009 - AMBROSIA


009

ALEJANDRO NAVARRO


Andamos en un silencio que me revienta las pelotas.

Desde la salida del pub la atención recibida por la futura reina ha sido, después de unos cálculos exageradamente complicados, de cero. En ninguno de los intentos para entablar conversación he sido correspondido, más allá de monosílabos que ha ido repitiendo estando demasiada ocupada con el dichoso móvil. Si no fuera porque vi el escenario antes de que casi le atropellaran diría que se lo estaba buscando con esfuerzo, pero ese día el aparato estaba muerto como debería estar hoy. Por otro lado, sigo dudando de la veracidad de un accidente. El conductor iba trajeado.

Odio los trajes y sufro un profundo rechazo a quienes los usan, aunque sé que son inevitables en ciertas situaciones. Por ejemplo, en los entierros. Antes de atar la corbata el conjunto ya me estaba causando sarpullidos y tenía pensamientos de pirómano que únicamente se disiparon al ver a Irene.

Destacaba, aún yendo acorde con el color de los demás, brillaba en mitad de la escena de dolor y rabia. Olvide el momento, el espacio y el tiempo. No había un muerto, no había una familia en duelo. Éramos ella y yo. Tan intenso. Era y es imposible negar que la chica que me sacó la lengua es el futuro, el mío y el de mis hermanos, pero un poco más mío que de ellos.

Descubriré la pesadilla, sanaré las heridas, cobraré venganza y no dejaré que nadie más vuelva a derrumbar la gloria. Tampoco quiero que machaquen su trasero. Después de una hora silenciosa doy fe que esa deliciosa tentación debería estar siendo mordido por mis dientes.

—Espero que tú fanatismo al móvil sea porque has olvidado cómo se desbloquea —la sorprendo quitándole el móvil.

Agranda los ojos, al segundo aprieta las cejas y me da su peor mueca, sin saber que la acción es improductiva para mi pantalón. De no haberla intuido hubiera sucumbido a sus provocaciones en el hospital.

—Devuélveme el móvil o te dejo sin decencia —amenaza y la temperatura sube siete grados.

—Un segundo.

Me busco en los contactos para ser libre del injusto bloqueo, lo hago a la vez que mi mente diseña distintas alternativas para silenciar sus gritos. Todas ellas implican mi polla.

—¡Odio que me quiten las cosas de las manos!

Falla en el intento de recuperar el aparato. Ni siquiera me esfuerzo, solo levanto el brazo convirtiendo su objetivo en una meta inalcanzable. A través de sus saltos analizo lo bien que se le daría cabalgar, sin embargo, conmigo sería desperdiciar, me gusta estar arriba, ser el dominante y poseer el control de cada cruda embestida.

Isaac de saber aplaudía mis pensamientos primitivos.

Joder, debo controlarme. De cabeza la he follado en incontables posturas, pero no debe cumplirse. Tenemos destinos a los que someternos y mi corazón ya tiene dueña, lo nuestro sería una ventura caliente de final desastroso que únicamente beneficiaría a los monstruos.

—Venga, que tú puedes —la animó en burla.

—¡Te odio!

—Eres mala, renacuaja —me asesina con los ojos avellana —Hace una hora que andamos. No me molesta, pero si lo hace que me ignores después de haberme pedido tú nuestra primera cita.

—¡No es una cita!

—Reunión, cita —contraigo los hombros provocando que recupere el móvil, el cual milagrosamente guarda —Usa cualquier término que el resultado será el mismo. Tú y yo a solas.

—No provoques que tenga un concepto más bajo de ti.

Me detengo al darme cuenta que nuestra caminata sin rumbo nos ha llevado a mi local de comida favorito. Ambrosía, la bebida y comida de los dioses.

Considerando que la no compra era a primera hora del mediodía, que luego ha tenido una visita guiada por el club, que seguidamente ha venido a por mi, que son ya las cuatro de la tarde y que lleva unos veinte minutos cojeando comprendo que no ha comido.

—¿No dirás nada?

—¿Cambiamos el café por comida? —señalo el local esperando su rechazo. Sé que el aspecto es precario, aún así es el claro ejemplo de porque no hay que juzgar antes de conocer —Se nos pasó la hora de comer y tengo mucha hambre.

—Pagas tú —le brillan los ojos entusiasmada.

Accedemos al establecimiento sobrecargado por la humedad.

El color de las paredes con el paso del tiempo se convirtió en un degradado de colores marrones mezclado con verde por el moho. Las desfasadas lámparas colgantes son ideales para las arañas y sus telas, las cuales nunca han sido molestadas por el dueño a través de una limpieza profunda. Las mesas y sillas no mejoran el sitio.

Desistí en ayudar a transformar el lugar hace años. El dueño prefiere a clientes por apreciar la buena comida y no por ser lugar de moda, sin embargo, mis hermanos y yo debemos gastar un pastizal porque nunca he visto más clientes que nosotros. Al menos eso creía hasta hace un instante.

Irene ha sido traicionada por su mirada viva.

—No te dejes llevar por la primera impresión —digo, fingiendo no darme cuenta de la verdad —La comida es excelente y Carlos, el propietario y cocinero, una gran persona.

Observo la mala actuación que se marca. Dando dos pasos alcanza la primera mesa por la que pasea el índice que queda manchado de polvo. La excusa que usa para un gesto de desaprobación. Sin embargo, queriendo comer, sigue desplazándose con exagerado malestar por el lugar.

—La cuarta fila, la primera. Justo en la esquina. Usaremos esa —encuentro discordia en su expresión, seguidamente miedo visualizando una insignificante arañita que se ha descolgado de la lámpara para tejer en el ángulo recto —¿Ahora cuál es la molestia de la princesita?

—Hay una araña.

La araña se mueve sintiéndose insultada y ella da un brinco hacía atrás, golpea sin querer mi torso con la espalda. El siguiente paso que ejecuta es esconderse detrás de mí. Es la acción más real de lo que va de día.

—Ahora conozco algo que te asusta.

Atrapo a la araña y la libero en la calle, lejos del peligro que representa Irene, ya que podría exigir la ejecución de la indefensa criatura. Que le corten la cabeza diría la reina roja.

Entro en la cocina directo al armario de limpieza como si estuviera en casa.

—Huele a elegancia, dulzura, misterio y a silvestre. Trajiste a una chica interesante —comenta Carlos. Que la huela desde la cocina no me sorprende ya que debido a su ceguera los otros sentidos están agudizados —Tus latidos están acelerados.

—A una chica que conoces, ¿cierto?

—Una refunfuñona.

—Siete minutos y te asomas.

—Vale, pero no te pases tampoco. Creas o no esa chica es extraordinaria, el problema es que está en modo defensivo.

—Lo sé muy bien.

Vuelvo a la mesa que limpio al igual que las sillas y el humilde hogar de la arañita.

—Zona asegurada y desinfectada para la jefa. Mientras que el dueño está ocupado podemos iniciar la reunión.

—Increíble. De vez en cuando dices cosas sensatas.

—Siempre las digo.

Ocupamos los asientos.

Me quito la gabardina conservando los guantes de cuero, por su parte se quita el abrigo dejando al descubierto las manchas de sangre. La respiración se me corta de raíz, la boca se seca. Sé que es la sangre de un malnacido, que no es de ella, aún así que esté ahí es motivo suficiente para que el lado racional y el primitivo se enfrenten entre sí en una dura pelea para dominar.

—Creamos un instante esa mentira —sonríe, quiero concentrarme en esa hermosa sonrisa que enmarca su hermoso rostro sin éxito —¿Te importa dejar de mirarme las tetas? Ni siquiera uso escote.

La imagen mental que se me carga no ayuda.

—Es esa sangre... —logro decir, colapsare de un segundo a otro.

Se marcha al servicio y puedo respirar.

Los siete minutos pasan sin que aparezca Carlos, ese hombre es sumamente inteligente y cumplirá la petición en el momento adecuado. Lo más seguro es que recupere la cuenta cuando prosigamos la conversación.

Irene regresa con el jersey libre de manchas y ligeramente mojado, cosas que no me libera de la cargada tensión, aunque si la rebaja ligeramente.

—¿Mejor?

—Si, mucho mejor.

—Hablemos del club. El que no haya vendido no significa que no lo haga en un futuro próximo, claro que podría desistir de la idea si sois capaces de cumplir las condiciones que voy a imponer.

—Infórmame de tus caprichos.

—Nadie puede tratarme de usted —se lo respeto, tampoco soy fan del trato que marca estúpidas diferencias sociales. Ni por edad, ni por respeto. Odio las instituciones que creen que un extraño les debe tratar de superiores —Encárgate de Jennifer o seré yo quien me encargue de despedirla.

—Solo yo tengo el poder de despedir.

—Olvidas que soy la jefa.

—Y yo soy el Daddy.

—Mejor no usemos el término. Si no te has dado cuenta es ridículo —se me escapa un ja sarcástico.

—Mientras te quejas una parte de ti se muere de ganas de pronunciar Daddy.

—Y la otra murió por soportarte —tengo razón, no lo ha negado —¿Seguimos con lo importante o prefieres divagar sobre temas que destacan por ser tan despreciables como tú?

Cada ataque sin razón solo demuestra lo asustada y herida que está, por eso la dejo ser esperando un espacio para colarme. De poco confiará, de poco se dará cuenta de que somos los buenos y cuando esté preparada le contaré la verdad que se esconde detrás de la herencia.

—Por favor, a lo importante —contengo la risa sarcástica.

—Considerando que eres el encargado doy por sentado que eres quien da las órdenes en mi ausencia.

—Te equivocas.

—¿Me equivoco?

—Siempre doy las órdenes. Estés o no. En simples palabras, me obedecerás, sin importar cuánto te resistas serás sometida a mis encantos, pequeña.

Blanquea los ojos. Una vez más y le enseñaré a no hacerlo con la mano abierta sobre sus buenas nalgas.

—Parece que no te lo tomas en serio, así que seré lo más breves posibles y tú no me vas a interrumpir porque detrás de tus payasadas al final sabes que a quien debes obediencia es a tú jefa —eso será si yo quiero —Nadie me tratará de usted, tampoco frecuentare el lugar, por no decir que nunca más volveré a pisar el club y tú no pondrás ni una sola queja por ello. Otra cosa. Vuestros problemas son vuestros. Mi intención no es convertirme en canguro de un grupo de inadaptados —al cual también pertenece y que por eso vendrá sintiéndose atraída por sus iguales. En eso no he de poner esfuerzo —Sigue esto y vuestras vidas seguirán igual de tóxicas que cuando vivía vuestra querida bruja, falla en una y se acabó.

Quisiera comprender a Magda. No entiendo porque nunca la mencionó, no cuando nos ayudaba a soportar nuestro dolor, el mismo que percibo de la nieta que parece que abandonó.

Me gustaría saber esa historia.

—¿Solo eso? Esperaba más de ti.

—Puedo ser más exigente.

—Acepto las condiciones —sonríe, y con esos labios finos y seductores puedo decir que es la sonrisa más hermosa a la que he tenido el placer de conocer. Misma sonrisa que desaparece al decir: —Ahora es mi turno de hablar.

—Tú no tienes turno.

—¿Cómo tienes la pierna? Me he fijado que sufres una ligera cojera, y empezando a conocer tú terquedad me preocupa que no siguieras las indicaciones del médico adecuadamente.

—Establecemos una barrera clara e indispensable por el bien de nuestra relación. Todo aquello fuera de lo laboral no es asunto tuyo.

—Si que lo es.

—Me desesperas —el sentimiento es mutuo —No somos amigos y nunca lo seremos perteneciendo a mundos completamente distintos —me fascina los gestos de sus labios, ligeros y frescos a pesar de las gilipolleces que escapan entre ellos, conozco muchas formas mejores en que podría emplear el movimientos —Tú eres negro, yo soy blanco y no quiero ser gris contigo. Jamás compartiremos la misma opinión, ni siquiera existe algo que nos pueda gustar por igual, así que te pido por las buenas que dejes de forzar una relación improductiva.

—¿Parisina con doble de queso de cabra? —interrumpe Carlos.

Ha llegado el momento perfecto para desencajar la mandíbula de la reina que jura y perjura ser mi polo opuesto, que no tenemos nada en común, pero para su tragedia tenemos semejanzas que no puede negar, lastimosamente, es una pena que una de ellas no sea la honestidad.

—Triple, por favor.

—Una triple para Irene. ¿Y una Texas para Daddy?

—Que sean tres para el gran Daddy. Una ración de patatas de las tuyas, una primera cerveza y quizás una tila para la chihuahua —aprieta los dientes amenazante como lo haría el pequeño perro. Volvemos a estar a solas cuando le repito su comentario: —Jamás compartiremos la misma opinión, ni siquiera existe algo que nos pueda gustar por igual —cierra los puños encima de la mesa —Eres la única que se cree sus propias mentiras. De momento me parece bien que lo hagas, pero no importa cuanto trates de engañarte porque al final acabaremos siendo amigos. Mientras eso no ocurre yo también tengo una condición para que seas nuestra jefa.

—¿Perdona?

—Debes cuidar de tú salud. Si te lesionas, descansas. Si te resfrías, te quedas en camita bien tapadita. Y si necesitas un enfermero guapo, me llamas. De medicina no sé mucho pero soy el mejor haciendo sopas.

Se le escapa una agradecida risa, suave y agradable para mis oídos que aclaman por una réplica que gustosamente provocare.

—Eres un auténtico stronzo.

—Seré la estupidez más grande que quieras que sea, pero a las buenas y a las malas seré el que esté contigo. Si voy a cumplir tus caprichos, tú cumplirás uno que te conviene aceptar porque el beneficio es para ti, yo no saco nada, bueno, si saco, una parte de la existencia de la condición es por mi capricho de que estés bien.

—Somos desconocidos para tal confesión.

—Mi instinto no está estropeado.

La comida llega.

Contemplo su primer bocado, no solo porque sigo enganchado a esa boca que no debería atraerme, sino también porque comiendo sigo aprendiendo de ella, cualquier gesto es información que no desperdicio. Y, aún si no fuera ella, lo haría en otras personas, es la costumbre por vocación, sin embargo, nunca había estado tanto rato estudiando un perfil.

Quiere robarme las patatas después de un par vistazos, aún así, el papel que quiere aparentar no se lo permite y si las empujo hacía ella será peor, tampoco va a pedir una reacción porque eso la dejaría de envidi... Se roba una patata. Una patata que sus papilas disfrutan a la par que cierra los ojos.

Me palpita la bragueta.

Algún día, hoy no, pero algún día tendremos un desliz, uno muy grave que se convertirá en el causante de las réplicas. Nunca había deseado a alguien con tanta fuerza. Estoy jodido a un nivel infernal.

Coloco mejor las patatas entre los dos y empiezo a comer, su mirada repara en mis manos agarrando la hamburguesa.

—¿Comerás con los guantes puestos?

—Si, ¿qué hay de malo?

—Hipócrita.

—¿A qué viene eso?

—Para pedir que me cuide deberías dar un buen ejemplo, pero lo que en realidad haces es destrozarte los nudillos cada vez que sufres una rabieta y por eso no te quitas los guantes, porque después de lo del club te has desahogado con la primera pared que viste o el primer infeliz que te ha caído mal —vaya, no soy el único que considera al otro de más —Lo mínimo que espero de ti.

—¿Lo dices con desprecio?

—Ay, jolines. Me doy cuenta que debo enfatizar más para que te des cuenta de que si, no volverá a pasar, perdón. Eres tóxico, de los violentos que harían daño a una mujer —deberíamos debatir esto, si puedo golpear a una mujer, en realidad lo he hecho en múltiples ocasiones sin arrepentimiento, pero, por otra parte, fueron ellas las que provocaron la situación. Irene no está preparada para la conversación —Eres una mala bestia. Solo atiendes a golpes.

Me quito los guantes escondiendo las palmas y mostrando los nudillos ya cicatrizados de los golpes de hace unos días.

—¿Contenta?

—Esto... —espero una disculpa, espero mucho de nuevo, aún así lo que iba a decir queda para el misterio cuando la sangre cae en la hamburguesa —Las palmas. Gira tus manos.

Desvelo los cortes superficiales.

—Se me rompió un botellín en la mano —despega el trasero de la silla —Vamos, no exageres. Al menos no he golpeado a nadie.

Espero que no salga corriendo porque el lujo de un retroceso no es permisible cuando ni siquiera hemos salido de la meta, así que cuando lo que hace es ir a por el botiquín encuentro alivio.

Sitúa una silla al frente, deja la caja en una de las mesas libres y me ordena que estire la mano derecha hacía ella. El ambiente se electrifica cuando el dorso es sujetado por la mano y se caldea al iniciar las curas. Un cosquilleo nace en las heridas extendiéndose por el cuerpo infrenable.

—Te dolerá —empapa el algodón en el alcohol.

La advertencia se cumple al presionar la herida, pero no es precisamente esa zona la que duele y aprieta.

Quisiera decir que es fea, que es del montón, que su belleza no se asoma cuando está sumergida en la multitud, quisiera ser un hombre de mentiras que se engaña, pero mi sincero camino no lo permite.

Omito las palabras que emplea riñéndome. De hacerle un caso mínimo la situación se complicaría aún más, no sería un hombre que de apoco se acerca a causa de la inconsciencia, sino que sería uno muy consciente tirándome encima, buscando que entre gemidos gritará mi nombre. Hacerla mía sin importar el lugar.

Soplo su flequillo castaño provocando su molestia.

—¿Qué haces?

—Molestar.

Su respuesta es apretar la herida sin que me queje.

—Toleras demasiado bien el dolor —se queja.

—Y tú eres demasiado hermosa.

Cura la otra mano presionando con más fuerza.

—Lo que pasó... —le baila el tono —Lo que pasó en el despacho, lo que... Omitamos que pasó. No eres mi tipo.

—Tampoco eres el mío, pequeña.

—Fue cosa de la adrenalina.

—De la celebración.

—¿Qué pasó en el despacho?

—Íbamos a follar por el capricho de nuestros cuerpos.

—¡Eso no es omitir! —maltrata más la herida, si sigue así en vez de curar lo que conseguirá es agrandarla —Nosotros solo hablamos sin cochinadas. Nuestras partes íntimas jamás se rozaron.

—Será nuestro sucio secreto.

Lo que nos queda tras las curas es usado para seguir comiendo y tener un interrogatorio de preguntas que no aportan. Me da igual que su color favorito sea el crema, que su comida sea los macarrones de su tío, que su prenda sea un abrigo blanco, que prefiera el frío, que su actor favorito sea Chris Evans, etc. Solo hablamos de tonterías para ahorrar la incomodidad, lo que no sabe es que cuánto más habla, más se esfuerzan mis neuronas en cambiar las respuestas. El color favorito es verde, la comida soy yo, la prenda un pañuelo, prefiere el calor de nuestros cuerpos y por encima de mi cadáver el trasero de América es mejor que el mio.

Después de pagar y agradecer por la comida salimos.

En el exterior ya es oscuro. Nos hemos dejado llevar tanto con la superficial conversación que el tiempo nos ha traicionado, ya son las siete, sin embargo, la hora no resulta tan llamativa como el temblor de su mano izquierda. Ya le tembló en la salida del hospital y no por frío a pesar del fresco que dejó la lluvia, le asusta algo que todavía no puedo averiguar al tener tan escasa información.

Solicita un taxi permaneciendo estática en la salida.

Odio el miedo que calla.

—Me gustan tus tetas. No son pequeñas, tampoco grandes, son perfectas para las manos que has curado.

—¡¿Qué estás diciendo?!

—Que me gustan tus tetas.

Quedo impasible a la cachetada que recibo, a los gritos que me dejan de puerco mientras el temblor se le ha suavizado, más no se ha detenido. El miedo lo tiene arraigado en lo profundo del subconsciente.

Al par de minutos llega el taxi amarillo y negro.

Antes de que se marche la engancho de la muñeca, aplaco sus gritos con un beso encima del flequillo y recibo una fuerte patada en los testículos, habrá que hablar seriamente de las cosas que no puede maltratar. Ya van dos en un día. Y en esa zona sí que siento una ligera molestia.

—Aléjate de mí o pediré una orden de alejamiento.

Ningún juez se la daría.



Quedan veinte minutos para la cena. Incapaz de mantenerme quieto estoy practicando combate libre con Isaac. Durante el entrenamiento no aplicamos ni la mitad de nuestra fuerza, principalmente yo, aunque uno de sus golpes me podrían dejar tocado por el mínimo de media hora.

Desde que he llegado y he pedido una sesión extra, Isaac ha aceptado sin exprimirme los testículos preguntando por Irene. Tendría que tener curiosidad por ella, pero él ya se ha formado su opinión por el encontronazo con Jennifer. Quitarlo de su error será una tarea ardua. No voy a exigirle un cambio de mentalidad. Después de todo, sin el contratiempo igualmente iba a ser un período de aceptación duro y no lo iba a poder culpar porque lo conozco, así que menos puedo en las actuales circunstancias.

—Diez minutos —se asoma Travis a avisar.

Finalizamos el encuentro con un último baile de piernas.

Isaac va a por las toallas y me pasa una quitándome el sudor, aunque el pervertido comenta que quisiera limpiarlo con la lengua. Donde con otro pensaría que es una broma de mal gusto sé que con él me enfrento al deseo manifestado en voz alta, un deseo que no se le cumplirá, aún cuando la mayoría de las noches acabamos compartiendo cama en calzoncillos y se me pega como lapa.

—Jhony tiene problemas con una tal Karen —informa Travis —Mencionaba el nombre mientras sufría una pesadilla, él insistió en que no era nadie importante estando muy angustiado.

—También lo estuvieron telefoneando y le mandaron coordenadas —añade Isaac.

—Debatimos varias hipótesis.

—¿Alguna concluyente? —pregunto.

—No —responden.

Muerdo la parte interna de la mejilla aguantando las maldiciones, sabiendo que nuestra cruda realidad provoca que cualquier pecado estemos sometidos a las pesadillas, ya que somos un cúmulo de problemas y traumas que muy vagamente han encontrado paz después de años de convivencia conjunta.

Nuestra ley es que cada uno tengamos nuestro espacio y tiempo, que nosotros elijamos el momento de confesar sin saber nada previó, ya que era nuestra Magda quien en su buen juicio nos señalaba al nuevo hermano, no obstante, presiento que en está ocasión no puedo quedarme cruzado.

Tengo que avanzar la confesión porque el problema es actual. Tenía tres empleos y apenas ropa para dos días, recibe llamadas constantes y ahora se le añade recibir coordenadas. Siguen siendo detalles escasos. Al igual que dicen mis hermanos puedo hacer múltiples hipótesis muy diferentes. Por la vía fácil pensaría en un secuestro, pero nunca he escuchado de uno en que se paga a plazos como si fuera un préstamo, esa especialidad es empleada más para prostitutas que llegadas de otro país con falsas promesas de trabajo son encarceladas y engañadas de una liberación si reúnen una exagerada suma empleando su cuerpo. También puedo pensar en extorsiones o una familia cabrona, esta última es la que más me pica, la más esperada.

—¿Seguimos igual? —pregunta Isaac.

—Si, que siga cogiendo confianza, es la única forma para que cometa un error que nos dé la respuesta o que nos diga de una vez —a ninguno le hace gracia el primero prefiriendo el segundo resultado —Tenemos que darle seguridad para que dejé de estar tan asustado.

—¿Valentín también era así? —pregunta Travis.

—Supongo, no sé. Sería de ayuda, pero han pasado tres meses desde la última vez que hablé con él. Ni siquiera sabe del fallecimiento de Magda.

—Odiará a Irene cuando se enteré de lo que iba a hacer —asegura Isaac y no le puedo quitar razón. Enfurecerá al saber que quería vender —A ti te gritaría por decir que esa es la siguiente Queen.

—Voy a ducharme antes de cenar.

—No tardes que se enfría —advierte Travis.



Saliendo de la ducha atiendo una llamada que por el contacto sé que estará llena de reclamos antes de atender. A mi defensa he llamado al quedar solo tras la marcha de Irene, lo que no ha habido suerte, era tarde y ya estaba molesta porque he faltado siendo, según ella, un sinvergüenza que no ha avisado. Culpa mía, que he perdido la noción del tiempo con Irene.

—Hola —saluda seca.

—Buenas noches, ladronzuela.

—¿Por qué no has venido?

—Estaba ocupado, súper ocupado, exageradamente ocupado —no hay risa de su parte así que añado creyendo que será acertado: —Con una chica.

—¡Yo soy tú chica! ¡No hay otra chica si yo no digo que hay chica!

—Te caerá bien.

—¡¿Jugaste con esa chica?! ¡Mentira!

—No dije nada.

—¡Solo puedes jugar conmigo!

Alejo el aparato de la oreja poniendo el manos libres y me visto, aprovechando que está sufriendo una rabieta digna de mi hija. Caprichosa y manipuladora, le gusta celarme de cualquier mujer que se me acerca. En el pasado he tenido problemas con alguna de sus profesoras, también de sus cuidadoras, según su criterio porque estaban mirando de forma codiciosa. Al menos no le molesta compartirme con los otros niños, claro que eso se debe a que es la mandamás del lugar y tiene dejado en claro que primero soy de ella. Un gran dolor de cabeza.

—¡Papá! —chilla y vuelvo a estar para ella —¡Mañana tienes que venir o privaré mis pulmones de oxígeno! ¡Sé aguantar la respiración!

—Iré personalmente a recogerte al colegio.

—¿Promesa de meñique?

—Promesa de meñique —hago el gesto en el aire —Pero, ladronzuela, debes tener claro que algún día me presentaré con una mamá, porque aunque no me disgusta ser nosotros dos contra el mundo, debemos ser tres.

—Yo sé. Pero yo elegiré. Tú tienes mal gusto —hace una pedorreta tras la línea —¿Me cuentas una historia para dormir?

—Te contaré la historia de una hermosa princesa de alas quebradas conociendo a sus cinco demonios. 


*******

¡Hola pecadoras!

La gente ya pedía capitulo por parte de mi Daddy... Quise decir, nuestro Daddy, más mío que vuestro, y capítulo de Daddy he llagado. Mis bragas se fueron literalmente escribiendo este capítulo y dudo que vayan a regresar, ya esas bragas pertenecen al hombre que las moja. 

Atten. Mikaela Wolff

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