Mark Lawrence

Mark Lawrence era como cualquier otro adulto joven de su edad, había dejado la escuela por el constante bullyng que sufría, y sabía perfectamente que dejar de ir era la solución para sus problemas físicos y mentales. Se debatía entre grandes encrucijadas que debía ocultar para sí mismo, para su cabeza y para su bien legal y vitalicio. Dijo que tendría algo así como un año sabático, que terminó siendo un largo tiempo sabático, era claro que Mark ya no tenía ninguna intención de volver a la escuela.

Había logrado un poco de estabilidad en su vida, trabajaba en una cafetería, leía libros, se dedicaba a hacer cosas momentáneas y que le gustaban. No tenía interés de armar una familia o de madurar, no, claramente él sólo quería mantenerse a sí mismo y seguir con ese pequeño trabajo como dependiente en una cafetería alejada de la ciudad, pero que vendía muy bien. Era algo así como su sueño prematuro antes de la adultez. Él tenía 20 años.

A pesar de que dijera que todo estaba bien, eso no era cierto. Se presentaba cada día con una larga y espontanea sonrisa, pero no sentía nada de eso. No sentía felicidad, no tenía ganas de sonreír, nadie provocaba esos sentimientos en él, más que una chica, una sola chica podía mover su mundo por completo, pero hace mucho tiempo que ya no la había visto.

Pensó que si familia se había mudado, pero su vida volvió a tener pequeños aires de esperanza cuando volvió a ver a su padre. Él sonrió como nunca y lo atendió rápidamente.

—Señor McCarthy—le mostró el menú—, agradezco tanto volverlo a ver... ¿Cómo ha estado?

—Mmm... ¿Te conozco? —cuestionó el cliente con el ceño fruncido.

—No, no, usted no me conoce. Pero... pero, yo soy amigo de Carolyn, su hija...

—Ah... hola—dijo más desanimado.

— ¿Cómo está ella? Hace un tiempo no la he visto y estoy muy preocupado, ¿Se encuentra bien?

El señor McCarthy lo miró con mucha tristeza en sus ojos y se guardó las ganas de llorar, cerró sus labios por unos momentos. Mark Lawrence no entendía nada de lo que había pasado.

—Ella... murió—admitió débilmente.

Mark sintió un gran dolor en su corazón, quería llorar tanto, quería llorar en ese mismo instante y desfallecerse en el suelo, pero no lo hizo, no pudo hacer nada. Solamente miró al señor McCarthy con perceptibilidad y preguntó:

— ¿Qué? No, no... eso no es posible.

—Lo es, lamento decírtelo... pero así es.

—Es...—río de nerviosismo—, imposible... ¿Qué le pasó?

—Un accidente—aseveró con incomodidad—, ahora... creí que aquí podía venir a relajarme un poco respecto a estas tragedias, pero ya vi que no. Me voy.

—Espere... espere—Mark lo detuvo lentamente—, ¿Acaso Carolyn nunca le habló de mí? Éramos amigos...

—No, no lo hizo. Ahora, me voy.

El señor McCarthy se fue muy dignamente del establecimiento. No había mucha clientela para atender, así que durante todo ese día, Mark solamente se quedó pensando en Carolyn y su pequeña relación amistosa que habían tenido, él siempre la quiso, eso no fue algo que ninguno de los dos ocultara. Pero, por alguna razón, Carolyn siempre le daba la negativa, y lo peor, es que ella lo decía en cara:

—Verás, Mark—recordaba sus palabras—, creo que eres más que nada, un amigo, un muy buen amigo. Pero... yo no tengo ningún interés en ti.

—Oh... de acuerdo.

Una vez, Mark recordó cómo fueron a pasear, Carolyn no despegó su vista de un chico en particular, alguien que trabajaba limpiando automóviles ajenos, ella quedó plagada por su belleza, y todavía se lo decía a él.

—Ese chico iba conmigo en mi clase...—tartamudeó— Pero dejó de ir a la escuela, probablemente para trabajar. Me he dado cuenta, y es mi vecino.

—Mmm... luce como un vago sin futuro—dijo Mark con celos.

—No lo sé, algún día le hablaré... no me puedo perder esa oportunidad.

Y esa fue la última vez que Mark Lawrence volvió a ver a Carolyn McCarthy, ya no reconocía nada, ya no la recordaba... pero siempre permanecía en su mente como una de las chicas más hermosas que jamás hubiera conocido. Suspiró y así acabó su jornada laboral.

Mark se fue antes de que la cafetería cerrara y llegó a su casa. Era 20 de septiembre de 2017, mañana 21, sería el cumpleaños de su madre Anna, cosa que Mark odiaba con toda su alma, porque nunca sabía que cosa regalarle.

— ¿Qué le regalarás? —preguntó su hermano Erin.

—No sé, no tengo idea—dijo Mark mientras recargaba su cabeza en su sofá, tenía los pies encima de una butaca.

— ¿Por qué?

—Odio tanto a la sociedad, siempre basada en el materialismo patético. Dicen que tienes que regalarle algo a tu madre, porque si no, no la quieres. Tienes que regalarle algo el día de las madres, el día de la mujer, su cumpleaños, el día de su santo. También a tu papá, a tu hermano, a tus amigos, a tu suegra, a tu esposa, a todos... ¡Todo en un día! Para que los días restantes sigas siendo una mierda con ellos. Al carajo, estoy harto que la afectividad hacía alguien se mida por cuanto dinero gastó en su regalo.

—Gran pretexto, tacaño.

—Exacto, ¿Te gustó mi discurso para ocultar que me duele el codo si le compró algo?

—Igual le tienes que comprar algo—dijo Erin entre risas.

— ¿Para qué? Mira, sígueme.

Mark caminó rumbo a la habitación de sus padres, Erin le siguió intrigado. Entraron al grande cuarto de sus padres, había una cama, un estante y un buró muy alto, en este último fue donde los dos hermanos se detuvieron. Mark señaló arriba y Erin miró.

—Mira, ahí están todos mis regalos de los últimos años. El estuche en forma de ropero musical, las miles de tazas que ni se ha molestado en sacar. Tiene guardadas mis blusas que jamás usará, todos mis detalles que le hice en primaria y secundaria los dejó botados, tirados y abandonados. Entonces, ¿Para qué me esfuerzo, Erin? Si de todas formas, no lo usará, dejará en un sucio rincón de su cuarto todo aquello que le regalé. Y si pide lo que desea, será la prueba de materialismo más grande de todos. Estamos de acuerdo que regalar algo en los cumpleaños ha perdido toda la sorpresa y gracia natural, pero joder... ¿Tenemos que hacerlo más evidente?

—Bueno, mis regalos si los usa—dijo Erin en un momento no clave.

—Lo sé, pero los míos no...

—Oh vamos Mark, de todas formas, tienes que darle un regalo. Mis tíos y tías vendrán, papá también estará presente, ya sabes que dar regalos no sólo es una manera de materialismo, igualmente lo es de buena educación.

—Sí, desgraciadamente lo es—suspiró abatido—, pero bueno... no te preocupes, le tendré un buen regalo para mañana.

(...)

¿Fiesta en jueves? Sí, la familia Lawrence organizó la gran fiesta para Anna Lawrence en jueves, Mark, Erin y su padre Ben prepararon todos los detalles para la fiesta sorpresa. Anna quedó impactada, agradeciendo la gran familia que tenía que cuidar, llegó con sus dos hermanas y sus dos hermanos, estos venían con sus respectivas familias.

—Querida—dijo Ben Lawrence—, te regalo estas zapatillas que siempre has querido.

—Oh, muchas gracias, amor—se dieron un apasionado beso.

—Yo te compré el pastel y además, también te compré estos tenis y este vestido—dijo Erin con presunción—, además de esta bolsa y maquillaje.

—Mi niño, ¡Gracias!

Todos los demás se quedaron viendo a Mark, en espera de que sacara su regalo también, pero él sólo sonrió y dijo:

— ¿Y bien? ¿No vamos a partir el pastel? —sonrió juguetonamente.

Toda la familia asintió y se dedicaron a disfrutar un buen momento agradable, mientras todos comían tranquilamente el pastel, Mark se detuvo en el centro del lugar, tomó una copa y la hizo vibrar con su cuchara.

—Atención, quiero que me permitan robarme a mí madre por unos momentos. Lo que pasa, es que su regalo es tan grande y hermoso, que no entraba en la casa. Pero no se preocupen, entraremos una vez que ella lo haya visto. —dijo.

—No estoy muy seguro de eso—susurró Ben a Erin.

— ¿Dijiste grande y hermoso? —escuchó la interesada Anna— ¡Bien! ¡Vamos!

—Volveremos en unos momentos, papá—murmuró Mark a Ben—, no te preocupes, no soy un asesino serial.

Mark y su madre fueron un poco más lejos de la casa, mucho más, diría yo. Mark condujo y llegaron al gran parque central, Mark caminó y tomó a su madre del brazo, aseverándole y jurándole que en el centro de dicho lugar, se hallaría su regalo. Ella estaba emocionada y muy dispuesta. Llegaron al lugar más alejado del bosque, en medio, había un gran lago, hermoso, preciso y con agua pura y cristalina.

—Este es tu regalo, la magia de la naturaleza. Me partí mucho pensando en él—dijo Mark entre risas.

—Te conozco muy bien, hijo—dijo Anna—, sé que no es tu regalo. Pero... ¿Por qué traerme hasta aquí? ¿Acaso no podías elegir otro lugar para darme mi automóvil?

—. ¿Auto? No será eso—dijo Mark sorprendido.

—Diablos...—se desanimó— ¿Para qué me trajiste hasta acá entonces?

—Es cierto, madre... tu regalo no es este bosque, o el lago, ni su sorprendente ambiente natural. No te lo mereces, tu regalo está... allá abajo.

Anna miró en el lago, justo en una pequeña plantita, estaba una hermosa perla de color rosa.

—Estuve buscando mucho tiempo antes, el año pasado, cuando me di cuenta que no usabas ninguno de mis regalos—explicó Mark—, así que... he decidido buscar esta hermosa perla, anda, tómala, es para ti—sonrió.

—Wow...—Anna se arrodilló y tomó la pequeña perla sin pararse— Es... sencillamente hermosa.

Cuando menos se lo esperó, su rostro ya podía ver la perla sin necesidad de agacharse. Lo que pasa es que, Mark tomó su cabeza con sus dos manos y se dedicó a ahogarla con todas sus fuerzas, las manos de Anna se quedaron paralizadas y no podía hacer nada. Mark cada vez se dedicaba a ahogarla más, tenía que combatir contra los intentos desesperados para sobrevivir, pero todo era en vano. Mark recordaba las noticias que lo habían orillado a hacer eso:

"La famosa pianista, Ivette Hudson, vivió y sufrió uno de los peores ataques jamás efectuados, con sus dos hijas: Michelle y Ashley Dugan, las tres murieron de una manera todavía inexplicable. No se sabe todavía quien ha sido, pero la policía ya tomó cartas en el asunto."

Mark gritaba sin parar:

— ¡Feliz cumpleaños! ¡Feliz día de las madres! ¡Feliz día de la mujer! ¡Feliz santo! —decía psicóticamente— ¡FELIZ, FELIZ TODO!

Finalmente, aplicó la fuerza final, y su madre cayó suavemente al lago, donde su cuerpo quedó flotando debido a la muerte que tardó menos en un minuto en efectuarse.

(...)

Erin y Ben Lawrence todavía no podían creer lo que había pasado, le decían a la prensa que era una simple e inocente prensa, que nadie se esperaba. Dijeron que Mark nunca había llegado, que se tardaron un mes en encontrar el cuerpo de su madre/esposa. Y el periodista hizo la pregunta que tanto hizo temblar a Ben Lawrence.

—Por el tiempo efectuado, se puede deducir que esto pertenece a otro de los casos más incognitos y terribles de los últimos tiempos. Pero, dígame señor Lawrence, ¿Se siente seguro? Se supone que, un "hijo asesino", tiene que asesinar a sus dos padres, pero sólo lo hizo con su esposa. ¿No cree que él pueda regresar para asesinarlo?

Aquello le provocó tanto miedo a Ben, que terminó suicidándose, prefería morir a que su hijo lo matara. Eso no podía pasar, Mark ya no iba a regresar jamás para cometer esa labor.

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