001 - QUEEN


001

IRENE SÁNCHEZ


UN MES DESPUÉS

1 DE NOVIEMBRE


Hago los últimos retoques al maquillaje; sombreado, delineado y un gloss incoloro que aporta brillo. Regreso un mechón rebelde al moño bailarín. Básico y natural. Justo como debe ser.

Continúo preparando el engaño para los cinco sentidos atando el lazo del vestido negro comprado para ser quemado. La prenda es bonita, no mentiré, pero, en su día, ya superé la fase de los colores oscuros y no regresaré. Hoy es la excepción. Aún cuando no me faltan ganas para tirarme al suelo berrinchuda, la situación requiere madurez, aparte de que ya no soy una niña de siete años.

—Increíble —alaba mi pareja.

—Gracias.

Los ojos de Connor se pasean sobre el atuendo mientras que guardó el maquillaje y su sonrisa es marcada por dos dulces hoyuelos.

Nos conocimos hace cinco años. Tenía veintidós años, yo dos menos. En aquel entonces ya era un ángel leal y protector, tenía y sigue teniendo unos principios inquebrantables que lo convirtieron en uno de mis grandes pilares.

—¿Segura que no me quieres ahí? —pregunta con un tono suave.

—Al setecientos por cien. Todo estará bien.

—Pero... —medita para usar las palabras acertadas, la precaución siempre existió y por mi culpa —Verás... —se masajea la nunca inquieto —Esto no se me da especialmente bien...

—Ya lo hablamos, Connor. Vamos por cortesía. Ni a papá, ni a mí nos duele la pérdida. No hay ningún sentimiento para quien nunca estuvo.

El claxon de un Alfa Romeo avisa la llegada de papá y sentencia la conversación.

Voy al dormitorio a por los pendientes de plata y, por un nanosegundo, estoy tentada en usar la joya guardada en la caja de marfil, pero lo descarto.

Connor espera por mi en el recibidor y me abrocha los botones de la chaqueta cuando nuestras miradas se conectan. Se genera el frío. Vacío existencial. Silencio. Algo está mal, y no es por él.

A los dos se nos da bien ignorarlo.

—¿Vendrás después de la ceremonia?

—Tengo varias reuniones y una pila de documentos que terminar.

—Al menos ven a cenar, por favor.

Un pequeño puchero de cachorro abandonado me saca la pequeña sonrisa que necesitaba para enfrentar el día. Imposible no besarlo. Corto y agradecido, la tirita que necesitaba el corazón.

—Vendré a cenar.

Coloca el bolso en mi hombro tras asegurarse que haya el bote de pastillas. No frecuento darle uso como en el pasado, sin embargo, él prefiere que las llave, por si acaso, y yo no le discuto la buena lógica.

—Avísame si cambias de planes. Te amo, cariño.

—Te quiero, Connor.



It's my life suena por los altavoces. Papá realiza pequeños golpes con los dedos sobre el volante siguiendo el ritmo de la música. Inquieto, nunca se ha caracterizado por ser un hombre paciente con el tráfico. Citando sus palabras: "Los coches veloces se fabricaron para que vuelen, no para que otros los enjaulen en la carretera como presos detrás de los barrotes de una celda. Estoy de acuerdo.

—Sto per impazzire! —grita en italiano.

(¡Estoy por enloquecer!)

—Imposible, naciste enloquecido.

Libera una de las manos tatuadas hasta en los nudillos para peinar el pelo canoso hacía atrás, seguidamente se acaricia la barba y analiza la mejor opción para escapar de la prisión contaminada. Comprueba de refilón que llevo puesto el cinturón y, cuando se mueve el coche del lateral, hace un cambio brusco de marchas.

Sale de la general por una salida ascendente, se adentra en las carreteras secundarias y pisa a fondo el acelerador. Supera el límite de velocidad. Quebranta las leyes. Un semáforo en rojo para él es verde.

Los coches pitan, la gente grita barbaridades, a pesar de ello, como el hombre irracional que es, continúa pilotando sin causar accidentes con maniobras dignas de los más grandes profesionales del motor.

Una última subida y un volantazo, se roba el aparcamiento a un conductor que conocemos a la perfección.

—¡Chúpate esa, delincuente! ¡Siete minutos! —proclama radiante.

—Yo lo hubiera hecho en seis.

—Cuando te cambies el trasto que tienes realizaremos un par de carreras y veremos. Tú viejo te demostrará que sigue siendo el mejor sobre el asfalto.

—¿Y perder contra tú amada hija?

—Los años de experiencia me garantizan la victoria.

—La vejez te pasa factura.

Desocupamos el coche riendo descompasados con el día y el lugar, lo hacemos hasta que papá es desaprobado por Ricard.

—Siempre igual. Estaba aparcando primero —le recrimina.

—Uy, perdón. No te he visto —papá miente descarado, y aumenta la provocación posicionando la mano en la boca como si realmente tuviera un espacio en su locura para el remordimiento —Es que tú cochecito es pequeñísimo.

—Cuidado, Chris. Soy tu abogado.

—¿Qué culpa tengo yo de tú lentitud?

—Tú eres el que no deberías correr con mi sobrina. ¿Qué tal si tenéis un accidente y acaba igual de demente que su padre? ¿Te has parado a pensar en tus hermanos? Suficiente contigo.

—Estoy bien, tito. —intervengo, porque sé muy bien que pueden alargar este sinsentido por horas —Además, adoró la conducción de mi papá.

—Me corrijo, ya está igual que tú. Ambos estáis completamente locos.

—Un poco —papá, manteniendo las expresiones provocativas, indica algo diminuto con dos dedos —Hazme un favor. Deja tus berrinches de preescolar y ve a aparcar a esa vieja gloria a la que te atreves a llamar coche.

No es un coche, es un santo grial. Un Ford Mustang del 67. Mi padre sabe la joya que es el automóvil, pero no por ello dejará de fastidiar a mi tío y al abogado de la familia si tiene la oportunidad.

—Me la apunto, italiano —Ricard, va aparcar.

Cruzamos el portal de rejas metálicas que da acceso al cementerio de Montjuïc. El silencio es sobrecogedor. A cada paso el corazón empequeñece.

Odio el lugar. De principio a fin, sin olvidar ninguna esquina. Contadas son las veces que he venido, a pesar de que aquí descansan dos de los seres más importantes en la vida de cualquiera; una madre y el primer amor. De la primera no tengo ni un solo recuerdo porque murió cuando era un bebé, obligada a recordar por siempre a través de las viejas fotos que conserva papá. La segunda me consume. Mi único y verdadero amor. La razón de que duela más es porque lo pude disfrutar, aunque no niego haber derramado en el pasado lágrimas de envidia por los hijos que gozaban del amor de una madre del que jamás seré conocedora.

Nos unimos a la extraordinaria multitud de negro que ha acudido a dar el último adiós a la mujer que no llamaré abuela.

A diferencia de otros entierros el discurso del sacerdote y posterior ofrecidos se darán en el aire libre, frente a la tumba en la que descansará por la eternidad. Sin iglesia y a petición de la difunta. Es la primera vez que asisto a un funeral donde el muerto ha organizado su propia ceremonia, y creo que descartó la iglesia con miedo a que el ataúd ardiera al entrar en la casa de Dios.

—Quiero ir a primera fila —anuncia papá.

—¿Acabas de perder la cordura al completo? —me detengo. Me niego en aceptar, ya que la primera fila está reservada para los seres queridos y nosotros no somos ni de lejos —Ni de broma. No seré la que no lloró en el entierro de la vieja amargada de...

Muerdo la mejilla por dentro para no seguir, porque como siga voy a alterarme y no quiero formar un show que me convierta en el monstruo. No soy la mala de la historia, soy la víctima.

—Me gustaría que no hablarás así de tú abuela. Menos en estos momentos tan...

—¿Tan qué? —interrumpo —Joder, papá. Suficiente hago perdiendo el tiempo viniendo a esta payasada. Si estoy aquí es por ti. Así que no me pidas que vaya al frente porque eso no ocurrirá.

—¿No puedo cambiar tú opinión? —pregunta dolido.

—No, no puedes.



El sacerdote habla con respeto ante un público unido por el llanto. Palabra a palabra, lágrima a lágrima. Insoportable. Quiero desaparecer.

Estoy aburrida en mitad de una desolación unánime. Desde luego yo no debería estar aquí, incluso estoy tentada en escapar a ver a mis reales seres queridos, sin embargo, aún cuando mi padre ha ido con Ricard a primera fila, permanezco al final de todo por él, porque me pidió que lo acompañará.

Saco el móvil buscando aunque sea una notificación para distraerme sin éxito. Ni trabajo, ni spam. Me pierdo en los rostros desconocidos. Asistentes de una belleza sin igual. Hombres y mujeres que con facilidad podrían aparecer en la portada de una revista de moda haciendo notoria la superficialidad de la anciana, algo que no me sorprende considerando su rechazo a papá y a mí.

Me repugna tener parentesco sanguíneo con tal sujeto.

—Nuestro hermano Luke ha preparado unas últimas palabras. Por favor, ya puedes acercarte —anuncia el sacerdote.

Un mulato se posiciona delante del micrófono. Trajeado y con un sombrero cubano de color negro. Del bolsillo de la americana saca las chuletas que coloca encima del soporte, bebe agua y mira el frente, el momento es efímero, pero por un instante he sentido que su intensa mirada era para mi.

—María Magdalena, nuestra querida Magda. Hoy tú ausencia nos duele... —lee el discurso pausadamente. De vez en cuando arrastra los pulgares a los lagrimales para que las lágrimas no le empañen la lectura.

Agobiada y con un dolor de cabeza pronunciado, una vez más trato de huir mentalmente mirando hacía atrás.

A lo lejos hay un hombre apoyado al tronco de un ciprés manteniendo los ojos cerrados mientras está centrado en el discurso y aguanta una sonrisa repleta de falsedad. El engaño más atractivo de todos los presentes.

Pecado de hombre.

La gabardina entreabierta permite ver con escasez el traje de luto dando trabajo para la imaginación, aunque por la dureza de sus facciones puedo adelantar que nada de lo escondido es blando.

Los labios gruesos persisten con la sonrisa de zorro.

Me pican los dedos por acariciar su cabello castaño, cuidado y brillante, y también lo hacen por la ganas de definir la barba. Sin pecas, ni arrugas. Demasiado perfecto para ser mortal, sin embargo, los nudillos ensangrentados son la mayor prueba que dictaminan su mortalidad.

Alcanzando los iris verdes, típico verde de las profundidades de los bosques, sé que he despertado por igual su interés. Mantenemos las miradas unidas. La sonrisa lo ha abandonado dejando ver un lado amenazante y oscuro.

Representa a los villanos de los libros en carne y hueso. El hombre malo que provoca orgasmos a cualquier mujer y hombre solo respirando, aún así lo que a mi me produce es una inmensa arcada.

El duelo de miradas perdura sin que ninguno dé el brazo a torcer. Ya nada importa más que él y su insana obsesión, la cual doy punto final sacando la lengua y que corresponde con la misma jugada. Contengo la sonrisa.

Maldito estúpido.

Vuelvo la mirada al frente. El mulato ha detenido el discurso anclado en las cartulinas que ha empezado a mezclar como si fueran una baraja de cartas, seguidamente las lanza y su expresión se vuelve impenetrable.

—María Magdalena fue la más buena, la más correcta y la que siempre echaremos en falta por su grandeza. Nunca hubo, ni volverá haber corazón más puro. Transparente, era la verdad personificada. Hoy sufrimos, mañana y pasado, porque no hay peor pérdida que la suya. Descansa en paz. Que el cielo te acoja...

—Hola —el susurro grave me pilla desprevenida.

Antes de que grite por el mini infarto cubre mi boca con la inmensa mano limpiada de la sangre que sigue saliendo escasamente de los nudillos. Literalmente, los ha destrozado y no quiero saber con que.

Inspiro y expiro, con el pulso equivocado.

Huele a peligro.

—No deberías gritar en mitad de un entierro.

Devuelve la libertad a mi boca cuando me relajo. Se posiciona al lado con la mirada al frente y las manos pegadas al cuerpo, oyente del discurso más hipócrita que alguna vez se ha pronunciado.

—No deberías asustar a la gente en mitad de un entierro —contraataco y nuestros ojos se vuelven a encontrar —¿Qué defecto tienes en la cabeza?

—El mismo que el tuyo. ¿Quién en su sano juicio le saca la lengua a un desconocido en mitad de toda esta mierda?

—También la has sacado.

—Eso deja en claro que nos encontramos en el mismo nivel de neuronas reducidas. Ni una más, ni una menos. Maravilloso, ¿no crees?

—Estúpido.

—Posiblemente.

—¿Tienes respuesta para todo?

—Mejor tenerlas a que se me acaben —voltea al completo, olvidando la ceremonia para centrarse en mí —Dudo mucho que te gustará averiguar qué ocurre cuando se terminan las palabras.

—Si buscas mi miedo no lo encontrarás.

La tensión entre los dos es cargante. Cuánto más se ven nuestros ojos, más seca tengo la garganta y más me cuesta respirar. Quiero creer que a él también, quiero que está sensación de vértigo no sea unilateral.

—Haces mal en no asustarte —contrae los hombros y sonríe, es la sonrisa más arrogante que he conocido, y eso que convivo con las sonrisas soberbias de papá —Ya que nos llevamos bien te haré una pregunta.

—No, no lo hacemos.

—¿Qué papel juegas en esto?

—¿A qué te refieres?

—¿Acompañante, amiga o familiar?

—Acompañante.

El imponente hombre, sin despedirse, desaparece entre la multitud tan pronto ha obtenido la respuesta. Ha dejado a mi cabeza algo con que entretenerse.

Está buscando a alguien.

¿Quién?

Si repaso las dos posibles opciones. La del amigo o el familiar. La primera la descarto porque hay demasiados considerando el numeroso público y que no es el mejor momento para ir preguntando individualmente, por otro lado, la segunda, añadiendo que busca una chica, la respuesta soy yo.

La vieja tuvo una única hija, mi madre. Y ella me tuvo a mí.

Desde mi punto es ilógico que me busque. Tampoco me importa. Volvería a mentir mil veces porque en mi corazón es verdad. Reniego el parentesco.

Su vida, su problema.

Nunca me ha gustado que se metan en mis problemas, de igual forma que yo respeto a los demás sin meter las narices, ni en está ocasión en que el problema está directamente ligado conmigo.



La ceremonia concluye sin más percances.

Paseo con papá leyendo nombres y fechas grabadas en las lápidas, me entretengo calculando la edad en que murieron. La mayoría lo hicieron en la tercera edad, también hay los que se encontraban en el remolino de la amargura y algunos ni para la previa inocencia de los niños.

Existen innumerables formas de abandonar la vida, cada una distinta, sin embargo, mantengo que la parca es injusta.

—¿En qué piensas? —pregunta papá.

—En el juego de la parca. Nunca seré capaz de comprender la crueldad que tiene impartiendo su injusticia. Una justicia que en ocasiones no permite que un recién nacido disfrute del amor de una madre.

—Te equivocas.

—¿En qué?

—En llamarla injusta. La parca es equilibrada con la vida y la muerte.

Nos detenemos en la lápida de mamá. Una gran persona en boca de papá narrando su historia compartida, también en la de mis tíos. Eran un grupo muy unido.

Milagros era atrevida, bondadosa, orgullosa y valiente. El gran corazón no le cabía en el pecho. Una leyenda que he llegado a odiar en contadas ocasiones, en esos momentos en que necesitaba su calor desconocido y que, a pesar de no conocerlo, sabía que dormiría los demonios que viven en mi.

—Recuérdame cómo murió.

—Un desgraciado accidente que prefiero no recordar —papá, traza el nombre en el mármol frío; Milagros Reyes Ramos. Seguidamente dibuja un corazón invisible —Hay quienes no se les debería permitir conducir.

—¿Quién fue? Eso es lo que quiero saber. Necesito poner cara al monstruo que lo asesinó y casi también a mí —yo estaba dentro del coche, aunque no tengo marca del recuerdo, ni en mente, ni en cuerpo —¿Murió en el accidente? Dime que no. Te juro que...

—No jures, chica agresiva —intercede Álvaro, el tío que con normalidad destaca por su carácter irascible —Reserva la rabia para el ring o me lo pondrás fácil —también es mi entrenador de kickboxing y el mayor de la policía catalana, aunque muchas veces hace labores de agente en la calle.

—¿Qué haces aquí?

—Lo mismo que vosotros.

La respuesta me confunde, ya van dos de mis cuatro tíos que han vendido expresamente a la ceremonia de la bruja. Claro que analizando es evidente el porqué. Considerando que su unión es más antigua que las pirámides de Egipto, exagerando un pelín, no descarto que en una era distinta hubiera convivencia.

En principio creí que a papá no le afectaba la muerte de la señora, no obstante, la nostalgia ha tocado su lado sentimental y por eso se ha ido al frente. En pocas palabras, se llevaron bien una vez, hasta que algo cambió y nos desterró de su vida.

No quiero saber el qué. Solo quiero pasar el día y olvidar que hoy he acudido al entierro de un ser que nunca se preocupó por su nieta.

—¿Bruno y Valentín también están aquí? —amo a todos mis tíos, aunque es conocido que mi favorito es Valentín y que hace cuatro años se fue, tenerlo aquí sería un justo premio —Me gustaría que Valentín estuviera. Si es una sorpresa me lo podéis decir, ya luego fingiré demencia.

—Tendrás que conformarte con nosotros, pequeña pinche —Bruno llega con Ricard —Valentín continúa extraviado por medio oriente. No sé a vosotros, pero yo sigo sin dar crédito que se haya vuelto tan despierto. Cada día me sorprende más, aunque nunca superará la impresión que me causó cuando compartió su idea de formar parte de Médicos Sin Fronteras.

Mi tío favorito salva vidas por amor.

Ricard es el abogado invencible, Álvaro el policía más temido, Valentín el médico de corazón y Bruno es el chef más premiado, en cuanto a mi padre, Christopher es un genio en la sombra.

—No llames perezoso a mi tito.

—No lo dice para mal, delincuente. Tú tío vivió una época en la que se dormía en cada rincón. Una vez lo encontramos en el suelo tumbado bocabajo. Nos dio tremendo susto pensando que estaba muerto que cuando escuchamos sus ronquidos ninguno se arrepintió de despertarlo con agua ultra congelada. Hasta setenta cubitos de hielo había. Y empeoraba cuando llegaba el invierno. Invernaba como un oso.

—¿Os acordáis de cuando Queen lo encontró durmiendo en la caseta de Manchas? —cuestiona Bruno, entusiasmado.

—Ni lo menciones. La palabra épica se queda corta con la cara que le quedó cuando despertó con los cuencos llenos, las orejas y el collar de perro, y Manchas gruñéndole —Álvaro se ríe ampliando la anécdota —Valentín no tiene desperdicio.

Los cuatro adultos, por no decir niños, continúan reviviendo los viejos tiempos contagiados por la felicidad que les había chupado la ceremonia de más de tres horas.

Las anécdotas protagonizadas por Valentín no tienen fin. Nunca imaginé que alguien pudiera dormirse columpiando, aunque después de lo del perro nada me sorprende. Sigo pensando como el cuerpo de un adulto cabía en la caseta del perro. A pesar de ello, en lo que realmente pienso no son los peculiares lugares donde dormía, sino que lo que se roba mi atención es la nombrada Queen.

—¿Quién es Queen?

—¿Queen? ¿Dónde has escuchado eso? ¿Tienes fiebre? Seguro que sí porque yo no lo he escuchado. Nadie lo ha hecho.

Un demente haciéndose el loco, muy original por parte de papá, una tragedia para él que la estrategia no funcione.

—Lo ha dicho Bruno —lo vendo sin pena —Ha sido al mencionar la anécdota de Valentín y el perro. Y tú también lo has escuchado. Todos. Así que no te salvas. ¿Quién es Queen, papá?

—Perfetto —la fulminante mirada de papá pone en guardia a Bruno mientras que mis otros dos tíos se compadecen de él en silencio. Exageran un poquito. Mi padre es un hombre de diálogo. Lo que sucede es que se han mal acostumbrado a corresponder su dramatismo. Christopher me sonríe sereno —Queen es un título que otorgamos a las mujeres que han influenciado positivamente en nuestras vidas. Tú madre era una reina, la más brillante y hermosa de todas ellas.

—¿Mamá era Queen?

—Exacto.

Vuelvo a imaginar la anécdota de Valentín. Imagino a mi madre colocando la diadema a Valentín y como este se vió sorprendido, encima tuvo el gran detalle de servir agua y comida por si despertaba necesitado.

Sonrío y sacudo la cabeza, mi sonrisa es la más completa en semanas.

—Muy poco me han hablado de tú humor, aunque no me extraña que lo tuvieras para conservar la cordura después del hombre que elegiste. Sin ese humor no hubieras soportado a papá.

—Dritto al cuore! —papá, se lanza al suelo y lleva la mano al pecho como si lo hubieran disparado.

(¡Directo al corazón!)

—¿Acaso miento?

—No, pero la locura no es mala. C'è sempre follia nell'amore.

(Siempre hay locura en el amor)

—No robes frases a los muertos en su día o me veré en la obligación de apostar, y de seguro que no quieres que apueste que no te caerá un rayo —enuncia Ricard y papá se levante del suelo sacudiendo el polvo.

—Friedrich tenía razón y la sigue teniendo. No hay maldad en emplear las palabras de un muerto para defender mi hermosa irracionalidad —como nunca puede estar quieto procede a besar mi frente y maltratar los mofletes —Inevitable siempre amaré a mi pequeña delincuente, aún si eso significa acabar en el manicomio por culpa de sus diminutas diabluras.

—Ok. Idea captada —digo.

Conozco la capacidad del ser humano por el amor. En mi olvidadiza adolescencia cometí grandes equivocaciones al lado de Benjamín. Acciones alteradas, acciones ilegales al lado de la persona que amé, amo y seguiré amando por encima de cualquiera.

Connor lo sabe y lo comprende, aunque no hay comprensión que valga.

A veces bueno, a veces malo.

Mientras duró nuestra historia viajamos por todos los mundos oscuros. Territorios que no volveré a pisar, a pesar que dichos lugares me convirtieron en la mujer independiente y responsable que soy.

No necesito príncipes. Solo a mí.

La alarma indica que es hora de regresar a la rutina. Apenas dispongo de media hora para llegar a la sede y participar en la primera reunión.

—¿Trabajo? —pregunta papá.

—Una reunión.

—Creo que no. He anulado tú agenda —dejo de respirar.

—No puedes hacer eso.

—Oh. Si, si que puedo. Soy tú jefe.

Me aplasta el mundo con el panorama vacío en las siguientes horas. Él no debió, yo no puedo quedarme sin nada. Necesito trabajar. Estar ocupada. Nunca puede haber un espacio en la planificación. Si la hay pierdo.

—¡¿Cómo te atreves?! —lo último que pretendía era gritarle.

—Tenemos un asunto que resolver con Ricard.

Algo. Hay algo. De acuerdo.

Detesto que haga y deshaga a su capricho, pero siempre que haya una actividad que suplemente la anterior será aceptable. Estaré bien. Mantendré la cabeza ocupada sin que pueda ser dañada.

—El clásico trámite burocrático de cuando muere un allegado —añade Ricard.

—¿Qué clase de trámite?

—La herencia.

—¿La demencia de papá es contagiosa y no lo sabía? —locos, todos locos —No quiero nada de esa mujer. Mejor dicho, no quiero nada que provenga de una rata sucia que se escondió de su familia en la alcantarilla más apestosa. Digna de ella.

El reloj inteligente pita a causa de mi pulso frenético mientras que me voy apresuradamente sin dar oportunidad a que hablen. Ni un reproche. Estoy agotada de toda esta pantomima extraída del circo.

Desenrosco el frasco y consumo una única pastilla, ignorando los nervios que demandan una dosis mayor.

Consciente que estoy sin coche bajo el monte a pie. Iré andando al centro de la ciudad y, considerando la desfachatez de mi padre y la agenda libre, soy partidaria en irme de compras. Será una jornada muy larga.

Me detengo un segundo por el claxon de papá y sigo, haciendo de oídos sordos cuando vuelve a tocar. Hasta siete intentos, después se baja del deportivo e irrumpe en mi camino más irritante que un hemorroide.

Fracaso en mi intento de pasar por el lado.

—No seas así, delincuente.

—Ya he dado la última palabra sobre el asunto —solo dos hombres pueden hacer cambiar el pensamiento, mi padre es uno. Estrujándome la barbilla me obliga a enfrentar sus iris celestes —¿Por qué he de aceptar algo de alguien que no me quiso?

—No te pido que aceptes, solo que asistas. Ni siquiera sabemos si esa bruja te ha dejado algo en herencia. Te reclaman en la apertura por ser su nieta. Además, de haber algo siempre puedes deshacerte de ello.

—¿Me ayudarás?

—Siempre.

—Con esto ya son dos favores que me debes. Y de los grandes.

—Ti ricompenserò, mia piccola.

(Te recompensaré, hija mia)


*******

¡Hola pecadoras!

¿A alguien más le palpito algo que no fue el corazón al imaginar al pecado de hombre sacando la lengua? 

Que rico. 

Atten. Mikaela Wolff

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