Martin Bancroft
Muchas personas se ríen cuando otros mencionan que el matrimonio es sinónimo de desgracia humana, de cosas tan terribles que pasaran para ambos, en especial, para el hombre casado. Aquello podría decirse que son chistes de lo más misóginos y retrogradas. Pero... ¿Si te cuento este caso, sería realidad?
Martin Bancroft era el único varón de Reina y Elias Bancroft, ciertamente, ellos no eran una de las familias más ricas o populares de las Zonas Costeras, pero sí que tenían lo suyo. El matrimonio tuvo otras tres hijas: Carola, Sivil, y la menor: Lily.
Pero la vida para los Bancroft era total y completamente normal. Claro, que eso no duraría mucho, debido a que un derroche de poder por parte de Elias Bancroft, terminaría por arruinar la vida de su hijo, y la de él también.
—La princesa Susana Layewska Bustamante duquesa de Wernfyl está buscando esposo... ¡Tú eres el indicado! —dijo su padre, irrumpiendo en la habitación de su hijo.
— ¿Qué? P-pero dicen que es...
—Su padre, el rey de Wernfyl, está buscando desesperadamente un heredero al trono de las Zonas Costeras... ¡Tú eres el indicado! Además, quiere nietos.
—Papá... pero dicen que es bien...
—Y serás millonario, más bien, seremos millonarios—Elias lo interrumpía—, ¡Tienes que conquistarla!
—Pero me están diciendo qué...
— ¡No importa nada, sé que podrás casarte con ella!
— ¡Rumores dicen que es una machorra de primera! —Martin gritó para ser escuchado— ¿Qué puedo hacer yo? Además, tengo novia.
— ¿En serio? —cuestionó su padre con el ceño fruncido.
—No, pero me gustaría.
—Ya... ya, deja de ser tan cobarde, ¿Qué es lo peor que puede pasar? Quiero que vayas allá y la conquistes, ¡Por lo menos haz el intento!
—Bien...—aceptó a la mala— ¡Haré el jodido intento!
El pleno día en donde el rey de Wernfyl citó a miles de jóvenes para que ligaran y se ganaran el corazón de su hija, fue cuando Martin entendió la locura en dónde se estaba mintiendo. Él era muy joven, tenía 20 años en ese entonces. No tuvo otra alternativa más que obedecer a su padre ante ese intento burdo y basto de convertirlo en un nuevo rey. Así que ese día, Martin cepillaba tranquilamente su pequeño cabello corto, cuando de pronto, su papá le daría un par de... "consejos amorosos".
—Sé que estas nervioso, pero vamos, confió en ti, estarás bien.
—No sé ni que decir o cómo actuar papá—dijo Martin inseguro y triste.
—Mira hijo, solo haz lo que te convenga. Por ejemplo, dicen que la princesa no es la más femenina que digamos, entonces tú le dirás cosas como: "Oh sí, ¡Me gustan las mujeres como tú! Liberales, que saben lo que quieren, fuertes y demócratas ¡Cero femeninas, seré tu pareja perfecta!". Pero si resulta que es muy fina y elegante tú le puedes decir "Oh, claro mi alteza, yo soy muy educado y trabajador, mi familia me ha inculcado buenos modales, yo te trataría como lo que eres... una diosa" Y cosas así, adaptarte a como es ella.
— ¿Qué? ¿En serio tengo que hacer esto?
—Sí, bueno son mis consejos para conquistar. — su padre río de una manera nerviosa, se levantó hacía la puerta y para finalizar dijo. —Bueno, me voy, te espero en el coche, apúrate ya que las Zonas Costeras no están muy cerca que digamos.
Con semejantes consejos para ligar, Martin ya deducía que le iría tremendamente mal de las dos maneras. Él no tenía novia, nunca tuvo alguna, pero sinceramente, creía que no era la manera más adecuada para obtener esposa tan rápido.
Cuando los Bancroft esperaban impacientes a la presencia de la princesa Susana, se llevaron una gran decepción al ver... que no todas las princesas eran hermosas como siempre las habían pintado.
Una mujer de cabello corto, gorda, sin maquillaje, con unos pantalones que le quedaban grandes, rotos de las rodillas, una playera gigante de color verde fosforescente, caminando como si fuera un erudito, con esa ropa difícilmente podría saber si era mujer o no.
— ¿Qué hace ahí el sirviente? — preguntó Reina a su familia en tono bajo.
—No es un sirviente. — murmuró Elías. — Es la princesa.
Martín se quedó perplejo, literalmente se haría en los pantalones, tenía la boca abierta y sentía su corazón latir a mil por segundo.
—V-v-voy al ba...ño— dijo tartamudeando y salió huyendo de ahí.
Cuando se fue, el archiduque metió de un jalón de cabellos a su hija, todos se quedaron sorprendidos, padre e hija estaban discutiendo en el dormitorio.
Para no hacerlo tan largo, por azares del destino, Susana y Martin terminaron casados. ¿Razones? Ella lo encontró cuando Martin iba al baño, se enojó por las peticiones de su padre y dijo que se casaría con el joven Bancroft, así... ¡Sin más! No fue un matrimonio vendido o por contrato, fue algo más extraño que eso.
Total que los primeros días de la relación entre Susana y Martin fueron muy inestables. Ella era una loca, desesperada por el sexo, grosera, terca y cero femenina, mientras que Martin estaba amenazado por el yugo de su nuevo suegro. Sin embargo, decidió no cambiarla, sino conocerla para bien y entender sus acciones tan elocuentes y peculiares. Así, lograron tener algo más que peleas y discusiones enfáticas sin sentido.
Martin no estaba nada satisfecho con su matrimonio forzado, pero intentaba mantenerse lo mejor que podía, pero cuando ya todo estaba perfectamente bien... llegaría la desgracia que arruinaría su vida para siempre. Todo pasó debido a que el matrimonio iría a la fiesta de compromiso del archiduque Manfred Bustamante, quién anunciaría su nueva boda con una joven y hermosa mujer. Martin se adelantó, creyendo que Susana ya estaba en la fiesta, pero llegó un mensaje que decía:
"Martin, querido, Ya que estas por allá, vete a la fiesta de mis padres, yo te alcanzo después, y cambie mi teléfono
-Atentamente: Susana"
Algo en aquel mensaje no satisfacía a Martin, así que decidió volver a su departamento dónde compartía su vida con Susana, pero al entrar, lo primero que notó fue... la cabeza chorreante, llena de sangre y el cadavérico cuerpo de la mujer. Exactamente, ella...ella estaba más que muerta.
—Dios... santo—dijo Martin en shock.
No pudo entender lo complicado que eran esas cosas para él, simplemente suspiró sin creerlo. Tomó el teléfono de su hogar para llamarle a su madre, la mujer que más confianza tenía, espero impacientemente a que ella le contestara.
— ¿Hola? —así pasó.
—Mamá...
— ¿Sí?
—Creo... creo... que Susana está muerta.
(...)
Las noticias tuvieron la principal primicia, algo terrible como desolador. La gran princesa, futura reina de las Zonas Costeras había fallecido tras circunstancias realmente sospechosas y misteriosas. El único testigo y la única persona presente en su muerte, había sido su esposo, el sospechoso número uno, Martin Bancroft.
—Uff... bueno, por lo menos tenemos otro caso que no tiene que ver con los malditos hijos asesinos—dijo Maurice McElfatrick ante su declaración en la prensa.
Pero sería un caso "relativamente" fácil, ya que... ¡El único sospechoso era el único culpable!
—Yo recibí este mensaje unos minutos antes de encontrar su cuerpo—dijo Martin, intentando demostrar su inocencia—, pero no puedo asegurar que sea real.
—Lo siento, señor Bancroft—dijo Cris Stevens—, intentaremos hacer todo lo posible para demostrar su inocencia, pero... es básicamente imposible, usted tiene todas las de perder, las cámaras no detectaron a nadie a parte de usted. El mensaje de texto... lo recibió a las 5:30 pm y el asesinato se efectuó a las 5:40, hora perfecta para cometerlo. No quiero desanimarlo, pero cuando nos den la orden, deberemos arrestarlo.
—No, no, por favor—dijo llorando— ¡Juro que yo no asesiné a mi esposa!
—Eso lo determinará el tiempo y el jurado—suspiró Cris vencido—, pero por el momento... puede irse, no puede irse del estado ni del país bajo ninguna circunstancia.
Martin corrió de la estación de policía, temiendo que en cualquier momento pudiesen arrestarlo. ¿Qué podía hacer él ahora? Ya había intentado hablar con su suegro, el Archiduque Manfred y le había intentado explicar mil veces y de todas las maneras que él no había cometido el asesinato contra la pobre Susana, pero Manfred Bustamante era una de esas personas que definitivamente no escuchaba, no razonaba, no pensaba en otras alternativas. Como todo rey frívolo y cerrado, negó totalmente la posibilidad de que no hubiera otro asesino, más que su nuero.
Así que... ¿Con quién más podía ir? La policía no le creía, no tenía pruebas que aseguraran su inocencia, no tenía nada de nada. Así que su última alternativa, era su familia.
—Esquizofrenia, el último de ellos, tenía esquizofrenia—leyó en una nota del periódico.
Intentar distraerse en otras cosas era lo único que podía hacer, pero al ver que las notas del mundo eran cada vez peores, decidió votar el periódico en el lugar que lo había encontrado. Martin tomó el primer autobús que lo llevó rumbo a su casa, la antigua casa que compartió durante mucho tiempo con su familia.
— ¿Y si todo es una alucinación mía? —se preguntaba en su mente— Tal vez... yo la maté, no, no pude hacerlo—se aseguraba con falsas esperanzas—, pero... ¿Qué prueba puedo encontrar? Santo Sherlock Holmes, si es que existes... ampárame en estos momentos. Stevens y McElfatrick representan todo Scotland Yard.
Llegó a su casa y estaba dispuesto a actuar, tal vez, con la influencia que tenían sus padres podría librarse finalmente del asesinato de Susana, pero... sus padres no le darían la ayuda que él exactamente estaba buscando.
—No puedo creerlo... ¡Lo tenías todo en tus putas manos! —reclamó Elias sumamente molesto— ¿Cómo pudiste? Según tú, ya se estaban llevando sumamente mejor... y ahora, resulta que... ¡La asesinaste! Pero en verdad, eres idiota.
—Papá... ¿No estás escuchando que yo no lo hice? ¿¡Hablo con el pared o qué diablos!?
—Escúchalo atentamente, al parecer, esto fue una trampa por alguien. ¿La princesa tenía enemigos? —cuestionó su madre, mucho más reflexiva.
—Mmm... creo que no, ella no tenía ningún rival—suspiró Martin mientras intentaba tranquilizarse—, ella era muy buena, linda y encantadora... a su extraña manera.
—. ¿Y tu hijo, alguien que quisiera inculparte?
—Diablos mamá, ¡Claro que no! Tanto ella como yo, éramos muy queridos en el reino, aquí también, teníamos la vida perfecta. Todavía no me explico como pudo pasar esto.
—Y... ¿Por qué dicen que no vieron a nadie más entrar?
—. ¡Trucos de cámara, yo que sé! —dijo Martin molesto— ¡No puedo explicar nada! Sólo puedo decir que... yo no la maté, te lo juro mamá, te lo juro papá.
—Todas tus palabras son falsas—señaló Elias con rabia—, arruinaste la gran oportunidad de tu vida por puras tonterías. ¿Estarás feliz, no?
Martin estaba sumamente enojado, miró alrededor de toda la oficina de sus padres y se encargó de examinarla minuciosamente. Su padre era un feroz amante de la cacería y la horrible acción de acabar con las especies en peligro de atención, su madre era una devota a portar piel de zorro, cocodrilo u peluche de animales indefensos que eran trasquilados por gustos, meramente injustos. No sólo eso, los Bancroft tenían cabezas de rinocerontes, leones, tigres, osos gigantes... todo un museo de horror en su oficina, pero además, también tenían armas de todo tipo, escopetas finas, espadas gigantes, hachas, parecía un verdadero show de tortura.
—Yo no soy un asesino... ustedes sí lo son—dijo enojado y caminó rumbo a las cortinas, mientras la alfombra de león disecado lo miraba atentamente.
—Es un gusto personal, algo de verdaderos hombres, algo que no entenderás. Además, a tu suegro también le gusta el buen hábito de cazar animales—dijo Elias presumidamente.
— ¿Qué tiene de buen hábito esto? —acarició le débil estatua del león— ¿Qué?
—Mira, no me cambies el tema, ¿Qué harás con todo esto? El rey te odia, yo también, la policía te dio la espalda, no tienes nada que te salve de un pase directo a una cárcel.
—Oh... ¡Elías, por el amor del santísimo! —exclamó Reina furiosa— ¿Cómo eres capaz de decirle esto a tu propio hijo? ¡Eres un colmo!
—Y tú una perra que arruinaste mis sueños de ir a tocar con los "Bee Gees".
Mientras la discusión que había empezado por una queja a la barbaridad de cazar animales por gusto se tornaba a un debate de sueños frustrados, Martin seguía observando a todas esas pobres especies. Miró la cabeza de un elefante con colmillos de la India, su colmillo era tan gigante, que tan sólo lo tocó y sintió como le raspaba la mano. Lo sujetó firmemente y logró arrancarlo.
Martin miró como arriba colgaba una hacha gigante, pero una de aquellas que se usan para matar robles viejos de la vieja Inglaterra, así que intentó probar la fuerza del colmillo, cortó la cuerda que sostenía el hacha y...
— ¡AH! —se escuchó el grito de dolor de su madre.
El hacha le había quedado incrustada en la espalda de Reina Bancroft, fue tanta la fuerza con la que cayó que hasta la llevó a chocar en la pared, teniendo que contemplar las pieles de serpientes pegadas en la pared. Elías logró esquivar la fuerza de esa hacha estrepitosa que colgaba como piñata, miró a Martin, este no dijo nada, simplemente... dejó que los objetos exóticos hicieran su propio trabajo.
— ¿Qué haces, loco? —cuestionó horrorizado.
El cuerpo con una herida del tamaño de toda una espalda de Reina Bancroft cayó encima de Elías, provocando que las cabezas de esos animales cazados se movieran ligeramente. Elías se levantó confundido, pero luego, uno de los clavos que sostenía el enorme cráneo de un camello, cayó sobre todo su pequeño y gordo cuerpo, aplastando su cabeza y haciendo que la sangre estuviera en el rostro de los otros animales, que en el fondo, si pudieran, estarían felices, ya que su asesino murió de la misma manera que ellos.
Pero a pesar de todo, Martin seguía creyendo que él no había tenido la culpa de nada, lo relacionado con la muerte de Susana fue un asesinato planificado, mientras que lo de sus padres fue un accidente por el mobiliario. Así que decidió correr y hacerles un plan a sus hermanas.
—Huyan conmigo, encontraremos refugio en cualquier estado o país de migración—dijo decidido.
—Estás loco—negó Carola— ¡De ninguna manera iremos contigo!
—P-pero... ¡Tenemos que estar juntos, como hermanos, como familia!
—No, no, tú tienes que hacer cara a cara con la familia, ¡No nos iremos!
—. ¡Bien! Yo me escaparé.
Martin dio la media vuelta y tomó sus maletas, Carola no tenía ningún interés en culparlo, porque creía y confiaba en el sistema de policía actual, así que no hizo nada para detenerlo. Pero Martin no quería aventurarse a aquello solo.
—Lily—se dirigió a su hermana menor— ¡Tienes que ir conmigo! Tú si... por favor.
—. ¡Aléjate! —Carola cargó a su hermana— Ni yo, ni Sivil o ella te van a seguir con esta locura. ¡Mejor ya vete antes de que me arrepienta!
—Zorra—Martin la ofendió y volvió a dar la media vuelta. Ciertamente, él no tenía ganas de marcharse— ¡No me iré sin ustedes!
— Apuntaré muy bien está fecha—dijo Carola con presunción—, el día en que tú...asesinaste a nuestros padres, Sivil... ¿Qué día es hoy?
—Cuatro de mayo—respondió su hermana.
Y sin decir ninguna otra palabra, Martin se fue corriendo, nadie saber porque, hasta la fecha, cuando mandaron a llamar a Carola Bancroft para que diera sus declaraciones, no pudo decir si fue porque la policía ya se sentía cerca, o porque Martin sabía que no tenía ningún sentido esperar a que sus hermanas huyeran con él. Carola propuso y dio la teoría, que probablemente, Martin vivía en las azoteas clandestinas del país, pero no pudo rectificar sus palabras. A pesar de haberse negado ante él y declarar de los asesinatos de sus padres que nunca vio, ella rezaba por él todas las noches, rogando que no cayera en ese círculo maligno... llamado, el club de los hijos asesinos.
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