Leopoldo Leyva
***Si entiendes todas las referencias, te amo***
Desesperación constante y frustración es lo que cualquier niño podría sentir en un orfanato, pero para Leopoldo, esto fue totalmente diferente. Como todo huérfano, siempre gozaba y quería descubrir la verdadera identidad de sus padres, pero no podía, hasta que un día... se armó de valor para confrontar a su cuidadora, la señorita siempre fiel; Susan Bevans.
En la enorme mesa en donde todos comían, niños, maestras, directivos, se encontraba el niño más tímido de ese lugar, se recargó en la ventana contemplando el paisaje, era muy despistado, no muy inteligente, pero observaba todo con detenimiento, desde el lugar en donde se encontraba, hasta la rama de árbol más insignificante.
—Leopoldo. — la maestra particular lo distrajo totalmente. — ¿Qué observas?
—La nieve es muy blanca, y fría. — dijo aquel niñito con un tono suavemente infantil.
El objetivo de Leopoldo era muy claro, quería descubrir quiénes eran sus padres, podía darse cuenta de lo que pasaba, a sus 11 años ya tenía un pensamiento bastante crítico, revolucionario y cuestionaba todo lo que ocurría en su vida, quería sentir el abrazo de su madre o jugar futbol con su papá, quería salir de ese orfanato para siempre y no volver, recuperar la infancia que se le había sido arrebatada de la manera más vil y cruel. Por lo tanto, lo único que deseaba era saber por lo menos sus apellidos.
—Susan...— Leopoldo miró a su maestra favorita directamente. — Porque... ¿Por qué no me dices quienes son mis papás?
—Es que... eso no te lo puedo decir, Leopoldo.
—Tú eres la única que lo sabe, — la inocencia de ese niño se hacía constante, su tono era sincero— lo único que quiero es saber... quienes son mis papás.
—Bueno. — la trabajadora Susan suspiró decaídamente. — Si es lo que quieres, vamos.
Susan y el pequeño Leopoldo caminaron por los pasillos del deprimente y gris orfelinato hasta llegar a la habitación más alejada del lugar, un cuarto miserable y negro. Solamente constaba de un espejo sucio y un sillón colocado frente a él, generalmente, esa habitación era utilizada para hablar y confrontar directamente a aquellos estudiantes que se portaran mal, pero está vez sus 4 paredes escucharían lo que la docente Susan Bevans jamás pensó decir.
—Siéntate. — le dijo con dificultad a Leopoldo.
—Yo no he hecho nada, no puede castigarme así.
—Por favor, quiero que veas tu rostro al espejo.
El niño camino con pesadez y se miró, contemplo cada parte de su rostro mientras Susan tocaba con suavidad su cabello, tan rubio como el oro, su piel era blanca y extremadamente tersa, pero lo más característico de aquel niño privado de la vida y de la infancia; era su nariz, aquella nariz tan respingada y ancha que poseía, era simplemente absurdo que nadie lo comparase con ese artista tan famoso teniendo características tan definidas.
—Observa Leopoldo. — dijo ella con ternura. — Por una parte, no me alegró que no los dejen enterarse de lo que ocurre en el mundo actual, pero gracias a eso es que tú no te has dado cuenta de que...
—Vamos Susan. — la mirada de ese niño era pura y sincera. — Dime todo lo que sepas.
—Es que es tan cruel...— dio un largo y prolongado suspiro. — Pero tienes razón. — se dirigió a la pequeña ventana, mirando como la nieve daba su paso en Nueva York, el invierno sería mucho más crudo este año. — Te lo diré todo. Cuando tú naciste, las noticias no pintaban bien para el país, todos estaban sumidos a drogas, sexo y rock n roll, un género casi extinto. Yo jamás...— ahora comenzó a caminar por toda la habitación. — nunca me sentí a gusto con esa corriente musical. Tenía unas horas de descanso aquel día, el 22 de Enero, tu cumpleaños, por lo tanto, me senté en mi cómodo sillón para leer las noticias nuevas. Las bandas y los sex symbols cada vez salían por montones, a pesar de que no fuera gran amante de esa música, no podía fingir enteramente que... eran tan atractivos. Ese día, en la mañana, bebía un café capuchino mientras comía galletas de coco y leía la revista Rolling Stone. — recordó por instantes. — Era un artículo de la bien afamada banda, las imágenes del vocalista parecían ser tomadas por un fotógrafo profesional, pero... como sabrás en esos años, la fotografía de quien había entregado las imágenes principales eran previstas en un pequeño circulito. Recuerdo su nombre... Luisa Estrada y recuerdo a la perfección su fotografía, su rostro se quedó grabado en mi mente desde ese entonces.
—Comprendo...— el niño se desesperó. — Pero... ¿Eso que tiene que ver? Yo quiero descubrir quiénes son mis papás.
—Si tiene mucho que ver. — Susan cada vez hablaba mucho más complicada. — Porque justo cuando observaba ese artículo, se escucharon ruidos detrás del orfanato, como si alguien quisiera dejar algo en la basura. Corrí al instante pensando que era un vagabundo intentando entrar o peor aún, un ratero, como en esos tiempos y en este lugar, fuera un pecado que observarás fotografías revistas, se despegó la pequeña fotografía de la periodista Luisa Estrada, así que me lleve la hoja conmigo.
Leopoldo cada vez escuchaba con mucho más detalle, realmente, le importaba saber la verdad, añoraba con todas sus ansias poder descubrir de una vez y por todas quiénes eran sus padres, Susan sabía de esto, y no quería romperle su corazón, pero tampoco iba a dejar que un niño perdiera todo tipo de esperanza.
—Supondrás que yo debí haberme encontrado a un vagabundo o a un perro. — ella siguió con su relato. — Pero no, me encontré a una mujer, usaba una gabardina negra, tenía una cuna a su lado mientras un pequeño bebé lloraba sin parar. — sus lágrimas no tardaron en salir. — Eras tú, la mujer intento cubrirse con unos lentes negros, pero al ver su complexión, la forma de su cara y el color reflejante de sus ojos, pude darme cuenta de quién era en realidad. — respiró con flexibilidad. — De seguro esperas a que te diga que pasó esa vez.
—Claro, por favor. — a pesar de lo que escuchaba, el niño no perdía de vista sus planes.
—Muy bien. — Susan se recargó en la pared, procurando que nadie escuchará. — Lo recuerdo todo a la perfección:
—¿Qué hace aquí? ¿Quién es usted? — cuestioné al ver a la mujer que pretendía dejar a un bebé sobre una bote de basura.
—Por favor. — ella imploró. — Háganse cargo de él, yo ya no puedo.
—Pero... ¡Está no es la manera de hacerlo! Tiene que dejarnos sus datos o algún punto en específico.
—Su nombre es...— la mujer escondida detrás de una gabardina tardó en decir. — Creo que será Leopoldo.
—No puede dejar a esta criatura así porque sí ¡Tiene que hacerse cargo!
—¡Pensé que ustedes cuidaban a niños en situaciones familiares potencialmente difíciles! —volvió a exclamar en su defensa. — ¡Por favor cuídenlo, que yo no puedo!
—Espere un momento. — dije después de que observe con mayor detenimiento a la señora. —Usted es...— mire de nuevo mi poster que arranque de la revista y sin dudarlo, era ella, misma complexión facial, misma forma de pararse, la había escuchado en una entrevista que le hicieron... sin duda es...— ¡Luisa Estrada! ¿Por qué abandona a su hijo de esta manera?
—¡Cállate! — gritó y después dejo con cuidado al niño en el suelo. — ¡Debes cuidarlo! No le espera nada grato conmigo.
Huyo corriendo, pero no podía dejar que se fuera simplemente así, entonces mientras corría a toda velocidad le grite:
—¡Por lo menos dime quien es el padre!
A lo que ella respondió:
—¡¡Jonathan Leyva!
Y así desapareció
Cuando Susan terminó de relatar su breve recuerdo, sus ojos se quedaron casi congelados mientras sus manos tocaban con suavidad su pecho, Leopoldo seguía escuchando con brevedad, y al ver que su cuidadora se había quedado sin palabras, opto por preguntar:
—¿Quién es Jonathan Leyva?
—Jonathan es... un músico, famoso por ser cantante de la banda muy famosa de años antes.
—¿Él es mi padre? — preguntó Leopoldo todavía sin comprender la situación de las cosas.
—Según lo que dijo esa mujer, sí. Y ni siquiera se quedaron juntos, meses después mientras te cuidaba se hizo pública la noticia que ella se iba a casar, espere con todas las ansías que fuera con otro hombre que no tuviera ningún vínculo con la banda mencionada anteriormente, o por lo menos que si fuera Leyva, pero fue mi sorpresa cuando Luisa... se convirtió en la mujer de Pablo Moncada.
—¿Quién es Pablo?
—Otro miembro de esa banda, supuestamente mejor amigo de Jonathan.
—Entonces ¿Dónde están?
—Tengo entendido que...— Susan miró una nota del periódico. — Jonathan en Nueva York y... Luisa en Inglaterra.
—Quiero verlos. — dijo el niño con tristeza, su vida no era la mejor, y lo único que necesitaba con todas las ansías era sentir un beso de su padre.
—Es que... sería muy complicado ir a verlos, ellos están en la zona metropolitana de Nueva York, llegar nos tomaría unas buenas horas.
—Yo solo quiero abrazar a papá. — Leopoldo tomó el osito de peluche que siempre cargaba consigo y lo abrazo, haciendo a denotar que era lo único que añoraba en esta vida.
—Está bien. — Susan sintió lástima por esto. — Mañana mismo, vamos a ver a tu papá.
Leopoldo sonrió por primera vez con sinceridad, tenía 11 años, y no había tenido una infancia normal, a pesar de ser huérfano siempre tenía en mente el hecho de que no tenía papás, pero ahora gracias a lo que Susan Bevans le había dicho, se sentía con una nueva esperanza para volver a recuperar su felicidad, para siempre.
Pero claro que... estaba muy equivocado.
Lo que más teme todo niño en esta vida, es ser un estorbo para las personas que te trajeron a la vida, pero inevitablemente, eso le pasó. Su padre: Jonathan, no tenía ningún deseo de unirse con Luisa Estrada de Moncada bajo ningún motivo, él era feliz con Yesica Ortiz, su novia. Además, los Moncada eran una familia normal y feliz, al igual que Jonathan, Yesica, y su pequeño hijo Sebastián.
Entonces, ¿Qué espacio había o le correspondía a un pobre desdichado como Leopoldo Leyva? Probablemente, nada bueno y de eso no habría duda.
Pero Luisa y Jonathan accedieron a ser esos padres que Leopoldo nunca pudo tener, por lo tanto, decidieron irse a vivir los tres juntos y armar una familia normal. El niño creía que al fin sus padres habían recuperado la razón y el amor por él. No sabía que eran otras razones.
Susan Bevans recurrió a un acto vil y malvado para hacer que los dos aceptaran: Les dijo que Leopoldo tenía una enfermedad mortal que cobraría su vida en siete meses, y por lo tanto, lo que más añoraba, era vivir feliz por un par de meses, así que por eso... Luisa y Jonathan decidieron dejar a su familia y respectivas parejas, pero en realidad, la relación entre ellos dos no era nada sana. Al principio, Jonathan intentaba llevarse bien con su "nuevo hijo" y Luisa se veía como la culpable de todo, pero con el tiempo... cambiaría el papel.
—Hoy morirá—dijo Luisa a Jonathan.
—Lo sé, debes de estar feliz, finalmente y después de tanto, podrás regresar con tu familia.
—Joder, Jonathan... ¿Cómo crees que haré eso? No estoy feliz, para nada, él se ha tomado mucho mi cariño y lo he amado como nunca.
—Es cierto... a mí también—suspiró débilmente—, tampoco puedo creer que ya vaya a morir.
—Oye y por cierto... ¿Qué enfermedad tiene?
—No sé, pero Susan me dijo que era mortal y moriría pronto... si mis cálculos no me fallan... deduzco que será hoy.
—Demonios, deberíamos hacer algo para intentar salvarlo, ¿No?
—Hablaremos con Susan...
Luisa y Jonathan fueron directamente con la señorita Bevans, estaban incomodados porque no sabían que hacer o de qué manera reaccionar,
—Dime Susan, hemos hecho exactamente lo que tú quieres—dijo visiblemente molesto—. Reconocimos a este hijo, hemos vivido juntos e inclusive dormimos en la misma cama. Ahora dinos ¿Cómo podemos decirle esta terrible noticia a Leopoldo?
—Bueno Jonathan—Susan estaba nerviosa, movía sus manos con repetidamente, no parecía estar quieta con nada—, lo que sucede es que...
— ¡Ay no!—Luisa la interrumpió—. ¡Imagínate si te pregunta que pasa después de la muerte!
—Cuando nos pregunte si nos volverá a ver—sonó su nariz—. Dios, no me quiero ni imaginar lo que pasará.
—Esto es tan terrible—siguió llorando—. ¡No puede ser posible!
—Luisa—Susan quería retomar la conversación—, por favor, déjenme hablar...
— ¡Ay no!—Jonathan se alteró—. ¿Por qué Dios mío? ¡Ya no dudaré de ti, pero por favor! ¡Salva a mi hijo!—gritó delirante y extendió sus brazos, como si fuera un sacrificio que le ofrecía al Dios todo omnipotente.
— ¡CÁLLATE!—Susan gritó desesperada y le dio una bofetada—. ¡Por una mierda! ¡Leopoldo no va a morir!
Luisa y Jonathan no escucharon las últimas palabras, siguieron consolándose uno al otro, intentando no ir al borde de la locura, pero cuando procesaron lo que oyeron, fue como un duro golpe, que los hizo reaccionar al instante.
— ¿QUÉ?
—Como lo escucharon—dijo con pesadez—. Leopoldo no va a morir, lo que pasa es que... lo de su enfermedad fue una mentira.
—Deja de jugar con algo tan serio—Jonathan no comprendía—. ¿Por qué crees que esas cosas son broma? ¿Qué te has creído para decir que la enfermedad de mi hijo es una mentira?
— ¡Yo invente todo!—siguió diciendo la verdad.
Hubo un incómodo silencio, Luisa prefería no decir nada, Jonathan parecía estar muerto de rabia.
— ¿Qué diantres estás diciendo?
—La verdad es que todo lo inventé—sonaba arrepentida—, bueno, inventé la enfermedad de Leopoldo, por eso no les decía nada a por mayores de la supuesta enfermedad mortal que él tenía.
—Entonces déjame entender—Luisa habló con ira—. ¿Inventaste una enfermedad falsa para que nosotros nos doblegáramos e hiciéramos todo lo que nos pediste? ¡Eres una malvada!
—Lo siento, pero lo tome como única alternativa—lanzó un largo suspiro—. Fue lo que se me ocurrió para que ustedes pudieran aceptar y reconocer a Leopoldo como su legítimo hijo.
—Oh claro, entonces ¿Por qué nos hiciste quererlo por lástima?—Jonathan seguía sumamente furioso—. ¿Qué no podías solo pedirnos que lo reconociéramos y listo? DIGO ¿QUÉ GANAS CON INVENTAR TODO ESTO?
— ¡Yo solo quería que ustedes le dieran una vida decente a un niño huérfano!—exclamó, defendiéndose de todos los reproches—. Quería que cuidaran de él, que fueran unos verdaderos padres. Quiero decir, si sus hijos pueden tener todo lo que desean ¿Por qué Leopoldo no? ¿Solo por ser producto de un faje o un affaire inesperado? ¿Eso lo hace menor? ¿Solamente por ser un bastardo no puede tener una vida feliz con sus padres?
—No digas estupideces, Susan—incitó—. Él hubiera tenido una vida feliz, plena y con maravillas. Pero ¡Esa no era la manera! Jugar con la lástima humana, creo que estás enferma de la cabeza.
—Efectivamente—Luisa apoyó esto—. Yo debería ser la más molesta con todo esto, Susan arruinaste mi matrimonio, mi familia, toda mi vida, solamente por haber inventado eso. Créeme que jamás hubiera negado a Leopoldo pero ¿En serio era necesario que me alejaras de mis demás hijos simplemente por él? ¿No te parece un poco injusto?
—Mira, Luisa Estrada—Susan se indignó al escuchar semejante argumento—. De todas las personas que existen para reprochar, créeme que tú eres la menos preparada para hacerlo, quiero decir ¡LO ABANDONASTE EN UNA CANASTA! Por el amor de Dios, lo salvé de semejante madre tan rastrera que tiene...
— ¡A ella la respetas!—Jonathan salió en su defensa—. Susan, tú no eres nadie para reclamar sobre nuestras acciones, y así como me lo dijiste la otra vez, revelaste los datos de un huérfano, yendo en contra de todo lo que crees, del estatus del orfanato, sin respetar las reglas y ahora resulta que ¿Luisa es la rastrera? Eres un caso, un colmo—se descontroló—, una mala mujer, vengativa, rencorosa, doble cara... y ¡La lista es larga!
—Jonathan, sé perfectamente que no querías a Leopoldo, eras quien más añoraba su muerte porque si no mal entiendo ¿lo mandaste a abortar, cierto? Así que no me juzgues, todo lo hice por el niño, no porque yo tuviera el afán de destruir sus vidas o matrimonios respectivos.
—Basta Susan, estoy harta de ti, de esto ¡de todo!
Cuando Jonathan exclamo esto, se dirigió al otro cuarto donde Leopoldo jugaba felizmente bajo la supervisión de Pablo, pero todos se aterraron al ver a Jonathan entrar de una manera bastante brusca, tomó a Leopoldo del hombro, provocándole mucho daño al obligarlo a caminar.
— ¿Qué pasa, papá?—preguntó inocentemente.
—Quiero que te vayas con esta mujer—dijo sin pesadez—. Quiero que te regreses a donde viniste con tu adorada Susan, no quiero ver a ambos por el resto de mi vida.
—Jonathan ¡Suéltalo!—Luisa resguardo al niño detrás de ella—. ¿Cuál es tu problema?
—Luisa ¿Acaso eres ciega? Es más que obvio que este infeliz y la zorra sabían perfectamente que esto iba a pasar ¿Dónde quedo tu inocencia, niño de porra?—sonó bastante grosero—. Ambos nos tendieron una trama ¿Qué te puedes esperar de alguien así? ¡Solamente desgracias y mentiras! ¡Apuesto a que ni siquiera es nuestro hijo!
—Mami—dijo Leopoldo asustado—. ¿Qué tiene papá? ¿Por qué habla de esa manera?
—Tranquilo, pequeño—dijo amablemente—. Mira Leyva, de acuerdo, corre a todos de la casa, pero no te voy a permitir que le hables de esta manera a mi hijo. Además ya no dudo ni un segundo que sea mío, sé que lo es. No hay nada que preguntar.
—Seguirás siendo estúpida—siguió tan enojado—. ¡ESCUCHÉNME BIEN¡—enfatizó a alto volumen—. A partir de este momento, solo tengo DOS HIJOS. Sebastián y Juan Carlos Julián, nada más ¡Para mí, no existe el tercer hijo de Jonathan Leyva!
— ¡CÁLLATE!
Luisa miró drásticamente a Leopoldo, quien ya estaba llorando. Susan creyó que lo mejor era irse, antes de que las cosas siguieran por un feo rumbo. Así que salieron rápidamente de la casa Leyva.
—Así es—siguió gritando—. Váyanse, y más les vale a ambos que no vuelvan a poner un pie ¡Malditos estafadores!
—. ¿Cuál es tu maldito problema?—Luisa le reclamó al instante—. Quiero decir, está bien, tal vez Leopoldo se puso de acuerdo con Susan, pero no fue su culpa, estoy segura que él no sabía nada de esto, no debes juzgarlo.
—Ya vas a defenderlo, pues no, no les creo absolutamente nada, y ¡Quiero que todos se vayan de aquí!
Obedeciendo la petición, Pablo, Luisa, Susan y Leopoldo salieron rápidamente de la casa de Jonathan, se quedó únicamente con sus dos hijos; Sebastián y Juan Carlos Julián, esperando que todo fuera un mal trago, pero a la mañana siguiente, Jonathan no salió cuando Susan y Leopoldo intentaban hablar con él, esto despertó el odio infinito de Luisa.
—Lo siento—dijo la última—, ya he intentado hablar con él y al parecer no quiere salir. Fue capaz de hasta meterse al ropero.
—No entiendo—Leopoldo dijo tristemente—. ¿Por qué papá no quiere verme? ¿Hice algo malo?
—No claro que no—Susan lo consoló—, lo que pasa es que... está muy ocupado ¿cierto?—guiñó el ojo.
—Sí—Luisa no era buena para mentir.
Leopoldo se recargó un momento por la puerta de su padre y gritó_
—. ¡Papá! ¡Sal! ¡Por favor! ¡Prometo comerme las verduras y no ensuciarme con tierra!
Pero aun así, no hubo respuesta.
—Será mejor que—Susan exhalo con dificultad—. Nos regresemos al orfanato.—la miró—. Luisa, perdón por haber arruinado a tu familia y todo eso...
—Pues... si, será mejor que se regresen al orfanato.
Y Leopoldo recordaba esas crueles palabras años después, ya habían pasado dos para ser exactos. Al enterarse que James, su antiguo compañero de orfanato, había encontrado y asesinado a su madre, era algo que lo dejó trastornado.
"James no tenía razón aparente para matar a su madre" pensó en tono delirante mientras veía la televisión "Yo si la tengo, no hay nada más, ese Jonathan Leyva me hizo mierda por dentro y por fuera, pero la pagará, estoy seguro, yo mismo le haré pagar. O no estoy seguro de ello"
Leopoldo había regresado al orfanato, pero no para ser adoptado. Ya era tiempo después y él ya era mayor, así que empezó a trabajar como conserje, Susan había muerto, así que fueron pocas personas las que supieron de ese trago tan amargo con los Leyva.
Jonathan no cambió su residencia, siguió en la casa en Nueva York, bebía un licuado mientras miraba la televisión, escuchó una noticia que lo dejó trastornado, se levantó súbitamente de la sala de la casa y caminó rápidamente.
"Esa mujer... lo hizo, ¡Qué astuta ha sido! Mandar a alguien a matar a tu familia o a tus padres, ¡Qué inteligente ha sido! ¿Por qué no se me ocurrió? Mandaré a alguien para que asesine a mi papa".
Y Leopoldo consiguió el número de un mafioso poco conocido. Bueno, básicamente, ni siquiera era mafioso, era solo un hombre gordo, loco y obsesionado compulsivo que tenía un arma y necesitaba dinero. Leopoldo no tenía la arma, pero si el dinero. Fue a la zona este de Nueva York para darle órdenes específicas a Marcus Chissa.
—Es él...—susurró cuando vio a su padre salir de su casa.
—Lo haré en seguida—dijo Marcus.
Marcus caminó lentamente con su pistola detrás de Jonathan, pero fue la sorpresa para ambos que... ¡Jonathan se reunía con Luisa! Pero ¿Sería posible? Leopoldo se quedó con la expectativa de que sus padres no habían vuelto. ¿Ahora era lo contrario?
Marcus estaba a punto de disparar, pero al ver que su víctima estaba a lado de una mujer, no sabía si hacerlo o no. Con señas, se pudo comunicar con Leopoldo, quién estaba escondido detrás de un arbusto, este le dio su aprobación inmediata.
Y así, Leopoldo contempló como le disparaban a sus padres.
Al instante, se fue corriendo por dos motivos: el primero, no tenía dinero para pagarle a Marcus, segunda; si capturaban al hombre, ¿A quién iba a culpar?
Primero corrió al azar, se escondió en el gran Central Park de Nueva York, pero supo que en esa zona ya no estaba seguro, así que dirigió su rumbo a fuera del país, pero no es porque quisiera. Pero ¿Por qué se sentía así? De todas formas, aunque fuese el autor intelectual de la muerte de sus padres, ¿Era posible que se sintiera tan culpable? El no disparo el gatillo.
—Interesante historia, Leopoldo—dijo James Lorett, su antiguo compañero de orfanato—, yo pensé que vivías muy feliz con tu familia.
—No, te equivocas—dijo Leopoldo mientras comía algo—, ellos no hicieron más que repudiarme. Pero estoy consciente de que no tuve la culpa, ¡Yo no pedí ser el tercer hijo de Jonathan Leyva!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top