007 - UN FAVOR


007

IRENE SÁNCHEZ


Observo los cuadros gemelos de la entrada del Infierno. Hay algo en ellos que de forma inexplicable me atraen a querer saciar mi curiosidad, pero no será hoy, ni nunca, en un par de días lo habré olvidado por su insignificante relevancia.

Voy a la sala principal. Ignorando la advertencia que les dí Isaac se encuentra ensayando encima del escenario junto al más joven.

¿Cuándo se rendirán?

—Buenos días, señorita Sánchez. Me alegro de verla por aquí —la pelirroja de pequeña debió caerse de la cuna —Si dispone de más tiempo me gustaría enseñarle las instalaciones al completo, hablarle de su funcionalidad y de las tareas que se realizan según los horarios.

—¿Eres tonta?

—¿Disculpe?

—Si, perdón. Me excedí con esa. Obviamente es mi culpa por hacer preguntas a respuestas obvias.

—Agradecería que me dejará de insultar o me veré en la obligación de...

—¿De qué? —persigo el movimiento de sus iris miel y le pongo un rizo detrás de la oreja redondeada —¿Avisarás a tus amiguitos, pulguita? Que risa. Estás muy equivocada si crees que un grupito de chicos malotes me asustara. Realmente siempre que abres la bocaza te equivocas. Una y otra vez. Al igual que un disco rayado.

—Por favor...

—¿Cómo pudiste creer que cambiaría de opinión?

—Usted no es así. Sé que tiene un buen corazón...

—¡Tú no sabes ni una mierda de mi!

Ni la menor idea, así que no puede decir que tengo buen corazón cuando la realidad es lo contrario. No soy buena para nadie. Ni para ellos, ni para mí. Menos cuando mi lamentable actuación es inducida por el egoísmo.

—Mira a quién tenemos de nuevo por aquí —el que me faltaba, el rubio —Irene Sánchez Reyes. La grandiosa heredera que nadie desea.

—Es la última vez que nos aguantamos las caras.

—¿Encontraste comprador?

—Decepcionadamente para ti, si. Así que dame una alegría y desapareced un rato mientras que llevó a cabo mi negocio.

—¿Os reuniréis en el despacho?

—¿A ti qué te importa?

—Seguro que sí.



Inspecciono los discos que ocupan una de las estanterías, hay otra más de libros y dos del papeleo del club. Seleccionó uno de los discos sacándolo de su lugar simplemente para ignorar el nerviosismo.

—¡¿Dónde está?! —gritan afuera, la voz y potencia erizan el vello mientras que el subconsciente trata de avisar del conocimiento —¡Me importa una mierda a lo que venga! ¡Silencio! ¡¿Dónde está la puta?!

Se produce una pequeña calma antes de que llegue la tormenta que irremediablemente chocará contra otra. Si trata de ponerme la mano encima le daré una clase magistral de lucha libre. Sin árbitros ni reglas. Voy a doblegar a cualquier cabrón que se atreva a enfrentarse a... ¡Basta! Soy luz y no una identidad oscura. Una persona más entre miles de millones.

Abre la puerta bruto.

—¡¿Quién crees que er...?!

El vinilo se escapa de mis manos a la vez que sus palabras quedan prisioneras en el fondo de la garganta. Los ojos negros viajan por mi presencia, yo también hago lo propio en la suya sin que ninguno pueda dar crédito. Incapaces de procesar el suceso ni aunque lo explicarán durante una larga vida, al menos por mi parte y sin querer escuchar la vocecita que dice; "destino".

Se pellizca el tabique recuperando la claridad en las pupilas.

—Me bloqueaste, ¿por qué? —cuestiona dolido para acto seguido volver a su cabreo no tan violento a cómo ha llegado —¡No importa! ¡Mentiste! ¡Odio que lo hagan!

—Te importa. Te fastidia que lo hiciera —me agacho recuperando el disco y lo regreso a su lugar. A continuación solamente existe él y nadie más que él —Y lo hace más que este lugar porque es lo primero que has reclamado.

—¡Cállate! —está tan alterado que ya he ganado la partida antes de empezar. Siempre y cuando mantenga la calma —¡Eres la diabólica nieta de Magda!

—¡Bingo! ¿Quieres un premio por tu acierto?

—¡No te burles de mí, renacuaja!

—¿Dónde quedó tu sentido del humor?

—Murió con tus mentiras.

Al fin interrumpe los gritos. Masajea las sienes con fuerza en un intento de calmar su próximo dolor de cabeza, lastimosamente, no puede. Su jaqueca depende completamente de mí.

Acerca posturas sin romper la conexión visual mientras que mi lado endemoniado decide sentarse en la silla que ocupaba su idolatrada jefa y enseñar una sonrisa cabrona que no puede sanar su falta de estabilidad.

Apoya las manos en el escritorio con un tic en dos dedos al que pone resistencia al flexionarlos.

—¿Defraudado? Es la ley a la que estamos sometidos, Alejandro. Solo los estúpidos ignoran que el mundo es injusto en su conjunto.

—Hoy puede ser justo.

—Sorpréndeme.

—No vendas —menciona dos palabras que no puntúan a su favor —No vendas, Irene. Todavía no es tarde para rectificar el error y escuchar un lo siento de tu parte.

—¿Un qué de mi parte?

Abandonando la silla rodeo el escritorio hasta quedar detrás de él. Automáticamente se gira haciendo notar nuestra gran diferencia de alturas, sin embargo, se necesita más que unos aproximados cuarenta centímetros para intimidarme.

—Un lo siento para una segunda oportunidad, para un buen comienzo.

—Compórtate y deja de molestar a tus mayores.

—De los dos soy el mayor.

—De edad si, pero mentalmente eres decepcionante si crees por un mísero segundo que voy a disculparme de lo que no lamento. El club y la mansión serán vendidos —doy por cerrada la conversación.

Ante la sentencia injusta la víctima se defiende con malas prácticas. Agarrándome del cuello me lleva contra el cristal opaco. No aprieta, no asfixia. Aunque no dudo en que se debate en hacerlo.

Tan cerca quedó enganchada en sus pupilas. Siguen sin ser negros como cuando ha llegado y el día del atropello, pero mantienen un atrayente verde oscuro localizable en los bosque más profundos.

—Suéltame —demando.

—¿Tengo cara de perro? —no, aún así podría ser uno rabioso considerando la cantidad de gruñidos —Di lo que quiero escuchar.

—Adelante, asfíxiame. Tal vez me guste.

Se dilatan sus pupilas, humedece los labios y exige:

—¡Dilo!

Ejerce presión cortando de a poco la respiración. A falta de aire maldigo la práctica de viejas costumbres, aún así, sin ganas de ser presa de un psicópata y habiendo analizado los huecos empleo la técnica más simple. Utilizando la rodilla golpeo con fuerza sus sagradas reliquias consiguiendo la liberación más no sus gritos, ni una vocal que ponga firme los pez... Soporta bien el dolor con apenas una gesticulación sufrida.

—Mierda, ¿era necesario? —se queja.

—Oh, perdón. Olvidaba que necesitas la herramienta para trabajar —finjo acompañarlo en el sentimiento muy dolida menos de medio segundo —Espera. Eso ya no es así porque voy a vender.

—¡¿Por qué tienes tantas ganas de morir?!

—¿Eso pretende ser una amenaza, stronzo? —sonrío con una pizquita de diversión al ver su confusión por el insulto italiano —Te lo dije y te lo repito. Nunca llegará el día en que me acobarde por ti.

—¡No me hagas perder el control! ¡No sabes...!

Las palabras quedan en nada cuando rozo su labio húmedo con el pulgar sin que yo misma pueda decir como se ha producido el contacto, al igual que no puedo responder que me motiva en permanecer.

—Gritas mucho. Sería una pena que perdieras la voz por una causa perdida —voy a retirar la unión cuando me lo impide sujetándome la muñeca sin que ninguno vaya a aceptar lo bien que se siente —Te ofrezco una segunda oportunidad. ¿Acaso no lo ves?

—¿De qué hablas? —pregunta suave.

—Salva tu alma, purifica tu cuerpo. Estos lugares no deben existir.

—Mi Diosa sabe que tengo la conciencia limpia.

—¿Hombre de fe?

—Lo soy. Pensándolo con cabeza fría puedo decir que las cosas solo han seguido un orden cronológico por su capricho —mordisquea mi yema causando sensaciones que deberían ser prohibidas —Me debes un favor.

—¿De qué hablas?

—Salvé tú vida, ahora te pido que hagas lo mismo con la mía. Este lugar no puede dejar de existir. Es mi vida, la vida de mis hermanos. No nos destruyas, no me mates. Te prometo que algún día nos reiremos de esto.

Se marcha tras haber conseguido la última palabra.

¿Favor por favor?

No sé si gritar, llorar o reír. Nunca le pedí que me salvará. Nadie pidió que lo hiciera. Así que no le debo nada. Y sin embargo me ha dejado tocada porque aún cuando era una desconocida no dudó en ayudarme.

Ignoro cuál es la razón de que le guste este mundo de perdición, pero me acaba de romper la pequeña paz que había labrado con tanto esfuerzo los últimos años, ya que ha puesto en dudas mi decisión y aceptar significa regresar el lugar donde por milagro pude escapar antaño.

Dos toques interrumpen los pensamientos.

Jennifer entra pálida seguida del hombre que en su día juré nunca más volver a cruzar camino.

Sergio Godoy. Mi querido y odiado ex suegro.

Estoy débil mentalmente para combatirlo.

—Ha llegado su visita, señorita Sánchez —a la pobre le tiembla la voz.

—Digno de alabar. Muy pocos se atreven a tratarte de usted —Sergio sonríe torcido —Aún recuerdo la primera y última vez que yo lo hice, aunque queda muy poco de la persona que eras por aquel entonces.

—¿Quieres tomar algo?

Hago un gesto a la pelirroja para que huya. Me dirijo al minibar revisando las botellas tratando de reunir fuerzas, además de que no me apetece ver su cara de facciones arrugadas y mirada peligrosa.

—Es gracioso que alguien con nictofobia haya heredado algo que le pertenece a la noche, también lo es que yo vaya a librarte de la carga, ¿no crees?

—Tenemos ginebra, ron, tequila y un vino que no es de mis favoritos, aunque es idóneo para aguantar a ciertos sujetos.

—¿Estás ignorándome?

—¿Crees que lo hago? —sirvo una única copa para mi y bebo —De ignorarte no te hablaría, solo no quiero pecar de hipocresía manteniendo una conversación como si fuéramos dos grandes amigos del pasado que se han reencontrado. Cíñete a la venta y socializa con quien te aguante.

—Tranquila, no necesitas estar a la defensiva.

—¿Te recuerdo tus últimas palabras?

—Estaba furioso. Era el entierro de mi hijo —termino la copa y voy a por la segunda llenándola hasta el borde considerando lo que durará —Sé que no fue culpa tuya, sino suya. Siempre estaba metido en líos. Ninguno de los dos lo podíamos controlar —suspira abatido. Será un cabrón de la sociedad pero aún le pesa la muerte de Benjamín —Cabreaba a personas con las que no debió meterse y al final... Fue horrible que estuvieras presente en su asesinato. Yo no podría vivir después de presenciar algo así.

—No sigas.

—Pero. Lo siento, lo último que pretendo es que recuerdes aquel momento. Mejor centrémonos en el tema que me ha traído —deposita el maletín de cuero sobre el escritorio —Traigo lo acordado.

—¿Puedo fiarme de ti?

—La decisión es tuya.

Y mi decisión es desconfiar. Defino los cerrojos plateados retrasando la apertura, la cual al producirse revela miles de billetes morados que me desencajan la mandíbula que logro disimular. Acostumbro a revisar diariamente grandes transacciones bancarias, pero jamás había manejado una en efectivo.

Compruebo la autenticidad. Un simple vistazo, un cálculo de cabeza y sé que ha traído los catorce millones acordados para las dos propiedades.

—Gracias por ahorrar los contratiempos innecesarios —le agradezco.

Introduzco un par de datos al contrato que validaré en el bufete y le doy a imprimir, a cada segundo que no se efectúa la venta, más sé del error que estoy cometiendo a la vez que recuerdo la petición de Alejandro.

¿Ellos o yo?

Esperando la impresión busco en el ordenador algo que me ayudé a tomar el camino egoísta.

Un archivo nombrado; «CONFIDENCIAL», gana mi atención. Ojalá sea algo turbio que puntúe a mi favor. Sin embargo, solo requiero de un click para saber que acabo de perder la partida jugada en solitario.

Es una escasa información de cada uno de ellos acompañada por su fotografía.



Jhony Alonso — Pereza — 19 años — Narcolepsia

Sufre trastorno del sueño que le impide tener un trabajo normal a consecuencia de sus ataques de sueño repentinos. A veces se duerme en lugares peligrosos por lo que debes preocuparte de saber dónde está. Introvertido. Se guarda los pensamientos para sí mismo con miedo y querrás sacudirlo, pero a la vez te divertirás cuando comparta contigo su extendida imaginación. En pocas palabras, es una caja repleta de sorpresas, de la cuales muchas aún faltan por descubrir.

Te necesita.


Luke Casin — Avaricia — 26 años — Ludopatía

Lo mejor es no prestarle dinero. Es capaz de apostar el que no tiene aún cuando nunca ha ganado. No obstante, el último mes del año, diciembre, nunca pisa el casino para poder dar su dinero a una causa benéfica. Su problemas económicos no son mayores que su gran corazón.

Te necesita.


Travis — Gula — 27 años — Obsesión

Hace años consiguió el récord Guinness como el hombre que más veces le han partido el corazón. Se enamora al respirar, incluso lo hace de las mariposas que no dejan de revolotear a su alrededor. No puedo decirte mucho de él, ni siquiera te diré su apellido porque lo mejor que puedo hacer es dejar que lo conozcas por él una vez hayas logrado su confianza. Acompáñalo en su anonimato.

Te necesita.


Isaac Silvestre — Lujuria — 28 años — Hipersexualidad

Adicción incontrolable al sexo requiriendo de sus dosis diarias para no caer en profundas depresiones. Un detalle que no debe asustarte. Es muy poco confiable con los demás, por eso si te ganas su confianza se convertirá en tú escudo, pero metete con Jennifer, tú asistente, y ganarás un potencial enemigo.

Te necesita.


Alejandro Navarro — Ira — 29 años

Ya dije demasiado.

Te necesita.


Todos y cada uno de ellos te necesitan, aunque no espero que tengas la capacidad de estar a la altura. Seguramente, al leer esto ya sea demasiado tarde habiendo vendido sus sufridas vidas al peor postor.

Solo eres la peor versión de ti.



Vuelvo a leer mientras que un demonio se me cuelga del hombro provocando que estampe la pantalla al suelo. Los latidos son fuertes, me ahogo y de medir la tensión sé que estaría disparada.

Odio la anciana, la herencia y la última dedicatoria.

¿Qué soy lo peor de mí?

¡Ni una vez se interesó por su nieta! ¡Ni una vez y se cree con derecho de juzgarme cuando el monstruo era ella!

Sus condenas no me pertenecen. No puedo encargarme de ellos cuando vivo condenada a mí pasado, cuando finjo sonrisas donde deberían existir lágrimas, cuando lo único por lo que batallo es por una vida normal alejada de la noche, cuando mi pretensión es ser un número más sin relevancia.

Tratando de desenredar las emociones me acerco a los cristales contemplando gran parte de la sala llena por los empleados, aunque mis ojos solo prestan atención a los cinco pecados. Los cinco ubicados en el escenario.

Jhony sentado abrazado por las rodillas mientras Travis lo consuela por el egoísmo de la heredera, Luke está distraído con el móvil y Alejandro, Isaac y Jennifer están en el centro esperando la trágica noticia, aunque lo que realmente parece es que Isaac está reteniendo a Alejandro cargado en ira.

Alza la cabeza como si supiera que lo estoy mirando.

Salvó a una desconocida. Lo hizo sin esperar nada a cambió aún cuando hoy me ha pedido que lo salvé por ello, sin embargo, de no ser por la situación seguiría habiendo sido un rescate sin interés.

Temo por mí.

Pero...

Ya he decidido. Sin embargo, no significa que vaya a adoptar sus problemas, aún puedo estar bien si no me acerco al lugar. Deberán controlar el club sin mí.

—Recoge el dinero y lárgate. Aquí no se te ha perdido nada —le digo a mi odioso y nunca querido ex suegro.

—¿Disculpa?

—¿Te has vuelto sordo después de años?

Voy a abrirle la puerta cuando me agarra obligándome a girar de tal forma que mi puño impacta en el epicentro de su larguirucha nariz. Me salpica la hemorragia en la blusa.

Retrocede comprobando su sangrado.

—¿Qué tienes en esa cabeza? —cuestiona molesto.

—Demasiadas cosas que no comprendería alguien de tú calaña. Lárgate y no vuelvas a aparecer nunca más.

—Te arrepentirás.

—Ya lo hago. Pero después de tanto sigo conservando mi gran amor por los problemas más peligrosos —le doy una gran sonrisa de dientes blancos.

—¿Qué vio mi hijo en una puta como tú?

—Vio que no era la escoria de su padre.

—No hagas que pierda los papeles.

—Oh, vamos. Lo estoy deseando. Dame una segunda oportunidad para romperte el careto como lo tuve que hacer aquel día. ¿De verdad crees que me he tragado el cuento de que no me sigue culpando? ¿De qué las venenosas palabras fueron producto del momento?

Se plantea la idea de agredirme cuando interrumpen dos golpes secos en la puerta que lo hace replantearse la situación.

—Adelante.

Jennifer entra insegura y pausada. Muy posiblemente haya sido enviada a recaudar información, ignorando que acaba de salvarme el día ahorrando una pelea que en realidad no me apetecía. Ya que voy a quedarme prefiero que no descubran mi lado desatado.

—¿Quieren algo de beber?

—No para él. Aquí nuestro queridísimo amigo ya se va.

—Si, ya me voy —ofrece un apretón que acerca nuestra posturas permitiendo que en un susurro me amenace —No quedará así. Tenlo por seguro.

Se marcha sin despedirse de Jennifer y voy a sentarme encima de la mesa en posición de flor de loto analizando lo sucedido. No solo no he vendido, sino que he recuperado innecesariamente a mi viejo enemigo.

—¿Señorita Sánchez?

—¡Deja de tratarme de usted!

—Lamento recordarle que soy su asistente y encima se acaba de ganar mis respetos, así que es imposible que mi trato hacia usted cambie. Me alegro que haya optado por la decisión correcta. Los chicos también lo harán. Se lo agradecemos de corazón...

—Tranquila, pulga roja —tuerce los labios —Tú me tratas de usted y yo de pulguita, para que empleé tú nombre ya sabes que hacer, de no hacerlo considerare que tienes un lado masoquista. Ahora tráeme un trago de whisky.

Jennifer sale energetica. Los gritos de celebración no se hacen rogar ocasionando una sonrisa que agradezco que no descubran, no quiero que saquen conclusiones equivocadas después de una decisión que les beneficia a ellos.

Agarro el contrato y le prendo fuego lanzando las hojas al suelo. Contemplo las llamas esperando mi vaso.

Unos fuertes pasos hacen que alce la cabeza encontrando a Alejandro, el cual ha reemplazado a Jennifer trayendo una botella de whisky y dos vasos. Muy contrario a lo esperado parece enfadado.

Extingue la pequeña fogata con la suela de la bota militar, a continuación libera las manos dejando el contenido a un lado del escritorio y, para cuando quiero ser consciente, soy prisionera de sus brazos pasados por los laterales y apoyados en la mesa.

—¿Ahora qué pasa contigo?

Su mirada está atrapada en la salpicadura.

—¿Qué es esa sangre? —cuestiona ronco y con la respiración pesada —¿Qué ha pasado con ese sujeto? No mientas al responder, porque si te atreves a mentirme una sola vez más habrán consecuencias.

—Tú ganas. Sin mentiras.

—Te escucho.

Se retira esperando una explicación a la vez que desgasta el parqué oscuro sin dirigirme la vista. Encuentro gracioso ir detrás de él imitando su comportamiento cascarrabias.

Me detengo cuando se gira y avisa:

—No dispongo del día entero.

—He dicho que no iba a mentir, en ningún momento he dicho que fuera a explicarte lo que ha sucedido, estúpidito.

Reniega siete maldiciones inaudibles. Acto seguido busca el contacto ocular con la barra indicada por la oscuridad de sus ojos cargándose, aunque se detiene al provocarse un superficial sangrado labial y chuparlo. El remedio para calmarse no surge efecto cuando procede a gritar:

—¡¿Por qué me provocas?!

—¿Y tú por qué me gritas?

—Es tú puta culpa, joder —cruzo los brazos por encima del pecho y sacudo la cabeza negativamente sabiendo quien será mi quebradero —No puedes ofenderte. Eres tú quien miente desde el primer segundo. Comprendería que no quisieras recibir el pésame, pero lo podrías haber mencionado en el hospital, no iba a pasar nada porque sé que existe la tendencia mundial de engañar para protegerse.

Va a llenar uno de los vasos.

—¿Terminaste?

—No, por supuesto que no. Eres la propietaria del club y nuestro hogar, así que me debes permitir confiar en ti. Tengo miles de preguntas, sé que no serán respondidas por el momento, pero hay una que me urge. ¿Qué conexión tiene con ese deshumanizado?

—No perderé el tiempo —compruebo la hora. Una vez más el tiempo está pasando demasiado deprisa —Tengo cosas que hacer antes de ser interrogada. Y dejemos una cosa en clara, Alejandro. Mi vida privada no es asunto tuyo.

—No puedes dejarme al margen.

—Lo estoy haciendo.

—¡Contesta a mi pregunta!

—Es una vieja amistad. Algo que no te incumbe.

—Eliges muy mal a tus amigos —posiciona el índice sobre una de las manchas, el toque es capaz de traspasar la tela y generar gotas de sudor —¿Qué hay de la sangre?

—La sangre es sangre —rompo el toque acudiendo al vaso que vacío de una permitiendo que el alcohol queme la garganta —No quiero tú preocupación, no quiero nada de ti. No somos amigos, ni llegamos a conocidos. Eres un empleado más de este antro. Eso es todo.

—No puede ser todo.

—Seré más clara para que se mete en tú cabeza dura. Tú existencia se resume en mierda, y a mi no me gusta estar cerca de ella —si las miradas mataran acabaría de morir —Insiste y buscaré peores términos.

Empujándome mi trasero queda encima del escritorio, nuevamente me convierte en presa entre sus fuertes brazos, está vez nuestras frentes quedan pegadas y las bocas a una distancia imprudente de siete centímetros.

Respira ahogado a causa de la ira.

Soy incapaz de prever el siguiente movimiento, pero lo más probable es que por el cabreo vuelva a comportarse como un primitivo que al ser atacado se defiende usando la fuerza bruta. Una parte sería mi culpa porque no paro de provocarlo, aún así sería la excusa perfecta para poner distancia. Sería lo mejor. Él tan oscuro y yo tan desesperada por un eco de luz.

—¿Por qué?

—¿Por qué, qué?

—¿Por qué quieres ser mi enemiga? —bajo los párpados, para cuando los os vuelve a abrir el verde es natural y sin contaminación —Tú no fuiste así de perra a pesar del engaño —no es posible que a falta de respuestas responda por mi —¿Es tu auténtico yo? No, yo sé que no. ¿Qué es lo que pasa? ¿El lugar? ¿El momento? ¿La situación? ¿Nosotros? ¿O quizás sea el pasado?—si sigue así sabrá lo que hice. No, no lo conseguirá, lo que hice es algo que no podría creer aunque lo pronunciará, ya que lo que hice es algo propio de un monstruo de las pesadillas que no contempla en mí —Estás relacionada con Sergio. ¿Asuntos ilegales? Imposible. Tú eres una chica buena. Además de que Magda jamás hubiera permitido que su ni...

—¡Nunca le importé a esa vieja! —trato de empujarlo lejos sin éxito.

—Interesante. Es imposible que no le importarás a esa mujer considerando que ella vivía preocupada y te dejo todo, aunque es cierto que apenas escuché un par de ocasiones tú nombre por ella —golpe con el puño cerrado sobre la mesa causando mi bote, se aleja rápido girando sobre sus pies y forma una pistola con los dedos que emplea para disparar ficticiamente el techo —Admitiré que ese es el problema. Felicidades, el problema ya se ha solucionado.

—¿Cómo?

—Magda murió. Hora de pasar página y que dejes de comportarte como una malcriada, que nos des una oportunidad. Después de conocernos no podrás vivir sin nosotros, al igual que nosotros no podremos hacerlo sin ti —regresa al frente, separa mis piernas y viola mi espacio personal —Independientemente a quién has resultado ser yo ya te había elegido para nosotros. Y yo no me equivoco jamás.

—Te detesto.

—Lo solucionaré.

Los labios se separan produciendo un suspiro caliente al notar su abultada arma guardada en mi parte íntima. Se repite la distancia de siete centímetros y las frentes pegadas a la vez que nuestras zonas excitables se frotan cubiertas, aún así se siente como si la tela no existiera. Él jadea, yo suspiro excitada.

—¿Qué haces conmigo? —me culpabiliza.

Quiero reñir las manos cuando encuentran la piel bajo su camisa, quiero decir que se detenga cuando sus comisura toca mi oreja en un agradable roce que despierta mi cuerpo antes de bajar al cuello.

Aprieta mi pecho algo molesto por la tela al mismo tiempo en que me muerde el cuello causando un gemido desconocido. Estiro su cabello para que sea más sádico sin que el cabrón decepcione.

¿Qué estoy haciendo?

Tantea el botón de mi vaquero.

Existe algo en su mirada que no logro descifrar y no hablo precisamente de la calentura, esa se percibe a kilómetros. Lentamente, haciéndose rogar, va quitando el botón del agujero en que debería permanecer encajado.

—Grítame que me detenga —jadea.

—Tú eres el de los gritos —susurro, inhalo su perfume de café, piruleta y tabaco.

—Entonces te enseñaré a gritar, pequeña —expresa prendido y mi cuerpo responde anhelando inmoralmente más.

Somos interrumpidos por la llamada en la puerta. Agradezco mentalmente antes de dar el permiso correspondiente, Alejandro también lo hace, ya que antes de apartarse agradece a su Diosa.

—Señorita Sánchez —Jennifer no aprende.

—¡Metete el usted por donde te quepa! —Alejandro no disimula la carcajada que le produce mi histeria —¡Calla, stronzo! ¡Haré que conozcas el verdadero infierno!

—Cuando y donde quieras, renacuaja —provoca con su lengua.

¡Qué alguien lo controle!

Es insano para mí juicio.

—Me alegro que se lleven bien —dice Jennifer.

—Ni bien, ni mal. No nos llevamos —aclaro y le pregunto: —¿Qué quieres?

—Quiero ofrecerle una vez más la visita guiada. Siempre que no haya interrumpido una situación comprometedora, cosa que creo haber hecho. Disimulad, por favor.

—No inventes. No interrumpes nada —Alejandro, me quita las palabras de la boca.

—Dispones de siete minutos —le comunico yo.

—Acepto el desafío, señorita.

—Yo iré a celebrar con los chicos al bar de aquí al lado —Alejandro se dirige a la salida dedicándome una fogosa mirada que aprieta mis muslos, seguidamente sonríe sabiendo lo causado y dice: —Muerde a Jennifer y me obligarás a ponerte bozal.

Muestro el dedo del medio para él antes de quedar a solas con Jennifer.

—Mantendré el secreto —dice.

—No hay secreto.



La asistente me descubre el club incluyendo las zonas que la primera vez decidí evitar por la presencia de los chicos. Da la información justa y necesaria. Señaliza los horarios del personal: barman, limpiadores, seguridad, strippers... Las propinas de las bebidas son divididas entre los trabajadores, por otro lado, los billetes que acaban en los calzoncillos y tangas de los strippers pertenecen al club.

Jura que la contabilidad es fiel a las leyes del país, algo que no puedo comprobar por el accidente que sufrió la pantalla y que asegura que mañana mismo estará reemplazado con uno de las mismas características.

Apruebo su eficacia con un cinco pelado aunque sea para sobresaliente, sin embargo, no subiré la puntuación hasta que abandone el dichoso "usted". Usted esto, usted aquello, usted la jefa... Usted, usted, usted... ¡USTED!

Maldita osadía que tiene la pulga roja.

Me encanta.

Encima del escenario limpio de babas me explica acerca de la normativa a la que son sometidos los clientes. Hay muchas prohibiciones, y cuando uno se salta una de las normas es expulsado sin excusa. Sin embargo, al día siguiente puede regresar, la entrada queda completamente prohibida cuando se comete infracción siete veces distintas o el cliente causa una problemática en mayúsculas.

Jennifer sigue explicando cuando su voz empieza a sonar cada vez más lejana mientras que mis ojos se aposentan en una estructura de cuerdas. Enredo el brazo estrangulandolo cuando aparece el eco del pasado.



—Duele.

—Tiene que doler.

—¿Por qué?

—Sin dolor las heridas no sanan. Si quieres ser fuerte primero debes permitir que te lastimen. Quizás creas que ya has sufrido suficiente, sin embargo, de ser esa la verdad no estarías aquí.

—Estoy aquí por ti.

—Entonces vuélvete fuerte por mí —besa mi hombro cuidadosamente. De fondo suena Lacrimosa de Mozart —Mi precioso ángel caído. No naciste para ser princesa, sino guerrera. ¿Confías en mí?

—Confío en ti.

—Iré a por el botiquín. Sé una buena chica y no te muevas.

—¿Acaso tengo opción?

—No, creo que no. He asegurado esos nudos —ríe con la más hermosa sonrisa antes de cruzar el umbral de la puerta.

Estando tumbada bocabajo en la cama contemplo el cuchillo cubierto de sangre que mancha la almohada blanca. Un escalofrío invade el cuerpo. Jadeo tratando de recuperar la cordura que destruye la droga. Intento recordar como sucedió, aunque lo único que tengo por seguro es que volví a ser salvada por Benjamín.

Siempre habla de mí como un ángel caído del cielo, pero él es el demonio que se alzó del infierno para romper mi frágil existencia y hacerme fuerte para que este mundo no vuelva a ensayarse conmigo. Matador de monstruos de las pesadillas.

Al regresar me quita las ataduras, me ayuda con cuidado a sentarme y se incorpora detrás curando las heridas de la espalda. Disfruto del escozor que produce el algodón y el alcohol al que ya estoy habituada. Acostumbrada a la rutina donde el juicio escasea y el dolor se presenta en distintos formatos.

Amo al hijo de Lucifer.



—¿Señorita Sánchez?

A veces bueno, a veces malo.

El toque de atención me regresa a la realidad liberando el brazo que ha quedado marcado bajo la manga. Me riño de cabeza. Ya no soy una chica frágil.

—¿Estás bien?

—Tengo que irme. Proclama algo y te despido —necesito huir, respirar, necesito una bocanada de aire limpio.

—Soy discreta, Irene. Y mi deber es ayudarte sin ir de chismosa —no tengo tiempo ni de agradecer el cambio de trato —Soy tú confidente, tú consejera. Déjame darte un consejo ahora.

—¿Cuál?

—Confía en Daddy. Él puede ayudarte. 


*******

¡Hola pecadoras!

Y el club no fue vendido. Ay, no sé porque, pero en mitad del capítulo, casi la parte final, me entro un calorcito raro. Muy rico. ¿También os pasó? 

Atten. Mikaela Wolff

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top