Glen Rhodes
¿Había algo más patético que tener 18 años y seguir yendo a la escuela secundaria?
No lo creo, y Glen Rhodes creía lo mismo.
A la edad de la adolescencia, uno nunca sabe que es lo que quiere o desea hacer con su vida. Tiene tantos planes en mentes que uno es más difícil de realizar que el otro. Y es algo que lo frustraba seriamente. Pero no fue porque fuera un burro, más bien, fue porque estuvo dos años en el centro anti drogas de Melbourne. El caminaba bajo las estrellas y sentía como el mundo se despedazaba poco a poco. Su humor siempre era bajo al igual que su mirada y caminaba lentamente. Siempre que salía de la escuela (sus clases eran nocturnas), no le molestaba en nada regresar tarde, sus pasos eran lentos y sin especulaciones de querer llegar.
Su madre Glenda, era una trabajadora de la vida galante. Glen le dijo que había muchas maneras en las que podía ganarse la vida, pero ella especificaba que jamás ganaría tan bien como en aquel trabajo. Glen le estuvo rogando para que buscara o aceptara otros empleos, hasta que llegó el momento, en dónde ya no le importaba lo que hiciera.
Se supone que ya estaba curado de sus adicciones, pero en cualquier momento podía recaer, él lo tenía bien consciente y en claro, ya que su tratamiento no salió muy barato y no fue el más completo. Simplemente una mala especie de "Cold Turkey", dejar las drogas de repente y sin ningún tipo de tratamiento serio.
En su calle, había una discriminación "compasiva". Siempre había una barrera entre los pobres y los ricos, él vivía justo en el límite de aquellos que decían: "La vida es genial" y los otros que dicen: "Quisiera comer tres veces al día". Era vecino de una familia que no salía a sol ni sombra, y siempre miraba y contemplaba su enorme y gran residencia. Ellos no presumían la vida tan espectacular que llevaban.
Un día, como de costumbre. Glen iba regresando a su casa, le quedaba cerca de la escuela, pero él prefería dar pequeños paseos antes de regresar a su deprimente hogar. Solía usar su saco del uniforme todo el tiempo, no se lo quitaba por nada del mundo. Sus vecinos eran la familia Middlesworth, cada vez que pasaba frente a esa casa, siempre sentía algo.
Esos ojos profundos que lo perturbaban.
Era cotidiano para Glen que hubiera una persona mirándolo, sentía como si sus ojos fueran unas dagas que se clavaban sobre él, desde que salió del centro de rehabilitación, siempre la ha visto. No pasa día en que él pueda llegar a casa y que esa pesada mirada quede como una visión en la noche sobre su cabeza.
Pero como siempre, no dijo nada, y pasó a su pequeño y deprimente departamento. No cenó, no tenía hambre, se acostó y miró el techo casi derrumbarse.
Cerró sus ojos cuando se acostó en la cama, pero esos ojos castaños rondaron su mente hasta el amanecer, sentía que no había nadie más que ella, que en cuanto cruzaban la vista, eran dos en uno, los únicos que habitaban en el mundo.
Lo que más trastornaba a Glen, es que él no conocía para nada a esa persona, no sabía si era hombre, mujer, niño, niña, adulto o anciana, nada de nada, pero con esos ojos tan pesados que perturbaban sus sueños y lo incomodaban hasta el fin. Glen cuestionaba a su madre si es que sabe quién es, pero su madre le daba el avión y advertía que "no se acercara a territorio de ricos, ni que se inmiscuyera en asuntos no personales.
Cada vez que pasaba ese espectáculo mudo entre los dos, Glen intentaba ignorara y seguir su miserable vida con tranquilidad, pero era imposible, ya que en la oscuridad de su casa y de su alma, no hay nada en que pudiera pensar más. Su madre olvidó pagar el recibo de la luz de nuevo, abrió las ventanas para que la luz de las estrellas ilumine el lugar, pero desgraciadamente, no puede cubrir el infierno de la soledad que tenía dentro de él. Lo que más esperaba, era bajar una estrella y darse un poco de luz brillante interior, para que pudiera iluminar el camino de su vida y la vida en general.
¿Podía ser una acosadora o alguien por el estilo? Ya que esa persona, siempre lo observaba después de irse a la escuela, era básicamente eso, un acosador o acosadora que no hacía más que quedarse sentada o sentado frente a la ventanilla principal y mirar a todo el que pasé ahí. Glen no quería incomodar, pero quería explicarse porque había una apariencia que siempre lo vigilaba. No quería volver a ver esa inocente mirada otra vez.
Un día, antes de irse a la escuela, estaba dispuesto a enfrentar a esa persona que no lo dejaba caminar en paz.
Glen se sentía nervioso, pero tocó la puerta con valor, se escuchó como una mujer respondió por una grabadora.
— ¿Qué gusta?
—Hola, soy el vecino y me gustaría hablar con la dueña de la casa.
— ¿Asunto?
—Privado—respondió.
—En un momento.
Glen esperó pacíficamente en la banqueta, alzó su mirada y se le hizo extraño que esa persona no lo estuviera observando, pero eso pasó, alguien abrió su cortina y pudo contemplar todo. Al parecer, la persona que se fijaba diariamente en esa ventana, era una señora pelirroja de unos 30 años o menos.
—La señora Middlesworth saldrá en un momento—dijo la voz.
—Claro, gracias.
¿La señora? Entonces, eso quiere decir, que tendría que enfrentarse a una señora mayor. No sabía que iba a decir, lo mínimo que necesitaba en esos momentos, era una discusión con una anciana.
—Hola—salió la señora Middlesworth.
Pero se sorprendió al ver que era la joven pelirroja que había contemplado un poco más arriba. Glen se deslumbró ante tanta belleza.
—. ¿Usted es la hija de la señora de la casa?
—Jaja, ¿Me veo muy joven?—cuestionó entre reisas— No chico, yo soy la señora Middlesworth, Noelene Middlesworth.
—Oh, es un placer, me llamó Glen Rhodes y vivo a lado. Me gustaría tratar un asunto con usted.
—Lo escucho, Glen.
Antes de seguir, Glen se fijó en los ojos de Noelene para ver si realmente eran los que observaba cada día, se desilusionó al ver que no era así. Los de Noelene eran verdes como el pasto, los que él veía cada día eran castaños como la miel, evidentemente, dedujo que ella no era la persona que veía cada atardecer, mañana o noche.
—Emm... ¿Alguien duerme en el cuarto de arriba?—cuestionó pesaroso.
—Sí, mi hijastra—respondió— ¿Por qué?
—Tal vez esto suene ególatra, pero lo diré—se armó de valor—, me gustaría hablar con ella y pedirle personalmente que deje de verme. Siempre, cuando salgó rumbo a la escuela o regreso de ella se me queda viendo, me mira tan benévolamente que no me deja proseguir mis días con tranquilidad.
—Oh... comprendo Glen, ¿Te molesta que Alessa te miré por su ventana?
—Sí—admitió—, pero más que nada, me intriga.
—Ah, no te preocupes. Le cerraré las cortinas si es necesario.
—Señora Middlesworth—aquellas palabras lo perturbaron— ¿Por qué las cortinas? No es que quiero que este sin la luz del sol, solo quiero saber.
—No, pues no creo que sea algo que le incumba, sinceramente—Noelene ya casi iba a cerrar la puerta—. Gracias por venir,
—P-pero quiero conocerla...
Y cuando dijo lo último, Noelene le cerró la puerta en la cara.
Glen se resignó y se fue a la escuela, perdiendo la última oportunidad de conocer esos ojos tan bellos, por lo menos sabía lo importante, que era una mujer y se llamaba Alessa.
—Alessa—tartamudeaba su nombre—, que nombre más bello.
Al día siguiente, acostumbrado a su rutina monótona y aburrida, Glen salió rumbo a la escuela nuevamente, alzó la mirada de costumbre, se detuvo inevitablemente al ver que... la cortina estaba cerrada. Y era su hora habitual, aquello hizo que un calambre recorriera su espalda y caminó más rápido. Y durante todo el día escolar, añoró que el día acabara con tal de poder ver esos ojos tan hermosos otra vez.
Nunca llegaba temprano a su calle, pero está vez, la tensión lo carcomía por dentro, sólo quería ver el momento de cruzarse con la mirada de Alessa como de costumbre. Pero sus ojos sintieron un fuerte dolor al ver que la cortina seguía sin abrirse.
—. ¿QUÉ HABRÁ PASADO?—cuestionó horrorizado— ¿Por qué ella no sale? ¡Tiene que poder abrir la cortina!
Pensó que era cuestión de unos días nada más, pero se escandalizó demasiado cuando pasó una semana sin ver los ojos de Alessa, la cortina no se abría, no pasaba nada de nada, es como si no pudieran ver o que llegara la luz del sol a esa pobre, pero millonaria residencia.
Glen decidió desobedecer todo consejo pésimo de su prostituta madre y haría lo imposible para ver a Alessa, conocerla por primera vez, así que escaló rumbo a la residencia lujosa de los Middlesworth, lo hizo en la noche y entró por el ático principal. Tuvo que llevarse una lámpara para poder guiarse y con el lamento de su piel, pronosticar dónde era el cuarto de Alessa.
Sintió que estaba frente a él, así que con un ganchito uso sus agallas para abrir la puerta. Pasó súbitamente, prendió la luz como si estuviera en su casa... y vio lo inevitable.
—Oh... por Dios...
Alessa estaba sentada en una silla de ruedas, era paralitica y no podía abrir la cortina por ella misma. No parecía una señorita, parecía un esperpento horrible, tenía una vestimenta muy fina y linda, pero su rostro decía otra cosa. Estaba más pálida que un queso podrido, sus ojeras resaltaban y sus labios estaban secos, ni siquiera podía moverse, porque su silla estaba encadenada y sus manos se movían torpemente.
Efectivamente, Glen comprobó que era Alessa, por el color tonificante de sus ojos.
La chica empezó a gritar, pero no podía porque su boca estaba casi tuesta e inservible. Pero alguien llegó en pleno momento. Noelene amenazó a Glen con una pistola y lo obligó a salir inmediatamente del cuarto. Él obedeció sin dar vueltas atrás.
Noelene tenía a Glen sentado en la sala, él reclamaba sin pensarlo:
—. ¿Qué le pasa, loca? ¿Cómo puede tener a una pobre chica indefensa en ese estado?
—Cállate, llamaré a la policía por invasión de propiedad ajena—respondió Noelene con altanería y superioridad.
—Pues yo la acusaré de maltrato infantil. ¡Si revisan su casa, tendrán pruebas!
Noelene se detuvo un momento y soltó su teléfono en cuanto la policía le llamó. Miró a Glen con descontento, pero sabía que estaba en lo correcto.
—Es cierto, tienes razón. Ha sido una imprudencia por parte de los dos.
—Que nadie diga nada—propuso Glen.
—Me parece bien, y como pareces tan interesado en Alessa—Noelene lo observó con paciencia—, te propongo algo.
—La escucho—pidió Glen.
—Vale, el señor Evanson ha dicho que sería recomendable que Alessa asista a la escuela secundaria, pero tengo miedo. Así que si no quieres que te acuse y quieres hablar con ella, deberás cuidarla muy bien. Si le pasa algo, iré contra ti. ¿De acuerdo?
—Me parece bien—Glen aceptó sin dudas.
Y así pasó. Alessa empezó a ir a la escuela y todo iba muy normal. Glen conoció y se maravilló por lo increíble y hermosa que era ella. Pero ¿Por qué Kenneth Evanson convenció a Noelene de que era buena idea de que ella fuera a la escuela?
Porque así, su hijo; Clancy, tendría el terreno libre. Solo que no espero que en su camino se interpusiera Glen Rhodes.
—Joder, Clancy—dijo Kenneth con rabia— ¿No estás viendo? Ese maldito pobre te va a quitar pobre.
—No me importa—Clancy Evanson era un niño inmaduro que prefería jugar antes de platicar con las personas—, que haga lo que quiera, ni siquiera le habló a Alessa.
—Idiota—dijo su padre y destruyó su carta de naipes que su hijo estaba haciendo—, ¡Eso ya lo sé! ¿Acaso no lo sabes? Alessa es la última descendiente de los Middlesworth, la gran familia imperial.
— ¿Y?
— ¿Cómo que "Y"? ¡Imbécil!—le dio un golpe— Tienes que conquistarla y cruzarte con ella, ¡Ser dueño de su fortuna!
—Papá, tal vez tú creas que es normal y parte de mi adolescencia que no me gusten las mujeres... o los hombres, pero lo he deducido: soy asexual.
—. ¿Cómo carajos vas a ser asexual?—preguntó Kenneth a punto de estallar— ¡Ni siquiera sabes que es eso!
—No me importan las relaciones sexuales o íntimas, eso es, y eso soy.
Clancy siguió intentando armar su torre de naipes, su padre estaba frustrado, no podía dejar que la gran fortuna de las Middlesworth se escapara tan de repente, así que hizo una última jugada.
—Está bien, pero cuando caiga en la pobreza... no podré comprarte más juguetes.
—De acuerdo, siempre se pueden improvisar con cosas desechables u objetos cotidianos—dijo Clancy con tranquilidad.
—Pero... si te casas con Alessa, tendrás millones y millones para comprarte todos los juegos que quieras, ¿No deseas tener un cuarto lleno de juegos y diversiones para ti solito? ¿No querías el "lego" de "Los Simpson"? Apuesto que sí.
Clancy dejó su naipe en la mesa y escuchó atentamente a su padre.
—.¿Qué debo hacer?
—Aleja a ese mugroso de Alessa, conquístala, soporta todas sus estupideces, hasta que su madrastra y yo arreglemos las cosas y así te puedas casar con ella. Ahí, te daré todos los juguetes que quieras.
—Acepto—Clancy sonrió cual psicópata.
Ahora que tenía la aprobación de su hijo, Clancy empezó a hablar con Alessa y Kenneth con Noelene, pronto, ella descubrió que Clancy era la mejor opción para su hijastra. Pero Alessa no lo veía de esa manera, su corazón solo le pertenecía a Glen. Él se enteró que la chica de sus sueños ya tenía competencia, pero no se dio por vencido. Hasta que pasó lo inevitable.
Fue el último jueves de septiembre. Glenda descansó un día y veía la televisión. No pudo evitar ver a su hijo furioso e incontrolable.
—Vaya, vaya, ¿Qué te pasa?—cuestionó al verlo hecho fiera.
—Me pasa que los odio, ¡Los odio!—gritó furioso— Odio a esa estúpida de Noelene, odio al interesado de Kenneth y odio al retrasado mental de Clancy.
— ¿Qué pasó con ese amor y aberración imposible?—Glenda no despegaba la vista del televisor.
—Noelene me dijo que ya no podía ver a Alessa, ¡Van a comprometerla con ese niñato de primera! No han respetado su amor ni su decisión, ¡Es nuestra relación! ¡Joder!—le pegó a una caja.
—Glen, yo te lo dije desde un principio—bebía una malteada—, esa relación nunca iba a poderse dar. Alessa es mucho mayor que tú y Clancy es de su nivel, mejor olvídala y sigue con tu vida.
Glen no soportaba los consejos tan horribles que le daba su desinteresada madre, así que en vez de empezar una pelea como siempre, decidió irse a la azotea. Miró los enchufes de la luz, él tenía el taller de electricidad, así que sacó los cables con unos guantes, pero en realidad, estaba planeando una trampa.
—Oye... mamá—gritó a lo lejos.
—. ¿Qué?
—Ven, creo que hay algo que quieres ver.
Glenda aceptó a la mala manera, acabó su malteada y dejó el vidrio. Espero a que el programa diera comerciales y subió a la azotea. Vio cómo su hijo observaba los cables de la luz, no estaban desconectados o algo por el estilo.
—. ¿Qué pasa?—cuestionó curiosa.
—No sé qué ha pasado, eres una experta en luz, ¿Puedes ver que pasó?
—Yo no veo nada raro.
—Pues yo... ¡SÍ!
Diciendo lo último, Glen aventó a su madre al medidor de luz, cerró la puertecilla y le pegó varias veces. Provocó un corto circuito alrededor de toda la colonia y evidentemente, quemó todo el rostro de su debilitada madre, que cayó al suelo, oliendo a pollo y pila descompuesta.
No se arrepintió, al contrario, aprovechó ese momento de oscuridad total para irse corriendo. Saltó de su azotea a la azotea de las Middlesworth y entró súbitamente al cuarto de Alessa, ella estaba sola y Noelene al parecer no estaba en su casa.
—Hola—dijo al entrar cómodamente.
—Glen, te extrañé tanto—dijo ella con felicidad.
—Sí, yo también. Escucha pequeña—tomó sus delicados bracitos—, me tengo que ir. He asesinado a mi madre.
—. ¿Qué? ¿Por qué lo hiciste?—cuestionó con horror.
—No lo sé, simplemente lo hice. No tengo idea... pero... no es de sorprenderse, digo, leí una noticia de que unos señores aparecieron con una estaca en su corazón, si pudieron asesinar de esa manera, que yo haya dejado a mi madre entrar al medidor de la luz, no está mal.
—Glen...—Alessa sollozó— Y ahora, ¿A dónde irás?
—No sé, a dónde el destino me lleve.
Y literalmente, Glen dejó que sus pies lo llevaran al lugar indicado, no se detuvo ningún momento. No sabía que carajos estaba haciendo, ni de cómo logró llegar a las montañas rocosas del occidente, estaba cansado y nunca pudo explicar su llegada al club de los hijos asesinos. Él simplemente, dejó llevarse por sus pies y acabó ahí.
¿Era normal eso?
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