Capítulo 1
Si alguien me hubiera avisado que probaría por primera vez la champaña hubiera preparado la camisa para acontecimientos importantes. Cuando mencionaron habría una sorpresa imaginé que se trataría de algún arrastre policiaco o un reporte en la televisión. Algo mucho más al estilo del club, nunca me pasó por la cabeza lo que se celebraría esa noche.
Álvaro elevó su copa ignorando que Tía Rosy derramara la mitad del líquido sobre el piso. Estaba tan feliz que en una de esas hasta la abrazaba. Un hecho sin precedente que merecía su propio brindis.
—Quiero brindar por la bendición que fue encontrar en mi vida a esta extraordinaria mujer —comenzó refiriéndose a la pelirroja que estaba a su lado con una sonrisa tímida—, y por la dicha que me llena al saber aceptó convertirse en mi esposa.
No sabía qué me asombraba más, que Alba hubiera decidido casarse, después de escucharla repetir cientos de veces que los hombres éramos lo peor que pudo sobrevivir de la edad de hielo, o que le permitiera abrazarle por la cintura cuando antes cualquiera que hubiera sobrepasado su línea hubiera corrido peligro.
—¿Y para cuándo los chiquillos? —gritó emocionada Tía Rosy que tenía claras intenciones de acabarse la botella ella sola y arruinar la alegría. Álvaro borró la sonrisa amable y Alba pareció resistir las ganas de soltar una de sus típicas dulces palabras cuando cambió la atención a otra pareja—. Ustedes todavía tienen chanza, los que van a ganar la partida son este par que seguro después de la luna de miel nos traen sorpresas —bromeó dándole un fuerte golpe en la espalda a Arturo que casi lo tiró sobre la mesa. Admiraba su energía—. ¿Qué? ¿Me voy preparando para el baby shower? Aviso que soy de las que no lleva regalo.
Tía Rosy era una mujer honesta, nunca ocultaba nada en su cabeza.
—Yo creo que no. Al menos pronto no —contestó Arturo recomponiéndose—. Tengo planes de ser feliz en mi matrimonio —bromeó, aunque a Miriam el chiste no le hizo mucha gracia.
—Ya todo mundo se está casando —opiné en voz alta intentando desviar la atención de ese tema.
Una ironía cuando hace más de dos años nos conocimos en una aplicación para charlar sobre nuestros fracasos amorosos. La idea era que ahuyentáramos ese sentimiento, pero es verdad que llamas lo que rechazas. «Como odiaría ser millonario», probé suerte. Parece que hablar sobre lo malo que eres en las relaciones es más atrayente de lo que uno creería.
—No me va quedar de otra que animarme también. ¿Pao no quieres casarte conmigo? —bromeé codeándola pues éramos los únicos solteros del grupo.
Ella acomodó un mechón escondiendo el sutil sonrojo que la invadió. Supongo que era malvado por soltar esa clase de comentarios sorpresa, conociendo la predisposición de sus mejillas para ruborizarse, pero no podía evitarlo. Me gustaba como se veía el color en su rostro.
—¿Y yo estoy pintada o qué? —protestó Tía Rosy que odiaba la dejaran fuera. Acepté mi error.
—Puedo mudarme a un país donde sean legales los matrimonios de varias personas —resolví divertido. Tía Rosy soltó una carcajada antes chocar su puño con el mío, evitando golpearme duro la espalda porque con su fuerza era capaz de reacomodarme las vertebras.
—Eso dices ahora. Es una odisea soportar a una persona a tiempo completo, quiero ver cómo sobrevives con dos —escupió Alba que padecía de un mal llamado exceso de realidad. Su futuro esposo carraspeó incómodo.
—Intentaré no sentirme ofendido —murmuró Álvaro.
—Sabes que no me refiero a ti... —aclaró deprisa recordándolo. Me pareció que se retractaría, pero Tía Rosy colgándose de su brazo le produjo mayor interés. Frunció las cejas molesta por la confianza.
—Claro que no, ricachón. Si la que menos quejas puede presentar en este grupo es la pelirrojita con tremendo regalo —comentó alcanzando su mano para mostrarnos el anillo de compromiso—. Con lo que vale fácil armo varios karaokes con mis vecinos —añadió. Tenía buen ojo para los precios—. Así debe ser, si no sueltan la lana cuando andan quedando bien menos cuando les exijas la pensión alimenticia.
Alba entrecerró los ojos. Era mejor no provocarla porque ella no dudaba antes de tirarte al piso.
—Te luciste, Álvaro —lo felicité dándole la razón. Yo no sabía nada de esas cosas, pero cualquiera podía deducir que aquello no lo había comprado en el mercado. Esos sí me los conocía yo. Alba le arrebató sus dedos para esconderlos de los cobardes curiosos—. Sobre todo con la champaña, lo único que había probado con burbujas antes era el agua con jabón que me tragué por error una vez que me estaba bañando, pero esto lo supera por mucho —mencioné.
—Me alegro te guste —me agradeció amable—, es un Dom Perignon francés —dijo hablando en un idioma desconocido. Miriam y Arturo se miraron entre sí, y Tía Rosy se pasó de golpe lo que había en su copa. Sea lo que fuera ya estaba dentro.
—No sé ni pronunciarlo, menos comprarlo —revelé divertido reconociendo su esfuerzo por instruirme—, pero gracias a ti ahora puedo saber lo que se siente ser rico por cinco minutos. Pao, deberías probarlo o te perderás la oportunidad de creer somos parte de la familia de Ricky Ricón —le animé al verla pasar su mirada de uno a otro sosteniendo su vaso con jugo.
—No, muchas gracias. Yo no bebo —me explicó.
—Eso decía yo antes de que casi me ingresaran a alcohólicos anónimos —bromeó Tía Rosy una estruendosa carcajada que asustó a Arturo—. Éntrale antes de que se enfríe —insistió.
—No, gracias. De verdad muchas gracias...
—¡Que le entre! ¡Que le entre! ¡Que le entre! —coreó sentándose a su lado y abrazándola del hombro. Pao siguió negando con la cabeza apretando los labios.
—Señora, debe respetar su decisión y no presionarla para hacer algo que no quiere —intervino Álvaro, la voz de la sabiduría del grupo. Esta vez estaba de acuerdo con él aunque yo no me caracterizara por mi juicio.
—Aguafiestas —escupió molesta de que le cortara el rollo. Pao suspiró aliviada, le sonreí alzando mi pulgar—. Si así de aburrido será en la casa cuando Nico cumpla quince no lo invitará a nada.
No lo creía. Nico era el hijo pequeño de Alba, aunque no compartía sangre de Álvaro nadie que no conociera su historia por completo lo sospecharía. Eran casi una familia, lo único que faltaba era que se mudarán juntos y con el matrimonio en puerta no demorarían. Los tres parecían quererse mucho.
—Debiste traer a tu niñito —se lamentó Tía Rosy.
—¿Con el club? No, gracias. Tengo planeado que no termine en la cárcel antes de los dieciocho años —escupió conociendo nuestros antecedentes. Reí porque era un milagro siguiéramos en libertad.
—Nico es adorable, Alba. Debes estar muy orgulloso de él, será un gran chico cuando crezca —opinó Pao. Ella le tenía mucho aprecio al más pequeño. Miriam apoyó la idea antes de que Arturo comentara como los niños son una caja de sorpresas de las que prefería no adivinar el contenido. Empezó un debate sobre crianza e hijos del que no podía formar parte.
—¿Lista para mañana, Pao? —le pregunté mientras todos discutían sobre bebés que aún ni siquiera era concebidos.
Mañana Pao me ayudaría en el local. Era bueno para todos. Lo acordamos en la fiesta de Nico, ella ahorraría un poco de dinero en movilizarse del centro de prácticas, de la universidad y su casa, a cambio de un modesto sueldo. Además, estaba convencido me sería de mucha ayuda, aunque en ese entonces aún no tenía ni la menor idea de a qué nivel.
—Estoy nerviosa —confesó con una sonrisa.
—¿Y eso? No es la primera vez que trabajas —recordé porque si la memoria no me fallaba al ingresar al club se desempeñaba como mesera en una cafetería. Ahí la conoció Miriam después de que casi le produjera quemaduras. Una buena anécdota de apertura—. Creo que ya sé que pasa. Estás ansiosa por ser víctima de explotación laboral, eh. Yo tampoco podría dormir de la emoción.
—No es por eso, es sólo que no quiero equivocarme y quedarte mal —confesó con sinceridad.
—Tranquila, Pao. ¿Qué es lo que peor que puede pasar? Que te despida —planteé divertido el peor escenario—. Yo voy a guiarte, sé que eso no es una garantía —admití—, pero mamá también estará ahí.
—Eso me pone más nerviosa —susurró.
—Parece una mujer ruda, es la que hace el trabajo difícil, pero no ha matado a nadie. Casi, pero a nadie hasta el día de hoy —aseguré—. Pero mañana es mañana.
—No es eso —aclaró creyendo me ofendería—. Estoy segura que es una gran mujer, no la protagonista de un thriller lleno de sangre y muerte —comentó para sí misma. No pude evitar reír por su imaginación. En realidad, yo sí podía verla en la alfombra roja de esa película—. ¿Qué pasaría si no le agrado? —reveló inclinándose un poco para que yo pudiera oír su preocupación.
No entendía cómo podía angustiarse por esa razón. Mi madre amaba a todo el mundo... Aunque pensándolo mejor tal vez la pequeña lista de sus enemigos sí excedía las veinte hojas. Amaba y odiaba con la misma intensidad. De todos modos, podía apostar todo lo que tenía que Pao no formaría parte de su lista negra.
—Bueno, dígamos que se enfade, que se pregunte cómo demonios terminaste ahí, quién fue el loco que te contrató —planteé. Pao enredó sus dedos entre ellos sin percatarse que solo jugaba. La pobre de verdad temía por su integridad—. Lo único que tendrías que hacer es... —Fingí pensarlo un instante antes de tocar sus mejillas provocando que naciera una sonrisa—, sonreír. Sí, justo así. Sé de lo que hablo, eso bastará para tenerla en la bolsa. Le agrada eso de la gente —le conté—. Siempre dice que por esa razón me hizo con hoyuelos.
Aunque eso era una de las mentiras que se inventaba para hacerme feliz de niños. Pao mantuvo aquella expresión dulce en su rostro. No sé cómo demonios se preocupaba por no agradarle a mamá, cualquiera se enamoraría de ella apenas verla.
—Eso o nos corre a los dos —solté arrepintiéndome de mis pensamientos—. Formaremos parte de las interminables filas del desempleo. ¿Notas la adrenalina? Vivir debajo de un puente, cantar junto a una fogata improvisada, adoptar un bache para tener tu propia piscina...
—Suena como un gran futuro —me interrumpió contenta. Me alegraba verla relajada—. Te prometo que daré mi mayor esfuerzo para no decepcionarlos, ni a ti, ni a tu madre —afirmó alzando su mano realmente interesada en cumplir las expectativas.
Contuve los deseos de decirle que lo sabía. Vamos, estábamos hablado de Pao. No conocía a nadie con mayor integridad. Desde que coincidimos en ese boliche y propuso dejarme ganar, creyendo estaba en desventaja, supe que dentro de ella no había maldad. No se lo dije para no confundir las cosas entre los dos, no tanto por ella, sino por mí.
—Entonces volvemos a ser un equipo —anuncié extendiendo mi mano, refiriéndome a la primera noche donde la suerte nos puso del mismo lado. Pao titubeó un instante, sus grandes ojos miel permanecieron clavados en mis dedos. No la presioné. Alzó el rostro, le di una sonrisa antes de que se animara a corresponderme—. Solo espero que esta vez no intentes ganarme —bromeé.
Pao negó con una tierna sonrisa ignorando lo haría.
Muchísimas gracias por todo su apoyo a este novela. En la introducción superamos las 1K lecturas ♥️ Estoy muy agradecida por el gran recibimiento. En el próximo capítulo habrá una nueva sorpresa de El club. Un abrazo enorme.
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