Capítulo 8: Una disculpa es un buen inicio

Siempre he pensado que hay una diferencia abismal entre cocinar y saber hacerlo.

Yo cocino porque soy consciente que en el fin del mundo no tendré a la mano el teléfono de KFC. Puedo hacer todas las recetas que me indiquen, seguir paso a paso los manuales y conocer de memoria los programas de la cocina de Gerónimo, pero no hay manera en ganarme un halago. Mi madre siempre me dijo que esto no era lo mío, me resigné a jamás igualar su sazón, ni su desenvolvimiento culinario.

Por eso me resultaba admirable la capacidad de Nora de evocar los sabores de casa, de convertir una desagradable mañana de trabajo en una tarde de charlas. Tenía un toque único que ni siquiera viéndome todos los vídeos de kiwilimon imitaría. Su comida era la diferencia entre un triste comedor de oficina y un restaurante de compañeros de trabajo.

—¡Te amo, Nora! —habló por mí Dulce, lanzándole un par de besos al aire—. Esta mañana me he levantado tan tarde que apenas tuve tiempo de hacerle un sándwich a mi niño. Le dije a mi marido que compraría algo barato por ahí, ya sabes que estamos ahorrando, pero no tengo que decirle que gasté un poco más —se encogió de hombros divertida—. Vale la pena.

Le di la razón. Ocupamos una mesa vacía que está en una esquina del comedor, acababan de desocuparla y estaba hecha un desastre. Utilicé una servilleta para limpiar el agua que antes alguien derramó y las manchas que luchaban por permanecer. Dulce ignoró todo eso y se sentó como si nada. Solía decir que era demasiado especial con la higiene, quizás tenía razón.

Al fin terminé y me dejé caer sobre mi asiento para disfrutar de mi almuerzo, al menos hasta que levanté la vista y me topé con los ojos claros de Jiménez.

Jiménez.

—¿A quién viste? —se burló Dulce girándose sin disimulo, asustándolo—. ¿Sigues molesta?

—No. —Clavé el tenedor en la enchilada con más fuerza de la me gustaría—. No. No estoy molesta.

—Se nota —silbó dándole un mordisco a su tortilla—. Dicen que cuando una persona te cae mal es porque te recuerda cosas de ti que te desagradan.

—Dulce lo que publican en las páginas de Facebook se lo inventan para ganar likes, ni siquiera son psicólogos. Y no tiene nada que ver. Pasa que es un atrevido e imprudente.

—Mejor dicho, te dijo algo que no querías escuchar.

Odiaba que tuviera razón.

—Porque sabes que es verdad —continuó—. No todo, una parte solamente. Una gran parte. Tú mismo lo reconoces, dices que Sebastián no te da tu lugar...

—Pero te lo digo a ti, él no tenía por qué meterse.

—Quizás pensó te ayudaría.

«Qué considerado».

—Ayudar hubiera sido que se fijara cuando le dio reversa como un loco sin checar si alguien pasaba —escupí molesta conmigo misma. Molesta por estar molesta.

—Así que él fue el que te destrozó tu coche —adivinó. Sonrió orgullosa de acertar—. Ya decía yo que no existen las coincidencias. Quisimos fregar a Joel y el karma te cobró la factura rápido. Quedará aguantar. Pero piensa lo positivo, Joel te odia con toda su alma.

—Para lo que me sirve —mascullé distraída en remover los granos de arroz de mi plato.

Dulce hablaba con la verdad. Era injusta con Jiménez. Si bien pudo callarse y no meterse en líos por mero gusto, mi cólera era más porque me gustaba engañarme a mí misma fingiendo que nadie sabía lo que me pasaba, creía que al aceptarlo me ponía en evidencia. Y no me molestaba ayudar a Sebastián, sino la razón.

En los últimos días me había portado mal con Jiménez, había sido distante y tajante en nuestra interacciones, apenas nos hablábamos y recordarlo me hizo sentir terrible. Tenía que hacer algo para solucionarlo.

—¿Eso es el club de los cobardes? —Dulce no me hablaba a mí, sino a la chica que acababa de sentarse a nuestro lado. Levanté la mirada, hallé su expresión de terror al ser descubierta, había dejado su celular sobre la mesa mientras acomodaba sus cosas—. Sí, claro que sí. ¿Tienes perfil ahí?

Mi amiga no pareció notar que sus cuestiones la incomodaban, ni siquiera cuando la muchacha se levantó deprisa y se alejó de ahí como si le hubieran encontrado una botella de alcohol en la escuela.

—Estoy segura de que era el club de los cobardes —me ganó. Estaba por hacerle ver su indiscreción—. Era el mismo logo.

—¿El club de los cobardes? ¿Es una nueva serie?

Sonaba como del catálogo de Netflix.

Dulce dejó escapar una carcajada que captó la atención de las personas de nuestro alrededor.

—No. Es una nueva aplicación para mejorar tus relaciones amorosas —citó, el que creí era el eslogan, como si se tratara de una presentadora de televisión.

—¿Tinder no fue suficiente?

—Oye, cuidado con lo que vas a decir, mi vecina la usa —me advirtió señalándome con su dedos. Guardé silencio por mi bien—. Además no es para buscar pareja sino para conocer personas, según sé debes platicar tus problemas y cosas así. No tengo cuenta, no porque no me interese curiosear, sino que cada que sale una aplicación la descargo y ya tengo tantas que mi correo está dado de alta en todo Internet.

Daba fe de ello. Su teléfono estaba lleno de grupos, conversaciones, libros e imágenes.

—Tú deberías intentarlo, suena divertido...

—No, no, no. Ni se te ocurra. A mí no se me dan esas cosas.

—¿Hacer amigos?

—Charlar con desconocidos en Internet.

¿Quién me dice que no me están engañando? No puedo ver quiénes son, qué es verdad y que no. Me costaba entender cómo las personas podían fiarse de ellos cuando ni siquiera eran capaces de confiar en las personas que conocían de toda la vida.

—Sí. Mis hijos no usarán redes sociales hasta los cuarenta años —declaró convencida de su idea. Ya quería verla—. Excepto Youtube, ellos aman Youtube. Miguel no puede vivir sin Bely y Beto más de veinticuatro horas. Tiene una especie de adicción con esas botargas.

La conversación fue un extremo a otro, ni siquiera sé cómo terminamos hablando de Chayanne. Bueno, sí lo sabía, con Dulce siempre se terminaba hablando de él. Aún con un montón de temas en mi cabeza había uno que no se dejaba olvidar. Debía ponerle solución a ese conflicto cuanto antes.

Faltaban quince minutos. Terminé mi lista de pendientes y me concentré en guardar mis cosas para irme apenas el reloj marcara la hora. Quería marcharme temprano a casa y adelantarle a esa serie que me había atrapado.

—Miriam, ven un momento. —Se asomó Sebastián desde la puerta arruinándolo.

«Adiós planes».

—Tengo dos noticias importantes, Miriam —contó cuando ocupó su lugar. Me ofreció a mí uno, pero lo rechacé, sus cosas seguían por todas partes, no pensaba marcharse pronto y si me quedaba de pie aceleraría su discurso—. La primera es que cancelaron la cita con Legado. 

—¿Qué?

Maldije por no haberme sentado. ¿Cómo podía contar una noticia terrible con esa paz?

—Tranquila, no te preocupes —aclaró deprisa ante mi semblante—. No es una mala noticia. Retrasaron la reunión dos semana, pero ha sido porque conseguí me reciba el director general.

«Por ahí hubiera empezado», pensé recuperando el aire. Este sonrió discretamente, seguro burlándose de mi estado.

—¿Cuál es la otra noticia? —cuestioné para que dejara de verme así, su media sonrisa siempre me ponía inquieta.

—Necesito que informes a Jiménez que debe reunirse con Empresas Paper esta misma semana —ordenó. Lo miré sin comprender, ¿no era mejor se lo dijera él mismo? Yo no tenía nada que ver en ese asunto—. Quiero que tú lo acompañes.

Sebastián no hizo otra cosa que remarcar los motivos de su decisión, cada uno válido e inteligente, pero que no dejaban de parecerme una locura. No sé por qué me olfateaba que Jiménez y yo no éramos una buena fórmula. Bueno sí sabía la razón, gran parte era mi culpa y el resto suya. Juntos no sumábamos, apenas sobreviviríamos sin restarnos. Sin embargo, no pude cuestionarlo porque los problemas de personalidades no eran motivo comparado con los que él presentaba.

Al abandonar la oficina me topé con Jiménez concentrado en la pantalla. Me le acerqué para avisarle las instrucciones. Mis pasos eran lentos, seguía reflexionado que la vida me había dado una oportunidad para arreglar nuestros malentendidos.

Cuando me vio frente a él se desconcertó. Sus ojos se abrieron e intentó armar una buena oración antes de soltarla.

—Miriam, sí, ya sé que mañana es quincena. Prometo pagarle lo de su automóvil.

«Claro que iba a pagarme».

—Tranquilo, Jiménez, no he venido a hablarle de eso —aclaré para que dejara de parlotear. No había mucho que agregar en torno a ese asunto, me hacía sentir como un general—. Quiero hablar de un par de cosas importantes.

—¿Dice que no es de su automóvil?

Asentí y este perdió la poca seguridad que había logrado reunir.

—Me han pedido le avisen que esta semana nos reuniéremos con la gerente de Empresas Paper. ¿Mi jefe ya le había hablado de la junta?

—Sí, no entró en detalles.

—Me ha pedido lo acompañe. Él mismo va a darle las instrucciones personalmente, mas ha querido sea yo quien lo meta en materia. ¿Por qué? No lo sé, pero así lo ha decidido.

—¿Es una empresa complicada?

—No, pero quiere que pida un descuento de sus precios actuales. Nunca es fácil.

Este era el primer trabajo de ese peso que se le había asignado desde su contrato.

—Sobre el otro tema, es más simple —dije con las palabras tropezando con mi propia lengua. Callé un segundos meditando si estaba haciendo lo correcto. Mamá siempre decía que lo correcto no siempre se sentía bien, pero que no era un argumento válido para no hacerlo. Abandonaría mi orgullo—. Quería pedirle disculpas por mi actitud de estos días —comencé con pesar. Se escuchó tan simple que me sentí insatisfecha—. Mi intención no era...

—No, no lo lamente —me cortó. «Con lo difícil que me estaba resultando inspirarme»—. Estaba enfadada por lo que le dije. Fue mi culpa. No debí hablar de más. Prometo ya no meterme en su vida.

—Sí, ya no lo haga.

—Así que supongo podemos ser amigos —propuso tendiéndome la mano. Este chico iba muy rápido para mi ritmo. Titubeé unos segundos, pero cedí ante mi ridícula cautela.

Me costaba mucho fiarme de la sinceridad de otros, por ello siempre intentaba plantear distancia. Era consciente que mantenerme en guardia me protegía. Había prometido que no volverían a verme la cara. Las personas parecían entenderlo a la primera, Jiménez no.

De verdad debía arrepentirse de lo del coche para fingir no comprender mi actitud, portarse como un caballero solo para ganarse mi simpatía, intentando lo absolviera de sus responsabilidades. No importaba que tan dulce y sincero pareciera, no funcionaría.

—Vaya a casa, Jiménez —recomendé cuando me liberé de su tacto, evadiendo su cálida sonrisa—. Descanse bien porque esta semana será pesada.

Hubiera sido genial aclararle a la vida que me refería al trato, no a mi existencia en general.

¡Hola! Tal como lo prometí el sábado pasado, habrá doble capítulo. En un ratito subo el segundo. Espero les guste <3. No olviden unirse al grupo, ahí siempre aviso de las actualizaciones por si Wattpad no notifica. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top