Capítulo 42: Te quiero
Hay un momento después de todos los besos robados donde la razón te domina. Te retractas, sueltas una disculpa o inventas alguna excusa. Juro que esa era mi intención, que imaginé, aunque no con mucho detalle, la tres opciones.
Sin embargo, me olvidé del protocolo entre sus labios que encajaban tan bien con los míos. Había olvidado aquella sensación de calidez que se aviva en el pecho, ese cosquilleo en el estómago con tal bravura que me hizo sonreír en su boca. Mi cerebro se apagó dejándose guiar por mi corazón.
Y lo hizo hasta que me separé un segundo para recuperar el aliento y pronuncié en un suspiro su nombre.
Entonces me di cuenta de lo que sucedía.
El alcohol se me bajó de golpe al percatarse que no se trataba de un sueño. Abrí los ojos volviendo a la realidad. Las luces brillando sobre nuestras cabezas, la gente bailando alrededor, su rostro tan cerca del mío. Aquellos ojos que conocía a la perfección.
Arturo.
—Estuvo bien —hablé divertida dándole un golpecito en el pecho. «Más que bien», reconocí ante la mirada extrañada de Arturo que no entendía mi cambio. Eso jamás lo hubiera dicho yo, él lo sabía—. Ahora vamos a bailar... —improvisé.
—Miriam, tenemos que hablar —me detuvo del brazo cuando me levanté.
Los nervios me invadieron. «¿Qué le diría decirle? Te vi, me gustaste, te besé y ya». Que no estaba pensando aunque sí que lo hacía. Era solo que todo me daba demasiadas vueltas, me sentía tan lejos de mí misma, como para hacerle frente a un tema tan importante. Necesitaba un minuto.
—Después de esta canción —me inventé escapando de su presencia.
En medio de una huida choqué con una chica que tarareaba una canción y que no vi en la oscuridad porque vestía de ropa negra. Quise disculparme, pero Arturo me alcanzó en un par de pasos.
—¡Lucrecia! —tiré un nombre al azar buscando confundirlo. Ella me miró asustada a través de sus ojos marrones.
—Lucía —me corrigió.
—Estuvo cerca, a nada de acertar —susurré para mí. Arturo pasó la mirada de una a otra sin comprender qué planeaba—. Cuanto tiempo sin verte. ¿Desde la primaria? —probé, aunque después me eché para atrás porque no era creíble—. Te presento a Arturo —solté. Él dudó antes de darle la mano porque no sabía si mentía. La chica inocentemente la aceptó, más por curiosidad—. Deberían charlar un minuto mientras yo me encargo de un tema importante.
—¿Nos conocemos? —se atrevió a preguntar la chica, pero antes de responder Tía Rosy que pasaba por ahí se unió a nosotros. «Por Dios, lo único que me faltaba», me lamenté.
—¿Qué onda muchachitos? —nos saludó con algunas copas de más, colocando su brazo sobre el hombro de Arturo.
—Le presentaba una amiga de la escuela—dije para no entrar en detalles. La chica sonrió divertida—, pero...
—¿Ella es tu amiga? —preguntó dándole un vistazo—. Noo.
—Sí. En realidad....
—Nooo.
—Sí —repetí.
—Noooooo. Tú estás más grande, ¿no? —cuestionó. Admitía que sí, además que la muchacha tenía un aire inocente que le restaba algunos años—. ¿Cuántos años tienes? —cuestionó. Quise cubrirle la boca por andar en un tema peligroso, pero antes de eso soltó—: ¿Unos treinta?
Abrí la boca ofendida, balbuceé sin saber qué decir a tal acusación. Pudo decirme muchas cosas, excepto aquello. Escuché a Arturo reí por mi reacción, pero a mí no me dio ni una pizca de gracia así que le dediqué una mirada de desaprobación.
—Tía Rosy —hablé, sin esconder la malicia—. Creo que Arturo quiere bailar —mencioné. Ahora la que reía era yo cuando me había caído del cielo la excusa. Él quiso negarse, pero ella no lo oyó.
Sonreí antes de esquivar a Tía Rosy que bailaba ocupando casi toda la pista, para esconderme en el baño como una niña asustada.
Vi a un par de chicas charlando. Yo me sostuve del borde del lavabo para mirarme en el espejo. Observé mis ojos abiertos, mi boca temblorosa.
—Me besé con Arturo. Me besé con Arturo —murmuré sin poder creerlo. Una sonrisa se pintó en el cristal, una que fue creciendo—. ¡Me besé con Arturo! —reí, ignorando el rostro de las otras muchachas que no entendían mi ataque de locura.
Yo tampoco lo comprendía. Recargué mi espalda contra la pared, suspiré llevando ambas manos a mi pecho para sentir mi corazón acelerado. Cerré los ojos recordándolo. Travieso corazón que me había traicionado de último momento y ahora gozaba su metedura de pata.
—Miriam, ¿estás bien?
Grité asustada al escuchar a alguien llamarme. El baño estaba vacío con excepción de la pelirroja que había ingresado detrás de mí. Observé a Alba examinándome como si estuviera loca mientras yo recuperaba el aire.
—Sí, sí, estoy muy bien —susurré.
—Se nota. Estás pálida —indicó. Lo comprobé en el espejo—. Además, entraste corriendo al baño como si te estuviera persiguiendo un asaltante.
Asentí, agradeciendo su preocupación. Alba no insistió para sacarme la verdad. Le di un vistazo, estaba seria, más concentrada lavándose las manos que en mí. Parecía confiable. Ella no se andaría con palabrerías, diría las cosas sin tapujos, tal como las necesitaba.
—Besé a Arturo —escupí de golpe, en búsqueda de un consejo. Alba permaneció con la misma expresión aunque una sonrisita discreta apareció.
—¿Quieres que te felicite? ¿O buscas contarme qué tal estuvo? Porque te adelanto no soy fanática de los detalles —se burló de mi lío.
Guardé silencio meditando qué intentaba contándoselo.
—Creo que estoy enamorada de él —me confesé en voz baja.
—No... Júralo —dramatizó de buen humor. Alcé una ceja—. Por Dios, eras la única que no se daba cuenta.
—Qué vergüenza —me lamenté. Arturo debió notarlo desde hace tiempo. Y había confirmado sus sospechas al ser yo quien diera el primer paso—. ¿Qué debería hacer?
—¿Ya te confesó sus sentimientos? —curioseó, distraída, acomodándose la chaqueta de mezclilla.
—No...
—¿Y por qué no se lo dices tú? —soltó despreocupada.
—Estás loca. ¡No! —aseveré. En mi casa siempre decían que una mujer nunca debería dar el primer paso. Claro que yo había ignorado aquella regla hace un momento, y por lo que tenía en mente seguiría haciéndolo—. ¿Qué si me rechaza?
—Por favor, Arturo está loco por ti. Dejen de hacerse tontos. Da igual quién se diga primero sus verdades —respondió, encogiéndose de hombros.
Loco por mí.
La idea me produjo un cosquilleo en el estómago. Era la primera vez que algo así me sucedía. Era tan irreal que el miedo me bloqueaba los sentidos. Mi lado romántico, ese que escondía en mi interior, odiaba la idea de confesarle lo que sentía así, medio borracha, aquí. Tenía las emociones al flor de piel, soltaría un montón de incoherencias y secretos mientras me echaba a llorar.
—¿Sabes si Álvaro está disponible? —le pregunté, tomando una decisión.
Alba le sonrió a su reflejo.
—Está en plan de conquista, pero estoy seguro de que estará esperando alguien acuda a rescatarlo —se burló de él—. La idea fue mía.
—¿Por qué? —curioseé.
—Mera diversión —contestó indiferente—. Además, me pone de malas ver a personas lloriqueando solo porque sus tontas relaciones que idealizaron fueron un fracaso.
Intenté no sentirme afectada por la descripción. Negándome a avanzar porque en el pasado las cosas no me habían resultado.
Seguía a Alba en el mar de gente que había en el centro, mirando de un lado a otro. Tía Rosy tenía razón, la fiesta apenas comenzaba.
Di con Álvaro que estaba hablando con una bonita rubia de ojos claros brillantes. Ella parecía interesada, él educado. Los comprendí un poco a los dos. La muchacha se había dejado eclipsar por el ingeniero, después de todo nadie podía negar era un hombre atractivo. Él, en cambio, como de costumbre solo le había dado la razón a alguien más.
—Álvaro...
—Alba —pronunció su nombre con tal ánimo que era evidente que agradecía su salvación. Sonrió al vernos sacarlo del fracaso que él estaba digiriendo.
—Oh, no sabía que tenías novia —agregó la chica desilusionada estudiando a Alba.
Eso fue como soltarle un insulto, de los peores. Ella torció la boca y golpeó la mesa con el puño, ofendida.
—¡Él no es mi novio! —se defendió. Yo apreté los labios para no reír por su reacción—. Álvaro —se dirigió a él, molesta—, Miriam quiere irse a casa.
—Yo las llevo de vuelta —propuso, diciendo justo lo que deseaba.
Álvaro se disculpó de su bella acompañante que le dio su número. Tal parecía que no había notado que no llegarían lejos, quizás se había perdido en su imagen sin importarle lo que hablaban. Aunque tampoco era que él fuera de muchas palabras.
—Es un miedoso de lo peor —escupió Alba a mi lado, camino a la salida, retomando la conversación. El enojo se le estaba bajando porque negó divertida—. Los dos lo son. Dándoles vueltas a tonterías el vez de tomar el toro por las cuernos.
—El club de los cobardes, Alba. ¿Esperabas fuéramos unos valientes con ese nombre? —alegó Álvaro ganándose un punto. Yo aplaudí su defensa, nuestra defensa—. Además, nunca he dicho que sea osado. No he engañado a nadie.
—Sí, supongo que al menos es honesto.
—Espera Alba, ¿estás usando la palabra honesto para describirme? —la frenó haciendo burla, percatándose de su contradicción, siendo él quien le llevaba ventaja.
—Tampoco se emocione. Y sin tocar —le recordó dando un paso atrás cuando él casi rozó su brazo. Él se disculpó y ella asintió desconfiada. Siempre me había causado curiosidad esa regla y su severidad para cumplirla—. Además, no presuma que le conozco varios secretos —comentó, dándome una ojeada discreta.
Quise preguntarle a qué se refería, pero perdí el hilo al sentir un cuerpo estrellarse contra el mío.
—Perdón, perdón, perdón —se disculpó—. Solo quería saber a dónde iban —agregó Pao abanicándose por el calor.
—Nos largamos de aquí a casa —resolvió Alba.
—¿Puedo irme con ustedes, por favor? —pidió en una súplica. Álvaro aceptó—. Gracias, gracias. ¿Quieren que les avise a los demás?
—¡No! —me adelanté. Pao me miró asustada—. Es que Tía Rosy y Emiliano se la están pasando en grande —dije. No mentía. La gente los amaba—. Y Arturo tiene que llevarlos a ellos así que tampoco puede marcharse.
Mi argumento la convenció pese a la sonrisa indiscreta de Alba que nos pidió que nos moviéramos rápido porque necesitaba volver a casa temprano.
Me abracé a mí misma cuando salimos del recinto. «El cambio de clima traerá problemas a más de uno», reconocí siguiendo a Álvaro hasta su vehículo. Mañana temprano vendría a recoger el mío. Agradecí que esa noche dormiría en mi departamento porque a mamá no le haría nada de gracia que llegara con alcohol encima.
Pao se sentó a mi lado en los asientos traseros mientras Alba ocupó el de copiloto. Debo reconocer que Álvaro nos tuvo mucha paciencia porque el camino se tornó largo, nada agradable y no hizo ni una queja. Fue incluso, lo más amable y servicial que alguien puede ser.
—Tía Rosy nos odiará porque ansiaba subirse a su vehículo —dijo Alba poniéndose el cinturón.
Álvaro bendijo su suerte.
Me hubiera gustado charlar con él para no convertir su automóvil en un taxi, pero estaba demasiado cansada para esforzarme en llevar una conversación decente. Pao a mi lado cabeceaba, a nada de quedarse dormida. La envidié, me hubiera encantado desconectarme del mundo, pero me era tan difícil ahora que Arturo no quería salir de mi cabeza.
Pensé en todo lo que habíamos vivido, pero más en los sentimientos que despertó su cercanía. Había pasado cinco años convencida de no tener ojos para alguien más que mi amor imposible, conformándome con ser un segundo lugar. El consuelo. El camino que no tiene riesgos.
«Entonces llegó él».
Recargué mi frente en el cristal perdiéndome en las calles iluminadas de la ciudad. Alba tenía razón, estaba enamorada de él desde hace tiempo. Fue mi corazón quien no resistió más engaños, lo solté para actuar libremente y terminé a su lado.
No sabría si me quería hasta que se lo preguntara directamente. Había esperado, bloqueado mis emociones, hasta que él me hablara claro de lo que sentía por mí en todas las oportunidades que tuvo. Quizás era momento de que abandonara el banquillo y arreglara yo misma lo que me quitaba el sueño.
Arturo me había correspondido. No lo habría hecho de no sentir lo mismo, concluí pese a que casi escuchaba protestar a Alba recordándome que la mayoría de los hombres buscan una cosa. Y yo le había puesto el camino sencillo. Pero no tuve miedo porque le conocía. Arturo era bueno.
Saqué mi celular del bolsillo de mi falda. Busqué la última conversación del viernes por la noche. Mi corazón se aceleró al leer su nombre. Era una locura que no frenaría. Mis dedos teclearon rápido el primer mensaje para evitar echarme para atrás.
Lo envié sin pensarlo.
Las dos palomitas paralizaron mi corazón. Pasé saliva nerviosa al notar que estaba escribiendo. Mordí mi labio, ansiosa. Una carga de adrenalina me impulsó a escribir uno más.
Del último me arrepentí al instante, pero era demasiado tarde, ese también había sido entregado.
Dejó de escribir. Sin respuestas. «Me equivoqué en grande», me lamenté sosteniendo el aparato entre mis manos, atenta a la pantalla.
Miriam
¡Hola Arturo! Quizas me odiees porque me he marchadoo. No pienses que... Mañanaa tengo que salir tempranoo por lo que es posible no nos veamos enn la oficina. ¿Podríamos reunirnos a la hora de la comidda? Me gustaría decirte algo muy importante y no quiero que pase más tiempo.
Te quieroo, Arturo.
Pensé en eliminar el último mensaje aunque no serviría porque ya lo había visto. «Podría decirle que se lo imaginó», propuse tratando de hallar una solución a mi tontería cuando mi teléfono vibró por una notificación.
Casi lo arrojé al asiento por la sorpresa. Una parte de mí no quería ver, la más fuerte no resistió.
Arturo
Estaría bien para mí. Yo volveré a casa en un rato cuando a Tía Rosy le resulte prudente despedirse de sus admiradores. Sabes que eso será complicado.
También te quiero, Miriam.
Sonreí a la pantalla. Mis dedos inician un mensaje que terminé borrando.
«No le diré lo que siento por mensaje, esperaré a mañana para hablarlo cara a cara», me propuse decidida a un buen inicio. Cuando se habla con la verdad nada puede salir mal.
Tal parece que Arturo nunca se animó y será Miriam quien va terminar esto 😂. Quería avisarles que con el siguiente capítulo inicia la recta final de la novela ❤️. Es decir que deben faltar unos diez o doce capítulo para el final. Advierto que a partir de aquí hay muchísimo drama y sorpresas. El siguiente es un buen ejemplo ❤️.
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