Capítulo 6: Preocuparse sale caro
Una traidora.
Desde que le había enviado la bienvenida al licenciando Jiménez tenía la sensación de que le había fallado a la empresa y a Sebastián. Me había dejado influenciar por mi propio beneficio, ¿para qué engañarme a mí misma? No le quitaba el mérito a sus capacidades, ni ignoraba sus referencias, pero hubo muchas repuestas que no encajaban a la perfección con el perfil y las ignoré porque mi prioridad era recuperar el estado perfecto de mi automóvil.
Pero no era del todo malo. El egoísmo a veces te lleva a tomar buenas decisión. Además, si su antiguo superior no resultaba un mentiroso podría llegar a ser un interesante elemento. Tenía experiencia en su campo, quise creer que había razones para que no lo echaran antes.
—Miriam —me saludó Dulce, esperándome a un costado de la entrada. Sus ojos azules gritaban su necesidad de detalles, unos que prefería no difundir. Desde que le había platicado mi misión tomó el asunto como un triunfo colectivo contra Joel—, ¿qué tal te fue?
—Bien. Lo conseguí —le conté empujando la puerta de cristal. Ella me siguió deprisa, no podía dejarlo así.
—¿Lo conseguiste?
—Sí.
—¡Esa es mi amiga! —me felicitó sin ocultar su emoción, abrazándome. Ya debía estar imaginándose llenando la oficina de post-it a su jefe con la palabra "tómala". Sin embargo, yo no estaba tan segura de que hubiéramos ganado—. Yo sabía que encontrarías a la persona ideal.
—¿La encontraste?
Nos topamos con Joel en la recepción. Llevaba una carpeta en su brazo, su café en la mano y sus oídos chismosos en la cabeza. No esperó un aviso, se unió a la conversación sin que nadie lo invitara.
—Ajá —respondí ante la mirada crítica de ambos. Un duelo donde la única muerta sería yo. Me ocupé de anotar mis datos en la hoja del personal y tendérsela a Maricarmen—. Hoy mismo estará por aquí.
—Pues a ver cómo te resulta. Por ahora solo me queda desearte suerte. —Se encogió de hombros—. Iré a preparar mi oficina para comenzar la capacitación.
—No es necesario. Yo me encargaré de instruirlo —le avisé. Joel no escondió su molestia. Sus pequeños ojos me acribillaron mientras Dulce se divertía como niña. Poco le faltaba para sacarle la lengua—, pero tú puedes encargarte de darlo de alta y registrarlo.
—Yo soy el gerente de recursos humanos —remarcó ofendido.
—Lo sé, lo sé. Nadie cambiará eso. Solo que no podemos darnos el lujo de perder otro empleado —intenté explicarle.
—¿Quieres decir que yo soy el culpable?
«¿Tenía dudas?» Decidí no contestarle para no ponerlo de peor humor.
—Dudo mucho que logres remplazar mi experiencia, Miriam. Llevo muchos años en este campo. Pueden darte una impresión durante la entrevista, pero hay muchos más procesos y pruebas que conozco. Tu actitud altanera no asegura que tomaste una decisión acertada.
Y tenía tanta razón que me costó no mostrarme atormentada por sus palabras. Si algo salía mal no solo tendría que soportar su "te lo dije" por toda la eternidad, sino que demostraría que era incapaz de separar mi lado personal y profesional.
—Gracias por los buenos deseos, Joel —le respondí con una sonrisa. Este no bajó la guardia—. Entiendo que estés preocupado, pero cuando lo conozcan verán que sus dudas terminarán —declaré alejándome. Esperé la distancia me permitiera huir a sus juicios, mas pronto me arrepentí.
Demasiado pronto.
Uno no puede escapar de donde debe estar.
Ahogué un grito cuando choqué con alguien que venía corriendo detrás de mí. Fue un milagro que lograra mantenerme de pie con el golpe. Sin levantar la vista del piso imaginé de quién se trataba. El licenciado Jiménez no era un maestro esquivando.
—Yo... Lo siento... —Quiso disculparse, pero lo interrumpí moviendo los labios para que pudiera leerlos. Silencio. Lo tomé del brazo y lo conduje frente a mis compañeros.
—Justo estábamos hablando de usted —le dije amable, pero su cara de espanto no ayudaba en mi actuación—. Les presento al licenciado Arturo Jiménez. Desde hoy va a trabajar con nosotros.
Él les regaló una sonrisa apenada por la repentina atención, gesto que mi amiga correspondió, pero que Joel no tuve el detalle de imitar.
—Este es el gerente de recursos humanos —señalé al amargado de Joel que lo miraba de arriba a abajo intentando hallarle un defecto—, y Dulce que se encarga de las nóminas.
—Un placer. Ya sabes, cualquier cosas que necesites respecto a tus pagos comunícate conmigo —le avisó amigable tendiéndole la mano.
—Sí, va a necesitarlo —murmuré mirándolo de reojo. Jiménez rio nervioso—, pero será después. Por ahora quiero enseñarle las oficinas y su área de trabajo. Ya los veremos más tarde.
No permití se negara, lo encaminé por el pasillo hasta perdernos de vista. Abracé la calma que llegó cuando nadie pudo vernos.
—No entendí nada.
—Es porque no pasó nada —le resté importancia tomando distancia.
Asintió sin convencimiento, ignoré su titubeo para señalarle la zona en que nos hallábamos. Las puertas de cada habitación tenían grabadas el departamento, algunas tenían enormes ventanales que dejaban ver el movimiento dentro, otras eran una sorpresa.
—Esta es el área administrativa, aquí es donde pasará toda la semana. Rara vez tendremos que salir, pero de ser así le avisaré con anticipación. En el edificio contiguo está el área de producción, pero le recomiendo no dirigirse hacia allá.
—¿Es peligroso?
—Para usted y para las máquinas.
El recorrido nos llevó una hora. Le enseñé todos los departamentos, le indiqué donde se hallaban los servicios, el comedor, la cafetera y los teléfonos. No perdió el tiempo tonteando, me dio la impresión de que estaba trazando un mapa en su cabeza para no olvidarse del camino y perderse después.
Fue un trascurso tranquilo y sin sobresaltos. Contrario a lo del fin de semana, se mantuvo callado gran parte del tiempo y sus preguntas fueron asertivas. Agradecí al cielo su actitud porque me devolvía la confianza. Quizás la imagen que me había otorgado en un inicio fue que lo encontré en su peor momento. Y él en el mío.
—Y aquí está su oficina.
Abrí la puerta para mostrarle el par de escritorio que servían de antesala para la verdadera oficina. Me sentí aliviada al contemplar mi asiento, después de tanto caminar ansiaba descansar unos minutos.
—¿Compartiremos espacio?
—Sí. El negocio es pequeño por lo que en este lugar se agrupa toda el área comercial. Pero no se preocupe, estará cómodo y nadie interferirá en su desempeño laboral —avisé porque contrario a lo que parecía teníamos una de las mejores habitaciones del local—. Le recomendaría encendiera la computadora para que le dé un vistazo a los programas que manejamos y pueda enseñarle el procedimiento de cada uno.
Este asintió como si se tratara de un niño y ocupó su asiento siguiendo mis instrucciones. Acepto que su actitud dócil resultaba en momentos simpática, pero me resistí a hacérselo saber. No quería arrepentirme después. Papá decía que lo importante era ganarse el respeto de las personas más allá del agrado, ese que siempre traía problemas a futuro.
Revisé la oficina de Sebastián para presentárselo, pero me sorprendí al comprobar que todo seguía tal como lo había dejado. No pude evitarme preocuparme. Él jamás llegaba tarde. Era un hombre puntual en su horario de entrada, sin importar el clima, celebraciones o reuniones.
Miré mi reloj, llevaba una hora de atraso.
Una hora y sin ningún recado.
La última vez que lo había visto fue el viernes por la tarde, antes de que cada uno tomara su camino. Intenté recordar si me había hecho algún comentario sobre un compromiso o cita, pero estaba segura de que apenas había pronunciado palabra. Se veía decaído y distraído, con el espíritu en los suelos.
«¿Le habrá pasado algo malo?»
Quizás solo estaba exagerando, estaría atorado en el tráfico o se había quedado dormido, pero conociendo sus costumbres y su estado no pude evitar sospechar. Todas las ideas que alguna vez Dulce había soltado en sus arranques creativos desfilaron por mi mente.
«¿Qué tal si había tenido un accidente de tránsito? ¿Se habría quedado encerrado en una habitación? ¿Y si estaba en la cárcel por golpear al tránsito que lo había encerrado?»
Saqué de mi bolsa mi vieja agenda y rebusqué entre sus hojas hasta que di con su número.
Dudé.
¿Sería apropiado llamarlo? ¿Qué era lo peor qué podía pasar? Molestarse conmigo por mi intromisión. No era terrible, sino lo hacía entonces yo sería la que no podría trabajar pensando en él. Algo imperdonable en un día tan ocupado.
Observé a Jiménez concentrado en la pantalla. «Solo será un segundo», pensé apartándome para marcar.
Presioné la secuencia con la mirada en la libreta a pesar de conocerla de memoria. Esperé en la línea unos segundos que me parecieron eternos. Ni siquiera noté cuando había comenzado el golpeteo de mis tacones.
Nada. Estuve a punto de rendirme y colgar cuando una voz remplazó el silencio. Sonreí aliviada, pero tan pronto como llegó se marchó.
—Bueno...Ya, ya, solo es una llamada.
La voz de una mujer repitió lo mismo una decena de veces mientras yo procesaba su tono. Su risa atrapó la línea, seductora, cautivadora y todo lo que termine con dora. Bloqueada por la sorpresa hice lo único que se me ocurrió, colgar y observar asustada mi celular como si todas mis dudas fueran a resolverse solas.
Era una mujer.
Eso no sería nada grave si no fuera porque Sebastián, por ningún motivo, dejaba que alguien contestara su celular. Nadie. Ni siquiera su madre, ni Sarahí. «Sarahí. ¿Era ella?» No, conocía como sonaba. A menos que estuviera en un curso de doblaje era imposible se tratara de su exnovia.
«¿Quién podría ser?»
Esperé me regresara la llamada, pero eso jamás sucedió. Me quedé en silencio, perdida, mientras intentaba razonar qué había pasado. Lo peor era que no debía importarme, pero lo hizo.
—Señorita...
Ahí estaba Jiménez esperando una respuesta de la que no conocía ni la pregunta. Me analizó con interés, debía tener mal semblante para sospechar que algo andaba mal conmigo, pero no me permití ventilar mis tonterías al recién llegado.
—Quería presentarle a su jefe directo, pero ahora está ocupado —me excusé por mi ausencia—. Apenas llegue se lo haré saber.
Este asintió sin más cuestionamientos. Al menos hasta que tuve que abrir su boca y arruinarlo todo como era su costumbre.
—Ya entiendo. Usted es su secretaria, ¿no? —me preguntó más en confianza.
Guardé silencio. Odiaba esa pregunta. Estudié sus facciones por unos segundos, no encontré la expresión burlona de la mayoría de mis compañeros. Jiménez no buscaba hacerme sentir mal, no obstante había tocado el punto incorrecto.
—No. Soy la encargada de ventas —aclaré cortante sin querer.
—Lo siento... En verdad yo pensé que...
—No se preocupe. Todo el mundo piensa lo mismo —lo detuve para acabar con el drama.
No tenía que dar razones por algo que me ganaba a diario. Si las personas se mofaban de mí era porque se los permitía con mis actitudes. Observé la puerta de Sebastián abierta, con el escritorio vacío, para recordarme que era yo quien me ponía en esa situación.
Para distraerme me propuse dedicarle toda la mañana a su preparación, eso era lo que realmente importaba, por lo que me pagaban, al menos así mantendría la cabeza en esa oficina.
—¿Una mujer?
Me había topado con Dulce cuando a media mañana fui por un vaso de agua. Debí quedarme callada, pero en un ataque le había contado lo que había pasado y seguía atormentándome. Si al menos hubiera dejado un mensaje de voz.
—Tampoco debes entrar en pánico. Puede ser su mamá.
—Conozco a su madre.
—Sarahí.
Negué.
—¿Has considerado que pudieron asaltarlo? Una mujer grande y fuerte —expuso mientras se aventaba unos pasos de karate que seguro había visto en televisión y que robaron algunas risas disimuladas a nuestros compañeros—. O una pequeña, nunca te fíes de una pequeña. Yo soy un buen ejemplo.
Dulce tenía razón. Ella era una mujer de armas tomar.
—Dulce, estaba con alguien —sentencié para no andarme con rodeos. Mi franqueza volvió a abrir la herida—. Lo conozco. En todos estos años solo una vez llegó tarde...
—¿Ya habrá encontrado remplazo? —terminó por mí. Callé sin mirarla a los ojos—. Que rápido.
—Apenas hace unos días dijiste que un mes y medio era mucho tiempo —le recordé para que no se contradijera.
—Para olvidarla, no para conseguir a alguien más —remarcó.
—¿No querías que yo lo intentara?
—Eso es diferente.
—¿Qué tiene de diferente?
—Que yo quería que se quedara contigo, no con otra—expuso siendo completamente irracional—. Tú llevas muchos más años en la banca, era tu turno. Que la otra espere.
—Dulce, esto no es juego de turnos.
—Sí, ya veo. Si fuera por eso ya estarías hasta jubilada —expuso molesta de su falta de consideración.
—¿Gracias? —me burlé de sus cumplidos—. Solo quedó claro que teniendo mil opciones yo no soy una. Creo que ya me da igual.
—Pero créetela porque con ese tono de borrego a medio morir no convences a nadie.
—Ya me da igual —repetí entusiasta mientras tiraba la basura. Dulce lució contenta—. Ahora debo apurarme porque el licenciado Jiménez puede incendiar nuestra oficina.
—¿Y eso?
—Ya te lo contaré luego. Ese hombre es todo un caso —reconocí con gracia al recordar sus múltiples descalabros.
—¿Sí? A mí me pareció lindo.
—Dulce eres casada —le recordé en broma. Solía decir que solo dejaría a su esposo por Chayanne—. Cuidado ahí, eh.
—No lo decía por mí, sino para ti. ¿A qué no harían linda pareja?
Ya no era tan gracioso. Dulce tenía una necesidad de emparejar personas que no era sana. Preferí ignorarla porque la conocía, si le seguía el juego le daría luz verde para empezar con esa idea. Su prima ya pagaba el precio de su presión. ¿Yo involucrada con Jiménez? Un mal chiste.
—Piénsalo, solo necesitas conocer a nuevas personas para que dejes atrás al ingrato de tu jefe —expuso convencida de su nueva mentalidad, distaba mucho de la que tenía la semana pasada—. Lo que pasa es que estás todo el día encerrada en una oficina, lo que reduce tus posibilidades de encontrar a alguien que valga la pena. Pon de tu parte. Tienes que revivir tu vida social, si es que algún día tuviste...
Era una buena idea, pero no para ese día. Tenía problemas más importantes que planear una salida al cine, empezando por darle la cara a mi jefe que acababa de atravesar la entrada con cara de pocos amigos. «No sería un buen lunes, y posiblemente tampoco una buena semana».
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