XXIX

  


Mientras tomaba el metro en dirección a su casa, Manuel no tenía claro cómo debía sentirse en ese momento.

Todo en él se sentía como un revoltijo de pensamientos y emociones.

Una parte de él estaba demasiado conmocionado aún por el beso de la noche anterior, incluso si tenía claro que tanto él como Arthur lo buscaron.

Pero otra parte, era demasiado tímida todavía. O mejor dicho, culposa.

Aún había una vocecita en su cabeza que le recriminaba ese acercamiento, ya que desde un inicio tenía claro que le sería muy difícil superar todo lo logrado con Martín.

Algo en él no podía aceptar completamente que quisiera al rubio como no había querido a nadie en mucho tiempo.

Recordó entonces todas las palabras sueltas de la noche anterior, avergonzándose de sí mismo.

Suspiró, y entonces notó que sus dedos acariciaban con suavidad sus labios. Recordando aquella sensación.

Un rubor fuerte se apoderó de sus mejillas, aunque Manuel intentó culpar al sol de mediodía que le golpeaba con fuerza el rostro.

Así como le culpaba de que sus ojos estuvieran llorosos.

Porque desde luego, era el sol quien lo lastimaba. No el hecho de que Arthur, al parecer, no recordara nada.


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