Capítulo 6 (Parte 2): Preocuparse sale caro
Sebastián llegó pasado el mediodía.
Me despedí de Dulce deprisa al verlo registrarse. Aceleré mis pasos para que me encontrara en mi oficina y no chismeando por los pasillos.
Jiménez me miró aturdido cuando me escuchó cerrar de un portazo. Debí asustarlo porque se puso de pie como si esperara le dijera que estábamos en medio de una invasión.
—Ahí viene mi... nuestro jefe —corregí con el deseo de tranquilizarlo, sin embargo, solo logré ponerlo más inquieto. Debió suponer que Sebastián era un ogro al cual debería temer, no se trataba del mejor momento para defenderlo.
Habían coincidido en un mal día.
La puerta se abrió y por ella apareció el hombre que había ocupado mi cabeza toda la mañana. Impecable como siempre, con su trajes oscuro y corbata de seda. Sin rastros de enfermedad o tragedia. Con sus ojos profundos, que te invitaban a perderte tras ellos, pero que aquella tarde parecían ocultar algo más.
«Al menos está bien», pensé.
Lanzó un saludo fugaz sin detener su camino a la oficina. Pasó de lado ignorando nuestra presencia, al menos la mía porque era evidente que sabía estaba ahí como de costumbre. Jiménez me observó extrañado por su frío saludo, pero no dijo nada.
Él no, pero yo sí.
—Licenciado Sebastián —alcé la voz para que frenara. Este lo hizo con pesar. Se comportó extraño, e intuía que era por mi culpa, pero el recién llegado no tenía delito por el cual pagar—. Quería presentarle al nuevo encargado de compras. Su nombre es Arturo Jiménez. Acaba de entrar esa mañana.
Sebastián pareció percatarse por primera vez de su existencia. Jiménez se acercó para tenderle la mano y mi jefe le dedicó unas palabras amables de bienvenida, que eran más acordes a su habitual comportamiento.
—Lo lamento, venía distraído —mintió apenado—. Espero que su estancia aquí sea grata.
Observé a Jiménez asentir tantas veces que me costó mantenerme seria. Terminaría con una lesión en el cuello.
Ambos eran completamente diferentes. Sebastián era un hombre con porte, elegante en su postura y manera de dirigirse a otros. En cambio, Jiménez era sencillo, trasparente y sin pretensiones a la hora de entablar una conversación. No obstante parecieron entenderse bastante bien. Un peso menos de encima.
—Miriam, ¿puedes venir un segundo a mi oficina?
Y así, señoras y señores, es como se borra una sonrisa en un segundo.
No pude negarme, aunque quisiera. Mi trabajo tenía como regla general seguir sus órdenes. Caminé en silencio sin protestar, imaginando qué tendría qué decirme. No anunciaba nada bueno. Podían contarse con los dedos de las manos las veces en que Sebastián se habían portado así, apático. Debí importunarlo con la llamada para molestarlo a ese nivel.
—¿Todo en orden?
—Sí. La mañana estuvo bastante tranquila —informé al verlo acomodando sus cosas. Apenas despegó la vista para confirmar que seguía de pie frente a él—. Lo único relevante fue la incorporación del licenciado Jiménez. Y lo llamaron dos personas —recordé—, he dejado los número anotados, puede revisarlos más tarde.
—Bien. Me alegra todo esté bajo control —comentó—. No creí que lograrías conseguir ocupar la vacante tan rápido, aunque lo asumí cuando llegué y vi su coche en el estacionamiento. Tiene un golpe en la defensa trasera que no pasa desapercibido —bromeó relajado. Yo intenté reír, mas me fue imposible al recordar lo bien que combinaba con el de mi automóvil—. ¿Es de su propiedad o lo estoy juzgando precipitadamente?
—Sí, sí es de él —reconocí sin ocultar mi pesar. Sebastián me miró extrañado.
—¿Da problemas?
—No, es un excelente tipo —exageré para que se quedara tranquilo. Además, no era su persona quien me daba dolores de cabeza, sino su nula habilidad de esquivar obstáculos.
—Por un momento pensé que había sido él el motivo de tu llamada.
Hubiera preferido que jamás tocara ese tema aunque era evidente que no podía terminar en otra conversación. Esperé que continuara, pero calló para cederme el turno. «Qué caballeroso cuando le interesa».
—Nada de eso. Sinceramente no era importante, solo quería saber si estaba bien —confesé avergonzada por ser tan ridícula.
Quise convencerme de que no me había escuchado, sin embargo, asintió levemente para confirmarlo. Solo estaba evitando una respuesta.
Sebastián siguió concentrado en sus cosas, cerrando y abriendo carpetas, mientras yo me quedaba como estatua decidiendo si me marchaba o esperaba algún encargo.
—Gracias, Miriam. Ya puedes retirarte —soltó al fin, como si apenas recordara que estaba con él, cuando se me estaban durmiendo las piernas. Ni siquiera me preocupé por responder porque nada amable saldría de mi boca.
Abandoné la habitación con un vacío en el estómago. Me mordí la lengua para no liberar las emociones que se calentaban en mi interior. Ocupé mi sitio distraída, llevándome las manos a la cabeza.
De haber tenido valor le hubiera soltado tantas cosas. Primero, que dejara que comportarse como un idiota, que si tanto le molestaba le arruinaran su salida podía dejar un mensaje para avisar su tardanza o simplemente llegar temprano, que eso estaba en el reglamento. Y si estaba demasiado ocupado para desvivirse escribiendo dos líneas, ¡existía el modo silencio!
«Y yo preocupándose por él, debería agradecer que alguien se interesara».
Pero no lo hice porque a pesar de odiarlo a momentos, me odiaba más a mí por no detener que me importara, si le pagara con indiferencia todo resultaría tan sencillo.
«¡Te odio, Miriam!»
«Y también te odio a ti, Sebastián, aunque mañana ni me acuerde».
La ira fue diluyéndose hasta convertirse en tristeza. El recuerdo de mis errores se repetía sin parar y mientras más lo pensaba peor me sentía. No debí llamarlo, así me hubiera ahorrado el disgusto, pero quería saber cómo estaba. «Súper bien. De solo imaginarlo se me revolvían las entrañas»
¿Y si no era la razón de su llegada tarde? Tal vez su coche se averió y la mujer era una mecánica al nivel de Dana Muñoz. Todo en esta vida es posible. Quise abrazarme a esa posibilidad, pero mis argumentos resultaban menos convincentes que elegir un plato de ensalada en medio de una barbacoa.
Lo peor era que no tenía derecho a molestarme porque no éramos nada.
—¿Está bien?
El corazón se me atoró en la garganta. En un acto reflejo salté de mi silla y me aferré al borde del escritorio para sostenerme. Traté de retener un grito que terminó escapando de todos modos.
—Lo siento, lo siento...
Me llevé las manos al pecho y solté un suspiro al percatarme de Jiménez que me miraba avergonzado. Respiré de a poco para recomponerme, sintiendo el golpeteo de mi corazón haciendo eco en mis oídos.
—¿La asusté?
«No, qué va, grité de felicidad al verlo».
—No recordaba que había alguien más en la habitación —confesé recobrando la voz.
—¿Creyó era un fantasma?
—Solo no recordaba que había alguien más en la habitación —repetí tajante para no darle cuerda a sus bromas. Ya sospechaba que Jiménez era de esas personas que aprovechaban cualquier oportunidad para evidenciar su humor—. ¿Necesitaba ayuda? —pregunté rápido, despertando. Me acordé de que teníamos mucho trabajo como para dedicarme a mi drama de telenovela.
Yo no tenía la suerte de una chica de melodrama que podía pasarse toda la tarde llorando porque le rompieron el corazón y a la mañana siguiente tener dinero para el desayuno y los zapatos nuevos. Tenía que dejar de holgazanear si deseaba seguir pagando la luz.
—No. Quería saber si me daba permiso de ir por un café.
—Jiménez, usted puede ir a donde quiera mientras esté aquí. Excepto a su casa —me adelanté—. Y no tiene que pedirme permiso como si fuera su maestra de primaria cada que quiera salir de la oficina.
—Es bueno saberlo porque estaba esperando se desocupara para preguntárselo. Pensé en agua, pero hay que aprovechar que los cafés son gratis, ¿no? —añadió en complicidad. Asentí confundida. Me resultaba extraño que Jiménez se dirigiera a mí con tanta confianza en su primer día, sobre todo cuando yo no correspondía—. ¿Quiere que le traiga uno?
—¿Qué?
—Un café —aclaró con una risa. A eso no me refería—. Un vaso de café —especificó como si tuviera dos años y no entendiera—. Ayuda mucho cuando uno está cansado. No digo que usted esté cansada, yo qué voy a saber si está cansada o no, es solo que... Da energía, más energía si ya tiene. Así tendría mucha más energía —resumió, enredándose en su propia explicación. Le dediqué una genuina mueca de confusión—. También levanta el ánimo...
—Ya entendí, Jiménez. Gracias por el comercial de café —comenté en un intento de broma para que se relajara, pero ser graciosa no era mi fuerte.
—¿Entonces sí quiere uno? —volvió a preguntarme—. Tengo dos manos, puedo traerlo sin problemas.
Me las enseñó como prueba.
Estaba tan acostumbrada a servirlos, que me resultaba extraño alguien quisiera hacerlo por mí. Prefería encargarme por mi cuenta, la costumbre se me arraigaba como una garrapata, sin embargo, Jiménez solo intentaba ser amable y no me atreví a rechazarlo. Eso o quería que olvidara lo del automóvil, pero prefería la primera opción.
—Uno negro estaría bien. —Necesitaba algo amargo para entrar en la realidad. Y si tuviera alcohol mejor—. Muchas gracias, Jiménez.
Este no perdió el tiempo, abandonó la oficina repitiendo las palabras en voz baja como si pudiera olvidarlas y desapareció tras la puerta. Negué divertida ahora que no podía verme. Jiménez era un tipo muy raro, al menos para el ambiente sombrío al que estaba familiarizada.
En casa jamás se escuchaban risas y en el trabajo me esforzaba por ser estrictamente profesional con mis compañeros, por lo que Jiménez, con su actitud vivaracha y parlanchina, desentonaba con el tono de mi rutina.
Estaba aún pensando en él cuando se asomó por la puerta.
—Me olvidé de preguntarle, ¿usted sabe si las cafeteras tienen seguro? —preguntó. Se trataba de una broma porque hace apenas un instante se había marchado. Además, su sonrisa lo delataba.
Entrecerré los ojos, endureciendo la mirada.
—Sí, pero cobramos a quien las dañe —le advertí logrando borrar su gesto divertido—. Así que si sucede no olvide avisarme para poder notificarlo en nóminas.
—Mejor hay que cuidarlas —concluyó obediente antes de cerrar.
Y no sé el porqué, pero sonreí sin quererlo. Tal vez no había sido tan mala idea elegirlo a él.
¡Hola a todos!
Aquí les traigo la segunda parte del capítulo seis. Espero les gustara. En el próximo volvemos con Arturo y su primera semana. No quiero hacer spoilers, pero se va a meter en problemas xD. Muchísimas gracias por leerlo. Los invito a unirse al grupo para más noticias <3. Los quiero mucho.
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