno no elige—. No sabes como me gustaría corresponderte.
—No te preocupes. Comprendo que no puedes —mencioné sin revelar mi malestar, fingiendo no me había afectado.
—Sí, no puedo —repitió para dejarlo claro. No tenía ninguna oportunidad. Ella fue claro, ahora yo tenía que ser listo para darle la vuelta a la hoja. Aunque hubiera agradecido un poco más de tacto.
Pese a que me repetí que el rechazo le sucede a todo el mundo, no pude evitar extrañar esos días donde no la había escuchado hablar con tanta seguridad de la negativa, en el solo soñaba cómo sería si se volviera realidad. Entendía que Laura buscaba no dejar espacio a dudas, no engañarme con mentiras, pero que fuera tan certera me dolió. La soledad de la habitación me recordé el porqué entré en el club de los cobardes.
El amor es un buen amigo, pero como enemigo da fuertes golpes. Golpes de los que cuesta recuperarse. Quizás por eso muchas veces es más fácil renunciar a él.
Esa noche no pude dormir lamentándome por soltar la lengua, burlándome de mí mismo al imaginar tendría un buen final. Una mezcla de arrepentimiento, vergüenza y tristeza me acompañó durante la mañana.
Mi madre se preocupó cuando trabajé por horas en silencio. Eso le bastó para deducir que algo andaba mal. Tuve la impresión que le faltó poco para llamar al médico, quizás hasta ya tenía separado mi ataúd. Por suerte le aseguré que no había razón para preocuparse por mí, cuando muriera le avisaría con tiempo, aunque por mis distracciones olvidé reírme al final. Eso la puso peor.
Pronto descubrió que era un tema personal y decidió no intervenir. No me gustaba hablar de lo malo, quería que la gente se llevara una imagen del chico al que los problema no le hacía un rasguño, pero había días en los que, pese a mis esfuerzos, me resultaba imposible sonreír. No deseaba angustiarla, después de todo era una tontería. Nadie se muere por un corazón roto, al menos yo no. Había soportado muchas despedidas, solo añadiría una más a la lista.
Mi tristeza contrastó más que nunca con la alegría desbordante de una Pao que llegó puntual junto a una sonrisa. Verla me hizo recordar las palabras de Laura. Me sentí terrible. Quizás eso fue lo que más me decepcionó de la tarde anterior.
—¡Hola Emiliano! Llegué corriendo. El camión no pasó, tuve que subirme en el siguiente, pero estaba así de lanzarme afuera —me contó feliz dejando sus cosas sobre el mostrador. Intenté sonreírle, verla animada me hizo sentir un poco mejor—. Fue un milagro que no saliera volando... ¿Estás bien? —calló de golpe al verme.
—Sí, sí —la tranquilicé, mintiendo—. Te escuchaba.
—Bueno, ya estoy aquí —concluyó alegre, limpiándose las manos en su falda rosa.
—No sabes lo feliz que me hace —admití. Todos los días era bueno verla, pero ese en especial sentía que su compañía me ayudaría. Necesitaba un poco de la esperanza que regalaba.
Alzó una ceja, percibiendo mi cambio de actitud.
Para mi fortuna esa tarde se presentaron un gran número de clientes, apenas tuvo tiempo de hacer preguntas. Uno tras otro, cada uno atendido con su conocida amabilidad, mientras yo me ocupaba de reparar un celular que parecía lo habían usado para demoler una casa. El eco de su voz me sirvió de distracción durante las horas donde fui incapaz de reírme de los descalabros ajenos. Con los míos daba para una mala comedia.
—Algo te pasa —mencionó Pao al quedarnos solo, sin darme escapatoria. No podía huir, tampoco quería hacerlo, aunque me costara, guardarlo hacía todo más complicado—. ¿Sucedió algo malo con Laura? ¿Está bien?
—Laura está bien.
—¿Es algo relacionado con ustedes? —lanzó otra hipótesis. Solté una carcajada triste al escucharla de su boca. Pensándolo a fondo, hasta risa daba.
—Pao, nunca habrá un nosotros. Cometí una tontería ayer —escupí culpable. Ella se mostró interesada en mis palabras, pero no me presionó—. He cometido muchas idioteces, muchas, tú me conoces, pero esta vez me superé.
—¿Hiciste un chiste sobre el té? —intentó acertar. Sí, sonaba como algo que haría.
—Algo peor. Le dije lo que sentía por ella —revelé sin orgullo. Ella abrió los ojos asombrada, murmuró una expresión de sorpresa. Su reacción sirvió para confirmar que fue una locura—. La mayoría, no me dejó terminar. Gracias a Dios. Yo pensé que... Me siento como un estúpido —confesé burlándome de mi propia ingenuidad—. No sé qué pretendía.
—Imagino como te sientes. Ella...
—Dejó claro que no tengo una oportunidad. Lo sabía, juro que sí, pero oírlo fue distinto —mencioné desilusionado. Todo era mejor cuando no sabía que tan lejos estaba del sí. Sentí su mirada miel sobre mí, recordé que no tenía por qué soportar mis descalabros—. Perdóname por estar contándote esto, sé que es una...
—No te disculpes. Somos amigos, ¿no? Los amigos están para oír los buenos y malos momentos —me animó, comprensiva. Pao era demasiado buena para el mundo, para mí mundo—. No debes tener pena. Entiendo como te sientes —murmuró—. Tienes todo el derecho a estar triste. Raro sería que te resultara indiferente, después de todo tú la quieres. Es duro ver que la otra persona no siente lo mismo por ti. Quítate de la cabeza que no tienes derecho a llorar...
—Bueno, eso sí fue un poco extremista —admití divertido porque de por si me sentía ridículo, armando una escena de telenovelas empeoraría. Necesitaba conservar la poca dignidad que me quedaba.
—No tiene nada de malo. Llorar es una reacción natural de cuando nos sentimos mal —comentó inteligente. Esa chica tenía buenos argumentos—. Oye, eso no te hace menos hombre. Al menos no para mí. ¿A quién le gustan los tipos duros, que no muestran pizcas de sentimientos? Eres un ser humano, con corazón y sistema nervioso, las lágrimas están ahí por una razón —defendió dándome un suave golpe en el pecho, queriendo demostrármelo.
Tuve que esconder la sonrisa al oír su explicación. Atrapé su cálida mano entre las mías en un juego sin sentido, la conduje a la zona donde se percibían mis latidos, buscando comprobarlo. Ella me miró con sus grandes ojos miel, curiosa y expectante, sin comprender que pretendía. No lo sabía, la mayoría de cosas con Pao no las pensaba, solo sucedían.
—Desde hoy me convertiré en Victoria Ruffo —prometí solemne, dándole la razón. Se soltó para darme otro en el hombro—. Auch, Pao —exageré sobándome—. A este paso voy a terminar como aguacate magullado.
—Emiliano... —me regañó, pero su enfado duró poco al notar no lo hice con malas intenciones. Apoyó su espalda en el filo del mostrador, se cruzó de brazos, pero una sonrisa se le escapó—. Sé que cuando nos dicen que no... creemos que hay algo mal en nosotros, nos preguntamos por qué los demás pueden estar con quien quieren, mientras nosotros tenemos que resignarnos a cambiar de hoja —expuso—, pero solo quiero que sepas que nadie se muere por un rechazo. Vas a superarlo. Has vencido tantas cosas, esto es un reto más. Duele fuerte al inicio, después va pasando poco a poco. Hay que ser paciente —me aconsejó.
Parecía tener experiencia en el tema o empatía. Esperaba fuera la segunda porque no entendía cómo alguien podía rechazarla. Era la chica perfecta, al menos a mis ojos, demasiado perfecta para que me pasara por la cabeza algún día aspirar a ella. Pao esperaba un príncipe azul. Allá afuera debía haber uno que se le asemejara, sin los millones.
—No olvides que no estás solo. Tienes una madre que te adora con toda su alma, el club que nunca te abandonará y me tienes a mí, que siempre voy a estar aquí cuando lo necesites —me aseguró con dulzura. Un poco de azúcar entre el amargo trago.
—¿Has considerado dar pláticas motivacionales? —solté contento ante sus palabras.
—¿Lo tomo como que te hizo sentir mejor? —dudó insegura, arrugando su nariz. Sonreí al descubrir no se daba los méritos que merecía. No solo eso, había cambiado mi día.
—Mucho mejor. Me siento un poco mal robándole al mundo unas horas a la próxima autora best seller, motivadora profesional y rescatadora de gatitos de esta ciudad —comenté arrebatándole una sonrisa—. Pero, ¿qué puedo hacer? Algunos tenemos suerte.
—Tú tienes más que suerte. Los grandes corazones, atraen cosas buenas.
Una de esas frases de libro que su don de escritora le hacían soltar en el momento adecuado.
—Sé que es el momento para esto —titubeó, cambiando de tema, aprovechando mi atención—, pero después de esta charla pensé...¿No te sientes un poco solo a veces? —soltó de pronto, analizando mi entorno.
—¿Es pregunta o humillación? —bromeé. Pao ladeó la cabeza.
—Emiliano... —Levanté las manos, aclarando se trataba de una broma. Ella sonrió—. ¿No tienes ganas de que alguien espere a tu llegada? ¿Alguien con quien puedas a hablar de todo?
—¿Estás vendiéndome algo? —la frené porque era demasiado bueno para ser real. Además, ese tono suave que usaba me estaba poniendo nervioso. En el buen sentido—. Porque te lo voy a comprar.
—No —negó victoriosa—. El amor es gratis, Emiliano.
—Pues, no suena mal —admití haciéndome ideas equivocadas.
—Sabía que dirías eso —celebró aplaudiendo—. ¡Y qué amor más puro e incondicional que el de un perrito! —lanzó su grandiosa idea.
—¿Qué?
—Escucha —me interrumpió entusiasmada. No tenía muchas opciones, se me olvidó cómo hablar—. En el refugio están llegando muchos nuevos integrantes. Nos encanta tenerlos con nosotros, pero ellos necesitan una familia. Una familia que les de todo el cariño que merecen. Claro que no es sencillo. La mayoría de personas prefieren comprar animales en tiendas o tienen esos ridículos perjuicios sobre razas. Aunque se está abriendo camino aún hace falta más gente comprometida. Se necesitan personas responsables, amorosas y dispuestas a cuidarlos. Pensé en ti.
—¿Solo me querías como papá sustituto?
—Sabes que no —respondió—. Llevo tiempo queriendo preguntártelo, pero no me animaba. No quiero que te sientas obligado a decir que sí, es una decisión que debe pensarse a fondo, solo quiero que les des una oportunidad —me pidió con una expresión a la que imposible decirle que no. No podía negarme a nada con ella—. Te aseguro que cuando los veas te vas a enamorar de ellos —añadió.
—Sí lo creo —admití con una sonrisa fiándome de su palabra.
Pao acomodó un mechón castaño, supuse que ante mi intensa mirada, pero me resultó imposible dejar de verla. Siempre que hablaba de un tema que le causaba ilusión su rostro adquiría un brillo peculiar, y era claro que el refugio le provocaba un sinfín de emociones. Para mi fortuna alguien abrió la puerta regresándome al camino correcto. Aunque esta vez no fue la que daba al exterior, sino a casa.
—Niña, que bueno verte —nos sorprendió mamá. Pao le dedicó una sonrisa por la bienvenida. A mí una mirada que ignoré fingiendo tenía mucho trabajo—. Veo que lograste sacarle una sonrisa a este amargado —me echó en cara.
—Pao hace milagros —declaré, concentrándome de vuelta.
—A mí también me da gusto verla —correspondió Pao.
Mamá le pidió ayudar para acomodar unos dulces sobre la vitrina mientras le contaba los chismes del barrio. Pao solo asentía, sin escuchar, con la cabeza en las nubes. Supuse debía haber algo tejiéndose en su mente que no se atrevía a soltar hasta que sacó valor.
—Quería decirle algo. No sé cómo empezar... —inició nerviosa.
Eso sí llamó mi atención, alcé la mirada para contemplar sus manos apilando los paquetes. Mamá clavó su mirada intrigada aumentando su nerviosismo, pero Pao no se echó para atrás.
—¿No ha pensado en lo feliz que sería agregar un miembro nuevo a la familia?
Mi madre y yo nos miramos, cada uno con una expresión opuesta. Quitándole el contexto había probabilidades divertidas.
—Cuando dije que hacía milagros hablaba literalmente —me burlé, carcajeándome. Pao tardó un segundo en comprenderlo.
—No, no, no —aclaró Pao deprisa al entender lo que pensamos. El sonrojo la invadió de la nariz hasta las orejas—. No sé si Emiliano le ha dicho que soy voluntaria en un refugio de animales.
—Posiblemente, pero con el humor de Emiliano nunca sé que es verdad o un chiste —contestó molesta por que me riera de su susto—. ¿Quieres que donemos comida?
—Claro, eso sería importante... En realidad, quería saber si no tiene planes de adoptar a corto plazo —dudó. Mamá ni siquiera lo había pensado, en ningún tiempo verbal.
—Pues... No sé si se me den bien los animales —comentó franca.
—Conmigo basta y sobra.
—La entiendo —me ignoró Pao, pero mamá no—. Es una gran responsabilidad, pero un poco de compañía les vendría bien. Tal vez buscar un perrito o gatito que se adapte a su estilo de vida. Sé que no es fácil de decidir, quería dejarlo sobre la mesa. Ellos están deseosos de una familia. En el refugio les cuidan, pero cuando entran siempre se tiene la esperanza encuentren a alguien que se preocupe por ellos.
—Tiene poder de convencimiento —canturreé en voz baja al ver a mi madre titubear.
—Acabo de invitar a Emiliano a un día a visitarlo, acompáñennos —insistió, sorprendiéndonos por su propuesta. Eso no eran los planes—. Solo una pequeña oportunidad —pidió uniendo sus manos en una súplica infantil que conmovió a mi madre que luchó por no bajar la guardia—. Escúchenlos, conózcalos y si cambia de opinión yo puedo agilizar el proceso de adopción. Hay uno en especial que me gustaría conocieran, llegó hace un tiempo y creo que este lugar le iría maravilloso —contó ilusionada. Me enterneció verla tan decidida a lograrlo.
—No sé, ¿qué opinas tú, Emiliano?
—No sería una mala idea —admití ganándome una sonrisa brillante de parte de Pao. Tuve la impresión que deseaba ponerse a celebrar—. ¿Qué daño puede hacer? Hay que tomar un poco de sol uno de estos días —comenté.
Mamá torció la boca antes de ocuparse de la caja registradora. No dio respuesta. Pao me miró sin entender qué significado, le pedí paciencia en silencio. Ni siquiera había terminado de leerlo de mis labios cuando mamá volvió a buscarla. Ella se irguió, respiró hondo, preparándose para lo que se viniera. Yo me mantuve tranquilo, conociendo la conclusión.
—Tú ganas, niña —comentó resignada, pero Pao no la dejó terminar sorprendiéndola con un abrazo fugaz a causa de la alegría que le invadió. Sonreí al observar el mal intento de mi madre por fingir no le daba importancia. Esos detalles eran su perdición.
—Confieso que empiezo a tener envidia de mi propia madre —bromeé cuando la liberó.
Mamá me riñó, pero Pao me regaló una tierna sonrisa. Me consoló saber que si una chica como ella era capaz de sonreírme de aquel modo, tal vez no todo estaba mal conmigo, incluso cuando dentro de mí lo sentía.
Hola a todos.
Gracias a todos por su apoyo a la historia, me encanta leer sus comentarios. Quería avisarles que posiblemente el próximo fin de semana no publique, no estoy segura (tengo que hacer los tamalitos :'v), pero intentaré subir el sábado un capítulo especial aquí mismo. También aprovecho para desearles que que pasen una hermosa Navidad junto a la gente que aman. Cuídense mucho en estas fiestas. Les quiero mucho.
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