Capítulo final (Parte 1/2)

AVISO IMPORTANTE: Esta historia tiene epílogo y un aviso importante que será publicado la próxima semana. Por favor, no la eliminen aún de sus bibliotecas <3. Los quiero.

Hay dos clases de amigos.

Los que son como Álvaro que te envían los datos de un buen psicólogo para empezar a trabajar en tus inseguridades. Y los que son como Alba, que retan tu poca estabilidad emocional armando una fiesta en tu casa sin tu autorización.

Así que cuando la puerta se abrió por primera vez, dejando a la vista a un sonriente Emiliano que traía botana consigo, supe que tendría que agradecérselo a ambos. Un rato con amigos siempre es una ayuda, sobre todo cuando esos amigos han olvidado tus errores. Un hecho que valoraba al doble cuando a mí me costaba el doble desprenderme de ellos.

—Siempre soy el primero en llegar —me saludó empujando su silla a la sala—. Y el último en irme —me avisó con anticipación. Era bueno saberlo—. Pensé que te encontraría con un chichón en la cabeza —comentó divertido.

—¿Y eso? —pregunté sin entenderlo.

Emiliano se encogió de hombros, sin revelarme las razones. Pude insistir, pero volvieron a llamar a la puerta, así que preferí dejarlo para después aplicando presión de grupo.

No escondí el asombro al toparme con una tímida Pao que escondía sus ojos tras su cabello castaño. Supuse que vendría del trabajo porque vestía la blusa de la cafetería.

—Pao, no pensé que vendrías —admití sorprendido. Después de saber que me había convertido en el villano de la historia di por hecho que no querría verme más.

—Sí, no pensaba hacerlo, pero soy de la idea de que todos merecen una segunda oportunidad pare redimirse —me explicó compasiva—. Sobre todos los personajes carismáticos.

—¿Qué? —murmuré sin entender una sola palabra. Ella sonrió burlándose de mi expresión—. Oh, ya, personajes, lo había olvidado. Lamento haberte decepcionado —me sinceré, aprovechando el tema.

—Es la primera vez que un personaje me lo pide directamente, es extraño —confesó de buen humor.

Me hice a un costado para darle acceso al interior, pero no pudo dar más de un paso antes de que alguien la golpeara por la espalda. Sin verla sabía de quién se trataba. Pao acomodó su cabello mientras recobraba el equilibrio delante de una alegre Tía Rosy con la leyenda grabada de "Viva la fiesta, y muerta también".

—Alba dijo que necesitas compañía.

—Bueno, en realidad Alba exageró un...

No me escuchó. Saludó a Emiliano como si fueran mejores amigos abriéndose camino por ella sola. Pao se rio de mí antes de seguirla. Fue hasta que la acompañé que me di cuenta de que Tía Rosy traía una pequeña bocina. Quise decirle que podía poner lo que quisiera, con moderación, sin embargo, descarté la sugerencia. No me escucharían, literalmente, puso la primera canción a todo volumen, a uno que era imposible hacer competencia. «Alguien tendría una buena multa», pensé al presenciar como Pao casi murió de un infarto por el sobresalto.

«Quién sabe, en una de esas, todos salíamos en televisión».

Otra vez la puerta. Me pregunté cuánto llevarían esperando porque no había escuchado el llamado hasta el cambio de canción. Fue una especie de milagro que Álvaro no agradeció.

—¿Está Tía Rosy adentro? —preguntó con una mueca, asomándose. No necesitó respuesta, la canción de Elvis Crespo bastó—. Volveré otro día.

—No exageres —alegué, para que no me dejara solo ante la policía—. Sí, está un poco elevado. Sí, quizás mañana protagonice los reportajes de vecinos ruidosos. Sí, todos deben estar maldiciéndome en el grupo del vecindarios. Pero ellos están felices —señalé a Tía Rosy que cantaba como si estuviera en un concierto.

Pao se echó a reír por su espectáculo mientras Emiliano la grababa. Álvaro hizo una mueca de resignación al pasar la mirada por el grupo que se la estaba pasando en grande. Nunca entendería cómo fue a caer entre tanto loco siendo él tan cuerdo. Yo agradecía al destino que reuniera todas nuestras historias en un mismo capítulo.

—¡Ya llegó el extranjero! —gritó Tía Rosy al percatarse de su presencia. Me pareció que Álvaro perdió la buena voluntad. Reí porque de ser por él hubiera corrido a su vehículo para no tener que enfrentarse a la mujer que recargó su brazo en su hombro—. Últimamente andan todos muy perdidos. Entiendo al Venado —me indicó con la cabeza—, porque estaba llorando de mal de amores, pero tú. Solterón, con lana, coche. No tienes razón para no ser feliz. Desgraciados los pobres, los que no podemos bajar de peso. Eso sí es para llorar.

—Para empezar no soy un solterón con lana y automóvil —la corrigió ofendido. Ella giró hacia los otros e hizo una mueca gracioso, para que no le hicieran caso—. Y soy feliz. Solo que no necesito romperle el tímpano a medio país para demostrarlo.

—Tan apretado como siempre —rio Tía Rosy dándole un golpe amistoso en la espalda—. Nada como el Arturo que nos invitó a su casa, sin importar que anda todo apachurrado, nos dejó poner música para subirle el ánimo y nos hará de cenar a todos como agradecimiento.

—¿De cenar? —repetí, perdido.

—Sí. No me dirás que vine hasta acá para nada —comentó disgustada por mi falta de memoria.

Estaba seguro de que no había dicho nada respecto a la comida, porque no había pronunciado una sola palabra desde que llegaron, pero tenía razón, no era cortés tenerlos aquí sin ofrecerles nada. Y como si necesitara motivación Tía Rosy modificó su lista de reproducción para que sonara mi canción favorita en el mundo. ¿Cómo no iba a quedarme con semejante melodía?

—Para celebrar. Y que no me digan en la esquina, el venao, el venao, que eso a mí me mortifica —cantó Tía Rosy con coreografía incluida. Pao escondió una sonrisa. Álvaro carraspeó incómodo—. El venao, el venao, que no me abucheen en la esquina, el venao, el venao, que eso mira a mí me mortifica...

—Bien, cena para todos —concluí utilizando la excusa.

—¡A mí doble porción! —me gritó cuando me encaminé a la cocina a improvisar el platillo qué haría de última hora.

Álvaro no retó al diablo, prefirió la apacibilidad de la cocina, lejos del murmullo y el escándalo del que no quería formar parte.

—¿Y Alba? —me preguntó discretamente, fingiendo estar más concentrado en el vaso de agua que se acababa de servir.

—Creo que no podrá venir. Sabes que tiene que cuidar a su hijo... Además, es de las que construye la bomba, pero no se queda a ver cómo estalla —opiné divertido, recordando la visita al restaurante—. No te rindes con esa mujer, eh.

Él se encogió de hombros, sin llevarme la contra.

—"El club de los cobardes" no es para ti, amigo, si vas a intentarlo con ella ve fundado "El club de los valientes" porque necesitarás valor y paciencia —comenté porque hacerlo entrar en razón era imposible.

—¿Te llegaron los datos del psicólogo que te recomendé? —cambió de tema.

—Sí. Lo he llamado esta tarde.

—Estás decidido —me felicitó. Era pronto para anotarlo como un triunfo.

—No quiero perder tiempo —confesé.

—Me alegro por ti, es un buen profesional. Hace unas semanas acudí a una conferencia que dio. Sabe de lo que habla.

—Nunca he ido a una conferencia —mencioné. Pensaba que esas reuniones no servían más que para engañarte, que los que la dirigían muchas veces solo buscaban dinero, me avergonzaba equivocarme.

—Trataba sobre cómo superar a las personas que nos marcaron. Fui después de charlar contigo sobre mi exesposa, descubrí que no podía seguir así, era momento de dejarla ir —me platicó nostálgico. Asentí, dudando si era adecuado cuestionarlo. Era un tema delicado para él—. El pasado es pasado —mencionó con mejor actitud. Me alegró percibir que no era tristeza, sino la melancolía de los recuerdos las que guiaban sus palabras.

—¿Y puedes olvidarla?

No pude aguantar la curiosidad. La respuesta me vendría bien ahora que deseaba arrancar de mi cabeza a Miriam. Sabía que debía dejarla marchar, pero no podía pensar en otra persona que no fuera ella. Todos los caminos terminaban en su nombre.

—En realidad, las personas importantes no se olvidan, pero aprendes a vivir con su recuerdo y superarlas.

—¿Eso lo aprendiste con él? Porque de ser así me temo que me será de más utilidad de lo que imaginé.

—Eso es lo que yo concluí.

—¿No preferirías ser tú mi psicólogo? —bromeé para despejar la seriedad. Álvaro rio—. Si te aventaras tus reflexiones frente a Alba tendrías mayores oportunidades con ella.

—A ella no le impresionan las palabras —aceptó para su desdicha. Conociéndola dudaba que algo lograra conmoverla.

—Pero espero que la policía sea más sentimental —pedí al oír que alguien tocaba a la puerta. Estaba seguro de que se trataba de ellos. En la colonia el silencio era su melodía favorita, siempre mandaban a las patrullas si alguien rompía su rutina. Era la único que faltaba, pasar la noche en los separos.

—¿Pueden bajarle un poco? —pregunté intentando hacerme escuchar por encima de Juan Luis Guerra cuando regresé a la sala.

Todos me ignoraron, como si fuera yo un alma en pena, el fantasma del aburrimiento que ni una miserable película merecía. Suspiré resignado a mi castigo. Tampoco lograría mucho fingiendo que no pasaba nada, los oficiales debieron ser testigos del ruido desde hace unas calles. En una de esas hasta los de la capital estaban bailando.

—Mi nombre es Arturo Jiménez. Sí, vivo aquí. Puedo explicar el alboroto —reí nervioso, practicando mi declaración—. ¿La música? Sobre eso, es Tía Rosy que ama... No, no es mi tía, así le decimos porque... ¿Por qué le decimos así?

Sin embargo, tanto mi pregunta como mi actuación quedó suspendida en el aire cuando descubrí a la figura que se hallaba del otro lado de la entrada. Abrí los ojos y la boca, incrédulo, creyendo se trataba de una alucinación. Pasé mis ojos de sus pies a cabeza. Tacones, falda negra y blusa a botones roja. Sin verle a la cara identifiqué de quién se trataba.

Miriam.

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