Capítulo 41: Bandido

Definitivamente la idea había sido de Tía Rosy, lo supe de inmediato cuando Miriam me envió un mensaje el sábado por la tarde con la ubicación y el nombre del local. Era una especie de bar con karaoke y pista de baile. Un sitio conocido por todos en la zona, excepto por mí.

Aun así fui el último en llegar porque no daba con la dirección, y tampoco estaban los ánimos para pedirle a Miriam más detalles.

Cuando dejé el estacionamiento me encontré con el resto del club esperándome impaciente en la entrada. No entendí por qué no aguardaban en el interior, hasta que Tía Rosy mencionó que Miriam había propuesto quedarse afuera para esperarme y los otros le hicieron compañía.

Miriam me saludó desde el otro extremo, con una sutil sonrisa. Me sentí mejor al saber que al menos el enfado había bajado con los días. Quizás contribuyó que le escribiera el viernes para desearle un buen inicio en la nueva etapa con el tema de la mudanza. Mis palabras habían sido recibidas con mayor amabilidad que mis antiguos intentos fallidos.

Como era temprano no había tanta gente dentro, tampoco el día favorecía para la clientela. Aunque según palabras de Tía Rosy que conocía mejor el sitio "en una hora estaría a reventar".

El lugar era amplio, había sofás y mesas que rodeaban el área de karaoke delante de una amplia barra. En el centro las personas bailaban mientras a los costados todos bebían lo que el menú ofrecía. Las luces azules, que contrastaban con la oscuridad del exterior, me cegaron un poco. Sin embargo aunque la vista fallara, mis oídos estaban en perfecto estado para escuchar el ruidoso saludo de Tía Rosy a una conocida que se topó en su avance.

—Abril, como el mes —nos presentó a una mujer bonita, bajita, de pelo castaño oscuro y ojos grandes marrones. Ella sonrió tímida a los desconocidos—. ¿Hoy tenemos noche de confesiones?

—No. Es el sábado —le recordó con una sonrisa. Fue fácil prestarle atención porque al hablar gesticulaba mucho captando mi atención. Tía Rosy chistó.

—Mala suerte. Tengo a los únicos que pueden ganarte en desgracias amorosas —dijo, codeándola.  Dejó escapar una risa cuando al  mirarnos interesada, todos volteamos la cabeza haciéndonos los despistados—. Por ejemplo, este hombre —acercó a Álvaro que sonrió incómodo. La chica se anudó el cabello como si se preparara para ver una película. Debía conocer las imaginaciones de Tía Rosy—, su esposa lo...

—Encontré una mesa libre —exageró Miriam despidiéndose y corriendo a ocupar una que estaba al borde de la pista—. Fue un verdadero gusto.

Todos la seguimos como si pelear por un asiento fuera de vida o muerte.

Destino o casualidad Miriam ocupó el lugar a mi lado. «Perfecto», necesitaba sentirla cerca para armarme de valor y hablar. Ella esquivó mi mirada, aunque tuve la sensación de que no se debía a un sentimiento negativo sino al nerviosismo que compartíamos.

—Mi abuela me odia —mencionó Alba, robándome la atención—. Por eso no puedo visitarla, la última vez que fui a su casa me roció con agua bendita. Creyó que eso bastaría —rio sin ganas—. De igual manera mi hijo la quiere, así que mamá a veces lo lleva a que la visite, dejando claro que yo no soy bienvenida.

—Piensa lo positivo, aquí andas con los amigos —la consoló Tía Rosy.

Alba hizo una mueca, tuve la impresión de que prefería estar en casa. La mujer la ignoró porque estaba pidiendo una cubeta de cerveza para todos.

—Esto será algo tranquilo —se adelantó precavida Miriam al ver que el mesero la dejaba en el centro de la mesa.

Tía Rosy estaba demasiado ocupada abriendo la primera como para escucharla.

—Una cosa antes —se frenó. Pareció acordarse de algo importante antes de darle el primer trago—, hay que escoger a los conductores designados porque no pienso irme en camión —dictó en un arrebato de conciencia, responsabilidad y egoísmo.

—Pues yo no estoy más allá del bien y el mal —respondió Emiliano despreocupado, bebiendo ajeno al problema.

—Jamás me sentí tan feliz de andar a pie —brindó con él Tía Rosy, al son de una carcajada.

Quedábamos solo tres personas, los únicos con licencia de conducir. Nos miramos entre nosotros para saber quiénes serían los encargados de llevar al resto de vuelta a sus hogares.

—¿Cómo lo decidiremos? —preguntó Miriam al ver que ninguna se ofrecía como voluntario.

—Tengo una idea —intervino Tía Rosy con expresión graciosa. Como amaba armar todo sin que nada le afectara—. Aviéntense un disparejo. Los dos que queden serán los aburridos de la fiesta, el que gane se une a nosotros —gritó agitando sus manos, dividiéndonos en dos bandos.

Era una ridiculez que terminamos haciendo. Después de todo la vez anterior me había beneficiado el juego. Para mi desgracia la buena suerte no se repitió dos veces, proclamando a Miriam como ganadora. Ella suspiró aliviada dejándose caer en el sofá mientras yo me resignaba a estar sobrio esa noche. Tendría que hacerlo estando en mis cinco sentidos. El valor no podría sacarlo de ninguna parte que no fuera yo mismo.

—Escuchen eso —nos detuvo Tía Rosy, alarmada. Pao hizo una mueca de terror. Agudicé mi oído solo para el anuncio de que la hora de karaoke de mujeres quedaba inaugurada—. Ya está poniendo bueno esto.

—¿Irá a cantar? —preguntó Alba, deseosa de espectáculo.

—Algo mejor. Niñas, hagamos una competencia —propuso. Miriam negó tajante sin deseos de meterse en más líos. Alba en cambio no se dejó amedrentar—. Hagamos parejas. El par que pierda le daremos un castigo.

—No, no, no.

—¿Qué castigo? —preguntó cuidadosa Pao. Tía Rosy sonrió maliciosa. Eso no terminaría bien.

—Pensemos en algo interesante... Llamarle a su enamorado para confesarle sus sentimientos —sentenció con una imaginación que rayaba lo absurdo y extremo. Era imposible culpar el alcohol.

Miriam palideció, pasó su mirada oscura por cada uno de los rostros presentes, a excepción del mío. Hizo una mueca con los labios, antes de tomar presurosa una lata.

—Yo no tengo ningún amor —respondió indiferente Alba. A ella le daba lo mismo el reto, no perdía nada.

—Pero necesitamos otra chica, así que ni modo, te apuntas aunque sea para hacer bulto —alegó Tía Rosy.

—Y odio cantar.

—Bueno, van a buscarle excusas o se apuntan... No me digan que tienen miedo.

—Yo no tengo miedo. Jamás tengo miedo —sentenció Alba que nunca dejaba pisotearan su orgullo. Tía Rosy sonrió porque había picado el anzuelo.

—Eso, así me gusta, mujeres valientes. Ustedes dos no se quedarán atrás, ¿verdad?

—No creo que sea una buena idea —dijo Pao, nerviosa. Miriam no habló, cada palabra era un trago. Yo quise decirle que tuviera cuidado, pero ella parecía saber lo que hacía—. Es una locura. No quiero hacer el ridículo.

—Si te hace sentir mejor ya lo haces estando aquí con nosotros —mencionó Emiliano de buen humor.

—No llamaré a quien me gusta —sentenció Pao—. Es noche y debe estar dormido... Me odiaría.

—Entonces gana —alegó Tía Rosy, poniéndose de pie. Pao dudó, pero la mujer le tendió la mano. Fue una pésima decisión que la tomara—. Solo una canción. Y tú, niña —señaló a Miriam que se hacía la desentendida.

—Yo dije que...

No le permitió acabar la oración, la obligó a levantarse jalándola del brazo. Pao aplaudió al saber que no estaría sola.

Reí al verlas discutir sobre lo inconsciente que era el plan. Cuando invitaron a los participantes a acercarse, Tía Rosy empujó al par entre tropezones hasta la pista. Una pena que le bastaran unos pasos, impidiéndoles resistirse.

—Esta mujer no tiene remedio —murmuró con desaprobación Álvaro. Alba se encogió de hombros dándoles alcance.

Yo le daría la razón de no ser porque estaba deseoso de saber en qué problema se meterían ahora.

Miriam siguió farfullando hasta que las luces las enfocaron. Abrió los ojos asustada por la atención que recaía en ellas. Tía Rosy disfrutó saludando al público.

—Aquí están las primeras valientes —gritó la mujer quitándole el micrófono al encargado del karaoke.

Este protestó, pero lo ignoró con tal descaro que hasta fue ella la que programó la canción.

Alba sonrió burlándose de la expresión molesta de Miriam y de una temerosa Pao que se escondía detrás de ella. Parecía que el hecho no le afectaría en lo absoluto hasta que Tía Rosy la tomó de la chaqueta de mezclilla para arrojarla al centro con ella. Ahora Miriam era la que sonreí victoriosa.

—¡Con ustedes el dúo ganador! —se presentó. Alba resopló molesta.

Emiliano gritó dándoles tanto apoyo, sacándose casi la garganta, que Álvaro estuvo a punto de dejar caer de la sorpresa lo que traía en las manos. Reconozco que no me enorgulleció gozar la cara de espanto de Alba que por primera vez no tenía el dominio de la situación, sobre todo cuando los primeros acordes de banda resonaron.

Tía Rosy se paseó por el escenario bailando mientras ella negaba con la cabeza. La canción no le gustó nada, pero su compañera no le preguntó.

—Lo mejor que te puedo desear es que te vaya mal y lo peor que tú puedes hacer es querer regresar —cantó a todo pulmón, con tal sentimiento que parecía tener dedicatoria—. Lo mejor de tu vida fui yo no lo puedes negar, lo peor de mi vida eres tú hoy me acabo de enterar.

—Lo mejor que te pasó fue conocerme a tu edad —arrastró las palabras Alba, sin ganas, aburrida, cuando le cedió el puesto. Tía Rosy colgó su brazo de sus hombros como si fueran grandes amigas. Alba hizo una mueca con los labios porque no le gustaban nada esas confianzas.

—Cantéela como si estuviera presente el hijo de la fregada que le rompió el corazón —la animó Tía Rosy.

Alba se congeló en su sitio, quedó pensativa meditando sus palabras. Daba la impresión de que había despertado aquellos recuerdos que llevaba años bloqueando. Sus facciones se endurecieron.

—Inolvidable, así me dicen mis ex amores. Afortunada, y sin que te ofendas, tengo cariños que sí son mejores —siguió jugueteando Tía Rosy en el escenario como si conociera el escenario de memoria. Yo no pude evitar reír porque me resultaba muy graciosa.

—Inolvidable, así me dicen y no son flores. Correspondida y aunque te duela estoy viviendo en muchos corazones —me sorprendió Alba cuando tomó el timón, entregándose a la interpretación. Las luces de colores brillaron sobre su melena rojiza en su andar de un extremo a otro disfrutando la presentación, no solo como espectadora sino como protagonista.

Tía Rosy, maravillada por encontrar esa faceta en su compañera, bailoteó como si estuviera en medio de un concierto con todo y banda incluida. Miriam se sostuvo de Pao al verlas ganarse al público con su espectáculo. La adoraba, pero tenía que reconocer que sería complicado que pudiera superarlas. Incluso Álvaro, con el que no tenía una buena relación, aplaudió con fuerza junto al resto.

Emiliano arrojó una flor que había hecho con una servilleta que Tía Rosy levantó al hacer su reverencia. Alba a su lado no escondió la incredulidad ante las reacciones. Pude notar lo agitada que estaba por las emociones. Me pregunté cuánto tiempo habría pasado desde la última vez que había hecho algo similar.

—Gracias a todos ustedes, desconocidos —vociferó—. No olviden votar por nosotras. Prometemos cerveza gratis para todos. Miento, cada uno paga lo suyo, convenencieros. Pero piensen en su amiga Rosy que siempre está ahí para ustedes, no le quiten el chance de escuchar la mejor llamada de mi vida—se despidió.

Miriam tomó un respiro cuando se reunieron. Tía Rosy le susurró algo y ella frunció las cejas, molesta. Conocía esa mirada desafiante. No perdería porque le aterraba la idea de cumplir el castigo. No pude evitar preguntarme a quién llamaría llegado el momento.

Le arrebató el micrófono a Tía Rosy, un pésimo movimiento porque aquello solo liberó a la mujer para buscar la siguiente canción.

Pao dejó caer la mandíbula al identificarla, Miriam solo pasó su mirada del celular que agitaba Tía Rosy, para meterle miedo, a la gente que la observaba curiosa. Tentada a acabar con el show les dio un vistazo a todos. Pensé que se echaría para atrás, pero no fue así. Le dio un largo trago al resto de su bebida, antes de caminar ante su condena seguida de una insegura de Pao que daba la impresión ir de puntillas.

Le sonreí para mostrarle mi apoyo, pero Miriam evadió mis ojos, más concentrada en la expresión de Pao que apenas podía sostener el micrófono.

—Mala noche, recordarte enamorada, la persona equivocada, alguien que robó mi corazón —dijo enredándose con su propia lengua, incapaz de seguir el ritmo.

Tía Rosy desde la barra sonrió a sabiendas que el triunfo era suyo. Miriam afiló la mirada en su dirección descubriendo que si alguien podía salvar ese desastre era yo. La lata en sus manos tembló cuando tocó su turno, aunque no era miedo sino la adrenalina la que le empezaba a nublar el juicio.

—Otra noche, otra luna sin tu vida. Esta loca no te olvida. —Álvaro me miró sorprendido porque la correcta Miriam que todos conocíamos recorrió en tacones el escenario con una seguridad que seguro el alcohol y el miedo a las consecuencias le habían brindado.

Ni siquiera Pao procesó el repentino cambio que provocó que la audiencia se avivara. Yo me levanté para verla mejor a la par que Tía Rosy borraba su sonrisa. No me cabía en la cabeza la idea que fuera ella la misma Miriam con la que compartía todos los días oficina, a la que una broma podía sonrojar.

Solo había algo claro. No llamaría ni a Sebastián, ni a mí, esa noche.

Alguien le arrojó un sombrero y Miriam lo cogió en el aire hábil antes de ponérselo. Emiliano celebró, como su fan número uno, la atrapada. Yo en cambio creí moriría antes de verla bailar ante un grupo de desconocidos con la mano en la cintura y con sus dedos acomodándose coqueta el sombrero en su cabeza.

Pao atrás le aplaudió animándose un poco, hasta que se le unió. Tía Rosy negó un sin fin de veces mientras Alba las miraba con una sonrisa.

—Te buscaré bandido. Te atraparé, maldito. Te lo juro, pagarás por mi amor. Te esperaré bandido, tu corazón y el mío tienen algo pendiente los dos —agregó acercándose valiente a nuestra mesa. Ya entrada en personaje los ojos de Miriam brillaron al mirarme directamente al pronunciar lo último.
Sonreí atontado siguiendo su camino.

Aunque la conocía de meses me descubrí contemplándola como si fuera la primera vez. La confianza que mostraba ante la muchedumbre me hechizó. Despojándose de sus complejos me pareció la mujer más guapa del mundo.

Los chiflidos del público me regresaron a la tierra. Miriam repartió besos imaginarios por la inminente victoria mientras Tía Rosy les gritaba a todos que eran unos traidores. Pao abrazo a Miriam que casi se cae sino fuera porque Alba la sostuvo. La última no se mostró enojada por la derrota, al final no perdía nada.

—¿Lo hice bien? —pronunció, recuperando el aire, con una enorme sonrisa.

«¿Era una pregunta?»

—No sabía que cantabas, eh —contesté, resumiendo que no conocía lo fascinante que me había resultado verla.

—Ni yo, hasta hace cinco minutos —contestó divertida. Luego se giró a Tía Rosy a su espalda que no lucía tan contenta—. Me parece que alguien tiene que hacer una llamada urgente.

—Qué lista muchacha —chistó ella, sentándose en uno de los sillones. Álvaro no escondió lo bien que le sabía la derrota de la mujer—. Pero nunca me rajo. Si lo dije, lo cumplo —afirmó sacando el celular para marcar un número.

Emiliano levantó ambos pulgares al escuchar en el altavoz que la espera había terminado.

—Rosy, ¿qué necesita ahora? —contestó un hombre malhumorado—. Domingo, nueve de la noche. Por el amor a Dios, no es hora de andar molestando.

—Es la última vez que le marco, vecino —respondió pegando sus labios a la bocina para hacerse oír—. No lo haría si no fuera de vida o muerte —exageró. Aquello pareció tranquilizarlo, hasta que agregó—: Solo quería decirle que me gustaba.

Un silencio incómodo en la línea. El club nos vimos unos a otros, desconcertados por su abrupta sinceridad.

—¿Sigue ahí, vecino? ¿Ya se murió?

—¿Está borracha, Rosy?

—No. Pero no preocupe, fue cosa del pasado, puede andarse sin pendientes ahora —añadió sin darle importancia, como si con eso pudiera arreglarlo—. Bueno, eso era todo, duerma y tápese bien.

—Rosy, pero al menos...

Le colgó arrojando el aparato a la mesa. Emiliano chocó su puño con el de ella para reconocer su valor, aunque ella se mostró feliz.

—¡Esa es mi canción!

—Señora, eso dice de toda la música que ponen —argumentó Álvaro, sin comprenderla.

Fallaba, a ella había que admirarla no intentar descifrarla.

Tía Rosy no perdió el tiempo escuchándolo, mucho menos cuando ese periodo podía usarlo para algo que sí le interesaba como conducir a Miriam y a Emiliano a la pista. La segunda más contenta que de costumbre, el segundo fiel amante de la fiesta. Pao se les unió perdiéndose en la gente que comenzaba a aglomerarse en el centro.

Yo decidí pensar qué haría. Eso me llevó más rato de lo esperado porque siempre había algo malo en mis declaraciones.

—Usted es todo un caso, señor —murmuró, después de un rato, Alba a Álvaro que observaba a todos los demás bailar—. Tengo la impresión de que es infeliz por mero gusto. Está sentado aquí cuando podría pasársela bien con los otros.

—Quizás tenga razón.

—Ahí hay una perfecta acompañante —dijo señalando discretamente a una chica a unas mesas. Álvaro no giró la cabeza, yo fallé delatándome. Era guapa—. Yo creo que a ella le gustaría que le inventara, no ha dejado de verlo desde que llegó.

—No estoy seguro de que sea una buena idea —murmuró. Alba alzó ambas cejas sin creerse le buscara un pero.

—¿Por? A ella parece gustarle y usted prefiere estar aquí. Ahí podría estar su posible nueva relación, igual de fallida que la anterior, pero al menos puede dejar de llorar un rato.

—Tal vez no busco una relación —alegó Álvaro. Alba negó sin comprarle esa teoría. Yo sí le creía.

—No. Imposible —aseveró.

—Quién la entiende a usted, mujer —habló al fin. Hasta yo que estaba distraído en alguna tontería me concentré en su voz. No porque la alzara, sino porque era la primera que no le daba la razón educado—. Primero dice que todos los hombres somos unos malditos que solo buscan una cosa, ahora quiere convencerme de hacer lo que tanto se queja. Va a tener que explicarme su teoría.

Me preparé para que Alba le estampara un puñetazo, con esa rabia contenida que solo necesitaba un chispazo para explotar, pero no, hizo lo que menos creí. Se echó a reír. Alba se echó a reír.

Pude culpar al alcohol, lo raro fue que era la más sobria de todos. Empecé a cuestionarme si las bebidas estuviesen adulteradas.

—Eso es lo que tiene que hacer —lo felicitó, apoyándose en el sofá—. Diga lo que piensa. No intente ser perfecto. Y dejar de hablarme como si me fuera a quebrar por cualquier niñería, me pone nerviosa y de mal humor —agregó, aprovechando la ocasión. Sorpresivamente se levantó, Álvaro la miró desde su asiento—. Ahora solo pruébese que puede salir adelante de ese estúpido divorcio —le animó mirando a la chica. Él dudó, pero ella no se echó para atrás—. Yo le ayudaré.

Negué viendo cómo se dejaba guiar hasta la mesa con una Alba de mejor humor. Esperaba lo consiguiera, era momento de pasar la página.

Y hablando de pasar de página observé a Miriam acercándose hasta donde estaba tropezándose sutilmente con sus tacones.

—Arturo, Arturo. Vamos a bailar —me invitó sosteniéndose de la mesa.
No me pareció que fuera lo más adecuado, sobre todo cuando le estaba costando coordinar sus pies, tampoco que siguiera excediéndose con la bebida al ser evidente que no estaba acostumbrada.

—Más tarde. ¿Te encuentras bien?

—Mejor que nunca. Entonces me quedaré contigo —respondió acompañado de una risa. Yo también reí al mirarla gatear sobre el sofá para aproximarse a mi costado.

La diversión se esfumó cuando Miriam eliminó la distancia entre los dos para sostenerse de mis hombros aún de rodillas sobre el sofá. Soltó una risa sin sentido mientras yo me perdí en sus ojos chocolate que estaban a escasos centímetros de mí. Pensé que era el momento de hablar, decirle lo que sentía, la voz cuerda me gritó que era el momento perfecto.

—Miriam...

—Shu —me calló colocando su dedo sobre mi boca—. Ya no hables, Arturo.

—Pero...

Mi voz, e intenciones, murieron cuando acunó mi rostro en sus manos antes de atrapar sus labios entre los míos.

Le siguieron unos segundos en los que nada pareció tener sentido, hasta que dejé pensar en esa tontería para disfrutar de su sabor que había deseado probar desde hace tanto tiempo. El licor resultó embriagador en su boca, como una droga que desconectaba los sentidos. Me deleité besando sus labios rosas. Cerré los ojos disfrutando de su caricia. Miriam se entregó con tal frenesís que era evidente que éramos una bomba de tiempo. Sus manos se enredaron detrás de mi cuello, yo la sostuve de la cintura. Era real. La cercanía de su cuerpo entre mis brazos reveló el acelerado ritmo de su corazón.

El mismo que sentí esa noche era solo para mí.

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