Sherlock Ravensdale

**Historia alternativa, puedes leer la historia real en "Strange Days" y "El diario de Carolyn"**

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Había muchas cosas que Sherlock Ravensdale no entendía a sus diecinueve años de edad.

Una de ellas era, ¿Por qué su padre le pegaba tanto?

El contexto es el siguiente: Proveniente de una familia promedio de Alabama. Hijo menor de Rosalie y Brian Ravensdale. Su madre murió cuando él tenía siete años, y lo más desgarrador de la historia fue que falleció en sus brazos, víctima de una sobredosis de barbitúricos. Su hermano mayor; Kurt, también había fallecido, asesinado por su madre. Todo esto en los ojos de Sherlock Ravensdale, que nunca, nunca comprendió porque tanta sangre y violencia remarcada en su apellido.

Vivía con su padre Brian y su hermana Cinthya, quién padecía de ontogénesis imperfecta.

Desde los ocho años, a un año de la muerte de su madre—para ser exactos—. Sherlock Ravensdale no había visto más que puños sobre sus labios, golpes en su rostro, jalones de cabello cada vez que se despertaba. Su espalda ya se había vuelto un taburete o mesita de noche, porque su padre lo obligaba a arrodillarse para que él pudiera poner sus pies o sus cervezas. Hablando de estás, siempre este debía ir por una buena botella, fiada o pagada de su propio dinero.

Había intentado ir a la escuela, pero fue expulsado porque le encontraron droga en su mochila, (claramente, no era de él). Su padre lo puso de inmediato a trabajar. Durante los días lavaba coches y en las tardes iba de asistente de mecánico. No tenía a nadie quién recurrir, pero siempre se le veía con una sonrisa sobre sus labios, era amigable, respetuoso, tolerante y educado, a pesar de todo. Ocultaba su tristeza y confusión absoluta.

Las condiciones en las que vivía eran simplemente deplorables. De lo que sacaba en el día tenía que darle todo a su padre, para sus cervezas o para el tratamiento de su hermana, (del cuál no estaba muy enterado). No solía comer nada en casa, ya que prefería que fuera su hermana quién tuviera sus tres comidas al día. Su cuarto era un ático, gris, tirado, la pared se estaba cuartando, el piso tenía grietas y la pintura del techo se estaba cayendo.

Trabajaba en el centro automotriz, propiedad del señor Denzel McCarthy, un melancólico señor que relataba como su pobre hija había muerto, víctima de un accidente en las escaleras que había sufrido en casa de su cuñada Kimberly Harrison.

—Estoy seguro que se hubieran llevado tan bien—suspiraba con conformidad y solía decirle eso a su trabajador.

La muerte de su hija Carolyn, había marcado terrible y profundamente a Denzel, de una manera psicótica, pero escondida. Su esposa Arianne se divorció de él y ahora vivía solo. Trataba a Sherlock como su hijo, porque en cierta parte, le entendía. Incluso le daba de comer en sus descansos, porque sabía su situación familiar.

—Me la llevaré al rato—solía decir.

—Cómela, aquí. Te doy tiempo—Denzel sonreía inocentemente.

A veces, se llevaba la comida a casa, puesto que llegaba y se daba cuenta de que su padre solo había hecho comida para sí mismo. Por lo tanto, el resto era para Cinthya. Él tenía que cocinar, limpiar, arreglar las cosas y llevar el control de su casa. 60% de la economía de su casa estaba bajo su control. Aunque su padre siempre tenía dinero, (inexplicablemente). Pero era muy tacaño para gastarlo en comida. Por eso, Sherlock tenía que doblar turno o trabajar a montón, le decían hambreado o engreído, ya que siempre salía con la mayor cantidad de dinero en sus dos trabajos. Pero nadie de quién lo criticaba sabía su terrible situación.

Solamente que está vez, comió la carne asada que Denzel le ofreció. Ya hace una semana que no probaba bocado de nada, más que de un bolillo duro el día miércoles.

—Gracias—no paraba de decir.

—No es nada, recuerda que siempre podrás contar conmigo.

Acabó el día. Nuevamente regresó a su casa. Tendió en un trapo todo el dinero que había sacado en la jornada laboral.

—Muy poco—dijo su padre al examinar las monedas.

—Son 700 dólares, creo que es lo mayor que he sacado.

—Quiero dos mil mañana...

—No podría sacar eso—intentó mantener la paciencia.

—Entonces no podrás venir a casa.

Brian se levantó bruscamente del sillón y recogió con presunción la bolsa de tela, que contenía las monedas. Caminó hasta las escaleras y dijo:

—No dos mil, no casa. Recuérdalo.

—Creo que una banqueta es más cómoda que mi cama—respondió Sherlock, para error suyo.

Brian regresó paso a paso de las escaleras y soltó las monedas sobre el piso. Odiaba que lo retaran.

—Di que tienes una maldita cama. Animal.

Se acercó con violencia y le dio un fuerte jalón de cabellos a su hijo, casi le arranca el mechón de pelo dorado.

—Auch—dijo este y no pudo evitar sacar una lágrima.

El padre odiaba ver a su hijo llorar.

—Oh, ya vas a llorar. Maldito marica.

—No, no—rápidamente, Sherlock se limpió las lágrimas con su dedo pulgar—. No, por supuesto que no.

— ¿Crees que soy imbécil?

Sherlock estaba arrodillado, su padre volvió a alzarle su cara, simplemente para ver a su hijo llorar sin control y mordiendo sus labios, temblaba y sus nervios se notaron sin quererlo.

—No, no lo eres.

—Necesito más dinero, ¡A ver si ya encuentras algo más!

—Doblo turno—chilló—, no gasto en comida, ni en agua, ni en nada, tengo dos trabajos y regreso hasta las once... ¿Qué más quieres?

—Asalta a personas, esa es la única manera.

Sherlock abrió los ojos, denotando así su pupila roja y cristalina. Esa proposición nunca se la habían hecho.

—Yo... no sería capaz.

Brian soltó sus cabellos y esté cayó de espaldas al piso. Sus manos cubrían su rostro y apretaban bien su flequillo, sus piernas estaban dobladas, esperando el golpe.

—No te pregunté—dijo Brian, en esa voz tan dolorosa y esperpéntica que tanto lastimaba los tímpanos ajenos.

—Encontraré algo más... no comeré en un mes, pero por favor...—sollozaba sin parar—, no me obligues a asaltar gente.

—Es lo más fácil, y lo que puedes hacer.

Brian dispuso a golpear a su hijo. Pensaba que sería cualquier paliza normal, pero esta vez... sería diferente, para ambos.

Luego de dejarlo con el ojo morado y un labio sangrando. Brian empezó a amarrarlo de pies y manos, con una cuerda de púas y bastante estrecha. Sherlock lloraba sin cesar, sin querer ver qué pasaba o pasaría en su destino.

—Soy un mal padre. Yo debo de alimentarte. Te daré de mi leche ahora.

Entonces, obligo a su hijo a abrir la boca, mientras él agitaba su pene sobre sus labios, provocando así que saliera un montón de su semen y ensuciara todo el piso y sus alrededores. Su hijo seguía sin abrir los ojos, sollozaba interminablemente, sus pies atados se movían, intentando correr. Pero obvio, sin respuesta alguna. El semen tenía un sabor horrible y sobre todo salado. Eso era lo que pensaba.

Finalizó el acto. El pobre Sherlock se quedó tirado, inconsciente, desvalido y sin fuerzas.

—Dos mil o no hay casa—volvió a repetir su padre.

Lo desató de ambas manos y pies. Pero Sherlock se quedó inválido, sin saber que hacer o pensar. Finalmente, después de reflexionar dos horas, llegó a la terrible pero cruda conclusión de que prefería ir preso por UN solo delito, y no por varios, el hecho de asaltar gente noble e inocente era algo que no podría asimilar jamás. Pero sin embargo, si asesinaba a su padre... las cosas mejorarían drásticamente.

O por lo menos, eso fue lo que pensó.

Con un cuchillo en mano, de aproximadamente 16 cm, subió lentamente las escaleras de su hogar. Su hermana ya estaba dormida, lo cual era perfecto para él. Su padre ebrio, roncando como siempre, también se hallaba acostado en su cama, grande, cómoda. Con un montón de cajetillas de cigarro a su alrededor y botellas rotas sobre todo el piso. Era un escenario macabro y deprimente.

Entonces se acercó, miró la luz incandescente de las tres de la mañana. Su padre roncaba con el estómago a fuera. Tomó vuelo con el cuchillo, iba a hacerlo, no había duda.

Hasta qué...

Cuando el cuchillo cruzaría el estómago gordo y pestilente de su padre, la mano de Sherlock no reaccionó y no fue capaz de hacerlo.

Se arrodillo frente a la cama de su padre, lloró desesperado, pues tendría que trabajar tanto y ahorrar tanto para no asaltar gente y seguir tan miserable como siempre. Era un dolor insoportable, una trituración crónica de tu mente que él apenas podía soportar. No fue capaz de matar a su padre. Pensó que con el tiempo, se acostumbraría a despojar a inocentes de sus más valiosas pertenencias, decía: "Existen en todo el mundo, yo solo seré uno más".

Pero de pronto, su padre se levantó bruscamente. Confundido, observó como su hijo cargaba un cuchillo en su mano izquierda, y no dejaba de llorar.

Obviamente, Brian entendió toda la situación.

— ¿Querías matarme, hijo de perra?—gritó y provocó que su hijo diera pasos hasta atrás. Se recargo en la pared y aventó el cuchillo lejos.

—L-lo siento...—solo dijo.

—Lo sientes, maldito bastardo. ¡Entérate, animal!—exclamó con su puño cerrado y en el aire— No eres mi hijo, eres mi hijastro. Fuiste producto de una violación que le hicieron a tu madre, ¿Ya estás feliz?

Un sentimiento de dolor y más que nada de impotencia rodeó a Sherlock sin siquiera haberlo pedido. Sus ojos se volvieron dos volcanes incontrolables y lo que antes era miedo, ahora era rabia de haber mantenido a un baquetón durante los últimos once años.

—Serás hijo de...

—Pero ante la ley, soy tu padre. Ese maldito no se hizo cargo jamás de ti. Lo envidio por eso.

De una fuerza que no se sabe cómo sacó, Sherlock se levantó, con unas caras de odio infinito y resentimiento en su máximo esplendor. Caminó hasta Brian y le dio un pequeño empujón, este se indignó por eso.

Brian alzó su puño, gigante y gordo. Pero no se esperaba que la débil y delgada mano de Sherlock fuera capaz de detenerlo.

—No te lo permito. No más—dijo el hijo con una voz maquiavélica y psicótica.

Entonces, con una firmeza sorprendente. Sherlock hizo más atrás y atrás a su padre, este intentaba volverse a su sitio, pero eran inútiles sus esfuerzos. Ya estaba en la esquina del balcón de su cuarto. Está vez, era el padre quién lloraba.

—No lo harías, por favor, hijo. Soy yo tu padre, te críe, tienes mi apellido. No importa nada más—rogaba cuál cobarde.

Sherlock sonrió con complicidad, retiró su mano del puño de su padre, con el cuál le había empujado hasta la esquinita del balcón, a casi nada de caer. Pero su mano contraria la puso frente a la nariz de su padre. Lo aventó con tanta fuerza que los vidrios cayeron en plena calle.

El gordo y grasoso cuerpo de Brian cayó en la banqueta, hizo un ruido tan fuerte que más de uno creyó que había sido un disparo. Su cabeza deslumbró un montón de sangre que quedó impregnada en el concreto y los vidrios le caían como si fuera más bien una llovizna de cristal. La mente, conciencia y moral de Sherlock sabía que había obrado mal, pero simplemente su tranquilidad tuvo un renovado interés y su sonrisa salió conscientemente, sus ojos contemplaban lo que denominó como una bella obra de arte.

Pero después de una hora de observarlo, sabía que su vida estaría condenada a partir de ese momento. La policía lo buscaría y lo encarcelaría, sería una amenaza menos para la sociedad, pero el mismo se convertiría en su propio enemigo. La justicia no funciona para los jóvenes, y aunque dijera que fue por defensa propia, lo llevarían a un correccional o a un psiquiátrico. No sabía cuál de ambas era mejor.

Así que decidió evadirlas.

Despertó a su hermana, no tuvo pelos en la lengua para decirle:

—Papá murió.

Cinthya no dejaba de llorar, en ese tiempo, su hermano menor preparaba sus maletas. Las de ambos.

—Debemos huir, no puedo dejarte sola.

—No quiero.

—Me van a meter preso, ¡Cyn!—exclamó con desesperación, pero con una visible tranquilidad— ¿Quieres que te deje sola?, ¿Dónde te vas a quedar? Te adoptará una mala familia o bordarás manteles en un orfanato. Te golpearan, morirás—dramatizó— ¡MORIRÁS! ¿Quieres morir?

Negó con sutileza. 18 años y todo, pero Cinthya era potencialmente débil. Física e interiormente.

—Eso espere.

—P-pero... ¿Qué vamos a hacer?

—No lo sé, algo se me ocurrirá. Desde ahora somos tú y yo contra el mundo. ¿De acuerdo?

—Vale—aceptó.

Ambos hermanos salieron por la puerta trasera. En frente de su residencia ya se hallaban cientos de testigos y vecinos que añoraban saber, ¿Quién le quitó la vida a Brian Ravensdale?

Durante varias semanas, los hermanos caminaron por distintos lugares. El dinero que robó (pero irónicamente, era de él) pronto se les acabaría y necesitaban un lugar fijo para quedarse, comenzar una nueva vida. Y sobre todo, que nadie se enterará de que había un asesino entre ambos.

Al llegar a un pequeño monte, encontraron una pequeña cabaña, escondida en medio de un bosque frutal, con agua digna para beber. Alguien los interrumpió:

— ¿Qué desean?—preguntó la voz atolondrada.

—Asilo, por favor. Llevamos noventa días vagando por todo el país—explicó Sherlock con esperanza en sus ojos.

—Están huyendo, ¿Verdad?

—Sí—aceptó Cinthya por su hermano.

—Exacto. Si quiere que le diga la razón...

—Habla.

—Asesine a mi padre—afirmó sin pena o remordimiento.

—No se diga más, bienvenidos sean, amigos míos.

Finalmente, se quedaron en aquella cabaña. Era muy grande y acogedora. Sherlock estaba tendido en una cama individual, no podía dormir, no podía dejar de pensar en aquel momento que aventó a su padre por un balcón. Pero estaba contento por su hazaña, podría repetirla a cada persona de la tierra. Sin embargo, el rostro ensangrentado de su padre volvió a su mente como si fuera un remolino, pero no le ocasionaba pesadillas. Al contrario, era una felicidad acogedora, tranquilidad que jamás había sentido.

Si la policía lo encontraba, estaría indudablemente encarcelado. Pero no tenía miedo, puesto que ahora, con el "padre" muerto, se sentía la persona más libre de la tierra, aunque fuera un prófugo. Contaba con lujos de detalles como aventó a su padre por la ventana, no tenía miedo, desde ese momento, ya nada le daba terror.

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