Capítulo 5: Pudo ser el presidente, Bárbara Mori o Gignac
Detrás de las puertas de cristal se hallaban las oficinas principales. Era un modesto edificio con una pequeña recepción que consistía únicamente en un escritorio y un computador. Le seguía un largo pasillo de puertas a cada costado. No había nadie, estábamos solos.
La mujer me guio hasta la última habitación. Desde que le había revelado la curiosa coincidencia en que nos habíamos visto envueltos había permanecido inexpresiva. Ninguna sonrisa o rastro de molestia. Un robot sin emociones.
Cuando abrió la puerta visualicé la sala de juntas. Una larga mesa de cristal en el centro rodeaba de sillas ejecutivas negras de piel. En una esquina se hallaba un archivero y de la pared colgaba una pantalla.
—Permítame un momento.
Me pegó un susto al romper el silencio. Asentí mientras ocupaba un asiento como ella me lo pidió. Su tono de voz, al igual que sus facciones, no me revelaron si el enfado había disminuido. Aunque era fácil deducir que necesitaría más de cinco minutos para olvidarlo.
La observé buscar unas cosas en los cajones. No podía creer mi mala pata, venir a destrozarle el carro a la reclutadora se trataba de otro nivel. El problema era que estaba empeñado en conseguir el empleo, contra todo riesgo, sobre todo ahora que tenía que sacar el dinero de algún sitio. ¿Tenía que ser justo en este sitio?
Pude chocarle el automóvil al presidente, a Bárbara Mori o Gignac, pero tenía que arruinarle el día justo a ella.
—Licenciado Arturo Ignacio Jiménez Díaz —pronunció mi nombre, distraída, leyéndolo de la hoja que había sacado de unas carpetas. Hace tanto que lo había oído completo que hasta se me olvidaba—. ¿Cómo prefiere que lo llame?
—Arturo —respondí sin pensármelo. Solo mi abuela me llamaba Ignacio. Y mis amigos Nacho, pero para jugarme bromas.
—Estudió... —calló unos segundos buscándolo, pero yo le facilité la tarea.
—Administración de empresas. Hace ya muchos años en la Universidad de Guadalajara. Ocho años.... Ocho. Ahora que lo pienso no son tantos —me contradije. Ella alzó una ceja antes de tomar lugar a la cabeza.
—Ayer me comuniqué con su último jefe para pedir referencias. Dedicó muy buenos comentarios hacia usted.
Ya comenzaba a echarlo de menos. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido.
—Sí, él tenía un negocio cerca de casa. Fue un excelente jefe Don Martinillo... Martino. Martino. Se llamaba Martino. Martinillo era el de la canción. Discúlpeme, una confusión.
—Sí, no se preocupe. Todos cometemos errores —comentó tolerante, pero hizo una anotación con su pluma roja. Lo que estuviera escrito ahí sería mi epifanía—. En nuestra charla casual de hace un momento mencionó que lleva poco en la ciudad. ¿Es la razón por la que renunció a su antiguo empleo?
—Así es, llevo menos de una semana aquí.
—¿Puedo saber el motivo de la mudanza?
«Mi novia me engañó, me abandonó unos días antes de nuestra boda porque estaba embarazada de otro y me convertí en la burla de todos mis conocidos».
—Problemas personales.
Levantó la mirada para analizarme. No quedó satisfecha, esperaba fuera más preciso. Al evitarla lo único que logré fue incentivar su curiosidad. «¿Dónde está el botón de paso a la siguiente pregunta?»
—No fue por nada malo. No crea que le debía dinero a alguien y salí huyendo —la tranquilicé porque asumí esa era su preocupación.
—¿Eso fue un chiste?
—Un intento muy malo —reconocí abochornado.
—Licenciado Jiménez, le comparto un consejo de mi padre, me dijo que cuando no somos buenos para algo lo mejor sería abandonarlo y evitar perder el tiempo.
—Qué curioso, mi madre me enseñó justo lo contrario —rememoré sin deseos de hacerla enfadar—. Siempre repitió que cuando algo no se me diera siguiera intentándolo sin rendirme hasta lograrlo.
—¿Aplicó eso en el caso de conducir?
Reí por si se trataba de una broma, esperaba que sí, para ganarme su simpatía. Pronto descubrí hablaba en serio. Ajusté los botones de las mangas para ocuparme en algo.
—Eso ha sido un accidente, se me había hecho tarde.
—Bueno, estaba a punto de pedirle que me hablara de sus cualidades. Daré por hecho que la puntualidad no es una —masculló cruzando las piernas.
—Pero tengo otras... Por ejemplo... Siempre cumplo con mis obligaciones, sobre todo monetarias. Puede revisar mi buró está todo en orden. Soy un hombre que paga sus deudas.
Por primera vez lució complacida con mis palabras.
—También me adapto bien a trabajar en equipo. Y soy muy competitivo, siempre estoy intentando superarme —le confesé recordando el porqué mi nombre encabezaba la lista en la maquinita de la esquina.
—Y sobre los defectos...
—Soy algo distraído —admití con honestidad, las explicaciones sobraban—. Y suelo bromear en momento no adecuados.
—Júremelo —fingió sorpresa. Tosí para aclarar mi garganta. Sentí que estaba en medio de una prueba donde el puntaje estaba dado desde el inicio—. Cuénteme, ¿siempre es así o solo cuando está nervioso?
—Un poco de ambas. Me gustaría decir que estoy despistado por lo de esta mañana, pero de nada serviría mentirle si nos convertiremos en compañeros y terminará conociéndome.
—Da por hecho que le daré el empleo.
—No, no, no. Claro que no.... ¿O sí?
—¿Licenciado, usted contrataría a una persona que propició un accidente en su área laboral y no puede hacerse responsable de él? ¿Le parece que de hacerlo estaría tomando una buena decisión?
—Sí... —Ella se mostró incrédula ante mi atrevimiento. Aspiré hondo llenándome de valor. Era ahora o nunca—. Sé que no lo ve así, pero a usted le conviene contratarme.
—¿A mí? —Abrió los ojos sin creerse lo que estaba soltando. Asentí sacando coraje de no sé dónde. Ella rio sin ganas, negándose a mi argumento.
—Lo digo de verdad. Tengo un punto, si me da chance de explicarle...
—Claro. Sorpréndame —me animó.
—Le seré franco, tanto como puedo serlo, no tengo con qué pagarle en este momento. Acabo de llegar, estoy desempleado y esta sería mi única fuente de ingresos. Vine con el objetivo de hacerme del puesto más por necesidad que por gusto. Puede llamar a tránsito, pero lo único que logrará es que se lleven el auto al corralón, no podrán sacarme dinero. No se puede sacar algo de donde no hay nada. Señorita...
—Miriam.
—...Miriam. No recuperará, ni arreglará su problema. En cambio, si usted me da una oportunidad puede rebajarlo directamente de mi salario. Se asegurará de que cumpla con los pagos a la fecha. Es un ganar-ganar.
—Será empatar a cero porque primero perdimos por su culpa.
—Bueno, cero es mejor que menos diez, ¿no?
—Qué buen negociante —me halagó sarcástica—. ¿Quién me asegura que no se presentará otra situación similar? ¿Qué si después daña el microondas?
—¿Aquí tienen microondas? —pregunté contento. Otro gasto menos, en mi antiguo empleo tenía que pagar a una tienda para que me lo prestaran. Ella resopló cansada—. Le pido me considera, independientemente del accidente, puedo desempeñar el cargo sin problemas. Tengo experiencia y los conocimientos que pidieron.
Debí hacerla dudar porque su mirada se suavizó.
—Dígame una cosa, ¿cuál es la meta de su vida?
—Por ahora pagar una defensa. La suya, claro está.
—¿Le ha estrellado la defensa a algún otro reclutador? —cuestionó con genuina curiosidad.
—No, usted es la primera —respondí enseguida.
—¿Debo sentirme especial?
—No, claro que no. Por mí saliendo de aquí iba y le rompía el automóvil a otra persona para que no crea que es algo personal.
Ella se levantó ofendida. Pensé que me golpearía, pero me salvó la campana. La puerta se abrió sin avisar por donde se asomó un hombre joven con una sonrisa apenada.
—Lo siento, pensé que estaba sola.
—Estaba por terminar. En cinco minutos lo atenderé.
«¿Cinco minutos? ¡Gracias extraño! Si no fuera porque necesitaba ese salario él podía ser un excelente suplente».
—Creo que no es el lugar, ni el momento, para hablar sobre la reparación. Voy retrasada —me avisó invitándome a seguirla a la salida. Suspiré aliviado cuidando no me escuchara—, pero estos días me comunicaré con usted y nos ponemos de acuerdo.
—Sí...
—No se preocupe, tengo todos sus datos —me recordó señalando el currículum. «Qué conveniente»—. Y no trate de hacerse el listo ignorando mis correos o llamadas, porque soy capaz de buscarlo abajo de cada piedra hasta dar con usted.
—¿Es una amenaza?
—¿Qué?
—Nada, es solo que siempre quise que alguien me respondiera "no, solo una advertencia" —le platiqué más en confianza. Ella me miró con pena. Debió pensar que estaba loco. «¿Cómo debatía eso?»—. Es que a mi mamá le gustan mucho las telenovelas, supongo que algunas frases típicas se me han pegado —intenté explicarle, pero mientras más hablaba más me hundía.
—Licenciado Jiménez —me calló para mi fortuna—, nosotros le llamamos.
«Nosotros le llamamos es la forma más educada de dar a entender: olvídate del camino de regreso».
Pasé el resto del sábado revisando la página de empleos, refrescándola cada diez segundos para ser el primero en mostrar mi interés en cualquier vacante. Me sentía derrotado, hastiado y cansado de los obstáculos. Era el antagonista de mi historia.
—Me sorprendió que te recibiera. Después de lo que pasó en la mañana pensé se molestaría. Parecía tan histérica.
Mamá había llegado pasada de las tres de la tarde, cargando una cesta de pan y detalles de la inauguración. Al menos saber que fue un éxito me ayudó a sobrellevar mi mala actitud.
—Sí, fue muy profesional —acepté. Le había mentido a mamá con el objetivo de no preocuparla. Para ella todo había sido un trato ejemplar, dos adultos sin rencores—. Y creo que en la entrevista me recuperé de la primera mala impresión.
Mamá me sonrió orgullosa.
Yo me odié. Había sido un completo fiasco, cuando repasé todas las idioteces que solté en pleno cuestionario quería golpearme contra el comedor. «¿En serio me alegré por la mención del microondas?»
Y para empeorar no podía cerrar el capítulo y engañarme fingiendo que nada había ocurrido. Tenía más problemas que al inicio. Me propuse ocupar la noche colgando anuncios sobre mi casa en renta en Guadalajara. Necesitaba se ocupara cuanto antes para usar la primera mensualidad en mi nueva desgracia. Pero conociéndome seguro ya la había ocupado un fantasma y todo mundo se resistiría a visitarla. No tenía problemas con el tema de los espectros si al menos pagaran.
Aparenté atención a la extensa charla de mamá sobre los problemas de mi tía para cortar el listón, la pelea con no sé qué cliente y el baile de mi primo que a ese paso ya debía ser viral en internet, mientras me encargaba de postularme para auxiliar general de un supermercado.
Señalaban que era urgente, «igual que mi situación».
Cuando revisé mi correo para comprobar que todos los datos se enviaron en orden me topé con un nuevo mensaje en la bandeja.
Un nuevo mensaje de la empresa que acababa de visitar.
No resistí ni un par de segundos antes de abrirlo. Lo leí tan rápido que apenas entendí la mitad.
Licenciado Arturo Jiménez.
Me comunico por este medio para pedirle se presente a las ocho de la mañana el lunes.
Sonreí, pero después me arrepentí de mi optimismo. «¿Sería una treta para que me atrapara la policía o exigirme el pago?»
Después de un largo análisis fue seleccionado como el candidato adecuado para cubrir la vacante en el departamento de compras. Nos gustaría aceptara nuestro ofrecimiento. Si le interesa le agradecería respondiera este correo con una afirmativa y se presentara conmigo en el horario que le he indicado. En caso de no encontrarme, el gerente de recursos humanos Joel Márquez lo atenderá. Él le dará las instrucciones a seguir. Adjunto a este correo la documentación y otros datos importantes que debe leer antes de presentarse.
Bienvenido a nuestro equipo de trabajo.
P. D. No haga que me arrepientan de esta decisión.
Y juro que en ese momento me propuse que no lo haría, pero la vida me tenía preparadas muchas sorpresas para una promesa que había hecho a la ligera.
¡Hola! Muchísimas gracias por leerla. Espero les gustara el capítulo ❤️.
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