Cristopher Stevens

"La policía no está haciendo nada. Miles de padres buscan respuestas y terminan con más preguntas."

"Este caso requiere de la Interpol, ¡Policías tan débiles no pueden con esto!"

"Ninguna noticia o indicio nuevo, nadie sabe quién podrá ser el siguiente hijo asesino."

"'La policía es inútil e inservible. ¡Nada! No tiene nada de idea de que hacer."

Todos estos argumentos se llenaban en la televisión, radio, internet y cualquier caso público. Miles de personas se habían hecho de una paranoia sorprendente, padres biológicos, adoptivos, abuelos y cualquier adulto temía ante el poder que un adolescente o alguien de su misma edad pudiera hacer. Nadie estaba tranquilo, los jóvenes tampoco estaban felices, no tenían interés de asesinar a sus padres, sin embargo, muchos de sus progenitores los metieron a internados, se alejaron de ellos, y todo porque no sabían que hacer para resguardar su vida y no morir bajo las manos de sus hijos.

Todo este era un show mediático en donde el mundo entero estuvo sumergido, nadie podía hacer nada y la vida de cientos de personas corría riesgo. No se sabía específicamente que era, no era un virus, no era una histeria colectiva, no era algo humanamente explicable. Los padres abusivos de la iglesia engañaban a los padres desesperados e incrédulos, diciéndoles que si pagaban un curso religioso, ellos podrían eliminar toda idea o rastro de que fueran asesinados por sus hijos, pero no funcionaba nada.

Cada semana, mientras la policía no terminaba de descubrir algo sobre el caso pasado... ¡Pum! Al instante ya se recibía un nuevo asesinato. Era algo que presionaba a todos, recurrieron a los más grandes expertos, matemáticos, filosóficos, especialistas, catedráticos, burgueses, intelectuales, y toda clase de persona que pudiera ayudar a resolver ese problema, pero nada, nada daba resultado.

Todo el peso caía sobre los principales oficiales, Maurice McElfatrick y su mano derecha, Cristopher Stevens. Eran quienes investigaban día tras noche, cada detalle, cada caso... y sin embargo, no encontraban que podía estar vinculado, no descubrían que cosa estaba vinculada con estos terribles asesinatos. Y, al parecer, las pistas eran más difíciles de obtener.

—Hoy no iré—le dijo Stevens—, es mi día de descanso.

—Cris, por favor, sabemos perfectamente que desde que empezó esto, nadie ha tenido un "día de descanso."

—Exactamente, McElfatrick—dijo Cris cansado—, desde que está locura empezó, no hemos tenido ni un maldito día de descanso. A finales del 2015... ¡Y ya es noviembre del 2017! Un poco cerca de dos años, no aguanto. Además, hoy vendrá mi padre a comer.

— ¿Señor Yuma Stevens? —preguntó irónico— Creí que lo odiabas.

—Yo no lo odio, él si me odia—suspiró Stevens—, pero ¿Qué le puedo hacer? Es mi padre, regresó de su viaje por Europa, tengo que recibirlo.

—Vaya Stevens, al parecer... ¡No te importa todo esto que estamos sufriendo! No podemos descansar, tenemos que reunirnos con las personas más inteligentes, ¡Para que nos digan alguna pista, señal o algo que podamos hacer! Me siento frustrado, ¡Tan desgastado! No estamos avanzando en nada, y te juro que ya no puedo con esta maldita presión.

—Te entiendo, Maurice—exhaló—, pero... sabes muy bien que tu dolor es mi dolor. Te recuerdo que estamos siendo juzgados, la prensa no sabe todo lo que hemos dejado con tal de tener alguna idea de que provoca estos asesinatos. ¡Tú ni siquiera te reúnes con tu hija! Has perdido contacto con Lydia y con Margaret.

—Definitivamente, pero ellas lo entienden. Dios, te juro que cada mañana me muero de miedo de encontrar a mi esposa asesinada por mi propia hija. Por lo tanto—explicó Maurice—, ¡No podré descansar ni un momento!

—Hace un año y medio, cuando todo esto empezó, dijiste que sólo podríamos faltar en casos familiares. Y eso es lo que quiero hacer, mejor me arreglo, mi padre no tarda en llegar.

—Eso dije, pero vamos Stevens, ni siquiera yo, por mi propia hija, he dejado este caso... ¡Estos casos! Pero está bien, sigue examinando el caso de Kimberly Harrison y mañana te presentas a trabajar.

—Así lo haré, nos vemos McElfatrick.

Cristopher Stevens colgó, se fue a bañar, se puso un traje con una apretada corbata de color azul. Suspiró y peinó su cabello chino y esponjado, que, a pesar de todos sus intentos, no podía hacer nada para arreglarlo. Se sentó en su sofá, mientras leía información confidencial del caso pasado:

—Kimberly Harrison, groupie moderna, padres divorciados... no los veía desde hace mucho tiempo. Los cortó por la mitad con un hacha... nada, no aparece, se ha buscado por todo el país... y su caso, tanto como el de otros 50 más... no se ha encontrado ella, ni nada... maldita sea.

Stevens no quería que su padre lo visitara, es más, miraba al calendario una y otra vez. Pero no, desgraciadamente, la fecha en la que Yuma Stevens anunció su llegada... estaba ahí presente sin parar: 16 de noviembre de 2017

Sin más, tuvo que aceptar que tendría que lidiar con su padre una vez más. Y justo cuando pensaba en eso, la puerta ya había sido tocada.

Abrió y ahí entró su viejo y amargado padre. Lo tuvo que ayudar con las maletas y todo para que pudiera estar lo más cómodo posible.

—Oh vaya... mira el cuchitril en el que ser un mediocre policía te puede costear—dijo el médico retirado—, es tan patético. ¡Ayuda a tu viejo padre, mal agradecido!

Y Cris tuvo que aguantar muchos regaños, reclamos, burlas y ofensas que hacía el cascarrabias de Yuma Stevens, su padre, quién no paraba de quejarse por sus dolores y vejez. Cris pensó que al momento de comer iba a tener un poco de paz, pero no, de hecho, era todo lo contrario.

—Platos de vidrio baratos, comida espantosa y con mucha sal—no dejaba de quejarse—, no me sorprende. Desde que me dijiste que serías detective... lo único que veía para ti era desgracia y pobreza.

Desde que había llegado a la casa, Cris no le dijo absolutamente nada, suspiraba sin más decir ni responder ni una sola palabra. Pero ya se estaba cansando.

—Tenía una plaza heredable en el Hospital General, pero no... ¡No! El niñito inspirado por Auguste Dupine quería hacer su santa voluntad. Ya tenía todo, la escuela, los libros, la bata... ¡Pero no! —Yuma aventó el tenedor— ¡El jovencito quería ser un puto policía! ¡Un policía! Uno de los cerdos de azul, ¡Qué perra decepción!

Cris clavó su cuchillo en el plato de vidrio y ya no aguantó más tanta presión y aventó este utensilio hacía la pared, cayendo perfectamente clavado en un cuadro familiar, donde padre e hijo posaban sentados en el sofá. Cris se levantó y caminó hacía su padre, con su larga y frondosa mano policial, empezó a golpear su cabeza contra la mesa, una y otra vez sin parar. No sólo eso, tomó el plato con comida y lo untó sobre su cara para después pegarle en su cráneo principal. Le golpeó tan fuerte, que su pobre y vieja cabeza no soportó. El cuerpo cayó en el suelo y su rostro estaba desfigurado, Cris lo trató con la misma fuerza, como si hubiera sido un delincuente más.

(...)

— ¿Hola? —contestó Maurice McElfatrick.

—Maurice...Maurice...—se escuchaba una voz perturbada.

— ¿Stevens? ¿Qué pasa?

—Detenme... he asesinado a mi padre.

— ¿Qué? —McElfatrick estaba sentado con sus piernas sobre el escritorio, pero se levantó súbitamente al escuchar lo último.

— ¡Ayuda! ¡He asesinado a mi propio padre!

—A ver... cálmate, ¿Por qué suenas cansado? ¿Estás peleando con alguien?

—Sí, estoy aferrado a la mesa de mi casa, mis pies quieren caminar, pero yo no quiero... ¡Ayúdame! Detén está locura, por favor, te lo suplico...

— ¿Aferrado? ¿Cómo te sientes?

—No... arg... no puedo controlarme, no puedo hacer mis propios movimientos. Siento que... quiero caminar, ¡Detenme! Vengan rápido... Evitar y para de una maldita vez esto... ¡Quiero salvar a más padres! Por favor... ¡Vengan por mí!

—Vamos para allá.

McElfatrick caminó sin decir nada, simplemente, ordenaba a todos que fueran por las patrullas y todo aquello que pudiera servir. Se llevó a sus compañeros de siempre y cinco patrullas fueron a la residencia de los Stevens. Los vecinos rodeaban la casa, y McElfatrick preguntó a una señora que es lo que había sucedido.

—El señor Cristopher Stevens estaba gritando y se sostenía firmemente del poste de luz—dijo la señora de la tercera edad—, mi hijo y yo llegamos... pero no queríamos hacer nada. Parecía endemoniado, gritaba sin parar, como si estuviera luchando con una clase de fuerza desconocida.

—Dios... no, no puede ser. ¡Entren a la residencia y busquen todo lo que pueda darnos con el paradero de Stevens! O mejor dicho... ¡Alguna pista, sospecha, yo que sé!

McElfatrick fue hacía el poste de luz, miró las marcas de las uñas aferradas de Stevens y de cómo las huellas parecían que hubiera sido arrastrado por algo inexplicable, por una fuerza sobre natural, y todo daba a entender de qué Stevens había intentado de todo para salvarse, sin éxito alguno.

No encontraron nada, simplemente... el cuerpo de Yuma Stevens, con signos de violencia, pero el cuchillo clavado no había dicho nada. Buscaron por toda la casa algo, una nota, señas, pistas, algo que pudiera indicarles el camino para el fin de esa locura, pero no encontraron nada. Más que la terrible realidad de que un policía tan bueno, había sido integrado a un club que no quería.

— ¿Qué es lo que provoca esto? —gritó deshecho McElfatrick— ¿QUÉ? ¿POR QUÉ MATA A TODOS? ¿QUÉ ES? —se arrodilló ante las nubes del sol para exclamar con locura, y ante la vista de cientos de vecinos."La policía no está haciendo nada. Miles de padres buscan respuestas y terminan con más preguntas."

"Este caso requiere de la Interpol, ¡Policías tan débiles no pueden con esto!"

"Ninguna noticia o indicio nuevo, nadie sabe quién podrá ser el siguiente hijo asesino."

"'La policía es inútil e inservible. ¡Nada! No tiene nada de idea de que hacer."

Todos estos argumentos se llenaban en la televisión, radio, internet y cualquier caso público. Miles de personas se habían hecho de una paranoia sorprendente, padres biológicos, adoptivos, abuelos y cualquier adulto temía ante el poder que un adolescente o alguien de su misma edad pudiera hacer. Nadie estaba tranquilo, los jóvenes tampoco estaban felices, no tenían interés de asesinar a sus padres, sin embargo, muchos de sus progenitores los metieron a internados, se alejaron de ellos, y todo porque no sabían que hacer para resguardar su vida y no morir bajo las manos de sus hijos.

Todo este era un show mediático en donde el mundo entero estuvo sumergido, nadie podía hacer nada y la vida de cientos de personas corría riesgo. No se sabía específicamente que era, no era un virus, no era una histeria colectiva, no era algo humanamente explicable. Los padres abusivos de la iglesia engañaban a los padres desesperados e incrédulos, diciéndoles que si pagaban un curso religioso, ellos podrían eliminar toda idea o rastro de que fueran asesinados por sus hijos, pero no funcionaba nada.

Cada semana, mientras la policía no terminaba de descubrir algo sobre el caso pasado... ¡Pum! Al instante ya se recibía un nuevo asesinato. Era algo que presionaba a todos, recurrieron a los más grandes expertos, matemáticos, filosóficos, especialistas, catedráticos, burgueses, intelectuales, y toda clase de persona que pudiera ayudar a resolver ese problema, pero nada, nada daba resultado.

Todo el peso caía sobre los principales oficiales, Maurice McElfatrick y su mano derecha, Cristopher Stevens. Eran quienes investigaban día tras noche, cada detalle, cada caso... y sin embargo, no encontraban que podía estar vinculado, no descubrían que cosa estaba vinculada con estos terribles asesinatos. Y, al parecer, las pistas eran más difíciles de obtener.

—Hoy no iré—le dijo Stevens—, es mi día de descanso.

—Cris, por favor, sabemos perfectamente que desde que empezó esto, nadie ha tenido un "día de descanso."

—Exactamente, McElfatrick—dijo Cris cansado—, desde que está locura empezó, no hemos tenido ni un maldito día de descanso. A finales del 2015... ¡Y ya es noviembre del 2017! Un poco cerca de dos años, no aguanto. Además, hoy vendrá mi padre a comer.

— ¿Señor Yuma Stevens? —preguntó irónico— Creí que lo odiabas.

—Yo no lo odio, él si me odia—suspiró Stevens—, pero ¿Qué le puedo hacer? Es mi padre, regresó de su viaje por Europa, tengo que recibirlo.

—Vaya Stevens, al parecer... ¡No te importa todo esto que estamos sufriendo! No podemos descansar, tenemos que reunirnos con las personas más inteligentes, ¡Para que nos digan alguna pista, señal o algo que podamos hacer! Me siento frustrado, ¡Tan desgastado! No estamos avanzando en nada, y te juro que ya no puedo con esta maldita presión.

—Te entiendo, Maurice—exhaló—, pero... sabes muy bien que tu dolor es mi dolor. Te recuerdo que estamos siendo juzgados, la prensa no sabe todo lo que hemos dejado con tal de tener alguna idea de que provoca estos asesinatos. ¡Tú ni siquiera te reúnes con tu hija! Has perdido contacto con Lydia y con Margaret.

—Definitivamente, pero ellas lo entienden. Dios, te juro que cada mañana me muero de miedo de encontrar a mi esposa asesinada por mi propia hija. Por lo tanto—explicó Maurice—, ¡No podré descansar ni un momento!

—Hace un año y medio, cuando todo esto empezó, dijiste que sólo podríamos faltar en casos familiares. Y eso es lo que quiero hacer, mejor me arreglo, mi padre no tarda en llegar.

—Eso dije, pero vamos Stevens, ni siquiera yo, por mi propia hija, he dejado este caso... ¡Estos casos! Pero está bien, sigue examinando el caso de Kimberly Harrison y mañana te presentas a trabajar.

—Así lo haré, nos vemos McElfatrick.

Cristopher Stevens colgó, se fue a bañar, se puso un traje con una apretada corbata de color azul. Suspiró y peinó su cabello chino y esponjado, que, a pesar de todos sus intentos, no podía hacer nada para arreglarlo. Se sentó en su sofá, mientras leía información confidencial del caso pasado:

—Kimberly Harrison, groupie moderna, padres divorciados... no los veía desde hace mucho tiempo. Los cortó por la mitad con un hacha... nada, no aparece, se ha buscado por todo el país... y su caso, tanto como el de otros 50 más... no se ha encontrado ella, ni nada... maldita sea.

Stevens no quería que su padre lo visitara, es más, miraba al calendario una y otra vez. Pero no, desgraciadamente, la fecha en la que Yuma Stevens anunció su llegada... estaba ahí presente sin parar: 16 de noviembre de 2017

Sin más, tuvo que aceptar que tendría que lidiar con su padre una vez más. Y justo cuando pensaba en eso, la puerta ya había sido tocada.

Abrió y ahí entró su viejo y amargado padre. Lo tuvo que ayudar con las maletas y todo para que pudiera estar lo más cómodo posible.

—Oh vaya... mira el cuchitril en el que ser un mediocre policía te puede costear—dijo el médico retirado—, es tan patético. ¡Ayuda a tu viejo padre, mal agradecido!

Y Cris tuvo que aguantar muchos regaños, reclamos, burlas y ofensas que hacía el cascarrabias de Yuma Stevens, su padre, quién no paraba de quejarse por sus dolores y vejez. Cris pensó que al momento de comer iba a tener un poco de paz, pero no, de hecho, era todo lo contrario.

—Platos de vidrio baratos, comida espantosa y con mucha sal—no dejaba de quejarse—, no me sorprende. Desde que me dijiste que serías detective... lo único que veía para ti era desgracia y pobreza.

Desde que había llegado a la casa, Cris no le dijo absolutamente nada, suspiraba sin más decir ni responder ni una sola palabra. Pero ya se estaba cansando.

—Tenía una plaza heredable en el Hospital General, pero no... ¡No! El niñito inspirado por Auguste Dupine quería hacer su santa voluntad. Ya tenía todo, la escuela, los libros, la bata... ¡Pero no! —Yuma aventó el tenedor— ¡El jovencito quería ser un puto policía! ¡Un policía! Uno de los cerdos de azul, ¡Qué perra decepción!

Cris clavó su cuchillo en el plato de vidrio y ya no aguantó más tanta presión y aventó este utensilio hacía la pared, cayendo perfectamente clavado en un cuadro familiar, donde padre e hijo posaban sentados en el sofá. Cris se levantó y caminó hacía su padre, con su larga y frondosa mano policial, empezó a golpear su cabeza contra la mesa, una y otra vez sin parar. No sólo eso, tomó el plato con comida y lo untó sobre su cara para después pegarle en su cráneo principal. Le golpeó tan fuerte, que su pobre y vieja cabeza no soportó. El cuerpo cayó en el suelo y su rostro estaba desfigurado, Cris lo trató con la misma fuerza, como si hubiera sido un delincuente más.

(...)

— ¿Hola? —contestó Maurice McElfatrick.

—Maurice...Maurice...—se escuchaba una voz perturbada.

— ¿Stevens? ¿Qué pasa?

—Detenme... he asesinado a mi padre.

— ¿Qué? —McElfatrick estaba sentado con sus piernas sobre el escritorio, pero se levantó súbitamente al escuchar lo último.

— ¡Ayuda! ¡He asesinado a mi propio padre!

—A ver... cálmate, ¿Por qué suenas cansado? ¿Estás peleando con alguien?

—Sí, estoy aferrado a la mesa de mi casa, mis pies quieren caminar, pero yo no quiero... ¡Ayúdame! Detén está locura, por favor, te lo suplico...

— ¿Aferrado? ¿Cómo te sientes?

—No... arg... no puedo controlarme, no puedo hacer mis propios movimientos. Siento que... quiero caminar, ¡Detenme! Vengan rápido... Evitar y para de una maldita vez esto... ¡Quiero salvar a más padres! Por favor... ¡Vengan por mí!

—Vamos para allá.

McElfatrick caminó sin decir nada, simplemente, ordenaba a todos que fueran por las patrullas y todo aquello que pudiera servir. Se llevó a sus compañeros de siempre y cinco patrullas fueron a la residencia de los Stevens. Los vecinos rodeaban la casa, y McElfatrick preguntó a una señora que es lo que había sucedido.

—El señor Cristopher Stevens estaba gritando y se sostenía firmemente del poste de luz—dijo la señora de la tercera edad—, mi hijo y yo llegamos... pero no queríamos hacer nada. Parecía endemoniado, gritaba sin parar, como si estuviera luchando con una clase de fuerza desconocida.

—Dios... no, no puede ser. ¡Entren a la residencia y busquen todo lo que pueda darnos con el paradero de Stevens! O mejor dicho... ¡Alguna pista, sospecha, yo que sé!

McElfatrick fue hacía el poste de luz, miró las marcas de las uñas aferradas de Stevens y de cómo las huellas parecían que hubiera sido arrastrado por algo inexplicable, por una fuerza sobre natural, y todo daba a entender de qué Stevens había intentado de todo para salvarse, sin éxito alguno.

No encontraron nada, simplemente... el cuerpo de Yuma Stevens, con signos de violencia, pero el cuchillo clavado no había dicho nada. Buscaron por toda la casa algo, una nota, señas, pistas, algo que pudiera indicarles el camino para el fin de esa locura, pero no encontraron nada. Más que la terrible realidad de que un policía tan bueno, había sido integrado a un club que no quería.

— ¿Qué es lo que provoca esto? —gritó deshecho McElfatrick— ¿QUÉ? ¿POR QUÉ MATA A TODOS? ¿QUÉ ES? —se arrodilló ante las nubes del sol para exclamar con locura, y ante la vista de cientos de vecinos.

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