Capítulo 36: Maracas
—No sé qué hacer —le confesé a Dulce cuando se enteró del regalo de Sebastián.
Aprovechamos que Miriam necesitaba un trámite para charlar. Claro que nunca especifiqué mis sentimientos hacia ella porque Dulce podía deducir por sí sola que comenzaba a interesar por su amiga.
—¡Tengo una fabulosa idea! —celebró ella a la mesa. La escuché atento—. Deberían cantar Maracas juntos. Llevamos juntos serenata, juntos hasta el balcón aquel. Yo la guitarra y tú, maracas. Ella quince, nosotros dieciséis —canturreó mientras agitaba sus manos como una maraca—. Yo les hago los coros. Piénsalo, les queda como anillo al dedo. Además, en esa tú ganas.
—Preferiría no musicalizar mi vida.
Dulce hizo una mueca de desilusión.
—Tú te lo pierdes. Yo ya tengo mi playlist con más de ochocientas canciones —platicó como toda una visionaria. Asentí pensativo en cuál, además de la clásica del venado, podía incluir en la mía. Escuché a Dulce suspirar dramática—. Imagino a Miriam, debe estar que explota de la felicidad. Las sorpresas son lo mejor. Te cuento que cuando estaba de novia con mi marido me hizo un regalo tan inesperado que marcó mi vida. Fue mi favorito. Adivínalo —me animó.
—¿Chocolates?
—No. —Sacó la lengua disgustada por la primera opción—. Me compró boletos de primera fila cuando los míos eran de la zona Platinum. ¿Te imaginas? Llegué con la idea de verlo como chinita y cuando estábamos en la puerta sacó los Vip. Y como si aquello fuera poco, era del gran, maravilloso, increíble, Chayanne.
«Que original. Se había quebrado la cabeza».
—Desde ese momento supe que me casaría con ese hombre.
Eso sonaba más interesante, dejando de lado el incómodo tema de la boda.
—¿Sabes si a Miriam le gusta algún artista?
Dulce se echó a reír sin disimulo llamando la atención de nuestros compañeros a nuestro alrededor.
—Listillo —me señaló divertida—. Pero sí creo que puedas ayudar en algo. De hecho llega el momento perfecto tu ofrecimiento. Necesito que me des una mano para el cumpleaños de Miriam.
—¿Miriam cumple años? —pregunté sorprendiendo por ignorar el dato.
—Aunque no lo creas Miriam es humana y cumple años como todos —respondió graciosa—. Bromeo, si el próximo sábado. Voy a planear algo.
—¿Qué?
—Voy a planearlo apenas, Arturo. ¿No escuchaste? —No pensé hablara literalmente—. Estuve analizando varias opciones, pero ninguna me convence...
—¿Le harás una fiesta sorpresa? —le pregunté intenté acertar.
—Sí... ¡Sí! Sí, sí—aceptó como si por primera vez lo considerara—. Justo eso pensaba. Si te preguntan fue mi idea —me amenazó cuando notó no le creí—. Pero dónde. Aquí en la oficina sería aburrido. Sueño con estos opacos escritorios.
—En un restaurante —propuse.
—¡Eso! —aplaudió—. Con comida mexicana.
—Música norteña.
—¡Y payasos vaqueros que bailen música de Chayanne!
—¿Qué?
—Olvidé que no era mi fiesta por la emoción —se excusó alegre con un simple ademán. Sonreí, negando con la cabeza—. Ya sabía que tú aportarías algo interesante. Ahora solo tenemos que organizarlo a detalle para que todo salga al pie de la... —Las palabras fueron muriendo de a poco en sus labios mientras intentaba esquivarme para ver detrás—. Ya viene Miriam, te escribiré más tarde para ponernos de acuerdo.
Asentí con decisión. En verdad pensé que me escribiría a mí, no que a media tarde me llegaría un mensaje al grupo olvidado de los tres. Sobre todo cuando venía después de una notificación de que Miriam había sido eliminada de los miembros.
Dulce🍬
Listo. Ya podemos hablar.
Ni siquiera tuve tiempo de preguntarle el porqué cuando fue agregado simultáneamente a otro.
Miriam🚗
¿Puedo saber por qué me sacaron del grupo?
Dulce🍬
Porque necesitaba hablar con Arturo.
Miriam🚗
¿Y no era más fácil que le mensajearas directamente?
Dulce🍬
¿Bromeas? Tardaría mucho en buscar otro nombre e imagen perfecta, Miriam. Era urgente. Más rápido sacarte. Luego te vuelvo a meter.
Miriam siguió alegando, pero ambos la ignoramos porque estábamos ocupados. Al final de la noche el plan ya estaba hecho.
Celebraríamos el fin de semana en un restaurante conocido en la región donde se llevaban eventos sociales. Para la mañana siguiente teníamos lista la reservación en un buen horario. Al menos adecuada para nosotros dos porque se nos había pasado por alto preguntarle a la cumpleañera sí estaba disponible ese día.
—Se lo diré —acotó Dulce temprano después de encenderle la duda, camino a mi oficina. Ella llevaba su café y en el otro el correo de confirmación—. No puedo arriesgarme a que nos deje plantados cuando ya cambié mi fin de semana libre con mi marido. Así le pasó a mi niño una vez, su abuelita le hizo una fiesta y nos enteramos hasta al día siguiente. No pienso correr ese riesgo de nuevo.
No debatí, no solo compartía opinión, sino también porque perdería.
Miriam estaba sentada en su escritorio, trabajando en unos documentos, cuando Dulce abrió la puerta como si entráramos a una cantina. Ella hizo una mueca de miedo por la seguridad en que su amiga se acercaba, debió suponer que era una idea extraña, de esas que se le daban muy bien. Para su fortuna esta era la más convencional de las que se le habían escuchado antes.
—¿Ocupada? —Me pareció que Miriam diría que sí, cuando Dulce le quitó los papeles y los colocó en la mesa—. No importa, déjalo para después. Esto es importante. Muy importante.
—¿Importante?
Alzó una ceja y dibujó una sonrisa. Sabía que el término dependía de la persona.
—Sí. Sé que este sábado cumples años —comenzó. Miriam dejó de sonreír para mirarnos confundida—. Pensamos, tras horas de incansable trabajo... ¡Arturo y yo te hicimos una fiesta sorpresa!
—¿Una fiesta sorpresa? —Su voz escapó despacio de sus labios.
—¡Sí! Bueno, ya no tan sorpresa porque ahora lo sabes, pero no quería que...
—Muchísimas gracias —la interrumpió, abrazándola. Era evidente, por la manera en que sonreí y la agitaba efusiva, que estaba emocionada—. Nunca he tenido una.
—Eso habla más mal que bien de tu vida —susurró Dulce aún en sus brazos. Miriam plantó distancia para mirarla a los ojos—, pero ignoraremos tu triste existencia para centrarnos en lo bueno. Por cierto, puedes invitar a cuantas personas quieras. Tus amigos, papás, a los vecinos...
—Deberías invitar a tus amigos del boliche —propuse.
—¿Amigos de boliche? —preguntó curiosa Dulce a la que el dato le había despertado interés. Le preguntó a Miriam a qué me refería, pero esta la ignoró porque su atención reparó en mí.
Me di cuenta de que había hablado de más. Imaginé que me diría que guardara silencio, improvisaría una mentira o desviaría la conversación, tenía varias opciones en mente que funcionarían. Aun así me desconcertó cuando se acercó con la única que no estaba en mi lista: abrazarme. Sus brazos me rodearon con fuerza y su barbilla se apoyó sobre mi hombro. Aspiré el aroma de su cabello sin atreverme a tocarla al inicio, como si temiera romperla, por miedo a que se alejara de mí en reacción, hasta que me armé de valor y mis manos acariciaron su espalda. Cerré los ojos un segundo para grabarme la sensación de su cuerpo, del sonido de su corazón perdiéndose con el mío, asimilando como la mujer que conocía podía percibirse tan frágil en mis brazos, como si retirara sus murallas y fortalezas para darme acceso a una versión más vulnerable de ella misma.
Cuando volví al mundo encontré a Dulce con ambos pulgares arribas en mi dirección. Sonreí porque tenía pensaba igual que ella: tenía una oportunidad.
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