Capítulo 45: Cuando el sueño se hace realidad

Segundo capítulo del día ❤️.

Yo no quería una vida tranquila, eso era pedir demasiado, me conformaba con un día. Un día.

—Buenas noches, Miriam —habló ante mi silencio. Yo estaba congelada, ahogándome entre mis dudas—. Sé que no son horas para...

—¿Cómo dio con mi departamento? —pregunté directa.

No quería ser grosera, pero yo no le había brindado ese dato.

—Fui a buscarte a tu casa y tu madre me la facilitó —me contó.

Debí suponerlo. «Gracias, mamá», me quejé porque había sido clara al pedirle que me guardara el secreto. No entendía la razón para que lo soltara a la primera. Debí hacer una mueca desagradable porque Sebastián agregó deprisa:

—Entiendo que no quieras verme. No es momento para...

—No, no, no. Es que no esperaba visitas. Fue la sorpresa —me excusé por cortesía. Tampoco quería ser mal educada, Sebastián no tenía la culpa de mi mal humor. Él asintió y ahí se me acabaron las ideas de continuar la conversación.

Supuse que tampoco podía charlar con él en el pasillo y debía invitarlo a pasar, pero entonces recordé las palabras de papá que me advertían los peligros de permitirle el acceso a desconocidos a la casa. Claro que Sebastián no era un extraño, jamás me había faltado el respeto, así que me hice un costado para que entrara.

—Pase, no se quede ahí.

Sebastián dudó un segundo antes de acceder a mi petición. Cerré la puerta con cuidado, después recargué mi frente contra la madera al recordar que no tenía nada que ofrecerle. Ese día había existido simplemente para notar lo idiota que podía ser.

—Sé que es tarde para un café, pero es lo único que tengo en la alacena —confesé con sinceridad. Primer fracaso de independizarte, olvidarte de hacer el supermercado.

—Miriam, no he venido a darte molestias. En realidad solo pasaba para preguntar por tu estado.

—¿Mi estado?

—Me informaron que te sentías mal esta mañana.

—Oh, mi estado —recordé divertida porque aquello fue un invento de última hora. Acomodé mi cabello nerviosa—. Ya mejor.

—También me comentaron que pediste vacaciones de última hora.

—Vaya... Pues sí. Tengo unos pequeños problemas —reconocí, sin entrar en detalles—, pero le dije a Joel que puede llamarme a la hora que necesite para cualquier problema o aclaración...

—¿Puedo ayudarte en algo? —me interrumpió.

—No... Creo que no —respondí despacio porque sabía que sus intenciones eran buenas, aunque siendo honesta tampoco de utilidad—. Es algo que debo arreglar por mí misma. Gracias de igual manera por su ofrecimiento.

Sebastián debió notar la incomodidad que me provocaba hablar del tema porque se limitó a asentir sin hacerme un interrogatorio. Le agradecí su prudencia porque él era el menos indicado para pedirle consejos sobre el enrollo en el que me había metido, aunque todo había iniciado indirectamente por su culpa.

—Tu departamento es muy sofisticado —lo halagó dándole un vistazo. Sí, me había esmerado en la decoración aunque lo demás estuviera vacío. Esperaba algún día llenar los huecos en blanco—. Me sorprendió mucho cuando tu madre me dijo que te habías mudado. Eres discreta.

—Fue apenas hace unos días —le expliqué para no darle la razón, aunque sí había llevado el asunto con bastante secretismo. Así si fallaba pocos podían juzgarme—. Era momento de cambiar de aire, aunque no sé cómo terminará todo.

—Lo harás bien, Miriam —me aseguró con una sonrisa—. Apostaría por ti con los ojos cerrados.

Un error grave, ni siquiera yo me fiaba de mí misma.

—Te confieso que después de cinco años trabajando juntos de lunes a viernes me pesó no encontrarte en la oficina. Me haces mucha falta.

¿Qué le decía? ¿Qué debería acostumbrarse, empezar a buscar un remplazo porque pensaba renunciar?

—No soy indispensable, licenciado. Estoy segura de que se las arreglará perfectamente sin mí.

—Sí, nadie lo somos —aceptó, meditándolo. Me agradó que me diera la razón—. Tienes razón. Nadie morirá si alguien se va, eso no quita que pueda haber miles de personas que llenen un lugar, pero te pese la ausencia de una.

—Le hago el trabajo sencillo —argumenté para que no le buscara más peros.

Sebastián guardó silencio un segundo que me pareció eterno.

—No estoy hablando de trabajo ya, Miriam —me dijo—. Sino de ti y de mí, como hombre y mujer. Me refiero a lo mucho que te he extraño cuando no te veo, lo imposible que me está resultando tenerte lejos.

Sebastián aguardó una respuesta. Yo no supe ni qué día era. Abrí la boca solo para balbucear.

—Bien... —recuperé el sentido poco a poco—. Quizás es hora de un café, con mucha azúcar para recomponerse del...

—No, no te vayas —me detuvo del brazo en mi escape—. Escúchame, Miriam. Prometo que aceptaré tu rechazo cuando termine. He intentado respetar tu relación con Jiménez. —Fruncí el ceño al escuchar su nombre—. Juro que me repito que debo reconocer que te perdí por mis estupideces, pero está resultando tan difícil. Porque cada que llego a la oficina lo único que quiero es verte, porque busco excusas tontas para estar cerca de ti.

—Para empezar no tengo nada con Jiménez —aclaré molesta al recordarlo. Me solté ofendida. A ese punto ni amigos éramos—.  Segundo, usted debió ponerse una borrachera brutal antes de venir aquí —lo frené. El aire comenzaba a volverse pesado—. Mañana se arrepentirá de todo esto.

—Te aseguro que me he arrepentido de muchas cosas, pero este no se sumará a la lista. Nunca he sido más honesto. Te quiero, Miriam. —Escucharlo en su voz era tan irreal—. Te quiero a sabiendas que no debería hacerlo porque no te merezco. Cometí muchos errores contigo, y no pretendo que los olvides, que finjamos que no fallé, porque no quiero engañarnos. Sé que no soy un hombre perfecto, pero lo que siento por ti es real —se confesó.

Mi corazón latía tan deprisa que pensé que lo escupiría por la garganta. Sebastián quiso acariciar mi mejilla, pero retrocedí.

Necesitaba un respiro, era demasiada información para un minuto. Me alejé de él para buscar asiento en el sofá, si no me sentaba las piernas que me temblaban me harían acabar en el suelo. Me cubrí la cabeza con las manos. No sabía ni siquiera qué sentir. Había soñado cinco años por este momento, cinco años. Que Sebastián me correspondiera había sido mi ilusión desde que entré a la empresa, pero siempre fue una fantasía lejana que jamás me preocupé por preparar un guión en caso se volviera realidad. Creía que era más posible que nos visitaran los extraterrestres.

—Yo sé que no merezco que me des una oportunidad después de haber tardado tanto en darme cuenta lo importante que eras para mí, pero tienes que entenderme —habló desde su sitio. «¿Y quién me entendía a mí?», me quejé en silencio. Sebastián se acercó, pensé que se sentaría a mi lado, pero se puso de cuclillas frente a mí—. Cuando nos conocimos yo intentaba de levantar una empresa que parecía no tener futuro, intentaba ser un profesional, no mezclar mi vida con mi trabajo porque sabía que se me saldría de las manos. Después, mi relación con Sarahí. Sé que me equivoqué respecto a ella, pero en su momento yo no tenía ojos más que para ella.

—Eso es lo que pasa, licenciado —me atreví a decirle. Me impulsé a adelante para que me viera a los ojos—. Yo jamás figuré en su lista. Se abraza a mí porque soy su salvación ahora que lo que creía definitivo se marchó. Si hubiera sentido algo por lo hubiera notado mucho antes. El amor no nace de la noche a la mañana. Está confundido. Yo sé lo que le digo.

—Miriam, por qué te niegas a creerme.

—¿Por qué? —le respondí, levantándome. A él le sorprende que esta vez sea la que eleva la voz. Mis labios temblaron—. ¿En serio se pregunta por qué? ¿A mí que pasé cinco años aguantando su indiferencia porque siempre tuvo algo en primer lugar? No tiene idea de las veces que tuve que morderme la lengua para no ponerme a llorar. Ni todo el tiempo que me desviví esperando se diera cuenta de que lo quería. Usted no aguantó las burlas de todos porque sabían que jamás dejaría de ser la idiota que lo adoraba. Jamás se ha conformado con querer a alguien de lejos. ¿Por qué? Ahí está su por qué. ¿Duele? ¡Para que vea cómo se siente! Mejor pregúntese cuál fue el milagro que le hizo cambiar su opinión de mí porque la que no entiende nada aquí soy yo —exploté, presa de las emociones del momento.

Me dejé caer cansada en mi asiento cuando medité mi arranque. Sebastián me observó en silencio. Evadí su mirada para no enfrentarme a su juicio. A estas alturas del partido me importaba un bledo lo que los demás pensaran de mí. 

—No fue un milagro, Miriam —susurró. Quise bloquear mis oídos para no escucharlo. Sebastián guardó silencio un momento antes de caminar por la sala, sin verme a la cara. Yo lo seguí sin comprender qué pretendía—. Sabes, un día tienes todo lo que crees necesitar. Un trabajo, un negocio estable, un sueño a futuro, una prometida —comenzó distraído—. Y al día siguiente no hay nada, descubres que todo fue una ilusión. Te das cuenta de que realmente sigues estancado, que a la vista de otros no eres nada, que no eres suficiente ni siquiera para los que quieres. Entonces empiezas a dudar de ti y quieres ser lo que otros necesitan, te esfuerzas por cumplir sus expectativas, pero rebasan tus fuerzas. No puedes, simplemente no.

Entendía ese sentimiento.

—Te rindes, no importa cuanto lo intentes, aceptas que no lo lograrás. Que no puedes renunciar a ti por más que lo deseas. Y todo el mundo parece ponerse un poco oscuro —me contó una risa nostálgica—, y no sabes qué hacer. Estás solo, completamente solo. O eso crees. Realmente tienes una venda en los ojos. Comienzas a caminar a ciegas hasta que hallas una mano. Te guía a la salida. Crees que se trata de un milagro —repitió mis palabras. Esquivé sus ojos—. Pero no, siempre estuvo ahí. Buscaba en muchas partes lo que siempre he tenido enfrente. Es cuando notas que mientras te hacías pedazos por transformarte en la versión que otros te pides hay quien te acepta con todas esas fallas que tú odias de ti mismo. Miriam, no fue la mujer que creí convertiría en mi esposa la que estuvo conmigo cuando no sabía ni quién demonios era, fuiste tú. ¿Cómo esperas que no te quiera? A ti, que no te has cansado de repetirme que crees en mí cuando ni siquiera yo lo hago, que me has querido por lo que soy, que has celebrada cada paso sin exigirme. Y no —me frenó cuando estuve a punto de replicar. Muy oportuno porque no encontré fuerzas para pronunciar las palabras—. No es lo que haces por mí, sino lo que eres. Paciente, dulce, leal, comprensiva.

En verdad quería ser dura, convencerme que no era posible, pero me la estaba poniendo muy difícil. No supe qué hacer. Sentía que cualquier cosa que dijera sería un error. Me equivocaría porque no estaba preparada.

—Necesito pensar —respondí en un suspiro, agobiada, sintiéndome incapaz de tomar una decisión—. Será mejor que se vaya. Ya es tarde.

No quería echarlo, pero necesitaba de la soledad para reflexionar. Sebastián asintió despacio, sin hacer más preguntas. Abandoné mi asiento para guiarlo a la puerta. El silencio solo se rompió por el sonido de mis pasos que resonaban en el pasillo. Estaba tan tensa que ni una semana de spa me libraría de tanto estrés. 

—Miriam...

Escuché que me llamó. Me giré para oír lo que tuviera qué decir, con pesar al suponer que sería tan demoledora como la anterior y que me costaría recomponerme. Al menos esa era mi idea, pero me equivoqué. Otra vez.

Sebastián no habló, pero sí derribó todos mis cimientos con la misma fuerza en un simple movimiento. Cuando sus labios buscaron los míos. Abrí los ojos alarmada. No me moví, ni siquiera lo toqué, quedé con las manos en alto mientras procesaba lo que sucedía. Sebastián redujo el espacio entre nosotros abrazándome contra su pecho. Me dejé envolver por el familiar aroma de su colonia y el desconocido ritmo de sus labios sobre los míos. Apoyé mis dedos para empujarlo, pero olvidé mi plan cuando mi boca se perdió en aquella caricia tímida. Bajé la guardia. Cerré los ojos poco a poco, bloqueando lo que sucedía a mi alrededor. Un segundo volví a ser aquella chiquilla de veinte años que había soñado tantas noches con este momento. Algo dentro de mí se estremeció al descubrir al fin su sabor en ese suave beso que aceleró mi corazón. Pero aquel cuento no había nacido para durar, fui yo quien lo mató cuando reaccioné.

Retrocedí un paso, soltándome, siguiendo a la cordura.

—Miriam...

—Tiene que irse —repetí en automático, retomando el camino con más prisa. El mundo giraba a un ritmo vertiginoso, me costó hallar la puerta. Mi mano vibró sobre la perilla.

—Al menos piénsalo, Miriam —me pidió antes de irse, de pie en el pasillo. El sentimiento en su voz no me ayudó a sentirme mejor.

—Lo haré —le declaré, pero demasiado distraída para que me creyera. Sebastián se decidió a marcharse, pero lo detuve a última hora. Él se mostró interesado, pero se decepcionaría—. Una cosa, le recomiendo tome la avenida —mencioné—, es más segura. El resto de las calles están oscuras y suelen asaltar. Eso sí, vaya con calma y cuidado porque la mayoría de las personas van a alta velocidad a esa hora —le sugerí.

—Gracias por el consejo —dijo a la par de una sonrisa—. Buenas noches, Miriam —se despidió—. Descansa.

Asentí atontada viéndolo marcharse. Solté un pesado respiro cuando su figura se perdió en el elevador. Me recargué en la puerta cansada.

Ahora qué demonios haría.

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