003 - CLUB INFIERNO
003
IRENE SÁNCHEZ
Vacío cinco cucharadas de azúcar en el café con leche y remuevo. El intenso aroma me embriaga de felicidad.
Después de firmar la maldición seguí el día con papá. Intentó distraerme de todas las formas habidas y por haber, y aún así fracasó. El asunto de la herencia ha llegado para atormentar.
—¿A qué hora llegaste? —Connor me da un beso mañanero.
—Tarde. Muy tarde —a la madrugada, en peligro de ser acechada por los monstruos —Dormías tan cómodo que no te quise despertar. Ah, y papá me acompañó hasta la puerta. Así que estoy bien.
—Tú cara no dice lo mismo. Dime que no estuviste trabajando. Tienes que parar. El ritmo que llevas es inaguantable.
—No trabajé lo más mínimo. Mi padre me anuló la agenda.
—¿Entonces?
—Necesitaba tiempo para pensar.
—¿Ocurrió algo en el funeral?
Conocí un estúpido. Más o menos, ni siquiera sé el nombre. Aunque lo que sí sé es que su lengua era grande, igual que las manos. Y que su voz era potente.
—Un funeral como cualquier otro. Llantos, maldiciones y excesivos discursos de lo maravillosa que era la bruja y de cómo la van a extrañar. Uno de ellos la adoraba como una divinidad.
—Lo normal —vierte el contenido de mi taza por el desagüe cuando bajo la guardia —Tanta cafeína es contraproducente —hincho las mejillas y pincha una —¿Si no fue nada fuera de lo común por qué estás decaída?
—Heredé todo lo de la vieja asquerosa.
—¿Y eso está mal?
—Claro que sí. No quiero nada de una rata.
—El dinero siempre va bien.
—Si necesitara dinero se lo pediría a mi padre.
—Tienes razón. Hasta donamos lo que nos sobra —realiza dos zumos de naranja exprimiendo la fruta —Tampoco nos haría daño ser por un mes egoístas. Me gustaría tomar un descanso para perdernos por el mundo. En algún lugar donde no nos puedan encontrar. Solos tú y yo.
—Algún día.
—En otras palabras, nunca —me entrega el zumo —Entiendo que el trabajo te evade del pasado. Y sé lo que significo yo. Pero. ¿Seré por siempre un parche? ¿Nunca podré hacerte feliz? Responde, cariño. Porque si no hay ni una mínima posibilidad de hacerte sonreír puedo irme —un leve gesto de cabeza hace que mire hacía la entrada —¿Qué quieres?
Lo hago ocupar el taburete y me pongo sobre su regazo dando un abrazo urgente a mi ángel.
Soy tonta. Bastante. Es injusto que descuide a mi pareja cuando Connor da el máximo siendo mi refugio. Con él es seguro. Tendría que estar haciendo lo mismo para él. No merezco tenerlo. Sin embargo, no lo puedo dejar ir.
Tengo que ser mejor novia.
—Lo siento. He sido un poco duro —suspira.
—Está bien.
—¿Qué te ha dejado?
—Una maldición. Setenta de los grandes, la casa y el club Infierno.
—¿El Infierno? ¿El club ese dónde hombres infelices se desnudan para un público despechado? —asiento —Oh, joder. Perdón. Nunca hubiera imaginado que la propietaria fuese una mujer tan mayor.
—Seguro era la reina de las despechadas. Incluso pondría la mano en el fuego en que se divertía con sus muñecos. De imaginarlo me enferma —le digo mientras me ato el pelo —Quizás fue mejor no tenerla conmigo.
—¿Y qué harás?
—Vender y donar.
—Eres la mejor —me besa la frente con ternura —Te pido que la próxima vez que pases por algo similar te apoyes en mí. Ni siquiera me dejaste ir.
—No tendría ni que haber ido yo.
Reclamo su boca con la mía. Estoy cansada de hablar. Quiero divertirme y él demuestra estar conmigo poniendo las manos en mi trasero mientras corresponde el beso con el que lo domino.
Aprieta suavemente y su pene saluda bajo el pijama.
—Vamos a la cama —jadea.
—Voy a follarte aquí, Connor.
El momento se estropea cuando suena el móvil y me hago a un lado. En automático respondo el mensaje de papá.
Tienes que pasar por el club y la mansión. Necesitamos fotos para el anuncio.
Tengo todo bajo control.
—El deber te llama —sonríe comprensivo.
—Te compensaré en la noche.
La primera fotografía la hago desde uno de los enormes olivos plantados en la entrada del aparcamiento.
El edificio monocromático es más grande de lo esperado.
Mi tío me entregó las llaves cuando firme, así que mientras las saco contemplo el cartel del recinto y un pequeño mensaje en latín.
"Grata ad infernum"
Después de más de veinte intentos doy con la llave correcta y accedo a la recepción digna de un hotel de cinco estrellas y no de un tugurio. Amplio y luminoso. Contiene el puesto de venta de entradas, varias plantas de interior, una cascada y dos cuadros gemelos posicionados para destacar. Dos cruces invertidas definidas por siete puntos respectivamente.
Hago fotografías de cada detalle y prosigo.
Cruzando las puertas blancas soy recibida por la canción de Boy Epic, Dirty Mind. Un tema que calienta el ambiente y me pone en estado de alerta, ya que la reproducción me hace saber que no estoy sola.
Si el recibidor peca por exceso de luz, la sala principal lo hace por oscura. Se respira lujo en cada ángulo. Desconozco si es exclusivo para la alta sociedad, y tampoco tengo planeado descubrirlo. Estar aquí me provoca sarpullidos, así que no voy a quedarme más de lo necesario después de un buen trago.
Voy a la barra a servirme urgentemente whisky antes de la contienda.
El enemigo está en casa y dudo que disfrute de mi decisión, sin embargo, no les queda otra que desaparecer.
Un rubio baila sobre el escenario desprendiendo una seguridad que en muy pocos he encontrado con anterioridad. El ritmo es lujurioso. Caldea el ambiente con un público que lo desprecia. Los iris azules son la envidia del cielo. Ni siquiera los de papá son tan hermosos, creencia que tenía hasta hace un segundo, el segundo en que han tardado sus párpados en levantarse desvelando el color.
Sin detectar mi presencia mueve las caderas. Se quita la camisa hippie invitando a deslizarse por su cuerpo macizo. Esos músculos no son de bailar. Me pueden mentir en muchas cosas menos en esa.
La piel conoce la tinta. Los antebrazos están llenos de simbología budista y en las costillas de la izquierda hay una palabra, de la misma caligrafía gótica con la que me ha recibido el cartel de la entrada.
LUJURIA
Desciende a follares el suelo.
—Estamos cerrados. Aunque espero que no te moleste que te cobre la copa —una pelirroja con gafas me quita la bebida.
—Perfetto —aprieto los dientes. Nadie me quita nada, menos de las manos —Perfetto, perfetto, perffeto...
—Te acompaño a la entrada para que no te pierdas —clavo los ojos a la diminuta existencia y se tensa —No me hagas avisar a los chicos, por favor.
—Avisa a quien te salga de los ovarios —recupero la copa en un gesto brusco.
—Las cosas están mal. Hace poco mu...
—Cállate —demando y termino el trago.
Recupero la botella bebiendo a morro ante la mirada de la incordiosa pulga roja. Pulga, por ser más bajita que yo. Y Roja, no solo por la melena rizada, sino que también por la rojez que está adoptando las mejillas.
¿Frustración? ¿Indignación? ¿Humillación? ¿Rabia?
Me da igual. Todo huésped de aquí me resulta indiferente. Es que no quiero relacionarme con ninguno.
—Me dejas sin opciones.
Logra sorprenderme sujetando mi brazo el milisegundo en que consigo zafarme y caer de nalgas al suelo. Maldigo de cabeza. Aprieto los dientes. Intento calmar las ansias de quemarla viva, pero la rabia me consume y ya no puedo controlar las acciones que acontecen.
Tras levantarme engancho su cabeza y aprieto.
—Estúpida, pulga roja. Afortunada que mis planes sean otros para este basurero o estarías acabada.
—¡Ay! —se queja.
La presión en su cerebro parece resultar, ya que en sus pupilas se manifiesta como ata nudos y se da cuenta de la equivocación. Sabe quien soy. Tendría que haberlo sabido a primeras, a no ser que se les cuelen bastante, eso explicaría su reacción, no obstante, no la debo justificar. Es el enemigo.
Regreso la botella derramando el contenido al suelo.
—Si quiero bebo, si quiero la vacío y si quiero la rompo —estallo la botella contra la pared —Que quede claro, pulga roja. Soy la que manda. Si vuelves a rozarme, ni aunque sea por accidente, te destruiré.
—Perdóneme. No era mi intención ofenderla. Es que, yo creía que...
—Habla de nuevo así a Jennifer y serás tú la destruida —intercede el rubio bailarín con cara de pocos amigos —¿Quién te crees que eres?
—Ha sido mi culpa, Isaac. Creí que se había colado una clienta.
—¿Quién soy? —río vacilante para no explotar —Soy la puta nieta de la difunta María Magdalena. Irene Sánchez Reyes, tú peor pesadilla.
Isaac me estudia lúgubre. La dedicatoria no ha sido de su agrado, pero no pienso disculparme. Si quiere pelear no me quedaré de brazos cruzados. Si quieren guerra, guerra tendrán.
—Avisa a los demás —le dice a Jennifer.
La chica no duda en retirarse por una puerta exclusiva para trabajadores, yo también me iría de poder, lejos del ambiente cargado.
No hablamos, solo nos observamos como si el resultado del encuentro dependiera de un simple análisis.
—Irene. Soy Isaac. Un placer conocerte —se presenta firme.
—No te he preguntado el nombre. Y no mentiré diciendo que es un placer. Hubiera preferido que el lugar estuviera vacío.
—Siempre hay alguien.
—No me interesa.
—Vaya. Una chica dura —mira a los lados y vuelve a centrarse en mí, después de meter las manos en los bolsillos —¿De verdad crees que por tener el corazón roto puedes tratarnos como enemigos? Si te engañó conmigo te hice un favor.
—Mi vida privada no es asunto tuyo —antes de que hable lo detengo alzando la mano, reviso la hora y maldigo por llevar más de una hora aquí —Quiero hablar con el encargado para discutir un par de cosas.
—Daddy no está. Menos si es para ti.
¿Daddy?
Un apodo absurdo que no me sorprende. Se que los stripperes actúan bajo seudónimos ridículos que hacen destacar sus atributos. Seguramente, en este caso, Daddy sea por ser el mayor. También podría ser porque ve a las clientas como hijas, hasta le debe gustar que lo llamen por el apodito mientras que se las folla después de alguna de sus lamentables actuaciones.
—¿Y cuándo estará para mí?
—Considerando que hoy es su día libre. Mañana.
—Seguiré con lo mío.
Continuo con la sesión fotográfica. Hay más cuadros de cruces invertidas dentro de un amplio catálogo de colores y formas, aunque a diferencia de las primeras ninguna es el centro de atención. Aquí hacen una ouija y se les presenta Lucifer por creer que es su segunda residencia.
El escenario es tan inmenso que es imposible que los chicos se molesten en bailes grupales, aún con clientes. Hay mesas altas, también bajas, sofás repartidos estratégicamente y una barra de trescientos sesenta grados donde se puede servir desde cualquier ángulo. Al fondo están las escaleras que llevan a la cabina del DJ y un despacho equipado para trabajar en las mejores condiciones.
El diseñador hizo el lugar con una mente brillante para los negocios.
El club me gusta por la facilidad que ofrece en conseguir varios millones sin tener que esforzarme. Solo me queda conocer la mansión. Si es la mitad de impresionante hará felices a muchos niños.
Hago la última foto y regreso con Isaac, el cual está acompañado por nuevos rostros y el mulato que dio el discurso de más adoración.
—¿Has acabado?
—¿Es un comité de bienvenida? Por que si lo es...
—Tampoco es de tu interés —acaba la frase por mi.
—Vas pillando el concepto.
—Es adecuado para un buen ambiente laboral que conozca a cada uno de los trabajadores y creemos que lo mejor es empezar por los strippers —habla la pulga ganándose el peor premio que existe, mi rencor.
¿Quién le da permiso a hablarme de usted?
—La jefa tiene planes muy distintos a lo que esperábamos —dice Isaac, el único con dos dedos de frente —¿Crees que puedes venir y salirte con la tuya?
—No creo, lo hago y punto.
—¿A qué te refieres? —Jennifer, se preocupa.
—No quiero estar aquí —punto para el rubio hippie, deberé pensar en un premio como las acierte todas —Considerando su actitud evasiva y que estuvo haciendo fotos lo que pretende es vender. No puedes hacerlo.
—Claro que puedo. Soy la heredera y ninguno de vosotros puede hacer nada para cambiar la situación. Me da pena que la anciana no os tuviera el aprecio suficiente como para dejaros sus pertenencias, se ve que no os la supisteis follar como era debido o no lo hubiera dejado todo a una desconocida.
—¡No hables así de Magda! —grita el pecoso pelirrojo.
—No está enferma este rancio bombón —participa el mulato.
Los chicos solo saben protestar mientras que me fijo en el cuarto que no habla, el más alto y joven. Sus ojos café son incapaces de transmitir. Vacío de sentimientos. A diferencia de los demás parece que la situación no le afecta permaneciendo ausente de cabeza. Tiene un dilema mayor.
El impulso de ayudar a los demás me reclama y lo ignoro, no puedo hacerme cargo de él. La oscuridad no puede volver a alcanzarme, porque de hacerlo no sobreviviré, y no seré la única en caer.
Tengo que ser egoísta.
—¿Por qué? —finalmente, habla.
—Necesidad —susurro a la vez que se va.
—¿Has dicho algo? —pregunta Isaac.
—Ya sabes la respuesta —desafío su mirada fría —Un último consejo. Recoged vuestras pertenencias. Venderé os guste o no. No desperdiciaré el tiempo manteniendo a seres de tan bajo calibre.
—¡Deja de insultarnos!
El pelirrojo avanza sin saber a quién se enfrenta, pero Isaac nos quita la diversión cuando le corta el paso y le pide paciencia. Desconoce la suerte que acaba de tener, ya que de haber avanzado un centímetro más estaría castrado.
No, no y no.
Estar en este lugar hace que pensamientos violentos aparezcan. Ya no soy lo que era, ni pretendo serlo.
Odio el lugar, la anciana y cada uno de sus juguetes.
—La violencia no es la solución —dice el rubio al pelirrojo.
—¿Estás seguro que es la nieta?
—A vuestra desgracia y a la mía, si. En el fondo deberíais de estar agradecidos con mi decisión porque nos beneficia a todos. Os doy la oportunidad de que busquéis un trabajo más aceptable.
—Daddy lo impedirá.
—Adelante, pelirrojo. Ve corriente con tú querido papi para que te salve el culo, aunque conmigo no tiene ninguna posibilidad.
Agotada de las repetitivas quejas me voy sin despedir. Les guste o no las cosas se harán a mi modo. Están apunto de conocer una ley universal.
La muerte lo cambia todo.
Sus vidas de libertinaje se acaban, aquí y ahora. Si tanto les gusta ser carne de buitre que vayan a otro lugar hasta que su espíritu se pudra y solo quieran quitarse del camino con un disparo limpio en la sien.
La mañana vuelve a su flujo habitual con un par de reuniones acerca de proyectos que terceros quieren proponer a Christopher. Mi puesto en la empresa es de directora financiera, aún así a papá le gusta usarme de filtro antes de que las propuestas logren llegar al mandamás de la alta tecnología. Si no me gusta, menos a él.
Al mediodía pauso la agenda para ir a una pizzería. Disfruto de una cuatro quesos mientras calculo la inversión y rentabilidad de las propuestas. Barajo los números sin utilizar la calculadora.
Una vez finalizada la tarea principal regreso al tema del Infierno subiendo el anuncio del club y la mansión a una reconocida web de internet, a pesar de no tener fotos de la última.
Apunto de colocar el precio un temblor en la mano hace acto de presencia provocando que ponga la irrisoria cifra de un euro.
¡Un miserable euro!
Me quedo sin batería antes de poder corregirlo. Tantas fotos han pasado factura, menos mal que siempre dispongo de power bank, sin embargo, tras rebuscar en el bolso, llevo un día muy malo porque está vez lo he olvidado.
Maldigo a la vieja, a los juguetes y a la madre que los parió a todos.
Lo solucionaré en la oficina.
Decepcionada, sigo la jornada entre calles bulliciosas, no por mucho, ya que pronto buscando algo de paz me desvío por aceras secundarias. Camino pensando en los mensajes sin responder, mensajes que podría estar respondiendo mientras ejercito las piernas si no fuera porque el inútil móvil está apagado.
Un segundo y mí alrededor se convierte en una secuencia de sucesos grabados en cámara lenta. Cruzando el paso de cebra un pinchazo recorre el cerebro y me hace arrastrar las manos a la cabeza a la vez que se me cae el bolso.
Advertencias, gritos y maldiciones.
Cuatro neumáticos tratan de frenar inútilmente por la velocidad en la que el conductor iba antes de pisar el freno. El cuerpo no me responde. Cierro los ojos esperando el impacto con el dolor de cabeza intensificado. Estoy muerta. O lo hubiera estado de no ser por alguien que se lanza por mí y que nos hace caer salvados en la acera.
El dolor desaparece de la misma forma que ha llegado.
Abro los ojos chocando con el verde que conocí en el cementerio y que está oscureciendo hacía un tono negro. Hoy es más peligroso que ayer. Y su voz ronca no ayuda en poder olvidarlo:
—¿Qué hay de nuevo, pequeña? ¿Todo bien aquí por el suelo?
Sonríe con una piruleta en la boca y albergando tal oscuridad que creo estar atrapada en una pesadilla desde antes del entierro. Es una broma que quien me buscará haya regresado una vez más para salvarme de un final definitivo.
Alguien pretende jugar a un juegos de enredos y no lo consentiré. En mi vacía existencia he aprendido muchas lecciones, una de ellas es que ningún tercero me dirija, es por ello que no creo en entes superiores y en la ridiculez del destino. Esto es una afortunada casualidad.
—¿Se te comió la lengua el gato? —la sonrisa desaparece y los iris son prácticamente dos esferas negras mate —Empiezas a preocuparme.
Lo reviso como si la víctima fuera él. Ha sustituido el traje de ayer por un estilo urbano en negro y verde oscuro. A la espalda carga una guitarra, la cual espero que no haya recibido algún daño por el rescate improvisado.
—¿Estáis bien? —pregunta el conductor, robusto y trajeado.
—¿Estás bien? —repita el rescatador.
Me calienta las mejillas con las manos vendadas a la altura de los nudillos y los ojos, tan negros, albergando una sincera preocupación, hace palpitar zonas imprudentes, aún cuando el debería ser de los últimos hombres en provocarlo.
—S...si... —me tiembla el labio —Estoy... bien... No te preocupes...
—Ella está bien. A tú fortuna.
¿Acaba de amenazar?
—Menos mal —suspira el conductor librado de culpa —¿Estás loca, niña? Deberías mirar por dónde vas antes de cruzar —un destello de ira nace en la mirada del salvador —¿Acaso estás ciega? Vas a pagarme por los daños ocasionados.
—Cállate —su voz anuncia el desastre.
—¿Sabes el susto que me ha dado la mocosa?
Saca la piruleta de su boca y la mete en la mía, luego me entrega el instrumento, diciendo:
—Ahora vuelvo.
Se lanza a por el conductor. Lo engancha del cuello de la americana levantándolo del suelo como si fuera peso pluma, y lo hace con una sola mano. Es la clase de hombre del que es mejor huir si le amargan el día, ya que no dudará en recurrir enseguida al diálogo de los puños. Lo sé. Conozco a la perfección la personalidad que el desconocido comparte con Álvaro.
—Cierra la puta boca.
—Solo digo la verdad.
—Entonces déjame recordarte los conceptos básicos de la conducción, maldito hijo de la gran puta —libera el primer puñetazo, uno solo y ya lo derriba al suelo haciendo que se coloque encima de él —¡Respeta el límite de velocidad! ¡Concéntrate en la carretera! ¡Mira el frente! ¡Estaba cruzando el paso de cebra, ciego de mierda!
Entre gritos y golpes no tiene intención de parar. La ira se ha adueñado de él y los transeúntes solo se aglomeran para disfrutar del lamentable espectáculo. Incluso uno de ellos celebra que le salpique sangre.
Como no actúe matará al conductor.
Después de intentar levantarme inútilmente, grito de rabia y la piruleta cae al andén. Me he torcido el pie impidiendo que pueda ir a detener la masacre, sin embargo, el chillido ha sido suficiente para que suelte al conductor y regrese a mi.
Inspecciona el tobillo tras quitarme el zapato.
—Vamos al hospital.
Recupera mi bolso y, sin pedir permiso, me levanta en brazos mientras mantengo la guitarra en las manos. Camina a la vez que recibe mis protestas:
—¡Bájame! ¡Bájame, estúpido! ¡No puedes ir por la vida cargando a la gente sin su consentimiento!
No nací para ser princesa.
—Cállate. No estoy de humor —gruñe.
—¿Crees qué puedes callarme?
—Te dije que no trataras de dejarme sin respuestas.
—Y yo que no te tengo miedo.
—Un día de estos me temerás. Cuando llegué ese preciso momento solo quedarán dos palabras por decir. Te advertí.
Al llegar al hospital hemos pasado directamente a una habitación después de que el hombre haya hablado con la recepcionista. La chica estaba muy feliz de hacerle el favor mientras lo disfrutaba de cabeza.
Tumbada en la camilla el único entretenimiento es mirar a la bestia.
Está distraído mirando la lluvia a través de sus ojos que han recuperado el verde con el que lo conocí. Mantiene los labios sellados. Gruesos y con riesgo a adicción. No para mí, sino para todas las que deben haberse enganchado de ellos.
Su silencio me acaba aburriendo más.
Teniendo nada que hacer, recupero el móvil del bolsillo para trabajar cuando recuerdo que permanece descargado.
—¿Sin batería? —su voz es un atentado.
—Si —hago una mueca.
—Es mi golpe de suerte —gira la silla del acompañante y se sienta con las piernas abiertas y apoyando los brazos en el respaldo —Quiero conocerte un poco más.
—Me enseñaron a no hablar con desconocidos.
—Alejandro Navarro Ruiz, tú héroe personal. Alias el hombre al que provocaste en el cementerio con tú lengua sexy.
—Estúpido.
—Curioso nombre. He conocido a más de mil estúpidos, pero nunca a nadie que se llamará específicamente así.
Ha pasado de la agresividad a burlarse en mi cara.
—Irene. Me llamo Irene, estúpido descerebrado —hago una pausa analizando las palabras y corrijo —Estúpido descerebrado no son mis apellidos.
Se ríe amenazando con exterminar mi paciencia. Si pudiera moverme con facilidad agarraría sus pelotas para aplastar hasta que se comportará civilizadamente, aunque no debería hacer eso. Estúpido o no, me está ayudando.
—Tú nombre es hermoso. Significa paz —irónico, yo puedo dar mucha guerra.
—Lo eligió mi madre —me lo dijo papá.
—Una mujer inteligente —sonrío, siempre lo hago cuando hablan bien de ella —¿A qué te dedicas? No respondas. Sé la respuesta. Actriz, modelo o reportera.
—¿Por qué crees eso?
—Sería un castigo que alguien de tú belleza se escondiera de alguien como yo detrás de una aburrida mesa de despacho.
—No tengo interés en tí para que trates de ligar conmigo.
—De querer algo contigo ya estaríamos follando.
—Te lo tienes algo creído.
—Lo suficiente como para estar orgulloso —con los dedos hace una indicación de algo insignificante.
—¿Ese es el tamaño de tú pene? —mordisqueo el labio para no reír.
—Ahora me gustas más. Si vamos a estar un rato encerrados necesitamos humor para no aburrirnos.
—Tú humor es sádico.
—Y eso te excita.
—Todo lo contrario, muñequito. Tú humor me baja tanto el libido que hasta los muertos tienen más ganas de follar que yo.
—Touché —arrastra las manos en su fornido pecho. Después de librarse de la gabardina la camiseta no lo ayuda a fingir su buena musculatura, de hecho la hace destacar —Cambiemos de tema o voy acabar perdiendo con tú frialdad. Y yo odio perder. Veamos. ¿Cuántos años tienes?
—Veinticinco.
—La rima perfecta —lo reto con la mirada y alza la manos —Tengo veintinueve. Sigues sin decirme a qué te dedicas.
—Trabajo en la oficina.
—Cumpliste mi peor pesadilla.
Hay algo en él que detesto. Es la facilidad que tiene en hacerme hablar. Una habilidad peligrosa y de la cual debería estar huyendo, aunque por un par de horas n puede hacerme daño
No volveremos a vernos. El tres de tres queda fuera de mis conocimientos.
—¿Y tú eres músico?
—La música es un hobby que comparto con muy pocos.
—¿Tocarías para mí?
—Aún no tenemos ese nivel de confidencialidad —ni la tendremos.
Sin querer ir más allá sobre la posibilidad de seguir viéndonos, continúo la conversación ignorando haber realizado la pregunta:
—Entonces creo que te dedicas al mundo de la noche —y eso es lo peor que podría tener.
—Te haré la misma pregunta que me has hecho. ¿Por qué lo crees?
—Eres peligroso. Nadie del mundo de los diurnos se hubiera lanzado a por el conductor como tú. Casi lo matas —hace una mueca disconforme —Si te disgusta es porque sabes que tengo razón.
—Se lo busco.
—No —quizás un poco.
—Tienes que entender algo simple de mi. No puedo controlarme cuando los tipos grandes se meten con los pequeños. Y tú eres muy pequeña —cruz y lápida. La estatura no define el potencial de defensa —Odio las injusticias. Cuando ocurre la ira me invade para hacer de mi justicia la ley.
—Existe la policía.
—La policía se debe al gobierno. Yo me debo... —el suspense es otra señal de lo incorrecto de esta conexión temporal —La policía se queda de brazos cruzados más veces de las que son necesarias. No es culpa suya. El sistema está mal diseñado.
Asiento por una razón. El conductor que mató a mi madre sigue libre, lo sé por la manera en que Christopher esquiva el tema, pero algún día ya no será así porque yo...
Necesito justicia.
El doctor ha diagnosticado esguince en primer grado y ha recomendado una semana de descanso que incumpliré.
—Tengo que llamar un taxi —le informo a Alejandro.
—¿Qué tal si vamos a por un café?
—¿Cómo conoces mi punto débil?
—También es el mío.
Abandonamos el hospital discutiendo cual es la cafetería de la ciudad en la que sirven el mejor café. Iremos al que gané, aunque pronto la lluvia nos hace arrepentirnos pensando en la más cercana.
Un móvil suena. El suyo. Tras una sutil comprobación hace un gesto para que me mantenga quieta y se aleja a responder.
Los iris se le vuelven a teñir en negro. Se despeina con fuerza, escupe maldiciones y regresa enfurecido tras colgar, aún conserva algo de verde.
—Dejaremos el café para otro día.
—¿Por qué crees que habrá otra oportunidad?
—Porque me darás tú número y te llamaré —sacudo la cabeza negativamente. A él no le daría ni el de la empresa —Oh, vamos. Joder. Necesito saber que llegaste bien a casa.
—No soy la clase de persona que da el número a desconocidos.
—Nosotros no somos simples desconocidos.
—¿No tienes un asunto urgente al que ir?
—No voy a irme sin tú número.
—Mejor dame el tuyo.
—¿Quién me asegura que llames?
—Yo —nunca.
Arranca la hoja del pentagrama guardado en la misma funda que la guitarra, escribe el número y lo dobla, seguidamente lo introduce en mi bolso.
—Confío en ti.
*******
¡Hola pecadoras!
Imagen mental de Isaac follando lujurioso contra el suelo completada. Alerta de nivel alto de temperatura detectada. Imagen mental de Alejandro golpeando a un conductor lleno de ira completada. Incremento de temperatura detectado. Imagen de lo grande que tiene todo Alejan... Aborten. Emergencia. Explosión de hormona inminente. Que todos el mundo busque un lugar seguro y se mantenga a salvo lejos de la autora hasta que pase el episodio de calor.
Atten. Mikaela Wolff
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