010 - EL JEFE DE SEGURIDAD


010

IRENE SÁNCHEZ


Buenos días, renacuaja.

Es el tercer día de forma consecutiva que me despierto leyendo el primer mensaje que aparece en bandeja, el de Alejandro, a la misma hora y con las tres palabras de las cuales detesto la última. Lo hace aún cuando no le contesto, al igual que no respondo los que se van repitiendo a lo largo del día: ¿Cómo estás? ¿La pierna bien? ¿Has desayunado? ¿Quedamos para un café? ¿Has comido? ¿Vendrás hoy? Más te vale portarte bien con la comida. No trabajes mucho. Son mensajes de buena fe que para mi se los puede meter por el mismísimo ojete sin vaselina, más considerando que es un método a la desesperada para conseguir una amistad imposible.

—¿Quién te está buscando? —Connor me besa la mejilla.

—Trabajo.

No miento, es lo que él y su equipo representan para mi. Un trabajo tedioso al que no le estoy ofreciendo caso y que a la larga seguirá siendo así, es lo acordado.

—Tendrías que programar la segunda tarjeta para que funcione únicamente dentro del horario laboral.

De hecho así lo tengo programado a pesar de no ser muy fan y que muchas veces canceló la opción, por el tema de que me gusta trabajar, el problema aquí es que Alejandro tiene el contacto personal, un descuido grave que cometí al llamarlo sin saber quién era, porque de haber sido muy distintas las circunstancias hubiera empleado el número de trabajo, hasta se lo hubiera dado en tarjeta por si surgía un alarmista contratiempo.

Volteo a contemplar un par de ojos adormecidos. A primera hora es cuando Connor se contempla vulnerable, un chico dulce que no ha hecho daño a la vida, que me ha aportado seguridad en cada momento y que debería ser capaz de respetar cuando un estúpido se posiciona entre mis piernas.

Conecto nuestras bocas en un pausado beso de buenos días mientras coloco la mano en su cabello aguantando hacerlo salvaje. No quiero que resulte herido por la necesidad de que sea fuerte. Puedo lidiar con el sexo vainilla. Después de años y algún que otro orgasmo fingido soy capaz, lo suave también es bueno, no, también no, lo suave es lo correcto, lo aceptable. Lo demás es tóxico.

Subo sobre él buscando desnudarlo.

—¿Has despertado con hambre? —coloca una mano en mi cintura.

—No soy la única —froto las partes escondidas consiguiendo un profundo jadeo de su parte y un recordatorio desagradable por la mia, porque recordar justamente ahora al estúpido y el despacho es repugnante —Aunque yo siempre estoy hambrienta.

Deshaciendo los pensamientos me inclino hacia delante saboreando sus labios cuando el móvil interrumpe el propósito de saciar un calentón mañanero. Ladeo la cabeza observando el irritable aparato, maldigo en pensamientos y le deseo a Alejandro una muerte lenta.

Es el hombre más fastidioso que he conocido, y mira que he conocido descerebrados que no tenían nada más emocionante en sus patéticas vidas que acosar al extremo a chicas que les habían rechazado.

—Un segundo.

Voy al borde de la cama con un cabreo notorio. Es la segunda vez desde el entierro de la bruja que me amargan un polvo, pero está vez voy a finalizar en un festejo orgasmico después de mandar a la mierda a Alejandro. Y si por casualidad llego tarde por un una vez al trabajo lo celebraré con un brindis con Christopher, porque sé de seguro que papá querrá celebrar mi impuntualidad o la que a él le gusta llamar puntualidad italiana, la cual consiste en llegar siempre tarde y sin prisas.

Contesto sin verificar quien es.

—¡Maldito acosador unineuronal e impotente, deja de joderme! ¡Si tanto tiempo libre dispones lo mejor es que lo inviertes en algo productivo para la sociedad y no para arruinarme el sexo con mi novio! ¡Me repugnas!

—Lo... lo lamento, se...señorita —ay no, ya la he liado por impulsiva. Eso me pasa por no comprobar aún si el resultado hubiera sido similar, ya que no dispongo del número de Robert figurando como desconocido y aún no son horas para un asunto laboral —Disculpe. No quería acosarla. Usted me invitó a llamarla cuando... Supongo que no debería haber llamado tan temprano, pero es que me he pasado la noche dudando en hacerlo y me he descuidado. Perdóneme.

—Tranquilo, Robert. En realidad ambos deberíamos calmarnos —río nerviosa por la metedura de pata —Creí que eras otra persona —hago un gesto a Connor para que sepa que va para largo.

—Haré el desayuno.

—No puedo calmarme, señorita —él también ríe —Me sorprende que me haya reconocido por la voz y que recuerde mi nombre, me siento honrado.

—De agradecimiento podrías tratarme de tú.

—Discúlpeme, no es intencional. Después de años en la calle mi mente ha quedado tocada sintiendo que soy inferior, que le debo a todos por existir. Soy parte de los restos olvidados de la sociedad.

—Haces que tenga jaqueca —masajeo el arco de la nariz —Odio que me traten de algo que no soy, Robert. Pero poniéndome en tú situación quiero que sepas que me esforzare en quitarte el complejo. Entiende que el dinero no marca la diferencia, que el hoy rico puede ser el pobre de mañana y al revés. Aún cuando mi padre nada en billetes procedemos de un pasado pobre, fueron muchas las ocasiones en que casi nos quedamos sin comer, afortunadamente, nuestros vecinos nos proveían con los productos que sus tierras producían. Valentín, mi tío, se lo agradecía con tareas campestres, mi padre arreglaba aparatos y yo aprendí a germinar semillas —al menos eso dicen —Tengo muchas fotografías de aquella época.

—Eres perfecta.

—La perfección es un cuento que exige a las personas una meta irreal, muchos se arruinan tratando de lograrla —busco en el vestidor un conjunto cómodo —Solo soy una chica experimentada que ha vivido más que muchos a mí edad.

—Insisto. Usted es perfecta. El hecho de que aún no me haya colgado corrobora mi afirmación. Es muy buena.

Si supiera de mí... Nadie mentalmente equilibrado se refería a mí empleando esos términos una vez conocido mi pasado. No soy dura conmigo, soy proporcional a los crímenes que cometí.

La sangre se pegó a mi como una doble piel a través de cada disparo.

A veces bueno, a veces malo.

—¿Sigue ahí?

—Si. Si, aquí estoy —me visto barriendo el pasado y centrándome en la conversación del presente, el presente qué importa —Deshacerte de mí es tarea imposible, Robert. Una vez te quiero es tarde.

—Hará que me sonroje, señorita.

—¿Qué puedo decir a mi defensa? Tengo un excelente gusto.

Compartimos una risa.

—Hay algo que me gustaría averiguar sin querer incomodarla.

—Lo único que me incomoda es el usted.

—Perdóneme.

—Deja de disculparte —blanqueo la mirada frente el espejo a la vez que ligo el cabello en una cola alta —No me hagas ponerte reglas, por favor. Suficiente tengo siendo la madre de mi padre.

—Perdo...

—¡Robert!

—Me está dando una tarea complicada y creo que no me da tiempo de corregir, estoy seguro que la estoy entreteniendo de muchas obligaciones. Seré directo. ¿Por qué quería que la llamará?

—Ya te he dicho que porque eres mío.

—¡Señorita!

—Tranquilo, Robert. Bromeo.

—Mi pulso está a mil, señorita.

—¿Qué culpa tengo de tú seriedad? ¿Y de que me hagas fácil molestar? Ninguna. No te enamores de mí que sé que tengo potencial, pero tengo novio, tal y como te he dicho antes en mi fatalista grito.

—Me disculpo por...

—Te daré nalgadas.

—Señorita, por favor —visualizo el sonrojo tras el otro extremo de la línea —Quisiera saber el motivo tras su petición de que la llamará sin ninguna provocación más, a su ritmo acabaré infartando.

—Hablaremos de ello en persona.



Interrumpo en el despacho de Christopher sin permiso encontrándolo en la misma postura rígida desde hace tres días; brazos cruzados, mandíbula tensa, labios apretados y mirada seria.

—Buenas noticias, papá.

—¿Al fin hablaremos? —sé que quiere saber, pero no, que sufra un poco para equilibrar un poco la lista anual de travesuras suyas y mías. Ocupa el primer puesto por mucho —Ni se te ocurra decir que no sabes a lo que me refiero.

—Puessssss...

—¿Y el dinero de las ventas?

—Robert me llamó y lo he citado aquí. Estoy segura que no tendrás ningún inconveniente en ofrecerle un puesto de trabajo.

—No cambies de tema.

—Quedaría bien en seguridad por la experiencia que nos dijo que tenía. Siempre va bien uno más para proteger tus cachivaches.

—¡No me ignores, delincuente! ¡La respuesta es fácil a la simple pregunta! —chilla Christopher. Honestamente, no quiero decirle que el plan se cancela, ya que nunca habíamos fallado en un plan para ayudar a los niños. Se tira al suelo sufriendo una pataleta infantil —Responde, responde, responde...

—Puede que sí, puede que no.

Del suelo se levanta de un salto y se limpia el pantalón, podría decir que ha recuperado su lado civilizado, el problema es que sería mentir al no haber disponido nunca de algo parecido.

—Te estás ganando un par de nalgadas jovencita.

—Ya no soy una niña.

—Mentira. Tú siempre serás mi bebé —es más rápido que mi reacción sin poder esquivar su maltrato en mis mejillas —¿Quién es mi bebecito? ¿Quién es mi bebecito? Si, tú, mi delincuente. Tú eres mi precioso bebecito.

—Christopher Sanchéz D'Amico, rispetta tua figlia!

(¡Chirstopher Sanchés D'Amico, respeta a tú hija!)

—Mai!

(¡Nunca!)

—Finirò in un ospedela psichiatrico per colpa tua!

(¡Terminaré en el manicomio por tú culpa!)

—Ti amo anch'io —hace una sacada de lengua y por delante del pectoral forma un corazón con los dedos —Con tutto il cuore ti amerò per sempre.

(Yo también te amo. Con todo mi corazón siempre te amaré)

—Descuídate y te apuñalare.

—Claro que sí, hija mía —me despeina usando las dos manos —Me fascina que te alimentes de sueños imposibles para seguir siendo extraordinaria.

—¿Por qué tengo a un padre tan demente?

—A alguien le tenía que tocar el mejor padre del mundo.

Estoy por responder que nunca le he regalado la taza al padre número uno cuando nos interrumpe el teléfono del escritorio. Christopher da el botón para celebrar la victoria internamente mientras escuchamos la voz de la razón:

—Señor Sánchez, señorita Sánchez, espero que por el bien de su relación y de esta empresa no estén discutiendo —alzamos las manos aún cuando Tiana no nos ve —¿Cuándo se comportarán como seres civilizados? Repitan conmigo. Pelear es malo.

—Pelear es malo —repito.

—Si, lo que digas, mamá. Seremos niños bien portados —Christopher muestra los dientes en una genuina sonrisa —Ahora deja que hable con mi niña, y aunque nos oigas gritar, cosa imposible por la insonorización, no significa que nosotros dos estemos peleando, es solo que nos gusta charlar con voz alta.

—Deja en paz a tú hija.

—Los imposibles pídeselos a Óscar que mientras yo viva mi única afición será la de incordiar la magnífica existencia de mi hija.

—Inútil —Christopher queda mudo —Irene, antes de que el demente cuelgue, estamos eniendo un ligero contratiempo con una persona no autorizada en la edificación preguntando por ti. Intenté averiguar su nombre pero está asustado. ¿Qué le has hecho ya al pobre hombre?

Tiene que ser Robert. Ha llegado antes salvándome de tener que seguir soportando una de las escenas dramáticas de Christopher. Lo amo, de verdad que amo a mi padre, por desgracia tengo paciencia limitada y él sabe perfectamente llegar a ese límite en cuestión de minutos.

—Ofrécele un café. Tengo una conversación importante con...

—Hazlo pasar, por favor —intercedo alejándolo del aparato.

—Hay que hablar de la venta. Es absurdo que lo quieras alargar, he apalabrado ya varias donaciones con organizaciones y...

—¡A la mierda el club y la mansión!

—Oye, así si que no, que yo no te adiestre para que fueras sanguinaria con tú adorable y querido papi chulo.

—¡No soy un perro para que me adiestres!

—Su relación es bastante compleja —nos giramos hacía la puerta, nuestras mandíbulas se desencajan abriendo la boca al contemplar a Robert y ayudo a mi padre a que le regrese al sitio, al igual que él conmigo —Buenos días. Espero que no se molesten por llegar antes interfiriendo en sus asuntos, los nervios me superan y no estoy controlando adecuadamente los impulsos.

¿Y mi vagabundo?

El pelo que anteriormente era un desafío brilla recogido en una coleta baja, la barba ha sido recortada al milímetro, las ojeras suavizado, los ojos marrones lucen vivos y el vestuario de gama oscura le encaja como un guante. Aún quedan muchos rasgos que confiesan su pasado en la calle, a pesar de ello, si alguien me dice que desfila en las mejores pasarelas de moda, que es portada en revistas y que es considerado un hombre atractivo, al nivel Tom Hardy, voy y me lo creo.

¿Qué estúpida lo engaño?

—Temo que estoy metiendo la pata —sumiso, agacha la cabeza.

—¡Viejo amigo! —Christopher lo abraza dando un par de sonoras palmadas en su espalda —Qué alegría verte de nuevo. Espero que la vida ya haya empezado a tratarte como te mereces.

—Me trata muy bien, señor. Lo que hicieron, lo que su hija hizo conmigo... —se emociona con los lagrimales llenos —Me disculpo. No existe vocabulario a la altura para expresar lo que fue, lo que está siendo.

—Tonterías, campeón. Y dime. ¿A qué se debe el honor de tú presencia?

—Su hija me citó aquí.

—¡¿La loca de mi hija te hizo venir?! —exagera el tono y Robert asiente —¿Sabes por qué? —continúa inocente el teatro de Christopher negando —Ay cielos. Que peligro. Ni te imaginas que has provocado metiéndote en la vida de mi delincuente, ya nadie te salvará de sus artimañas.

—No lo asustes —le digo.

Christopher se dirige al minibar sirviendo dos copas, antes de llenar una pregunta pregunta a Robert:

—¿Whisky?

—Disculpe, pero yo no bebo —muestra otra agradecida sonrisa antes de centrarse en mi rebuscando en el bolsillo de su pantalón negro. De él saca billetes —Le traigo el cambio, señorita. Me dio más de lo necesario.

—No es mi cambio, es tú cambio.

—Me incomoda tener algo que no me corresponde.

—No me robaste, yo te lo dí. Te corresponde legalmente.

—De verdad que es perfecta, señorita. Está otro nivel del cual solo se puede admirar, pues nunca habrá persona que sea capaz de llegar al trono que los ángeles hicieron para usted en el cielo.

Christopher está en lo cierto. Dice muchas tonterías y tiene un concepto erróneo de mi por involucrarme en su situación, sin embargo, considero que solo hice el mínimo en que debería basarse cualquier vida, ayudar al prójimo, una simple ley estipulada por el corazón que trágicamente escasea entre los individuos que componemos la sociedad marcada por la injusticia.

—Y aún no acaba su ayuda —Christopher me da mi copa y brinda discretamente con la suya previo a un generoso trago —Mi delincuente me comentaba la idea de ofrecerte un puesto en la empresa. El dilema es que no dispongo de vacantes.

—¡¿Qué?! —me alarmo.

—Aunque el que no pueda aquí no significa que pueda afuera —suspiro aliviada del impacto innecesario. Un día el drama me matará —Tengo una larga lista de contactos que estarán felices de que les deba un favor.

—¿Olvidan que no tengo estudios?

—Yo nunca tuve la oportunidad de pisar la escuela y no por esa razón he dejado de ser un genio. Si la inteligencia fuera creada por los estudios sería exageradamente estúpido, no niego que ayudan, pero en mi adolescencia la prioridad era comer. Lo que me ayudó a desarrollar mi intelecto superior de nacimiento fue leer. Sigo leyendo a diario un par de horas. Y, al final, sin un papelito con el presumir, hay cientos de miles de licenciados que mueren por ser yo.

A las diez, puntualmente, recibo el mensaje de Alejandro;

¿Quedamos para un café?

—¿Mensaje de mi futuro yerno?

—Solo es un trabajador del club. El estúpido encargado —le clavo el visto.

—¡Si, Óscar me debe una cena! Ya le dije yo que no se lo ibas a vender las propiedades a ese gusano —hace un gesto victorioso —Aunque, considerando que hablas con el encargado y que te tardaste en darme la noticia, supongo que cancelaste nuestro plan.

—No puedo hacerlo, lo siento, por ti y las asociaciones que esperaban el dinero, pero de verdad que aunque de cabeza quisiera al final a quien siempre acabo obedeciendo es el corazón.

—Confío en tú órgano. Y no te preocupes por las asociaciones que por sí has olvidado tengo un poquitín de dinero.

—Me queda los millones de la herencia.

—Hazme caso y llévate con ese hombre. Es importante generar vínculos de confianza con los empleados, más siendo el encargado.

—Ni de broma me hago amigo de un nudista que goza de mandarme mensajes como si fuera un acosador.

—Comprendo. Tienes trabajo, Robert. Quiero que trabajes en el club. De lo poco que conozco eres digno de confianza, así que deposito en tí el cuidado de mi hija inocente y que la protejas del desequilibrado. ¿Me harás el favor?

—Será un honor.

Otra vez hablando con razón. Es cierto lo que dice papá, necesito de alguien que me inspire de confianza y que se asegure de que el antro no cae en asuntos ilegales, además de que podría convencer a Alejandro para que abandonará su guerra personal enviado mensajes absurdos.

—Te doy trabajo con una condición —digo.

—Lo que sea.

—Si trabajas para mí debes estudiar. Corrijamos el error que tanto lamentas.



Ando pensativa, cuadro varios conceptos que he de compartir para mantener impecable el perfil de jefa cabrona para los empleados del Infierno. En otras palabras, no quiero que descubran el origen de Robert. Tuvieron mi buena acción al no vender, lo único bueno que verán de mí, a partir de ahora lo único que descubrirán de mi es una conducta insoportable que hasta alejará a Alejandro.

—¿Qué le inquieta? —pregunta Robert.

—Nada —doy una calada profunda al cigarro, de las que queman la garganta y hacen toser por más habituada que estoy a la toxina —Solo pienso. Pienso que hacer para que no hayan malos entendidos contigo.

—¿A qué se refiere?

—Quiero mantener en secreto las circunstancias en las que nos conocimos.

—¿Le avergüenza que sepan que soy vagabundo? —el cigarro se me escapa entre los dedos a la par que me detengo. Hay dolor en la mirada afligida de Robert —Lo entiendo, señorita. Yo no estoy a su altura.

—¡Deja de tener ese concepto de ti!

—Lo siento. Quisiera no incomodarla.

—Y dale. Lo único que me incomoda es el trato que me das, pero ya sabemos que quitarte la manía será largo y tedioso —enciendo un nuevo cigarro.

—Disculpe. Solo le doy proble... —le cubro la boca con la mano dando una segunda calada matadora.

—Mi problema es el maldito club. Así que deja de hacerte erróneas y escucha —retiro la mano mirando fijamente sus ojos marrones —Si ellos descubren que estoy ayudando a alguien de la calle pensarán que soy buena.

—Pero usted es buena.

—No, no lo soy, y de serlo no quiero que sepan.

—¿Acaso quiere ser la villana para ellos?

—Captas la idea.

—¿Por qué?

—El club es un mal lugar para mí. Me devuelve recuerdos que creía olvidados, de tiempos en los que yo no fui de lo mejor. Y yo... —un nudo en la garganta me complica seguir una conversación indeseable —...yo tengo... tengo miedo...

Quisiera llorar, quisiera que el momento se acompañará correctamente, pero él no necesita de lágrimas para comprender el dolor arraigado. Apoya las manos y manifiesta una nueva sonrisa dándome una ligera seguridad de saber que ahora mismo estoy haciendo lo correcto con él.

—Actuaré de la forma que necesite —soy protegida en un abrazo.

—Gracias.

Lo que nos queda de camino lo usamos para conocernos y fabricar los detalles de una perfecta mentira. Diseñamos un pasado ficticio. Una gran amistad, aunque está es cuestión de tiempo que sea realidad.

Robert es un poderoso aliado jugando a mi favor.

Mi ventaja.



El Infierno nos recibe con luces apagadas y vacío, tengo que usar la linterna del móvil para localizar la caja de luces. Me resulta una broma de mal gusto, considerando que cuando no quiero a nadie están todos y ahora que con uno sería suficiente no hay nadie. Tendría que haber llamado a Alejandro, no obstante, teniendo una imagen de su atra... de su sonrisa formada creyendo que cedo a los mensajes se me eliminó la opción en automático.

Avanzamos tratando de dar con la maldita luz cuando el día empeora drásticamente al saltar la alarma antirrobos. El ruido es clásico, al menos en los primeros segundos de aviso antes de empeorar. Es aturdidor, perfora los tímpanos y se cuela en las entrañas bloqueando los pensamientos.

—¡Joder! —bramo.

Intento correr a la salida, pero con el dolor atravesando por el punto de equilibrio lo que consigo es caer de morros al suelo. Grito histérica, deseo la propia muerte y lamento haber traído compañía a esta trampa letal.

El ruido cesa cuando las luces se encienden.

Visualizo a Alejandro. Habla por el móvil con una mueca de ira que me hace retroceder pegada al suelo, demasiado lenta para cuando cuelga y viene a mi posición retirando mis manos de las orejas.

Se lastima los labios con los dientes sacando un clínex que pasa por mi oreja limpiando un sangrado superficial. Impacta el puño al suelo y maldice, bastante rabioso, lo sé por la forma en que abre la boca, ya que un agudo pitido lo impide, por un rato muy largo en que también atiende a Robert.

—¿Estáis mejor? —al fin lo oigo.

—¡¿Tenemos cara de estar bien?!

—Da gracias que estaba cerca y llegue en menos de un minuto, porque de ser otras las circunstancias hubieras quedado sorda permanente.

—¡Esa alarma no es legal!

—Espero que el hombre no sea un nuevo vendedor. Estoy cumpliendo tus caprichos, cosa que sabrías si te hubieras molestado en venir al menos una noche. Ya han pasado tres días.

—Dudo que notarás que estoy en mitad de una de tus actuaciones.

—Lo averiguaremos cuando vengas.

—No pasará.

—¿Quién es? ¿Tú novio? —le da una mala mirada —Déjale ir antes de que sea tarde. O quédate y conviértete en un cornudo, porque nada evitará que me folle a tú novia en posturas que ni siquiera conoces.

—¡¿Pero qué dices?! Es Robert, mi mejor amigo.

Soy su diversión, y por ello no dudara en ser más capullo de lo normal si así causa mi alteración. Lo peor es que lo logra.

—Un placer conocerte —Alejandro y Robert estrechan la mano —Y lo digo de verdad. Si Irene se ha dignado a traer a alguien tan especial es porque está dejando de ver el club como un basurero. Soy Alejandro, Daddy para los amigos. Llámame Daddy.

—Señor, lamento comunicarle que lo sigue viendo con malos ojos.

—¿Señor? ¿A quién llamas señor ?

—Lo siento, no era mi intención ofenderle.

—Tampoco te disculpes.

—Perdón.

—¿De dónde dices que lo has sacado? —me pregunta con un bufido y con la vena marcada en el cuello —Solo avisaré una vez. Me importa una mierda que sea tu amigo, mejor amigo o novio, si vuelve a tratarme de usted, ni aunque sea por equivocación, voy aplastarle los ojos con los pulgares.

—¡Te prohibo aplastar ojos!

—¡Tú no puedes prohibirme nada! ¡Soy el que manda!

—¡Yo soy la jefa!

—¡Si lo eres deja de ausentarte!

Te l'avevo detto che non sarei venuto!

(¡Te dije que no vendría!)

—¡No te entiendo!

Vaffanculo!

(¡Vete a la mierda!)

Alejandro se acerca dominado por su pecado, aunque en está ocasión no le pienso dar el lujo de capturar mi cuello, después de todo, rabioso o no, sé qué soy capaz de bloquear a la mala bestia. Sin embargo, antes de hacer una demostración de mi técnica, Robert le hace una llave por la espalda y lo retiene en el suelo, sosteniendo los brazos en la parte inferior de la columna.

—Pon un solo dedo encima de la señorita y te romperé los doscientos seis huesos que componen tú cuerpo.

—¿Estás buscando trabajo?

—¿Es esto algún tipo de prueba? —Robert me busca para la respuesta aflojando el agarra.

—¿Prueba? —Alejandro no lo entiende levantándose del suelo.

—¿Necesitamos personal? —y yo la menos informada celebro por dentro, es mejor que entre de forma natural y no como una imposición, así las sospechas de un infiltrado serán menores —No lo sabía.

—Si hubieras respondido a alguno de mis mensajes y aceptado el café sabrías que nuestro antiguo jefe de seguridad salió con el rabo entre piernas creyendo que una renacuaja nos iba a vender.

—Cuida tu lenguaje, stronzo. Esta renacuaja aún puede vender.

—No, ya no. Porque no serías capaz de putear a tú mejor amigo que resulta ser nuestro nuevo jefe de seguridad.

—Sería más conveniente ascender a alguien de la plantilla —le dice Robert y se que gran parte de ello es por su sentimiento inferior —Ni siquiera conozco el lugar para un puesto tan importante.

—Hacerte un tour es fácil, lo complicado es que alguien me tumbe.

—Además de que ya tienes experiencia como jefe de seguridad.

—El destino haciendo de las suyas.

—La casualidad de las cosas bien ordenadas cronológicamente —digo, aplaudiendo ligeramente victoriosa —Hablemos del contrato. ¿Cuánto cobrará?

—El mínimo interprofesional está bien para mí —Robert es un mal negociante.

—¿Sabe tú amigo que está loco?

—Perdóneme —Alejandro pone la mirada en blanco —Estoy acostumbrado a manejarme con poco. Después de tantos años en... —codeo las costillas de Robert —En mi antiguo empleo me daban menos.

—Nosotros no somos empresarios abusivos. Cobrarás tres mil más extras —Robert no puede disimular la sorpresa —El trabajo de seguridad no merece menos. Debes dirigir a todo el equipo, lidiar con cientos de problemas y no cometer ningún error. Además que en su mayoría los trabajos de noche no son gratificantes —con esto último su atención se centra en mí —Seguro que piensas que hago esto porque soy depravado, fetichista y peligroso, te equivocas. Mi vida es mejor desde que llegué aquí, también lo puede ser para ti. Solo debes dejar de juzgar por un segundo. No somos simples trabajadores, somos una familia que se cuida y protege, una familia de la cual ahora formas parte, te gusta más o menos.

—No me interesa.

—Una oportunidad. Ven una noche y compruébalo.

—Hora de regresar a mi verdadero trabajo —antes de salir apoyo la mano en el hombro de Alejandro —Cuida de mi hombre. No quieras recibir mi castigo.

—Vamos, castigame. Será interesante —se le dilatan las pupilas.

—¿Seguro que eres ira y no lujuria?

—A Isaac le pone duro cualquiera, a mí no. Esa es la diferencia entre ser o no lujuria —se inclina pegando la boca a mi lóbulo —Sé que lo deseas al igual que yo, solo que tú puedes contenerlo más, porque, créeme, lo hago, reprimo mi impulso, de otra forma...

—Estaríamos follando y no hablando —le termino la frase y le digo; —Bebé, la puedes tener grande, gruesa y dispuesta que tú personalidad mata cualquier fantasía que pudiera llegar a tener mi yo borracho.

—Lo único bueno de un borracho es su honestidad.

—Disculpen. Quisiera no interrumpir sus bromas que acaban en pelea, pero es que antes de que peleen quisiera pedir un favor. Solo si se puede.

—Lo que quieras —digo.

—¿Me podrían avanzar la mitad del sueldo?

Alejandro se ríe y abre la boca como un maldito bocazas, a la próxima le meteré tal puntapié que se le acabarán las estupideces:

—Joder, tienes que haber batido algún récord. Nunca había conocido a un tipo que tuviera las pelotas tan grandes de pedir un adelanto antes de firmar contrato, al menos podrías haber esperado a ello.

—Lo lamento, yo... Finjamos que no lo he pedido —se pasa la mano por el cabello deshaciendo la coleta en el proceso y agacha la cabeza con mejillas sonrojadas. Alejandro acaba de exterminar el insignificante porcentaje que existía de tener algo similar a una amistad conmigo —Me buscaré la vida. Siempre...

—¿Cuánto necesitas? —le pregunto.

—No quiero su dinero. Ya me dió demasiado la última vez y aún no se como agradecer adecuadamente, ni tampoco sé que me esté dando trabajo, después de... —apunte mental, Robert es mal compinche —Tengo que pagar el motel y comprar algo de ropa. No quiero dar una mala imagen.

Alejandro le alarga un fajo de billetes.

—La familia se ayuda. Y tú eres ahora mi familia —vale, ha recuperado el porcentaje perdido y aumentando es un incordioso uno por ciento —Consideralo un pago de bienvenida.

—Igualmente no necesitas pagar un motel —digo —Está la mansión en la que te puedes instalar. Solo deberás coexistir con cochinos strippers.

—¿Bromeas? —Alejandro pregunta incrédulo.

—No le veo problema a que viva ahí.

—La mansión es para los strippers.

—Ahora es para los strippers y el jefe de seguridad. Y esto no es tema de discusión, ni por tus pelotas.

—Hay razones por las que...

—Tus razones me importan una mierda —estoy empezando a cansarme de la autoridad que se cree que tiene y que no le pertoca —La mansión es mía. Tus hermanos y tú vivís ahí porque yo lo permito. María Magdalena murió, no puedes ser tan inocente de creer que las cosas seguirán igual que antes.

—Pero...

—No hagas que me arrepienta de la decisión de no vender.

—No puedes arrepentirte.

—Ayúdame.

—Vivirá con nosotros a cambio de que contestes a los mensajes, a cambio de que me des una oportunidad de conocerte.

—¿Por qué te gusta lo complicado?

—Porque entonces no me gustarías tú.

—Yo...

—¿Tienes novio?

Me planteo las respuestas y los enlaces de cada uno, al igual que pienso en la poca gracia que me provoca que sepa de mi privacidad. Son muchos escenarios los que considero, más malos que buenos. Así que, tras segundos eternos, respondo:

—No, no tengo novio. 


*******

¡Hola pecadoras!

Tengo que decirlo porque si no siento que me va a explotar la cabeza. Es que no puedo evitar gritar cuando Alejandro es tan directo, me gusta estar tratando con un hombre que sabe lo que quiere y cuando lo quiere. Es que... Es que... Es que... 

¡Aaaaaaaah!

Atten. Mikaela Wolff

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top