Linda Vandebilt
El nacimiento para Linda Mary Stella Vandebilt llegó en pleno momento de desgracia. Primeramente, su madre no deseaba tenerla, quería acabar con la vida que crecía en su vientre, lo intentó de todas las maneras posibles: fumaba a escondidas y una vez estuvo a punto de tomar cloro y otras veces iba a introducir un gancho en su vagina, en todas las ocasiones que Lenna Vail Epstein intentaba hacer un aborto, fallaba por la intervención de su marido Charles Vandebilt.
Dos meses después del nacimiento de Linda, (el cuál fue el 9 de octubre del 2025), su madre moría a manos de una psicópata demacrada y demente, de nombre Angeline Maxwell.
Desde ese día, Linda ha crecido entre llantos y culpas de su padre, también entre olor de alcohol exorbitante y desesperante. Su padre no dejaba de tomar y fumar.
Llevaba una mala relación con su medio hermano, Julian. Era brusca y no sincera.
Linda estudiaba en casa y no salía de su enorme residencia en Maryland. Nunca cuestionada nada, no renegaba, no mentía y sucumbía ante el trato poco tolerante de su padre. Pero un día, se armaría de valor para decir:
—Quiero ir a la escuela.
Era víspera de navidad. Pero la familia Vandebilt no tenía fiestas ni nada por el estilo, no celebraban la navidad, la noche buena ni año nuevo. La casa era gris y las gotas de nieve caían por la ventana en donde Charles Vandebilt se reunía para fumar y tocar guitarra. Una vieja Ibanez con la que había estado durante treinta años.
Linda ya tenía 15 años, había crecido hermosa y fornida, no se parecía a su madre, ni a su padre. Tenía el cabello naranja, pero no pelirrojo. Era algo así como rubio tenue, su madre era rubia natural y su padre es castaño. Linda tiene los ojos rasgados, sus padres los tienen bien abiertos. Pero nunca se atrevieron a cuestionar cosas de genética o las leyes de Mendel.
— ¿Qué?—preguntó y bajó su guitara de las manos.
—Me siento atorada aquí, asfixiada, sin aire ni libertad.
—Pero en la escuela será terrible. Sufrirás, las personas no dejarán de recordarte quién es tu madre.
—Esa es la cuestión —dijo Linda con una tranquilidad perturbadora —. Yo ni siquiera sé quién es mi madre. Jamás la conocí, no la veo más que en fotografías y te niegas a hablar de ella.
Charles dio un largo suspiro, y miró en su portarretratos la foto de su boda con Lenna Vail Epstein.
—Ella era perfecta.
—Pero murió.
—Cállate, cada día que pasa, me duele más y... más... y más...
Bebía whisky como desesperado, su voz se hacía más baja y se caía sobre el sillón que tenía. Portaba un abrigo de piel de león, largo y caluroso. Era lo único que cargaba sobre su cuerpo además de un bóxer y unos calcetines. Su larga y enmarañada barba cubría todo su rostro y el abrigo dejaba al descubierto su enorme estómago, lleno de alcohol y grasa. En pocas palabras, su apariencia era jodidamente detestable.
—Lo sé, no quería decir eso. Pero papá, yo sigo con vida. Y te necesito, necesito a mí padre, quiero a mi progenitor a mí lado. Creo que pasas más tiempo con la botella que conmigo.
—Linda, basta, por favor... basta —inclinó su cabeza hacía atrás. La fogata daba un ambiente comprometedor y era la única luz que reflejaba — Te he dado todo lo que quieres para cubrir ese hoyo familiar, que nunca podrás cubrir más que con cosas.
—Ahora entiendo a los hijos de los políticos —susurró.
—Yo, jamás superaré su muerte. Pude hacer de todo para detenerlo...
Linda estalló.
—Pero no pudiste, ¿Sabes por qué? ¡Porque así tenía que pasar!, ¿Acaso Yoko Ono se culpa por el asesinato de Lennon cada día de su vida? NO, ¡NO! La vieja se la pasa viviendo y viviendo, cada día que pasa es una nueva oportunidad. No estoy segura de como ocurrió el asesinato de Lenna Vandebilt, pero de algo estoy segura: ¡NO FUE TU CULPA, PAPÁ! Tú no le apuntaste, tú no le clavaste el cuchillo...
— ¡PERO FUE COMO SI LO HUBIERA HECHO!—gritó violentamente y la interrumpió — ¡LA DEJE SOLA! Me pude haber apurado, pude haber reaccionado rápidamente, no sé... ¡Yo pude haber hecho algo!
—Ya no era cuestión tuya, papá. Las cosas pasan por algo, el destino de mamá ya estaba hecho. Si la hubieras llevado lejos de ahí, hubiera muerto en un accidente automovilístico. Si se hubieran quedado en casa, hubiera caído de las escaleras o sido atropellada después. El punto es qué, ¡No importa cuánto intentes evitarlo! Si vas a morir, ni aunque te quites o te pongas, vas a morir... ¡Y ya! No hay remedio para contrarrestarlo. ¡Ni modo!
Charles miró a su hija con lágrimas enrojecidas y los puños bien apretados, soltó levemente su botella de Whisky sobre su mesita de noche y examinó a su hija, de pies a cabeza.
Contempló su estatura, sus piernas descubiertas al usar una falda, su blusa fina y bien puesta. Su cabello chino y largo caer sobre sus hombros. No podía verla a los ojos porque estaban aproximadamente cerrados.
—Te pareces tanto a ella —dijo con enfado.
—Claro que no.
—En ideales e irreverencia.
—Ah.
El silencio reinó por momentos. Charles se levantó, ya estaba muy ebrio. En la casa no había más que ellos dos, solos, totalmente intranquilos. No había ni siquiera un sirviente. La única luz que estaba prendida era la de la fogata, naranja, tenue, calurosa y sofocante. Porque de ahí en fuera, todas las luces estaban apagadas y la nieve caía a montones sobre la azotea de la mansión.
Charles estiró sus brazos y se quitó su abrigo pesado. Linda contempló su desnudo y peludo estómago, que en algún momento fue un bello y fornido tórax. Era casi ver desnudo a su padre, dio unos pasos hacia atrás.
—En el 2020, creían que tu madre y yo éramos unos depravados y teníamos sexo a cada momento del día —dijo —. Pero no es cierto, solo tuvimos relaciones una vez, fue en nuestra luna de miel y de ahí saliste tú.
—Ah, vaya —Linda respondió con miedo.
—Bueno, fueron dos... o tres... cuatro o diez, de ahí varía el número. No lo recuerdo, solo soy un viejo frustrado porque su pene no ha entrado ni siquiera en el hoyo de un tejado.
Esa explicación le dio mucho asco a Linda, pero entendió perfectamente todo.
—Olvida lo de la escuela. Me voy.
—Lin', solo soy un hombre... un hombre solitario en medio de algo.
— ¿Me importa?
—Bebé, ¿No me ayudarás a entender?
Diciendo esto, Charles tomó en sus dos fornidos y velludos brazos a su hija. La tiro de una forma muy brusca y violenta al piso, de ahí recargó toda su fuerza sobre el débil y joven cuerpo de su hija, ella intentaba separarse, pero era imposible. Su padre empezó a desgarrar su ropa, hasta que eventualmente, Linda terminó en bragas y sin poder alejar el cuerpo de tan alta magnitud.
—Dragon... dragonfly... fly by my window —repetía las letras al azar de cualquier canción — You're my love... you're my song linger on... You're my Own Melody...
—Déjame —pedía Linda con desesperación y llanto.
—Continúa, continúa con la letra. Sé que la sabes.
—No, no, papá... basta... ¡BASTA!
—I AM YOUR SINGER —gritó, la diferencia entre está ocasión y las otras es que en las anteriores las estaba intentando cantar, o tararear. Pero aquí lo exclamo.
Charles no lo pensó dos veces antes de hacer que su pene entrará al pobre cuerpo de su hija menor. De su tercera hija. Una se le había muerto a los cinco años y el otro en el vientre de su esposa. Pero no lo hacía de mala fe. De hecho lo hacía con fuerza y cada vez más adentro y adentro. No estaba consciente de que estaba despojando a su hija, porque en su loca y retorcida mente, veía a su esposa 14 años menor, Lenna Vail Epstein, en su imaginación, fue a ella a quien violó.
—Te amo —repetía con monotonía —. Te amo, te amo, te amo...
Linda lloró a montón, su cabeza miraba a la pared mientras que su espalda estaba al descubierto del cuerpo turbulento de su padre. Cerró los ojos y quedó dormida.
Charles se alejó, mientras cantaba... al darse cuenta que había violado a su hija.
—Why! Why... says the Junk In the Yard...
Luego de unos minutos, Linda despertó entre llantos y su papá seguía tomando. No se puso el abrigo y estaba desnudo, sentado en frente de la fogata, con su sillón y su botella en la mano. El sueño de Linda se vio perturbado por el humo que el cigarro de su padre emulaba.
—Eres un monstruo...
—Solo soy un viudo, con una enfermedad rara, hereditaria, de la que ningún doctor sabe.
Linda lo miró con rabia y odio entre sus ojos. Apretaba sus puños con una fuerza sorprendente que hasta sus uñas la lastimaban.
—Creo que por el bien de ambos, tienes que irte a un internado en Suiza —dijo con alevosía.
—Podría culparte de violador.
—Nadie va a creerte.
Linda bajó la cabeza al saber que tenía razón, pero volvió a alzar su mirada. Contemplo el lugar en donde estaba su padre, arriba de la chimenea había un montón de parafernalias que tenían como propósito ser usadas para drogarse. Además de otros artículos insípidos y cuadros que la rodeaban. Pero en frente, se hallaba su padre, borracho, a punto de quedarse dormido y con una botella de alcohol en su mano.
La nieve paró, la fogata se hacía más fuerte. Entonces Linda, no perdió su oportunidad.
Se acercó con lentitud y pulcritud hasta el cuerpo inmóvil de su padre, el sillón era de rueditas. Así que sin más, solo dio un pequeño tirón para que...
— ¡AHHH!
La fogata se hizo gigante y todas las parafernalias cayeron al cuerpo quemado de Charles Vandebilt. Se hizo un fuego enorme que fue devorando todos los objetos de alrededor, incluso el cuadro de bodas de los Vandebilt había quedado hecho cenizas. Linda salió corriendo de su hogar. Ya a fuera en el frío suelo, se acostó sobre la nieve seca que quedó impregnada sobre el jardín. Mientras contemplaba como la habitación de su padre (y por ende, él) estallaba en mil pedazos y se quemaba con total fiereza. Los vidrios salieron por afuera y las cortinas también salieron incendiadas. Pronto la habitación de alado también se quemó, y eventualmente la casa.
Pero cuando la mansión ya estaba en llamas, Linda se hallaba muy lejos de ahí, más bien, de Maryland. Caminaba entre la frialdad del monte a quién sabe dónde, en bragas, con un corpiño y una pequeña tanga color rosa. Se abrazaba a ella misma, intentando asimilar que es lo que había hecho, diciéndose a ella misma que había asesinado a su padre y ahora no tendría ningún lugar a donde irse.
Hasta que encontró una pequeña cabaña hasta la cima del monte, se quedó ahí para resguardarse. En un rincón venían los recuerdos atolondrados de su padre y su despojo, pero no lloraba, es más; se reía al recordar el rostro desfigurado de su progenitor, víctima de todas esas llamas naranjas que fueron acabando con su vida, poco a poco.
Al contrario de lo que se podía creer, eso no constituyó parte de sus pesadillas, al contrario, armaba una gran y enorme sonrisa en su rostro. Matar era un placer tan grande que pudo vivir a la perfección. Lo veía de la manera siguiente:
"Papá quería reunirse con mamá, yo solo le hice el favor".
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