Capítulo 38-2: Valientes entre cobardes
Afuera el frío acarició mi piel. Volví a arrepentirme por mi pésima decisión de atuendo mientras seguía a Emiliano al estacionamiento. Él uso la rampa a un costado, intenté no resbalarme mientras cargaba la bolsa de regalos. Lo miré curiosa detrás, no entendía cómo podía tener tanta energía a esa hora. Yo quería regresar a casa para dormir hasta el lunes. La buena noticia es que su hogar no quedaba lejos de ahí, a unos minutos.
—¿Cuál es el tuyo? —me preguntó en voz alta, haciendo oír en medio de las hileras de automóviles. Con un señalamiento de cabeza indiqué el que estaba al centro.
Quizás fue suerte o destino, pero el espacio lateral estaba libre por lo que Emiliano no tuvo problemas para acercarse. Fue hasta que ese pensamiento arribó cuando fui consciente que era una completa ignorante del tema de traslados. Me avergoncé porque con tanta información disponible jamás me había detenido a averiguar.
—¿Cómo te ayudo? —Fue lo único que atiné a decir.
Emiliano sonrió.
—Si abres la puerta yo puedo hacerlo solo —me tranquilizó.
—¿Tú puedes solo? —repetí incrédula sin lograr meter la llave.
—Bueno, cada persona y automóvil es diferente, pero creo que puedo —reconsideró cuando le abrí la puerta. Yo hice a un lado para no estorbarle. Emiliano colocó la silla en diagonal, sin prisas, mientras analizaba la zona. Yo di un paso adelante, mas retrocedí cuando él mismo acomodó sus pies sobre el tapete. Mordí mi labio, nerviosa. Quizás sería más fácil si le ayudaba en lugar de quedarme congelada como una tonta.
—¿No quieres que te dé una mano? —lo interrumpí al verlo impulsarse para pasarse al asiento. Hizo una mueca, pero terminó dentro antes de que yo lo procesara. Suspiró aliviado, o quizás fui yo quien lo hizo. Después acomodó su silla para desmontarla—. Déjame ayudarte —le pedí sintiéndome la persona más inútil del mundo.
Emiliano me indicó paso por paso. Estaba tan nerviosa que hasta para quitar la rueda tardé una eternidad. Él rio disfrutando el fracaso de su alumna. Cerré de un portazo cuando la coloqué en la parte trasera.
—Oh, eso fue impresionante —le dije cuando al fin los dos estuvimos dentro.
No podía creer que fuera capaz de hacerlo todo por su cuenta.
—Eres fácil de impresionar.
No lo dijo con mala intención, por eso no me ofendí. Lo acepté, era uno de mis defectos. Las personas lograban ganarse fácilmente mi admiración y un par de palabras sinceras me eran suficientes para caer. Aunque él era diferente, tenía motivos de sobra para mis aplausos.
—Aunque no tanto como Tía Rosy. Ella solo necesita un Nissan Altima modelo dos mil diecisiete, cuatro puertas...
No entendí ni la mitad de lo que dijo, menos cómo podía retenerlo en su cabeza.
—Y tú pretendes que no me impresione por eso —murmuré.
—Está bien, eso sí es sorprendente, anormal sería la palabra adecuada. Tenía diez años, más o menos, cuando empecé a obsesionarme con los autos. Culpa a papá, él los amaba y terminó contagiándome su amor descontrolado. En Navidad la casa siempre estuvo repleta de automóviles de juguete o pistas y en mi cumpleaños los pasteles eran sin falta de lo mismo. Me dejó una colección que abarca una recámara —me contó divertido. Lo escuché atenta. Me identifiqué un poco con eso, a papá también le gustaba mimarme con regalos—. Y mi fanatismo incrementó cuando comencé a ir a las carreras. No sabes la adrenalina que se siente ahí, en medio de la gente, con el sonido de los motores, el fuego, la tensión de verlos correr...
La emoción traspasaba a su voz.
—De verdad no lo sé —admití porque solo me quedaba imaginarlo.
—Te invitaría a una, sino fuera porque llevo años sin ir —mencionó perdiendo poco a poco la alegría—. Ocho, el mismo número desde que se fue.
—¿Se fue? —pregunté cuidadosa.
—Después del accidente —respondió indiferente.
Yo asentí con la mirada al frente, al igual que él. Intenté fingir que no me interesaba para no incomodarle, ni ser impertinente, debía ser un recuerdo doloroso. Callé agradeciendo que su hogar quedara cerca, así no me vería en la necesidad de hablar demasiado. El sonido de su risa invadió el silencio.
—No me molesta que me pregunten —aclaró. Debió ver la tensión de mis hombros, culpable por haberlo conducido a ese tema—. Fue hace mucho, era un chiquillo.
—Eres joven aún.
—Tenía diecisiete años, acababa de salir de la preparatoria. No te imagines que era un cerebrito, era malísimo. De verdad. Nunca se me dio —mencionó con una sonrisa nostálgica—. Habíamos salido los dos a festejar porque justo ese día coincidía una carrera importante en el autódromo de Monterrey. Era el regalo perfecto. Sí, no fiestas normales o un viaje. No, ese era nuestro mundo.
—¿Qué sucedió? —me atreví a cuestionar al verlo perderse en el cristal. Su mirada proyectada en la ventana se oscureció provocándome un nudo en el estómago.
—Papá bebió mucho esa noche, demasiado para conducir. Debimos pedir un taxi, ahora no me lo pensaría ni dos veces, pero... —Se detuvo para tomar un respiro. Los minutos se resistieron a avanzar. Un desagradable vacío nació en el estómago cuando me detuve en un semáforo a una calle de la suya—. Nos impactamos . Se destrozó la parte delantera de mi lado. Literalmente pedazos. Dicen que tuvieran que usar una especie de prensa para liberarme, pero no lo recuerdo. Quizás fue mejor así, papá me dijo que perdí tanta sangre que hasta costaba verme. ¿Sabes? Cuando abrí los ojos lo primero que pensé fue: este es el peor día de mi vida. Pero me equivoqué, aún le seguirían muchos que le superarían.
Aspiré intentando no flaquear, porque era imposible que él pudiera soportarlo y yo me pusiera a llorar. Mi corazón latía deprisa, golpeándome el pecho.
—¿Tu papá murió después?
Me di cuenta de que mis esfuerzos serían en vano, mi voz flaqueó.
—No, nos dejó pasado unos meses. Tener un hijo como yo era demasiado para él. No sé... Eso me dolió más. Tampoco lo odio, supongo que él no puedo con la idea de empujar una silla para siempre, debo pesar mucho —intentó bromear.
Apreté los dedos con fuerza alrededor del volante. Las lágrimas me nublaron la visión, empeñaron el cristal de mis lentes que me había puesto al subirme. Me estacioné a un costado para quitármelos, limpié mis pestañas con la palma de mi mano y coloqué las gafas en mi regazo.
—Oye, Miriam, no llores —me pidió. Cubrí mi cara con ambas manos, avergonzada.
—Perdón, perdón —sollocé como una niña. Tapé mi boca con mi mano. Era tan patética.
—No te preocupes, yo también lloré mucho al principio —me dijo para hacerme sentir mejor, logrando justo lo contrario—. No tanto como tú, eh.
No sabía cómo podía existir una persona tan cruel para abandonar a quien decía amar cuando más lo necesitaba. Me sentí tan egoísta porque jamás había valorado el amor de mi familia como ese día. Quizás se habían equivocado, pero los conocía bien, estaban contigo en los momentos difíciles, pasara lo que pasara.
—Debo ser la chica más llorona del mundo —me lamenté mientras acariciaba mis mejillas intentando retirar el maquillaje corrido.
Emiliano no lo negó, tampoco era un mentiroso, se limitó a reír. Su risa me brindó cierta calma.
—Te diría que me bajo aquí y llego caminando, pero como comprenderás me llevaría su tiempo.
—Oh sí . Lo siento. Lo siento. ¿Es por aquí? —le pregunté antes de retomar el sendero.
—Al lado de ese edificio de allá —señaló una edificación que destacaba en el consorcio. El único con más de tres pisos que era fácil de identificar, lo cual fue una gran suerte ahora que intentaría llegar sin ayuda.
El automóvil cruzó en un par de minutos la distancia hasta detenerse. Apagué el motor afuera de un pequeño local de reparaciones de electrónica, la cortina estaba abajo y lo único que destacaba era la bombilla sobre una puerta de madera. Contrastaba la sencillez con la imponente construcción que ocupaba un gran porcentaje de la cuadra.
—Gracias por traerme, Miriam. No era necesario, pero tampoco voy a decir que no fue bueno porque sí lo fue. Tal vez seguiría en la avenida aún. Lamento hacerte llorar como en una novela, pero piensa lo bueno, serías una gran actriz —bromeó aligerando el antiguo ambiente melancólico. Reí de mejor humor.
—No sabes cuánto te admiro —solté con toda la honestidad que habitaba en mí. Emiliano mantuvo la vista en el local.
—Eres fácil de impresionar —repitió con una sonrisita. Le devolví el gesto. Era demasiado modesto para aceptarlo—. Aún me faltan mucho para sentirme orgulloso de mí mismo. Empezando por no depender de nadie. Es complicado.
—Estudiaste una carrera, tienes tu propio negocio. Parece que no necesitas ayuda de nadie —le dije porque no daba la impresión de hacerlo.
—Pero lo hago. Cuando uno crece se supone que llega la hora de ocuparse de sus padres, en verdad me gustaría algún día ser más un apoyo que una carga para mamá. Deberías ver cuanto se desvive por mí, intenta ayudarme en todo. Tiene miedo y duele saber que no puedes hacer porque eres tú la causa. Después de que papá nos dejara me costó mucho hallarle el ritmo a la vida, sino fuera por ella yo...
Suspiró. Emiliano parecía tan feliz que pocas veces me pregunté qué había vivido. Un sentimiento de tristeza apretó mi pecho. Quería hacer algo por él, pero no sabía qué.
—Ya no importa. Estamos saliendo adelante ahora —concluyó volviendo a sonreír. Esta vez a mí no me salió tan natural—, eso es lo importante.
—Lo es. Vendrán cosas mejores, te las mereces —le deseé con todo mi corazón.
—Ella trabaja ahí —señaló con un leve movimiento de cabeza el edificio. Alcé una ceja, sin captar a lo que se refería—. La chica de quien les hablo. Es capturista. La conocí hace mucho, siempre viene a comprarme chucherías —me platicó con una sonrisa especial.
Me enterneció la manera en que veía la edificación.
—Debe ser linda.
—Sí, pero es más que eso. Es diferente. Si la conocieras lo entenderías.
—¿Es difícil de explicar? —le pregunté divertida por su evasiva, desabrochándome el cinturón.
—No, solo soy malo hablando de esto.
—No pasa nada. Yo tampoco soy experta. Deberías invitarla a salir —propuse.
—Ella ya sale con alguien —me recordó, resignado—. Con un imbécil.
—¿Lo conoces?
—Un poco —dijo. Se encogió de hombros—, por desgracia. Tuvo suerte, solo eso, porque no la merece.
—Lo mismo me dijiste la vez anterior.
—Lo siento, repito lo mismo siempre —se excusó, apenado—. Es que no puedo creer que una mujer como ella esté con un hombre como él. Solo vive por él mismo, no le importa nadie más. A veces me gustaría decírselo, que deje de esperar a que él pueda verla, que busque a alguien que la tenga en primer lugar porque nadie merece que le den el segundo.
—Alguien como tú... —lo interrumpí porque era evidente que lo que sentía por ella era fuerte.
Emiliano negó con una sonrisa.
—Alguien mejor que yo.
—¿Y por qué tú no?
Emiliano no respondió.
—Eres valiente, inteligente, lindo, divertido. Tiene más agallas que la mayoría de las personas que conozco. No sé qué puede buscar ella —opiné para que no se subestimara—, pero te diré algo, el mundo está lleno de gente que encontraría eso especial.
Un molesto silencio que él se encargó de romper.
—Tu jefe está enamorado de ti —soltó de golpe, robándome la voz. Abrí los ojos asombrada por su comentario—. Respira. Solo quería cambiar de tema. ¿Funcionó? —se echó a reír.
Yo apreté los labios y fruncí las cejas, molesta.
—A veces eres adorable, pero no por eso dejas de ser un pillo —le dije, bajándome del vehículo porque se estaba haciendo tarde y tampoco quería hablar de eso. La calle estaba desolada, iluminada simplemente por la luna y las lámparas que parpadeaban sobre mi cabeza. Abrí la puerta trasera para bajar la silla de ruedas y comenzar a montarla. Esta tarde no tardé ni un minuto, estaba tomando práctica—. Hora de bajar, caballero —anuncié mostrándole mi obra.
Emiliano sonrió. Descender del vehículo le costó un poco más de trabajo, aunque esta vez sí me permitió entorpecer su trabajo intentando ayudarle. No hice nada que no pudiera hacer él sinceramente.
—Emiliano, gracias por confiar en mí y decirme lo que pasó —le dije mientras nos acercábamos a la puerta. Él no se detuvo.
—Bueno, tampoco me hice mucho del rogar —bromeó.
—Sí, quizás le estoy dando más importancia, pero... Es que nunca tuve muchos amigos a quien contarles mis cosas, ni tampoco para escuchar. Quizás por eso significó mucho —me sinceré.
En las últimas semanas había vivido muchas primeras veces.
—Miriam...
—Ya sé. Soy fácil de impresionar —lo imité, adelantándome.
Emiliano respondió con una sonrisa que destacó sus hoyuelos.
Me despedí de él con un ademán antes de volver al cálido interior del vehículo. Le sonreí con toda la alegría que logreé reunir para después borrar el gesto cuando no pudo verme.
Después de su conversación algo dentro de mí había cambiado. No era un terremoto, sino una pequeña espinita que no dejaba en paz. Siempre me había sentido tan incapaz de salir adelante por mis propios medios, me atemorizaba no ser suficiente, buscaba excusas para no enfrentarme a los problemas. ¿Cómo no sentirme avergonzada luego de conocerlo?
Emiliano padeció muchas dificultades, estaba segura de que no conocía ni una pizca de ellas. Había sorteado cuantos obstáculo que se le presentara con entereza. Perdió a su padre, quizás muchos de sus sueños y aquí estaba dándome una lección. Todas mis razones para seguir estancada me parecieron tan ridículas, solo boberías de una niña asustada. Una extraña motivación me invadió al repasar su última sonrisa.
Quizás era momento de dar el primer paso, de ser valiente por una vez, me dije cuando llegué a casa para buscar en internet departamentos en renta.
¡Hola! Capítulo sorpresa en domingo ❤️. Espero les guste. Les tengo otra sorpresa, pero esa pienso subirla más o menos el miércoles, para que estén al pendiente❤️. Adelanto que no es un capítulo 😍. Los quiero mucho.
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