VI
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Al día siguiente, al siguiente a ese y al que le siguió a ese también, Arthur se sentó en la misma banca, esperando a aquel misterioso mensajero. Aún no tenía claro que debía decir o cómo debía proceder.
Sólo deseaba convencerse que no era parte de su imaginación, sin embargo, el paso del tiempo no arrastró pistas. Más temprano que tarde, Arthur decidió cerrar el tema.
No quería reconocerse con una obsesión.
Pero muchas veces, al tomar el camino largo para regresar a casa, se sorprendía a si mismo buscándolo entre las calles y esquinas de la ciudad de Santiago.
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