Capítulo 52: Un último salto

AVISO: Hay un aviso importante al final del capítulo ❤. 

Toqué a la puerta. Aguardé un momento antes de que me permitieran el acceso. Mi cuerpo se resistió a empujar la madera en un instinto de supervivencia, conocía que lo que me esperaba del otro lado no sería nada agradable.

«Mientras más rápido mejor», me resigné deseosa de ponerle un punto final.

Observé a Joel concentrado en unos papeles. Permanecí en silencio al costado de la entrada hasta que reparó, por desgracia, en mi presencia. Siendo honesta hubiera preferido quedarme ahí toda la eternidad a cambio que no me notara.

—Tenemos a Miriam Núñez aquí —mencionó haciéndose el sorprendido. Agradecí que esa fuera la última vez que tendría que soportarlo. Mi paciencia no daba para más—. Toma asiento, supongo que vienes a entregar tu renuncia y pedir tu liquidación. Me lo comentó Sebastián.

Asentí ocupando el asiento libre frente a él. Le di un vistazo a su oficina, nada había cambiado desde la última vez que estuve ahí. El escritorio negro, el ordenador, los archiveros y sofás. La única diferencia era que las persianas estaban cerradas, aunque eso se debía a que ya era tarde. En un rato sería de noche, aparecí a esa hora porque sabía que desearía irse cuanto antes. Mi vista terminó en el gerente, retuve un gesto desagradable. Ojalá pudiera borrar esa cara de mi memoria.

—Me sorprendió renunciaras —admitió jugando con su pluma—. Pensé te morirías en esta empresa —intentó bromear. Le regalé una sonrisita forzada que lo hizo entender que no me daba una pizca de gracia—. Los hombres de tu oficina están muy decaídos. Así los dejaste, Miriam —dictó sin esconder la malicia de su comentario.

Torcí la boca para controlarme. «Aguanta cinco minutos más. Solo cinco».

—En cambio, a ti te hizo una gran alegría tenerme fuera —deduje de buen humor—. Se te cumplió el sueño, Joel. Felicidades.

—Oh, Miriam, no digas esas cosas —fingió indignación con una sonrisa cínica—. Tú jamás me has quitado el sueño.

—Ni el tiempo, Joel. ¿Por qué no te dejas de pláticas y me das la hoja que debo firmar? —le exigí harta de su voz, pese a que no llevaba ni diez minutos hablando.

—No sabía que tenías tanta prisa —alegó ofendido mientras revisaba el documento que le cedí.

Todo estaba en orden. Me entregó los documentos antes de recibir mi cheque, revisé punto por punto, no solo para comprobar que no me tendiera una trampa, sino también como excusa para no verlo.

—Mata mi curiosidad, Miriam, ahora como amigos —habló él. No levanté la mirada, seguí concentrada en hacer una bonita firma—, ¿por qué renunciaste?

—Estoy buscando nuevos horizontes —comenté sin darle detalles.

Mi último interés era tener una charla con él. Debió haberle quedado claro desde que llegué a la empresa hace años. Y ahora que no teníamos ninguna relación pensaba dejárselo más claro. Odiaba a Joel, quizás con la misma intensidad que él a mí.

—¿Tu jefe ya no cumplía tus expectativas? ¿O tú las de él? Hablo profesionalmente —aclaró malintencionado—. Es raro que de un día a otro te vayas sin dar explicaciones. ¿Te vas de manera voluntaria o alguien te obligó a irte?

—¿Quién me obligaría?

—Sebastián —contestó burlándose de mi inocencia.

—¿Y por qué me echaría? —curioseé sin adelantar a dónde se dirigía.

—Bueno, Miriam, ya le has servido por muchos años. No te ofendas, eres guapa y en mi opinión estás mejor que nunca, pero quizás busque otra variedad.

Apreté los puños furiosa por su descarada insinuación.

—¿Cómo te atreves? —escupí furiosa.

—No es nada personal —se excusó deprisa—. Tengo mucha experiencia, he trabajado en varios lugares y siempre es lo mismo. Los jefes tienen trabajando a sus amantes y cuando se cansan de ellas las echan. Claro que también está el caso contrario, en el que ellas se fastidian y buscan peces más grandes...

Me levanté de la silla con tanta fuerza que la tiré al suelo. Mi corazón latía deprisa, dolía de la presión y la ira. No podía creer que fuera tan sinvergüenza. 

—No te permito que me hables así —le dije mirándolo directo a los ojos.

—No lo tomes personal, Miriam. No me dirigía a ti específicamente. Era una curiosidad.

—Me equivoqué contigo, Joel —comenté molesta, con la palabras atorándose en mi garganta—. Debí reportarte la primera vez que me molestaste, o todas las veces que amenazaste a otros, no esperar a que llegaras a decirme algo así... Ya no me sucederá. Nunca cometo el error dos veces.

—¿Y qué pretendes hacer? —se burló al verme tan alterada. Negué, era un idiota—. Te recuerdo que ya no trabajas aquí.

—La próxima semana me reuniré con José Luis para agradecerle todos estos años en la empresa, y yo voy a hablarle de ti. Le diré la clase de persona que eres. Lo que todos saben, pero nadie se atreve a decir porque eres su superior —le amenacé. Disfruté como nunca la trasformación lenta de su expresión, de victoria a miedo.

—No lo harás.

—Ya no tengo nada que perder —acepté encogiéndome de hombros—. No te tengo miedo. No voy a dejar que sigas acosando a otras personas, haciéndoles la vida imposible simplemente porque tienes un puesto importante. Alguien tiene que hablar, seré yo. Se te acabó el teatro, Joel. Voy a cerrarte el maldito telón.

—Nadie va a creerte —dijo alzando la voz, para hacerse el seguro, pero el pánico lo delató.

Se había mantenido callado durante años porque sabía la estrecha relación que tenía con los dueños, y pensó que su ataque no tendría consecuencias teniéndome afuera. Se equivocó. 

—Es posible, ya veremos, pero por si las dudas yo que tú iría buscando otro trabajo —le aconsejé.

El corazón seguía taladrándome el pecho, pero no se lo demostré, salí de ahí con mi cheque en mano y llevándome de recuerdo su cara de terror. Por primera vez no tenía la situación bajo su control. Ese control que habían infundado pavor en muchos inocentes porque nadie se había atrevido a hacer la voz. Yo también había dejado pasar muchas oportunidades, pero si algo había aprendido de la vida era que nunca era demasiado tarde.

Observé mi viejo escritorio con un aire de nostalgia. Acaricié con mis dedos la vieja madera, esa que había mantenido repleta de carpetas, hojas y recibos por años. Sonreí con tristeza. Extrañaría aquella habitación donde había pasado los últimos cinco años de mi vida.

Mi mirada recayó involuntariamente en la mesa vacía de Arturo. Hace un buen rato se había marchado a casa. Recordé su primer día, reí al acordarme que no quería dejarlo solo por el temor de que hiciera explotar el computador, nada raro teniendo en cuenta su suerte.

Negué derrotada. Había pasado años en ese lugar y era irónico que los primeros recuerdos que llegaran a mi cabeza fueran donde él aparecía. Unos meses le habían bastado para ser importante. Se había propuesto entrar en mi vida, lo logró con facilidad.

Yo le había entregado la llave.

—Miriam. No te esperaba hoy —me saludó Sebastián cuando fui a molestarlo a su oficina.

—En realidad, solo venía a avisarle que ya me entregaron mi liquidación —le dije desde la puerta, mostrándole el papel.

—Vamos, Miriam, no te quedes ahí —rio Sebastián al verme en el umbral. Quise decirle que debía volverme a casa cuando lo vi abandonar su asiento para abrirme la puerta—. ¿Estás bien? Te ves un poco disgustada.

—No —mentí para no preocuparlo.

No le daría el gusto a Joel de aceptar que había venido corriendo a contarle todo a Sebastián, como si fuera mi protector, una niña que no pudiera defenderse, menos sin el valor de hablarle de todo lo que decían sobre él involucrándolo conmigo. Mantendría ambos temas separados. Sería penoso para los dos. Siempre me dolió que muchos atribuyeran mi posición a una relación amorosa con mi jefe, que la mayoría nunca reconocieran mi trabajo.

Sebastián asintió sin presionarme a darle más información. Se lo agradecí con una sonrisa. Entonces descubrí que estábamos frente a frente y me fui soltando poco a poco de su agarre para calmar los nervios.

—Quería agradecerle por todo. Fue un buen jefe durante este tiempo —comenté, porque ignorando mis sentimientos hacia él, hacer equipo fue sencillo—. Le agradezco de verdad la oportunidad que me dio siendo tan joven.

—No hay vuelta atrás en tu decisión —resolvió con pesar al verme despedirme—. Voy a echarte mucho de menos, Miriam.

—Yo también a usted —le confesé con sinceridad. Dudaba encontrar un superior como él, tan honesto y responsable—. Los finales son un poco tristes, pero le aseguro que unos años tendrá la certeza que fue lo mejor para todos.

—No creo que tenerte lejos sea lo mejor para todos, Miriam.

—Licenciado... Usted puede hacerlo bien. Yo lo conozco. Créalo —le pedí para que no dudara de sí. Todo lo que había logrado era por mérito propio. Seguiría adelante. Confiaba en él, era momento que él lo hiciera.

—Me pregunto dónde estaría sin ti —comentó en voz baja rodeando el escritorio para ver por la ventana. Yo lo pensé un momento.

—Quizás en el mismo lugar o más adelante —respondí con una sonrisa. Él me miró sin entender mi optimismo—. Deje de cuestionarse esas cosas. No tiene sentido pensar en el hubiera.

—Tienes razón —aceptó con una sonrisa—. Gracias por todos estos años, Miriam. Fuiste mi mayor apoyo —comentó sincero. No me debía nada, era mi trabajo, y lo que hice por voluntad propia no buscaba recompensa—. No puedo reconocernos ahora —admitió con una sonrisa.

—¿Tan viejos nos vemos? —bromeé porque para mi desgracia no volvería a ser esa jovencita que se sonrojaba cada que él pronunciaba su nombre.

—No, tú sigues igual de hermosa que el primer día. Miriam, lamento no habértelo dicho en ese momento.

—Hubiera renunciado en ese preciso instante por su atrevimiento —confesé divertida, pese a que sabía no hablaba literalmente. Era mi intento de desviar el tema.

Sebastián negó con una sonrisa antes de caminar por la habitación, yo le seguí con la mirada sin tener idea de los pensamientos que atormentaban su cabeza, ni el tema que tocaría. Hablar con él era un juego de cartas en el que nunca acertaba qué saldría.

—¿Recuerdas la fiesta de hace unos meses?

No la olvidaría.

Esa noche seguía en mi mente con tanta nitidez que podía recrear las escenas completas, la mezcla de emociones que viví, la tristeza y la alegría luchando una batalla a muerte que por primera vez tuvo un ganador.

Me recargué en el borde del escritorio. Fue como viajar en el tiempo. No entendía cómo podía sentirme tan diferente a esa chica. Mi vida había cambiado de manera radical en unas semanas. Era como verme en perspectiva, como si contara la historia otra persona. Una menos fracturada, menos asustada por el futuro.

—Te dije que eras importante para esta empresa —rememoró colocándose a mi lado. Asentí despacio, me habían dolido esas palabras. Bajé la mirada a mis zapatos, tal como en esa ocasión, buscando disimular los sentimientos. La punzada de dolor volvió a mi cabeza. Fue un golpe duro—. No tuve el valor de decirte que también lo eras para mí —se sinceró en voz baja—. Porque siempre lo fuiste, incluso cuando no me daba cuenta. Ya no puedo seguir callado, te quiero, Miriam.

Guardé silencio, reflexionando su declaración, hasta que sus manos me tomaron con cuidado del rostro. Miré sus ojos, esos por los que había perdido el sueño desde el primer día. Los causantes de mis desvelos, protagonistas de los que nunca se cumplirían, de los miles de suspiros que vagaron por esta oficina.

—Voy a hacer lo que debí hacer esa noche —susurró rozando mis labios.

La chica de esa noche hubiera muerto de la emoción, al ver su sueño más dulce cumplirse. Su jefe, el hombre que significó un antes y después en su vida, ese imposible al que nunca renunció, al fin le correspondía. Sin embargo, fui honesta conmigo, ya no era la misma. La mujer de esa tarde no podía vivir del pasado, de las emociones que ya no nacían en ella.

Mis manos lo detuvieron por los hombros. Él lo entendió, sin palabras, con una simple mirada que compartimos. El capítulo que habíamos protagonizado había llegado a su final.

Había una verdad absoluta: Yo hubiera amado a Sebastián con todo mi corazón. Más de lo que una mujer debería querer a un hombre. Le hubiera dado todo lo que una persona puede dar a otra por amor. Si tan solo hubiera dado algún indicio de interés por mí durante esos cinco años. Uno pequeño. Solo necesitaba un detalle sencillo, una sonrisa que levantara mis sospechas, una palabra que mantuviera viva la esperanza. Nunca existieron. Era tarde para un nosotros.

Sebastián seguía siendo el hombre perfecto, cada una de sus palabras eran un poema, era amable, generoso, todo lo que antes quería, por eso lo supe, él no había cambiado, pero en mí no despertaban más que nostalgia.

Buenos sueños que moriría como eso. Habían nacido para no realizarse.

—Esto no va a funcionar —le dije planteado distancia.

—Miriam...

—Yo lo amé mucho. Nunca se hará una idea de cuánto, pero aprendí a vivir sin que usted me correspondiera. Lo acepté —me sinceré arrepintiéndome por herirlo, pero segura de hacer lo correcto—.  Merece a una persona que sueñe con usted, que espere su llamada, que lo quiera por el maravilloso hombre que es en el presente.

Sebastián aguardó un segundo en silencio hasta se atrevió a hablar.

—¿Es por Arturo?

—No... —reconocí con una sonrisa triste. Ojalá hubiera sido tan sencillo, conocer a un hombre y arrancarlo de mi corazón como si nada—. Es por mí, porque llegó el día en que entendí que no podía seguir llorando por alguien que no me quería, que era inútil desvivirme por quien no sentía lo mismo. Descubrí que la vida seguía corriendo afuera mientras yo seguía estancada aquí, esperando. Ya no quería solo imaginar que se sentiría que te amaran. Soñar no era suficiente, necesitaba vivir.

—Miriam, si pudiera volver en el tiempo...

—Pero no es posible —frené ese camino de arrepentimiento. El pasado debía quedarse atrás—. Lo admiro, admiro el hombre que se convirtió y estoy feliz de haber sido testigo de su crecimiento, pero hace falta más que admirar a alguien para seguir a su lado. Amor, eso es lo que merece. Todos lo hacemos. Alguien que lo quiera por lo que es ahora y no por lo que significó, no un romance que se sostiene de recuerdos. La va a encontrar, yo lo sé, por eso no puedo ser tan egoísta de quitarle la oportunidad de hallar a esa mujer —le aseguré, triste por ser el causante de su pena.

Ya lo decían, el que cura tus heridas hoy será el encargado de abrir nuevas mañana.

Era irónico que fueran mis palabras las indicadas para destrozar el corazón que ambicioné tener por años. Sin embargo, no podía mentirnos. Ya no. Prefería dar un golpe certero a un centenar que abriera pequeñas heridas incurables. Sabía lo que dolía que no te correspondieran, pero no se comparaba con que te engañaran con falsos sentimientos.

Sebastián no dijo nada, permaneció pensativo mientras yo me despedía de aquella vieja oficina en la que había vivido la historia de amor más triste de mi vida. En la que me había conformado con un saludo amable para después llorar porque él era feliz con alguien más, esforzándome por ser suficiente, suspirando por un hombre que no me quería como yo.

Tomé un respiro antes de tomar su mano, eso le obligó a levantar la mirada.

—Todo saldrá bien —lo consolé con una sonrisa, con la corazonada que nada duraba para siempre. Ni el dolor, ni la alegría. Se levantaría como siempre lo había hecho—. Será feliz y cuando lo sea recordará mis palabras.

—Espero que tú también lo seas, Miriam —me deseó con sinceridad.

Asentí convencida que alcanzaría lo que buscaba. Quizás no de la manera que tenía en mente, tal vez no cuando quisiera, pero lo lograría. Me había propuesto ser dichosa por primera vez. Convertirme en mi prioridad. Ese era el primer paso para una vida que te pertenece.

Sin más despedidas de por medio decidí alejarme de Sebastián. Él necesitaba tiempo. Esperaba que algún día, cuando todo esto formara parte del pasado, tuviera un buen recuerdo mío porque yo me llevaría el mejor de él.

Di un último vistazo a la empresa que dediqué mi vida, en la que pasé soñando con una realidad que no se cumplió, en las palabras dolorosas de otros que me cambiaron, en las buenas anécdotas que me hicieron crecer. Sonreí orgullosa de cambiar de página. El precio de un comienzo es un amargo adiós. Lo pagaría. Estaba lista para dar el salto.

Un camino se abría ante mí, escribiría mi propia historia sin preocuparme por cuál sería el final. ¿Quién puede tener la certeza de cuál es el mejor o no? Lo único que me consolaba era saber que había escogido el que me haría feliz. 

¡Hola!

Antes del anuncio importante, hay capítulos que siempre me ponen nerviosa, en cada novela hay unos que se resisten a ser publicados. La revelación de Arturo, el beso en el bar y este eran los de El club de los cobardes. Sé que muchas personas apoyaban a Sebastián, no me odien, recuerden que yo les quiero😂😭. A mí también me encantaba el personaje, por eso les pido que se queden hasta el final para saber más de él, porque aún hay cosas que contar. Tengo una sorpresa.

En el próximo capítulo, para cerrar la historia, volvemos a reencontrarnos con personajes importantes. Veremos a Arturo, al club ❤️.

Sí, el próximo sábado llegamos al final de esta novela ❤❤😭. Qué rápido pasa el tiempo, que feliz fui publicando esta historia. Escribirla fue de lo mejor, leer sus comentarios un regalo. El capítulo lo dividí en dos partes, decidí publicar ambas partes el mismo día para que no tuvieran que esperar ❤. Eso sí, les pido dos grandes favores: si les gusta no olviden comentar, me haría tanta ilusión, es el mejor pago que puedo recibir ❤. El segundo, no eliminen la historia porque tiene epílogo y un aviso importante.

¿De qué personajes les gustaría saber más en el epílogo?

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