Capítulo final (Parte 2/2)
AVISO IMPORTANTE: Por favor, no eliminen aún la historia. La próxima semana publicaré el epílogo y un aviso importante <3.
—¿Miriam?
Arturo no disimuló el asombro al verme. No quería que lo hiciera, era aquella expresión la que necesitaba para llevarme a cuestionarme a mí misma qué hacía ahí, para exigirme una respuesta. Demoró unos segundos mirándome, parpadeando antes de volver a la realidad. Siendo honesta yo tampoco podía creerme estar ahí frente a él. La idea había nacido cuando regresaba a casa, sabía que necesitaba darle un punto final a los capítulos pendientes y él, quisiera o no, lo era.
—Perdón, no te esperaba —se excusó despabilándose.
—No, lamento llegar sin avisar, solo quería hablar contigo —le expliqué sin dar rodeos.
—Claro que sí. Pasa —dijo. Yo preferí quedarme en mi sitio al escuchar la música. Sabía que el club estaba dentro, había leído el último mensaje de Alba. Arturo lo notó, salió cerrando la puerta detrás de él—. Disculpa, es mejor afuera. ¿Quieres que vayamos a otra parte?
—No —frené su ofrecimiento, era un mensaje de unos cinco minutos. Tardaríamos más en buscar un sitio adecuado—. No quise interrumpir tu reunión.
—No es una fiesta, Miriam. No creas que estoy... —se justificó deprisa a que pudiera juzgarlo.
—Tranquilo, Arturo, lo sé —le tranquilicé con una sonrisa.
Nos quedamos en silencio un momento sin saber quién debía empezar. Debí ser yo, después de todo era la quien lo buscó a él, pero el valor que mantuve durante el camino se esfumó teniéndolo conmigo. No sabía por dónde empezar a escribir los últimos párrafos en los que coincidiríamos.
—Miriam...
—Te perdono —solté de golpe antes de que él hablara, con la honestidad tomando el mando—. Te perdono por todo lo que pasó. Ya no quiero odiarte. No puedo seguir haciéndolo. Juro que intenté por todos los medios seguir enfadada contigo, pero fue imposible. Entendí que de nada sirve fingir que te detesto cuando no es verdad, cuando te he perdonado desde hace mucho. Sé que eso no cambia nada, pero...
—Sí lo cambia para mí —confesó en voz baja. Me regaló una sonrisa que me hizo bajar la mirada—. Gracias, Miriam. No sabes lo agradecido que estoy contigo. Sé que no puedo arreglar mi desastre ahora, pero oírlo de tu boca es un gran consuelo —dijo, sincero. Asentí dando un paso atrás. Ya no había nada más que hacer. Las líneas estaban dichas—. No echaré tu perdón en una bolsa, estaré trabajando para no cometer los mismos errores. Yo también descubrí que de nada sirve querer cambiar sin hacer nada al respecto.
—Te deseo suerte, Arturo.
—Miriam, sobre el trabajo —me detuvo, cuando retrocedí, alzando la voz para hacerse oír—. Carlota me dijo que te irás.
—Sí, hoy firmé mi renuncia —le conté.
Él negó con un gesto de pena que me hizo evadir sus ojos.
—Perdóname por orillarte a esto. No tienes que irte por mí. Yo buscaré otro empleo, tú te desempeñabas muy bien en tu área. Si eras feliz...
—No renuncié por ti. Estaba buscando nuevas oportunidades. Ya no podía seguir ahí —me sinceré escondiendo el nudo en la garganta.
Ese día había estado cargado de emociones, necesitaba un descanso.
—Eso supuse. Vayas a donde vayas serás la mejor, Miriam —me aseguró. Intenté sonreírle—. Eres la mujer más inteligente y decida que conozco. Te abrirás muchas puertas. Tú sola. Estaré muy feliz por ti cuando logres hallar lo que buscas. Estoy seguro de que lo harás. Y sé que es un atrevimiento repetirlo, pero sigo pensando igual que el primer día, mereces que las personas reconozcan tus virtudes. Tienes todo para ser lo que quieras.
Ahora sí la sonrisa brotó en mis labios sin esfuerzos. Eso había sido demasiado profundo para una plática de cinco minutos. Nos miramos en silencio, con el arrullo del viento como una única compañía en la solitaria calle. Fue un momento que pareció una eternidad, hasta que me obligué a romper la magia.
—Tengo que irme —me excusé caminando hasta mi vehículo sin darle la espalda. Él asintió con una sonrisa que me prohibí ver mientras buscaba las llaves.
—Te deseo lo mejor del mundo, Miriam —gritó detrás.
Tomé un respiro porque esa sería la última vez que me cruzaría con él. Aplaqué el nudo en la garganta y las lágrimas ridículas que querían salir, miré a ambos lados de la calle para comprobar que no hubiera algún curioso que fuera testigo de mi ridícula tristeza.
Ese vistazo me llevó al pasado.
Reconocí el lugar, el escenario en el que había invitado por primera vez a su casa, en el que me sonrió al confesarle uno de mis mayores fracasos, ahí donde me abrazó para consolarme por las palabras hirientes de Carlota, la misma tarde en que motivó a mudarme de casa. El tipo que me había organizado una fiesta de cumpleaños, que me había defendido de todos, quien me acompañó cuando no sabía que hacer como una niña por las palabras de otros, el que me sacó a bailar cuando quería marcharme a casa a llorar, el que me escribía siempre bajo cualquier excusa, el que buscaba subirme el ánimo, a creer en mí. Aquel que me conocía con una mirada, quien aguantaba mi mal humor con una sonrisa, el único capaz de quererme conociendo mi peor faceta, al único con el que me sentía con libertad de mostrársela.
El primer hombre que me amó por lo que era desde el principio.
—Olvidé algo —regresé sobre mis pasos con el corazón golpeándome furioso el pecho. Los recuerdos despertaron algo que había mantenido bajo llave. Él me miró atento, con esa atención que mantuvo desde el primer día cuando le serví ese café y fue el único que notó que existía—. Te quiero —le confesé sin tacto, ni explicaciones. Arturo abrió los ojos sorprendido. Reconozco que no fue la mejor manera de decirlo, pero no encontré otra—. Te quiero aunque no debería porque sigues siendo un mentiroso, porque me lastimaste, pero es algo que es más fuerte que yo. Porque cada que recuerdo un error viene a mi mente los buenos momentos y...
Sin embargo, no me dejó terminar. Arturo cortó la distancia entre los dos para buscar mis labios. No me resistí, mucho menos cuando al rozarles descubrí lo mucho que había deseado sentirlos. Cerré los ojos para dejarme llevar por el corazón que adoraba a ese hombre sin reparos. Sonreí al descubrir que él sentía lo mismo por mí, que siempre lo había hecho. Me pregunté porque había perdido tanto tiempo queriéndolo con tantas fuerza, entonces lo recordé.
Me separé poco a poco. Contemplé esos ojos que habían sido mi perdición.
—Jiménez , no había terminado de hablar —lo regañé escondiendo una sonrisa, llevándome las manos a la cintura.
—Perdón, me emocioné, pero ya no te interrumpiré —me prometió acomodándose el cuello de la camisa—. Solo una cosa antes —comentó cuando abrí la boca para hablar—. Te amo, Miriam. He querido decírtelo desde hace meses. Perdí la cabeza por ti casi al conocerte. Y sigo estando cada vez más loco por ti. Desde el primer día lo supe... Miento, quizás no el primero porque ese querías asesinarme y no era un escenario esperanzador, pero fue después de eso —específico haciéndome reír—. No pudo frenarlo, era solo que no podía de buscar estar cerca de ti. No fue esa clase amor que avisa, sino del que te atrapa cuando no te das cuenta hasta que un día descubres que no quieres que acabe. Miriam quería ir a trabajar todos los días, a trabajar, solo para verte. Quería escucharte defenderte del mundo, demostrando que eras capaz de todo lo que querías, luchando por otros, siendo generosa para pelear para los demás, pero demasiado noble para cargarte medallas. Tratando de entender cómo era posible que te mantuvieras de pie cuando todo se está cayendo a pedazos...
—Yo también te amo —repetí enternecida, interrumpiéndolo—. Y no sé cómo, desde el primer día busqué razones para no enamorarme de ti, pero siempre ignoré ese estúpido listado porque me hacías feliz, Arturo. Estaba acostumbrada a sobrevivir ahogándome en la asquerosa rutina, pero cuando llegaste me hice adicta a la alegría que me dabas todas las mañanas. ¿Cómo podías cambiar mi día con una palabra? Ni siquiera había un motivo para que te preocuparas por mí, pero ahí estabas. Sabía que, pasara lo que pasara, te encontraría para mí. Y para mí, que ni siquiera podía recurrir a casa por apoyo, esos detalles cambiaron mi vida. Sin juicios, ni intercambios, solo amor. ¿Cómo me resistiría a eso?
—Nadie nunca me había dicho algo así —admitió, sorprendido. Sonreí divertida.
—Era lo que te diría en el restaurante antes de que lo estropearas todo.
—Miriam, sé que no soy el mejor hombre —dijo, al recordarlo—, que mereces...
Coloqué mi palma sobre su boca para callarlo, tal como siempre lo hacía. Le dediqué una dulce mirada.
—No me importa si eres el mejor o no —comenté, conociendo sus inseguridades, también las mías—. Ni cuantos hombres existen allá afuera, porque tienes todo lo que buscaba, incluso cuando no lo sabía. Eres bueno, Arturo. Dulce, tierno, sabes hacerme reír y escuchar mis tonterías...
Arturo se acercó hasta apoyar su frente en la mía. Cerré los ojos entre sus brazos. Sonreí al encontrarme con los suyos. Debía ser ilegal tener una mirada tan cautivadora.
—¿Puedo besarte ahora? —me pregunté en un susurro.
—Me ofendería si no lo hicieras —respondí robándole una sonrisa antes de que él me robara un beso.
No sabía qué nos depararía el futuro, pero a su lado era donde quería estar. Disfruté del sabor de su boca, de la caricia tierna de sus labios, del ritmo acelerado de mi corazón. Las mariposas en mi interior se alborotaron como si fuera una chiquilla. Tal vez me arrepentiría en el futuro, pero había vivido siempre en tiempos que no eran el ahora, quería ser feliz en el presente.
—No sabes cuánto te extrañé, Miriam —murmuró. «Yo también», pensé al sentir la tierna caricia de su nariz en la mía.
—¿Acostumbra a dar muestras de afecto en la vía pública, licenciado Jiménez? —bromeé siendo inmensamente feliz. Quería reír sin razones.
—No, usted es la primera.
Sonreí porque había entendido a lo que me refería. Los primeros recuerdos volvieron a mi mente. Él nervioso sentado frente a mí que lo interrogaba desconfiada.
—¿Debe sentirme especial? —le retó fungiendo ser la dura mujer que lo entrevistó ese sábado.
—Sí —reconoció con una sonrisa que me robó el juicio—. Eres especial, Miriam.
Y por primera vez lo sentí.
—Yo siempre supe que acabarían juntos, ¿les dije o no? —cuestionó Tía Rosy felicitándonos. Entrecerré divertida los ojos sin creerle una palabra—. ¡Y lo mejor de todo es que ahora tu jefe está disponible para mí! —celebró uniendo sus manos al cielo.
—Apoyo la idea con toda violencia —secundó Arturo. Su risa hizo vibrar su pecho. Sonreí negando con la cabeza—. Harían una excelente pareja.
—Sebastián merece una buena mujer —comenté. Arturo no me contradijo, pero sí me abrazó.
—¿Y yo que soy? —se ofendió Tía Rosy.
Álvaro carraspeó incómodo cuando nadie respondió.
Esperaba que fuera feliz, que todos lo fueran, incluso los que me habían hecho daño. Con mayor razón deseaba que el club y Dulce, resolvieran sus problemas a su favor. Merecían un buen final, una buena historia.
Me cubrí los oídos cuando un estruendo rompió el silencio. Todo fue tan rápido que apenas pude esquivar el líquido que escapó veloz de la botella que Tía Rosy agitó y abrió sin previo aviso directo al grupo.
—El refresco es el champán de los pobres —argumentó mientras todos le dedicamos una mirada de desaprobación—. Qué amargados son todos aquí.
—Señora, no era necesario derramarla en toda la habitación —se quejó Álvaro sacudiendo la manga de la camisa.
Arturo me pasó una servilleta para que me limpiara el hombro. La cocina había quedado fecha un desastre y mi blusa también. Esa última no tenía arreglo, la habitación correría con mejor suerte.
Basta con decir que la fiesta terminó en la limpieza de la cocina, cada uno ocupado en un área diferente. Pao el refrigerador, Emiliano la mesa, Arturo el piso, Álvaro y yo las alacenas. Como dato especial, las manchas de refresco son más resistentes de lo que uno piensa. De solo pensar que eso me quemaba el estómago se me quitaron las ganas de beberlo. Al menos hasta el día siguiente que el antojo me venciera.
Sonreí orgullosa del resultado cuando estábamos terminando.
—¿Dónde andan, muchachones? —apareció Tía Rosy, como si nada. Todos entrecerramos los ojos en su dirección—. Trabajando tan duro a estas horas. Eso es, personas independientes que saben mantenerse solos y trabajar en equipo —nos felicitó al percatarse que era su culpa.
Me mordí el labio para no reír de su desfachatez. Álvaro sí se quejó por no ser un ejemplo que seguir. Arturo y yo solo nos miramos resignados a que esa mujer nunca cambiaría, nadie quería lo hiciera.
—Ya no sean llorones, si quieren les ayudo...
—¡No! —gritamos todos a unísono.
No podíamos arriesgarnos ahora que todo había quedado impecable.
—Será mejor volver a la fiesta —propuso Pao tomándola de los hombros para empujarla directo a la sala.
—Pero...
—Quedó de poner esa lista que se llamaba "Cómo ser feliz siendo pobre" —le recordó Emiliano, conociendo su debilidad, adoraba ser el centro de atención.
—Ya rugieron —dijo corriendo a las bocinas que pedían a gritos un receso.
Yo les seguí de cerca. Arturo se recargó en el umbral de la cocina observando curioso a nuestros amigos. Yo apoyé mi barbilla en su hombro, contemplando el desastre que armarían, el caos que eran juntos. Sonreí divertida, no había manera de aburrirse con ese grupo al que un minuto le había bastado para revivir el ambiente.
—¿Crees que esto tiene futuro? —me atreví a preguntarle. Arturo disimuló mal la alarma.
—¿Hablas de nosotros?
—A todos en el club de los cobarde.
Eso de tener muchos amigos, esa clase de amigos, era nuevo para mí. También la de estar enamorada de un hombre así como lo estaba. Era abrir de par en par las puertas a la vida. Me pregunté cómo sería si no hubiera descargado aquella aplicación, tal vez me hubiera perdido tantas aventuras, quizás el destino hubiera encontrada otra manera de poner a Arturo en mi camino, porque no imaginaba mi existencia sin descubrir la emoción que gobernaba mi corazón.
Él me sonrió, con ese brillo en la mirada que me hacía olvidar de qué hablábamos.
—Si te soy sincero, Miriam, creo que esto apenas comienza.
Dándole un nuevo vistazo al grupo de desconocidos que terminaron siendo tan importantes para mí, esos que conocí por medio de una aplicación de internet, al compañero que se convirtió en el amor de mi vida, tuve que darle la razón. Era solo el inicio.
¡Hola! Tengo tantas cosas qué decir que dejaré los agradecimientos y la historia para el epílogo, por hoy quiero agradecerles por vivir esta historia. Me divertí mucho escribiéndola, también leyendo sus comentarios. Fue un soplo de vida toparme con estos personajes. Gracias de corazón por el apoyo que le dieron, por querer a los personajes, por seguir su historia hasta el final. Disfruté mucho esta etapa y les agradezco de corazón que formaran parte de esto <3.
Cuando empecé a escribir la novela, hace un par de años, descubrí esta canción (la de multimedia) y decidí que sería la de la pareja de Miriam y Arturo, creo que les queda perfecta. ¿Ustedes qué opinan?
La próxima semana publicaré el epílogo y un aviso muy importante <3 . Si les gustó el final o la novela no olviden votar y dejar un comentario, los respondo todos y los valoro de corazón, me hacen súper feliz leerlos :,). También unirse al grupo de facebook JanePrince394(Wattpad)-Oficial o seguirme en esta cuenta @JanePrince394 en Wattpad para más historias y noticias.
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