XXXI

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Se preparó algo de sopa y pasó el resto de la tarde viendo televisión. Aunque teniendo en cuenta que la programación chilena no le parecía en lo absoluto atractiva y que los canales pagados no tenían películas buenas, optó por leer un libro.

Buscó en su repisa, mientras arrugaba levemente el entrecejo de manera reflexiva.

Ya había leído todo, de hecho, estaba pensando ir a la librería a comprar algunos libros. No entendía porque eran tan caros, en especial porque él no era de los que compraban versiones ilegales en las calles.

Apreciaba el trabajo de los escritores. Aunque eso significara ahorrar dinero durante semanas para poder, a fin de mes, comprar todos los libros que quisiera.

Decidió tomar el primer libro que compró, o mejor dicho, que le recomendaron cuando en un básico español pregunto por poesía. No tenía dibujos en la portada, era marrón y el título resaltaba con gastadas letras doradas.

Era de segunda mano, pero Arthur le tenía mucho cariño.

Se recostó en el sofá y al abrir el libro, recordó por qué lo tenía apartado de los otros.

De entre las hojas, cayeron varios papelitos de corte rectangular. Arthur los observó de reojo en su pecho, como si temiera tocarlos.

Los recuerdos de cómo consiguió cada papel, de cómo poco a poco Manuel lo envolvió en ese místico mundo de letras y papel.

Suspiró y recogió los papeles, guardándolo entre todas las hojas.

Releyó el último que quedaba y sintiendo una sensación incomoda alojándose en el pecho, lo guardó.

"Un mundo nace cuando dos se besan".

Era cierto, la noche anterior él había creado un nuevo mundo con Manuel.

Un mundo que planeaba recorrer.

La expresión de decepción que puso Manuel al despedirse con un simple apretón de mano, fue lo que terminó de convencerlo.


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Había pasado una semana.

Siete días completos desde que Manuel vio por última vez a Arthur. Andaba tan distraído, que sus amigos pensaban que algo malo andaba con él.

Le recomendaron tomarse algunos días libres, después de todo, no venían pruebas ni proyectos en la semana.

Si tan solo hubieran visto más de cerca, hubieran notado que el ensimismamiento de Manuel siempre venía acompañado de un roce a sus labios.

A veces, cuando cerraba los ojos, la escena de aquella noche se repetía como si estuviera viendo una película.

Se quedaba dormido hasta tarde, con varios pensamientos en su cabeza, distintas voces de su consciencia dándole ideas buenas y malas sobre cómo debía seguir su relación con el inglés.

Que debía dejar de verle. Que debía cortar contacto.

Que debía contarle de esa noche. Que debía tratar de dar el primer paso.

Al final, todos los pensamientos terminaban llevándolo a un solo sentimiento.

La calidez de los labios de Arthur sobre los suyos.

Su pecho dolía un poco y recordaba la distancia amistosa que Arthur puso entre ellos al día siguiente.

Solo entonces, ante la idea de que todo fuera una ilusión del alcohol, Manuel se permitía derramar algunas lágrimas.

Despertó con el sonido de su celular, llamándolo desde el comedor de su departamento.

La cabeza le dolía y se sentía adormilado.

Un rápido vistazo a la ventana le indicó que había dormido desde que llegó de la universidad. Era tarde, los faroles ya estaban encendidos.

Se talló los ojos y se dio cuenta de que había estado llorando.

Frunció los labios, algo hastiado. No le gustaba sentirse tan indefenso ante un sentimiento, pero claro estaba que no podía evitarlo

Mientras más ignoraba a Arthur, peor se sentía. La idea de que el inglés lo odiara era aterradora. Pero la idea de verlo a la cara luego de tantas confesiones, sin poder siquiera decir una palabra por miedo a ahuyentarlo...simplemente no podía.

Arthur lo había vuelto así.

Cuando creyó que la muerte de Martín lo había endurecido, llega ese rubio de una tierra lejana y lo vuelve a hacer sentir esas emociones tan fuertes.

Tan humanas. Por más triste que estuviera, Manuel se alegraba de sentirse tan vivo.

Saber que el corazón que latía y dolía, lo hacía por Arthur.

Contestó el celular, haciendo la mejor voz que pudo.

Entonces lo escuchó.

"¿Quieres salir conmigo mañana?"

Simplemente, no pudo negarse.


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El texto leído por Arthur es una pequeña adaptación del poema "Piedra de sol" escrito por Octavio Paz. El original es "El mundo nace cuando dos se besan".

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