XXVIII

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El departamento de Arthur estaba fuertemente iluminado. Conservaba la ropa de la noche anterior.

Sin usar palabras, habían acordado ir su departamento. Arthur había caído rendido en su sofá, poco antes de decirle a Manuel donde estaba su cama.

El castaño no lo pensó demasiado y también se durmió apenas se sentó en esta. El cuarto de Arthur era impecable en comparación al suyo.

No recordaba demasiado, había bebido demasiado y de hecho, al despertar, lo hizo con un fuerte dolor de cabeza.

Si hubiera tenido un poco más de sentido común, se hubiera vuelto a dormir. No quería pensar mucho, no así. Pero un libro en la cabecera de Arthur le llamó profundamente la atención.

Desde el pasillo escuchó ronquidos, no era un departamento muy grande y era fácil adivinar que el inglés seguía durmiendo.

Abrió el libro donde el marca-paginas se hallaba, para su sorpresa –o quizás no mucho- estaba en inglés.

Un poema en ingles.

Manuel era un lector empedernido. Cualquier libro de poesía o compilaciones de estas que llegara a sus manos era devorado una y otra vez. Pero el castaño admitía con vergüenza, que no solía leer poesía en otros idiomas, algunas traducciones quizás, aunque siempre con la culpa de saber que estas no le hacían justicia.

Sabía inglés, pero la pronunciación era su condena. Sin embargo, también tenía cierto sentido de superación y luego de saborear las palabras en su lengua, comenzó a recitarlo en voz baja.

Una y otra vez, incluso si la frustración de saber que debía oírse un millón de veces mejor en su lengua natal lo instaba a dejar de humillarse.

Tenía hábitos malos de lector, como el hecho de caminar de un lado a otro en un cuarto, releyendo en voz alta cuando un texto le gustaba o este era muy difícil.

La cabeza le iba a explotar, pero trataba de ignorarlo.

Ya era la décima vez que repetía el poema.

Whatever dies, was not mixed equally;

If our two loves be one, or, thou and I...

... Love so alike, that none do slacken, none can die.

Finalizó con un perfecto inglés una voz ronca desde el umbral de la puerta.

Manuel sintió sus mejillas enrojecer de la vergüenza. Y no solo por el hecho de que Arthur lo hubiera atrapado con las manos en la masa.

Sino también, porque todos los recuerdos de la noche anterior aparecieron.


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"The Good-Morrow" es un poema de John Donne. El fragmento es la ultima estrofa. 

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